La noche antes de Navidad

- ¡Serena Greenwood, parece mentira que a los veinticinco años continúes con las mismas! – exclamó Madame Pomfrey, cuando ésta le mostró sus manos. Era evidente que se había peleado, porque tenía los nudillos pelados. Fue estirándole los dedos uno a uno.

- ¡Ay! – se quejó Serena, cuando la enfermera le agarró el meñique de la mano derecha.

- No seas quejica, tú sola te lo has buscado. – gruñó Poppy, mientras continuaba su examen en la otra mano. De nuevo llegó al meñique, y Serena volvió a quejarse.

- ¡Hum!. Ya veo, dos metacarpianos rotos. Nada de importancia, puedo arreglarlo en un segundo. Esto no te va a doler, así que no hagas cuento.

- ¡Yo no hago cuento!

- Y tú, Severus – continuó Poppy, volviéndose hacia él, que había apoyado la mano en el hombro de Serena en señal de apoyo moral – No entiendo cómo no impediste que se liara a guantazos...

Snape se limitó a sonreír.

- ¿A quién pegaste, Serena? – inquirió, intrigada por la expresión de ensoñamiento del profesor de Pociones, que parecía estar deleitándose en sus recuerdos.

- Esto... a un tipo que nos molestó cuando... cuando... cuando le enseñaba a patinar – respondió Serena, ruborizándose.

Poppy le dirigió una mirada de escepticismo, y agitando la varita sobre sus manos le recompuso los huesos. Acto seguido dejó caer un líquido desinfectante sobre los nudillos, que empezó a humear nada más entrar en contacto con la piel.

- ¡Au! ¡Au! – protestó Serena, soplando sobre sus manos - ¡Pica!

- Lo que pica cura – afirmó Madame Pomfrey. – Ya está, puedes irte.

Snape acompañó a Serena hasta sus habitaciones. Ésta estuvo sacudiendo discretamente las manos todo el camino en un vano intento de aliviar el escozor del desinfectante. Finalmente se detuvieron frente a la puerta, y a los dos no se les ocurrió nada mejor que ponerse tímidos.

- Bueno... – murmuró Serena, mirando al suelo.

- En fin... – murmuró él, mirando hacia un lado.

Se miraron. Ella sonrió, se le acercó y le dio un rápido beso en la mejilla.

- Ha sido una velada genial, gracias por todo. – dijo, abriendo la puerta. - Buenas noches.

*                      *                      *

Las clases del día siguiente resultaron desconcertantes para el profesor de Pociones. Acostumbrado a ver en su asignatura expresiones que oscilaban entre el odio y el terror,  las miradas embelesadas de  bastantes alumnas de los cursos superiores – y algún que otro alumno –  lo aturdían considerablemente.

Por fortuna, en la doble hora de pociones de quinto curso, con Gryffindor y Slytherin, nadie pareció demasiado afectado por su cambio de imagen.

Harry, Ron y Hermione estaban sentados juntos, hablando cada vez que el profesor se alejaba. Hermione continuaba obsesionada con las runas de los guantaletes robados.

- La caligrafía de la última línea era diferente – explicó, mientras machacaba sus ciempiés – En las fotos que hice se nota bastante. Es como si hubiera sido añadida posteriormente. La traducción es algo así como "La espada es la clave".

- Bueno, eso no dice nada nuevo – repuso Ron – Está claro que esa espada es lo único que consigue encerrar al ser ése.

- Lo sé, eso es lo que me preocupa. La última runa está borrosa, pero no consigo averiguar que más puede significar ... tiene que ser algo muy parecido...

- Tendríamos que comentárselo a la profesora Greenwood – sugirió Harry, mientras volcaba sus ciempiés machacados en su caldero. – Aunque últimamente se pasa mucho tiempo con el profesor Snape... Parece que no le molestó mucho enterarse de lo que pasó en la bibli...

- Señores – dijo una voz suave a sus espaldas – No creo que mi clase sea el mejor lugar para cotillear acerca de cosas que no les incumben.

