Cabalgamos bajo la lluvia
Parte 2
El paisaje habÃa tomado un tinte melancólico, los dos jinetes cruzaban las Montañas de Aman, recias e imponentes. Tomaron un camino escondido que rodeaba completamente unos cerros azules. La senda era estrecha y la marcha lenta, tuvieron que detenerse a despejar la vÃa, llena de arbustos. Los elfos no se dirigÃan palabra alguna. El niño miraba la pendiente que caÃa a sus pies en un brusco acantilado. Agudizando sus oÃdos, intentó escuchar el sonido de los peñascos que se deslizaban bajo los pasos de su caballo, cayendo en el abismo. El silencio de su padre lo consternaba.
Cuándo detendremos la expedición, atar?.- dijo de pronto, le gustaba mucho salir con su padre, pero este paseo lo estaba hastiando.
Esto no es una expedición- dijo su padre, con voz seria y sin dirigirle la mirada.
Su padre tenÃa razón, después de pensar un momento se dió cuenta que traÃa puestas sus vestiduras normales, al contrario de su padre. La duda le carcomÃa por dentro.
Si nos dirigimos a Valimar, deberÃamos haber ido a través del Calacirya- dijo expresando su total aversión hacia la posible alternativa. La ciudad de los Valar era sinónimo de aburrimiento, todos los niños lo sabÃan.
Visitaremos a alguien- dijo sin más su padre. El niño lo conocÃa demasiado y distinguió una nota triste en sus palabras.
Después de un rato más de cabalgata, la vÃa se hizo más amplia hasta confundirse en el verdor del terreno llano. Se encontraban en un valle bajo, rodeado y protegido por las montañas. Inmediatamente después de ellas se alzaba una tupida pared de árboles. Su padre lo condujo por un camino entre los cerros y los árboles.
Ya llegamos- dijo deteniéndose unos metros después- Es mejor que desmontemos ya.
El joven elfo quedó maravillado, a pesar de su corta edad poseÃa una mente sutil, una mente creadora, sin explotar, que aún se dedicaba a admirar las hermosas obras de los demás. Ante sus ojos un portal se abrÃa entre los árboles, como si estos quisieran dar a conocer el esplendor que guardaban. Como una visión de magnÃfico verdor: un jardÃn. Lo cubrÃa la luz agonizante de Laurelin y un velo de bruma, que le daba un aire mÃstico. El verdor se hacÃa presente en su forma original, como si se tratara de la primera concepción del mundo. Y unas formas etéreas, fugaces de extrema belleza danzaban descalzas en la hierba y entonaban cantos perfectos, de inmensa alegrÃa o suma melancolÃa, como el amanecer y el crepúsculo. Una morada circular, de piedra blanca, se alzaba al lado izquierdo. Los delgados pilares eran rodeados por oscuras enredaderas de flores rojas, que llegaban hasta la parte superior, una cúpula Todo formaba parte de un exquisito conjunto, el más bello de todos los lugares. Después de observarlo todo, el niño cerró los ojos intentando perdurarlo todo en su mente, como si existiera la posibilidad de que todo se esfumase en un momento, como si todo fuera un frágil y efÃmero sueño. Su padre posó una mano en su hombro, sacándolo repentinamente de sus pensamientos. Cruzando el portal, avanzaron por un largo camino de hierba clara, bordeado por cristales blancos, que reflejaban la débil luz, convirtiéndola en destellos multicolores. Al final de la senda, una figura los esperaba. No habÃa percatado su presencia antes, sus cabellos eran blancos y flotaban levemente en el aire pero su cara imberbe tenÃa la inocencia de la niñez. MedÃa casi lo mismo que su padre y vestÃa una sencilla túnica alba, que sugerÃa inmaculada pureza. Y sus ojos penetrantes, de un negro profundo, que atravesaban su cuerpo, llegando hasta los más recónditos lugares de su mente.
Maare tulde coanyanna, Maare tulde Lórien, loron mar * Bienvenidos a mi casa, bienvenidos a Lórien, tierra de sueños- dijo el misterioso personaje, en la lengua de los quendi, aunque dudosamente pertenecÃa a esa raza.
Es todo un honor- dijo su padre, con voz ceremoniosa.
Inmediatamente dicho esto su padre bajó la cabeza en una profunda reverencia. El niño no podÃa creerlo, su padre, el elfo más orgulloso que conocÃa, reverenciaba a alguien que perfectamente podÃa ser menor que él. Ahora su padre lo miraba, esperando en su hijo la misma reacción.
Nunca lo haré - se dijo a si mismo- aunque sea el señor de este hermoso lugar, no me inspira confianza ni respeto.
Man naa esselya, pitya? *Cuál es tu nombre, pequeño?- Una voz oyó en su cabeza, y sabÃa absolutamente a quién pertenecÃa.
