Capítulo 2 - ¿En serio, Redfield?


Claire estaba segura de que iba a llegar antes de tiempo a su cita con Leon. Sin embargo, cuando salió del hotel, el rubio ya la estaba esperando en la puerta. Se tomó unos segundos para observarlo: llevaba unos vaqueros de corte recto con una camisa blanca sobre ellos desabotonada en el cuello y una americana azul despasada; iba calzado con unos mocasines cómodos. Su figura era una mezcla perfecta de hombre elegante y casual.

Se habría quedado la vida entera admirándolo si no fuera porque las dos mujeres con las que se había cruzado aquella mañana acababan de salir del ascensor, habían reparado en el rubio y habían comenzado emitir pequeños gritos entusiasmados. Sin pensarlo, salió por la puerta y caminó resuelta hasta él.

«Debería haberlo imaginado: el efecto Kennedy, cómo no», afirmó con obviedad. «Que os den, arpías».

Al verla con aquel vestido rojo de tirantes ceñido a sus curvas perfectas, corto, con unos zapatos de tacón que quitaban el hipo, él la admiró sonriente y depositó un beso cariñoso en su mejilla.

—Me alegra ver que te has puesto tan guapa para mí —afirmó encantado sin vergüenza.

«Ni que te importara. Eres amable con todo el mundo. Así que, cómo no me vas a decir aquello que crees que quiero escuchar», se dijo con rabia.

—¿Quién dice que me he vestido así para ti? —objetó engreída.

—Entonces, déjame soñar que así ha sido.

Aquella frase la dejó descolocada y él, advirtiendo su turbación, la cogió por una mano suavemente y tiró de ella para que comenzase a caminar a su lado.

—¿No vamos a cenar en el hotel? —preguntó sorprendida—. Su restaurante tiene fama de ser el mejor —afirmó contrariada.

—El mejor para los turistas —respondió de un modo enigmático.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Tú tan sólo acompáñame y no te preocupes —le pidió ofreciéndole una sonrisa relajada.

Apretó insistente su mano cuando ella intentó retirarla, y ambos siguieron caminando entre la gente con pasos seguros como si fuesen realmente habitantes de la isla. Relajada, Claire se dedicó a empaparse del ambiente tranquilo que allí se respiraba, de las sonrisas amables que la gente les dedicaba al verlos caminar cogidos de la mano como si de una pareja de enamorados se tratase. Sonrió encantada.

«Esto es material de primera para soñar, Redfield, tómatelo de esa manera, quédate con lo bueno de esta situación y no pidas más, no esperes nada, y no sufrirás», se ordenó severa. Y así se prometió que lo haría fuera como fuera hasta el final. Cogió al hombre de sus sueños por la cintura y caminó pegada a él mientras la miraba gratamente sorprendido. Se dedicaría a crear sueños, muchos sueños que llevarse de allí para soñar; y nada más.

—Es aquí —Leon anunció amablemente sacándola de sus pensamientos.

Se había detenido ante un pequeño comercio, una casita baja alejada del hotel, de las grandes y ostentosas tiendas y del bullicio alegre de la isla; tenía una puerta humilde sobre la que colgaba un letrero pintado a mano con letras de colores alegres: 'Pizzería'.

—¿Una pizzería? ¿En serio? —preguntó decepcionada—. Estoy harta de comer pizza en Nueva York siempre que quiero —añadió con desdén.

—No como esta.

Como si de un niño con zapatos nuevos se tratase, abrió la vieja puerta y arrastró a Claire dentro de un local pequeño y acogedor, con una luz tenue que invitaba a compartir secretos y confesiones. De inmediato, la joven pelirroja quedó hipnotizada por aquel lugar cálido y hogareño.

—Che gioia rivederti! (Qué alegría volver a verte) —un hombre mayor y orondo que podría haber sido el abuelo de cualquiera, de ambos incluso, saludó a Leon entusiasmado nada más verlo.

—Piacere di rivederti anche tu, Gino (Yo también me alegro de volver a verte, Gino) —Leon respondió en un italiano perfecto.

El hombre salió de detrás del mostrador que circundaba un enorme horno de leña y lo abrazó con cariño.

—Questa bella ragazza è la tua ragazza? (¿Esta chica tan guapa es tu novia?) —le preguntó dándole un codazo cómplice en las costillas.

—Cosa vorrei di più... (Qué más quisiera yo...)

—Bueno, bueno... Bienvenida, señorita —Gino dijo a Claire dándose cuenta de que no había entendido ni una sola palabra de lo que ambos habían estado hablando y miraba a Leon entre alucinada y molesta—. Sentaos donde queráis, estáis en vuestra casa.

—Gracias —dijo sonriente, cogió a Claire de la mano de nuevo y la condujo hasta una mesa situada junto a una pequeña ventana que tenía vistas al mar.

