Otro capítulo más. Quiero daros las gracias a todos los que habéis enviado reviews, y suplicaros que continueis haciéndolo. Y los que no habeis "reviewado" todavía, por favor hacedlo, quiero conocer vuestras opiniones, buenas o malas...

Spacey: Ah,no. Discusiones filosóficas sobre la termodinámica en la universidad. Respecto al ordenador  que habla, bueno, hoy en día cualquier ordenador con tarjeta de sonido y el software adecuado puede hacerlo, no tiene nada de ultramoderno. Y no, no se lo quitó a Stephen Hawking...

Hermione es una genia: Me alegro que te gustara el capítulo anterior! Estoy convencida de que Snape es un santo varón, y pensé que por una vez iba a tener una partenaire a su altura. Creo que lo que más te gusta de todo esto es el romance, espero que con este capítulo quedes satisfecha... de momento. El registro romántico es bastante nuevo para mí... Respecto a Amy, por las mañanas aprende a leer y a escribir con su madre o con Cagney, y por las tardes duerme la siesta y juega. Ten en cuenta que con sólo dos grupos (de primero a tercero y de cuarto a séptimo) su madre sólo tiene clase ocho horas a la semana...

Veronik: Muchas gracias!!! * Favila se sonroja * Espero que éste te guste tanto como el anterior...

Nimph: Amy... pensar que fue un personaje de última hora, que se coló en el primer capítulo con todo el morro y antes de que yo pudiera darme cuenta tenía que buscarle padre... Hoy no aparece, pero creo que va a tener bastante importancia en esta historia. Respecto a Ginny, Neville, Draco y las clases de baile muggle... Tomo nota, próximamente me encargaré de eso.

 Wilbur: Veo que compartimos opinión respecto a Snape... Y bueno, es borde con los alumnos, pero en ningún sitio se muestra que también lo sea con los demás profesores... Por cierto, perdona mi incultura, pero...¿que demonios es "yaoi"?

Una noche en Las Tres Escobas.

Las primeras semanas del curso fueron transcurriendo rápidamente. Los exámenes para el TIMO eran ese mismo año, y los profesores parecían incluso más preocupados que los alumnos. Cada día tenían una montaña de deberes para el siguiente, y Harry no daba abasto debido a los entrenamientos de Quiddich. Estaban buscando un nuevo guardián, y aún no sabían quién iba a ser el nuevo capitán, dado que Oliver Wood había dejado el colegio dos años atrás.

Los profesores eran terriblemente exigentes, MacGonagall sólo estaba satisfecha del trabajo de Hermione, Flitwick parecía una peonza, yendo de un alumno a otro, corrigiendo posturas, formas de coger la varita y la pronunciación de los hechizos. Hagrid sacaba criaturas diferentes en todas las clases, a cada cual más peligrosa, y a menudo le ayudaba en sus clases la profesora Greenwood, que al parecer compartía con Hagrid la pasión por los monstruos. 

El nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras era más duro que el propio Ojoloco Moody, y ya era decir. Compartían la clase con los de Slytherin, y podía observarse algo parecido a las clases de Pociones, pero al revés: Harry era su alumno preferido, le tenía una manía efervescente a Malfoy, y quitaba puntos a Slytherin a la menor ocasión. A pesar del agradable cambio de posiciones, a Harry no le acababa de gustar Cresus Rich.

Se trataba de un hombre de mediana edad, alto y fornido. Llevaba un fino bigote equidistante de la nariz y el labio superior, tan oscuro y recto como si se lo trazara cada mañana con regla y rotulador. No era de extrañar que hubiera sido el lugarteniente de Crouch. Sus togas siempre eran de las mejores telas, y sus capas extremadamente lujosas. Cualquier tipo de accesorio que llevara encima era de oro, ya fuera la montura de su monóculo, su reloj, el prendedor de la capa o los numerosos anillos de su manos. Prácticamente un tesoro ambulante.

No se podía negar que tenía conocimientos amplios de la asignatura, y que daba bien sus clases, pero a Harry no le parecía de fiar. Después de haber visto a Moody, le extrañaba ver a un gran Auror que no tenía ni una sola cicatriz – al menos visible – ni la más mínima medida de defensa ante posibles venganzas. Aunque ciertamente Moody era un paranoico - y más ahora -, el nuevo profesor no parecía tomar ninguna precaución. Y luego estaba su preferencia hacia él, que sólo era explicable por la fama que le daba su cicatriz.