Mi nombre? Debo revelarlo a un cobarde que no menciona primero el suyo?- pensó con fuerza el niño, una sonrisa maliciosa se dibujo en su rostro, un gesto que con el tiempo se harÃa frecuente.
Creo que tu padre ha olvidado presentarnos- dijo en voz alta- Soy Irmo, un señor de los Valar, patrono de las visiones y los sueños, soberano de Lorién.
Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron...*Irmo amo de los sueños...- La voz, ahora imponente, retumbaba en su mente. Y como si ésta fuera una habitación vacÃa, varias voces menores se unieron formando un eco uniforme- Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron...
Su padre y el Vala seguÃan conversando, pero el niño no podÃa oÃrlos. La frase nunca cesaba, y el constante murmullo de los espÃritus lo trastornaba. Se sentÃa totalmente indefenso y solo. La sangre subió hasta sus nÃveas mejillas.
Sal de mi mente!- gritó en un arranque de rabia - déjame en paz! - Y se alejó corriendo.
Las lágrimas ahora rodaban por sus mejillas, apagándolas. Escuchaba que su padre gritaba su nombre, cada vez más lejano. No le gustaba llorar, siempre reprimÃa la tristeza, porque le habÃan enseñado a ser fuerte, nadie le dijo nunca como llorar. Pero estas no eran lágrimas de tristeza, sino de rabia. Y se sentÃa como un idiota, por eso corrió contra el viento hasta que las lágrimas se secaron, adentrándose cada vez más en los jardines. De pronto se encontró con la mansión circular que tanto habÃa llamado su atención cuando habÃa llegado con su padre. Con mucho cuidado y en silencio subió las escaleras. Se acercó a uno de los pilares, en él apoyó la pequeña oreja y con el puño cerrado dio unos golpecitos. Trataba de averiguar el material del cual estaban formados. En esa posición logró ver una puerta abierta. Se dirigió hacia ella, la curiosidad era uno de sus peores defectos ¿O una de sus mejores virtudes? No era tiempo de cuestionarse acerca de su naturaleza. Entró en una habitación extraña, las paredes eran grises y el piso también. Una mujer estaba sentada en el suelo, en el centro del cuarto. Su vestido y sus cabellos también eran grises. Un dulce aroma inundó el ambiente. La mujer abrió los ojos. SentÃa que los párpados le pesaban. La mujer se levantó y se acercaba con pasos lentos y acompasados. Las cansadas piernas le flaquearon y calló. Estë, la Valie, lo tomó en sus brazos.
Parte 2
El paisaje habÃa tomado un tinte melancólico, los dos jinetes cruzaban las Montañas de Aman, recias e imponentes. Tomaron un camino escondido que rodeaba completamente unos cerros azules. La senda era estrecha y la marcha lenta, tuvieron que detenerse a despejar la vÃa, llena de arbustos. Los elfos no se dirigÃan palabra alguna. El niño miraba la pendiente que caÃa a sus pies en un brusco acantilado. Agudizando sus oÃdos, intentó escuchar el sonido de los peñascos que se deslizaban bajo los pasos de su caballo, cayendo en el abismo. El silencio de su padre lo consternaba.
Cuándo detendremos la expedición, atar?.- dijo de pronto, le gustaba mucho salir con su padre, pero este paseo lo estaba hastiando.
Esto no es una expedición- dijo su padre, con voz seria y sin dirigirle la mirada.
Su padre tenÃa razón, después de pensar un momento se dió cuenta que traÃa puestas sus vestiduras normales, al contrario de su padre. La duda le carcomÃa por dentro.
Si nos dirigimos a Valimar, deberÃamos haber ido a través del Calacirya- dijo expresando su total aversión hacia la posible alternativa. La ciudad de los Valar era sinónimo de aburrimiento, todos los niños lo sabÃan.
Visitaremos a alguien- dijo sin más su padre. El niño lo conocÃa demasiado y distinguió una nota triste en sus palabras.
Después de un rato más de cabalgata, la vÃa se hizo más amplia hasta confundirse en el verdor del terreno llano. Se encontraban en un valle bajo, rodeado y protegido por las montañas. Inmediatamente después de ellas se alzaba una tupida pared de árboles. Su padre lo condujo por un camino entre los cerros y los árboles.
Ya llegamos- dijo deteniéndose unos metros después- Es mejor que desmontemos ya.