Los tres se volvieron hacia el profesor, que estaba más pálido de lo que nunca antes lo habían visto. Incluso empezó a darle un extraño tic en un ojo.

- Sepárense. Ahora mismo. Weasley, usted con Longbottom; Granger, usted va con Bullstrode y Potter...

Llamaron a la puerta.

- ¡Pase! – exclamó Snape, sin apartar la mirada de Harry. – Como decía, Potter, usted irá con Mal...

Le interrumpió el sonido de tres pequeños estallidos consecutivos, y la mazmorra se llenó de una ligera neblina que olía a mofeta. Snape pareció sorprendido. Sin ni siquiera volverse, preguntó:

- ¿Profesora Greenwood?

Toda la clase se volvió hacia la puerta, donde efectivamente estaba la profesora de Estudios Muggles, que se había detenido nada más entrar. Estaba pidiendo disculpas a los alumnos cuyas pociones habían explotado, fáciles de distinguir porque estaban recubiertos de una especie de secreción violeta.

- ¡Profesor Snape!. ¡Tengo que llevarme a Harry Potter, el director quiere verlo en su despacho!. – gritó ella desde el otro extremo de la mazmorra. Parecía tener miedo a provocar nuevas explosiones si continuaba avanzando por el aula.

Snape miró a Harry, acuchillándole con los ojos.

- ¡ES QUE NO HA OÍDO! ¡RECOJA SUS COSAS Y SALGA INMEDIATAMENTE!

Mientras Harry se dirigía hacia la profesora, Snape sonrió de forma siniestra a los alumnos de Gryffindor. Ron y Hermione enseguida supieron por qué: se había terminado la tregua.

*                      *                      *

Harry acompañó a la profesora Greenwood por los pasillos, hasta que llegaron a la gárgola que custodiaba el despacho del director. Serena dio la contraseña " helado de hormigas", y ascendieron por las escaleras de caracol. Al entrar en el despacho, Harry se encontró una agradable sorpresa: Hocicos estaba allí, junto a Dumbledore.

Este último le hizo un gesto para que esperara, mientras Serena pasaba tras él.

- Profesora Greenwood, - dijo Dumbledore, cuando ésta hubo cerrado la puerta – quisiera presentarle al miembro de la Orden del Fénix que le quedaba por conocer. Tengo entendido que ya se han visto antes, pero me temo que las circunstancias de ese encuentro no fueron precisamente ... pacíficas. Sirius, si tienes la amabilidad...

Harry miró sorprendido a Sirius cuando éste recuperó la forma humana. Tenía el ojo izquierdo y el labio inferior hinchados.

- ¡Sirius!¿Quién demonios te ha hecho eso?

Sirius miró a la profesora Greenwood, que carraspeó ligeramente y levantó la mano derecha mientras estudiaba con detenimiento sus zapatos.

 - La profesora Greenwood tuvo la desgracia de perder a su madre en la explosión con la que Peter Pettigrew escapó. – explicó Dumbledore, viendo la mirada molesta de Harry – Fue testigo de lo ocurrido y a simple vista la culpabilidad de Sirius Black parecía evidente.

Serena levantó la mirada del suelo y se dirigió hacia Sirius, que retrocedió ligeramente cuando ella le tendió la mano.

- Lo lamento. Sev... el profesor Snape me lo explicó todo – dijo ella, azorada – Siento muchísimo lo de anoche, le ruego que me disculpe.

La profesora tenía tal expresión de arrepentimiento que Sirius no pudo menos que sonreír.

- Bueno, mi aparición no fue precisamente oportuna de todas formas. Por cierto, me sorprende que sea usted la novia de Snape. Parece una mujer inteligente.

- ¿Novia? – preguntaron Dumbledore y Harry a la vez.

- Bueno, cuando los interrumpí ayer estaban a punto de be...

¡BLAM!

La puerta del despacho se abrió violentamente para sobresalto de Harry, Sirius – que se convirtió en perro en el acto - y Dumbledore; y para alivio de Serena. Snape entró en la habitación, con la túnica ondeando a su alrededor.

