[One-shot]
La reina de dos corazones
—Kyōjurō R. / Mitsuri K. / Obanai I.—
—Lo que queremos decir, Kanroji, es que Iguro y yo estamos enamorados de ti. Y queremos saber si sientes algo recíproco también, ya sea por él… o por mí.
Disclaimer:
Kimetsu no Yaiba © Koyoharu Gotōge
La reina de dos corazones © Adilay Fanficker
Advertencias: UA.| Un poco de OOC.
Aclaración: Este fic participa en el FLUFFTOBER 2022 realizado por la página en Facebook: "Es de fanfics".
Día 19: Poliamor.
Notas:
Esta es una ship que no esperaba hacer, pero no puedo evitarlo. Me gusta tanto el OBAMITSU como el KYOMITSU, y me dije, ¿por qué no? XD
NO PLAGIEN, NO RESUBAN Y TAMPOCO TRADUZCAN SI YO NO LO HE AUTORIZADO. —Gracias.
•
"Eres fea".
"Sólo un oso se casaría contigo".
"Comes como un cerdo".
"El color de tu cabello es horrible; anormal".
Mitsuri Kanroji estaba cansada de oír tantos insultos hacia su persona. Le dolían y la hacían creer que debía resignarse a jamás encontrar el amor; a pesar de considerarlo el sentimiento más poderoso y sublime del universo.
Ella estaba enamorada del amor.
Tan cansada estaba que dejó a su familia para exiliarse para ya no hacerles pasar vergüenzas.
Jamás creyó que llegar a la finca Rengoku sería sólo un asombroso inicio.
No sólo el matrimonio la aceptó como sirvienta, sino que los hijos eran un encanto.
Lo opuesto a todos aquellos hombres que la rechazaron por su físico vulgar, su fuerza monstruosa o su irritable forma de expresarse. De hecho, ellos la elogiaron por todo eso, y la alentaron a ser más fuerte, más expresiva y más libre.
Sin darse cuenta, entre sus arduas y numerosas labores, ella comenzó a entrenar como kendoka en el dōjō de los Rengoku junto con los dos hermanos. Además, al poco tiempo de su llegada, también arribó otro invitado más.
El señor Shinjurō Rengoku había encontrado a Obanai Iguro en una aldea donde sólo habitaban mujeres; él como único varón, trató de huir varias veces debido a los maltratos que sufría, pero siempre era apaleado y de vuelto a una celda, pues las crueles mujeres de ese sitio (incluso las que eran sus familiares y debían ver por él), pensaban en ofrecerlo como sacrificio, como a todo niño nacido de alguna de ellas.
Por suerte, Obanai pudo escapar gracias a su ingenio, con la ayuda de su serpiente mascota, Kaburamaru. Al encontrarse con el señor Rengoku, quien, al verlo en su camino, lastimado y mal cuidado, y oír su historia, lo acogió como su hijo adoptivo.
Mitsuri estaba encantada con los hermanos Rengoku y también con Obanai.
A pesar de que eran muy diferentes entre ellos, la convivencia siempre fue amena.
Todos ellos eran tan amables con ella, y ella trató de corresponderles como mejor sabía hacer.
Por fin, Mitsuri se sentía en casa.
Después de algunos años, al cruzar la barrera que la separaba de ser una niña, a una mujer, Mitsuri se vio en problemas, pues al igual que ella, sus hermanos comenzaron a cambiar.
El pequeño Senjurō recién empezaba a ser afectado por la adolescencia, y estaba bien. Era un jovencito con mucho camino por delante, era amable y educado; al poco tiempo, se volvió todo un imán de chicas; y como era lo normal, Mitsuri no podía verlo de otro modo que no fuese el de aquel hermanito menor que nunca tuvo.
El problema venía cuando se trataba de los otros dos…
Kyōjurō Rengoku.
Si antes Mitsuri ya sentía que lo admiraba por su determinación, fortaleza, amabilidad y carisma, al mismo tiempo que le daba eternamente las gracias por ser el primer hombre en elogiar su fuerza física… ahora ella no podía parar de notar qué tan apuesto se estaba volviendo.
"Debo verlo como a un hermano mayor" se decía.
Pero por más que tratase de convencerse de eso, Mitsuri admiraba todo el día al hombre en el que Kyōjurō se estaba convirtiendo.
