Reencuentros (parte 2)
- ¿Cundunya? ¿Está usted ahí?- la voz de una criada lo hizo despertar.
Había olvidado cerrar la puerta con llave, en cualquier momento la criada entraría a la habitación. Agarró su capa y la sacudió. Nada. Recordó algo. Corrió hacia un mueble, a la derecha. Forcejeó, tiró y finalmente, pateó un cajón. Recogió una llave. Una puerta angosta en la pared fue abierta y al cerrarla una antorcha de luz mágica se encendió. Un pasaje secreto, o al menos pocas personas sabían que existía. Una escalera en caracol de grandes peldaños bajó el joven elfo mientras pensaba. La seriedad había vuelto a su rostro. No, él no podía acabar así. Antes debía intentar hacer algo por lo cual se le recordara (como dije, su orgullo había vuelto) ya que nadie lo conocería nunca a fondo, como persona, tendría que valerse de otros artificios.
- Después de terminar mi obra, pasará lo que deba pasar.
Hace algunos años, cuando estaba leyendo en la biblioteca del palacio, había notado lo complicado y tedioso que podía ser traspasar a papel las letras y signos ideados por el maestro Rúmil, había signos para gravar en metal o piedra y otros para ser dibujados en papel con pluma o pincel, y recordó lo difícil que le fue aprenderlos cuando era niño. Pero todas sus sospechas quedaron confirmadas cuando presenció una de las tareas de Linwë, como futuro bardo, transcribir a un libro gran parte del historial de canciones y relatos élficos desde el despertar en Cuivienen. Tardó dos años y medio, trabajando todas las tardes tres horas por lo menos, y con ayuda de Fëanor. Dos años y medio de trabajo inútil, gracias a la pésima caligrafía de ambos jóvenes. De todos modos, los caracteres de Rúmil limitaban los documentos escritos de los elfos y pronto quedarían obsoletos debido a la cantidad de nuevas palabras que cada década se le agregaba al Quenya, idioma oficial de los Noldor. Aunque pretender desplazar los símbolos de Rúmil era, quizás, ambicionar demasiado, Fëanor había ideado otro sistema de escritura, que con un poco de perfeccionamiento, sería mucho más eficaz y útil. Había dejado de trabajar en esto cuando su ánimo decayó y comenzó a sentirse abatido, luego apareció la oportunidad de viajar con Oromë hasta los confines de Valinor, después se enojó con su padre y lo que aconteció posteriormente ya es sabido.
Siguió bajando. El pasaje se hacía cada vez más oscuro. Ya no dolía tanto pero la herida seguía latente. Ahora podía verlo mejor, como si se tratase de mirar por una ventana, algo empañada por su orgullo, a pesar de todo. En la oscuridad, asfixiante, habría dado cualquier cosa para que el llanto acudiera a sus ojos. Allí nadie le veía, así podría desahogarse. Pero no lloraba desde ese día, que junto a su padre visitó Lorién, cuanto tuvo su pequeño altercado con Irmo. El final de la escalera llegó y no veía más allá de su nariz, afortunadamente sabía donde se encontraba. Adelante, como a una metro de distancia, había una puerta de metal. Detrás de ella había un pasillo, el subsuelo, último piso bajo el palacio. Ahí estaban las bodegas que abastecían la cocina, sitio donde Fëanor había escogido su taller. Sólo debía caminar dos pasos hacia el frente, desde la escalera. Una cámara relativamente amplia donde a nadie le molestaba si encendía la fragua a potencia máxima, sofocándose en el interior, nadie se quejaba si martillaba más de la cuenta, con todo el estruendo que eso conllevaba, o si el humo inundaba gran parte de la bóveda subterránea. El taller era como el "escondite secreto" que todos tenemos cuando niños, su "guarida", donde normalmente pasaba horas trabajando. Y ahora se dirigía a él. Martillaría un rato alguna lámina de metal, y se sentiría mejor. Luego se concentraría en perfeccionar aquellos símbolos. Abrió la puerta. Nadie en el pasillo. Era mejor así. Cerró la puerta, por la cual había salido, con llave. Al voltear, como de la nada, apareció una figura conocida.
- Aiya, Heru Vanualion (Salve príncipe de los perdidos).
De cabellos rubios y ojos azules, Linwë podía ser el arquetipo de elfo Vanyar, de hecho su madre era una dama Vanya, que en otros tiempos había preferido separarse de su familia y quedarse en Tirion junto a su padre, Nyello el mejor bardo y maestro trovador de la corte. Era de la misma estatura que Fëanor, de tez un poco más morena, debido a sus cabalgatas vespertinas a la luz de Laurelin. Traía una flauta en la mano derecha. Su cara mostraba un gesto de desaprobación, lo que sorprendió a Fëanor, normalmente Linwë no adoptaba esa postura más de tres segundos. ¡Iba contra sus costumbres!. ¿En realidad había hecho algo tan equivocado, que hasta Linwë tendría el atributo de hacerle sentir vergüenza por ello? Bajo la cabeza por un momento, esquivando la mirada recriminatoria de Linwë.
- Pensé que nunca regresarías.- dijo el joven bardo, en una acción terriblemente espontánea. Su carácter no le permitía permanecer enojado por mucho rato, y ahora abrazaba, enérgico, a su amigo, golpeándole la espalda y dejándolo con una expresión atónita.
- Nunca cambiarás, ¿No es cierto? Por un momento pensé que ibas a reprenderme.- dijo Fëanor, intentando desprenderse de su amigo, no era partidario de los actos muy emotivos.
- Y justamente eso iba a hacer. ¿No crees que sería oportuno cambiar los papeles, después de tantos años que llevas reprendiéndome tú a mí?
Fëanor no contestó. Estaba acostumbrado a comentarios como ese, era una forma de decir "Si tú lo haces, yo también puedo, ¿No?". Siguió el camino que llevaba antes de la repentina aparición. Buscó la llave de la escalera y intentó abrir la puerta de su taller.
- ¿Piensas ponerte a trabajar ahora? ¡Pero si acabas de llegar!- dijo el bardo. La mirada del joven herrero contestó su pregunta. Obstaculizándole la pasada, continuó.- Parece que tus "vacaciones" no te sentaron tan bien, como yo pensé.
- Heca, Linwë! (apártate Linwë), tengo trabajo que hacer- dijo Fëanor. La interrupción del bardo le estaba exasperando. Odiaba cambiar de planes, aunque no tenía ni la menor idea de que iba a hacer cuando se encontrara dentro del taller.- Además, no estoy de humor para escuchar tus bromas de bufón.- A Linwë podías decirle lo que fuera, sin conseguir enojarlo, todo menos mencionar que era un bufón.
- Ni sueñes que te dejaré cruzar esta puerta, para que te encierres en esa habitación, en vez de aprovechar la tarde. ¡La hora dulce está por comenzar!- La ofensa de Fëanor no había dado resultado.- ¿Qué piensas hacer que es tan importante, y no puede esperar el resto de la tarde?
- Nada de tu incumbencia. Déjame pasar Linwë.
- ¡Oh, sí! ¡Había olvidado lo importante que era martillar un pedazo de lata, mientras te asfixias en un cuarto cerrado, oscuro y lleno de humo!- dijo Linwë, decidido a sacar a Fëanor a la luz.
- Mi fragua no arroja humo.- dijo el herrero después de un rato, cruzando los brazos en señal de que podría seguir discutiendo hasta el fin de los días.
- ¿Sabes que puedes llegar a ser el elfo más obstinado de Valinor, si te lo propones? ¡Estás rompiendo tus propias marcas, amigo!. Muy bien me retiro, si no quieres salir de tu ratonera, no es mi problema.- así decía el bardo mientras se alejaba. Se detuvo. Ah olvidé decirte cuando venía. Mahtan te está buscando y hace un rato se dirigía hacia acá.
- Espera Linwë, ¡Voy contigo!
Ambos cruzaron el palacio y ya la mayoría de los que allí estaban, descubrió la presencia de Fëanor en el palacio. Aunque habría sido más fácil mantener el secreto si Linwë no se hubiera detenido a saludar a todo elfo con el cual cruzaron camino. Cuando salieron, el cielo había tomado un tono rosáceo, debido a la mezcla de luces. Una brisa sutil mecía las ramas de Galathilion suavemente. Los elfos comenzaban a salir de sus hogares para disfrutar de la tranquilidad y paz, dos dones que con los que contribuía la hora dulce. Linwë se detuvo junto el árbol, en el centro de la plaza, Fëanor siguió caminando hasta la Mindon, los de palacio saldrían también y si Nerdanel estaba en las Estancias de Finwë, iría a sentarse junto a Galathilion, como lo hacía todas las tardes, desde que era una niña. El bardo dejó su lugar para ir con su amigo.
- Creo que no estoy listo aún para ser el centro de las miradas y cuchicheos de todos.
- Podríamos subir, si así lo quieres- dijo Linwë, mirando hacia la Mindon Eldalieva- Deseo ir desde esta mañana, a ver el paisaje.