- ¡SE ACABÓ! – gritó, echando fuego por los ojos – ¡ME RINDO!

- Severus, por favor, cálmate. – dijo Dumbledore - ¿Qué ocurre?

- ¡OTRA MAZMORRA PERDIDA!¡NEVILLE LONGBOTTOM HA CONSEGUIDO VOLARLA!¡ME NIEGO A CONTINUAR ENSEÑANDO A AQUELLAS PERSONAS CUYA TOTAL INCAPACIDAD LES HACE PELIGROSAS!

- Hablaremos de ello más tarde, Severus. – respondió Dumbledore, con voz firme pero un especial brillo en los ojos – De todas formas ya conoces la normas del colegio.

Por un momento pareció que el profesor iba a protestar, pero se detuvo sin motivo aparente. Dirigió una mirada a la profesora Greenwood, que le sonrió de un modo extraño, y salió de la habitación.

Dumbledore se volvió hacia Harry y Sirius, que había vuelto a transformarse. Parecían bastante aturdidos.

- ¿Por donde iba? Ah, sí. Me alegro de que se haya firmado la paz entre Serena y tú, Sirius. Harry y tu podéis charlar aquí lo que queráis. La profesora Greenwood y yo nos vamos a almorzar. ¿Vamos, Serena?

Ella asintió en silencio, y ambos salieron de la habitación.

*                      *                      *

Habían pasado un par de semanas desde que Neville volara la mazmorra cinco, y el colegio estaba ya sumido en el ajetreo navideño. Los alumnos de Estudios Muggles andaban desesperados buscando libros cortos que resumir, a excepción de Hermione, que había leído tantos que no sabía qué resumen entregar. Y eso que los gemelos le habían birlado unos cuantos y los vendían al mejor postor.

Cuando empezaron las vacaciones, la gran mayoría de los alumnos se quedaron en el colegio, ya fuera por el baile de Navidad, o porque sus familias preferían que estuvieran en un lugar seguro tras el regreso - ya reconocido incluso por el Ministerio – de Lord Voldemort.

Rumores acerca de parejas recorrían el castillo de lado a lado, aunque los que afirmaban que Draco Malfoy y Ginny habían estado citándose, parecían esquivar al resto de los Weasley. Por si las moscas, Harry y Hermione volvían a llevar las varitas a punto.

A Severus Snape nunca le había apasionado la Navidad. Aunque no lo hubiera admitido ni bajo un Cruciatus, no la odiaba. Sencillamente no la comprendía, y una máscara de profundo aborrecimiento le libraba de incómodas situaciones. En su casa nunca la habían celebrado – no era una tradición muy extendida entre las familias formadas íntegramente por mortífagos – y francamente no le veía la gracia.

La mañana del día antes de Navidad, se dirigía a la sala de profesores para una reunión cuando vio a dos alumnos en el pasillo. Las vacaciones ya habían terminado, y ningún estudiante – excepción hecha de Hermione Granger – se acercaría a las aulas por voluntad propia. Se dirigió hacia ellos, y pronto distinguió el pelo rubio y engominado de Malfoy. Sorprendido, no tardó en reconocer a la chica pelirroja que hablaba con él. Ginny Weasley.

¿En qué diablos estaba pensando ese chico?. Una y mil veces le había advertido lo peligroso que era el doble juego, que el más pequeño desliz podía ser fatal. Hasta el momento lo había llevado a la perfección, y ahora se lo encontraba en un desierto corredor, a todas luces coqueteando con la pequeña de los Weasley. Si Lucius Malfoy se enteraba, era capaz de matarlo personalmente. Apretó el paso.

Cuando ya se encontraba a escasos metros de la pareja, que parecía absorta en la conversación, la puerta del despacho de Estudios Muggles se abrió repentinamente y la profesora – otra que llegaba tarde a la reunión - salió disparada. Chocó con él y los papeles que llevaba en los brazos cayeron por todas partes.