En lo que respecta a su relación con los demás profesores... aunque la mayoría de ellos trataban de disimularlo, parecían considerarlo un snob pretencioso. Era prepotente con los demás profesores, especialmente con Snape, al que trataba continuamente de ridiculizar aunque con escaso éxito. Con las profesoras, especialmente con Serena, era ... no había palabras para describirlo. Parecía creer que todas las profesoras de Hogwarts estaban locas por él.

Al final de una clase de Estudios Muggles, el tipo apareció, erguido como un poste de teléfonos, llevando un ramillete de orquídeas rojas en una mano. Serena y Hermione estaban solas en el aula, comentando algo de la última película que habían visto, Billy Elliot.

- Un ramillete para la más hermosa flor del jardín de Hogwarts – dijo, acercándose tanto a la joven profesora que ésta dio un paso hacia atrás. Se volvió hacia Hermione. - Jovencita, ¿nos disculpas?

Hermione miró a la profesora Greenwood, que a espaldas de Rich negaba frenéticamente con la cabeza, mirándola con expresión de súplica.

- Eeeh, yo... –empezó a decir.

- Tiene una clase de repaso conmigo ahora mismo, profesor Rich. Lo lamento – dijo, haciendo un gran esfuerzo para dar verosimilitud a sus palabras (¿una clase de repaso de Estudios Muggles a la mejor estudiante del colegio, que encima era hija de muggles?) – pero hoy es el único día que nos va bien.

- Oh, no se preocupe – sonrió él, complacido. Dejó el ramillete en las manos de Serena y las apretó entre las suyas. Afortunadamente no vio la cara de ella, que parecía haberlas sumergido en un cubo lleno de pus de bubotubérculo – Continuaremos en otro momento. Hasta la cena, señorita...

- Señora – murmuró la joven entre dientes mientras el profesor salía de la habitación.

Harry y Ron estaban esperando en el pasillo, y lo vieron salir sin el ramillete. Al pasar a su lado, se volvió hacia Harry.

- Toma nota, Harry. Así es como se seduce a una mujer. – y se marchó con porte orgulloso.

Segundos más tarde, vieron cómo Hermione sacaba la cabeza por la puerta.

- ¿Se ha ido?

Harry y Ron asintieron con la cabeza, sorprendidos.

- Vía libre. Parece que coló. – informó, y tras ella salió la profesora Greenwood, sosteniendo boca abajo, con dos dedos y expresión asqueada el ramillete.

- Aaaaj. Qué tipo más pringoso, por todos los diablos. ¿Y qué hago yo ahora con esto?

Se oyeron pasos que se acercaban. Serena volteó rápidamente el ramillete para ponerlo de nuevo boca arriba, y sonrió forzadamente. Pero quien apareció por la esquina no fue Cresus Rich .

La idea inicial de Snape era gritarle a los alumnos que aún estuvieran por los pasillos, y tal vez quitarles puntos si su comportamiento era sospechoso, pero se le fue de la cabeza al encontrarse a la profesora Greenwood sosteniendo sonriente un ramillete de orquídeas rojas. No sería tan alarmante si no se hubiera cruzado poco antes con un profesor de Defensa contra las Artes Oscuras con cara de gato que se ha zampado un ratón.

- ¡Profesor Snape! – exclamó Serena, sonrojándose hasta la raíz del cabello. Lo único que permanecía blanco en su cara era la esclerótica de sus ojos y las cicatrices de sus mejillas – Creía que era el profesor Rich...

Aaaargh.

*                     *                      *

Tres semanas después de empezar el curso, la vida en Hogwarts había adquirido su ritmo habitual. Lo único que aún quedaba pendiente era el anuncio del baile de Navidad, que Dumbledore fingía traviesamente olvidar cada cena. Era un secreto a voces, porque al fin y al cabo todos habían tenido que traer sus túnicas de gala. Ron ansiaba poder utilizar la que le habían regalado Fred y George, después del fracaso de la que lucía el año anterior.

Una mañana, mientras llegaba el correo, un pequeño halcón cruzó el comedor en dirección a la mesa de profesores. Dos de ellos se levantaron de un salto de la mesa, varita en mano. Snape y Serena. Ella detuvo con un gesto al profesor de Pociones y golpeó su mano izquierda con la varita. Un guante de cuero apareció en su mano, y ella tendió el brazo.

