La llegada

"Es un día pálido. Una espesa niebla baja de las montañas de Aman, envolviéndola como si fueran vestiduras grises. Laurelin brilla ya. Su luz es, por ahora, débil. Tiñe la bruma con su fulgor rubio. Tuna también se enfunda en esa cobija. Parece una almohada. Una pequeña almohada con un castillo de juguete, olvidado despreocupadamente por un niño en la cima. Un castillito de cristal, sus torres resplandecen lejanas. Era hermoso, pero no por eso deja de ser diminuto. El mundo se extiende a su alrededor, y ante él sólo es una leve porción de tierra. Un minúsculo espacio en la inmensidad de Arda. Arda, los elfos de Valinor nunca mencionan esta palabra. Siempre dicen Aman, como si fuera el único lugar del mundo. El único que conocemos. Un rincón ideal, perfecto, pero no el único que hay. Existen más, pero no sabemos de ellos. Vastos sitios inexplorados, donde podríamos morar felices. Cuivienen, allí están mis raíces, las raíces del pueblo de los quendi. Y digo mis raíces, aunque yo nací en este lugar, en Aman. Las siento lejos de aquí, frágiles pero profundas. Somos los hijos de Eru, quien compuso Arda, una canción espléndida, soberbia. Eru ordenó el despertar de los quendi en Cuivienen, para que los quendi vivieran ahí. Si hubiéramos despertado en Aman sería distinto. Pero Aman es y será obra de los Valar. La historia está hecha, la felicidad reina en la Tierra Bendecida y en todos, excepto en mi espíritu, pero yo no obtendré nunca el descanso. La alegría no es eterna, como muchos piensan, y los elfos hemos abusado de ella. ¿Acaso soy el único que presiente que un oscuro fin se acerca?"

El joven elfo apenas se veía, estaba sentado entre las ramas de un árbol, de ancho tronco y oscuras hojas. Balanceaba las piernas desde las alturas y estaba cubierto con su capa, que hace tiempo había sido de un color rojo, ahora cubierta de barro, parecía ser marrón. Desde ese sitio podía observar claramente las puertas de la ciudad y a los centinelas que la guardaban. Sentía un poco de frío, un poco de hambre, un poco de cansancio. Pero lo que más sentía era vergüenza. La soportaba y padecía en toda su grandeza y con todos sus síntomas: El carmesí de sus mejillas no se desvanecía, su corazón latía con celeridad cuando veía a algún elfo salir de la ciudad y una opresión le inundaba el pecho. Tenía razones para sufrirla, si, la vergüenza hace sufrir, ¿Quién, sino ella, hace sentir hasta al guerrero más valiente o fuerte, una criatura insignificante? La causa de todo era el "mensaje" que había enviado con Lomëlion el día anterior.

- Esas estúpidas líneas tan agudas y sarcásticas, que escapaban de todo sentido- se repetía mentalmente- nunca debí mandar nada.

¿Qué sucedía si no era Olwë quien estaba con su padre, cuando este recibiera su "nota"? O peor aún, ¿Qué sucedía si Vanwë, el hijo de Olwë, se encontraba con Finwë? Tendría que haberse cuestionado esto el día de ayer.

- No, ese cobarde no se acerca a Tirion desde aquella vez.

Un agudo silbido lo sacó de su pensar. Era mediodía y los vigilantes cambiaban guardias, esa era la señal. Era su oportunidad.

Tomó su arco y lo colocó junto a su carcaj, en su espalda. Se encontraba a una altura considerable, una persona con mejor juicio hubiera bajado por el tronco del árbol, cuidadosamente, pero Fëanor, sin pensarlo dos veces, como era ya su costumbre, tomando impulso hacia delante, se lanzó al suelo, ágil como un felino. Cayó en un sitio donde la hierba era bastante alta, apoyando una rodilla en la tierra. Las malezas estaban aún húmedas a causa del rocío matinal, que la frágil luz de Laurelin, apagada por la bruma, no había podido evaporar. Las gotas le mojaron el rostro. Cerró los ojos.

- Tengo que hacerlo ahora.

Dicho esto, corrió con todas sus fuerzas hacia la ciudad.

