Capitulo Ocho
Path
Casa
Siguió viendo la pared. Llevaba mucho tiempo haciéndolo. *Días. Días aquí y aun no hay quietud... Siglos *. Sin respirar y al final era todo igual. *La misma pared, la misma pared... la misma maldita pared cercenándome *. Sus mano se cerraron sin encontrar en aquel gesto la calma que alguna vez creyó merecer. Después de horas, se miro las manos, estaban tibias.
"- Estamos aquí para hacer lo necesario, para proveer el velo que ellos siempre necesitaran..."
Recuerdos. Su padre observándola. Su padre disculpándose por el melodrama, su padre y el destino.
"-…ese es tu lugar.
-¿quién lo dice?.
- Vatos.
- y tu.
- he estado observándote por años.
- y aun no me haz visto- sonrío. Ella no.
- te he visto Emma- dijo con tristeza. Dolor. *Me haz visto padre…¿te gusto la vista? *.
- déjame decirte cuanto siento tu dolor.
- solo dime cuanto sientes el que no te haya leído cuentos.
- no eran cuentos lo que necesitaba en las noches padre…- latidos de silencio.
- muchas cosas no son justas- su voz delato levemente la potencia del golpe. *Culpa padre o solo sentimiento por los caídos *.
- en serio.
- sabes que afuera no habrías sobrevivido sola. Aquí puedes hacer algo.
-¿por qué?.
- porque nadie mas puede.
- cuan magnánimo padre, ¿es lo que le dijiste a ella? …¿Y ella te lo creyó?.
- lo entenderás a su debido tiempo.
- yo tomare la decisión acerca de mi destino.
- las cosas no funcionan así…no podemos cambiar lo que fuimos, lo que hicimos…no puedo…pero te ofrezco la oportunidad…
- que generoso.
- este es tu lugar Emma, es tu misión…y cuando tengas la suficiente tranquilidad sabrás…que es lo correcto- salió"
El Centro
Mr. Jones. Memorias congeladas en una pantalla. La encendió, y se quedo prendado de la imagen que le mostraba, como siempre. Respiro profundo y la vio en el jardín. Cuando era pequeña, ella amaba las flores. De pronto su respiración se congelo al ver el gesto, el mismo gesto. Sus manos entrelazadas frente a ella. Suave. Una niña de cabellos negros que no estaba ahí se le apareció. Una niña triste. La más hermosa niña que hubiera visto. Tenia los ojos violetas y el cabello ondulado y atado con una cinta. Llevaba un pequeño vestido, parecía una muñeca, la más hermosa, entonces la niña subió los ojos hacia su madre y le quito el aliento, pero no se lo quitaba a su madre.
- mamita - dijo la pequeña- ¿puedo cortar las rosas?- sin respuesta.
- claro que si... - respondió la niñera a su lado, la tomo en brazos y la beso- pero primero descansaras.
- no quiero descansar... - no por primera vez, Mr. Jones perdido en sus memorias, reparo en la palidez de la niña. Su estomago se contrajo... su niña no estaba durmiendo en las noches.
"No sabes lo que me han hecho, no sabes lo que he hecho...".
- te contare un cuento...
- ¡¡¡Siii!!...¿y dormirás conmigo?.
- claro que sí. - apago el monitor. Y se quedo viendo el vació, intentando respirar suavemente, para no sentir sus pulmones explotando de dolor.
Una semana después
Salió a caminar en la tarde, salió a ver como el sol se ponía mientras trataba de encontrar el valor de aceptar, el valor de dejar de sentir que el mundo estaba siendo malo con ella (casi sonrío ante eso).
Valor. Tan sobre dimensionada, tan malditamente sobre dimensionado que le hubiera arrancado la garganta a la persona que había inventado la palabra. Valor. Valor para evitar pensar que Madeleine tenia razón, valor de olvidar los dolores que la habían perseguido toda la vida de una maldita y jodida vez. Valor de pararse enfrente de las personas en el salón Blanco y arrancarles el corazón. Por siempre, para siempre. Se sentó y observo el agua correr mientras reunía el valor de reunir los pedazos y aceptar, en medio de la ira, en medio de todo el dolor que se había causado…que había dejado que él le causara (porque aun no podía decir su nombre)…que era cierto…que ella no era como los otros niños del jardín. Valor de reconocer…que su padre tenia razón.
