Se supone que debía subir esto como aporte para Fictober espiritual del Club de Lectura de Fanfiction, pero, sobre todo, por el cumpleaños de Seishu Inui. En fin, ¿podemos fingir que estoy a tiempo? xD
Día 4: Conexión de almas
Día 18: Almas gemelas
KokoInu
Advertencias:
Canon divergente
Soulmates
Mutual pining
Drama
Negación
Mención de muerte de personaje
Entre melodías
Todo comienza con un zumbido leve que se incrementa con el paso de los segundos. Es la señal inequívoca de que, más pronto de lo que pueda imaginar, sus pensamientos serán invadidos por melodías que cobrarán sentido a través de la interpretación de cantantes de moda. De esta manera, el mensaje oculto entre cada verso, se hará un sitio junto a los demás. En un rincón dentro de su cabeza, de donde es incapaz de arrancarlos sin importar si no los comprende.
Lo sabe. No es la primera vez que le sucede.
Hajime suspira, dándole la bienvenida al concierto diario en su cabeza. No puede permitir que nada lo distraiga. Sus dedos se mueven ágiles sobre el teclado de la computadora, porque sus labores como la billetera de la Kanto no terminan nunca. Conoce su lugar, el peso de este y el impacto que podría ocasionar un solo error suyo. Intencionado o no.
Ahora que Brahman y Rokuhara Tandai han dejado de ser un obstáculo en el camino, la presión sobre sus hombros es menor, pero no constituye una vicisitud que le permita relajarse ni por un segundo. En cualquier momento puede aparecer una nueva pandilla de idiotas y el ciclo volverá a comenzar. Siempre sucede.
Koko tiene que estar económicamente preparado para cualquier eventualidad. Y emocionalmente también. No cómo aquel día en el que Mikey tuvo a bien actuar como un desquiciado, para que luego él tuviera que hacerse cargo de las consecuencias que sus acciones acarrearon.
De este hecho ha transcurrido un mes. Un mes en el que Hajime ha tenido que pretender que no hay una punzada constante en su pecho, en especial cada que recuerda que alguien importante podría estar pasándola mal. Ken Ryuguji también estuvo entre las pérdidas humanas de esa noche y, si bien él no le comentó nada a Seishu durante su breve reencuentro, no le parecería raro que ahora mismo esté lidiando con un duelo silencioso. Lo conoce mejor que la palma de su mano.
La incertidumbre, el nudo en la garganta y las punzadas en el pecho, se mezclan con las canciones que llegan a él cada día. Es el único que puede escucharlas, como si estuvieran pensadas en exclusiva para él. O al menos esa es la conclusión a la que llega cuando se proyecta demasiado en las letras, cuando sus vivencias encajan a la perfección en ellas. Por supuesto, cuando esto sucede, es inevitable que sus niveles de irritabilidad se vean rebasados.
Todo comenzó poco después de que cumpliera los 18 años, meses atrás. El zumbido constituyó una molestia intermitente que no le permitió concentrarse en sus labores diarias; de ahí, con el correr de los días, se convirtió en varias melodías de una duración promedio. Y así, un viernes por la mañana, las voces surgieron para llenar de canciones sus pensamientos.
En consecuencia, se atrevió a acudir al médico en uno de sus escasos ratos libres. «Nada de qué preocuparse, no es más que tu conexión con tu alma gemela» , le había dicho el anciano de anteojos que lo recibió. Hajime recuerda que había arqueado aún más las cejas conforme el hombre le proporcionó detalles de su situación. El tema de las almas gemelas nunca tuvo relevancia en su vida, hasta aquel momento.
No hay nada que pueda hacer para que la música deje de invadir su cabeza. Todo depende completamente de su alma gemela, una persona a la que en su vida ha visto y que, de llegar a hacerlo, le pateará el trasero por someterlo a tal tortura desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde.
—¿Qué vas a escuchar hoy? —pregunta a la nada. Su mirada recorre unas cifras importantes en la pantalla, después, echa un ojo hacia la esquina inferior derecha para comprobar la hora: pasan de las nueve—. Vaya, supongo que puedo pedir un deseo porque se te ha hecho tarde. ¿No te sientes lo suficientemente miserable hoy o qué?