Mientras se agachaban a recogerlos, con Serena pidiendo disculpas, él buscó con la mirada a los dos jóvenes. Habían desaparecido, probablemente por algún pasadizo. Empezó a recoger papeles.

- Severus... ¿tiene algo que hacer esta noche? – preguntó Serena, mientras rasgaba sin querer un resumen del Ulises de James Joyce. Lo miró sorprendida.– Me pregunto quién habrá tenido la paciencia... ah, claro. Hermione.

- No, ¿por qué? – respondió él, arreglando el papel con un movimiento de su varita.

- Bueno, me preguntaba si le apetecería cenar con Amy y conmigo esta noche...

- ¿Esta noche?

- Ah, claro, lo olvidaba. Aquí no es una tradición muy extendida, pero mi madre era española y bueno, la víspera de la Navidad hacíamos una cena en familia. La llamaba "cena de Nochebuena".

El sonrió.

- Vaya, no había vuelto a oírle hablar en español desde aquel incidente en quinto curso con su amiguita, ¿cómo se llamaba?

- Emily.

- Ah, sí. Emily Reed. Aunque sospecho que aquella vez eran insultos.

Serena se sonrojó.

- Desde luego ... y de los peores. Bueno, ¿qué dice? ¿se apunta?.

- Será un placer.

*                      *                      *

Tras la comida, Harry se sentó en la sala común y empezó a sacarle brillo a su Saeta de Fuego. La sala de Gryffindor estaba a rebosar. Un grupo de chicas de cuarto curso parloteaban alborotadas acerca del baile del día siguiente en una de las mesas. Los gemelos Weasley conversaban en voz baja en un rincón, con aire conspirador y sonrisas traviesas en el rostro. Era evidente que tramaban algo, pero cada vez que alguien se acercaba demasiado a ellos se ponían a hablar de tonterías.

Ron y Hermione estaban sentados uno a cada lado, sin dirigirse la palabra. Por lo poco que pudo entender de la discusión a gritos que había tenido lugar durante todo el camino desde el comedor hasta la torre, tenía que ver con la alegría de Hermione al recibir una carta de Victor Krum. Harry se adelantó para no oírlos. Sabiamente había optado por no meterse en su conflictiva vida amorosa.

Echó una mirada a uno y otra, y volvió los ojos al techo. Al bajarlos, vio que alguien entraba disimuladamente en la sala. Era Ginny. Se fijó en su cara, tenía los ojos enrojecidos. Al parecer había estado llorando. Trató de dirigirse hacia el dormitorio de las chicas, pero Hermione se dirigió rápidamente hacia ella y la interceptó antes de que llegara a las escaleras.

- ¿Te encuentras bien, Ginny? – preguntó.

- Sí...

- ¿Al final vas a ir con él al baile?

Ella negó con la cabeza.

- Draco me ha dicho que sólo lo hizo para que no fuera con Harry, y que él ya estaba comprometido con Pansy Parkinson.

- Oh, maldito cerdo...

- Lo peor es que no me lo creo, estoy segura de que mentía, pero ¿por qué?...

- ¡ASÍ QUE SÍ QUE IBAS A IR CON ÉL!¿TÚ ERES TONTA, HERMANITA? – gritó Ron, que se había acercado en el peor momento.

- ¡TÚ NO LE CONOCES!

- Ginny, ya sé que estuvo muy amable contigo últimamente, pero tienes que reconocer que no es precisamente un santo... – terció Hermione. – Entiende que estemos preocupados...

- ¡El no es como vosotros pensáis, estoy segura!- exclamó Ginny.

- ¿Ah, no? – dijo Ron, con una exagerada nota de sarcasmo en su voz - ¿Y cómo lo sabes?

- LO SÉ Y PUNTO. – gritó Ginny, enrojeciendo rápidamente – ME VOY A MI CUARTO, ASÍ QUE ¡DEJADME EN PAZ!

Y subió las escaleras a la carrera.

Mientras Ron y Hermione discutían acerca de si la actuación de este último había sido o no lo suficientemente delicada, Harry subió las escaleras y llamó a la puerta de la habitación de las chicas de cuarto.