Alcanzó las puertas de la ciudad, respirando trabajosamente. La altura de las murallas sería su principal aliada, si no quería que lo descubrieran. Los muros de Tirion. Más que nada los habían construido por razones ornamentales, o para delimitar la ciudad. Los elfos aún no conocían la guerra, nadie atacaba sus fortalezas ni ciudades. Los guardias eran vigías, no soldados. Pero se dedicaban rigurosamente a su trabajo. Poseían una visión casi tan aguda como las águilas de Manwë, nada ni nadie se acercaba a la ciudad sin que ellos lo supieran y mandaran a un mensajero a las estancias de Finwë. Debía ser cuidadoso si quería llegar sin ser visto.

Después de algunas horas, el joven se dio por vencido. Era imposible ingresar a Tirion por las puertas laterales, entrar por las delanteras habría sido como anunciar con trompetas y tambores su llegada, por alguna razón habían incrementado la vigilancia, antes de que la segunda cuadrilla diera un descanso. Era el momento de cambiar la fuerza y la acción física, por el razonamiento. Como diablos entraría a la ciudad?

- Un inesperado cambio de planes- pensó, mientras miraba hacia arriba. Una figura que le era conocida se movía en el puesto de vigilancia.

Un elfo de mediana edad, caminaba en el parapeto. Aunque estaba envuelto en su capa mostraba el uniforme de la guardia.

- Corintur!- la llamada de Fëanor rompió el silencio.

El elfo sobresaltado, dejó caer la manzana que llevaba en la mano. Intentó divisar, a lo lejos al autor de aquel grito. Cuando por fin decidió bajar la cabeza, descubrió a una forma, con la cara cubierta, que agitaba un brazo en el aire. Fëanor se quitó la capa del rostro, mostrando una mueca de diversión al ver que el elfo no lo reconocía. Después de unos minutos el vigilante dijo:

- Mira a quien tenemos aquí! No es nuestro príncipe, el joven orgulloso que salió hace tiempo de la ciudad sin decirle a nadie?- y se contestó a sí mismo, con ironía- Claro! Es él! Puedo reconocerlo aunque esté untado en fango y parezca rata mojada.

Corintur era hijo de Varno, el capitán de la guardia, y jefe de la puerta sur. Corintur trataba a Fëanor desde que este era pequeño, pero más que un conocido de la familia, afable y espontáneo, era su amigo, no su mejor amigo pero una persona en la que podía confiar. Y en estos momentos necesitaba confiar en alguien.

- Deja las bufonadas. ¿Cómo ha estado Tirion?- una duda mayor, que no podía esperar, pero tampoco quería reconocer, salió a la luz- ¿Y cómo ha estado mi padre?

- La ciudad ha estado tranquila, y pensé que la calma duraría un poco más- dijo Corintur- El rey Finwë ha estado bien, o al menos eso es lo que él dice, pero todos sabemos que esta muy preocupado, mientras tu estás aquí afuera. Tendría que enviarle un mensajero al momento ¿no?

- No! No anuncies nada! ¿Me harías un favor?.

- Sé lo que quieres, te conozco más de lo que piensas. ¿Quieres que te deje pasar sin dar alerta, para que Finwë no se entere de tu llegada?

- Es lo que quiero, dicho con palabras diferentes. Abre la puerta antes de que el descanso termine y otro guardia se acerque.- Dijo Fëanor. No deseaba que alguien lo viera llegar. Suficiente vergüenza ya pasaba solicitando ayuda a Corintur.

- ¿Nunca te han enseñado que no puedes tener siempre lo que quieres? ¡Qué fácil fue marcharse!. No te será tan sencillo volver - dijo el otro elfo, se agacho para recoger algo del suelo. Fëanor comenzaba a turbarse, no podría volver a casa en silencio, y el panorama de lo después venía, la charla con su padre y la posibilidad de encontrarse con Olwë, y quizás con Vanwë, lo desanimaba desde la mañana. No se había detenido, hasta ahora, a pensar que les diría, a todos no sólo a su padre. Es decir, si algún elfo cualquiera mencionaba el tema, seguramente lo ignoraría, pero ¿Qué sucede si ella le pregunta la razón de su huida? Lo peor es que conocía la causa, y a ella no le mentiría nunca. ¿Encontraría las palabras adecuadas para decirlo sin sentirse un tonto? Corintur observaba como el rostro del joven cambiaba de aflicción. El hecho de no poder, ni saber, hablar con Nerdanel trastornaba a Fëanor y sus ojos lo delataban. En ese momento el vigía le lanzó la cuerda que había recogido.