El halcón se posó sobre su mano, emitiendo un chillido. Llevaba un pequeño cartucho de madera atado a una pata. Serena se lo quitó, y mientras se sentaba, sacó de su interior un pedazo de papel enrollado. Nada más posar sus ojos sobre el mismo, su rostro palideció tres tonos. Se acercó al profesor Dumbledore y le susurró algo al oído. Dumbledore se levantó, inusualmente serio, y juntos abandonaron la habitación.

Hagrid estaba muy preocupado por su joven amiga. Aún sabiendo que él no era un modelo de discreción, ella había confiado en él siendo estudiante en Hogwarts, y compartido con él muchas de sus penas. Tantas muertes, tantos sufrimientos... Y ahora estaba allí, con su pequeña familia, y muchas preocupaciones.

Él la conocía bien al fin y al cabo, y sabía un medio infalible para averiguar cuando estaba metida en líos: bastaba con sentarla frente a un fuego. Hagrid creía que para ella debía ser algo parecido a un pensadero, pues todas sus ideas pasaban por su rostro mientras lo contemplaba. Y la última vez que la había visto frente a un fuego, ella estaba más preocupada que nunca.

Ella no le había contado nada, así que debía tratarse de algo realmente serio. Pero si tenía que enfrentarse a ello, necesitaba estar animada. Y de eso era precisamente de lo que quería encargarse él.

Serena salió por la puerta del despacho de Dumbledore, con el rostro pálido y cansado. Ni siquiera lo vio antes de chocar con él, y eso que ocupaba todo el ancho del pasillo.

- ¡Serena! – exclamó Hagrid, como si no la hubiera estado esperando.

Serena se levantó del suelo.

- Hagrid...

- He estado hablando con la señora Rosmerta,  y me ha dicho que está muy triste porque se había enterado de que estabas dando clases aquí y aún no habías pasado a saludarla. De hecho, dice que ya ha hablado con Amy y aún no te ha visto a ti...

Ella se llevó la mano a la frente.

- ¡Rosmerta! Ostras, con todo el follón de los primeros días se me olvidó pasar a saludarla.

- Estupendo, yo tengo que pasarme hoy por allí. Podemos ir esta tarde. Hoy es martes, no tienes clase...

- Lo sé, Hagrid, pero tengo que ir a Londres por un asunto que no admite demora. No volveré antes de la cena.

- Bueno, pues vamos después de cenar... Así estarán todos los de siempre: se mueren de ganas de verte después de tanto tiempo.

- Está bien, Hagrid. De acuerdo. Pero ahora tengo que irme...

Hagrid la observó sonriente mientras se alejaba corriendo por el pasillo.

*                     *                      *

Severus Snape estaba en un oscuro reservado de Las Tres Escobas, apurando el segundo whisky doble. Este principio de curso estaba siendo horripilante. Por un lado tenía al insufrible Cresus Rich, que continuamente lo provocaba, buscando una excusa para luchar con él –con las ganas que le tenía, al maldito, y tener que aguantarse...- y por otro tenía a Serena Greenwood. Para ser exactos, tenía su imagen grabada en la mente, sosteniendo un ramillete de orquídeas rojas con una sonrisa en su cara. No era posible que ese tipo le pareciera atractivo. Tomó de nuevo la botella de "whisky envejecido de Ogden" y se llenó el vaso de nuevo. Y además, estaba lo de hoy. Desde que empezó a trabajar en Hogwarts, Dumbledore siempre había confiado en él. Siempre estuvo al tanto de todo lo que ocurría en el castillo.

Y esta vez no. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, parecía que sólo lo sabían la profesora Greenwood y Dumbledore. A juzgar por la cara de ambos durante el desayuno era muy grave, y ella se había marchado a Londres poco después. No había vuelto para la cena, y lo cierto era que estaba preocupado por ella. Tal vez era ella la que no confiaba en él. Tal vez el idiota de Cresus Rich la había convencido de que no era de fiar. Miró el vaso que sostenía en la mano, repleto de líquido dorado. La voz de un hombre viejo y sabio resonó en su mente. No trates de  ahogar tus penas en el alcohol, Severus. Saben nadar. Volvió a dejar el vaso sobre la mesa.

