Lágrimas en el Silencio
Por: Danly & Umi
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Capítulo Uno
"(Théoden) Sólo tenía un hijo propio, Théodred,
porque la reina Elhild había muerto en el parto, y Théoden no había vuelto a
casarse (...). En la Guerra del Anillo, Théodred cayó en la batalla con Saruman
en Cruces de Isen." - El Señor de los Anillos - Apéndice A
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Algo
había estado incomodando a Éowyn en todo lo que iba del día. Y no parecía ser
la única, Théoden, Rey de la Marca, se encontraba en la misma situación. Éowyn
intentó calmarse, pensando que sólo no se encontraba del todo bien aquel día,
aunque eso era normal últimamente...
Todo indicaba que tiempos oscuros se habían iniciado. Aún
recordaba cuando aquellos despreciables Orcos saquearon las tierras de Rohan,
llevándose caballos para el Señor Oscuro. Esto había provocado la tristeza y
furia de Éowyn, quien se sentía incompetente por no poder hacer nada al
respecto. Pero de eso ya habían pasado varios años. Ahora el mayor problema era
Saruman, con quien estaban en guerra desde hacía ya algunos meses. Ella sabía
que la guerra se había iniciado, aunque tenía pocas esperanzas de que Rohan se
quedase con la victoria, más aún al ver que Théoden no hacía más que
debilitarse día a día.
¡Cuánto deseaba ella luchar en la guerra y hacer algo por su
pueblo! Pero sabía que su lugar estaba allí, junto al Rey, cuidándolo, aunque
tampoco estaba ayudando mucho. Théoden estaba siendo envenenado por Gríma,
Lengua de Serpiente. Todo lo que ella podía hacer era permanecer al lado de su
señor y pariente, y ver cómo éste se debilitaba, cómo iba muriendo en alma. No
sabía cuánto tiempo más aguantaría viendo a su señor allí, creyéndose un viejo
decrépito, mientras su gente sufría.
Ella odiaba a Gríma, y no sólo por sus venenosas palabras.
Él la venía acosando desde hacía ya un tiempo, había notado esto. Claro que
ella no era una damisela indefensa, era de la raza de Eorl, una doncella
guerrera. Pero eso no evitaba que se sintiera tan incomoda en esos momentos,
como presintiendo algo. Ella había tenido esta sensación antes, cuando...
Sacudió rápidamente su cabeza, como intentando sacarse los malos recuerdos que
corrían por ella. Pero entonces dirigió su mirada a Théoden y nuevamente una
preocupación desesperante se apoderó de ella. Théoden se veía muy pálido, más
que de costumbre, y se notaba claramente una expresión de hasta casi
desesperación en su rostro. Sólo pasaron unos segundos cuando dos personas
entraron apresuradamente.
"¡Théoden Rey, mi señor!" llamó Háma, el Ujier de Armas de Théoden. A
su lado se encontraba un mensajero, desarreglado y sucio, con rostro pálido y
desesperado.
"¿Qué ocurre?" preguntó Théoden, incorporándose del trono. "¿Qué
noticias me traéis del campo de batalla?"
Éowyn se había incorporado también, acercándose a Théoden,
con un terrible dolor en el pecho, como si presintiese las palabras que el
mensajero pronunciaría.
"Me gustaría traerle noticias de victoria y gloria, mi
señor" empezó el mensajero, con voz temblorosa. "Pero la realidad es
muy diferente. Me duele tanto informarle que vuestro hijo Théodred, Segundo
Mariscal de la Marca..." hizo una pausa y pareció que tomaba valor para
continuar. Éowyn llevó una de sus blancas manos a su pecho, cuando el dolor se
hizo insoportable. "...ha caído en las Fronteras del Oeste"
En esos instantes las piernas de Théoden parecieron
debilitarse tanto que no podían sostenerlo. Sus mejillas se veían más blancas
que la nieve mientras volvía a sentarse pesadamente. Éowyn ahogó un grito, la
mano que tenía en el pecho no se movió de lugar pero se cerró fuertemente,
mientras la otra cubría sus temblorosos labios. Una lágrima se escurrió por su
delicada mejilla, y otras más le siguieron, en silencio.
Entonces una oleada de tristeza, amargura y desesperación la
golpeó tan fuerte que olvidó casi todo. En lo único que podía pensar era en
Théodred, su adorado primo a quien había amado como a un hermano, en su rostro
tan querido, en los momentos alegres que habían pasado juntos, en las largas
cabalgatas que habían hecho junto con su hermano Éomer y los otros Jinetes de
la Marca. Con tan sólo pensar que la muerte se había llevado todo eso y más, el
dolor en su pecho aumentaba hasta volverse inaguantable.
Sin decir una palabra, empezó a correr en dirección a la
gran puerta que servía de entrada a Meduseld. Théoden no la vio o no prestó
atención a este hecho, ya que siguió con una mano sosteniendo su frente, su
mirada en blanco y las lágrimas asomando sus ojos.