Mira el sol…le susurro una voz... mira el sol y recuerda cada Uno de sus destellos. Mira el cielo y recuerda su color. Mira el sol Emma, mira el sol. Un sollozo salió ya no involuntario. Y entonces, después de todo ese tiempo, Emma lloro.
Lloro por los tiempos perdidos, por el amor no pedido, por el amor no otorgado, por la ira. Por la niña sola en el jardín, por la madre que no la veía, por el padre que la rechazo, por la vida que nunca fue, por sus lagrimas marchitas, y las horas junto a un reflejo que no era el suyo. Lloro por la subestimación, por la cobardía, por Dios, la soledad y el té chino. Lloro porque ya nadie escuchaba a las flores, porque el jardín ya no estaba ahí y ella lo extrañaba tanto.
Sollozos desgarrados, por las decisiones, por los pasos, porque ya nada era lo que no había sido, y porque en el fondo ella siempre lo supo. Y lloro por ella, las primeras lágrimas, verdaderas, fundamentadas, humanas. Por la hermana que nunca tuvo, y que ahora no podía amar. Por el padre que no la quería como ella ahora sabia, debió ser querida, por el hombre que despedazo su alma, eligiendo a otra y por el cual daría la vida sin dudar. Lloro, porque ya no estaba en aquella esquina llorando, porque no necesitaba ver el cielo como antes. Ya no necesitaba nada excepto las fuerzas para levantarse e ir a enfrentar el destino que siempre debió enfrentar sin torcer.
Ahora no hay pesos, no hay iras, no hay culpas. Madeleine tenia razón. Toda su vida, se había odiado a sí misma. Odiado por no tener los ojos cafés de su niñera. Odiado por no haber sido suficiente para él. Odiado por que nadie la quería, porque su padrastro la veía como si ella no existiera. Porque aun lo sentía venir con sus zapatos Gucci y golpearla hasta el alma, hasta la mismísima alma, diciéndole que no era nada, que no era nadie. Y ella lo había creído. Ella había creído todo. Y lo había aceptado. Madeleine tenia razón, ella era mas, ella era todo, ella era el mundo que jamás quiso conocer. Estaba sola y estaba viva. Estaba VIVA. Y ahora tomaría su vida, y la ofrecería por todos los que amaba, y que no la amaban de vuelta, al menos no lo suficiente.
Ese era el fin. Era su fin. Era el fin de los ojos cerrados y de la niña en la esquina. Era el fin de la ira, de la violencia hacia ella, de tirar las culpas a un Dios que jamás la había escuchado, a un Dios que no tenía porque hacerlo. Vio el sol muriendo y recordó las palabras de su madre, las únicas que le había dirigido en su vida. Palabras vacías que significaron tanto aun cuando fueran el desahogo de una moribunda. *Cuando veas las flores, cuando veas el sol sobre ellas, sabrás que si te ame, que no fue tu culpa, que no hay perdón para mi, que nunca te merecí... que cada castigo, que cada golpe, que cada herida que él te hizo, que yo te infligí es mi culpa, no la tuya, que jamás lo fue... hija mía, Dios te ama... yo te amo... y cuando mires el sol, sabrás que eso fuiste para mi... *.
Se levanto de su asiento, enjuago sus lagrimas. Madeleine tenia razón, era hora de despertar del sueño, era hora de verse al espejo, y ver a la niña en la esquina, con lágrimas de sal y sangre, sin ruidos, para no molestar a nadie. Era hora de ver a la cobarde, al monstruo que siempre estuvo ahí y que su padre solo le mostró. Hora de ver el espejo, aceptar su imagen, cambiar sus designios y ofrecer lo que era, sin vergüenza, sin miedos, sin dolor. No se dio cuanta de que Madeleine había ganado.
Entro en la sección, se dirigió al salón blanco donde una mujer la miraba con temor, y esta vez no tuvo miedo de su falta de compasión. Pulso el gatillo y no tuvo miedo al reparar que la mano no le temblaba.
Camino hacia el comité. Vio sus rostros, bebió del rostro de su hermana para recordar que ella nunca seria lo que ella estaba aceptando ser. Bebió el rostro de Michael para absorber cada gramo de su belleza y recordar que nunca habría nada ahí para ella. Y bebió del rostro de su padre para tener el valor de decidir sobre el destino de miles de seres, y recordarse siempre que ella no era Dios. Al menos no fuera del Salón Blanco.
- ya esta dentro de mí.
"Sabes, aun oigo tu voz".
