Capítulo 4 - Mírame


—Claire, mírame —Leon le pidió tomándola por la barbilla con cuidado—. Mírame. ¿Qué ves?

—A ti —la pelirroja respondió acongojada.

—Ajá. Y no soy un cadáver, ni un zombi, ni estoy moribundo... Tan sólo soy un depredador de mujeres —afirmó divertido.

—¡Deja eso ya de una vez! —le ordenó enfadada.

Trató de levantarse, pero él la rodeó con un brazo y la apretó más a su cuerpo. Ambos se miraron fijamente en silencio.

—Gracias por preocuparte por mí —le dijo con una sonrisa sincera.

Claire tragó con fuerza sintiéndose incapaz de responder.

—¿Sabes? Desde que tú y yo sobrevivimos juntos en Raccoon, me tomarás por loco o por tonto, pero siempre he creído que... no sé bien cómo explicarlo... que tú y yo nos pertenecemos el uno al otro —confesó con sencillez—. Es como si mi vida no pudiera estar completa sin ti, y la tuya no pudiese estarlo sin mí. —Negó entristecido con la cabeza—. No me hagas caso, estoy diciendo tonterías. Espera, te ayudaré a levantarte.

Las lágrimas que brotaron por el rostro de Claire ya no eran salvajes ni impetuosas, sino que fluían serenas como un río tranquilo. Acarició el rostro masculino con suavidad sin dejar de mirarlo a los ojos, y se acercó a él lentamente hasta rozar sus labios con un beso dulce y entregado. Ambos se besaron como dos adolescentes tímidos e inexpertos descubriendo el amor por primera vez.

—Anda, levanta, porque voy a acabar depredándote —le aseguró seductor.

—¡Leon, por favor! ¡Este no es momento para bromas! ¡Te he creído muerto! ¡Muerto! ¿Me entiendes? —le reprochó angustiada mientras se ponía en pie y tiraba de su mano para que la siguiera.

—¿Quién está bromeando? —preguntó con una sonrisa malvada abrazándose a ella por la espalda—. Claire... Desde que te conocí, siempre he soñado contigo, sólo contigo —le susurró enamorado al oído.

—Pero haces 'submarinismo' con otras mujeres —le reprochó del mismo modo.

Él soltó una risa divertida.

—Puede, pero si tuviese que hacerlo contigo, haría el amor, no 'submarinismo'.

—¿Tú... me quieres? ¿Podrías decirlo? ¿Podrías decir que me quieres? —le preguntó escéptica.

—¿Podrías decirlo tú, Claire Redfield? ¿Podrías decir que me quieres? Jamás has demostrado sentir nada por mí, absolutamente nada.

—Te quiero —susurró tan bajito que él casi no pudo escucharla.

El rubio depositó suaves besos en el cuello desnudo femenino incendiándola por completo, tanto, que ella exhaló excitada con fuerza.

—¿Estás segura?

Recorrió su cuello por entero paseando sus labios apenas con un tenue roce.

Ella gimió derretida en sus brazos.

—¡No!

Se giró impetuosa mirándolo angustiada.

—¿Cómo, que no?

—Tu pecho —le recordó preocupada mirando el feo hematoma pero sin atreverse a tocarlo.

—También es tuyo, preciosa, yo soy tuyo —le aseguró sonriente.

—Pero debe dolerte mucho y podemos agravar la lesión... —objetó temerosa.

—El que me duele es 'el otro' —se lamentó derrotado.

—¿Quién es 'el otro'? —preguntó atónita y confusa.

—El 'otro' que se está muriendo por ti —dijo con toda intención—. Me llevas loco: me has caído encima, justo 'encima', me has hecho la camisa girones, me has pegado, me has besado...

—Tú me has besado primero —le recordó avergonzada.

—¿Entonces, puedo seguir haciéndolo de una puñetera vez? —exigió desesperado.

—Eso depende, Kennedy.

—¡Por todos los demonios del infierno! ¿De qué depende, Redfield?

—De si me quieres.

—¿Que si te quiero? ¡Joder! ¡Te quiero en mi vida! ¡Te quiero en mi cama! ¡Te quiero en mi casa y como madre de mis hijos desde el puñetero momento en que te vi por primera vez! ¡Te quiero, Claire! —le gritó impetuoso—. ¿Puedo llevarte ya a la cama o voy a tener que darme diez jodidas duchas frías? ¡No puedo más!

—¿En serio te excito?

—¡Aaaaaaarg! —gritó exasperado.