"¡Dama Éowyn!" gritó Háma, pero ella siguió con su desesperada
carrera.
Al salir del castillo dorado, algunos la miraron con
sorpresa. Se habían enterado de la llegada del mensajero, y ahora temían lo
peor. Éowyn no prestó atención a nada ni a nadie, siguió corriendo hasta llegar
a un establo. Allí no se encontraba nadie, a excepción de los hermosos caballos
de Rohan. Se dejó caer sobre una pila de heno en un rincón apartado, y allí se
echó a llorar amargamente.
"¡Oh, Théodred!" susurraba entre sollozos. No se había equivocado,
aquel sentimiento lo había tenido antes, hacía ya un largo tiempo.
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Éowyn
miraba a su padre mientras éste se preparaba para partir. El Señor Oscuro de
Mordor había vuelto, había intentado comprar caballos de Rohan, pero el Rey
Théoden se había negado. Entonces había enviado Orcos para que robasen
caballos, todos negros. Éomund odiaba a los Orcos, le habían encomendado las
fronteras del este, y si se enteraba de la presencia de éstos en su tierra, iba
a buscarlos rápidamente, sin importarle si estuviese preparado o no. Ahora
llegaron rumores de una banda acechando cerca de Emyn Muil, y Éomund iba a
investigar. El odio de Éomund hacia los Orcos eran tan grande, que no se
detenía demasiado para prepararse si tenía que ir tras ellos. Sólo tomaba lo
indispensable, y salía con rapidez a su búsqueda. En ocasiones, Éowyn pensaba
que su padre se arriesgaba demasiado, y que encontraría la muerte en una de sus
cacerías improvisadas.
"Padre..." empezó Éowyn, pero enseguida calló.
"¿Pasa algo, Éowyn?" preguntó el hombre a su hija de sólo siete años,
quien se veía perturbada de cierto modo.
"No, nada, sólo... sólo tened cuidado, por favor"
La pequeña bajó la mirada, y una gran tristeza cubrió sus
ojos. Éomund se agachó para estar a su altura, y acarició sus rubios cabellos
mientras le hablaba dulcemente.
"Veo que aún no te acostumbras a mi ausencia" dijo
mientras deslizaba su mano hasta que ésta llegó al mentón de la niña, el cual
levantó para que lo mirase directamente a los ojos. "Escúchame Éowyn, a mí
también me gustaría pasar más tiempo con todos ustedes, pero ya sabes la
situación en la que nos encontramos. Debo ir, es mi deber"
"Yo no discuto vuestro deber, padre" los ojos de la niña brillaban
con determinación. "Pero no puedo evitar sentir tristeza con vuestra
partida. Si me dejaseis acompañaros..."
Éomund no pudo contener la risa, pero Éowyn no se inmutó, la
misma determinación brillaba en sus ojos. Esto hizo que la actitud seria de su
padre regresase. Éowyn no era como las demás niñas. Desde muy pequeña había
aprendido a montar, e incluso insistía tanto que le enseñase el arte de la
esgrima, que él no podía negarse. Ella era más fuerte que muchos niños de su
edad que entrenaban para ser grandes caballeros, y poseía una madurez
sorprendente. A Éomund esto no le extrañaba del todo, después de todo ella era
de la raza de Eorl, y su abuela había sido Morwen de Lossarnach.
"Mi deber es proteger la Marca, pero aún no es el
tuyo" antes de que su hija protestara, Éomund siguió. "Pero te daré
un deber, uno sagrado: quiero que cuides de tu madre, y también de tu tío,
Théoden Rey. Si lo haces, me sentiré tan orgulloso de ti como si hubieras
ganado mil batallas"
Mientras decía esto, Éomund la miraba con una seriedad que
nunca había mostrado con ella, y Éowyn pareció entender su importancia, aunque
no estuviese del todo de acuerdo. Pero la conversación fue interrumpida con la
llegada de su madre, la hermosa Théodwyn, y su hermano mayor, Éomer, quien
contaba con apenas 11 años y tampoco podía acompañar a su padre como a él le
hubiese gustado.
"¿Entonces no tenéis certeza de la fecha en que regresaréis?"
preguntó Théodwyn, acercándose a su esposo.
"No, querida, pero espero que pronto podamos acabar con todas esas
horribles criaturas"
Éowyn vio que su padre apretaba los puños mientras concluía.
Éomer se acercó a su progenitor, con la intención de despedirse de él.
"Traed gloria a la Marca, padre, como siempre lo habéis
hecho" dijo el niño, sonando repentinamente más adulto y serio de lo que
era. Su mirada era penetrante, y guardaba el mismo extraño dolor que sentía
Éowyn por la partida de su padre. Éomer también temía por su padre, aunque no
lo exteriorizara demasiado.
"Ese es el deber de todo Eorlinga, hijo, recuérdalo siempre" y al
decir esto se agachó para hablarle en el oído. "Cuida a tu madre y a tu
hermana" le susurró.
"Lo haré" respondió Éomer irguiéndose orgulloso.