Las puertas de la Mindon estaban hechas de una madera hermosa, sus goznes, manillas y cerrojos eran de oro. Se necesitaba la fuerza de unos cuatro elfos para moverlas, por eso siempre se mantuvieron abiertas. Las paredes eran de piedra blanca, que en el interior había sido tallado perfectamente con diseños vegetales, o motivos que graficaban la creación de los dos árboles, pero la decoración no había sido terminada y en los demás pisos las paredes eran lisas. Cada vez que venía, Fëanor golpeaba un poco las paredes con el puño, su sueño, uno de todos los que tenía constantemente, era poder seguir tallando esos muros. Subiendo por la escalera, se pueden ver descansos en cada piso, después de los cuales se abre una habitación. En el último piso el techo es abovedado. Una gran lámpara hay en el centro. El casquete es de plata y gracias a un hechizo de Varda Elentári, la luz que emite es más poderosa que cinco estrellas juntas y no produce calor alguno. La mayoría de las veces esta lampara mira hacia el este. Ambos jóvenes subieron la escalera hasta el último piso.
- ¿Supongo que querrás enterarte de las novedades que ha habido en Tirion en tu ausencia?- dijo el bardo mientras subía el último escalón. Cada uno tomó un lado diferente, El joven bardo miraba hacia el oeste, hacia el Calacirya, el Paso de la Luz, mientras el herrero miraba hacia el este, donde las estrellas lejanas se dejaban ver. A ninguno de los dos le importaba seguir hablando sin mirarse a la cara. Linwë no esperó respuesta de su amigo y prosiguió- Los de la guardia organizaron un campeonato deportivo, aprovechando que tú no estabas supongo. Constaba de varias pruebas: Tiro al arco, Carreras de Velocidad, Carreras con obstáculos...
¿Por qué no podía ser como él? Linwë, no parecía tener ningún problema. Siempre alegre, le agradaba a todos, tenía talento en lo que hacía, aunque muchas veces podía parecer superficial.
- ... Salto largo, Salto alto, Caza...
Linwë vivía en un continuo sueño perfecto, no tenía responsabilidades, al parecer. Es lo que todos esperan que sea y sus padres están orgullosos. Se permite bromear y reírse de quien le plazca. Como esa vez que tomó los zapatos de Varno y los lanzó por encima de las murallas.
- ...Lanzamiento del disco, Lanzamiento de la jabalina, Lanzamiento de la bala, Lanzamiento del calcetín, Lanzamiento de la calabaza, Lanzamiento del hijo del Rey por la ventana... ¿Me estás escuchando?- Fëanor no sabía en que momento el bardo había cambiado de lugar, ahora Linwë se encontraba a su lado.
- Sí, por supuesto. Carrera con obstáculos... Dime, ¿Venció esta vez El Patio de Los Artistas a la Guardia de Tirion?
- ¿Cómo supiste que El Patio de los Artistas participó?
- Si no hubieran participado, ¿Me habrías dicho?
- Estas desarrollando una gran intuición, sabes. ¿Aún no intentas ningún hechizo?
- "Perdieron"- dijo en su mente- No, no intento ninguno, por el momento. Mahtan dijo que mi poder no está desarrollado, que soy muy impulsivo, podría ser peligroso.
- ¿Podrías hacerte daño?
- Podría HACER daño. De todas formas, yo lo utilizaría exclusivamente en mi trabajo. Perdieron, ¿No es cierto?- Dijo Fëanor, intentando cambiar el tema. Mahtan, el herrero había presagiado que su discípulo jamás dominaría su poder, por lo que todos pensaron que el joven príncipe no lo poseía. La verdad era otra. Fëanor se convertiría en un maestro de las palabras, teniendo gran poder sobre los corazones de quienes los escucharan.
- Si, perdimos.- dijo Linwë rápidamente, para después agregar- Tiemblo de sólo imaginarte por la calle intentando controlar el juicio de cada uno de nosotros.
- No podría. Ni tu ni yo. Nosotros poseemos poderes "de operación", o algo así dijo Mahtan, podemos actuar solamente en el plano físico en el que nos encontremos. Por ejemplo, cuando lograste hechizar esa arpa, para que tocara sola. Muy pocos poseen capacidades más "mentales".
- Nerdanel
El herrero se sonrojó. Su amigo lograba sacar a Nerdanel en los momentos más inesperados. ¿No era suficiente pensar en ella, en todo momento? Una vez Finwë había mencionado en la cena lo cohibido que se mostraba su hijo cuando Nerdanel los acompañaba. ¡Incluso bromeó diciendo que debería invitarla más seguido!. ¡No sabe nada! ¡Nadie sabía nada! Incluso él desconocía muchas veces sus sentimientos. Había jurado que nadie lo sabría nunca, pero el destino le tenía reservado la mala fortuna de romper todos sus juramentos. Linwë lo miraba con atención. Le demostraría que podía hablar de ella sin inmutarse.
- Si, Nerdanel posee esa clase de poderes. Visiones y sueños, del pasado y el futuro, puede percibir, si sigue entrenándose. Hay que ser dueño de una mente fuerte para poder resistir una visión.- dijo casi sin respirar.
- No me refería a eso. Es Nerdanel. Hacia allá- dijo señalando el centro de la plaza.
Fëanor temblaba. No estaba listo para verla, así, tan de repente. Era extraño el efecto que la elfa realizaba en el joven herrero, cualquiera que ve a la persona que más quiere en el mundo, se alegra, tornándose rojas sus mejillas, chispeantes sus ojos y veloz el corazón, un efecto parecido al del miruvórë, debo mencionar. La palidez se apoderó de su semblante, si es que era posible emblanquecerlo más, y si el fuego existente en sus ojos permanecía oculto hace un rato, ahora estaba completamente extinto. Su mirada había envejecido y parecía consumida por el tiempo, con ella seguía cada movimiento de Nerdanel Vanimeldë.
La joven lucía un vestido azul oscuro, sin mangas, que resaltaba el matiz albo de su piel. El cabello lo traía recogido en un tocado, adornado con cristales transparentes, como el rocío. Un manto que hacía juego con su vestido, cubría sus hombros y en el cuello engarzaba una gargantilla de plata y zafiro. En las manos enguatadas llevaba una rosa, parecía triste. Vestía elegantemente, era obvio que asistiría al banquete que se daría en el palacio.
Linwë observaba a su amigo y a la joven, alternadamente. Haciendo gala de su habitual espontaneidad, hizo gestos saludando a la elfa. Instintivamente Fëanor volteó y se agachó, escondiéndose tras la pared bajo el mirador. La joven respondió al saludo con una amigable sonrisa, aunque de alguna forma se veía incómoda. Se despidió con la mano y desapareció al interior del palacio.
- ¿Qué haces? ¿Estas loco?- dijo Fëanor más tranquilo estando fuera del plano visual de Nerdanel.
- Saludaba a Nerdanel, ¿Eso te molesta?- dijo el bardo- pensé que íbamos a subir a ver el paisaje.
- Pero este es el último piso.
El techo de la Mindon tenía una orilla saliente, un alerón, si se me permite la expresión. Ambos jóvenes se sentaron en la saliente, la luz de Laurelin menguaba agonizante, mientras el brillo de Telperion nacía. Por un momento fue más fácil contemplar las estrellas. Era el lugar perfecto, según Linwë, si buscabas inspiración o soledad. Desde ese lugar podía apreciarse la magnificencia de las Pelóri, las montañas de Aman, las más altas de la Tierra. Podía verse también, sobre todas las montañas de Pelóri, aquella cima que se alza en altura, en cuya cumbre puso Manwë su trono. Taniquetil llaman los elfos a esa montaña sagrada y Oiolossë de Blancura Sempiterna. La cúspide de la Mindon Eldalieva estaba a la altura del Calacirya, el paso de la luz que los Valar abrieron en las montañas en los tiempos de antaño, para que la luz de los árboles llegara también a Tol Eressëa, donde los Teleri habitaron por largos años. Hacia el sur se extendían los bosques de Oromë, donde estaba su morada de madera y hacia el oeste en las inmediaciones de Tirion, brillaban tenues los campos y pastizales, dorados bajo el alto trigo de los dioses. Mas lejos, las mansiones de Olwë, que eran de perlas, en Alqualondë, el Puerto de los Cisnes. Era la ciudad de los Teleri, y el muelle de sus navíos. Maravillosas eran las playas de Elendë en aquellos tiempos, en las que los elfos habían esparcido diamantes, cristales pálidos y ópalos. Belleza podías observar, no importa en que sentido miraras.
- Nadie te entiende hijo de Finwë. A veces dudo respecto a tu naturaleza, ¿Realmente eres un elfo?
- ¿Qué otra cosa voy a ser, de todas formas?
- Una de esas extrañas criatura que nuestros padres encontraron en las tierras del despertar- Dijo el bardo haciendo muecas.
- ¿Por que lo dices?
- Puedes hacerlo cuando quieras. Si no le dices hoy, nunca lo harás.
- ¿A que te refieres?