Así es, luego de pasar meses lidiando con la misma situación, Hajime ha llegado a la conclusión de que si lo único que le queda por hacer es maldecir a su alma gemela, lo hará. No va a mover un dedo para conocerla, e incluso se ha comprado un reproductor de Mp3 que usa con el fin de devolverle el favor. Por las noches, al llegar a la comodidad de su habitación, cuando la ciudad duerme y las personas normales pretenden descansar, Hajime se coloca los audífonos y reproduce música clásica adrede.
Ha puesto la suficiente atención (más de la que está dispuesto a aceptar) en los gustos musicales de su alma gemela, los cuales son variados y muy cambiantes. Está casi seguro de que la música clásica no debe figurar dentro de sus intereses y que, posiblemente, le encanta salir de fiesta los fines de semana.
—¿Sabes qué escucharemos más tarde? —continúa, divertido a su manera—. Le Nozze di Figaro Mozart. ¿Qué te parece, eh? —La sonrisa, arrogante y triunfante a la vez, le estira los labios—. Apuesto a que hoy no vas a disfrutar si te vas de juerga por ahí.
Su risa resuena por rincones, igual a la de un niño que planea la travesura más grande de su vida. Es patético, Hajime está consciente de ello, pero esto no disminuye el hecho de que experimente cierta satisfacción al hacerlo. Satisfacción y una inexplicable calidez que nace en su pecho y se riega por cada milímetro de su cuerpo…
—¿Y tú de qué te ríes?
La pregunta los sobresalta. Sanzu lo observa desde una esquina de la oficina, con los brazos cruzados y la ceja arqueada, dejándole en claro que ha captado su atención. Una que Hajime no desea ni por error. No se percató del momento en el que este chico entró siguiendo a Mikey, quien se ha tirado en uno de los sofás con intenciones de descansar (aunque no tenga idea de qué).
—¿Y a ti qué te importa? —responde a la defensiva, abandonando su trabajo solo un segundo. Haruchiyo siempre está hablándole como si fuera el jefe y no es más que el perro faldero de Mikey—. ¿Por qué no vas a ver qué están haciendo los demás en lugar de venir a importunar aquí?
—Porque no eres mi jefe.
—¿Sí? Pues tú tampoco —le devuelve su argumento, sin tomarse la molestia de voltear a verlo de nuevo.
—¿Quieren callarse? —exige Mikey. Se le escucha más irritado que de costumbre—. Estoy tratando de dormir.
—Lo siento, jefe —manifiesta, para luego sacar la lengua hacia el tercero.
—Retírate, Sanzu. Quiero dormir.
En el momento en el que Haruchiyo acata la orden y el sonido de la puerta al cerrarse es captado por sus oídos, Hajime siente que la vida le devuelve una pizca de su tranquilidad. Su día continúa con canciones de Arctic Monkeys sonando una tras otra.
Cuando considera que ha sido suficiente trabajo para un sábado, Seishu se retira los guantes y bebe su segunda lata de Coca-Cola del día. Usualmente, solo tomaría una para soportar el calor y mantenerse relajado hasta el final de la jornada. Sin embargo, todavía no le es fácil hacerse a la idea de que es el único en la tienda. De que su compañero ya no está.
La segunda bebida no la compró para él, se trata de una costumbre que se construyó a lo largo de los casi dos años que pasó al lado de Draken. Dos años de trabajar hombro con hombro para que la tienda prosperara. Dos años que se esfumaron de golpe un mes atrás. Y sí, lo echa de menos la mayor parte del tiempo.
D&D Motors le parece extrañamente vacía, más grande. El silencio, su aliado en años pasados, hoy se siente demasiado asfixiante para él. Es por ello que la música no deja de sonar dentro del local hasta que es hora de cerrar. Con las canciones de fondo es más sencillo trabajar, así como ignorar el hecho de que, otra vez, se ha quedado solo.
Sí, tiene otros amigos, pero con ninguno logra encajar igual. No es muy paciente y tal vez esa sea una de sus limitantes. Como quiera, intenta continuar con su vida de la mejor manera posible. Reproduciendo las canciones que mejor expresan sus sentimientos, aquellos que se reserva para sí mismo, para comprobar que después de tantos infortunios, todavía es capaz de sentir.
Seishu siente, y mucho. En especial después de haber vuelto a ver a Koko. Aún no ha encontrado una canción que se ajuste por completo a lo que este chico representa en su vida, a pesar de la distancia y el tiempo. Duda que existan siquiera las palabras concretas para hacerlo.