Éomund subió a su corcel, disponiéndose a partir. Miró a su familia y les
sonrió honestamente.
"Adiós, amados míos" y entonces miró a Éowyn. "Y no te olvides
de tu deber, hija"
Éowyn sonrió levemente, asintiendo, y Théodwyn y Éomer se
preguntaban de qué deber hablaba el Mariscal. Pero no pudieron preguntar nada,
ya que Éomund empezó a cabalgar alejándose de ellos. Mientras su madre y su
hermano gritaban despedidas a su padre, Éowyn se dio cuenta de algo. Su padre
se había despedido diciéndoles 'adiós' y no 'hasta nuestro próximo
encuentro' como siempre lo hacía. En ese momento sintió un dolor terrible
en su corazón y miró tristemente en la dirección en la que su padre se había
marchado.
Ese dolor siguió varios días más, hasta que recibió la
terrible noticia: su padre había sido muerto por Orcos. Tal fue el golpe que
recibió Théodwyn al enterarse de esto, que casi cayó inconsciente de dolor, y
Éomer, también destrozado, tuvo que cuidar de ella y tratar de
consolarla.
Éowyn había corrido hasta el establo, en donde había pasado
muchas horas de los últimos días, sola, con el terrible dolor en su pecho. Su
hermano Éomer se había preocupado por su situación, y le había retado varias
veces a una carrera en caballos, o incluso a un duelo de esgrima, con el fin de
levantarle el ánimo. Éowyn había intentado ignorar esa agonía que sentía, pero
era imposible.
Ahora ella lloraba desconsolada sobre una pila de heno, con
la única compañía de los caballos que tanto amaba. Éomer fue a buscarla esa
tarde, pero ella le dijo que deseaba pasar la noche en el establo. Su hermano
no insistió mucho, de cierta manera comprendía la necesidad de su hermana de
pasar la noche en ese lugar, pero le dijo que al día siguiente debía volver con
su madre, ya que el Rey Théoden iría a visitarlos.
Los caballos parecían comprender el dolor de la hermosa
niña, y sus miradas eran tristes, dando la impresión de que también lloraban
por la muerte de Éomund. Él era la persona que más admiraba Éowyn, todo un
Mariscal de la Marca, y además un excelente padre. De pronto las palabras de su
padre, hicieron nuevamente eco en la mente de la pequeña: "Te daré un
deber, uno sagrado: quiero que cuides de tu madre, y también de tu tío, Théoden
Rey. Si lo haces, me sentiré tan orgulloso de ti como si hubieras ganado mil
batallas"
Éowyn se levantó, se secó las lágrimas y se irguió. A pesar
de ser sólo una niña, su figura inspiraba miedo y respeto.
"Os juro, padre" exclamó. "Que no sólo
cumpliré el deber que me distéis, sino que también haré algo por vos. ¡Juro que
haré que vuestro nombre sagrado sea de un alto renombre, juro que lo llevaré a
la gloria!" La niña no entendía bien las palabras que salían de sus
labios, pero le parecía que tenían sentido. Por alguna extraña razón, sentía
que esa promesa encerraba algo, algo muy grande.
Y ese sentimiento siguió, aún cuando su madre cayó enferma y
murió poco tiempo después. Allí sintió que había fallado a su deber de cuidar a
su madre. Pensó que su padre se sentiría avergonzado de ella, pero pronto este
sentimiento cambió. Aún pensaba que había fallado, además de sentir una enorme
tristeza, pero aún le faltaban dos cosas más: cuidar a su tío, el Señor de la
Marca, y llevar a lo alto el nombre de su padre. Y se prometió a ella misma que
ahora se empeñaría más que nunca en cumplir lo que restaba del juramento, más
aún porque Théoden, quien amaba en exceso a su hermana, había decidido
adoptarla a ella y a su hermano Éomer.
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"Éomer y Éowyn crecieron en Edoras y vieron cómo la sombra oscura caía
sobre las estancias de Théoden" - El Señor de los Anillos -
Apéndice A
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Al
recordar esto, Éowyn se incorporó de súbito. Se secó las lágrimas, como lo
hiciera años atrás, y luego de sacudir su vestido caminó firmemente de vuelta a
Meduseld y a su Rey. Sentía que las piernas le fallaban, y que el aire le
faltaba. Pero no vaciló ni un momento, siguió caminando apresuradamente hacia
el Rey.
"Quiero que cuides de tu madre, y también de tu tío, Théoden Rey"
El recuerdo de las palabras de su padre se repitió una y
otra vez en su mente hasta que llegó a su tío. Théoden, luego de que le dieran
todos los detalles de la batalla, se encontraba esperando el cuerpo de su hijo,
con la tristeza más grande en sus húmedos ojos.
"Aquí está mi deber" pensó Éowyn mientras abrazaba
llorando a su tío, acechada por la mirada de Lengua de Serpiente, quien
disimulaba dolor también, aunque en el fondo se regocijaba al ver que su plan
marchaba a la perfección.
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