Harry Potter
y la increible batalla de chascos
Por:
Megawacky Max
-o-
-Capítulo 6-
El regreso de las lechuzas
Los recuerdos de la torta explosiva de los gemelos perduró por varios días. Fred y George le confesaron a su madre que no habían hechizado la torta, sino que la habían reemplazado por una idéntica. Fue cuestión de traer la torta verdadera para que la fiesta sorpresa de Harry terminara en éxito.
Ron le enseñó a Harry a jugar con sus nuevas canicas mágicas. Era mucho más divertido, porque cada canica tenía un efecto especial. Las de centro luminoso giraban repentinamente en cualquier dirección; las enteramente fosforecentes daban un pequeño salto justo antes de chocar contra otra canica fosforecente; las canicas restantes (las que parecían llenas de partículas luminosas) tenían el efecto más espectacular: emitían una pequeña descarga de luces al chocar contra otra canica, y si chocaban contra otra canica de partículas el efecto era reemplazado por un potente estallido de chispas. Harry tuvo problemas para acostumbrarse a la variedad de efectos y jugadas, por lo que Ron no tuvo problema alguno en ganarle los primeros cuarenta y tres juegos.
Aunque se sentía mucho mejor de ánimo luego de su fiesta, el paso de los días fue amargando un poco a Harry. Pigwidgeon había regresado a su casa, pero parecía ser que era la única lechuza que lo había logrado. Ron evitó a toda costa que se la utilizara para enviar nada a nadie, porque no quería arriesgarse a perderla de nuevo. Como Harry ya había notado, no importaba cuánto se quejara Ron de su mascota; sabía que la quería.
Faltaba sólo una semana para el primero de Septiembre, fecha en la que se iniciaban las clases en Hogwarts, pero como no había correo de lechuzas, nadie había recibido ninguna carta sobre los materiales para el nuevo curso, por lo que nadie sabía qué libros o elementos había que comprar. Los gemelos y Ron no se preocuparon en lo absoluto por aquello, pero Hermione empezaba a ponerse muy nerviosa al darse cuenta que la carencia de libros podría ser una especie de catástrofe a su método compulsivo de estudio y aprendizaje. Harry llegó a pensar que Percy actuaba con total normalidad al compararlo con la actitud histérica que Hermione desarrollaba por aquellos días, y eso que Percy había intentado materializarse en su oficina con todo y la cama que lo mantenía atado (afortunadamente, el señor Weasley echó una protección mágica a la cama, que le evitaba a Percy hacer cualquier conjuro con o sin varita).
El señor Weasley tampoco tenía idea del destino de las lechuzas, y como era parte del Ministerio de la Magia, no había muchas esperanzas de que alguien allí supiera nada del tema. Harry había pensado que podría tomar una pluma de Pigwidgeon, colocarla en la brújula de ubicación que le había regalado Hermione, y seguir a la pequeña lechuza a la distancia para ver si -de casualidad- los conducía ante las demás de su especie; pero el señor Weasley no estaba de acuerdo, aunque no descartaría la idea si la situación continuaba así.
Entre tanto, Percy seguía como loco, los gemelos hacían cada vez más ruido en su habitación, Ginny se inhibía ante la presencia de Harry y la señora Weasley lo trataba como a un hijo perdido. Fue entonces que, una mañana, las cosas dieron un vuelco repentino.
Harry se había despertado en la habitación de Ron mucho antes de lo que usualmente lo hacía. Apenas había amanecido. Intentó volver a dormirse, pero no podía. Parecía como si algo le impidiese dormir... como si algo le pidiese que no durmiera. Pensó que un vaso de leche tibia podría hacerlo descansar, así que salió de la cama y, en silencio, bajó las escaleras hasta la cocina. La casa estaba en total silencio...
¿En total silencio?
Entonces, ¿qué era aquel murmullo de voces? Había alguien en la cocina... y eran más de uno. Harry lo supo por la cantidad de diferentes murmullos. Se acercó a la puerta y permaneció con la espalda pegada en la pared, tratando de afinar el oido. Reconoció la voz del señor y la señora Weasley... pero había otras dos voces... Una de ellas era demasiado familiar, pero definitivamente desconocía la cuarta.
-¡Así que eso es lo que ha estado pasando!
-¡Ssshhh! Arthur, baja la voz... Vas a despertar a todos.
-Lo siento, Molly... Bueno, me alegra que no les haya pasado nada malo.
-No quise alarmar a nadie -dijo aquella voz tan familiar-, pero... ¡Si el Ministerio se enteraba!
-No puedo culparlo, Dumbledore.
A Harry casi se le cae el alma a los pies. No pudo evitarlo; entró a la cocina y vió al señor y la señora Weasley sentados a la mesa, hablando ni más ni menos que con el mismísimo Albus Dumbledore, director de Hogwarts, de largo pelo y barba plateados. Había otro mago junto a Dumbledore que Harry nunca había visto.