- Ya sabes, tienes que decirle. Hoy antes del Auge de Telperion, se marchará.
- Espera un momento, ordenemos las ideas- Sabía que el bardo estaba confundiéndolo intencionalmente, le disgustaba que hiciera eso- ¿A quién tengo que decirle? Y ¿Qué tengo que decirle?
- A Nerdanel- Dijo el bardo con una sonrisa de triunfo en los labios, si hubiera intentado tocar el tema en una conversación normal, seguramente el herrero lo habría ignorado, cambiaba de tema con habilidad.
- No es tan fácil- dijo, con la mirada perdida en el vacío. Cómo podía sugerir algo así! Apenas podía respirar, estando a cinco pasos de ella. Decir todo lo que sentía por ella era como enfrentar la muerte sin un arma. Nunca podría hacerlo, aunque seguramente era la solución a su problema.- Ni siquiera sé lo que siento por ella.- dijo, el herrero. El dolor volvía.
- Tu mirada te delata. La amas, es obvio.
- Si esto es amor, espero que alguien lo meta en una caja, la expulse de Eä y la destruya, conmigo dentro. Pensé que era un sentimiento más agradable, te confieso.- La brisa traía consigo un aroma a jazmines. Las estrellas podían ser vistas con facilidad, hacia el este. Casi susurrando continuó- En un momento puedes estar en la cima del mundo, el viento en tu cara y una sensación de libertad inalterable, al tiempo después estas en un lugar... Un lugar perdido en tu mente y en tu memoria. Un abismo oscuro, donde hay frío y fantasmas. Donde te atormentan las visiones, en donde no puedes respirar, en donde hay seres grotescos de apariencia terrible fornicando con tu más profundo dolor. Donde la única víctima de todo eres tú. En donde la luz se han extinguido y las estrellas no te ayudan. Te lastimas, tienes pesadillas y temes al sufrimiento...
- Al parecer es mas serio de lo que creí.- dijo Linwë, cada vez más preocupado. Y tenía razones para estarlo.
- Ese lugar que es donde habitan todos tus miedos... está dentro de ti. Y el que originó todo el dolor... fue tu propio pensamiento y tu realidad. Te conviertes en la casa de la locura y no puedes evitarlo. La tristeza te consume a toda hora.
- Pero tú puedes esquivarlo.- Dijo el bardo, sin argumentos. No iba a dejarlo ganar esta vez, no en el estado en que se encontraba.- ¿Qué es la tristeza, sino un estado mental? Prima hermana del aburrimiento y de la alegría, y como tal, va y viene por temporadas.
- ¿Qué es la tristeza, Linwë? Pensé que tú eras el lírico. La tristeza es no ser quien tú esperas ser, es perder lo que se tuvo ó lo que nunca fue para ti mismo. Es saber que ya no recuerdas la felicidad. Es caer en las redes de la madre Melancolía cuando descubres que falta un gran pedazo de tu alma. Es ese espacio vacío que no podemos llenar de lo que deseamos, ese poema que nos envuelve con sus líneas de sentimiento, y logra golpearnos con su verdad, o su mentira.
- Con su mentira. Miente y altera la realidad, deformándola a su conveniencia. Adultera tu visión en estos momentos. Hace unos años dijiste que nada era inalcanzable para los elfos, ¿lo recuerdas? ¿Hablo aún con el mismo joven herrero que practicaba hechizos a espaldas de su maestro? Fuerte y luchador eras entonces. Tu me enseñaste, cuando éramos niños, a no dejar nada sin terminar, por muy complicado que fuera el caso. Ahora yo te digo, no abandones nunca tu cometido. Confiésale lo que sientes de una vez, libérate de todo el peso, y si ella no quiere escuchar, aprende a retirarte con honor, la frente en alto. Muchas otras chicas de la corte van tras tus huesos, por si no lo has notado.
- No es mi deseo, no sabría como decirlo. No estoy hecho para verter lo que pienso como una fuente. Tú sí.
- ¡Fëanáro, acabas de hacerlo! No te costaría mucho repetir lo que acabas de decir a Nerdanel. Y lo desees o no, tendrás que hacerlo hoy. Lo que intentaba decirte desde un principio: Anissar llevará a Nerdanel a Taniquetil, esta noche. Cuando tu no osabas a aparecerte aún en la ciudad, Mahtan y su esposa visitaron a Aulë que estaba en los palacios sagrados de Manwë y Varda. Limaré la Maia, doncella de Varda se ofreció como mentor y maestro de Nerdanel, la ayudará a perfeccionar su poder. Y temo decir que Anissar es tu rival. Él se ofreció a llevarla hoy donde Limaré, seguramente buscando amistad con Mahtan.
- Anissar, ese... - Las palabras de su amigo lo habían despertado, pero a la primera mención del nombre de Anissar la energía en su espíritu y su vivo orgullo habían reaparecido- Y que sabes de ella, ¿Quiere ir con la Maia?
- No lo sé, sinceramente.
- Linwë, amigo, iré a verla hoy. No voy a permitir que la encierren en ese antro de divinidades esclavizadoras.
- ¿Y si ella desea ir con la Maia?
- Si ella desea ir con la Maia iré a despedirme. Puedes contigo mismo, pero no contra tu destino. Volveré a consumirme en las oscuras estancias que están en mi mente.
Telperion comenzó a brillar con mayor fuerza, su fulgor de plata jugó con el abismo de sus ojos y vio nacer en ellos un nuevo ardor que no conocía. Los dedos de Linwë juguetearon un rato con la flauta que llevaban desde la tarde. Rió. Había logrado una gran proeza esa tarde. Algún día compondría algo basado en ella.
- ¡Qué hacen en ese lugar, par de incautos! Acaso esperan romperse la cabeza!- Ambos jóvenes miraron al mismo tiempo, para encontrarse con una postura del Rey de los Noldor que no conocían. El habitual semblante flemático y severo era reemplazado por un gesto de nerviosismo y agitación. Respiraba fatigosamente, como si hubiera corrido por la escalera.- ¡Bajen de ahí ahora mismo!- La mirada prometía reprimenda.
Linwë pasó rápidamente por el mirador, Fëanor y Finwë tendrían una larga charla al parecer, y él no quería estar presente.
- ¡Aiya, Señor! Me gustaría quedarme pero... - se quitó un zapato y lo tiró por la ventana-... pero he perdido mi zapato al bajar y... ¡Es mi deber, como buen ciudadano de Tirion, recuperarlo!- se precipitó corriendo por la escalera.
- ¡Linwë!- Fëanor había pensado que su amigo lo ayudaría a salir de esta. Su padre bloqueaba la salida, no podría evitarlo, tendría que hablar con él. - ¿No deberías estar con Olwë en este momento?- empezaron de nuevo.
- ¿No querías verme aquí? "Namarië Olwë, enomentuvalve mi mindon, atar!", No era eso una parte de tu mensaje?.
- Nunca debí mandar nada!- Pensaba eso desde que Linwë se había marchado.
- "Ai, I quellë sará enwino aran. Man ahyanë? Vintane i canwa?. Tira i leuco atanon raicar quettar. Namarië Olwë, enomentuvalve mi mindo, atar!"- Recitó seriamente el rey- Deberías dejarle los versos a los bardos, y retornar a la forja, hijo mío. Le diste, gratis, a la corte un día completo de migrañas.
Qué había dicho? Eso era una broma? Broma o no, había colocado una sonrisa en el rostro de Fëanor. Su padre también rió. En ese momento descubrió lo mucho que le quería. Imitando a Linwë, corrió y le abrazó. Su padre no estaba preparado para la sorpresa, pero le devolvió el atolondrado abrazo, ninguno de los dos estaba acostumbrado a los actos muy emotivos (dos abrazos en un día, se estaba transformando en costumbre). Bajaron las escaleras de la Mindon charlando como dos buenos amigos.
- Me es grato que estés de regreso- digo el rey.- Ah, tendremos un banquete en unos minutos más, olvidaba mencionarlo.
- Y por casualidad estoy invitado?
- Estas más que cordialmente invitado, considéralo como una bienvenida, aunque el puesto de honor ya lo haya otorgado. Puedes ir a cambiarte a tu habitación.
- Lo siento, - Dijo el herrero. La luz de plata avanzaba con rapidez, pronto sería el Auge de Telperion. - Pero tengo un asunto importante que realizar, me permitirías faltar a mi propia bienvenida?
- Mientras no te vea rondando tu taller, no hay problema. Te aviso que hay dos guardias esperándote, si lo intentas. Pasas mucho tiempo encerrado en él.
- Pero es necesario, sólo pregúntale a Mahtan.
- Mahtan también es un herrero...- Un elfo gritó el nombre del Rey desde la fachada del palacio. Sólo dos elfos lo llamaban por su nombre, cuando él estaba presente, dos elfos de todos los que habitaban en Valinor, Ingwë el rey de los Vanyar y Olwë el rey de los Teleri.
