Capítulo 6 - Caja de sorpresas
Claire era presa de los nervios. Llevaba casi cuatro días en Washington DC, viviendo en el piso de su hermano y él todavía no había podido proporcionarle la información que buscaba, hecho que hacía pensar a ambos que el asunto era realmente importante. Leon no tenía ni idea de que ella estaba allí ni de lo que estaba haciendo, y Chris le había contado que él se mostraba más frío que un témpano de hielo, que actuaba como si al salir del trabajo no tuviese vida personal ni le importara.
La pelirroja le había confesado todo lo que ambos habían compartido en las islas Hawái, y al capitán por poco no le había dado un colapso. Podía entender que su hermana tuviese pareja, relaciones esporádicas o lo que demonios fuera —tampoco quería entrar en detalles, pues asumía que ella era adulta y tenía su vida y sus propias necesidades, al igual que él—; lo que le costaba asimilar era que ella le hubiese pedido ayuda para lograr que otro hombre se la arrebatara, que es lo que no podía evitar sentir por muy absurdo que fuese. Y para hacerlo peor, ese hombre era su propio compañero de trabajo, quien parecía no ser capaz de tener más sentimientos que una piedra.
Le entraban ganas de pedir explicaciones al agente con un buen puñetazo en la mandíbula por haberla abandonado, y tenía que contenerse a todas horas y fingir que la sangre no le hervía en las venas. Y luego estaba el maldito anillo de boda que él llevaba en su mano izquierda... No había comentado nada a Claire sobre ese asunto porque no quería hacerle más daño pero, ¿qué cojones significaba ese maldito anillo? ¿Él había estado casado? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Y por qué no se lo había quitado si ya no lo estaba, si es que realmente no lo estaba? ¿Y por qué su hermana aceptaba algo tan ofensivo?
Leon se mostraba como un agente modélico, demasiado modélico: equilibrado, meticuloso, impasible, frío, implacable... Si los agentes en formación habían comenzado a temer a Chris por su carácter arrollador, infatigable y por su fuerza brutal, Leon los acojonaba por su increíble habilidad, por su mente afilada e infinitamente ágil, y por sus exageradas inflexibilidad e intolerancia frente a las negligencias; prefería trabajar solo y se notaba. Aunque trabajando en equipo era un perfecto compañero que jamás dejaba a nadie atrás. Juntos eran una fuerza imparable e imbatible, tanto, que nada más comenzar su formación, sus 'alumnos' se habían propuesto aliarse para derrotarlos en una maniobra fuera como fuera y costase lo que costase.
Aquella tarde, el moreno entró en su piso y, cuando se sentó junto a su hermana en el sofá de la sala de estar, la miró conmocionado; parecía haber recibido una información, haber descubierto algo o haber escuchado algo que lo había sacudido hasta los cimientos.
Su hermana lo observó aún más nerviosa.
—¿Qué te pasa? —le preguntó temiendo recibir una noticia terrible, la muerte de algún conocido, incluso.
—Ya sé la verdad, toda la verdad —él respondió mirándola fijamente como si aún no pudiese creer aquello que había descubierto.
—¿Tan malo es? —quiso saber angustiada.
—Depende de para quién.
La pelirroja le miró sin comprender.
—Claire... Te voy a contar esto sin paños calientes, tal y como es, y así quiero que lo asimiles.
—¡Habla ya de una vez, maldita sea! —le instó a continuar a punto de perder los nervios por completo.
—Leon hipotecó su vida para protegeros a Sherry y a ti —le confesó sin dejar de mirarla muy serio—. Cuando los tres sobrevivisteis juntos a la tragedia de Raccoon, de inmediato el gobierno intuyó el enorme potencial que Sherry albergaba en cuanto a la investigación bioorgánica, el agente especial en potencia que había dentro de Leon, y en ti vieron una aguerrida y problemática testigo a eliminar —le explicó con voz neutra.
Claire lo miró confusa.
—¿Qué me estás intentando decir? —preguntó con voz débil.
—Que, de inmediato, el gobierno intuyó el fortísimo vínculo que se había creado entre vosotros tres, y buscó un modo de explotarlo para obtener lo que estaba buscando. Se hizo cargo de Sherry sin que Leon y tú pudieseis evitarlo; sin embargo ofreció a Leon un trato: total protección para la niña si él accedía a convertirse sin condiciones en un agente federal del Servicio Secreto.
