Capítulo 7 - "Llámame Bond"


Leon entró en el bar con cara de pocos amigos y ningunas ganas de hablar. Se había vestido de un modo informal pero elegante, con un pantalón y una camisa negros sobre una americana de ese mismo color. Al menos, dejaría claro que, por él, como si estuviesen en un funeral y él fuera el cadáver cuya paz no se puede perturbar.

Caminó hacia la barra para tomarse una copa —lo único que lo atraía de toda aquella pantomima— y le sorprendió ver sentada allí a una cara conocida: Jill Valentine, agente de la BSAA. Había trabajado con ella en una ocasión y no podía más que decir que era toda una profesional. Ella lo vio de inmediato y le dedicó una alegre sonrisa haciéndole un gesto para que la acompañara.

—¿Qué haces tú por aquí? —la castaña le preguntó curiosa y sorprendida.

—Me temo que lo mismo que tú —él respondió amablemente sentándose a su lado—. El puñetero de Redfield se cree que es tan guapo que nadie puede decirle que no —afirmó burlón.

Ella rió por la broma.

—Quizá sea cierto —dijo con tristeza.

«Maldita sea, Kennedy, te importa una mierda lo que ella se traiga con Chris, no te metas donde no te llaman o lo lamentarás», se ordenó molesto. Sin embargo, se descubrió a sí mismo preguntando:

—¿A qué te refieres? Si no te apetece estar aquí, pues no estés —dijo con sencillez—. De hecho, yo voy a tomarme una copa y me largaré con viento fresco. No sé ni por qué cojones he venido.

—No, por favor, quédate —le pidió angustiada.

—¿De qué va todo esto, Valentine?

—Eso quisiera saber yo. Él me ha dicho que viniese aquí, que tiene algo muy importante que hablar conmigo. Sin embargo, él no ha venido y has aparecido tú —le explicó indignada.

—Ah, no, eso sí que no. Ni voy a hacer de celestino para nadie, ni de árbitro de boxeo, ni me importa una mierda el rollo que él y tú os traigáis entre manos. Me abro —le aseguró, se puso en pie e iba a marcharse pero Jill no se lo permitió. Lo cogió de la mano con fuerza instándolo a sentarse de nuevo.

—Joder, Jill, ya tengo bastante con mis propios rollos, no necesito formar parte de los tuyos. Chris y yo somos compañeros, pero no por eso tengo que ser su padrino de boda —afirmó con sarcasmo.

—¿De qué boda? —ambos escucharon la voz de Chris a sus espaldas, quien los miró suspicaz.

—Bueno, pues nada, ya estáis los dos. Yo me abro —Leon dijo una vez más con desgana.

—De eso nada, chaval. Tú esposa está a punto de llegar, así que, sentadito y pórtate bien —le ordenó con cara de pocos amigos.

—¿Qué esposa ni qué cojones de licker? —protestó con cabreo—. Estás loco, Redfield. Y a mí no me sobra tiempo, precisamente, para aguantar tus tonterías. Búscate quien...

—¿Leon?

El rubio enmudeció al escuchar la voz de quien lo había llamado por su nombre, quedó estático como si hubiese entrado en trance, y buscó con la mirada su origen.

—¿Leon?

Frente a él, Claire lo miraba nerviosa y emocionada esperando su reacción. Observado atentamente por Jill y por Chris, él no supo qué decir, se había quedado bloqueado por completo.

—Hola, Leon.

«Mierda, Redfield, voy a matarte. ¿Cómo cojones se te ha ocurrido hacerla venir a ella? No voy a poder soportar perderla de nuevo».

Intentó mostrarse frío y desapasionado, indiferente, no quería volver a sufrir del modo en que llevaba haciéndolo desde que ambos se habían separado. Su mente le gritaba como loca que no volviera a verla jamás. Pero fue su corazón henchido de alegría el que lo lanzó vehemente hacia ella para atraparla en sus brazos.

A su lado, Chris no podía dar crédito a lo que estaba viendo: Claire se abrazó desesperada al cuello del agente, y él, en vez de apartarla de su lado con actitud fría, como él esperaba, la levantó impetuoso en brazos y ambos se besaron como si hiciese siglos que no lo habían hecho.

—¿Qué haces aquí? —el rubio preguntó entre beso y beso sin dejar de abrazarla.

—Me he mudado aquí —ella respondió mirándolo enamorada.

—¿Que has hecho qué? ¿Cuándo? ¿Por qué? —preguntó con enfado.

—Cuándo: en cuanto tú te marchaste; por qué: porque me da la gana. ¿Algo más, Kennedy? Siento que mi presencia te moleste, pero voy a vivir en esta ciudad, te guste o no.

—¿Molestarme? ¿Molestarme? ¡Lo que me molesta es que lo has hecho por mí! —le reprochó impetuoso.