La puerta de la taberna se abrió y entró Hagrid acompañado de una joven.  Snape sonrió. Menos mal, se encuentra bien.

- ¡Serena! – exclamó Rosmerta, corriendo a abrazarla.

- Hola, Rosmerta. Me alegro de verte – dijo ella, devolviéndole el abrazo. – Perdona que no haya venido antes.

En un instante, todos los parroquianos se levantaron de sus mesas y sus taburetes y se acercaron hacia ella. Una anciana bruja le cogió las manos.

- Mi pequeña... ¡cómo has crecido!- le pellizcó las mejillas, mientras Serena se preguntaba si era posible que hubiera crecido desde los diecisiete años - ¡qué guapa estás!. Lástima de esas cicatrices, ¿no pudieron quitártelas?. Nunca nos explicaste cómo te las hiciste.

El hombre del reservado agarró su vaso y bebió un largo trago.

- Ah, déjala en paz, Margot, que a ella no le molestan... – comentó un pequeño duende que se había alzado sobre su taburete – Son sus marcas de batalla, está orgullosa de ellas...

- Esto hay que celebrarlo... ¡una ronda para todos! – exclamó un mago bajito desde el otro extremo de la barra - ¡Invito yo!

De repente, todo el bar se quedó en silencio. Era el avaro de Hogsmeade, ése no había invitado nunca a una copa – y menos a una ronda – desde su despedida de soltero, y porque le obligaron...

- ¿Qué pasa? – inquirió sorprendido. Se dirigió a Rosmerta – Vamos, ¡cerveza de mantequilla para todos!

Se volvió hacia el hombre del reservado.

- Eh, amigo... ¡Únase a nosotros! Es un gran día.

Serena miró sorprendida hacia el oscuro rincón y se acercó.

- ¡Vamos, amigo! – decía mientras se acercaba. El hombre se levantó y ella lo reconoció en el acto - ¡Pro... Severus!

Serena echó un rápido vistazo a la botella medio vacía de whisky, le agarró por un brazo y lo arrastró hacia la barra antes de que él pudiera negarse.

- Para éste, un café bien cargado, Rosmerta.

Alzaron todos sus cervezas – Snape levantó su taza – y bebieron a la salud de Serena. Nada más dejar las jarras vacías sobre la mesa, un anciano mago cogió un acordeón y empezó a tocar una lenta melodía. La taberna en pleno se unió, unos cantando una vieja historia de amor y guerras... Snape se sorprendió. Era la historia de un poderoso mago tenebroso que se había enamorado de una joven muggle. Mientras escuchaba, Rosmerta le pasó a Serena una vieja guitarra, y la joven se sentó en el taburete, la puso sobre su rodilla y empezó a tocar.

La música iba envolviéndolo todo lentamente. La anciana bruja había convertido el paragüero en un violín, el duende se ocupaba de las percusiones...  Dumbledore tenía razón, pensó Snape, mientras observaba a la joven sentada a su lado pellizcar las cuerdas con los ojos cerrados y una expresión mucho más relajada en sus rasgos. Es una magia aún más poderosa que la nuestra.

Al terminar la canción, muchos de los presentes, con mayor o menor discreción, tuvieron que enjuagarse las lágrimas.

- ¡Esto no puede ser!- exclamó el duende, tras sonarse ruidosamente la nariz.- Esta es una noche para estar alegres, ¡hay que bailar! – Y, dicho esto, le quitó la guitarra de las manos a Serena y la arrastró a un espacio libre de mesas.

Alguien le lanzó unos zancos al duende, que tras ponérselos quedó algo más alto que ella, y se pusieron a bailar un alegre vals. Otras parejas les imitaron, y al sonido de la música se le unieron aplausos y alegres comentarios acerca de los bailarines. Al duende le sustituyó el anciano del acordeón y al cabo de un rato el avaro de Hogsmeade le requirió un baile. Uno minutos más tarde, el mismísimo Severus Snape se acercó a la pareja y solicitó a Serena que bailara con él. Ella sonrió y aceptó.

Empezaron a girar alegremente por la improvisada pista de baile, inconscientes de que todas las miradas estaban puestas en ellos.