No obstante, el haber perdido a un colega y reencontrarse con su pasado el mismo día, no son sus únicos problemas en la actualidad. Hay una situación a la que lleva meses dándole vueltas. Casi un año, de hecho.
Se manifestó tras cumplir sus dieciocho años, pero no le prestó la atención necesaria porque ocurría de manera esporádica y no interfería en sus actividades diarias. De un tiempo a la fecha, sí que lo hace. Por las noches la música clásica invade sus pensamientos: Mozart, Bach, Beethoven, etc.
Su conexión con su alma gemela llegó a través de melodías que poco a poco se han ido integrando a su día a día. Ahora que sabe que hay alguien en algún lugar del mundo para él, Seishu experimenta un gran conflicto. Tarde o temprano van a encontrarse, y él…
Él sigue pensando en Hajime Kokonoi. Su amor imposible
—Patético —se denigra, pasándose el brazo por los labios para limpiar los rastros de refresco de ellos—. Koko nunca fue para mí.
Con ese pensamiento haciendo eco en su cabeza, se acerca a apagar su grabadora. El silencio lo envuelve de nuevo y se prepara para cerrar la tienda cuanto antes.
Mentiría si dijera que no le resultó decepcionante el darse cuenta de que el destino se burló de él una vez más. Muy en el fondo, Seishu guardaba una pizca de esperanza, el deseo oculto de que su vida y la de Koko estuvieran conectadas por algo diferente a las tragedias. Desafortunadamente, las circunstancias nunca se desarrollan a su favor. Ya debería estar acostumbrado y, sin embargo, no lo está.
A veces trata de hacerse a la idea. Se enfoca en imaginar a esa otra persona que sí es para él en toda la extensión de la palabra, pero falla en cada intento porque las preferencias musicales de su alma gemela no le proporcionan suficiente información. Incluso, en momentos donde el pesimismo se apodera de sus ánimos, Seishu se imagina a una persona mucho mayor que él:
A una señora de cincuenta años con fascinación por las flores. A un anciano frustrado con la vida que corretea niños con un periódico.
Nunca a alguien compatible. Nunca un buen prospecto.
Si se sincera un poco, la realidad es que no quiere encontrarla. No justo ahora que su vida es un rompecabezas cuyas piezas no encajan por más que trata de acomodarlas. No cuando, a pesar de haber elegido ir por el camino de la rectitud, Seishu cree no tener nada bueno para ofrecer.
Por tanto, al asegurar la entrada de la tienda, se marcha con rumbo a un pequeño local con música en vivo que descubrió hace poco. Hoy quiere disfrutar de un ambiente más tranquilo, dejarse abrazar por su melancolía y las ganas de saberse amado. O por lo menos hasta que su alma gemela, amante de la música clásica, se lo permita.
Cerca de la medianoche es cuando al fin pone un pie dentro de su hogar. Está ligeramente ebrio, pero aun así es capaz de distinguir la letra de las canciones que se reproducen en su cabeza:
I drove for miles and miles and wound up at your door.
I've had you so many times but somehow, I want more…
Hajime se echa a reír.
Estuvo bebiendo con los hermanos Haitani y Kakucho en la comodidad de la oficina. Él solo trataba de adelantar el trabajo. Los tragos aparecían sin que tuviera que pedirlos y ahora está de regreso a su realidad, con la cabeza hecha un remolino debido a los efectos del alcohol y las canciones deprimentes de su alma gemela. Una pésima combinación.
—Idiota, si te sientes tan infeliz no me dejarás dormir —se queja, lazando su teléfono sobre una mesita a un costado de su cama.
Los audífonos los guarda bajo la almohada, para cuando sea el momento de ser él quien aplique la tortura. Le importa una mierda importunarla a altas horas de la noche. Hajime puede dormir mejor al jugar el mismo juego tonto cada día.
No obstante, en su estado actual no tiene ganas de hacer nada que no sea dejarse caer sobre la cama. Está cansado, estresado, y también preocupado. Le gustaría saber si Inupi se encuentra bien; solo tendría que realizar un par de llamadas o ir a averiguarlo por su propia cuenta, pero no se mueve de su sitio. Al contrario, se mete bajo las sábanas e intenta dormir, ignorando la música y la inquietud instalada entre sus costillas
¿Qué le preocupa exactamente? ¿Que su amigo de la infancia pueda estar pasando un mal momento tras la muerte de Draken, o que su supuesta alma gemela esté afligida por motivos que desconoce?
