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SAKURA
DOS AÑOS DESPUÉS
—¡Papá!
Bajo corriendo las escaleras y me dirijo a la puerta principal, con mis zapatillas golpeando el mármol a cada paso.
Al oír mi voz, se detiene y se vuelve hacia mí con una mirada interrogante y una sonrisa.
Papá siempre sonríe cuando me mira. Incluso cuando está enfadado conmigo, pronto lo olvida todo y sonríe.
Nuestra ama de llaves, Chiyo, dice que soy la única que lo hace sonreír de corazón. Así que estoy algo orgullosa de tener el súper poder de hacer que el diablo salvaje, como lo apodan los medios, me sonría a mí.
Pero los medios de comunicación son un montón de idiotas, porque se olvidan que ha sido un padre soltero muy devoto desde que era joven.
Mi padre no ha envejecido mucho. A sus treinta y siete años, a punto de cumplir los treinta y ocho, sigue teniendo una complexión fuerte que llena su traje. Es alto y robusto y tiene un paquete de ocho. No es broma. Es el hombre más sano que conozco. Pero también tiene unas cuantas líneas de edad que lo convierten en el más sabio de todos los tiempos, aparte de cierta persona.
Además, la mirada de sus ojos oscuros, los mismos que ahora me miran con amor, puede matar. Me doy cuenta de por qué mucha gente lo encuentra intimidante y absolutamente brutal. Cuando alguien tiene su fortuna, su aspecto y su personalidad, la gente se inclina o se aleja.
Pero una vez más, tengo el súper poder de ser su única carne y sangre.
—Olvidaste tu teléfono. —Lo agito delante de él y doy un sorbo a mi batido de vainilla, que es mi versión de un café matutino.
Papá suspira mientras toma el teléfono. No es de los que olvidan, nunca; su memoria es como la de un elefante, pero parece que últimamente está más preocupado de lo normal.
Tal vez sea un caso importante. O sus interminables batallas legales con mi abuelastra, Ameyuri. Te juro que ninguno de los dos lo dejará pasar y se eternizará en los tribunales hasta que uno de ellos muera.
Después de meterse el teléfono en el bolsillo, me pellizca la mejilla.
—¿Qué haría sin ti, mi angelito?
Me retiro.
—¡Oye! Ya no soy pequeña. Celebramos mi vigésimo cumpleaños hace un mes.
—Siempre serás pequeña para mí. Además, un batido de vainilla sigue siendo tu bebida favorita, lo que demuestra mi teoría.
—Es mi bebida feliz.
—Ajá.
—He crecido mucho. ¿Ves lo alta que soy?
—No importa lo alta o mayor que seas. Siempre serás pequeña para mí.
—¿Incluso cuando sea vieja y arrugada y me ocupe de ti?
—Aun así. Afróntalo.
—No tienes remedio, papá.
—Sakura Senju, ¿a quién llamas irremediable?
Arreglo su corbata torcida y finjo tristeza.
—Un tal Hashirama que se hace mayor y aun así se niega a sentar cabeza con alguien.
—Tengo a mi angelito y, por tanto, no necesito a nadie más.
—Me iré un día, papá.
—No si yo tengo algo que decir.
—¿Vas a mantenerme soltera para siempre?
Me mira fijamente, como si tratara de imaginar el final de la miseria de la humanidad.
—Hipotéticamente, no, porque quiero tener nietos, con el tiempo. Pero no me gusta el viaje que lleva a ese resultado.
—Siempre puede haber un embarazo sorpresa.
Papá se pone rígido y yo me maldigo por no haberme callado. De todos los temas, este no es algo que le guste, supongo que por culpa de mi madre.
Me lo ocultó hasta que tuve ocho años. Hasta ese momento, me decía que había muerto, pero luego le oí hablar con Madara y fue entonces cuando me contó la triste realidad.
Desde entonces, hicimos un pacto para no mentirnos nunca.
—¿Estás embarazada? —Su voz pierde todo el humor.
—¿Qué? No, claro que no, papá.
Me agarra por los hombros y se inclina para que sus ojos estén a la altura de los míos.
—Saku, si lo estás, dímelo.
—No...
—¿Es ese chico con la bicicleta? Voy a matarlo.
—No es Utakata. Solo estaba bromeando. Lo siento.