Su mirada hacia él comenzó a cambiar durante la pubertad, y varias veces Mitsuri se reprendió, pues a pesar de todo, Kyōjurō era el heredero de los Rengoku y como tal, seguramente sus padres algún día elegirían a su futura esposa.
Pero no podía parar de mirarlo e imaginar cómo sería él como pareja.
Tan amable, tan agradable y repleto de confianza… y amor.
»Mitsuri, eres más valiosa de lo que crees.
Cuanto menos conseguía las fuerzas para parar si él le decía cosas como esas cuando ella se sentía desanimada.
Su fuerza, su gran sentido de la justicia, su firme determinación a ser cada vez mejor en el kendo… y, maldición. Sus ojos, irradiando fuego puro. Su firme mentón. Esos hombros anchos. Esa espalda y brazos bien ejercitados. Ese cabello tan alocado y de colores extravagantes. Esa altura… tan…
¡Sencillamente no podía negarlo!
¡Amaba con todas sus fuerzas a Kyōjurō Rengoku!
Por dentro y por fuera.
Pero…
Tenía otro problema.
Obanai Iguro.
Cuando recién llegó, ellos no empezaron exactamente con el pie derecho. Debido a los constantes maltratos que sufrió a manos de las mujeres de su pueblo, él la evitaba; tanto a ella como a la señora Rengoku.
Mitsuri en un principio pensaba que él estaba siendo malo con ella, que como todos los hombres, ella le producía asco. Cosa que la entristecía.
Pero Ruka Rengoku le explicó cuál era la situación real de aquel pobre niño que había sido dañado en todos los sentidos.
»Shinjurō me contó que su propia madre trató de castrarlo, y por suerte logró escapar. Tengamos paciencia con él, Mitsuri. No sólo las heridas físicas tardan en sanar.
Cuando Mitsuri se enteró de qué significaba la palabra "castrar", lloró mucho, y luego de ponerse en el lugar de Obanai, trató de no agobiarlo con su presencia. Le hablaba sólo para lo necesario y trataba de mantener distancia con él, algo que no hacía con Kyōjurō y Senjurō, a quienes abrazaba constantemente.
Fue hasta después de 4 años conociéndose que Mitsuri, actuando de forma automática, abrazó a Kyōjurō, Senjurō y Obanai, quien en lugar de tensarse, no se movió ni se mostró incómodo por el acto.
»¡Oh! Perdona —le dijo Mitsuri, apenada, retrocediendo—. Me dejé llevar —sonrió tímida, esperando no haberlo molestado o incomodado.
No se esperó verlo sonreír.
»No pasa nada —fue lo que le respondió.
A partir de ahí. Mitsuri se acercaba más y más a él.
Obanai en alguna ocasión sujetó su hombro para darle consuelo cuando Mitsuri trató de rescatar a un gatito de los maltratos de unos niños que le arrojaban rocas. A pesar de sus esfuerzos para buscar ayuda, el animalito murió en sus brazos.
»Hiciste todo lo que estaba a tu alcance, Kanroji. La culpa de una muerte es siempre de quien la provoca. Ven, vamos a darle sepultura.
Y, de vuelta en casa, aunque Kyōjurō y Senjurō trataron de animarla, como Obanai, ambos le dieron su espacio y dijeron que aquello no debía atormentarla.
Kyōjurō era como el fuego, vivaz, cálido, brillante.
Obanai era como el hielo; sereno, serio, misterioso.
Eran tan diferentes, pero le producían el mismo sentimiento en su corazón.
La mirada helaba de Obanai enmudecía; su silencio y seriedad intimidaban; y dios, esos bellos ojos de diferente color eran imposibles de ignorar.
Y daba igual que en la actualidad ella era fuese levemente más alta que él. Obanai con su sola presencia solía ponerla nerviosa.
Su delgadez no era porque fuese débil, sino porque sencillamente no acumulaba tanta masa muscular como Kyōjurō, pero Mitsuri ya lo había visto descubierto de la zona superior, y podría decir que cada músculo en él era muy varonil.
Desde los primeros meses de su estadía con los Rengoku, Obanai solía mirarlos a todos con atención; incluyéndola a ella.