- Sube por aquí. ¡Con cuidado!

- Gracias, amigo- dijo con una débil sonrisa en los labios.

Las paredes eran lisas, y elevadas como un acantilado. Los espacios entre piedra y piedra eran angostos y escasos. Fëanor era joven y gozaba de gran agilidad, no obstante, el ascenso fue difícil, lento y agotador. Cuando llegó al borde superior la mano de Corintur lo izó de las ropas, con mucha fuerza, dejándolo tumbado en el parapeto, donde descansó un rato.

- Puedo perder mi puesto, si mi padre sabe lo que acabo de hacer.

Fëanor bajó la cabeza.

- Lo siento, no pensé en eso.

- No importa. No se dará cuenta, a menos que se te ocurra ir a decírselo. Pero ni sueñes que estás comprando mi silencio, porque si el día de mañana aún no te has presentado ante Finwë, le haré al rey una visita de cortesía.

- ¿Y que te hace pensar que no estaré en mi casa antes del día de mañana?- dijo el príncipe, poniéndose de pie.

- Nada en especial, creí que irías a pedirle ayuda a ese payaso amigo tuyo, a Linwë, para que te escondiera de la ira del rey.- Corintur no sentía mucho aprecio por el joven, hijo del bardo de la corte.

En ese momento el silbido que señalaba el cambio de guardia se hizo notar. Fëanor saltó al piso inferior y se despidió del guardia que le había salvado el pellejo. Se cubrió con la capa, si Corintur no lo había reconocido con ella, la gente de Tirion tampoco lo haría. Bajó por una escalera enclenque, quedando del lado opuesto de las murallas. Cuando se volteó quedo desconcertado. Ante él se desplegaba una de las calles secundarias de Tirion, en el barrio sur. Las casas de los elfos se extendían a ambos lados. El día se había despejado repentinamente y la luz de Laurelin brillaba con renovado fulgor, reflejándose en sus blancas paredes. Eran más sencillas que las residencias del barrio oeste y las que rodeaban la Mindon Eldaliéva, en el centro de la ciudad y donde estaban las estancias de Finwë. Pero no era esa la razón que perturbaba, de hecho visitaba constantemente este sector, en secreto, cuando huía del bullicio y la pompa de la nobleza, a la cual debía estar acostumbrado pero no hacía más que afixiarle, la calle estaba casi saturada. Los niños corrían y los adultos salieron de las casas para disfrutar la cálida luz vespertina. El rumor de que Varda había retirado ya su velo aterciopelado de brumas llegó raudo a sus oídos.

- No puede suceder ningún acontecimiento, sin que adjudiquen la obra a los Valar? Puede haber sido una simple brisa marina, que despejó los cielos, llevándose la niebla hacia el norte, sin la intersección de Manwë o Varda. Es una conjetura mucho más factible que la imagen de un Valar recogiendo velos, mantos, cortinas o lo que sean. Nunca cambiarán. Algún día aprenderán que no todo es magia. Pero cuando comprendan, lo harán con dolor- Pensando eso se internó en el mar de elfos emocionados y alegres, sin saber que el destino le tenía reservado el honor de instruir e inculcarles a los Noldor en ese campo.

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Nombres: Corintur: Gobernador del cercado (tur es la palabra "gobernador" en quenya, y korin es "cercado", se cambia la "k" por "c", que es más común.) Varno: Defensor (Varya- corresponde al verbo proteger en quenya. Siguiendo el ejemplo hilya- "seguir" y hildor "seguidores", un nombre que los elfos le dan a los hombres, la traducción de defensor podría ser vardo, derivando en Varno. Otra palabra para defensor puede ser varyar, directamente derivado de varya-, pero no suena como nombre de varón () Linwë: Músico (Proviene de la raíz lin-, que significa "sonido musical" y wë "persona", literalmente no tiene mucho significado, pero ustedes saben a lo que quiero referirme cuando digo persona-sonidomusical ¿no es verdad? ; )