—¡Lo he hecho por los dos, idiota, no por ti! ¡Sí, te quiero! ¡Y quiero pasar el resto de mi vida contigo! ¿Algún problema?

El rubio parecía estar en estado de shock, y Chris lo miró disfrutando del momento con sonrisa malvada. Atónita, Jill miró al moreno incapaz de creer que él estaba pasándolo en grande.

—No sabe dónde se ha metido —el capitán afirmó divertido—. Mi hermana es de armas tomar, igual que tú —le aseguró sonriente.

—¿Y eso te molesta? —quiso saber indignada.

—Al contrario: me encanta.

La mujer lo observó aún más sorprendida, pero no pudo decir nada porque Leon se plantó ante ambos con Claire cogida de la mano.

—Jill, me alegro de verte. A ti, Redfield, te mataré. En tu piso o en el tuyo, o en un puñetero hotel, da igual —dijo a ambos, quienes lo miraron atónitos—. Pero resolved esa tensión sexual que os traéis de una puñetera vez.

Les dio la espalda y se marchó arrastrando a Claire con él.

—¿Tensión sexual? —Chris musitó mirando a Jill avergonzado.

La castaña no encontró un rincón oscuro e inhóspito donde ocultar su vergüenza, así que, respiró hondo, exhaló con todas sus fuerzas y dijo:

—De perdidos, al río. ¿Qué tal si resolvemos nuestra tensión sexual de una puñetera vez, Redfield? —preguntó al hombre, quien la miró y enrojeció como un tomate.

Viendo su enorme incomodidad, se puso en pie, lo cogió por una mano y lo arrastró fuera del bar.

—Que sea en tu piso —le ordenó tajante.

El pobre capitán la miró como si no la conociera.

—¿Qué pasa, Redfield? ¿Quieres acostarte conmigo o no? —preguntó perdiendo la paciencia.

Él se vio incapaz de responder.

—Magnífico.

Soltó su mano, le dio la espalda y comenzó a caminar alejándose de él. Sin embargo, no pudo andar más que unos pasos cuando se vio envuelta por los fuertes brazos masculinos.

—Jill... No quiero que pienses que quiero acostarme contigo y ya está. Te quiero, quiero... quiero...

—¿Eso es una canción de los sesenta, o algo así? —le preguntó burlona.

—Mierda, Jill, estoy muy nervioso, por si no te has dado cuenta —le reprochó con cara de niño a quien acaban de regañar—. Quiero que seas mi novia. ¿Qué quieres tú? —preguntó preocupado.

—¡Por fin! ¡Que suenen las campanas! ¡El temible capitán Redfield se ha decidido a pedirme que sea su novia! ¡Creía que moriría sin que llegara este día! —ella afirmó a voz en grito haciendo aspavientos.

—¿Pero te quieres callar? ¡Todo el mundo no tiene porqué enterarse!

—¿Ah, no? ¿Te avergüenzas de mí? ¡El temido capitán Redfield se avergüenza de lo que siente por mí! —gritó como loca una vez más.

Todo aquel que pasó frente a ambos los miró con mezcla de compasión y diversión. Y Chris ya no pudo más. Impetuoso, la cogió y se la echó a un hombro como un saco de patatas.

—¡Chiquilla impertinente! ¡Ahora vas a saber lo que es avergonzarte! ¿Quieres resolver la tensión sexual que hay entre nosotros? ¡Pues yo quiero acostarme contigo! ¡Follar contigo! ¡Hasta que se me caiga a trozos! ¿Entendido? ¡Voy a tirarme a esta mujer una y otra vez, hasta que me desmaye! ¡Y luego me casaré con ella! ¿Alguien tiene algo que decir? —retó a los viandantes con un gruñido, quienes se apresuraron asustados a pasar ante ellos sin detenerse.

—Chris, bájame, por favor —la joven le rogó con voz débil.

—Ah, no, estás muy bien donde estás. Vale, muy bien, te has vengado. Llevo años queriendo declararme a ti y lo sabes; me daba vergüenza, vale, lo reconozco y lo acepto, soy un inepto en cuestiones de amor —declaró mientras caminaba con ella en su hombro en dirección a su apartamento—, hasta que dejo de serlo. Tú te lo has buscado.

—Chris, me duele, me estás clavando el hombro, me haces daño... —le rogó con voz lastimera una vez más.

De inmediato, el moreno la cogió en brazos con cuidado.

—Jill, lo siento, de veras que lo siento —se disculpó arrepentido.

—Yo también lo siento, cariño. Vamos a tu piso, pero no enfadados. Te quiero —le aseguró enamorada.

—Yo también te quiero, siempre te he querido.

—Lo sé.

Se abrazó cariñosa a su cuello y él continuó caminando con ella en sus brazos.

Leon yacía desnudo en la cama en brazos de Claire, quien acariciaba su mentón con suavidad.