Mientras Mitsuri practicaba kendo con los hermanos Rengoku, a veces, ella desviaba su mirada de Kyōjurō para pasarla a Obanai, que sólo se limitaba a verlos entrenar.
Kyōjurō le decía a Mitsuri que Obanai parecía tener la complexión adecuada para ser un espadachín veloz y ágil.
Si tan solo mostrase algún interés en el kendo.
Por mucho que se le insistiese en practicar, Obanai parecía estar más absorto en cultivar su mente; leer libros y pergaminos, escribir y pintar al aire libre.
La señora Rengoku incluso había contratado para él a un instructor privado que le preparase para, quizás, algún día, ser un futuro hombre de negocios.
Sin embargo, en una noche, Mitsuri se enteró de algo impactante.
Ella se encontraba vigilando por los alrededores cuando oyó ruido en el dōjō; corrió y abrió las puertas estruendosamente para encarar a algún ladrón, un bokken de madera la retuvo y unos hermosos ojos de diferente color la paralizaron.
»Por favor, no se lo digas a nadie.
Esa fue la primera promesa que ella le hizo.
Si bien a Obanai no le llamaba tanto la atención el kendo, él practicaba por su cuenta un estilo único gracias a lo que veía en los hermanos Rengoku y ella.
Él le dijo que eso lo hacía únicamente para protegerse, a sí mismo, y a los que quería; esto último lo dijo en un tímido susurro, pero Mitsuri sonrió porque dedujo que Obanai hablaba de los Rengoku, y, tal vez, de ella también.
Pero él quería mantenerlo en secreto.
¿Por qué?
Obanai no quería que su familia adoptiva pensase que él podría llegar a ser agresivo, ¿y qué mejor forma que hacerles creer que él no estaba interesado en un deporte donde se podría lastimar a otros?
Emocionada y asombrada por su ingenio para no fallar en sus clases privadas, y aprender kendo por sí mismo, Mitsuri se comprometió a practicar con él a escondidas. Y en secreto ella pensó que, dejándose enamorar por Obanai y su encanto único, podría dejar sus absurdos sentimientos por Kyōjurō.
Pero se equivocó.
Si Kyōjurō le sonreía energéticamente, ella se sonrojaba. Si Obanai le sonreía cálidamente, ella se sonrojaba.
Si Kyōjurō elogiaba su fuerza; Mitsuri sentía que caía ante sus pies. Si Obanai lo hacía, ella suspiraba desde el fondo de su corazón.
Ambos la hacían sentir poderosa, bella, lista y valiosa.
Ya fuese Obanai, o Kyōjurō; si alguno de los dos la tocaba siquiera por medio segundo, Mitsuri no podía evitar que su corazón palpitase rápido y fuerte.
Amaba la tenacidad, la fortaleza, la destreza y entusiasmo de Kyōjurō. Pero también amaba la seriedad, la sabiduría, el sentido de la realidad y la presencia tranquilizadora de Obanai.
Cada vez que trataba de decidir a quién amaba más, Mitsuri perdía incontables horas de sueño y para cuando debía trabajar, las cosas le salían mal.
Ahora, a sus 30 años, ya podía considerarse una mujer soltera oficial. Su fecha de caducidad había vencido desde hace más de 10 años y no había vuelta atrás.
Ser la sirvienta en la finca de los Rengoku habría de ser su único puesto.
Pero si algo no había cambiado, era en cómo percibía a los dos amores de su vida.
Obanai Iguro, que jamás tomó el apellido de los Rengoku, aún vivía en la finca, pero mayormente permanecía afuera debido a que trabajaba como socio en un negocio productora de seda. Por otro lado, Kyōjurō también vivía en la finca, pero como nuevo maestro instructor de kendo en el dōjō, además de que también era dueño de un dōjō de zumo, que tenía a su propio instructor.
El único que había volado del nido, había sido Senjurō, que, a su corta edad de 16 años, decidió buscar su destino en Kyoto, de donde mandaba cartas informando cómo le estaba yendo, siendo el dueño de un restaurante a sus ya, 20 años.
Los señores Rengoku aún vivían en la finca, el señor se hallaba retirado como instructor de kendo, y la señora gustaba de beber té y relajarse en su casa. Los dos estaban siendo mantenidos ahora por sus tres hijos, y estaban cómodos.
