¡Uf! Aquí está el segundo capítulo. Muchas gracias a todos los que habéis enviado reviews, Cerberusmon (espero que este te guste más), Nimph (tu review fue toda un inyección de moral, por cierto, supones bien), Reemaski (¡somos vecinas, yo vivo en Mallorca! Vaya fin de semana ventoso que hemos pasado...), Hermione es una genia (Agus) (el padre murió de verdad, y era un hombre encantador) y por supuesto, Spacey (Gracias ¿sabes que eres mi actor favorito, junto a Alan Rickman y John Cusack? Estás como un queso...). Ah, lo olvidé en el primer capítulo: todos los personajes que os suenen pertenecen a la fantástica J.K.Rowling, y los que no, son míos. Espero que os guste, y por favor, continuad enviando reviews... ¡graciaaaas!
El vals de la escobaHabía pasado casi un día entero desde el momento en que Severus Snape vio abrirse la puerta del gran comedor para dar paso al Profesor Dumbledore, seguido de Serena Greenwood. Señorita Greenwood. Parecía no haber cambiado en absoluto en todos aquellos años. Cruzó entre las mesas, imperturbable ante la sorpresa que generaba su presencia, su aspecto. Estaba seguro de que Dumbledore le había explicado todos los riesgos que entrañaba el dar Estudios Muggles, pero ella lo había aceptado, si la conocía bien, sin dudarlo, ni preocuparse lo más mínimo. Inconsciente, como siempre.
Cuando él empezó a dar clases en Hogwarts, ella estaba en el quinto curso. La primera clase de Pociones que dio, el primer día de clase, a primera hora, fue a los alumnos de quinto curso de Gryffindor y Slytherin. En menos de diez minutos una jovencita de pelo oscuro y rizado había fundido su caldero. Fue el comienzo de su larga carrera como el profesor más odiado por los Gryffindor. Después de una larga regañina, lo más hiriente posible – incluso él mismo se sintió asqueado – la joven le miró, inmutable y le respondió "¿Y yo qué quiere que le haga, profesor, si no puedo dejar la asignatura? Convenza al Profesor Dumbledore de que soy demasiado tonta para Pociones y nos haremos un favor mutuo...". La echó de la clase, le quitó veinte puntos a Gryffindor y la castigó a quedarse en la mazmorra toda la tarde, o lo que hiciera falta, hasta terminar la poción. No tuvo muy claro para quién fue el castigo, que terminó con un balance de cinco calderos fundidos. Al ponerse la mochila en el hombro para marcharse, golpeó la marmita y estuvo a punto de volcarla, pero la agarró con las manos desprotegidas para impedir que el contenido cayera sobre él. Acabaron a las doce de la noche en la enfermería, con una señora Pomfrey muy suspicaz mientras examinaba y curaba las quemaduras de segundo grado de las manos de la joven.
¡Greenwood! fue el grito de guerra del por entonces joven profesor de Pociones. Por lo que sabía, cada vez que algún alumno quería imitarlo, sólo tenía que gritar ese nombre acompañado de un discurso humillante y acabar diciendo "Veinte puntos menos para Gryffindor". En resumen, lo que hacía Peeves cada vez que lo veía hasta que el Barón Sanguinario le paró los pies.
De todas formas, nunca conseguía ofender a la jovencita, que tenía asumida su incapacidad para las pociones. Hasta que dio con la clave metiéndose con su mejor amiga, una empollona del estilo de Hermione Granger. Quedó claro que la joven tenía sangre en las venas: acabaron los dos en el despacho de Dumbledore.
Así que tuvo que volver al sistema inicial, y ese año perdieron muchísimas horas de sueño, pero durante el sexto curso sólo fundió tres calderos, aparte de volar la mazmorra ocho. Esto último le garantizó más fama que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho, y sin embargo, por una vez, ella no había tenido nada que ver. En esa ocasión, él le salvó la vida, y ella empezó a tratarle de forma diferente. Durante el último curso, ella se la salvó a él, y la deuda quedó saldada. Y luego se fue.
Hasta esa misma noche no supo nada de ella, excepto que vivía como una muggle.
Y por la mañana, se encontró que la señorita Greenwood era ahora la señora Greenwood-O'Neal – conservó el apellido de soltera, seguramente como su madre, que era española y muggle – viuda y con una niña de cuatro años.
Y estaba allí, en el peor momento, dispuesta a jugarse la vida en aquel puesto, sin mostrar el más mínimo síntoma de preocupación.
Si había algo que le molestara de los Gryffindor, era eso.
El reloj dio las ocho.
* * *
Severus Snape entró de nuevo en el comedor y se dirigió a la mesa de los profesores. El asiento de la nueva profesora estaba vacío. Seguramente estaría durmiendo. El profesor Dumbledore le había prohibido empezar las clases ese mismo día, debido a que llevaba demasiado tiempo sin descansar. Estoy bien, replicó ella hasta que un irreprimible bostezo la traicionó.