Ginny le abrió. Se quedó un poco sorprendida al verle en el umbral.

- Ginny...

- ¿Tú también vienes a molestarme con lo de Draco? – gruñó ella.

- No, no exactamente.

- ¿Entonces?

- Bueno, el caso es que yo no tengo pareja para el baile, y como tú tampoco... pensé que a lo mejor querrías ir conmigo. – dijo tranquilamente.

- ¿Por qué haces esto, Harry?

- Bueno... si lo que te ha dicho Malfoy es verdad (cosa bastante probable en mi opinión) le va a fastidiar un montón.

- ¿Y si no?

- Oh, vamos Ginny. Eres una chica fuerte. No pretenderás quedarte encerrada en la torre como una princesa ultrajada mientras los demás se divierten, ¿verdad?. No dejes que Malfoy te amargue la vida, sea por el motivo que sea.

Ginny suspiró.

- De acuerdo. ¡Qué diablos!. Me moría de ganas de ir al baile...

*                      *                      *

A eso de las cinco de la tarde, Severus Snape abandonó su despacho y se dirigió a la torre este. Desde la comida había estado pensando en la conversación que tuvo con Draco Malfoy, justo después de la reunión de profesores. A duras penas consiguió convencerlo de que cancelara su compromiso con Ginny Weasley para el baile de Navidad. El chico había insistido en que podía presentarlo como una estrategia para fastidiar a Harry Potter, pero Snape no lo creía posible. Era buen observador, y la atracción de Draco hacia la señorita Weasley era demasiado evidente para parecer fingida. Aún así tardó bastante, y el chico no cedió hasta que le hizo darse cuenta de que él no era el único que se metía en problemas.

- Lord Voldemort no tuvo ningún reparo en matar a un Weasley, señor Malfoy. Y créame, tampoco los tendrá con ella si decide usarle como ejemplo de lo que no debe hacer un mortífago.

Draco había mirado hacia un lado al oír esto, pero por la expresión de su rostro dedujo que al fin había comprendido.

- Otra cosa. Asegúrese de que no vaya al baile mañana. Sé que no quiere hacerle daño, pero no podemos correr riesgos. Piense que herir sus sentimientos es preferible a que Voldemort la tome con ella.

Torció el gesto al empezar a subir las escaleras de la torre. Actuar como agente doble era muy duro, y Draco Malfoy había empezado de muy joven. Hasta ese momento no había sido consciente de las consecuencias que podía tener sobre su vida, especialmente sobre sus afectos. Y la adolescencia podía hacerse muy difícil, mucho más de lo que solía serlo.

Cuando llegó a las habitaciones de la profesora Greenwood, pensó que era preferible tener a Voldemort planeando sobre su vida como la negra sombra de la muerte, que continuar fingiendo. Como ella también estaba en el punto de mira de todos los mortífagos del Reino Unido, ya no podía ponerla en más peligro del que estaba.

Iba a llamar a la puerta cuando oyó un grito.

- ¡APÁRTATE, AMY!

- ¡MAMÁÁÁÁ!

- ¡Alohomora!

La puerta se abrió y entró rápidamente. Nada más verlo, Amy se abrazó a su pierna izquierda, sollozando. En el comedor todo aparentaba normalidad excepto...

Un inmenso abeto estaba en el suelo, moviéndose como si tratara de levantarse de nuevo.

- ¡BUAAAH! ¡EL ÁRBOL SE ESTÁ COMIENDO A MI MAMÁÁÁÁ!

Él tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír. Apuntó con la varita al árbol.

- Wingardium Leviosa.

El abeto se alzó lentamente. Girando con cuidado la varita, lo puso de nuevo en posición vertical y lo dirigió hacia la maceta.

Serena se sentó en el suelo, escupiendo hojas.

- No lo entiendo – dijo, mientras la niña iba corriendo hacia ella – Le pedí a Hagrid un abeto "grandecito", no una secuoya gigante... Traté de moverlo un poco y...

- ¿Por qué no utilizó la varita? – preguntó Snape sorprendido – Le hubiera sido más fácil.