Mitsuri, para variar, era la única sirvienta en la finca, pero hacía todo lo que debía hacerse y más.
Su energía la ayudaba mucho a ejercer sus labores diarias, pero cuando llegaba a enfermar o necesitar descanso, era Kyōjurō quien tomaba su trabajo y terminaba sin reclamar ni echar en cara nada.
Lo que Mitsuri no esperó, fue que una mañana, Kyōjurō la citase en el dōjō de la finca para el atardecer, y fuese básicamente lo único que le dijo en todo el día.
Además, se mantuvo serio e inexpresivo, cosa extraña siendo que él se caracterizaba por tener siempre una sonrisa en su lindo rostro y un ánimo muy difícil de perturbar.
Para cuando llegó la hora de "enfrentar" su destino, Mitsuri se encontró no sólo con Kyōjurō, sino también con Obanai. Ambos hablaban en voz baja hasta que se percataron de su presencia y guardaron silencio para verla acercarse.
El corazón de Mitsuri latió deprisa por esa atención sobre ella; pero también se inquietó por creer que algo malo iba a pasar.
—Ya estoy aquí —susurró ella lo obvio.
Para variar, no tenía nada mejor que decir. Algo muy raro ya que ella se caracterizaba por hablar hasta por los codos.
Mitsuri notó cómo Kyōjurō y Obanai se miraban de reojo antes de que el rubio tomase la palabra.
—Qué bien que hayas llegado, Kanroji.
—¿Está todo bien? —les preguntó nerviosa—. Esto comienza a asustarme.
¿Sería que algo malo pasaba con los señores Shinjurō y Ruka? ¿Sería Senjurō?
—No es nada grave —musitó Obanai, dándole alivio a Mitsuri.
—Así es —sonrió Kyōjurō borrando toda muestra de seriedad de su rostro—. Queríamos hacerte una pregunta, y nos gustaría que fueses lo más honesta posible.
Relajándose considerablemente al notar cómo poco a poco el tenso ambiente se iba evaporando, Mitsuri sonrió para ambos.
—¡Por supuesto! ¿Qué es?
Viéndose las caras para ver quién lo decía, Kyōjurō pareció pedirle a Obanai hacerlo. Aceptando en silencio, Obanai carraspeó la garganta.
—Kanroji… —inhaló profundo, era claro que se trataba de algo importante—, Rengoku y yo queremos saber, cuáles son tus sentimientos hacia nosotros.
Mitsuri se paralizó de pies a cabeza con una sonrisa tonta en su cara.
La pregunta la tomó desprevenida, porque no se lo vio venir de ninguna forma.
Abriendo los ojos un poco más, sintiendo su cara arder hasta un punto imposible, Mitsuri separó sus labios un poco, pero no pudo decir nada además de…
—¿Cómo dices? —chilló cuál ratoncito.
Sin perder su amigable sonrisa, Kyōjurō retomó la palabra.
—Verás, Kanroji. Desde hace tiempo, Iguro y yo nos percatamos de lo que ambos sentíamos por ti. Y eso nos llevó a tener una relación un poco tensa entre nosotros.
¡¿Sentimientos de qué?!
¿Relación tensa?
¿Kyōjurō y Obanai?
Pero si Mitsuri siempre recordaba verlos tratándose bien.
—N-no… entiendo… —o más bien, no quería entender algo erróneo.
Algo que la estaba dejando sin aliento y con la vista algo borrosa. Su corazón palpitaba con fuerza, además de que millones de pensamientos estaban atravesándole la cabeza, una tras otra.
—Lo que queremos decir, Kanroji, es que Iguro y yo estamos enamorados de ti. Y queremos saber si tú sientes algo recíproco también, ya sea por él… o por mí.
De acuerdo, quizás fue demasiada información.
Mitsuri se fue para atrás con todo y su enorme sonrojo; lo último que supo fue que ambos hombres dijeron su nombre (no su apellido) al mismo tiempo.
…
La información se digirió un poco mejor a la mañana siguiente, donde la señora Ruka la recibió en el mundo de los despiertos y se rio un poco de ella por su reacción.
—¿Te sorprendieron mucho, verdad? —preguntó divertida.