—¿Y en cuanto a mí? —quiso saber con el corazón en un puño.
—Yo no estaba ahí para poder intentar protegerte, Claire, yo tenía mis propios problemas; en ese momento tan sólo estaba Leon, y él era perfectamente consciente de ello.
—Chris...
—Él exigió que se te permitiese seguir tu camino, hacer tu vida, fuera esta la que fuera. Y el gobierno accedió siempre y cuando tú no mostrases ningún interés por ahondar en los sucesos de Raccoon, por intentar sacarlo a la luz —continuó solemne—. Por suerte para ti, tú seguiste tu camino lo suficientemente alejada del origen del bioterrorismo como para no suponer una amenaza para nadie. Y Leon se encargó de garantizar tu libertad cumpliendo con su parte del trato de un modo ejemplar, tanto, que a día de hoy se ha convertido en el mejor agente de la DSO, a quien esta recurre para solucionar cualquier conflicto que muchos otros agentes no soñarían con poder enfrentar, incluso. No tengo nada más que decir.
—Dios mío... Entonces...
—Entonces, yo no tengo ni la más jodida idea de si le debes algo o no se lo debes, él no contó contigo para tomar su decisión y eso sólo puedes decidirlo tú. Sólo sé que ese tipo te quiere casi tanto como yo pueda quererte y que es el puñetero mejor actor que he conocido en mi vida, porque se comporta como si no necesitase tener sentimientos. Él creyó que con su decisión podría garantizar la seguridad de Sherry y la tuya, y lo logró. No hay más que contar; querías la verdad y ahí la tienes.
—Todos estos años he creído... no sé bien qué he creído... que quizá Sherry y yo no éramos suficiente para él, que se creía por encima de nosotras, que buscaba alguien a su altura, no sé cómo explicarlo... —se lamentó dejando que las lágrimas se derramasen libremente por su rostro acongojado.
Chris suspiró con tristeza.
—Creo que es todo lo contrario: que él piensa que vosotras estáis por encima de todo, incluso de sí mismo.
—¿Y por qué narices jamás me lo ha dicho? —gritó indignada.
—Yo tampoco lo habría hecho —respondió convencido.
—¿Por qué, hermano? ¿Por qué? —preguntó a gritos a la desesperada.
—Porque él y yo somos agentes, porque nos vemos obligados a enfrentarnos a la crueldad de la vida y de la muerte día sí y día también. En nuestro trabajo, lo único que nos queda es el orgullo, la dignidad. Yo no podría soportar que la mujer a quien amo sintiera pena por mí, o compasión; o aún peor, que se sintiera culpable por una decisión que tan sólo yo he tomado conforme con todas sus consecuencias —le explicó—. Puede ser que su corazón esté destrozado, Claire, pero su conciencia está en paz. Y yo puedo entender eso a la perfección y lo comparto —le aseguró con firmeza.
—¿Y ahora... qué? —lanzó aquella pregunta al viento, y se abrazó a su hermano con todas sus fuerzas, quien la estrechó impetuoso entre sus brazos.
—Tú crees que es él quien decide, pero en realidad eres tú quien mandas. Si eres capaz de respetar la decisión que él tomó, te parezca mejor o peor, puedes lograr lo que quieras, puedes entregarte a él sin miedo y puedes tenerlo para ti por entero; él te pertenece. Yo sé muy bien de qué hablo.
—¿Cómo?
—Montémosle una encerrona donde se vea obligado a apechugar con lo que siente por ti.
—¿A apechugar? Eso suena a obligación, no a amor —le reprochó indignada.
—¡Joder, Claire! Yo no soy profesor de lenguas, soy soldado. Llámalo como quieras pero me has entendido perfectamente; así que, no me fastidies —le pidió del mismo modo—. A él le hace falta que le ayuden a quitarse ese palo que lleva metido en el culo, y tú necesitas que acepte entrar definitivamente en tu vida para quedarse. ¿No es así? Pues cúrratelo. ¡Y deja ya de meterme por medio en tu rollo amoroso, mierda! —le exigió con cabreo— ¡Yo trabajo mano a mano con él, narices! ¡Y lo peor es que me cae bien, el gilipollas! ¡Pero no me machaques obligándome a imaginaros liados!