- ¿Por qué diablos se cree que me cayó encima? – respondió, incorporándose y consolando a Amy – Definitivamente no estoy hecha para la magia. ¿Por cierto, qué hace tan pronto por aquí?

- Bueno, no tenía nada que hacer y pensé que a lo mejor le iría bien que le ayudara con las preparaciones. – miró las ramas rotas y peladas del abeto, y lo hizo girar para que quedaran contra la pared – Creo que ha sido una buena idea...

Ella se rió.

- Cierto, si hubiera venido más tarde me hubiera encontrado debajo del árbol y hubiéramos tenido que cenar en las cocinas. ¿Por qué no ayuda a Amy a decorar el árbol?. Yo empezaré a preparar la cena.

- Pero yo no sé...

- Oh, no se preocupe. Amy es una experta. ¿A que sí, Amy? – la niña asintió con orgullo – Sólo tiene un pequeño problema con su estatura... Yo empezaré a preparar la cena.

*                      *                      *

Quince minutos más tarde, Snape estaba agotado. La niña quería poner los adornos ella misma, y no se atrevía a hacerla flotar como al árbol, de modo que tuvo que sostenerla, primero en brazos y luego a hombros.

- ¡A la izquierda! – ordenaba Amy.

Él daba un paso a la izquierda.

- ¡Nononono!¡La otra izquierda!

Dos pasos a la derecha.

- ¡No llego!

Un paso hacia delante.

Y así, tres cuartos de hora.

Sin lugar a dudas, el momento más duro fue cuando hubo que colocar la estrella, y tuvo que apañárselas para sostener a la niña en plancha con los brazos estirados. Diez minutos en esa posición hasta que ésta se mostró satisfecha con la culminación del árbol.

Volvió a cogerla en brazos y ambos retrocedieron unos pasos para estudiar el resultado. Ha quedado bien, pensó.

- ¿Te gusta así, Amy?

- ¡Prefecto! – respondió la niña, con un profundo suspiro de satisfacción.

Por el rabillo del ojo vio desaparecer la silueta de quien llevaba al menos cinco minutos observándolos desde la puerta de la cocina. Dejó a la niña, que volvió con sus juguetes, y fue hacia allí.

La cocina estaba repleta de comida, ollas y electrodomésticos muggles. Serena estaba volcando lo que parecían caparazones de algún crustáceo.

- Creo que eso iba a la basura, y no a la olla – afirmó Snape, mirando las gambas peladas que había en un plato.

- No, no... Se hace así. Se flambean las cáscaras y luego queda un caldo muy rico. – respondió ella, echando un largo chorro de licor sobre las mismas.

- ¿Flambear?

Serena puso un poco de licor en un cucharón y lo encendió. Dejó caer el líquido inflamado en la olla, de la cual surgió una columna de fuego.

- Empiezo a comprender por qué fundía tantos calderos... – comentó él.- Por cierto, ya hemos acabado con el árbol, ¿qué puedo hacer ahora?.

- Si no le importa poner la mesa... Los manteles están en este cajón, en éste otro los cubiertos, y aquí está la vajilla – dijo Serena, señalando un pequeño armario con dos puertecillas que colgaba de la pared.

Snape señaló con la varita los sitios que ella le había indicado.

Mientras Serena se disponía a triturar las gambas, los manteles salieron volando hacia el comedor. Acto seguido, los cubiertos, mientras vaciaba las gambas trituradas en otra olla. Y como no podía ser de otra forma, en el momento en que fue a dejar el bol, ya vacío, en el fregadero, se abrió de golpe el armario de la vajilla y una de las puertas le golpeó con fuerza en la frente.

Con aire de quien está acostumbrado a esas cosas, Serena depositó suavemente el bol, y retrocedió un paso, bizqueando.

- Ay... – gimió, justo antes de desplomarse contra el suelo.

*                      *                      *

El susto que se llevó Severus Snape cuando volvió de supervisar los aterrizajes en la mesa del comedor fue digno de verse.