- Te estamos esperando. La próxima vez que se te ocurra desaparecer en un banquete, primero danos la solemne apertura, tengo ganas de probar ese pastel de fresas...- Olwë se interrumpió a si mismo cuando reparó en la presencia de Fëanor. Venía con su hijo, Vanwë- Aiya, hijo de Finwë.
- Es todo un gusto volver a saludarte, Vanwë - Dijo el herrero mientras estrechaba la mano que en otro tiempo había doblado, quebrándole el brazo.
- El gusto es mío, Curufinwë. - El Telerin devolvió su saludo como corresponde.
- Fëanáro.- Corrigió el príncipe- En otra ocasión podemos tener una conversación más adecuada. Con tu permiso Olwë, Padre.
- Corre, Anissar salió del palacio hace unos momentos.- Dijo Finwë.- Suerte. _________________________________________________________________________
Rápido. Debía serlo si quería detener a Anissar. Tomó un atajo. Tampoco quería cruzarse con él por el camino. Las calles estaban vacías, todos habían acudido a palacio. Miles de ojos invisibles parecían mirarle. Se sonrojó. Estaba corriendo por una chica! Hace diez años se reía de los que lo hacían. La brisa de la tarde se había transformado en ráfagas frías que mordían sus piernas sin piedad. Telperion acrecentó su fulgor, podía reflejarse en las paredes de los hogares de los elfos, el Auge. Nunca pensó que la casa de Mahtan le podía resultar tan distante. Listo, esta era la calle. La mansión al lado derecho de la Casa de los Artesanos, Mahtan era el Maestro de Herrería y Director del Consejo de los Artesanos. Subió Fëanor la escalera en la arcada de la Casa de los Artesanos y se ocultó tras un de las estatuas. Intentó tranquilizase, pero no lo logró. Le temblaban las rodillas. Que le diría a Nerdanel cuando la viera? No, no se lo diría, esto sería sólo una despedida, pensó dándose ánimos. Bajó las escaleras y se dirigió hasta la casa. Anissar se encontraba ahí, vestido elegantemente con el uniforme de gala y su medalla de capitán de la guardia. Aguardaba en el frontis, parecía hastiado de esperar, por primera vez el destino estaba de su lado. Fëanor se miró a sí mismo, aún traía sus ropas de caza, le quedaban holgadas, estaban sucias, embarradas por algunos lados, pero la mayoría manchada de pasto. Su capa desteñida ahora también estaba rota. Su cara debía estar sucia y el cabello lleno de pajillas secas. El guardia lo vio venir y sonrió. Comparaba su propia apariencia, con la del hijo de su rey. Encaró una ceja y dijo:
- ¿Qué haces por aquí, cundunya? No deberías estar en las estancias, celebrando con tu padre la venida de Olwë y su hijo?
- Tu también deberías estar allí, guardia- dijo en tono despectivo. Había perdido todo temor. Lo que más deseaba en ese momento era golpear la estúpida cara de Anissar.
- Pues será mejor que regrese, señor- enfatizó esa palabra- No, creo que yo mismo debería ir a dejarlo, Cundunya, podría extraviarse por el camino.
Anissar completó la mofa haciendo una exagerada reverencia. En el momento en que el guardia bajaba su cabeza, Fëanor aprovechó para darle un severo golpe de puño en el estómago. El ama de la casa lo vio todo por la ventana.
- Salgan de aquí señores, las puertas de esta casa no son un campo de batalla.- dijo la elfa, enojada.
- Perdone.- dijo, aprovechando que Anissar estaba en el suelo.- Desearía ver a la dama Nerdanel, antes de su partida.
El ama lo reconoció después de observarlo detenidamente.
- Curufinwë, señor, siento haberlo hecho esperar. Acompáñeme, se encuentra en el salón de estar.
La elfa lo llevó por la mansión. La casa de Mahtan le parecía hermosa cada vez que la visitaba. El ama subió las escaleras, doblando hacia la izquierda. Fëanor nunca había visto aquella ala. Se detuvo ante una puerta de madera labrada.
- La señorita Nerdanel no quería ver a nadie. Ha estado un poco afligida últimamente, tendrá que dejar Tirion por un periodo, más o menos largo de tiempo. ¿Podría, si es posible, hacerme un favor, señor?- sin dejarlo contestar, siguió- Converse con ella, e intente convencerla, ir a Taniquetil es lo mejor para ella.
- Haré lo que pueda.
El ama cerró las puertas desde fuera. La habitación estaba a oscuras. Avanzó un poco y escuchó algo. El débil susurro de un sollozo a sus espaldas.
- Espera un momento, correré las cortinas.- La luz de Telperion entró parcialmente en la habitación, lo suficiente para verla.
Bañada en plata, la delicada figura de Nerdanel apareció. La escasa luz le profería un aspecto volátil, como una sutil visión nocturna. Sus cabellos negros ondeaban, sueltos, sobre sus hombros y brazos descubiertos. Los guantes no los traía en las delgadas manos un pañuelo sujetaba. Sus ojos la delataban, dos espejos que reflejaban la tormenta que lidiaba su alma. Sus ojos... "tan azules como el mar en tempestad" repitió Fëanor, esos ojos eran capaces de transmitir una tierna Melancolía, en su dulce apariencia congelaban la sangre y paralizaban el alma. Tan expresivos, que parecían muertos.
- Fëanáro, príncipe de los Noldor ¿A qué razón se debe tu visita? Que me honra... - Fëanor besó su mano, gesto que la incomodó. No estaba de ánimo como para responder a formalidades. Secó sus ojos con el pañuelo. - ... que me honra, pero debo decir que no es el momento.
- Lo siento, pero yo... yo venía a... - Las palabras se le atoraron en la garganta. Nerdanel volteó hacia la ventana, estaban tan cerca, que si extendiera el brazo podría tocar su hombro.- ¿Qué os sucede?- dijo ladeando la cabeza, como un niño pequeño.
- Debo tomar una decisión importante.- Nerdanel ocultó su cara, el llanto estallaría en cualquier momento, y no deseaba que él la viera llorar.- Marchar a Taniquetil y servir a Varda Elentári, instruirme con Limaré, la Maia, que será mi maestra y tutora, en fin, realizar mi sueño.
- No pareces muy segura de ello, ¿Realmente te haría feliz acudir a la casa de Varda?- El sistema de Linwë le pareció adecuado. No era nada bueno dando consejos, apenas podía consigo mismo.
- ¡Por supuesto que me siento feliz, es mi anhelo desde que era una niña!- Las palabras que decía con la boca, los ojos le quitaban todo sentido.
- ¿Por qué no postergas tu partida?- No sabía que decirle.
- Si me retiro a Taniquetil, mi alma permanecerá siempre aquí, en Tirion, mientras mi cuerpo se atormentaría hasta al fin desfallecer de soledad o de dolor.- Hablaba en voz alta, ya no importaba si Fëanor la escuchaba, ya no quería parecer fuerte, la firmeza la destrozaba por dentro.
- No asistas, si tu corazón no lo desea. Sólo tú tienes la respuesta, nadie puede decirte que hacer. Haz lo que te parezca mejor.
- El problema es ese. Sé que lo mejor para mí es marcharme.
- Y vivir atormentada por el dolor... - calló súbitamente, hablaba sin pensar. Estaba influyendo en la decisión que sólo ella podía tomar.
El comentario desatinado del herrero fue el último impulso. Las lágrimas brotaron de esos ojos azules que tanto amaba, confortando las mejillas, ahora encendidas de la dama. Ese ambiente, ese aire nostálgico y sus condiciones y circunstancias la hacían verse distinta. Ya no era la joven de personalidad cándida y espontánea, llena de impulsividad y efervescencia, parecía otro ser. Abstracta era su belleza ahora, abstracta y etérea, pero sin duda mucho mayor. Una belleza llena de tristeza, que era su deber quitar, aunque no sabía que hacer.
El herrero se acercó a ella, tímidamente abrazó su espalda. Olió sus cabellos y una sutil fragancia se apoderó de sus sentidos. Nerdanel se apartó sobresaltada, percatándose de lo que acababa de hacer el discípulo de su padre, pero aceptó su hombro. Fëanor no intentó otra cosa, más que nada por respeto, aprovechar una situación así no era nada noble (Además, temblaba de pies a cabeza). La joven descubrió entonces su secreto, lo que había ocultado por tanto tiempo, lo que le hacía sentir tantas cosas juntas, lo que no podía expresarle abiertamente. Se separó de él. El herrero limpió, torpe, las lágrimas con sus dedos, sucediendo lo inevitable. Sin pensarlo, fue al encuentro de sus labios, quienes lo recibieron con asombro, para luego corresponderlo. Todo en una noche. En una noche había cumplido todos sus sueños y anhelos. Uno sólo faltaba por consumarse: "...Besar sus labios, rojos como la sangre, y dulces como la miel, resistir el mero contacto con los suyos sin perder el conocimiento...".
Tierno y frágil fue este encuentro, que atrapó por siempre el corazón de la joven, mientras la luz brillara en la hermosa Tirion.
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Si no les gustó, no las culpo.
