Advertencia.

Este capítulo estaba guardado en los oscuros suburbios de mi PC, y estaba destinado a no ver nunca la luz. Una amiga, Silvia, lo leyó (sin mi consentimiento, por supuesto) y me animó a publicarlo. Aquí va el aviso: Este fic está sacado de mi maníaca imaginación, seguramente no concuerda mucho con los personajes creados por Tolkien. Si quieren conocer el producto de escribir toda una noche como zombie, lean, se sorprenderán y conocerán el miedo. No supe bajo que censura colocarlo, pero lo más seguro es que no quedará como "General". Contenidos altamentamente psicópatas y llenos de símbolos que sólo yo comprendo, resultado de un día de trabajo pesado y jaqueca hasta por los codos. Este capítulo, sí, porque los dos que siguen son sólo un capítulo, muestra a Fëanor desde otro punto de vista, un joven herrero que cambia de ánimo, continua y esporádicamente, más propenso a perder el control. El desenlace está lleno de cursilerías que nadie puede escribir como yo. En fin un fic digno de mi mente enferma. No les pido reviews (a mi no me gustaría escribir un review de una historia como esta, se los aseguro) Tampoco voy a explicar lo que ocurre como nota final. Si alguien va a leer esto (después de ahuyentar a la mitad del mundo con mi advertencia, supongo que quedará alguien valiente que quiera hacerlo) es mejor que lea esta parte y la otra juntas, porque se trata de una misma historia, que dividí en dos por hacerlo menos tedioso. No lo estoy logrando, cierto? Mejor me callo. _________________________________________________________________________

Reencuentros (parte 1)

Tirion. La ciudad blanca de los Noldor. Blanca y esbelta, como una dama soberbia, se eleva en la cima de Tuna, la colina verde. Es hermosa, en verdad. Envuelta en sus paredes sólidas, inexpugnables, puede parecer fría, uniforme, monótona. Pero sólo puedes juzgarla si entras en ella. Al final del camino empinado se encuentran las puertas, siempre abiertas a los visitantes, descubriendo un poco de su belleza interior. Cruzando las puertas se puede vislumbrar los hogares de los Noldor, alineados perfectamente a ambos lados del camino, eminentes construcciones de por lo menos dos pisos, una muestra de su genial arquitectura. En Tirion no existen suburbios o arrabales, pues hasta la casa más sencilla tenía un encanto delicioso y delicado.

Siguiendo por la calle, de un clásico embaldosado, se llega al barrio más antiguo, donde las viviendas son más ostentosas, sin llegar a ser sobrecargadas. Poseen amplias escaleras de cristal, que devuelven las luces mezcladas de Laurelin y Telperion en la hora dulce, antes del anochecer pero después del atardecer, brindando un magnífico espectáculo. Todas conservan aún los jardines interiores, con los cuales fueron diseñadas.

También se mantienen los edificios culturales; la Casa de las Estrellas, una cúpula transparente la cubre permitiendo la observación de estos astros que parecen lejanos y llenan de recuerdos a todos los elfos; la Casa de los Artesanos y el Patio de los Artistas, en realidad estos últimos eran una sola dependencia.

A cada lado de las puertas esculturas de mármol veréis, son muy antiguas, me atrevo a decir que fueron las primeras esculturas, hechas por los Noldor en la tierra de Valinor. Una representa el razonar y otro el crear, las dos ciencias más bellas, provechosas, satisfactorias, las dos artes más difíciles y las que requieren más disciplina. Por ello, los jóvenes actuales, no asisten mucho al edificio en cuestión. Al menos esto dicen los elfos mayores, tan sabios como viejos y alguno que otro novato que les escucha. Con muchos pasillos cuenta, la casa de los artesanos, dedicada completamente al "crear", y también con muchas habitaciones. Hay lugar para todas las ramas o técnicas, excepto el "observar" como otros trabajan, que se había convertido el pasatiempo de muchos niños elfos en estos últimos años, y a los expertos diestros en esta ocupación se les prohibió el paso.