En vista de que no podía dar clase, se dedicó a la mudanza. Todos los elfos de Hogwarts se ofrecieron a ayudar y en menos de una hora habían trasladado los muebles desde su casa de Londres hasta el pequeño apartamento de la torre norte en el que se había instalado, a través de la chimenea.
Comió con los demás profesores, pero su estado de fatiga se expresó en el mayor grado cuando empezó a cortarle el bistec a Hagrid – seguramente la costumbre de hacérselo a su hija - mientras mantenían una intensa conversación sobre dragones. Curiosamente, ambos estaban tan centrados en el tema que ni la una ni el otro se dieron cuenta de ello.
- Te veo más preocupado de lo habitual, Severus.
Snape dio un respingo. Apartó la mirada de la silla vacía de Serena y la dirigió hacia Dumbledore, que le miraba por encima de las gafas. Parecía estar leyéndole la mente, pero la pregunta que surgió de sus labios no tenía nada que ver con ella.
- ¿Qué te parece el nuevo profesor de Artes Oscuras?
Lo miró. Cresus Rich, un famoso Auror. En su época se distinguía de los demás porque no capturó jamás a un mortífago. Siempre los mató. Era la mano derecha de Bartemius Crouch, padre. El ministerio de Magia lo había impuesto como profesor, sin que Dumbledore ni nadie pudieran oponerse.
Pero todos los mortífagos a los que había matado estaban fuera del círculo de confianza de Voldemort. Meros peones, algunos de los cuales jamás imaginó que hubieran jurado lealtad al señor tenebroso. Nunca se había acercado a aquellos que tuvieran poder real.
- Como siempre, profesor Dumbledore. Inadecuado.
Era la palabra clave. Después de la cena se dirigieron al despacho de Dumbledore y él le expuso sus ideas. Por una vez, el director pareció más preocupado que él mismo.
- Severus, hay algo que me inquieta profundamente de todo esto. Algunos de los mortífagos a los que mató habían tratado de ponerse en contacto conmigo para cambiar de bando, de la misma manera en que tú lo hiciste. Murieron antes de poder dar información.
Snape empezó a encajar piezas rápidamente. Una hipótesis extraña se formó en su mente. ¿Y si Cresus Rich hubiese sido la "mano izquierda" de Voldemort?. Alguien desconocido por los mortífagos, probablemente sin Marca Tenebrosa en el brazo, que se dedicara a mantener la moral de sus seguidores, eliminando a todos aquellos que dudaran demasiado o se echaran atrás. Acabando con los disidentes. Como él.
La expresión de preocupación de Dumbledore demostraba que habían llegado a la misma conclusión.
- Severus, ya sabes la fría recepción que tuviste tras el retorno de Voldemort. No tienes su confianza. Y Cresus Rich está aquí.
- Así es, profesor. Pero a él no le interesa que un Auror me mate. Si Cresus Rich está a su servicio, su presencia aquí debe ser sólo para mantenerme vigilado, y tal vez para llevarme ante él llegado el momento. Voldemort tiene que demostrar mi traición a todos sus seguidores, e imponerme un castigo ejemplar antes de matarme, para asegurarse que a nadie más se le ocurra seguir mis pasos. – Se estremeció. Sabía lo brutales que podían ser los castigos de Voldemort. – Tendré que andar con pies de plomo este curso, profesor. Algunos alumnos van a odiarme aún más...
Dumbledore sonrió.
- Bueno, si conozco a Serena, Gryffindor y Slytherin van a ir muy igualados este año...
* * *
A la mañana siguiente, Snape aprovechó una hora libre entre dos clases para dirigirse a la sala de profesores y meditar con cierta tranquilidad. Por alguna extraña razón (realmente, sólo para él), la perspectiva de quedarse en su despacho de las mazmorras le parecía deprimente.
Se acercó a la ventana. El día era espléndido y notó la calidez del sol en su rostro. Una figura caminaba rodeando el lago con lo que parecía una escoba voladora al hombro. Snape entrecerró los ojos, tratando de distinguir de quién se trataba... Llevaba ropas muggles. Sonrió. Tal vez fuera un Gryffindor, y podría darse el gusto de quitarle una buena cantidad de puntos por hacer novillos para ir a practicar con la escoba.
Pero entonces la reconoció. Abrió los ojos como platos. Transformó un jarrón que había encima de una mesa en un catalejo y enfocó la figura. ¡Ella!. No era posible. Cuando empezó a trabajar en Hogwarts, ella debía ser la única alumna de todo el colegio que no deseaba formar parte del equipo de Quidditch de su casa. Le tenía fobia a las escobas. Por lo que le habían contado, su primera experiencia con ellas fue aún peor que la de Longbottom: la escoba se descontroló, y tras un largo vuelo se estrelló contra el sauce boxeador. Milagrosamente, salió sólo con algunos rasguños, pero no volvió a acercarse a una escoba en todo el tiempo que estudió allí.
Serena dejó la escoba en el suelo y tendió la mano. Al cabo de poco, la escoba estaba rodando por el suelo de un lado a otro, si levantarse un ápice. La joven miró al cielo, suspiró, y se agachó para cogerla. La escoba echó a rodar rápidamente huyendo de ella, y Snape se echó a reír mientras Serena la perseguía medio agachada en dirección al Bosque Prohibido. Justo antes de que se internara en el mismo, ella saltó y se abalanzó sobre la escoba, agarrándola por las ramas de la cola.