—¿Usted lo sabía? —preguntó ella aún acostaba sobre su futón.
—Todos menos tú, lo sabíamos —le informó la mujer, arrodillada sobre una almohada, a un lado de ella—. Desde hace años, mi Kyōjurō y Obanai se han estado prácticamente peleando por llamar tu atención; pero eras siempre tan amable y linda con ambos, que están confundidos. Dime, ¿realmente era amabilidad? ¿O…? Como lo sospecho, ¿tú estás enamorada de los dos?
Viéndose en evidencia, Mitsuri se sentó con lentitud y miró apenada a la señora Rengoku.
No quería darle la impresión de que tratase de jugar con ellos. ¡Eso jamás lo haría!
—Es raro, ¿no? Tener este tipo de sentimiento con dos hombres diferentes. ¿Yo…? —ella se fue sonrojando aún más—. ¿Ellos que saben… de mis sentimientos?
—¿Ellos? Nada, están muy confundidos y a su modo, ambos creen que los amas… bueno, Kyōjurō cree que lo amas sólo a él, y Obanai cree lo mismo —Ruka hizo un gesto de ternura—. No creo que sea anormal que tú puedas ese amor por ambos, tal vez es algo inusual, pero no anormal —luego se rio como toda una dama—. Senjurō, Shinjurō y yo, sabemos desde hace tiempo que tienes sentimientos por ambos.
—¡¿El señor Rengoku y Senjurō lo saben también?! ¡¿De verdad?! —exclamó alarmada y avergonzada, llevándose sus manos a las mejillas.
—Sí —sonrió la mujer sin alterarse ni un poco—. ¿Y? ¿Qué harás?
—Yo… pensaba en no decir nada jamás —calmándose un poco, Mitsuri trató de hablar como un ser humano normal—. Es que… es extraño, no puedo creer que tenga el mismo sentimiento hacia dos hombres completamente diferentes. Y… no puedo decir que… amo a uno más que al otro. Y moriría antes de lastimarlos —confesó mirando su regazo, sintiéndose apenadísima.
Es decir, no estaba diciéndole eso a ninguna extraña, sino a la mujer que podía echarla de este sitio si quería.
—En ese caso, creo que deberías oír lo que tienen que decirte.
—Pero, ya le dije que no puedo decidir.
—No creo que me estés entendiendo —la señora Rengoku se levantó y la miró desde arriba—. Alístate y reúnete con nosotros en la mesa.
Esa fue una orden.
—Sí —aceptó Mitsuri bajando la cabeza.
Una vez que se levantó, dobló su futón, salió momentáneamente para asearse y una vez que volvió a su cuarto, cepillo su cabello, poniéndose un kimono más presentable. Todo sin dejar de pensar en lo que había oído en tan poco tiempo.
¿Esto era real?
¿Era una broma?
¿O acaso había oído mal desde el principio?
¿Iguro y Rengoku estaban enamorados de ella? ¿Así como ella de ellos? ¿Acaso esperaban que ella aceptase a uno? ¿La creerían anormal si ella les confesase que los amaba del mismo modo a los dos?
Mitsuri era muchas cosas, pero no una cobarde. Aunque tuviese mucho miedo de ser señalada con el dedo.
Con el mentón en alto, caminó hasta la mesa principal donde 4 personas estaban reunidas. El señor y la señora Rengoku, Kyōjurō y Obanai.
Cuando ella pasó, todos la miraron de diferentes modos.
La única que parecía calmada era Ruka Rengoku.
—Siéntate, Mitsuri —pidió la mujer con amabilidad.
Habiendo un solo lugar entre Obanai y Kyōjurō, Mitsuri, temblando mucho, se sentó viendo con sed el vaso de té humeante que se había servido para ella. Teniendo mucho cuidado de no ver nada ni nadie más que ese vaso.
—Bien, vayamos al punto —rezongó Shinjurō Rengoku—. ¿Amas a
estos dos o no? —le preguntó a Mitsuri, que al ser cuestionada de ese modo tan brusco, se tensó aún más.
—Yo…
—Papá —masculló Kyōjurō.
—Tú cállate.
—Cariño —musitó Ruka Rengoku como queriendo contenerse de algo—. ¿Qué dijimos sobre ser tan directos?