No entiende por qué siempre le sucede esto, por qué siempre termina confundido, intentando equilibrarse entre el pasado y un futuro por el que pretende no tener interés. Hajime ya se despidió de Seishu Inui a su manera. A su alma gemela no desea conocerla. Entonces, ¿qué significa esta sensación de vacío en el pecho? ¿Qué hace rodando de un lado a otro de la cama porque, si bien está acostumbrado a la música, hoy le parece que cada canción es un ataque personal? Una jodida indirecta que le frustra no saber cómo responder.
Al menos hasta que sus neuronas se reactivan como por arte de magia:
Podrá estar ebrio, pero es lo suficientemente ágil para estirar el brazo, buscar entre las canciones descargadas en su teléfono (las cuales rara vez escucha) y reproducir la que mejor pueda contradecir a las de su alma gemela.
Peca de iluso al imaginar que, después de esto que acaba de hacer, la otra persona entenderá que es mejor dejar de torturarlo. Lo que Hajime no se espera es que, al cabo de casi veinte minutos, una nueva canción comience a sonar para él, convirtiendo la situación en un intercambio de palabras, como una conversación sin sentido en la que no le molesta volver a participar.
Su noche se esfuma entre indirectas en forma de canciones para alguien sin rostro. Es extraño; pero, durante las horas restantes, puede imaginar que es Seishu Inui con quién las comparte. Un chico que nunca fue para él.
Con el inicio de un nuevo día dentro de D&D Motors, Seishu hace un recuento de lo acontecido durante la noche:
Su salida en solitario a aquel establecimiento había representado una buena oportunidad para reflexionar. El ambiente era justo lo que esperó, y las bebidas bastantes agradables. Sin embargo, lo mejor fue la música: un grupo de jóvenes de no más de treinta años que interpretaron covers de las canciones más exitosas en los últimos años. Seishu se descubrió a sí mismo disfrutando y tarareándolas desde su lugar en la barra.
Para bien o para mal, la magia del momento se vio interrumpida cuando a su alma gemela le pareció buena idea infestar sus pensamientos. Una canción que encajaba perfectamente como respuesta a la que la agrupación del lugar interpretaba. Luego, tuvo que marcharse de ahí porque sintió que el dolor de cabeza era inminente.
Una vez en su pequeño apartamento, se le hizo imposible ignorar el atrevimiento de su alma gemela. Revisó la lista de canciones, reprodujo la que consideró conveniente y esperó. A raíz de esta decisión, se desató una especie de enfrentamiento entre ambos que duró hasta muy entrada la madrugada, y que, contra todo pronóstico, le sirvió para dejar a un lado su desdicha.
Justo ahora, las ojeras bajo sus ojos delatan su desliz, pero admite (aunque sea solo para sí mismo) que fue divertido confrontar a su otra mitad misteriosa. Gracias a ello es que ha podido confirmar que sus hipótesis iniciales eran erróneas.
Quiere confiar en que el hecho de que escuche canciones de los Backstreet Boys, sea una señal de que no es tan mayor como lo creía. Por otro lado, Seishu no logra ubicar en qué momento la situación se tergiversó tanto como para llegar a ese tipo de canciones. Recordarlo provoca que su rostro se caliente. Es una suerte que Chifuyu todavía no llegue para darle mantenimiento a su moto. No desea ser interrogado por un posible sonrojo.
—Uh, disculpa. —Una chica agita su mano frente a él para atraer su atención, atrapándolo distraído—. ¿Te molestaría ayudarme con mi motoneta?
—Eh… sí —contesta, en cuanto se ubica de nuevo en espacio y tiempo. Le resulta inverosímil el haberse desconectado de su entorno solo por una tontería—. Dime, ¿cuál es el problema?
—Estaba de camino al supermercado cuando…
I don't care who you are
Where you're from
What you did
As long as you love me…
Una de las canciones de anoche vuelve a hacer eco dentro de él, y Seishu no es capaz de discernir si es un recuerdo o su alma gemela jugando con su estabilidad emocional. Hay una enorme sensación de familiaridad en cada palabra que hace parte de ella, un bagaje de memorias que creía reprimidas.
No, no quiere cometer el error de confundirse de nuevo el día de hoy.
Su alma gemela no es Hajime Kokonoi.
Oprime el botón de pausa y se retira los audífonos en un movimiento brusco. En este preciso instante, Hajime se odia a sí mismo más de lo que odia el dinero.