Al fondo, y tras una cortina mágica, que pusieron hace años los artesanos para evitar distraerse de sus ocupaciones, se encuentra el patio de los artistas. Por el contrario, en este lugar la principal ocupación es el "razonar", que es considerado por los elfos el primer arte, y descubrieron que el estudio va cogido del vestido de la naturaleza, por eso lo realizan al aire libre. En este jardín quisieron los Noldor, al principio, hacer una replica pequeña de Lorien, las tierras de Irmo el Vala y el lugar más hermoso de Arda, pero no alcanzaron su cometido, porque el patio tiene vida propia. No es tan hermoso como Lorien, pero sin duda alguna, es uno de los sitios más placenteros y agradables de visitar. Como antes dije, no es todo razonamiento aquí, el Patio de los Artistas es refugio de bardos, que inundan los rincones con sus grandiosas voces, cobijo de poetas, que transmiten con sus versos los sentimientos de su enigmática personalidad, es asilo de los amantes escondidos, de los soñadores, y todo elfo que quiera llevar una agradable conversación.

Dejemos todo esto y volvamos al camino, que se hace más amplio al avanzar. Llegamos a la cima de Tuna. En el centro hay una plaza con cuatro salidas: El camino del norte, el camino del sur, el camino del oeste y el camino del este, él cual estamos pisando. Alrededor de esta plaza se encuentran los edificios más importantes: Las Casas de Curación y La Morada de la Guardia, Las estancias de Finwë, el Rey, y la Mindon Eldaliéva.

El oficio de curar y sanar las heridas, es propio de las nissi, es decir, es llevado a cabo por las elfas. Ellas se abstienen de cazar o de cualquier trabajo en el que se utilicen armas. Ellas no se relacionan con la muerte, como los neri (elfos), incrementando así su capacidad y su poder en el arte del curar. Y aunque cualquier elfo puede ser sanador, ya sea nissi o neri, ellas son las que trabajan, mantienen y vigilan en Las Casas de Curación. Sus paredes blancas, si, está a vuestra izquierda, demuestran la pureza y minuciosidad de las sanadoras al hacer su tarea.

La Morada de la Guardia es, como su nombre lo indica, la dependencia de los guardias. En este lugar habitan los guardianes, los vigías y los elfos que componen la escolta real. Es también su principal centro de entrenamiento y reunión. No mucho puedo hablarte de este lugar, pues si no pertenecéis a la guardia, prohibido tienes el paso. No mucho trabajo tienen los guardias (menos los escoltas), no puedo comprender por qué les atribuyen a los guardias esa fama de valientes. ¡Y no me mires así! No hay envidia en mi alma. Podría apostar que muchos de los que frecuentamos el Patio de los Artistas, mostraríamos más coraje, bajo presión claro está, si el peligro estuviera cerca, que cualquiera de esos guardias petulantes. ¡Aunque, gracias a ellos, Tirion es la ciudad más segura de Aman!

Ai!, I Mindon Eldaliéva. (Ah, la Alta Torre de los Eldalië) Es seguramente el símbolo de la ciudad. La perfección con la que fue construida es impresionante. La Mindon Eldaliéva fue la primera gran construcción levantada en Tirion. Muchos de nosotros no vivíamos aún, pero los relatos de los primeros en llegar bastan para imaginar la obra en su total magnitud. Cuando los albañiles de la casa de Finwë, nuestro rey, se organizaron en gremio, acordaron realizar la excavación "inaugural" en las montañas. Los Vanyar, que aún vivían con los Noldor, estuvieron de acuerdo y prestaron fuerzas para realizar la empresa. Escogieron cuidadosamente el lugar y lo que encontraron fue esto: Piedra blanca. Pero no es piedra blanca ordinaria, es lisa, sin defectos, y pulida podía parecerse hasta en lo más mínimo a los ópalos, que aún no se conocían. No os daré un discurso de su textura exquisita, y su tonalidad que deleita la vista, como un amigo artesano que yo tengo, y seguramente tu conocéis, no pretendo aburrirte con cosas que sólo ellos entienden. En el último piso de la torre, hay una lámpara de plata que pusieron hace tiempo. Se puede ver desde los confines de Aman, y supongo que llega, su rayo de luz esbelto, hasta el lejano mar, rasgando las vestiduras de la penumbra que cubre esa zona lejana. No sé con precisión lo que sucedió, pero los Vanyar dejaron la ciudad y habitaron desde esa fecha en Valimar, donde los puedes ver ahora. Pienso que fue mejor para todos. Los dos pueblos necesitaban independencia uno del otro.