Severus Snape notó desaparecer todas sus preocupaciones nada más rodear con su brazo la cintura de su joven colega. Mientras daban vueltas rápidamente, observaba su rostro sonrosado, en el cual brillaban sus cicatrices. Era extraño, pero a él le dio la sensación de que más que quitarle belleza la hacían más especial y atractiva. Sus ojos azul profundo resplandecían de felicidad, y se dejaba conducir tan fácilmente que parecía flotar ingrávida en cada vuelta.

Nadie notó que un hombre acababa de entrar en el local. Era alto y apuesto, de pelo corto y rojo como el fuego, aunque no, por una vez no era un Weasley.

El forastero se quedó paralizado en la puerta cuando entrevió la extraña pareja a la que observaban los parroquianos. Se abrió paso entre ellos, que le miraban extrañados, puesto que su cara les resultaba familiar. Sus ojos se abrieron de par en par al clavarlos en un mago de túnica negra y una joven trajeada a lo muggle con pantalones, camisa blanca, chaleco y corbata.

*                     *                      *

Snape se estaba preguntando si era posible que aquello no acabara nunca cuando notó dos golpecitos en el hombro.

- Disculpe – dijo un joven pelirrojo - ¿me permite?

- ¡Ian! – exclamó Serena, radiante - ¡por las barbas de Merlín, hacia siglos que no te veía!

Y a Severus Snape no le quedó más remedio que cederle a Serena. Se acercó a la barra, pidió otro whisky y se volvió hacia la pista. Lo cierto es que hacían una buena pareja...

Cuando la música terminó, Serena tomó el brazo de su amigo y se acercó a Snape. Levantó la ceja cuando vio el vaso medio vacío que Snape sostenía en la mano.

- Profesor Snape... Éste es Ian West, ¿lo recuerda?. Íbamos al mismo curso.

Sólo había un pelirrojo en el curso de Serena, así que era fácil recordarlo. El joven le tendió la mano, clavando sus ojos en él con recelo. Snape la apretó con fuerza, mirándole fijamente.

El apretón de manos empezó a alargarse, los dos hombres enrojecieron. La mayoría de los presentes se daban cuenta de lo que estaba ocurriendo y observaban divertidos la escena. Sobretodo Margot y Rosmerta, que al contrario que Snape, sí habían visto el anillo de casado en la mano de Ian.

Serena miró a uno y a otro.

- ¿Me he perdido algo? – comentó mientras separaba con inesperada facilidad a los contendientes.

- Un placer – murmuró Ian mientras era empujado por Serena al otro extremo de la barra.

- Lo mismo digo... – respondió Snape. Mientras Serena hablaba con el joven, se dirigió al perchero y tomó su capa. Estaba a punto de abrir la puerta cuando una voz le detuvo.

- Disculpe, profesor... digo Severus. ¿Le importaría esperar un momento?. Yo también vuelvo ya a Hogwarts. Hagrid se queda hasta más tarde... – Hagrid estaba algo borracho a esas alturas...

Los jóvenes estuvieron hablando un par de minutos. Al parecer habían quedado para verse de nuevo. Serena se despidió de todos los presentes, se puso su gabardina y mirando a Snape señaló con la cabeza hacia la puerta.

Ambos salieron a la calle. El aire fresco de la noche les envolvió, y empezaron a caminar en silencio por las desiertas callejuelas.

- Severus...

Snape miró a la joven. Todavía se le hacia extraño oírle pronunciar su nombre.

- Quisiera pedirle disculpas por el comportamiento de mi amigo hace un rato... es un poco absurdo, él pensó, bueno, creyó que...

Absurdo.

La joven se detuvo, como intentando reunir las palabras adecuadas...

- Verá, era el mejor amigo de mi difunto esposo. El y su esposa... Emily, ¿la recuerda?... también iba a mi clase... Emily Reed... nos ayudaron mucho a mi hija y a mí tras su muerte... Y mi marido le pidió que cuidara de nosotras si le ocurría algo...

¿¿¿¿Su esposa????. Dios mío, qué manera de hacer el ridículo...

Empezó a caminar de nuevo.

- Cree que usted se ha pasado, o se pasará, al lado de Voldemort como probablemente han hecho los demás mortífagos indultados. Y cree que ... bueno, eso.

Curiosamente, a Severus Snape no se le ocurrió preguntarse qué era lo que ella evitaba decir.

- ¿Y usted que opina al respecto?

La joven sonrió.

- Bueno, supongo que ya habrá vuelto al lado de Voldemort, pero confío tanto en usted como pueda hacerlo Dumbledore.