Harry Potter
y la increible batalla de chascos
Por:
Megawacky Max
-o-
-Capítulo 8-
Encuentro inesperado
Hacía dos años que Harry no paseaba por aquella calle rebosante de la más variada colección de negocios mágicos. El callejón Diagon se mantenía tal como Harry lo recordaba: una larga calle empedrada, con cientos de negocios a ambos lados.
El año anterior, las compras escolares fueron hechas por la señora Weasley, ya que Harry se encontraba disfrutando del Mundial de Quidditch. Parecía ser que no había habido cambios significativos en los negocios del callejón. Todos mantenían su aspecto curioso que lo obligaba a querer ver mucho más de lo que sus ojos enseñaban. Pero para poder comprar nada, primero hacía falta dinero.
Mientras la señora Weasley acompañaba a Ginny a comprar algunas cosas, junto con su esposo y los gemelos, Ron y Hermione acompañaron a Harry hasta Gringotts, el banco de los magos.
Gringotts era un edificio alto y de color blanco brillante. Estaba custodiado por gnomos y era el segundo lugar más seguro de todo el pais. Hermione y Ron esperaron afuera mientras Harry pedía ser llevado a su depósito. El viaje se hacía en unos carritos que se movían a velocidades de vértigo, por un laberíntico recorrido subterráneo. Finalmente, Harry entró en su bóbeda. Había montañas de Galleons, Sickels y Knuts por todas partes. Era la pequeña fortuna que sus padres le habían dejado, y era una suerte, porque nunca podría haberle sacado ni un centavo a los Dursley para comprar nada que se relacione con la magia... Mejor dicho, nunca podría haberle sacado ni un centavo a los Dursley para comprar NADA, y punto.
Con los bolsillos tintineando de monedas, Harry regresó a la superficie y encaminó junto a Ron y Hermione para comprar sus cosas. Hermione (todavía sonriendo) no dejaba de hablar para sí misma sobre lo buen prefecta que iba a ser. Ron, por su parte, no quería opinar. Temía que Hermione le sacara puntos a Gryffindor desde ese mismo momento.
La lista de libros obligaba a Harry a pasar por Flourish & Blotts, el local de libros mágicos. Harry notó que ya no estaba aquella enorme jaula de hierro en la vitrina, la que contenía ejemplares de "El monstruoso libro de los monstruos", una edición terrorificamente viva que Hagrid les hizo adquirir para su tercer curso. En su lugar, la vitrina estaba plagada por la más grande variedad de libros que nadie podría imaginar. Desde los gigantescos volúmenes de diezmil páginas hasta las pequeñísimas ediciones de un par de líneas de texto, todos parecían interesantes.
Entraron al local y el vendedor los atendió de inmediato.
-Buenos días -dijo-, ¿en qué puedo servirles?
-Busco... -dijo Harry, ojeando la lista-, "El pequeño libro de las grandes predicciones", de Andrea Futura.
-Un momento -dijo el vendedor, y desapareció por una puerta.
Hermione había dejado de sonreir.
-¿De verdad vas a seguir con Adivinación? -dijo.
-No es que me guste -confesó Harry-, es sólo que no quiero echarme atrás.
-Pues yo hice muy bien en dejar esa basura de lado.
Ron se tragó la respuesta sarcástica, porque el vendedor había regresado.
-Aquí está su libro -dijo, extendiendo la mano.
Harry no entendía. ¿Dónde estaba el libro? Sólo podía ver la palma del vendedor y... una especie de estampilla gruesa. Se dio cuenta.
-¿Ese es el libro? -preguntó con ingenuidad.
-Por supuesto. Es "El pequeño libro de las grandes predicciones". Cuando dicen pequeño, no lo dicen en broma. Con su compra viene este práctico monóculo.
El vendedor extendió su mano restante y le ofreció a Harry un extraño monóculo de cristal, redondo y con borde de metal dorado. Estaba atado con una fina cadena de oro que terminaba en un conveniente prendedor para la ropa.
-Ah, sí -dijo Ron-, es un monóculo mágico, Harry. Mira, úsalo.
Harry se quitó los lentes, tomó el monóculo y lo colocó frente a su ojo derecho. Las imagenes borrosas sin sus lentes volvían a tener forma.
-El monóculo ajusta la vista a la distancia -dijo el vendedor-. Pruebe con el libro.
El vendedor abrió la diminuta y frágil tapa del libro con la ayuda de una pinza para las pestañas. Harry observó la pequeña página, y se sorprendió. Gracias al monóculo, podía leer las microscópicas palabras.
-¡Fantástico! -dijo.