La levantó en brazos y la llevó al dormitorio, donde la sentó en la cama con cuidado.

—Vete o quédate, tu eliges. Pero si te quedas, ya sabes lo que va a pasar.

La dulce pelirroja se puso en pie enamorada, cogió su camisa con ambas manos y la deslizó por sus brazos hasta dejarlo semidesnudo. Su cálido aliento besó el moratón de su pecho con infinito cuidado, y se dedicó a repasar su torso sin dejarse ni un solo milímetro por recorrer.

Él exhaló con todas sus fuerzas e intentó atraparla entre sus brazos, pero ella no se dejó coger, lo rodeó y desabrochó el cinturón y los vaqueros masculinos desde su espalda, dejándolos caer. Tras ello, se pegó a su cuerpo y se dedicó a besarlo por entero desde el cuello hasta donde la espalda perdía su nombre.

Leon echó ambas manos a su espalda intentando atraparla, pero ella se escapó con picardía mientras enviaba los boxer del agente hacia sus tobillos. Atrapó sus manos con su cuerpo, y con las suyas hizo presa de 'el otro', que se erguía desesperado y desafiante en su busca.

—¡Claire! —Leon gritó fuera de sí.

—Ah, ah... Ahora eres mío, agente, y aquí mando yo.

—¡Claire! ¡Me estás volviendo loco! ¡Deja de torturarme, joder!

—Quiero torturarte... —le aseguró con voz dulce.

Lo llevó a la locura acariciando su miembro viril con mano experta, luego lo obligó a girase hacia ella y lo lanzó a la cama, donde cayó tumbado boca arriba. Aprovechando su turbación, se quitó sus vaqueros y sus bragas y se sentó a horcajadas sobre él.

—Estás loca —fue lo único que él pudo decir antes de que una oleada de placer lo obligara a contener la respiración para soltarla con fuerza.

—Loca por ti.

Enardecido, el rubio la dejó sin camisa y sin sujetador y la cogió por el culo pegándola a él todavía más, y la pelirroja se tumbó sobre su cuerpo buscando sus besos húmedos y ardientes. Se besaron salvajes mientras se cabalgaban el uno al otro hasta que la saciada mujer se desplomó desmadejada sobre el pecho de su amante, quien soltó un bramido triunfal.

—Claire... —Leon susurró apenas con un hilo de voz.

—Dime, cielo.

—Mi pecho...

Ella se irguió rápidamente e intentó separarse de él, pero sus manos firmes la cogieron por la cintura impidiéndole abandonarlo.

—Lo siento, cariño, lo siento —se disculpó preocupada.

—Otra vez.

—¿Que te diga que lo siento?

—No lo sientas. Otra vez —le pidió con una sonrisa pícara y desvergonzada—.Te quiero —afirmó a sabiendas de que aquellas palabras la conmoverían hasta los cimientos, y también a él—. Otra vez —le rogó con mirada de pillo.

—De acuerdo. Pero esta vez mandas tú —respondió mirándolo cariñosa.

Él le mostró una sonrisa entusiasmada y arrogante.

—Será un auténtico placer.

Horas después, los dos yacían completamente desnudos y abrazados sobre la cama. Claire acariciaba el pecho masculino con ternura evitando tocar el moratón, y Leon besaba su pelo de vez en cuando sin dejar de abrazarla posesivo.

—Quiero que hagas submarinismo conmigo, del de verdad —él pidió con voz suave.

Sorprendida, la bella pelirroja se incorporó sobre un codo y lo miró entusiasmada.

—¿De verdad vas a enseñarme a hacer submarinismo? —preguntó encantada.

—¿En serio no lo has hecho nunca? —quiso saber sorprendido.

—No.

—Pues eso hay que remediarlo cuanto antes. Mañana, tú y yo haremos submarinismo en el arrecife de la isla de al lado —le aseguró con voz firme—. Y con mañana quiero decir mañana de verdad. Ya casi ha amanecido, por si no te habías dado cuenta.

La joven lo miró sorprendida.

—¿Y qué vamos a hacer hoy, entonces?

—Vamos a hacer el amor —respondió mirándola con ternura.

Ella se pegó a su cuerpo aún más sintiendo que no podía ser más feliz.

—Leon...

—Dime, preciosa.

—¿Esto será para siempre?

Si Claire hubiese podido observar el dolor que la mirada del hombre a quien amaba mostró al escuchar aquella pregunta, su corazón se habría encogido por la angustia. Impetuoso, él se incorporó y la envolvió en un abrazo aún más posesivo.

—Para siempre; te lo juro —le aseguró entregado a ella por completo.