—Yo no te he obligado... —musitó mirándolo enternecida.
—Ya lo sé. Pero la mente es muy traicionera —refunfuñó molesto—. Ya sé que hace mucho tiempo que dejaste de tener catorce años, y que si no fuese él sería cualquier otro. Pero que estés liada con Kennedy me cabrea porque él ha estado velando por ti durante todos estos años. ¡Y ese era mi trabajo!
—No seas machista... —le reprochó divertida.
—No soy machista, en absoluto. Si tú fueses un tío, para mí sería lo mismo. Yo soy tu hermano mayor y mi responsabilidad es velar por ti —le aseguró muy serio—. Y sé que para Leon es lo mismo; pero encima, tú eres mujer y su tipo, y el muy imbécil está perdido por ti. ¿Qué cojones quieres que haga yo?
—Casarte con Jill de una puñetera vez —lo sorprendió al responder.
El capitán la miró fuera de combate con los ojos desorbitados por la sorpresa.
—Cuando tú te cases con Kennedy —puso como condición con una sonrisa arrogante y confiada.
Tranquilamente, Claire sacó de su bolsillo una pequeña cajita, la abrió y sacó de esta un anillo de boda, que se puso en el dedo sin inmutarse.
—Hecho —afirmó mirándolo victoriosa.
El moreno se vio obligado a arrojarse tumbado en el sofá al borde del colapso; había reconocido la manufactura del anillo, nada más verlo, en el otro que Kennedy llevaba puesto. La miró con reproche, con el rostro más blanco que la cera.
—'Oficialmente', aún no nos hemos casado —lo tranquilizó sonriente—. Pero lo nuestro no es broma, Chris, y así quiero que lo entiendas.
—Mierda... déjamelo a mí —le pidió con voz firme.
Leon y Chris estaban entrenando en el gimnasio; la verdad era que se estaban dando de lo lindo con la escusa de actualizar sus tácticas personales de combate. Llevaban más de una hora sin detenerse y ninguno de los dos quería dar su brazo a torcer, como si hubiese 'algo más' entre ellos que no estaban dispuestos a reconocer, a parte del trabajo que compartían y lideraban.
En una rápida maniobra, el capitán lanzó a su oponente por delante de él intentando derribarlo, pero el agente de la DSO rodó sobre sí mismo y se puso en pie de inmediato dispuesto a seguir combatiendo.
—Esta noche he quedado con unos amigos —Chris sorprendió a Leon al afirmar mirándolo con una sonrisa.
Por un momento, el rubio lo observó fijamente y enarcó una ceja sonriendo con sarcasmo.
—¿Esa es una nueva táctica de distracción? Porque no te va a resultar —afirmó confiado.
—Eres un imbécil. Te estoy invitando a que nos acompañes, alelao —le explicó desdeñoso.
Relajó su postura de combate, le dio la espalda tranquilamente y fue en busca de su mochila para encaminarse a las duchas. El otro lo siguió atónito.
—¿Acompañaros? ¿Por qué debería hacerlo? —preguntó con voz fría.
—¿Porque eres humano, y no un puto robot? ¿Porque te hace falta sacarte ese palo que siempre llevas metido en el culo? ¿Porque me da la jodida gana? —preguntó vehemente—. Joder, Kennedy, eres mi compañero, se supone que mientras duren estas maniobras, yo he de poner mi vida en tus manos confiando en que me salvarás el culo si hace falta, y tú tienes que hacerlo del mismo modo conmigo. Dentro de poco comenzarán las misiones reales y tengo que saber que puedo confiar en ti. A las nueve en el bar de la esquina —le dejó claro y se fue.
Leon lo vio marchar mirándolo con los ojos como platos; tenía su lógica aquello que Chris acababa de decir, se vio obligado a admitir. Aun así, no tenía el ánimo para juergas, precisamente, y socializar no era lo suyo ni quería que lo fuera. Pero el moreno no le había dado opción a negarse y él no estaba dispuesto a ir en su busca para hacerlo. Así que, no le quedaba más remedio que asistir. Sacudió la cabeza levemente, divertido: como buen Redfield, Chris había resultado ser toda una caja de sorpresas.