- ¿Cundunya? ¿Está usted ahí?- la voz de una criada lo hizo despertar.
Había olvidado cerrar la puerta con llave, en cualquier momento la criada entraría a la habitación. Agarró su capa y la sacudió. Nada. Recordó algo. Corrió hacia un mueble, a la derecha. Forcejeó, tiró y finalmente, pateó un cajón. Recogió una llave. Una puerta angosta en la pared fue abierta y al cerrarla una antorcha de luz mágica se encendió. Un pasaje secreto, o al menos pocas personas sabían que existía. Una escalera en caracol de grandes peldaños bajó el joven elfo mientras pensaba. La seriedad había vuelto a su rostro. No, él no podía acabar así. Antes debía intentar hacer algo por lo cual se le recordara (como dije, su orgullo había vuelto) ya que nadie lo conocería nunca a fondo, como persona, tendría que valerse de otros artificios.
- Después de terminar mi obra, pasará lo que deba pasar.
Hace algunos años, cuando estaba leyendo en la biblioteca del palacio, había notado lo complicado y tedioso que podía ser traspasar a papel las letras y signos ideados por el maestro Rúmil, había signos para gravar en metal o piedra y otros para ser dibujados en papel con pluma o pincel, y recordó lo difícil que le fue aprenderlos cuando era niño. Pero todas sus sospechas quedaron confirmadas cuando presenció una de las tareas de Linwë, como futuro bardo, transcribir a un libro gran parte del historial de canciones y relatos élficos desde el despertar en Cuivienen. Tardó dos años y medio, trabajando todas las tardes tres horas por lo menos, y con ayuda de Fëanor. Dos años y medio de trabajo inútil, gracias a la pésima caligrafía de ambos jóvenes. De todos modos, los caracteres de Rúmil limitaban los documentos escritos de los elfos y pronto quedarían obsoletos debido a la cantidad de nuevas palabras que cada década se le agregaba al Quenya, idioma oficial de los Noldor. Aunque pretender desplazar los símbolos de Rúmil era, quizás, ambicionar demasiado, Fëanor había ideado otro sistema de escritura, que con un poco de perfeccionamiento, sería mucho más eficaz y útil. Había dejado de trabajar en esto cuando su ánimo decayó y comenzó a sentirse abatido, luego apareció la oportunidad de viajar con Oromë hasta los confines de Valinor, después se enojó con su padre y lo que aconteció posteriormente ya es sabido.
Siguió bajando. El pasaje se hacía cada vez más oscuro. Ya no dolía tanto pero la herida seguía latente. Ahora podía verlo mejor, como si se tratase de mirar por una ventana, algo empañada por su orgullo, a pesar de todo. En la oscuridad, asfixiante, habría dado cualquier cosa para que el llanto acudiera a sus ojos. Allí nadie le veía, así podría desahogarse. Pero no lloraba desde ese día, que junto a su padre visitó Lorién, cuanto tuvo su pequeño altercado con Irmo. El final de la escalera llegó y no veía más allá de su nariz, afortunadamente sabía donde se encontraba. Adelante, como a una metro de distancia, había una puerta de metal. Detrás de ella había un pasillo, el subsuelo, último piso bajo el palacio. Ahí estaban las bodegas que abastecían la cocina, sitio donde Fëanor había escogido su taller. Sólo debía caminar dos pasos hacia el frente, desde la escalera. Una cámara relativamente amplia donde a nadie le molestaba si encendía la fragua a potencia máxima, sofocándose en el interior, nadie se quejaba si martillaba más de la cuenta, con todo el estruendo que eso conllevaba, o si el humo inundaba gran parte de la bóveda subterránea. El taller era como el "escondite secreto" que todos tenemos cuando niños, su "guarida", donde normalmente pasaba horas trabajando. Y ahora se dirigía a él. Martillaría un rato alguna lámina de metal, y se sentiría mejor. Luego se concentraría en perfeccionar aquellos símbolos. Abrió la puerta. Nadie en el pasillo. Era mejor así. Cerró la puerta, por la cual había salido, con llave. Al voltear, como de la nada, apareció una figura conocida.
- Aiya, Heru Vanualion (Salve príncipe de los perdidos).
De cabellos rubios y ojos azules, Linwë podía ser el arquetipo de elfo Vanyar, de hecho su madre era una dama Vanya, que en otros tiempos había preferido separarse de su familia y quedarse en Tirion junto a su padre, Nyello el mejor bardo y maestro trovador de la corte. Era de la misma estatura que Fëanor, de tez un poco más morena, debido a sus cabalgatas vespertinas a la luz de Laurelin. Traía una flauta en la mano derecha. Su cara mostraba un gesto de desaprobación, lo que sorprendió a Fëanor, normalmente Linwë no adoptaba esa postura más de tres segundos. ¡Iba contra sus costumbres!. ¿En realidad había hecho algo tan equivocado, que hasta Linwë tendría el atributo de hacerle sentir vergüenza por ello? Bajo la cabeza por un momento, esquivando la mirada recriminatoria de Linwë.
- Pensé que nunca regresarías.- dijo el joven bardo, en una acción terriblemente espontánea. Su carácter no le permitía permanecer enojado por mucho rato, y ahora abrazaba, enérgico, a su amigo, golpeándole la espalda y dejándolo con una expresión atónita.
- Nunca cambiarás, ¿No es cierto? Por un momento pensé que ibas a reprenderme.- dijo Fëanor, intentando desprenderse de su amigo, no era partidario de los actos muy emotivos.
- Y justamente eso iba a hacer. ¿No crees que sería oportuno cambiar los papeles, después de tantos años que llevas reprendiéndome tú a mí?
Fëanor no contestó. Estaba acostumbrado a comentarios como ese, era una forma de decir "Si tú lo haces, yo también puedo, ¿No?". Siguió el camino que llevaba antes de la repentina aparición. Buscó la llave de la escalera y intentó abrir la puerta de su taller.
- ¿Piensas ponerte a trabajar ahora? ¡Pero si acabas de llegar!- dijo el bardo. La mirada del joven herrero contestó su pregunta. Obstaculizándole la pasada, continuó.- Parece que tus "vacaciones" no te sentaron tan bien, como yo pensé.
- Heca, Linwë! (apártate Linwë), tengo trabajo que hacer- dijo Fëanor. La interrupción del bardo le estaba exasperando. Odiaba cambiar de planes, aunque no tenía ni la menor idea de que iba a hacer cuando se encontrara dentro del taller.- Además, no estoy de humor para escuchar tus bromas de bufón.- A Linwë podías decirle lo que fuera, sin conseguir enojarlo, todo menos mencionar que era un bufón.
- Ni sueñes que te dejaré cruzar esta puerta, para que te encierres en esa habitación, en vez de aprovechar la tarde. ¡La hora dulce está por comenzar!- La ofensa de Fëanor no había dado resultado.- ¿Qué piensas hacer que es tan importante, y no puede esperar el resto de la tarde?
- Nada de tu incumbencia. Déjame pasar Linwë.
- ¡Oh, sí! ¡Había olvidado lo importante que era martillar un pedazo de lata, mientras te asfixias en un cuarto cerrado, oscuro y lleno de humo!- dijo Linwë, decidido a sacar a Fëanor a la luz.
- Mi fragua no arroja humo.- dijo el herrero después de un rato, cruzando los brazos en señal de que podría seguir discutiendo hasta el fin de los días.
- ¿Sabes que puedes llegar a ser el elfo más obstinado de Valinor, si te lo propones? ¡Estás rompiendo tus propias marcas, amigo!. Muy bien me retiro, si no quieres salir de tu ratonera, no es mi problema.- así decía el bardo mientras se alejaba. Se detuvo. Ah olvidé decirte cuando venía. Mahtan te está buscando y hace un rato se dirigía hacia acá.
- Espera Linwë, ¡Voy contigo!
Ambos cruzaron el palacio y ya la mayoría de los que allí estaban, descubrió la presencia de Fëanor en el palacio. Aunque habría sido más fácil mantener el secreto si Linwë no se hubiera detenido a saludar a todo elfo con el cual cruzaron camino. Cuando salieron, el cielo había tomado un tono rosáceo, debido a la mezcla de luces. Una brisa sutil mecía las ramas de Galathilion suavemente. Los elfos comenzaban a salir de sus hogares para disfrutar de la tranquilidad y paz, dos dones que con los que contribuía la hora dulce. Linwë se detuvo junto el árbol, en el centro de la plaza, Fëanor siguió caminando hasta la Mindon, los de palacio saldrían también y si Nerdanel estaba en las Estancias de Finwë, iría a sentarse junto a Galathilion, como lo hacía todas las tardes, desde que era una niña. El bardo dejó su lugar para ir con su amigo.
- Creo que no estoy listo aún para ser el centro de las miradas y cuchicheos de todos.
- Podríamos subir, si así lo quieres- dijo Linwë, mirando hacia la Mindon Eldalieva- Deseo ir desde esta mañana, a ver el paisaje.