El señor dio un bufido sin responder a eso. La mujer, sin verse alterada por el comportamiento de su hombre, lo ignoró y se dirigió a Mitsuri.
—Niña, respira. Bebe un poco, anda.
Tragando saliva, esforzándose pode dejar de parecer una idiota, Mitsuri tomó el vaso de té y se lo llevó a los labios sin la menor delicadeza, haciendo ruido al sorber. Al acabarse el té, a pesar de lo caliente que estaba, ella pegó el vaso sobre la mesa, considerándose afortunada por no haber roto nada.
—Es claro que no te esperabas esto —continuó la mujer—. Y puedo entenderte.
«Me pregunto si eso es cierto» se dijo Mitsuri no creyendo del todo que la señora Ruka hubiese estado en su posición.
—Obanai, ¿amas a Mitsuri?
—Sí —respondió él sin duda alguna.
—¿Y tú, hijo?
—¡Sí, madre!
—¿Me permiten decirle a Mitsuri lo que ustedes no pudieron explicarle hace unas horas?
Ambos se vieron a las caras, cada uno miró a Mitsuri y negaron con la cabeza.
—Debemos hacerlo nosotros —respondió Obanai.
—¡Pues háganlo ya! —exclamó el señor Rengoku impaciente—. ¡Me estresan!
—Cariño —cantó Ruka amenazante.
—¡Arh!
Esta vez, quien tomó la palabra fue Kyōjurō.
—Mitsuri, Iguro y yo hablamos y decidimos que, si ambos te amamos, y tú… bueno, nos amas. No podemos obligarte aceptar a uno y rechazar al otro.
Frunciendo el ceño, Mitsuri levantó un poco la mirada para ver a Kyōjurō a los ojos.
—¿Qué dices? —susurró aún azorada de la cara.
—Lo que Kyōjurō dice, es que ambos estamos de acuerdo en compartir tu amor, Mitsuri —interrumpió Obanai—. Claro, si tú también lo quieres así.
—¿De verdad?
Esta vez, Mitsuri volteó a ver a Obanai quien le asintió con la cabeza, mirándola a los ojos. Como queriendo una confirmación, ella vio a Kyōjurō, que le sonreía, asintiendo con la cabeza también.
Mitsuri volvió a ver la mesa, sintiendo su corazón a punto de salírsele del pecho por la fuerza en la que pegaba contra sus costillas.
—En ese caso. Creo que ya puedo decirlo.
Miró a Kyōjurō, sintiendo cómo él llevaba una de sus manos a una de las de ella.
—Yo también te amo, Rengoku.
Y luego vio a Obanai, que hizo lo mismo, sólo que su agarre fue más suave, pero no menos importante.
—Te amo, Iguro.
Al mismo tiempo, ambos besaron las manos de Mitsuri, que todavía esperaba que todo aquello fuese parte de un sueño. Pero no era así. En verdad estaba pasando.
—¡Al fin! —exclamó Shinjurō—. Es hora de hacer los preparativos para la boda y cerrar este caso de una buena vez.
—¡¿Boda?! —exclamó Mitsuri, con el rostro encendido en rojo—, ¡¿n-no-no-o es muy pronto?!
Sintió a Kyōjurō reír todavía sobre su piel, y a Obanai sonreír. Ambos se negaban a soltarla.
—¡Sí! —aplaudió Ruka, emocionada—. Por el kimono ceremonial no te preocupes, podrás usar el mío; ¡hay tanto que hacer!
—¡E-e-esperen!
Los mayores se pusieron de pie y salieron del cuarto, dejando a la pareja de tres, sola.
—¿Y… ustedes no piensan que una boda sería demasiado apresurado ahora mismo? —les preguntó ella aún sintiendo algo de vértigo.
—No, ya hemos esperado mucho —respondió Obanai.
—La verdad, no.
Rindiéndose, Mitsuri sonrió, dejándose consentir, bueno, todos los votos estaban a favor de no esperar más. Lo que le parecía extraño es que ella no se hubiese percatado jamás de los sentimientos que ahora ambos le estaban mostrando abiertamente. Pero ya no debía preocuparse más por eso, tendrían el suficiente tiempo para recuperar cada segundo perdido.
—FIN—
¡Espero que les haya gustado y gracias por leer!
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