—Eres un genio, Koko. Simplemente un genio.
Su espalda toca el respaldo de la silla y echa la cabeza para atrás. No pierde el tiempo, se frota el rostro como si quisiera arrancarse la piel de él. Ha tenido que comprarse pastillas para sobrellevar el malestar propio de una resaca, posteriormente, hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.
Regresar a la realidad después de una pequeña borrachera siempre es desconcertante. De alguna manera tiene la certeza de que le envió palabras de aliento y hasta coqueteó de forma indirecta con su alma gemela. ¿La razón? Terminó por confundirla con Seishu por conveniencia, porque así era más sencillo, porque lo echaba de menos y aquella persona también parecía vulnerable. Dispuesta a seguirle el juego.
Por tal motivo, hoy todo es más complicado que antes.
La situación está por salirse de sus manos y él no necesita más problemas. Tampoco que los Haitani lo miren como si tuviera dos cabezas. No olvida que este error en parte es culpa de ellos dos.
—Te ves…
—Terrible —Ran completa lo que Rindo pretendía decir.
—Oh, gracias por el cumplido —contesta agrio, regresando a los números en su computadora—. ¿No tienen a nadie a quién ir a golpear hoy?
—No —reconoce el mayor de los hermanos—, hoy es más divertido verte sufrir mientras pretendes que no lo haces. Eres muy malo disimulando, Koko. —Ran se inclina sobre la mesa, analizándolo a consciencia—. ¿Qué? ¿No te dieron anoche?
—¿No me dieron qué?
—Amor, comprensión y ternura —aclara Rindo, en tono juguetón. Sin duda, le caen mejor cuando mantienen la boca cerrada—. Esa alma gemela tuya, ¿todavía no la has buscado?
—No, tengo mejores cosas qué hacer. —Y sí, las tiene, pero esto no lo detuvo de desvelarse entre canciones, indirectas y curiosidad. Por supuesto, ellos no tienen por qué saberlo jamás.
—Y es por eso que estás de mal humor todo el tiempo…
Hajime agudiza la mirada. Ojalá pudiera pulverizar con ella a todo aquel que osa molestarlo.
—¿Qué tal una visita rápida a D&D Motors? —propone Rindo de espaldas a ellos, porque prefiere contemplar la vasta ciudad desde el ventanal.
—¿Para qué? Ni siquiera tengo moto.
—No te hagas el tonto, Hajime. —Ran se mira las uñas. Su actitud condescendiente es en verdad insoportable.
No podría explicar en cuándo fue que se volvió más cercano a ellos que al resto. En su momento le pareció apropiado. Estratégico, tal vez. Por desgracia, está dándose cuenta de que no fue la mejor de sus ideas.
Los Haitani deben ser tratados con extrema precaución. Se meten en su cabeza sin que pueda evitarlo, igual que las canciones de su alma gemela
—¿Te imaginas que fueran la misma persona? —interviene Rindo de nuevo. La sola mención de aquella mínima probabilidad le produce un cosquilleo en la punta de los dedos, tanto, que se ve en la obligación de alejarlos del teclado—. Tu gran amigo de toda la vida y tu alma gemela. Qué jugada del destino.
—Eso es imposible.
Si bien las palabras escapan de su boca antes de que pueda procesar por completo la idea, una parte de él contempla la posibilidad con el correr de los segundos.
—¿Imposible según quién? —prosigue aquel, ajustando sus gafas. La conversación parece haberse puesto lo suficientemente interesante para que se acerque hacia ellos de nuevo.
—No voy a seguir hablando de esto con ustedes.
Hajime se gira sobre su silla dándoles la espalda, en una clara muestra de que no piensa ceder. Ya ha dicho demasiado en poco tiempo sobre un tema tan delicado e íntimo para él. Además, ¿a ese par qué le importa su vida?
—¿Y entonces con quién lo harías? —alega Ran. Hajime se niega a verlo, pero por el golpe seco sabe que ha subido los pies al escritorio—. Kakucho no está, Sanzu te mira como si quisiera rebanarte, y Mikey… Bueno, Mikey es Mikey.
Odia que tenga la razón.
—Y ustedes son los hermanos más raros que conozco —agrega, jugando con una pluma para evadirse. No quiere darles el gusto de alimentarse de su desdicha, y a la vez crece la necesidad de hablarlo.