Las puertas de la Mindon estaban hechas de una madera hermosa, sus goznes, manillas y cerrojos eran de oro. Se necesitaba la fuerza de unos cuatro elfos para moverlas, por eso siempre se mantuvieron abiertas. Las paredes eran de piedra blanca, que en el interior había sido tallado perfectamente con diseños vegetales, o motivos que graficaban la creación de los dos árboles, pero la decoración no había sido terminada y en los demás pisos las paredes eran lisas. Cada vez que venía, Fëanor golpeaba un poco las paredes con el puño, su sueño, uno de todos los que tenía constantemente, era poder seguir tallando esos muros. Subiendo por la escalera, se pueden ver descansos en cada piso, después de los cuales se abre una habitación. En el último piso el techo es abovedado. Una gran lámpara hay en el centro. El casquete es de plata y gracias a un hechizo de Varda Elentári, la luz que emite es más poderosa que cinco estrellas juntas y no produce calor alguno. La mayoría de las veces esta lampara mira hacia el este. Ambos jóvenes subieron la escalera hasta el último piso.
- ¿Supongo que querrás enterarte de las novedades que ha habido en Tirion en tu ausencia?- dijo el bardo mientras subía el último escalón. Cada uno tomó un lado diferente, El joven bardo miraba hacia el oeste, hacia el Calacirya, el Paso de la Luz, mientras el herrero miraba hacia el este, donde las estrellas lejanas se dejaban ver. A ninguno de los dos le importaba seguir hablando sin mirarse a la cara. Linwë no esperó respuesta de su amigo y prosiguió- Los de la guardia organizaron un campeonato deportivo, aprovechando que tú no estabas supongo. Constaba de varias pruebas: Tiro al arco, Carreras de Velocidad, Carreras con obstáculos...
¿Por qué no podía ser como él? Linwë, no parecía tener ningún problema. Siempre alegre, le agradaba a todos, tenía talento en lo que hacía, aunque muchas veces podía parecer superficial.
- ... Salto largo, Salto alto, Caza...
Linwë vivía en un continuo sueño perfecto, no tenía responsabilidades, al parecer. Es lo que todos esperan que sea y sus padres están orgullosos. Se permite bromear y reírse de quien le plazca. Como esa vez que tomó los zapatos de Varno y los lanzó por encima de las murallas.
- ...Lanzamiento del disco, Lanzamiento de la jabalina, Lanzamiento de la bala, Lanzamiento del calcetín, Lanzamiento de la calabaza, Lanzamiento del hijo del Rey por la ventana... ¿Me estás escuchando?- Fëanor no sabía en que momento el bardo había cambiado de lugar, ahora Linwë se encontraba a su lado.
- Sí, por supuesto. Carrera con obstáculos... Dime, ¿Venció esta vez El Patio de Los Artistas a la Guardia de Tirion?
- ¿Cómo supiste que El Patio de los Artistas participó?
- Si no hubieran participado, ¿Me habrías dicho?
- Estas desarrollando una gran intuición, sabes. ¿Aún no intentas ningún hechizo?
- "Perdieron"- dijo en su mente- No, no intento ninguno, por el momento. Mahtan dijo que mi poder no está desarrollado, que soy muy impulsivo, podría ser peligroso.
- ¿Podrías hacerte daño?
- Podría HACER daño. De todas formas, yo lo utilizaría exclusivamente en mi trabajo. Perdieron, ¿No es cierto?- Dijo Fëanor, intentando cambiar el tema. Mahtan, el herrero había presagiado que su discípulo jamás dominaría su poder, por lo que todos pensaron que el joven príncipe no lo poseía. La verdad era otra. Fëanor se convertiría en un maestro de las palabras, teniendo gran poder sobre los corazones de quienes los escucharan.
- Si, perdimos.- dijo Linwë rápidamente, para después agregar- Tiemblo de sólo imaginarte por la calle intentando controlar el juicio de cada uno de nosotros.
- No podría. Ni tu ni yo. Nosotros poseemos poderes "de operación", o algo así dijo Mahtan, podemos actuar solamente en el plano físico en el que nos encontremos. Por ejemplo, cuando lograste hechizar esa arpa, para que tocara sola. Muy pocos poseen capacidades más "mentales".
- Nerdanel
El herrero se sonrojó. Su amigo lograba sacar a Nerdanel en los momentos más inesperados. ¿No era suficiente pensar en ella, en todo momento? Una vez Finwë había mencionado en la cena lo cohibido que se mostraba su hijo cuando Nerdanel los acompañaba. ¡Incluso bromeó diciendo que debería invitarla más seguido!. ¡No sabe nada! ¡Nadie sabía nada! Incluso él desconocía muchas veces sus sentimientos. Había jurado que nadie lo sabría nunca, pero el destino le tenía reservado la mala fortuna de romper todos sus juramentos. Linwë lo miraba con atención. Le demostraría que podía hablar de ella sin inmutarse.
- Si, Nerdanel posee esa clase de poderes. Visiones y sueños, del pasado y el futuro, puede percibir, si sigue entrenándose. Hay que ser dueño de una mente fuerte para poder resistir una visión.- dijo casi sin respirar.
- No me refería a eso. Es Nerdanel. Hacia allá- dijo señalando el centro de la plaza.
Fëanor temblaba. No estaba listo para verla, así, tan de repente. Era extraño el efecto que la elfa realizaba en el joven herrero, cualquiera que ve a la persona que más quiere en el mundo, se alegra, tornándose rojas sus mejillas, chispeantes sus ojos y veloz el corazón, un efecto parecido al del miruvórë, debo mencionar. La palidez se apoderó de su semblante, si es que era posible emblanquecerlo más, y si el fuego existente en sus ojos permanecía oculto hace un rato, ahora estaba completamente extinto. Su mirada había envejecido y parecía consumida por el tiempo, con ella seguía cada movimiento de Nerdanel Vanimeldë.
La joven lucía un vestido azul oscuro, sin mangas, que resaltaba el matiz albo de su piel. El cabello lo traía recogido en un tocado, adornado con cristales transparentes, como el rocío. Un manto que hacía juego con su vestido, cubría sus hombros y en el cuello engarzaba una gargantilla de plata y zafiro. En las manos enguatadas llevaba una rosa, parecía triste. Vestía elegantemente, era obvio que asistiría al banquete que se daría en el palacio.
Linwë observaba a su amigo y a la joven, alternadamente. Haciendo gala de su habitual espontaneidad, hizo gestos saludando a la elfa. Instintivamente Fëanor volteó y se agachó, escondiéndose tras la pared bajo el mirador. La joven respondió al saludo con una amigable sonrisa, aunque de alguna forma se veía incómoda. Se despidió con la mano y desapareció al interior del palacio.
- ¿Qué haces? ¿Estas loco?- dijo Fëanor más tranquilo estando fuera del plano visual de Nerdanel.
- Saludaba a Nerdanel, ¿Eso te molesta?- dijo el bardo- pensé que íbamos a subir a ver el paisaje.
- Pero este es el último piso.
El techo de la Mindon tenía una orilla saliente, un alerón, si se me permite la expresión. Ambos jóvenes se sentaron en la saliente, la luz de Laurelin menguaba agonizante, mientras el brillo de Telperion nacía. Por un momento fue más fácil contemplar las estrellas. Era el lugar perfecto, según Linwë, si buscabas inspiración o soledad. Desde ese lugar podía apreciarse la magnificencia de las Pelóri, las montañas de Aman, las más altas de la Tierra. Podía verse también, sobre todas las montañas de Pelóri, aquella cima que se alza en altura, en cuya cumbre puso Manwë su trono. Taniquetil llaman los elfos a esa montaña sagrada y Oiolossë de Blancura Sempiterna. La cúspide de la Mindon Eldalieva estaba a la altura del Calacirya, el paso de la luz que los Valar abrieron en las montañas en los tiempos de antaño, para que la luz de los árboles llegara también a Tol Eressëa, donde los Teleri habitaron por largos años. Hacia el sur se extendían los bosques de Oromë, donde estaba su morada de madera y hacia el oeste en las inmediaciones de Tirion, brillaban tenues los campos y pastizales, dorados bajo el alto trigo de los dioses. Mas lejos, las mansiones de Olwë, que eran de perlas, en Alqualondë, el Puerto de los Cisnes. Era la ciudad de los Teleri, y el muelle de sus navíos. Maravillosas eran las playas de Elendë en aquellos tiempos, en las que los elfos habían esparcido diamantes, cristales pálidos y ópalos. Belleza podías observar, no importa en que sentido miraras.
- Nadie te entiende hijo de Finwë. A veces dudo respecto a tu naturaleza, ¿Realmente eres un elfo?
- ¿Qué otra cosa voy a ser, de todas formas?
- Una de esas extrañas criatura que nuestros padres encontraron en las tierras del despertar- Dijo el bardo haciendo muecas.
- ¿Por que lo dices?
- Puedes hacerlo cuando quieras. Si no le dices hoy, nunca lo harás.
- ¿A que te refieres?