Afortunadamente, a partir del chichón de la frente de ella y del abollamiento en la puertecilla de aglomerado, le resultó fácil reconstruir la secuencia de los acontecimientos.

Se arrodilló a su lado y la incorporó hasta dejarla sentada en el suelo. Cuando ya se planteaba si echarle un vaso de agua a la cara, ella volvió en sí.

- Maldito Murphy... – murmuró, atontada.

- ¿Quién?

- Él enunció las leyes que rigen mi vida...

- Definitivamente, se ha dado un buen golpe – aseguró Snape, mientras la rodeaba con los brazos y la ponía en pie. Sujetándola por la cintura con un brazo, apuntó con su varita al chichón, que pronto empezó a disminuir, mientras ella iba recuperando lentamente la normalidad.

- ¿Se encuentra mejor? – preguntó él, cuando los ojos de la profesora recuperaron su viveza habitual. Ella asintió y al hacerlo se llevó una mano a la frente con una mueca de dolor.

El detuvo su mano con la suya a la altura de la mejilla.

- No se lo toque, aún no se ha curado del todo. Dentro de unos minutos ya no le dolerá.

Serena retiró su mano. Él no. Ella levantó la mirada, para encontrarlo con una expresión que ya había visto una vez antes, en el lago. Cerró los ojos al notar cómo sus dedos se deslizaban suavemente por el contorno de su rostro hasta detenerse en la barbilla y inclinarla hacia arriba. El brazo que le rodeaba la cintura la impulsó delicadamente hacia delante y un momento más tarde sintió la presión de sus labios.

Una vez recuperada de la impresión inicial, ella decidió tomar parte más activa y le rodeó el cuello con los brazos, sin dejar de besarle. Y no se sabe cuánto tiempo hubieran pasado en tan agradable ocupación, de no ser por Serena, que al cabo de unos tres minutos se separó de él.

- ¡Maldición!

- ¿Qué pasa? – preguntó Snape, adorablemente aturdido por tan súbita interrupción.

- ¡La comida! ¡Se me va a quemar!

Afortunadamente, la cena no resultó afectada por el despiste de la cocinera. Tras la misma, los tres se sentaron en el sofá, repletos y picando dulces como manda la tradición. Y mientras Amy miraba embobada una película de dibujos animados, sentada en el regazo de su madre, ésta y el profesor Snape se quedaron dormidos.

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Mil perdones por el retraso, entre el trabajo y una mala semana no estaba muy inspirada... Espero que la longitud del capítulo os compense. Me temo que a partir de ahora no podré mantener el ritmo inicial de capítulo por semana, porque ahora ya tengo que empezar a atar cabos sueltos y demás...

Por cierto, creía que me ibais a matar por apalizar a Sirius, pero ya veo que os parece un poco chulito a la mayoría...

Muchísimas gracias a todos por los reviews:

Patty*Potter, Lina Saotome, Guty, Hermione12 (Serena sólo conocía a tres de los cuatro miembros de la orden del Fénix, ¡y ánimo con el capítulo doce!), Sailorangi (tus preguntas acerca del baile serán respondidas... en el próximo capítulo), LaLi (perdóname, no quería tardar tanto ... no quiero sufrir las consecuencias de mi retraso..), Esmeralda, Ucchan, Ryoga Skywalker, Wilbur (por cierto, LaLi es tu hermana?), Cali-chan (¿escargot?¡A mí me encantan!. Por cierto, si hubiera sabido antes que tenías babosas tóxicas mutantes te las pido para alguna clase de Cuidado de Criaturas Mágicas), aide (bueno, es que el protagonista en este caso es Severus Snape; y Harry se enteró de lo de los dementores porque pensé que si hubiera ocurrido en alguna de las novelas, de un modo u otro él se habría enterado...), Nimph, May Potter, Charis S., Princess Leia Skywalker,Liza, Beta Reader Number One y Phoenix (ok, te enviaré el e-mail lo antes posible. Y como ves, este es muuuucho más largo que el anterior - ¡ay! mis deditos...).