Harry y Hermione compraron todos sus libros (la mamá de Ron iba a comprar los suyos) y salieron del local con las manos llenas de literatura mágica. Salvo el diminuto libro de adivinación de Harry (que mantenía cuidadosamente guardado en su bolsillo, en un pequeño estuche de madera junto al monóculo), el único libro "raro" fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras, como bien lo notó Ron al abrirlo, cuando se sentaron en una mesa, en la terraza de Florean Fortescue, para tomar un helado.
-¡Está en francés! -exclamó Ron-. ¡El libro de defensa contra las Artes Oscuras está escrito en francés!
-Supongo que el nuevo profesor de la materia es de ese pais -sugirió Harry.
Lo cierto era que cada año tenían un profesor distinto en aquella materia. Muchos decían que estaba embrujada. Durante su primer año en Hogwarts, el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras fue un asustadizo sujeto (que resultó ser partidario de Voldemort); el segundo año trajo a la escuela al profesor más egocéntrico y "elegante" que Harry había visto, pero terminó su carrera educativa al efectuar un hechizo desmemorizante con una varita defectuosa; el tercer año fue uno de los mejores, porque el profesor había resultado un gran conocedor de la materia, pero también era un Hombre-Lobo, y desistió al cargo por motivos de seguridad; finalmente, el año anterior trajo a Hogwarts el profesor más macabro de todos: Alastor "Ojoloco" Moody, cuya cara llena de cicatrices, su pata de palo, su pedazo faltante de nariz y su ojo mágico espía nunca dejarían la menta de Harry. Pero aquel supuesto profesor no era más que otro de los partidarios de Voldemort, astutamente disfrazado bajo los efectos de la posión multijugos. Y pese a no haber tratado nunca con el verdadero Ojoloco, Harry sabía que su doble lo había imitado a la perfección, ya que engañó hasta al mismísimo Dumbledore.
-¿Quién será el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, este año? -preguntó Harry, hundido en sus pensamientos, mientras Ron trataba de leer la primera página del libro en francés.
-Quizá sea Madame Maxime -sugirió Hemione, ojeando sus propios libros-. ¿Recuerdan? La directora de Beauxbatons. La semigiganta de esqueleto grande.
Ron no pudo evitar reirse.
-Quizá -dijo-. No me imagino verla en un salón de clases. Me imagino que nos va a dar dolor de cuello a todos, por mirar hacia arriba y...
-Miren...
Ron y Hermione se callaron. Harry estaba observando algo, abajo en el callejón.
-¿Qué? -dijo Ron.
-Malfoy... Draco Malfoy.
Hermione y Ron miraron con cuidado. Vieron a Malfoy, observando una de las vitrinas de un negocio. Su pelo rubio era inconfundible.
Draco Malfoy era la persona más desagradable que Harry haya conocido. Peor incluso que su primo Dudley. Era procedente de una familia enteramente de magos, de esas que creian que los hijos de muggles no tenían derecho a entrar en Hogwarts. Con frases frias y sílabas arrastradas, Draco Malfoy conseguía molestar a quien quiera que se pusiera en su camino.
-¿Qué está mirando? -preguntó Hermione.
Harry y Ron pensaban lo mismo. ¿Qué estaba mirando? Aquel era un negocio de objetos mágicos de segunda mano, y si había algo que sabían con exactitud era que los Malfoy nunca compraban nada de segunda. Y, sin embargo, Malfoy parecía interesado en algo de la vitrina.
Luego de casi cinco minutos observando, Malfoy abandonó la vitrina y desapareció entre la multitud.
-¿Vamos a espiar? -sugirió entusiasmado Ron.
Harry y Ron bajaron a la calle con rapidez. Hermione prefirió quedarse sentada, mirar hacia el claro cielo azul, sacudir la cabeza y susurrar "¡Hombres!" mientras suspiraba con rechazo.
Ron llegó primero a la vitrina que tanto interés le dio a Malfoy, pero no parecía haber nada que valga la pena en aquel lugar. Harry también observaba con cuidado, para ver si notaba algún objeto especial, o espectacular.
Lo cierto es que no había nada de espectacular en aquella vitrina: viejos falsoscopios de bolsillo, algunos libros sin título, varias plumas viejas, y hasta un pequeño espejo de mano que mostraba a... ¿¿Hermione??
-¿Qué es ese espejo? -preguntó Harry.
Ron observó el espejo. Levantó ambas cejas.
-Es... Es muy tonto -dijo Ron, sonrojándose un poco.
-¿Puedes ver a hermione en él?
-¿Hermione? Nnnnno... Yo veo... No veo nada en él. Ningún reflejo. Debe ser un espejo mágico de segunda.