- Ya sabes, tienes que decirle. Hoy antes del Auge de Telperion, se marchará.
- Espera un momento, ordenemos las ideas- Sabía que el bardo estaba confundiéndolo intencionalmente, le disgustaba que hiciera eso- ¿A quién tengo que decirle? Y ¿Qué tengo que decirle?
- A Nerdanel- Dijo el bardo con una sonrisa de triunfo en los labios, si hubiera intentado tocar el tema en una conversación normal, seguramente el herrero lo habría ignorado, cambiaba de tema con habilidad.
- No es tan fácil- dijo, con la mirada perdida en el vacío. Cómo podía sugerir algo así! Apenas podía respirar, estando a cinco pasos de ella. Decir todo lo que sentía por ella era como enfrentar la muerte sin un arma. Nunca podría hacerlo, aunque seguramente era la solución a su problema.- Ni siquiera sé lo que siento por ella.- dijo, el herrero. El dolor volvía.
- Tu mirada te delata. La amas, es obvio.
- Si esto es amor, espero que alguien lo meta en una caja, la expulse de Eä y la destruya, conmigo dentro. Pensé que era un sentimiento más agradable, te confieso.- La brisa traía consigo un aroma a jazmines. Las estrellas podían ser vistas con facilidad, hacia el este. Casi susurrando continuó- En un momento puedes estar en la cima del mundo, el viento en tu cara y una sensación de libertad inalterable, al tiempo después estas en un lugar... Un lugar perdido en tu mente y en tu memoria. Un abismo oscuro, donde hay frío y fantasmas. Donde te atormentan las visiones, en donde no puedes respirar, en donde hay seres grotescos de apariencia terrible fornicando con tu más profundo dolor. Donde la única víctima de todo eres tú. En donde la luz se han extinguido y las estrellas no te ayudan. Te lastimas, tienes pesadillas y temes al sufrimiento...
- Al parecer es mas serio de lo que creí.- dijo Linwë, cada vez más preocupado. Y tenía razones para estarlo.
- Ese lugar que es donde habitan todos tus miedos... está dentro de ti. Y el que originó todo el dolor... fue tu propio pensamiento y tu realidad. Te conviertes en la casa de la locura y no puedes evitarlo. La tristeza te consume a toda hora.
- Pero tú puedes esquivarlo.- Dijo el bardo, sin argumentos. No iba a dejarlo ganar esta vez, no en el estado en que se encontraba.- ¿Qué es la tristeza, sino un estado mental? Prima hermana del aburrimiento y de la alegría, y como tal, va y viene por temporadas.
- ¿Qué es la tristeza, Linwë? Pensé que tú eras el lírico. La tristeza es no ser quien tú esperas ser, es perder lo que se tuvo ó lo que nunca fue para ti mismo. Es saber que ya no recuerdas la felicidad. Es caer en las redes de la madre Melancolía cuando descubres que falta un gran pedazo de tu alma. Es ese espacio vacío que no podemos llenar de lo que deseamos, ese poema que nos envuelve con sus líneas de sentimiento, y logra golpearnos con su verdad, o su mentira.
- Con su mentira. Miente y altera la realidad, deformándola a su conveniencia. Adultera tu visión en estos momentos. Hace unos años dijiste que nada era inalcanzable para los elfos, ¿lo recuerdas? ¿Hablo aún con el mismo joven herrero que practicaba hechizos a espaldas de su maestro? Fuerte y luchador eras entonces. Tu me enseñaste, cuando éramos niños, a no dejar nada sin terminar, por muy complicado que fuera el caso. Ahora yo te digo, no abandones nunca tu cometido. Confiésale lo que sientes de una vez, libérate de todo el peso, y si ella no quiere escuchar, aprende a retirarte con honor, la frente en alto. Muchas otras chicas de la corte van tras tus huesos, por si no lo has notado.
- No es mi deseo, no sabría como decirlo. No estoy hecho para verter lo que pienso como una fuente. Tú sí.
- ¡Fëanáro, acabas de hacerlo! No te costaría mucho repetir lo que acabas de decir a Nerdanel. Y lo desees o no, tendrás que hacerlo hoy. Lo que intentaba decirte desde un principio: Anissar llevará a Nerdanel a Taniquetil, esta noche. Cuando tu no osabas a aparecerte aún en la ciudad, Mahtan y su esposa visitaron a Aulë que estaba en los palacios sagrados de Manwë y Varda. Limaré la Maia, doncella de Varda se ofreció como mentor y maestro de Nerdanel, la ayudará a perfeccionar su poder. Y temo decir que Anissar es tu rival. Él se ofreció a llevarla hoy donde Limaré, seguramente buscando amistad con Mahtan.
- Anissar, ese... - Las palabras de su amigo lo habían despertado, pero a la primera mención del nombre de Anissar la energía en su espíritu y su vivo orgullo habían reaparecido- Y que sabes de ella, ¿Quiere ir con la Maia?
- No lo sé, sinceramente.
- Linwë, amigo, iré a verla hoy. No voy a permitir que la encierren en ese antro de divinidades esclavizadoras.
- ¿Y si ella desea ir con la Maia?
- Si ella desea ir con la Maia iré a despedirme. Puedes contigo mismo, pero no contra tu destino. Volveré a consumirme en las oscuras estancias que están en mi mente.
Telperion comenzó a brillar con mayor fuerza, su fulgor de plata jugó con el abismo de sus ojos y vio nacer en ellos un nuevo ardor que no conocía. Los dedos de Linwë juguetearon un rato con la flauta que llevaban desde la tarde. Rió. Había logrado una gran proeza esa tarde. Algún día compondría algo basado en ella.
- ¡Qué hacen en ese lugar, par de incautos! Acaso esperan romperse la cabeza!- Ambos jóvenes miraron al mismo tiempo, para encontrarse con una postura del Rey de los Noldor que no conocían. El habitual semblante flemático y severo era reemplazado por un gesto de nerviosismo y agitación. Respiraba fatigosamente, como si hubiera corrido por la escalera.- ¡Bajen de ahí ahora mismo!- La mirada prometía reprimenda.
Linwë pasó rápidamente por el mirador, Fëanor y Finwë tendrían una larga charla al parecer, y él no quería estar presente.
- ¡Aiya, Señor! Me gustaría quedarme pero... - se quitó un zapato y lo tiró por la ventana-... pero he perdido mi zapato al bajar y... ¡Es mi deber, como buen ciudadano de Tirion, recuperarlo!- se precipitó corriendo por la escalera.
- ¡Linwë!- Fëanor había pensado que su amigo lo ayudaría a salir de esta. Su padre bloqueaba la salida, no podría evitarlo, tendría que hablar con él. - ¿No deberías estar con Olwë en este momento?- empezaron de nuevo.
- ¿No querías verme aquí? "Namarië Olwë, enomentuvalve mi mindon, atar!", No era eso una parte de tu mensaje?.
- Nunca debí mandar nada!- Pensaba eso desde que Linwë se había marchado.
- "Ai, I quellë sará enwino aran. Man ahyanë? Vintane i canwa?. Tira i leuco atanon raicar quettar. Namarië Olwë, enomentuvalve mi mindo, atar!"- Recitó seriamente el rey- Deberías dejarle los versos a los bardos, y retornar a la forja, hijo mío. Le diste, gratis, a la corte un día completo de migrañas.
Qué había dicho? Eso era una broma? Broma o no, había colocado una sonrisa en el rostro de Fëanor. Su padre también rió. En ese momento descubrió lo mucho que le quería. Imitando a Linwë, corrió y le abrazó. Su padre no estaba preparado para la sorpresa, pero le devolvió el atolondrado abrazo, ninguno de los dos estaba acostumbrado a los actos muy emotivos (dos abrazos en un día, se estaba transformando en costumbre). Bajaron las escaleras de la Mindon charlando como dos buenos amigos.
- Me es grato que estés de regreso- digo el rey.- Ah, tendremos un banquete en unos minutos más, olvidaba mencionarlo.
- Y por casualidad estoy invitado?
- Estas más que cordialmente invitado, considéralo como una bienvenida, aunque el puesto de honor ya lo haya otorgado. Puedes ir a cambiarte a tu habitación.
- Lo siento, - Dijo el herrero. La luz de plata avanzaba con rapidez, pronto sería el Auge de Telperion. - Pero tengo un asunto importante que realizar, me permitirías faltar a mi propia bienvenida?
- Mientras no te vea rondando tu taller, no hay problema. Te aviso que hay dos guardias esperándote, si lo intentas. Pasas mucho tiempo encerrado en él.
- Pero es necesario, sólo pregúntale a Mahtan.
- Mahtan también es un herrero...- Un elfo gritó el nombre del Rey desde la fachada del palacio. Sólo dos elfos lo llamaban por su nombre, cuando él estaba presente, dos elfos de todos los que habitaban en Valinor, Ingwë el rey de los Vanyar y Olwë el rey de los Teleri.