Ela! (Mirad!)Nos acercamos a las estancias de Finwë. Aquí termina mi camino. Fue un placer pasear contigo, espero no haberte aburrido, dicen todos que a los bardos se nos suelta un poco la lengua cuando hablamos de estas cosas. Discúlpame, no me he presentado. Soy Linwë hijo de Nyello, el trovador de la casa de Finwë. Mucho gusto. ¡Ah! Lo que os iba a preguntar cuando te vi en las puertas. ¿Sabéis, o habéis escuchado, algo de Fëanáro, nuestro vagabundo príncipe? Tiene a toda la corte preocupada. No sé por que os pregunto a ti, amigo mío, perdóname, olvidé por completo que no eres de aquí. Bueno, debo irme. ¡Puedo servirte de guía cuando gustéis!

_________________________________________________________________________

Fëanor cruzó el Barrio Sur rodeado de elfos y nadie lo reconoció. Ver a un viajero encapuchado en la ciudad era normal. En realidad nadie se percató de su presencia. Es irónico, se decía a sí mismo, nadie nota que existo, ya sea oculto o visible, aquí en la calle o en casa. Rió. Había buscado su soledad, sin saber lo que esta significaba. Y muy pocos lo saben. Se había encerrado en una burbuja, en una esfera de cristal que le permitía mirar lo que afuera acontecía. Desde pequeño que observaba pasar su vida desde lo profundo, como si se tratase de una dramatización llevada a cabo por actores, ¡Incluyéndose a él mismo! Todo lleno de máscaras, con las cuales se ocultaba, ocultaba su alma de los intrusos. En vez de burbuja, encajaría más decir que estaba encerrado en un huevo. ¡Sí, en un huevo! Deseaba soledad para descubrir su raíz, la raíz de su ser, en el comienzo. Se buscaba a sí mismo, pero sólo logró perderse en la inmensidad de la Melancolía. Y, además, al perder el contacto con el mundo exterior, se había vuelto tan sensible como un niño, el menor impulso lo hacía deprimirse, admiraba las cosas pequeñas, como la luz y las sombras. Ahora ya sabía lo que era estar solo, solo, perdido y hundido en el fondo de su persona. Era un ser etéreo, aunque muchas veces perdía el control...

Lento pasó el tiempo, casado como un anciano. Lento caminó Fëanor, hasta entrar en el barrio antiguo, allí tuvo más cuidado. El resto del camino no tuvo sobresaltos. La gente comenzaba a entrar en sus casas, los niños retomaron sus juegos. Gracias a la luz de Laurelin, el aire era cálido. Sólo los pequeños elfos quedaron en las calles. ¡Qué felices eran! Como le hubiera gustado volver y disfrutar de nuevo esa edad, donde los juegos y la diversión son las únicas preocupaciones. El joven príncipe los envidió por un momento. Había llegado a la gran plaza central, bajo la Mindon. Los cuatro caminos que la sellaban estaban vacíos. En el medio de la plaza, en un montículo verde, estaba Galathilion, impasible. Galathilion era un árbol, hecho a la imagen de Telperion, El Blanco. Yavanna lo creó, cuando los Hermosos Elfos vivían en Tirion, a petición de los Noldor y Vanyar. Al poco tiempo estos últimos fueron llevados a habitar con Manwë y Varda, por ser, de los tres grupos de elfos, los más amados por estos Valar.

- Podría vivir bajo la forma de cualquier criatura viviente, creada por Eru, excepto un Vanyar.- Dijo Fëanor, pensando en voz alta. No soportaba ir a Valimar, a presentarle sus respetos a los Valar, aunque debía hacerlo por lo menos una vez al año, porque su padre lo obligaba. Debía sin duda ser horrible tener a los Valar rodeándote todos los días, vivir a sus pies como lacayos (sinceramente pensaba que no le debía nada a los Valar).

- ¿Qué dice usted, forastero?- una voz sonó a sus espaldas. Estaba en las puertas de su casa y que aún podían descubrirlo, pero olvidando todo esto se había dirigido directo al árbol, mirando como se movían sus ramas.