El joven elfo quedó maravillado, a pesar de su corta edad poseÃa una mente sutil, una mente creadora, sin explotar, que aún se dedicaba a admirar las hermosas obras de los demás. Ante sus ojos un portal se abrÃa entre los árboles, como si estos quisieran dar a conocer el esplendor que guardaban. Como una visión de magnÃfico verdor: un jardÃn. Lo cubrÃa la luz agonizante de Laurelin y un velo de bruma, que le daba un aire mÃstico. El verdor se hacÃa presente en su forma original, como si se tratara de la primera concepción del mundo. Y unas formas etéreas, fugaces de extrema belleza danzaban descalzas en la hierba y entonaban cantos perfectos, de inmensa alegrÃa o suma melancolÃa, como el amanecer y el crepúsculo. Una morada circular, de piedra blanca, se alzaba al lado izquierdo. Los delgados pilares eran rodeados por oscuras enredaderas de flores rojas, que llegaban hasta la parte superior, una cúpula Todo formaba parte de un exquisito conjunto, el más bello de todos los lugares. Después de observarlo todo, el niño cerró los ojos intentando perdurarlo todo en su mente, como si existiera la posibilidad de que todo se esfumase en un momento, como si todo fuera un frágil y efÃmero sueño. Su padre posó una mano en su hombro, sacándolo repentinamente de sus pensamientos. Cruzando el portal, avanzaron por un largo camino de hierba clara, bordeado por cristales blancos, que reflejaban la débil luz, convirtiéndola en destellos multicolores. Al final de la senda, una figura los esperaba. No habÃa percatado su presencia antes, sus cabellos eran blancos y flotaban levemente en el aire pero su cara imberbe tenÃa la inocencia de la niñez. MedÃa casi lo mismo que su padre y vestÃa una sencilla túnica alba, que sugerÃa inmaculada pureza. Y sus ojos penetrantes, de un negro profundo, que atravesaban su cuerpo, llegando hasta los más recónditos lugares de su mente.
Maare tulde coanyanna, Maare tulde Lórien, loron mar * Bienvenidos a mi casa, bienvenidos a Lórien, tierra de sueños- dijo el misterioso personaje, en la lengua de los quendi, aunque dudosamente pertenecÃa a esa raza.
Es todo un honor- dijo su padre, con voz ceremoniosa.
Inmediatamente dicho esto su padre bajó la cabeza en una profunda reverencia. El niño no podÃa creerlo, su padre, el elfo más orgulloso que conocÃa, reverenciaba a alguien que perfectamente podÃa ser menor que él. Ahora su padre lo miraba, esperando en su hijo la misma reacción.
Nunca lo haré - se dijo a si mismo- aunque sea el señor de este hermoso lugar, no me inspira confianza ni respeto.
Man naa esselya, pitya? *Cuál es tu nombre, pequeño?- Una voz oyó en su cabeza, y sabÃa absolutamente a quién pertenecÃa.
Mi nombre? Debo revelarlo a un cobarde que no menciona primero el suyo?- pensó con fuerza el niño, una sonrisa maliciosa se dibujo en su rostro, un gesto que con el tiempo se harÃa frecuente.
Creo que tu padre ha olvidado presentarnos- dijo en voz alta- Soy Irmo, un señor de los Valar, patrono de las visiones y los sueños, soberano de Lorién.
Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron...*Irmo amo de los sueños...- La voz, ahora imponente, retumbaba en su mente. Y como si ésta fuera una habitación vacÃa, varias voces menores se unieron formando un eco uniforme- Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron, Irmo Heru oloron...
Su padre y el Vala seguÃan conversando, pero el niño no podÃa oÃrlos. La frase nunca cesaba, y el constante murmullo de los espÃritus lo trastornaba. Se sentÃa totalmente indefenso y solo. La sangre subió hasta sus nÃveas mejillas.
Sal de mi mente!- gritó en un arranque de rabia - déjame en paz! - Y se alejó corriendo.
Las lágrimas ahora rodaban por sus mejillas, apagándolas. Escuchaba que su padre gritaba su nombre, cada vez más lejano. No le gustaba llorar, siempre reprimÃa la tristeza, porque le habÃan enseñado a ser fuerte, nadie le dijo nunca como llorar. Pero estas no eran lágrimas de tristeza, sino de rabia. Y se sentÃa como un idiota, por eso corrió contra el viento hasta que las lágrimas se secaron, adentrándose cada vez más en los jardines. De pronto se encontró con la mansión circular que tanto habÃa llamado su atención cuando habÃa llegado con su padre. Con mucho cuidado y en silencio subió las escaleras. Se acercó a uno de los pilares, en él apoyó la pequeña oreja y con el puño cerrado dio unos golpecitos. Trataba de averiguar el material del cual estaban formados. En esa posición logró ver una puerta abierta. Se dirigió hacia ella, la curiosidad era uno de sus peores defectos ¿O una de sus mejores virtudes? No era tiempo de cuestionarse acerca de su naturaleza. Entró en una habitación extraña, las paredes eran grises y el piso también. Una mujer estaba sentada en el suelo, en el centro del cuarto. Su vestido y sus cabellos también eran grises. Un dulce aroma inundó el ambiente. La mujer abrió los ojos. SentÃa que los párpados le pesaban. La mujer se levantó y se acercaba con pasos lentos y acompasados. Las cansadas piernas le flaquearon y calló. Estë, la Valie, lo tomó en sus brazos.