- Te estamos esperando. La próxima vez que se te ocurra desaparecer en un banquete, primero danos la solemne apertura, tengo ganas de probar ese pastel de fresas...- Olwë se interrumpió a si mismo cuando reparó en la presencia de Fëanor. Venía con su hijo, Vanwë- Aiya, hijo de Finwë.
- Es todo un gusto volver a saludarte, Vanwë - Dijo el herrero mientras estrechaba la mano que en otro tiempo había doblado, quebrándole el brazo.
- El gusto es mío, Curufinwë. - El Telerin devolvió su saludo como corresponde.
- Fëanáro.- Corrigió el príncipe- En otra ocasión podemos tener una conversación más adecuada. Con tu permiso Olwë, Padre.
- Corre, Anissar salió del palacio hace unos momentos.- Dijo Finwë.- Suerte. _________________________________________________________________________
Rápido. Debía serlo si quería detener a Anissar. Tomó un atajo. Tampoco quería cruzarse con él por el camino. Las calles estaban vacías, todos habían acudido a palacio. Miles de ojos invisibles parecían mirarle. Se sonrojó. Estaba corriendo por una chica! Hace diez años se reía de los que lo hacían. La brisa de la tarde se había transformado en ráfagas frías que mordían sus piernas sin piedad. Telperion acrecentó su fulgor, podía reflejarse en las paredes de los hogares de los elfos, el Auge. Nunca pensó que la casa de Mahtan le podía resultar tan distante. Listo, esta era la calle. La mansión al lado derecho de la Casa de los Artesanos, Mahtan era el Maestro de Herrería y Director del Consejo de los Artesanos. Subió Fëanor la escalera en la arcada de la Casa de los Artesanos y se ocultó tras un de las estatuas. Intentó tranquilizase, pero no lo logró. Le temblaban las rodillas. Que le diría a Nerdanel cuando la viera? No, no se lo diría, esto sería sólo una despedida, pensó dándose ánimos. Bajó las escaleras y se dirigió hasta la casa. Anissar se encontraba ahí, vestido elegantemente con el uniforme de gala y su medalla de capitán de la guardia. Aguardaba en el frontis, parecía hastiado de esperar, por primera vez el destino estaba de su lado. Fëanor se miró a sí mismo, aún traía sus ropas de caza, le quedaban holgadas, estaban sucias, embarradas por algunos lados, pero la mayoría manchada de pasto. Su capa desteñida ahora también estaba rota. Su cara debía estar sucia y el cabello lleno de pajillas secas. El guardia lo vio venir y sonrió. Comparaba su propia apariencia, con la del hijo de su rey. Encaró una ceja y dijo:
- ¿Qué haces por aquí, cundunya? No deberías estar en las estancias, celebrando con tu padre la venida de Olwë y su hijo?
- Tu también deberías estar allí, guardia- dijo en tono despectivo. Había perdido todo temor. Lo que más deseaba en ese momento era golpear la estúpida cara de Anissar.
- Pues será mejor que regrese, señor- enfatizó esa palabra- No, creo que yo mismo debería ir a dejarlo, Cundunya, podría extraviarse por el camino.
Anissar completó la mofa haciendo una exagerada reverencia. En el momento en que el guardia bajaba su cabeza, Fëanor aprovechó para darle un severo golpe de puño en el estómago. El ama de la casa lo vio todo por la ventana.
- Salgan de aquí señores, las puertas de esta casa no son un campo de batalla.- dijo la elfa, enojada.
- Perdone.- dijo, aprovechando que Anissar estaba en el suelo.- Desearía ver a la dama Nerdanel, antes de su partida.
El ama lo reconoció después de observarlo detenidamente.
- Curufinwë, señor, siento haberlo hecho esperar. Acompáñeme, se encuentra en el salón de estar.
La elfa lo llevó por la mansión. La casa de Mahtan le parecía hermosa cada vez que la visitaba. El ama subió las escaleras, doblando hacia la izquierda. Fëanor nunca había visto aquella ala. Se detuvo ante una puerta de madera labrada.
- La señorita Nerdanel no quería ver a nadie. Ha estado un poco afligida últimamente, tendrá que dejar Tirion por un periodo, más o menos largo de tiempo. ¿Podría, si es posible, hacerme un favor, señor?- sin dejarlo contestar, siguió- Converse con ella, e intente convencerla, ir a Taniquetil es lo mejor para ella.
- Haré lo que pueda.
El ama cerró las puertas desde fuera. La habitación estaba a oscuras. Avanzó un poco y escuchó algo. El débil susurro de un sollozo a sus espaldas.
- Espera un momento, correré las cortinas.- La luz de Telperion entró parcialmente en la habitación, lo suficiente para verla.
Bañada en plata, la delicada figura de Nerdanel apareció. La escasa luz le profería un aspecto volátil, como una sutil visión nocturna. Sus cabellos negros ondeaban, sueltos, sobre sus hombros y brazos descubiertos. Los guantes no los traía en las delgadas manos un pañuelo sujetaba. Sus ojos la delataban, dos espejos que reflejaban la tormenta que lidiaba su alma. Sus ojos... "tan azules como el mar en tempestad" repitió Fëanor, esos ojos eran capaces de transmitir una tierna Melancolía, en su dulce apariencia congelaban la sangre y paralizaban el alma. Tan expresivos, que parecían muertos.
- Fëanáro, príncipe de los Noldor ¿A qué razón se debe tu visita? Que me honra... - Fëanor besó su mano, gesto que la incomodó. No estaba de ánimo como para responder a formalidades. Secó sus ojos con el pañuelo. - ... que me honra, pero debo decir que no es el momento.
- Lo siento, pero yo... yo venía a... - Las palabras se le atoraron en la garganta. Nerdanel volteó hacia la ventana, estaban tan cerca, que si extendiera el brazo podría tocar su hombro.- ¿Qué os sucede?- dijo ladeando la cabeza, como un niño pequeño.
- Debo tomar una decisión importante.- Nerdanel ocultó su cara, el llanto estallaría en cualquier momento, y no deseaba que él la viera llorar.- Marchar a Taniquetil y servir a Varda Elentári, instruirme con Limaré, la Maia, que será mi maestra y tutora, en fin, realizar mi sueño.
- No pareces muy segura de ello, ¿Realmente te haría feliz acudir a la casa de Varda?- El sistema de Linwë le pareció adecuado. No era nada bueno dando consejos, apenas podía consigo mismo.
- ¡Por supuesto que me siento feliz, es mi anhelo desde que era una niña!- Las palabras que decía con la boca, los ojos le quitaban todo sentido.
- ¿Por qué no postergas tu partida?- No sabía que decirle.
- Si me retiro a Taniquetil, mi alma permanecerá siempre aquí, en Tirion, mientras mi cuerpo se atormentaría hasta al fin desfallecer de soledad o de dolor.- Hablaba en voz alta, ya no importaba si Fëanor la escuchaba, ya no quería parecer fuerte, la firmeza la destrozaba por dentro.
- No asistas, si tu corazón no lo desea. Sólo tú tienes la respuesta, nadie puede decirte que hacer. Haz lo que te parezca mejor.
- El problema es ese. Sé que lo mejor para mí es marcharme.
- Y vivir atormentada por el dolor... - calló súbitamente, hablaba sin pensar. Estaba influyendo en la decisión que sólo ella podía tomar.
El comentario desatinado del herrero fue el último impulso. Las lágrimas brotaron de esos ojos azules que tanto amaba, confortando las mejillas, ahora encendidas de la dama. Ese ambiente, ese aire nostálgico y sus condiciones y circunstancias la hacían verse distinta. Ya no era la joven de personalidad cándida y espontánea, llena de impulsividad y efervescencia, parecía otro ser. Abstracta era su belleza ahora, abstracta y etérea, pero sin duda mucho mayor. Una belleza llena de tristeza, que era su deber quitar, aunque no sabía que hacer.
El herrero se acercó a ella, tímidamente abrazó su espalda. Olió sus cabellos y una sutil fragancia se apoderó de sus sentidos. Nerdanel se apartó sobresaltada, percatándose de lo que acababa de hacer el discípulo de su padre, pero aceptó su hombro. Fëanor no intentó otra cosa, más que nada por respeto, aprovechar una situación así no era nada noble (Además, temblaba de pies a cabeza). La joven descubrió entonces su secreto, lo que había ocultado por tanto tiempo, lo que le hacía sentir tantas cosas juntas, lo que no podía expresarle abiertamente. Se separó de él. El herrero limpió, torpe, las lágrimas con sus dedos, sucediendo lo inevitable. Sin pensarlo, fue al encuentro de sus labios, quienes lo recibieron con asombro, para luego corresponderlo. Todo en una noche. En una noche había cumplido todos sus sueños y anhelos. Uno sólo faltaba por consumarse: "...Besar sus labios, rojos como la sangre, y dulces como la miel, resistir el mero contacto con los suyos sin perder el conocimiento...".
Tierno y frágil fue este encuentro, que atrapó por siempre el corazón de la joven, mientras la luz brillara en la hermosa Tirion.
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Si no les gustó, no las culpo.