—¿Estás segura? Porque ese hijo de puta va a tener una visita sorpresa mía y de su Parca.
—No, papá. Realmente no estoy embarazada. Te lo prometo.
Suelta un suspiro y se tambalea hacia atrás como si le hubieran dado un puñetazo.
Lo que acabo de decir debe haberle recordado cómo acabé en su puerta. Mi misteriosa madre, que es un tema tabú por aquí, me abandonó frente a la casa del abuelo cuando papá aún estaba en el instituto con una mísera nota que decía: "Es tuya, Hashirama. Haz lo que quieras con ella".
Y así es como llegué a la vida. Abandonada. Descartada.
Ni siquiera le dijo que me cuidara. Solo... "que hiciera lo que quisiera".
—No bromees con esas cosas, Sakura —me dice papá con su voz seria.
—Lo sé. No era mi intención. —Le sonrío en un intento de cambiar el ambiente.
—¿No te olvidas de algo?
Coloca su maletín en el suelo y abre los brazos.
—Ven aquí.
Me sumerjo, rodeándolo con mis brazos.
—Te quiero, papá.
—También te quiero, Ángel. Eres el mejor regalo que he recibido.
La humedad se acumula en mis párpados y hace falta todo lo que hay en mí para no emocionarme y decirle estupideces como que me duele no ser también el regalo de mamá. Que ella me consideraba basura para ser desechada. Que es una cobarde que nos abandonó a los dos.
Porque, en cierto modo, siempre he tenido la corazonada de que la estaba esperando. Veinte años después y debe estar agotado. Debe estar al límite.
Tal vez yo también esté en mi límite. A pesar de todo el amor de papá, siempre he sentido que faltaba una parte de mí, perdida en algún lugar que nunca podré alcanzar.
Esa podría ser la razón por la que crecí siendo una persona hueca y sin apenas nada en mi interior. Alguien dulce por fuera, pero total y absolutamente vacía por dentro.
Alguien con un cerebro disfuncional.
Alguien que necesita listas y mecanismos de afrontamiento para mantenerse a flote.
—¿Cambiaste tu champú, Saku? Sigue siendo de vainilla, pero ¿es de otra marca?
Pongo los ojos en blanco mientras me retiro. Tiene una nariz súper sensible, como si pudiera oler cuando he bebido a sus espaldas, incluso después de lavarme los dientes y consumir copiosas cantidades de enjuague bucal.
—Mezclé dos marcas juntas. En serio, papá, tienes un extraño sentido del olfato.
—Es para cuando mi ángel decide beber cuando no debe hacerlo.
Hago una mueca y papá me revuelve el pelo, haciendo volar los mechones rosáceos.
—¡El cabello no! —Me alejo de un tirón y aliso la cosa obstinada.
—Todavía te ves hermosa.
—Solo lo dices porque eres mi padre.
—Tienes mis genes, Ángel, y eso no es algo trivial. Cualquiera te encontraría hermosa.
No Madara.
Una sacudida me recorre por el mero hecho de pensar en su nombre. Necesito toda mi determinación para despedirme de papá sin ponerme furiosa.
Cuando se va, me siento en los escalones, coloco mi batido a mi lado y tomo mi pulsera. La que me regaló por mi cumpleaños hace dos años.
El mismo cumpleaños en el que lo besé y me rechazó de forma tan cruel, que aún me sonroja hasta los huesos pensar en ello.
Si creía que Madara se estaba volviendo frío alrededor de mi cumpleaños número dieciocho, ahora es tan duro como el granito. No me habla a menos que sea absolutamente necesario. Rara vez nos vemos, y cuando voy al bufete con el pretexto de llevarle el almuerzo a mi padre, simplemente me ignora.
No lo hace de una forma grosera que papá noté. Es sutil, pero eficiente. Ahora puedo contar el número de veces que lo he visto en los últimos dos años.
Cruce de caminos: unas veinte veces.
Conversaciones: cero. Aparte del casual "¿Cómo estás?", que es distante y sin calidez.
No es que estuviera siempre presente cuando era el tío Madara. Estaba allí para papá sobre todo y no me prestaba mucha atención, como si yo fuera un ruido de fondo.
Un florero, tal vez.
Una niña.
Pero al menos podía existir en su proximidad sin sentir que iba a detonar desde dentro.
Después de besarlo, arruiné la relación sencilla que habíamos tenido durante dieciocho años.