—Y aun así somos tu mejor opción —se jacta Rindo—. Solo háblanos de ella y nosotros nos encargaremos de guiarte.
¿Guiarlo a qué? Si esos dos lo único que saben hacer es andar juntos de aquí allá y golpear gente con objetos contundentes. Aun consciente de ello, Hajime se anima a girar una vez más su silla.
—Ni siquiera estoy seguro de que se trate de una "ella".
—Oh.
—¿Qué?
—Nada, nada. Continúa —lo alienta Ran.
Una vocecilla en su interior le repite incansablemente que no es buena idea abrirse con ellos. Sin embargo, no tiene nada que perder. No conoce a su alma gemela, y ni con todo el dinero que tengan los hermanos Haitani, podrían ponerla ante él. La vida no funciona así.
Esto no será más que una vía para aliviar su malestar. Terapia gratuita, aunque de calidad cuestionable.
—Sus gustos musicales son muy cambiantes —revela, echando mano de sus memorias de los últimos meses—. Últimamente todo lo que escucha es melancólico, como si estuviera sufriendo.
—Kokonoi. —Rindo lo mira serio—. ¿Esto no te despierta sospechas?
—¿Sobre qué?
El suspiro de Ran le parece casi ofensivo.
—Ve atando cabos, niño.
El simple hecho de que le estén sugiriendo imaginar que sí sean la misma persona, le despierta cierta diversión. Es estúpido por donde se le mire. No hay manera… ¿O sí?
De ser así hace rato que se habría dado cuenta, no en vano estuvo al lado de Seishu durante años. Lo conoce, sabe prácticamente todo sobre él. Lo que le gusta, lo que no. Su comida preferida y la talla de su calzado. También estuvo con él en los momentos más críticos, los más felices, e incluso descubrió facetas que nadie ha visto…
—No —mantiene su postura.
—Yo sugiero que vayas a comprobar.
Con Seishu Inui compartió todo lo humanamente posible. Pasó tardes bajo la lluvia, se montó en su motocicleta reprimiendo el horror que le provocaba hacerlo. Escuchó las canciones más cursis, las memorizó y las cantó con él.
—¿A comprobar qué? Estoy seguro de que Inupi no es…
I could spend my life in this sweet surrender
I could stay lost in this moment forever…
—¿No es qué? —le preguntan los Haitani a la vez; pero Hajime se ha quedado mudo, con los labios separados y una mano sobre la mesa.
Every moment spent with you is a moment I treasure…
Es instantáneo, como una bofetada con guante blanco que le reorganiza el pensamiento. Hajime puede verse a sí mismo con catorce años siguiendo los pasos de Seishu. Siempre tras la espalda que cargaba el sueño de revivir a los black dragons. Él, haciendo todo lo que estuviera en sus manos para ayudarlo a hacerlo realidad. Porque si Seishu lo deseaba, Hajime movía cielo, mar y tierra por ello.
Las noches sentados a la orilla de la calle, después de una pelea contra idiotas que cometieron el error de creer que podían derrotarlos. El reproductor de CD portátil, un audífono cada uno, la cabeza de su amigo apoyada en su hombro, sus manos rozándose y Aerosmith sonando en el fondo.
Como en este preciso instante
Y no, no puede ser solo una coincidencia.
Seishu ha aprovechado que no tiene reparaciones pendientes para dedicarle un poco de tiempo a su motocicleta. De espaldas a la entrada, está tan enfrascado en lo que hace que no se percata de que, la canción que lleva semanas evitando, no solo se está reproduciendo, sino que se repite una y otra vez. Incluso él la tararea sin cesar.
—Don't want to close my eyes… — Gira la rueda delantera para probar la acción del freno. Sonríe satisfecho al ver que funciona—... And I don't want to miss a thing…
Se siente tranquilo, justo ahora no está pensando en nada ni en nadie. Al menos hasta que la puerta de la tienda es abierta de golpe y el ruido lo alerta.
Koko está de pie ahí, empapado, con el cabello hecho un desastre y la respiración agitada. Es demasiado sorpresivo para él, pero reúne la energía suficiente para ponerse en pie e ir a averiguar qué es lo que sucede. Ignora sus pulsaciones aceleradas, dando por hecho que debe tratarse de una tragedia para que Koko se atreva a poner un pie ahí de nuevo. ¿Por qué otra razón habría de hacerlo?
—Inupi… —lo escucha llamarle con dificultad—. Yo… ¿Por qué?