Y eso quería. Pero sabía que nada es para siempre cuando un hombre se ve obligado a vivir en Washtington DC y la mujer a quien ama vive en Nueva York.

—Leon...

Él sonrió por la voz de chiquilla que ella estaba poniendo.

—"Este ha sido el mejor polvo de mi vida, Leon" —él se hizo pasar por ella fingiendo una voz aguda que pretendía ser femenina—, "quiero que repitamos una y otra vez hasta que seamos viejos y las arrugas nos aplasten" —continuó divertido.

Molesta, ella le dio una colleja y lo miró frunciendo el ceño.

—¡Auch!

—Eres un payaso. Nunca lo habría imaginado de ti... —confesó con voz seria.

—¿Por qué? ¿Porque no muestro prácticamente nada de mí mismo ante nadie? Así es más fácil, Claire.

—¿Qué es más fácil?

—No encariñarse con nadie, no ser importante para nadie, ni permitir que nadie lo sea para mí —sentenció duramente.

Ella se separó de sus brazos y buscó acongojada su mirada.

—No me mires así. La gente muere a mi alrededor demasiado a menudo. No puedo pasarme la vida llorando por aquellos a quienes he perdido, y no puedo permitir que nadie lo haga por mí.

—Eso último no vas a poder impedirlo, jamás —le dejó claro enfadada, y se puso en pie para vestirse.

Inmediatamente, él la siguió.

—Está bien, está bien... No voy a poder impedírtelo, entendido. No voy a alejarte de mí por ese motivo —le aseguró volviendo a apresarla entre sus brazos.

Ella se revolvió aún enfadada y él permitió que se alejase.

Se cruzó de brazos desnudo ante ella sin pudor. Y la pelirroja se vio obligada a disimular con todas sus ganas para no pasear con deleite su mirada descarada por aquel cuerpo perfecto.

—¿Por qué me alejaste de ti, entonces? —lo retó a responder indignada.

—Por obligación.

—¿Me estás queriendo decir que alguien te obligó a ignorarnos a Sherry y a mí? —preguntó con sarcasmo.

—No ordenándomelo de ese modo, pero sí.

Ella lo observó atónita; jamás había esperado esa respuesta.

—Dejemos ese tema. Ahora estamos aquí, tú y yo, nos queremos y nada más importa en el mundo por un mísero instante aunque sea. Disfruta de este momento, por favor —le rogó dolido.

—Yo... necesito pensar.

Era cierto, lo necesitaba, pero no porque no tuviese claro el amor que sentía por Leon, sino porque él, a pesar de asegurarle que la quería, se seguía mostrando ambiguo, como si esperase que su relación tuviera fecha de caducidad. No le gustaba albergar la angustia que dormitaba aletargada en su alma; y, con su actitud, él no hacía más que fomentarla.

—No lo pienses demasiado, Claire: tiempo que se va, nunca vuelve.

Entristecido, le dio la espalda y se vistió en silencio.

—Avísame cuando sepas lo que quieres —le pidió con voz fría—. Ahora ya sabes dónde encontrarme y estás en tu casa. Cierra la puerta cuando te marches, si es que vas a hacerlo.

—No voy a hacerlo, pedazo de idiota —le aseguró vehemente.

—Me alegra saberlo. Voy a dar una vuelta; te veré luego.

—Que te lo has creído.

Él la miró sin comprender, y ella, ya vestida, se acercó a su lado, lo cogió de la mano y lo arrastró hacia la salida.

—Ahora, me vas a llevar a desayunar al mejor brunch que conozcas; luego, iremos a la playa a divertirnos; después, pasearemos por la isla cogidos de la mano y te comportarás como un novio enamorado, que lo sepas; más tarde, comeremos en el restaurante que a mí me dé la gana. ¡Ah! Y tenemos que visitar a Gino, él está preocupado por ti —enumeró sin darle opción a replicar.

El rubio la escuchó con los ojos como platos.

—Se te ha olvidado asignar un tiempo adecuado y suficiente para poder respirar o la palmaremos por el camino —le aseguró sorprendido caminando a rastras junto a ella.

—Oooooh, pobrecito mi niño...

Acarició burlona su mentón y le estampó un beso en la mejilla.

Si creía que ella iba a dejarlo huir acojonado, la llevaba clara, se aseguró decidida. Fuera lo que fuera aquello que lo atormentaba, ella iba a encargarse de combatirlo y de hacerlo desaparecer, como que se llamaba Claire Redfield, dejó bien claro en su mente.