Pero no me arrepiento.
Porque esperaba ser más que una niña para él. Esperaba que me viera de otra manera.
Todas mis esperanzas están ahora en el aire.
Pero tengo que planicar el cumpleaños de papá en las próximas semanas, y eso signica que estará allí.
Trago saliva, mi corazón martillea en mi pecho.
Aunque no debería ser así, porque lo superé, ya sabes. Es lo mejor, de todos modos, ya que papá se volvería loco, así que todo está bien.
Estoy bien.
Me lo he estado diciendo durante dos años, pero nunca lo he sentido como algo real. Supongo que es porque es Madara.
El mismo Madara que me enseñó a controlar el vacío dentro de mí y convertirlo en una fuerza.
"Esa oquedad nunca desaparece. Forma parte de lo que eres ahora, te guste o no"; me dijo en mi decimoquinto cumpleaños, cuando me encontró escondida en la bodega de papá. Eso es lo que hago cuando es demasiado y no quiero molestar a papá: me escondo.
Ese día fue uno de esos días abrumadores. Lo odié, a mi cumpleaños y a mí misma. Volví a sentirme como ese bebé recién nacido abandonado en el arcén, aunque no recordaba nada de eso. Me sentía como una presencia no deseada y eso me hacía sentirme vacía. Tan vacía que no podía respirar y tenía que aguantar las lágrimas cuando papá me cantaba Cumpleaños Feliz.
Fue el día en que me di cuenta de que, a pesar de tener el mejor padre del mundo, no me sentía completa. Pensaba que era rara porque lo único que deseaba era una madre.
En cada cumpleaños, eso es lo único que deseaba. Una madre. Mi madre. Deseaba que volviera y me explicara por qué me hizo eso.
Pero papá estaba muy contento ese día, como en todos mis cumpleaños. Siempre los convertía en un evento que planeaba con semanas de antelación. Así que no podía ser una perra desagradecida y empezar a llorar delante de él.
Por eso me colé en la bodega y lo hice sola, en silencio.
Hasta que se abrió la puerta y apareció él. El tío Madara. En ese momento todavía era un tío, uno intimidante que ponía en su sitio a los padres de un matón con unas pocas palabras. Lo había hecho una vez, cuando yo tenía diez años y una niña me llamó maleducada porque mi madre era una puta. Ha sido un rumor constante; Hashirama Senju se folló a una puta y tuvo que convertirse en padre soltero cuando dicha puta desapareció.
No se lo dije a mi padre, porque sabía que se pondría a gritar y causaría un drama, pero Madara me recogió del colegio ese día en su nombre y se dio cuenta de que algo iba mal. Me interrogó hasta que le confesé todo mientras lloraba feo. Esa misma tarde, visitó la casa de la niña y le dijo a la madre que o mantenía a su hija bajo control o la demandaría por todo lo que tenía.
"No encubres a la gente que te hace daño, Sakura, ¿me oyes? Esa es la actitud exacta que les animará a seguir haciéndote daño a ti y a los demás. Si no quieres que Hashirama se involucre, acude a mí. ¿Entiendes?".
Me quedé en silencio en su auto, todavía un poco aturdida por cómo la chica y su madre parecían realmente asustadas. En ese momento, casi idolatraba a Madara tanto como a papá.
"¿Entiendes?", insistió con esa voz firme, y finalmente asentí.
"Bien. Ahora, vayamos a un lugar donde puedas olvidarte de todo esto".
Me llevó al parque de atracciones y me compró helado de vainilla. Fue uno de los días más felices de mi vida.
A la mañana siguiente, la chica se disculpó conmigo. Fue entonces cuando me di cuenta de que la gente teme a Madara no solo por quién es su padre, sino también porque siempre cumple sus promesas.
Lo que sucedió en mi decimoquinto cumpleaños fue un poco similar al incidente del matón. Madara me encontró y se agachó a mi lado, pero no me tocó.
"Pero lo odio". Escondí mi cara con mis manos. "Odio que me falte algo dentro de mí".
"¿Vas a dejar que te gobierne o vas a ponerlo de rodillas frente a ti? Porque esas son tus dos únicas opciones, Sakura. Depende de ti con qué decidas llenarlo. Fuerza o debilidad".
No elegí ninguna de las dos cosas.
Elegí llenarlo con él.