Se levantó, sacudiéndose el polvo con una mano mientras agarraba firmemente con la otra el mango. Pasó la pierna por encima y golpeó el suelo con el pie.
La escoba empezó a ascender, pero se inclinaba hacia el suelo. Serena resbalaba hacia delante, hasta que no pudo sujetarse y cayó de bruces. Se volvió a levantar. La escoba flotaba frente a ella, moviéndose con aire retador. Tendió la mano para cogerla y la escoba se alejó lo justo para quedar fuera de su alcance.
Serena se echó una mano a la espalda y sacó la varita, lanzando lo que parecía un hechizo convocador. La escoba salió disparada hacia ella. La joven se agachó, cubriéndose la cabeza con los brazos. Cuando se atrevió a levantar la cabeza, la escoba flotaba a su lado con aspecto de inocencia.
De nuevo la montó, al parecer con más éxito. Se elevó, y quedó estable a dos o tres metros de altura. Serena levantó el puño con aire de triunfo. Pero sin darse cuenta, con la otra mano levantó el mango, acercándola más a ella. Snape se estremeció: hacia arriba y acelerando.
Efectivamente, la escoba empezó a subir cada vez más rápido, y el ángulo de inclinación hacia la vertical iba aumentando. Serena prácticamente se había abrazado a la escoba, con lo cual la velocidad era máxima. El ángulo de la escoba superó la vertical y trazó un magnífico looping por encima de las copas de los árboles. Snape frunció el ceño. La escoba se dirigía ahora hacia el castillo. La perdió de vista.
Ahora la situación ya era preocupante. Snape se dirigía hacia la puerta, cuando empezó a oír un sonido que aumentaba de volumen. Un grito. Se volvió hacia la ventana, justo a tiempo para ver pasar una mancha gris. Serena. Corrió hacia la ventana y la abrió, justo para cómo la joven, abrazada boca arriba a la escoba, iba directa a... directa a...
- ¡CUIDADO!
La joven había sacado su varita y tras apuntarla un momento hacia su garganta, la dirigió hacia una ventana de la torre norte.
* * *
Harry y Ron escuchaban adormilados a la profesora Trewalney, mientras ésta explicaba a la clase las diferencias entre los arcanos mayores y menores para las cartas del Tarot. Las únicas que prestaban interés eran Lavender Brown y Parvati Patil. Harry bostezó.
- ¡Harry! – exclamó la profesora. Él se irguió, sobresaltado. Oh, no. Otra vez no.
- Sí, profesora – respondió resignadamente.
- Acércate, querido. Te leeré las cartas a ti –se dirigió al resto de la clase – Fijaos bien en...
Una voz potentísima la interrumpió.
- ¡AL SUELO!
Toda la clase obedeció como un solo hombre.
- ¡ALOHOMORA!¡ALOHOMORA!
Las ventanas sur y norte se abrieron, por ese orden, y algo cruzó la clase a toda velocidad. Todos se dirigieron a la ventana que daba al norte para averiguar qué diablos era aquello.
Cuando llegaron allí la voz tronó de nuevo.
- ¡APARTAOS! ¡NO PUEDO...
Todos se apartaron a ambos lados de la ventana, y a través de esa especie de pasillo de honor, pasó a toda velocidad la profesora Serena Greenwood, rotando en sentido antihorario respecto al mango de la escoba. Harry pudo apreciar que su rostro había adquirido un delicado tomo verdoso.
- ... CONTROLARLA!
La voz pareció perderse en la lejanía. Se atrevieron a acercarse a la ventana que daba al lago justo en el momento en que la profesora ya no pudo más y soltó la escoba, justo encima de lago. Parecía hacerle señas al calamar gigante para que se apartara, cosa que el cefalópodo hizo de inmediato.
- ¡Es demasiado alto! – gritó la profesora Trewalney - ¡Se va a matar!
Una figura vestida de negro apareció corriendo por la orilla de lago con la varita en la mano. La velocidad de caída de la profesora Greenwood empezó a reducirse, pero no lo suficiente, y ella empezó a dar volteretas en el aire, justo antes de dar con el agua se puso boca abajo. Cruzó la superficie del lago como una aguja.
La figura de negro se metió dentro del lago y se encontró con un grupo de tritones y sirenas que arrastraban a la profesora cuando el agua le llegaba a la cintura. Apoyó el brazo izquierdo de Serena sobre sus hombros y la llevó hasta la orilla. La sentó sobre una piedra. Y empezó a soltarle lo que parecía una bronca descomunal, de la cual a veces llegaban algunas palabras, como "inconsciente" y "suicida".
La profesora movió la cabeza en lo que inicialmente parecía un gesto de asentimiento, hasta que se volvió, cayó sobre sus rodillas, y, apoyando una mano en la piedra en la que un momento antes había estado sentada, echó hasta la primera papilla.