-Hola, Harry -sonrió Dumbledore-. ¿Madrugando, eh?
-¡Harry! -dijo el señor Weasley en cuanto lo vió.
-¡Profesor Dumbledore! -dijo Harry-. ¿Qué está haciendo aquí?
-Lamento haberte asustado, Harry -dijo-. No te preocupes. Estoy aquí para buscar a la última lechuza sin entrenamiento del país.
Por supuesto, Harry no entendió eso.
-¿Eh?
-Vaya -rió Dumbledore-, veo que voy a tener mucho que explicar.
Dumbledore miró a Harry con su clásica mirada bondadosa.
-Me imagino -dijo- que te has preguntado sobre Hedwig, ¿verdad?
-¿S-Sabe dónde está?
-Claro que lo sé, y no debes preocuparte. Está en perfectas condiciones. Más que perfectas, diría yo.
-No entiendo...
-Entonces toma asiento, por favor.
Harry se acercó a la mesa y se sentó junto a la señora Weasley.
-Harry -comenzó Dumbledore-, quiero presentarte a Mundungus Fletcher. Entrenador de lechuzas.
Dumbledore señalaba al hombre junto a él. Era casi tan alto como el señor Weasley, pero un poco más robusto. Tenía barba y bigote abundante y negro, y un enmarañado corte de pelo que parecía hecho por sí mismo. Mundungus Fletcher extendió la mano.
-Y tú has de ser el famoso Harry Potter.
Dijo eso a la vez que, de forma automática, sus ojos se detenían en la cicatriz en forma de rayo en la frente de Harry. Un poco confundido, Harry estrechó su mano.
-¿Entrenador de lechuzas? -preguntó Harry.
-El mejor de toda Gran Bretaña -aseguró Fletcher.
-Dumbledore acaba de contarnos sobre la desaparición de las lechuzas, Harry -explicó el señor Weasley-. Todo fue planeado por él.
Harry miró automaticamente a Dumbledore.
-¿Y por qué haría eso?
-Bueno, ciertamente hay una buena explicación -sonrió Dumbledore-. Harry, de seguro recuerdas cierto incidente durante el final del último curso -Harry asintió con pesadez-. Bien, como sabes, no son muchos los que están al tanto del regreso de Voldemort -y aquí la pareja Weasley se echó atrás en un salto.
-¿Qué tiene que ver con...?
-Tiene mucho que ver -atajó Dumbledore-. Las lechuzas son el medio de comunicación de los magos, y era necesario que nuestras fieles mensajeras estén preparadas para lo peor.
-¿Lo... peor? -preguntó Harry.
-Imagina esto... ¿Qué pasaría si el Señor de las Tinieblas dominara a las lechuzas, digamos, con el maleficio Imperius?
Harry se detuvo a pensar. El maleficio Imperius era uno de los maleficios imperdonables. Si era utilizado, la víctima quedaría a total disposición del atacante, obedeciendo ciegamente a sus órdenes.
-Eh... ¿Controlaría el correo?
-Una respuesta acertada -dijo Fletcher-, pero no la más indicada.
-Harry, imagina que puedes hacer que tu lechuza haga EXACTAMENTE lo que pides. Podrías hacer que te lleve a la casa de tu enemigo. Las lechuzas tienen un voto de confianza que las hace evitar traicionar a sus dueños, por eso son un medio seguro de mensajes.
-Pero si son hechizadas -agregó Fletcher-, el Innombrable podría llegar a cualquier persona... sin que ésta lo sepa.
Un pensamiento muy desagradable atravezó la mente de Harry. De hecho, sería horrible que Voldemort tuviera semejante acceso a los demás.
-Pero... -preguntó-, ¿qué tiene esto que ver con que hayan desaparecido?
-Ah, esa fue una de mis más brillantes ideas -dijo Dumbledore-. Mundungus Fletcher fue el más aplicado estudiante de Cuidado de Criaturas Mágicas en Hogwarts. Desarrolló un conocimiento único en la materia.
-Podría haber llegado a un buen puesto en el Ministerio -dijo el señor Weasley-, pero no pudo con su...
La señora Weasley le dió un pequeño codazo a su marido, interrumpiéndolo. Dumbledore continuó.
-En fin -dijo-, Mundungus es uno de los pocos magos que realmente confían en mí. Tu padrino fue a su encuentro al final del último curso.
-Pobre Sirius -dijo Fletcher-. Siempre creí que él... No importa.
-El caso es que accedió a ayudarme con las lechuzas. Mi plan era simple, pero iba a requerir la total detención del sistema de mensajes con lechuza. Fudge nunca lo habría aceptado.
-Pues su plan provocó un verdadero caos en el Ministerio -dijo el señor Weasley. Su mujer volvió a codearlo.