Una vez ya acomodada, la mujer miró encantada a su alrededor, y luego por la ventana con ojos soñadores.

—Guau...

Él sonrió en silencio sin dejar de observarla.

—Leon... Si la comida está tan buena como bello es este lugar, debe ser la mejor de este mundo —afirmó entusiasmada.

—Para mí lo es —respondió con sencillez.

—¿Cómo es que hablas italiano? —quiso saber aún sorprendida.

—Mi madre era italiana, vino a Estados Unidos huyendo de la II Guerra Mundial junto a sus padres siendo aún una niña.

—Nunca... nunca me lo habías dicho. Lo siento —afirmó entristecida.

—¿Que fuese italiana? —preguntó atónito.

—No. Has dicho 'era', en pasado. Siento su muerte —afirmó apretándole la mano para intentar reconfortarlo.

—No pasa nada. Hace demasiado tiempo de eso, ya casi no la recuerdo.

—¿Y tu padre? —se atrevió curiosa a preguntar.

—Mi padre fue policía, como yo siempre quise ser y no pude —respondió melancólico.

Claire se sintió miserable: su padre también había muerto; y ella allí, recordándole ese dolor.

—No te apenes. Tu hermano y tú también os quedasteis huérfanos siendo niños y os habéis convertido en las magníficas personas que sois hoy en día —argumentó sereno—. La vida sigue.

«Me ha llamado 'magnífica persona'...».

—Leon...

—Dime.

Gino los interrumpió para preguntarles qué iban a cenar, y Leon no lo dudó.

—Ya sabes lo que me gusta —le pidió sonriente.

El hombre asintió con la cabeza y le guiñó un ojo.

—Veo que vienes mucho por aquí —Claire comentó; la magia 'especial' que había flotado entre ambos se había difuminado disipada por la pregunta del dueño del local.

—Qué va... El trabajo no me lo permite —negó con mirada cómplice.

Ella lo observó con reproche.

—Desapareciste, Leon. Estuviste varios años prácticamente ausente de la vida de Sherry y de la mía. Y luego volviste convertido en...

—¿En...? —preguntó curioso; quería saber su opinión, siempre lo había querido.

Ojalá pudiese contarle porqué lo hizo, pero por el momento debía seguir protegiéndolas. Quizá algún día, cuando todo hubiese acabado, pudiera contarles aquello que se vio obligado a hacer para salvaguardar la vida de Sherry, abocado a mentirle a ella también. La miró melancólico.

—En otra persona.

—¿Cómo, que otra persona? —quiso saber atónito.

—Apareciste convertido en un hombre frío, sereno, implacable, estoico, pragmático... perfecto —concluyó mirándolo admirada y entristecida a la vez—. Sigues siendo amable y atento, pero siempre estás interponiendo distancias, ya no eres el chico dulce que yo conocí y del que... Y pareces haberte convertido en un depredador de mujeres...

Detuvo abruptamente sus palabras y se mordió nerviosa el labio desviando su mirada.

Él quedó en absoluto silencio, como si le hubiesen arrojado encima un cubo de agua helada.

—Siento ser tan decepcionante —dijo por fin—. Pide a Gino lo que quieras, todo está pagado.

Se puso en pie, muy serio.

—Puedes regresar sola al hotel perfectamente, este lugar no está tan alejado del bullicio de la isla como para que sea peligroso caminar con seguridad, ya lo has visto —le aseguró—Además: eres Claire Redfield.

—Leon... —le pidió mirándolo sorprendida.

—Lamento haber creído que esto sería una buena idea.

—Leon... —le rogó.

Intentó cogerlo por una mano, pero él fue más rápido y la apartó.

—Disfruta de la isla, Claire, y olvida que me has visto —le pidió y se marchó.

Ella quedó atónita mirando fijamente a la puerta por donde había salido; tenía ganas de llorar.

—Síguelo, ragazza —escuchó la voz de Gino a su espalda.

—¿Qué? —preguntó dándose cuenta de pronto de que ya no estaba sola.

—Ese joven está muy dolido, ha sufrido demasiado. Síguelo —insistió—. Puede que no sea más que un maldito tozudo orgulloso, pero vale la pena intentar hacerle cambiar. Y creo que tú puedes lograrlo.

Le guiñó un ojo con complicidad.

—La comida os seguirá aguardando caliente para cuando volváis.

La cogió por ambos hombros como habría hecho un abuelo cariñoso, la obligó a ponerse en pie y la empujó suavemente hacia la puerta.

Por fin, ella salió decidida y escrutó desesperada en todas direcciones. La luz tenue del muelle que había ante el local mostraba un paisaje tranquilo, con gente caminando relajada y arropada por el sonido del mar. Por ello, la miraron sorprendidos y curiosos cuando ella comenzó a gritar su nombre como una desesperada sin recibir respuesta.

—¡Leon!