—¿Por qué me dejaste pensar que cualquier otra mujer podía ser más importante para ti que yo misma? —la pelirroja preguntó con voz suave.

Al escucharla, Leon se revolvió para ponerse en pie, pero ella no se lo permitió y lo retuvo pegado a su cuerpo con fuerza.

—¿Quién te lo ha dicho? —quiso saber molesto.

—Ha sigo Gino.

—Mentira, él jamás haría algo así. ¿Quién te lo ha dicho? —insistió empezando a enfadarse.

—Lo he averiguado por mí misma —ella respondió sin inmutarse.

—Eso es imposible. Dime quién cojones te lo ha soltado —le pidió enfadado.

—Ha sido mi hermano, cielo. Pero él no tiene la culpa, yo le he pedido que lo averiguase para mí —confesó tumbándose sobre él para retenerlo, pues se había empeñado en salir de la cama.

Besó los labios masculinos una y otra vez, aunque estos no correspondieron a sus besos. Besó su rostro, su cuello, y volvió a tumbarse sobre él suspirando con paciencia. Poco después se sintió rodeada por el fuerte brazo de su amante.

—¿Sherry lo sabe? —se atrevió a preguntar.

—Sherry no sabe nada en absoluto, y así seguirá siendo. ¿Entendido? —le advirtió aún enfadado.

—Pero eso es injusto. Para ella, tú eres como su padre, y aunque no te lo haya dicho, en el fondo piensa que durante el tiempo en que más te necesitó, tú la abandonaste. Ella te adora, Leon, debe saber que el único padre que le queda siempre ha estado velando por su bienestar —argumentó enternecida—. Ella aún te necesita, siempre lo hará por muy mayor que se haga, porque tú eres su familia, al igual que eres la mía. ¿Lo entiendes?

Él suspiró y se mantuvo en silencio.

—El amor es recíproco, Leon. Tú nos quieres y nosotras te queremos. Para ti, nosotras somos lo más importante, y tú lo eres en nuestras vidas.

—Y ese hermano tuyo, al que pienso cargarme —rezongó cabreado.

Claire rió divertida.

—Déjate querer, amor mío, por favor... Ni ella ni yo somos unas niñas ingenuas: sabemos perfectamente quién eres y a qué te dedicas, y así te queremos.

—Sherry está intentando que la acepten en la academia para convertirse en agente federal —él le soltó la bomba de pronto.

—¿Qué? ¿Pero cómo se le ocurre...?

Inmediatamente calló, dándose cuenta de que había caído de lleno en la trampa que él le había tendido.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué te parece bien que yo sea agente federal y no quieres oír hablar del tema siquiera cuando lo pretende ella?

—Mierda, Leon, porque tú eres...

—¿Yo soy qué?

—Tú eres invencible —le aseguró vehemente.

—Eso no es cierto, y lo sabes —le reprochó con voz dura.

—Yo sólo sé que sí, lo acepto, moriré si tú mueres. Pero sería aún peor vivir alejada de ti, porque ya lo ha sido. Como te vea aceptando la propuesta de hacer 'submarinismo' con otra mujer de nuevo, te aseguro que te los cortaré y se los echaré a los tiburones —le aseguró vehemente.

Él rió por la ocurrencia.

—Leon...

—Dime.

—¿Tú sigues...? —no se atrevió a continuar temerosa de su reacción.

—¿Quieres saber si a día de hoy sigo siendo agente del Servicio Secreto por causa de Sherry y por ti? Me gusta lo que hago, Claire; siento si eso te decepciona.

Cariñosa, ella buscó sus labios y ambos se besaron apasionados.

—Ni por asomo. Me enamoré de ti cuando eras un rookie novato e ingenuo. Y me he enamorado aún más viéndote convertido en todo un 007.

—¿Perdona? —le preguntó molesto e incrédulo—. ¿Acaso crees que esto es un juego?

—¿En serio te planteas esa pregunta? Pero no tiene nada de malo verte como el agente elegante, chulito, infalible y ligón de las películas —afirmó con voz sensual.

Por toda respuesta, él exhaló.

—Mujeres...

Claire estalló en risas y comenzó a hacerle cosquillas para que él se contagiase de su alegría. Los dos rodaron por la cama entre risas y caricias hasta que acabaron en el suelo.

—¿Te sabe mal que me haya mudado para vivir contigo? —le preguntó preocupada.

Él la besó enamorado una vez más.

—¿Vas a vivir conmigo?

—¿Acaso no quieres que lo haga?

—Al contrario. Desde este momento, te nombro dueña de esta casa, de tu hogar, de nuestro hogar. Dime que no te marcharás jamás —le pidió enamorado.

—Dime tú que no volverás a abandonarme nunca —respondió con voz queda.

—Te lo juro.

Un juego sensual de besos y caricias comenzó de nuevo, y ambos no se molestaron ni en regresar a la cama.