- ¡Estoy perdido!- pensó. Y cubriendo su rostro nuevamente con la capa, volteó.- ¡Aldanur!- dijo, otra vez en voz alta. - ¿Perdón, le conozco a usted?- Aldanur, como su nombre lo indica, era el encargado de mantener al árbol Galathilion en perfectas condiciones, era un trabajo duro, aunque no lo crean. De todos modos Aldanur no sentía gran estima por Fëanor y Linwë, quienes, según él, se sentaban muy cerca del árbol, en especial por Fëanor a quien una vez sorprendió, cuando era menor por supuesto, trepado en una de las ramas bajas. En fin, Aldanur cuidaba el famoso árbol como si fuera una reliquia, y gracias a eso podemos hablar hoy día de Celeborn, semilla de Galathilion que se plantó en Tol Eressëa, y del que salió de este, Nimloth, el Árbol Blanco de Númenor.

- Disculpe, creí confundirle con un amigo- dijo el joven improvisando.- Diciendo esto, se alejó rápido hacia las puertas del palacio.

- ¡Hey! ¡No puede usted entrar en Las Estancias de Finwë! ¡Regrese!- gritó el elfo, sin decidirse a llamar a un guardia, temiendo que otro se acercara al árbol.

_________________________________________________________________________

Camino al salón real, Fëanor se topó con una que otra sirvienta que lo miró con recelo, después de todo, no era común que un elfo entrara al palacio con toda confianza, sin vestir adecuadamente.

- Cruzaré el umbral con la frente en alto, como si nada hubiera pasado- se decía una y otra vez, pero cuando estuvo ya afuera del salón no pudo entrar. Se detuvo al escuchar una conversación:

- ...Pues ese es mi problema, amigo Mahtan, no ha vuelto desde aquel día. Y como él es tu discípulo, pensé que podría estar ahora en tu taller.

- No te preocupes, Señor, si estuviera en mi casa, lo habría traído a ti. No veo a Curufinwë desde hace tiempo, incluso pensé venir a buscarlo aquí cuando acudí, por llamado de Aulë el Vala, a los palacios de Taniquetil.

- No sólo para eso te llamé Mahtan. ¿Recibiste mi invitación, no es verdad?

- Por supuesto, señor. Con mucho gusto asistiremos todos. ¿Puedo preguntarte el motivo del banquete de esta noche?.

- Oh si, Olwë y su hijo nos visitan, después de largo tiempo de ausencia. Pues si vais a venir, lo mejor es que os quedéis aquí a esperar la noche.

- Acepto la propuesta. Mi esposa se encuentra conmigo aquí en el palacio, pero mi hija está en casa.

- No hay problema. ¡Anissar!- dijo el rey llamando a un guardia.

- ¿Si señor?

- Id a casa de Mahtan e invitad en nombre mío, a la joven Nerdanel que allá se encuentra.

Era seguro que Finwë se encontraba en la habitación conversando con Mahtan el herrero, su maestro y padre de Nerdanel. ¡Y Nerdanel vendría! El solo hecho de escuchar el nombre de la joven lo dejó paralizado. Y no pudo moverse de aquel lugar cuando Anissar pasaba por el umbral hacia él. Y Anissar el guardia lo descubrió. No necesitó quitarle la capucha para saber quien se escondía tras ella. Una sola mirada acusativa, que atravesó al joven como una aguja en la tela, su recriminación. Una sonrisa sardónica esbozó, mientras volvía la vista hacia otro lado, dejándole a Fëanor el sabor de la vergüenza, como amarga penitencia.

Cuando logró moverse al fin, Anissar había desaparecido por el pasillo y su padre llevaba otra vez la animada conversación con Mahtan.

- No entraré. Suficiente castigo he tenido al pedirle ayuda a Corintur, y lo que acaba de hacer Anissar, no me humillaré ante mi padre en frente de Mahtan.- Sin preocuparse ahora de que alguien lo viera, se dirigió a su habitación.