Empezó a correr sin rumbo fijo intentando encontrarlo, como si hubiera enloquecido, mientras las lágrimas resbalaban sin control por sus mejillas.

—¡Leon!

Tropezó y a punto estuvo de caer, por lo que se quitó ambos zapatos y los dejó tirados con rabia para seguir corriendo.

—¡Leon!

Una leve brisa procedente del Pacífico la hizo estremecer por el frío obligándola a detenerse para intentar entrar en calor frotándose ambos brazos con fuerza. Nadie le había advertido que las noches podían ser tan frías en aquellas latitudes.

Inesperadamente, sintió el contacto reconfortante de una prenda de ropa sobre sus hombros, una chaqueta que aún mantenía el calor de su propietario. Se giró con rapidez para toparse con Leon, quien la miraba en silencio a su espalda. Sin pensar, se abrazó a él como si hubiese sido salvada de un trágico naufragio.

—Póntela —le ordenó severo aunque con voz suave.

—¿Por qué me has abandonado de esa manera? —le reprochó mirándolo nerviosa.

—Yo nunca te he abandonado, eres tú quien siempre me abandonas —afirmó de un modo enigmático.

—¿Cómo? ¿Qué?

—Olvídalo, Claire. Quédate la chaqueta, tengo más.

Hizo ademán volver a marcharse, pero en esta ocasión ella estaba en alerta y lo cogió por una mano con fuerza.

—No vas a dejarme tirada de nuevo, maldito... ¡Maldito no sé qué narices decir ni me importa! —lo acusó con cabreo.

Él sonrió al escucharla.

—Has dejado tirado a Gino, y también a mí. Ahora mismo vamos a volver a la pizzería y me vas a contar qué demonios te pasa —le dejó claro con voz que no admitía réplica.

—Sólo, si me dices qué demonios te pasa a ti.

—¿C-cómo que qué me pasa? —preguntó confusa.

—¿Cómo que me he convertido en un depredador de mujeres? ¿Qué narices has querido decir con eso? —exigió saber airado.

Apretó su mano con fuerza y tiró de ella para que regresasen al restaurante. De camino, se detuvo ante sus zapatos que yacían abandonados en el suelo, los recogió y siguió andando en silencio.

Cuando entraron de nuevo en casa de Gino, el hombre fingió no haberse dado cuenta de su ausencia, pero guiñó un ojo cómplice a la pelirroja aprovechando que ella se giró para disculparse con una mirada culpable, aún arrastrada por la fuerte mano de Leon.

—Explícate —le ordenó clavando en ella una mirada intimidante una vez ambos se hubieron sentado a la mesa.

—Oh, vamos, no te hagas el ingenuo. Allá a donde vas, las llevas a todas de calle: mujer que se te cruza, mujer que cae rendida a tus pies —ella le aseguró enfadada.

Él enarcó atónito una ceja.

—¿De qué cojones estás hablando?

—Venga... —le reprochó con desprecio—. Si hasta tienes tiempo para liarte con compañeras de trabajo en medio de un holocausto zombi...

—¿Sabes lo que pasó con Ada en Raccoon? ¿Cómo lo has sabido? —preguntó alucinado— ¡Pero si sólo fue un puñetero beso! ¡Y fue ella quien me lo dio! —le explicó indignado.

—¿Ada? ¿Quién narices es Ada? ¿Y en Raccoon? ¡Eso es lo que me faltaba! —afirmó aún más enfadada.

—¿De qué demonios hablas, entonces? —le gritó perdiendo la paciencia.

—¡No te hagas el inocente! ¡Seguro que Angela te está esperando en tu pintoresca y bonita casita de pescadores alquilada para que hagas 'submarinismo' con ella! —le echó en cara fuera de sí.

«¡Acabáramos, Redfield! ¿Al final va a resultar que sí que sientes algo por mí?», se dijo incrédulo.

—¿Te gustaría que así fuera? —preguntó arrogante.

—¿Que si a mí me...?

—No sé, como parece que tienes tanto interés en que pase... ¿Por qué hostias debería estar aquí con Angela ni con nadie? ¡He venido a estar solo! ¡Joder! ¿Tanto te sorprende eso? ¿En serio crees que estaría intentando conquistarte para crear bellos recuerdos contigo si hubiese venido aquí con otra mujer? ¿En serio, Redfield?

La pelirroja lo miró con los ojos desorbitados por la sorpresa.

—Tranquila, ha sido una mala idea y lo siento. Te aseguro que no volverá a pasar. Cena tranquila y vámonos a casa cuanto antes —le pidió con voz desapasionada.

—Leon...

—Cena, narices. Esta es la mejor pizza que probarás en tu vida. Así que, aprovecha y luego olvídame.

De inmediato, Gino puso entre ambos una enorme pizza humeante que pedía que se la comieran con sólo mirarla. Leon cogió una porción y empezó a comer despreocupado, mientras Claire lo observaba en evidente estado de shock.