Harry se dio cuenta que Ron se movía con incomodidad. Volvió a observar la imagen en el espejo. Hermione seguía allí.
-Pues yo puedo ver a Hermione.
-¿Sabes algo, Harry? Sería mejor dejar de mirar. No creo que sea prudente ver espejos defectuosos.
Harry no pudo evitar pensar que ese espejo le decía algo. Ya en una ocasión, otro espejo le había mostrado a toda su familia, porque aquel espejo en particular mostraba el deseo más grande del observador.
-Voy a entrar a preguntar, a ver qué hace ese espejo -dijo Harry.
Estaba a punto de entrar, cuando escuchó una voz fria.
-Harry Potter en persona... Ahora estoy seguro, este es un mal día.
Era Malfoy. Había regresado.
-Ni te molestes, Malfoy. No querrás meterte en lios -dijo Ron-. Parece que los maleficios que te echamos en el tren no fueron suficientes.
Malfoy se veia herido, aunque no se notaba. Era cierto que tanto él como sus guardaespaldas, Crabbe y Goyle, habían sido afectados por una extraña combinación de maleficios, generando un resultado final muy raro y repugnante.
En lugar de responder directamente, Malfoy observó la vitrina.
-Lindo espejo, ¿no, Draco? -bromeó Ron.
-¿Qué hay con el espejo? -dijo Malfoy de mal modo-. Me parece horrible.
-Bien por ti -dijo Harry.
Inmediatamente, y antes de que Malfoy contestara, Harry le indicó a Ron que entrara a la tienda. Malfoy los siguió, aparentando que quería comprar algo.
El vendedor les preguntó qué querían.
-¿Qué hace el espejo de la vitrina? -preguntó Harry.
-Bueno, ese espejo tiene un encantamiento. Todo aquél que se vea en él, verá...
-¡Lo compro! -gritó Malfoy.
El vendedor parecía complacido.
-Serían diez Galleons, señor -dijo.
-¡Un momento! -dijo Harry-. ¡Yo iba a...!
-Muy tarde, Potter. Yo lo pedí primero... -dijo Malfoy, triunfante.
-Ni siquiera sabes para qué sirve -se quejó Harry.
-Eso no importa, Potter. Si yo puedo tenerlo, y tú no, entonces es mejor para mí.
Harry sostuvo a Ron por la manga para que no se lanzara sobre Draco. Este parecía complacido. Pagó los diez Galleons y les dirigió una sonrisa maligna a Harry y Ron mientras salía del local, cargando el espejo, bien envuelto. Se detuvo antes de salir, observó el interior de la vitrina y tomó un collar feo, hecho de unas pocas cuentas de colores, y lo enseñó a Ron.
-¿Por qué no compras éste, Weasley? Supongo que tienes cuatro Knuts en esos bolsillos rotos tuyos.
-Cuesta tres Sickles -informó el vendedor.
-¿Tres Sickles? -rió Malfoy-. Entonces no hay caso, Weasley, creo que me lo quedo yo. Sólo para fastidiarte.
Draco sacó tres brillantes monedas de plata del bolsillo de la túnica y los arrojó al mostrador.
-Que tengan un buen día, perdedores.
Draco abandonó el local, riendo. Harry soltó a Ron.
-¡Ya me cansó, Harry! ¡No sé cómo, pero voy a ajustar cuentas con él!
-Pues ya tienen algo de qué reirse -dijo el vendedor. Harry y Ron lo miraron-, porque ese collar apenas costaba quice Knuts, pero supongo que se lo merecía.
Un poco más alegres, Harry y Ron abandonaron el local.
Le contaron a Hermione del encuentro con Malfoy.
-Bueno, no pretendo alegrarme mucho por Malfoy. Los prefectos debemos ser imparciales.
-Hermione, no estamos en Hogwarts -le suplicó Ron-. No empieces con lo del prefecto desde ahora.
Hermione le dirigió una mirada tensa, del tipo McGonagall.
-Te vi reflejada en el espejo -dijo Harry.
-¿De verdad? -preguntó Hermione-. ¿Y tú qué viste, Ron?
-Absolutamente nada -declaró, aunque se le pusieron rojas las orejas.
El sol comenzaba a bajar, anunciando el arribo inminente de la noche. Harry y Hermione se reunieron con el resto de los Weasley para regresar juntos a La Madriguera. Harry ya había entrado a las llamas de la chimenea, cuando el extraño espejo de la tienda de segunda mano le regresó a la mente. ¿Por qué veia a Hermione en él? ¿Por qué Draco lo quería?
Esas dudas lo acompañaron hasta la cama, donde no pudo dejar de pensar en aquello, hasta que sus párpados le resultaron demasiado pesados como para mantenerlos abiertos.