Encapuchado o no, nadie vio caminar a Fëanor por el palacio. Subió escaleras, cruzó pasillos y atravesó salones, pero todos habían desaparecido. Su alcoba se encontraba en el ala oeste, lejos de la de su padre, mirando hacia la plaza de Galathilion y la Mindon. Las puertas de este eran de una madera oscura, contrastaba enormemente con el resto del palacio, igual que él mismo. Buscó la llave en el bolsillo de su capa. Si la había perdido en el campo, no podría entrar más. Recordó lo difícil que fue robar las copia de los manojos de las encargadas de limpieza.

- Bueno, cada uno protege su privacidad de la forma que le conviene- dijo mientras daba vueltas a la llave de oro en la cerradura.

Abrió las puertas y entró. La habitación olía a humedad y polvo, había estado cerrada sin ventilar por mucho tiempo. Cruzó el cuarto, que estaba a oscuras, y descorrió las pesadas cortinas dejando entrar la luz de Laurelin. La habitación, a pesar de ser la de un príncipe, era sencilla, y la falta de atavíos la hacían ver mucho más grande de lo que era. Las paredes claras y altas, pero el techo negro. En una esquina estaba la chimenea, apagada en este momento y a su lado un sillón. Un espejo, un escritorio de ébano con su silla y estantería estaba a la izquierda, lleno de libros antiguos. Una persiana hacía de biombo, ocultando la cama y un armario de puertas grandes. Al lado de uno de los otros muebles, a la derecha, había una puerta angosta. En el fondo estaba la ventana, que ocupaba gran parte de la pared. Fëanor revisó todo, cerrando algunos libros que estaban sobre el escritorio, dejándolos en su lugar. Después de pasearse un rato por el cuarto, se quitó la capa, dejándola en el suelo, y se desplomó en la cama.

Todo el brillo de su mirada se había marchado. Ese ardor en sus ojos oscuros, que muchas veces inspirarían miedo, pero, aún así, seguirían cautivando a quien los apreciase, ese fuego permanente parecía extinto. Las facciones de su cara, que la mayoría de las veces permanecía seria y emitía una sensación de agria indiferencia, delataban su estado de ánimo. Este era uno de los peores días de su vida. Uno de esos días en los que deseaba no haber existido. ¿Y por qué? ¿Por qué se sentía así, si no había hecho nada malo? Bueno, nada "realmente malo". Conocía la respuesta y a la vez le resultaba una cosa tan pequeña, una absurda trivialidad. Insignificante. No, insignificante no. Su orgullo era todo menos insignificante. Un defecto horrible que lo convertía en su propio verdugo. ¡Y era muy orgulloso para admitir que lo era! Para él todo esto se traducía en la vergüenza que sentía. A los ojos de otro, todo esto, me refiero a lo que le había sucedido ese día, seguramente no habría significado nada. A Linwë, el que se había convertido en su mejor amigo con el tiempo, por ejemplo. Linwë nunca se habría enojado con su padre de una manera tan tonta como él, ni tampoco habría permanecido fuera de casa tanto tiempo, resistiendo el frío y el hambre, y claro! Si todo esto hubiera pasado, no le habría importado pedirle ayuda Corintur, ni le habría afectado tanto la sardónica postura de Anissar. Es más, en este momento estaría riéndose de sí mismo, en vez de torturarse pensando, como Fëanor ahora. Suspiró. No, no se sentía mejor después de esa absurda idea. Quizá era débil y estaba destinado a caer en pequeños agujeros cavados por él mismo. ¡Y esa era su vida!, Su estado permanente. Lo peor que podía hacer era pensar así. De pronto una fuerza surgió en su interior y logró sentarse en la cama. Listo, eso era mejor. Se distraería trabajando en su taller el resto de la tarde, la noche. ¡Y a la mañana siguiente estaría bien!.

- Genial... Un momento, ¡Nerdanel vendrá esta tarde!