Seishu se retira los guantes sin comprender nada más allá de su nombre. Considera oportuno darle la oportunidad de tranquilizarse primero. No obstante, su curiosidad e inquietud son mayores que su prudencia.
—¿Qué pasó? ¿Por qué estás aquí, Koko? —inquiere, dando dos pasos más.
Cuando I don't want to miss a thing se repite por enésima vez en su vieja grabadora al fondo de la tienda, las piernas de Koko parecen querer ceder. En un instante. Seishu termina de acercarse a él para evitar que ocurra. Su amigo tiene la expresión propia de alguien que acaba de ver a un fantasma, está pálido y frío por la lluvia.
—¿Koko? —Una de sus manos se mueve para obligarlo a que lo mire directamente, necesita una explicación antes de que caiga en la desesperación. Lo que en realidad le preocupa es que se encuentre herido. Después de todo, Koko todavía forma parte del mundo de las pandillas—. Oye, me estás asustando.
Está a punto de palmearle la mejilla derecha cuando la respuesta le llega de golpe: La música resuena dentro de su cabeza, la misma que hasta hace un par de minutos escuchaba al darle mantenimiento a su motocicleta. Y esto, solo puede significar una cosa. Algo simple y muy profundo a la vez.
—¿Eres tú? —El par de palabras fluye de los labios de Koko de manera atropellada—. ¿Todos estos meses has sido tú?
Ahora mismo, Seishu siente la garganta demasiado seca para ser capaz de responderle como es debido. Las lágrimas se aglomeran en sus ojos contra su voluntad. Asiente una vez.
—Eso… parece.
Koko se apoya en él para lograr reincorporarse. Puede distinguir el brillo que delata sus ganas de llorar, pese a que es muy poco probable que lo haga.
Hay tanto que quiere decirle, tantas cosas por preguntar. No obstante, le basta con verlo a la cara de nuevo. Saber que algo dentro de ellos ha terminado de sincronizarse, porque puede escuchar el ritmo de sus latidos, notar su respiración regulándose y experimentar la misma tribulación de emociones. Casi se atrevería a decir que lee sus pensamientos con solo una mirada, aunque Koko sea un mapa que aprendió a leer mucho antes de que este momento llegara.
Seishu no quiere soltarlo ahora que la verdad se ha revelado para ellos. Tienen una oportunidad, y pueden no tener nada. Al final, depende de ambos.
Entonces, la magia se ve fracturada una vez que Koko elige ser racional.
—No debí venir.
—Pero-
—Lo siento, Inupi.
Koko aprovecha su vacilación para escabullirse por un costado y salir de la tienda, se mueve a toda prisa, casi como si quisiera echarse a correr. No puede permitirse perderlo de vista de nuevo, dejarlo ir cuando está claro que su destino es encontrarse una y otra vez.
—¡¿Por qué siempre haces esto, Koko?! ¡¿Por qué vienes a poner mi mundo de cabeza y luego huyes de mí?! —lo cuestiona, alzando la voz porque sabe que no hay nadie en la calle que pueda escucharlos, y porque ya debe estar verdaderamente desesperado—. ¿Es tan difícil quedarte y pedirme que empecemos de nuevo? ¿Una cita? ¿Un café? Sobre todo ahora que acabamos de comprobar que nacimos para estar juntos.
Hajime detiene su andar, mordiéndose el labio. Una parte de él salta de emoción; otra, la más racional de todas, le dice que no puede permitirse ser tan iluso. Su conexión con Seishu no anula el pasado, tampoco los obstáculos.
—¿Y luego qué? —Se voltea, buscando su mirada—. ¿Nos tomaremos de la mano y pretenderemos que podemos construir algo mejor que esto? —cuestiona, señalando a ambos en el proceso. Luego resopla—. No seas tonto, Inupi.
—¿Y no podemos, Koko? Dime, ¿de verdad crees que no podemos arreglar lo que sea que hayamos roto hace dos años, o antes, y escribir un capítulo nuevo?
Hajime frunce el ceño al sentir sus ojos aguarse por segunda ocasión en la misma hora. No es fácil decirle que no a la persona que ha extrañado tanto, y no en vano. Seishu es su todo. Antes y ahora. Siempre Seishu.
—¿Qué hay de la Kanto? —argumenta—. ¿Crees que esto es un juego, que me dejaran ir así como así solo por nuestra conexión?