-Era necesario -dijo Dumbledore-. Junto con Mundungus, hemos lanzado un gran conjuro llamador que sólo las lechuzas podían escuchar. Todas vinieron al castillo de Horwarts. Nadie está ahí durante las vacaciones. Con la ayuda de Mundungus, y de otros magos de confianza, conseguimos entrenar a todas y cada una de las lechuzas de Gran Bretaña para poder enfrentarse a algunos de los maleficios más potentes.
-El Imperius, por ejemplo -declaró Fletcher-. Hemos conseguido darle más fuerza de carácter a las lechuzas. Muchas de ellas no tendrán problemas en combatirlo. También hemos logrado grandes mejoras en su velocidad y forma de volar. Serán más capaces de evadir peligros de esa forma.
-Entonces las lechuzas ya estarán de vuelta en los cielos, ¿verdad? -preguntó el señor Weasley.
-En efecto -asintió Dumbledore-. Las hemos soltado anoche. Deben estar dispersándose para entregar las muchas cartas y paquetes. Je, creo que había olvidado ese detallito. Pobres criaturitas, ahora tienen mucho trabajo atrasado.
-Bueno, al menos ya están preparadas -sonrió la señora Weasley.
-Me temo que aún falta una -declaró Fletcher.
A continuación, sacó de su capa un pequeño silvato de plata y oro y dio un fuere soplido con él... pero nadie escuchó ni un sonido. Sin embargo, se escuchó de repente el sonido de algo metálico rodando por las escaleras y haciendo mucho escándalo. Finalmente, apareció en la cocina la jaula de Pigwidgeon, con la pequeña lechuza adentro. Harry comprendió que aquel silvato emitía un llamado para lechuzas, y que era tan potente que la mascota de Ron intentó volar con todo y la jaula, haciendo que inevitablemente rodara escaleras abajo.
La señora Weasley se apresuró a abrir la jaula. Pigwidgeon salió volando y comenzó a girar alrededor de Mundungus Fletcher.
-Así que aquí está la que faltaba -dijo-. Pigwidgeon, ¿verdad?
-Sí -dijo la señora Weasley.
-Esta pequeña lechuza ha sido todo un desafío. Es demasiado entusiasta. Voy a tener que llevármela para un curso intensivo.
-Bueno -dijo el señor Weasley-, supongo que Ron entenderá...
-¿Qué es todo ese alboroto? -dijo Fred mientras bostezaba.
Los gemelos, Hermione, Ginny, Ron e incluso Penélope Clearwater, todos en camisones y pijamas y con caras de adormecidos, se encontraban en la puerta de la cocina.
-¿Qué hace el director en la cocina de la casa? -preguntó Ron.
-¿Quién es ese hombre? -preguntó Ginny.
-¿Sabían que Percy se despertó sobresaltado, creyendo que había una crísis de trabajo? -dijo Penélope.
-¡Vaya -sonrió Dumbledore-, ahora sí que tengo mucho que explicar!
* * *
Luego de que Dumbledore y Fletcher explicaran todo lo acontecido con respecto a la desaparición de las lechuzas, las cosas volvieron a la normalidad en La Madriguera. La señora Weasley insistió en que los invitados se quedaran a comer, pero Dumbledore rechazó la oferta.
-Gracias, Molly, pero me temo que no. Aún debemos hacer mucho.
-¿Seguro que no? -preguntó Fletcher-. No me caería mal un...
-No podemos -interrumpió Dumbledore-, pero estaremos encantados en otra ocación.
Dumbledore y Fletcher (y Pidwidgeon también) desaparecieron entre las llamas de la chimenea, gracias a los efectos de los polvos flú.
-Ese Fletcher... -murmuró el señor Weasley en cuanto éste se fue entre las llamas-... pobre muchacho. Si tan sólo no fuera tan...
-¿Papá?
Ron lo había llamado desde la mesa, porque el señor Weasley estaba mirando a la chimenea.
-¿Eh? ¿Qué? ¡Ah! -reaccionó-, eh, bueno, me alegro que se haya resuelto lo de las lechuzas. Supongo que habrá que esperar un poco para que regresen a sus puestos de trabajo, y... ¡Epa!
No hubo que esperar ni siquiera un minuto. En ese instante, algo así como veinte lechuzas estaban intentando entrar por la ventana cerrada de la cocina. Todas traían una edición de El Profeta. Fred abrió la ventana y alcanzó a agacharse, antes de ser atropellado por la bandada de lechuzas que se precipitaron al interior de la casa. Los Weasley, Harry y Hermione debieron esconderse bajo la mesa para evitar ser golpeados por las alas que se agitaban en cada rincón de la habitación. Finalmente, cuando todo pareció calmarse, el señor Weasley asomó la cabeza por encima de la mesa; todas las lechuzas estaban sobre la superficie de madera, mirando al señor Weasley y extendiendo sus patas derechas, en las que se podía observar una pequeña bolsita marrón para que les paguen por entregar el diario.
-Eh, Molly... cariño -dijo el señor Weasley mientras volvía a esconderse bajo la mesa-, ¿tú tienes cambio, verdad?