Era increíble como podría destruir lo que con tanto esfuerzo había conseguido. Cayó de nuevo sobre sus espaldas. La imagen de la joven elfa había acabado con todo indicio del proyecto. Reincidente, como decía Linwë, siempre bromeando. No estaba bien. Nada estaba bien. No debería sentirse así, no debería estar así. Era incorrecto el grado de dependencia que sufría. Perderse en sus bellos fanales de ámbar, azules y terribles, como el mar en tempestad. Su cabello oscuro, como son las noches de tierras lejanas, una sombra que lo envuelve. Olerlo. Imaginar su aroma. Imaginar, también, la sensación que tendría si acariciara su mejilla. El roce ficticio de su piel con la de ella, que parecía porcelana. Besar su mano, o mejor aún, besar sus labios, rojos como la sangre, y dulces como la miel, el mero contacto con los suyos y perdería el conocimiento. Pero nunca salía de eso, simple utopía, quimeras inalcanzables. Nerdanel, dama perversa. Debía serlo, si le hacía sentir lo que siente, sufrir lo que sufre. No, mentía. Una criatura tan hermosa no puede ser mala. Se arrancaría la lengua si lo decía nuevamente.

- Pérfida obsesión. Delirio obsceno. Seductor tormento.

¡Qué estaba diciendo! ¡Lo tenía como un idiota!

- Pero Nerdanel es tan... y ella dijo...

No. Ella no dijo nada. No se haría más daño. No tenía por qué engañarse. Nerdanel era como otro de esos sueños de niño, tan fantásticos, y gratos, como absurdos. ¡Era como cuando soñó que su madre volvía de las Estancias de Mandos! Sintió un dolor intenso, como si una aguja le atravesara la sien y la opresión que le invadía el pecho se acrecentó.

- Tienes razón, Nerdanel nunca me aceptaría. Ella... ella ni siquiera me ve.

Mientras Fëanor progresaba en su monólogo, peor se sentía, y la tarde avanzaba insensible. Se repetía una y otra vez lo iluso que era, haberse imaginado que ella... ¡Imposible! Después de un rato llegó a una conclusión. No podía vivir si no la veía, sólo veía, porque cuando descubrió lo que sentía, una extraña fuerza le impedía hablarle, y sí, hace muchos años cuando ambos eran niños, habían sido buenos amigos. El caso es que, en los últimos días, es decir, los días antes de su fuga, la había evitado. Ya no quería verla. No era timidez, sino miedo. Ese miedo que sientes al encerrarte y salir de pronto a la luz. Temor a que los demás no te reconozcan, el horror que padeces si descubren tu verdadera forma, que nada se parece a la que ellos tienen y sin más, se alejen desilusionados. Miedo al rechazo. Y... Si renunciaba así, voluntariamente a ella, ¡No tenía ya que existir! Ella fue siempre su pilar. Conmoción. Un arrebato de ira y angustia lleno todos los rincones, y se produjo la detonación que dejó libre todo lo que trató de ocultar desde niño, y nunca más volvió a su lugar.

- Me duele respirar, mejor será que deje de hacerlo.

El cordón con el que amarraba las cortinas, apretaba con fuerza. Ya no notaba la nariz, una sensación rara. Le silbaba el oído izquierdo, una sonrisa demente apoderó de su rostro. Estaba hincado en la cama deshecha. Nunca nadie le dijo si los elfos perecían o no, y siempre pensó que sí algunos animales morían, ¿Por qué a los elfos les sería negado ese don?. Era el momento ideal para probar su tesis, además, necesitaba un descanso. Separó un poco más las manos. Cuando faltaba poco, volvió a respirar.

- No puedo hacerlo.- Y siempre lo supo. No fue lo suficientemente valiente, ni estaba lo suficientemente acabado. Nunca más se presentó una oportunidad igual, aunque su espíritu luchó siempre con salir de ese cuerpo que lo limitaba.

Sus brazos se derrumbaron a los lados. De pronto, su mirada cayó en el espejo. Su imagen, ahora de pie en la cama, le había hecho detenerse. Se dirigió hacia el espejo y estuvo tan cerca de él, que su nariz casi lo tocaba. Una imagen esporádica le asaltó. Una figura grotesca, que nació de su reflejo, le hizo retroceder. Un temor súbito sobrevino. Estaba aterrado. Unos minutos permaneció antes de realizar movimiento alguno. Cuando por fin se calmó, como por arte de magia, el renombrado orgullo renació. Lanzó el cordón lo más lejos posible. Se puso de pie cuando se dio cuenta que aún no era la hora, aunque casi tropieza con un cobertor al escuchar a alguien tocar la puerta.

- Cundunya? (Mi Príncipe?)¿Está usted ahí?- la voz de una criada lo hizo despertar.