—No, pero también sé que no estás a gusto ahí. —Seishu avanza hasta quedar a un metro de él, igual de imponente que de costumbre. Hajime contiene la respiración—. Mikey no es ningún caballo ganador, Koko. Solo es un chico con problemas, como tú y como yo… —Permite que sus manos se entrelacen. La calidez que lo embarga es inmediata, le recorre cada parte de su cuerpo y, por primera vez en años, se siente en paz—. Por favor, quédate conmigo. Elígeme, Koko.
Cuando dejó a los Haitani con las palabras en la boca y vino a buscarlo, Hajime estaba fuera de sí. Fue un impulso, una necesidad la que lo obligó a moverse. A buscar la verdad. El otro extremo de su destino. Y justo ahora lo tiene ahí. Lo tuvo antes incluso.
De entre todas las personas y aun con la baja probabilidad jugando en contra, Seishu es la persona que ambientaba sus días. La persona que lo acompañaba a través de canciones que varias veces dijo odiar. La persona con la que discutía mientras sus compañeros creían que se había vuelto loco. Mientras él mismo lo creía también.
—Ya lo he hecho sin ser consciente de ello. —Le besa el dorso de sus manos. No importa que la lluvia cobre fuerza de nuevo—. Y me llena de frustración saber que no sirve de nada alejarme porque, al final del día, mis pensamientos me llevan a ti. La música también.
—Entonces no luches más. Quédate conmigo a compartir más allá de un par de audífonos.
Hajime sonríe nostálgico. Su voz es como una caricia para su alma, suave y firme en partes iguales, ¿Es un tono exclusivo para él? No quiere saberlo por el momento. Le basta con que lo ayude a tranquilizarse, a ver todo menos caótico.
Nada malo va a ocurrir si accede, son solo pensamientos catastróficos que intentan sabotear la alegría que le provoca su realidad. Pueden hacerlo, solucionar sus asuntos pendientes y dejar que el resto se haga cargo de los suyos.
Vivir.
Al final del camino, lo único que le queda es decidir si quiere regresar a la Kanto, o quedarse entre melodías, motocicletas y Seishu Inui.
—¿Y qué se supone que haré? No sé nada de motos.
—Pero sí de números —aclara Seishu—, y yo necesito a alguien que me ayude a llevar la contabilidad de la tienda.
—Lo haces sonar tan fácil.
—Tú eres el que se empeña en hacerlo difícil. Deja de ser tan terco.
Suspira, sin perder el contacto visual. ¿Cuándo se le permitirá tener la razón?
Ya no le quedan dudas de que son almas gemelas, un descubrimiento maravilloso, pero los sentimientos no aparecen de un instante a otro. Requieren tiempo y cuidados, como lo hacen las plantas para poder dar frutos.
—Inupi… ¿Te gusto siquiera? —averigua.
—Desde que éramos niños.
—¿Qué?
—Tú preguntaste.
—¿Y no podías ser un poco menos honesto? —Seishu se encoge de hombros. Las gotas de lluvia le recorren el rostro, es como ver a un cachorrito mojado. Demasiado tierno—. Ya veo, entonces deberíamos…
—Regresar a la tienda.
—Eso.
—Y tomar un baño.
—También —agrega, pero se ve en la obligación de no dejar nada a libres interpretaciones—: Separados, por supuesto.
—Obviamente. Te prestaré un cambio de ropa.
—Por favor.
—Después puedo pedir una pizza.
—Me parece bien.
—Y comerla mientras me cuentas desde cuándo te gusta la música clásica y cómo te enteraste de que somos almas gemelas.
Hajime asiente, poniendo fin a la conversación. Toma su mano para encaminarse de vuelta hacia la tienda de motos, lo cual no ocurre porque Seishu se niega a moverse de su sitio. En cambio, lo abraza con fuerza, respirando muy cerca de su cuello y causando estragos en todo su cuerpo. Se deja hacer, correspondiéndole de la misma manera. Está seguro de que esta es la primera de muchas muestras de afecto. El primer paso en su nuevo camino juntos.
—No me sueltes —lo escucha pedir.
Ahí, abrazados a varios locales de distancia de la tienda, con la ropa empapada y su aroma embriagándolo por completo, Koko se rinde ante él.
—Nunca más, Inupi. Nunca más.
Fin
Canciones dentro de la historia:
She will be loved - Maroon 5
As long as you love me - Backstreet Boys
I don't want to miss a thing - Aerosmith
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