Bueno, no he podido contenerme. Necesitaba publicar el primer capítulo de este fic.

La idea lleva dando vueltas en mi mente más de un año y espero que os guste.

Si habéis leído el adelanto que puse ayer en Twitter ya sabéis lo que pasa en este capítulo... aunque he añadido algunas cosas nuevas.

Como siempre, los personajes y el universo de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling, pero la historia es mía.

También puedes leerlo en Wattpad.

*Aviso: esta historia es para adultos y hay contenido sexual*


Capítulo Uno

La carta


2 de octubre de 2005

Una tormenta se había desatado en el exterior de la mansión. La espesa lluvia caía sobre el terreno y unas nubes grises y oscuras cubrían el cielo.

Era una gran representación de su estado de ánimo.

Draco se había levantado temprano esa mañana. El estómago se le revolvió ante la idea de comer así que no había salido de su dormitorio.

Andaba de un lado a otro, con las manos en la espalda y la mandíbula apretada.

Otro trueno iluminó el cielo, llamando su atención.

Draco se acercó hasta la ventana. Tal vez la lechuza no podría llegar.

Murmuró una maldición en voz baja y reanudó su paseo.

Aquel era el día que llevaba semanas temiendo.

La carta del Ministerio llegaría y le revelaría la persona que habían elegido como su futura esposa, según las pruebas de afinidad que le habían obligado a hacer.

Una sanadora le había forzado a beber unas gotas de Veritasesum y luego le había hecho cientos de preguntas sobre él, su vida, lo que le gustaba, lo que odiaba... y Draco había intentado resistirse, pero las palabras habían salido sin su permiso.

Esa maldita sanadora sabía más de él que sus propios padres.

Se dirigió a su escritorio y bufó ante la primera página del Profeta.

La estúpida Ley de Matrimonio había sido aprobada un mes antes. Todo mago o bruja mayor de veinticinco años debía casarse antes de Navidad y tener un hijo en dos años. Sin excepciones.

El dinero de su familia no lo salvaría esta vez.

Draco, desesperado, había intentado convencer a Daphne de que se casara con él antes de que la ley fuera promulgada por el Wizengamot.

Pero su amiga no quería estar en un matrimonio sin amor. De hecho ya estaba enamorada, y ella y Blaise Zabini se habían fugado en agosto.

Ahora eran marido y mujer. Cabroness.

Sus otros amigos Theo, Greg y Pansy estaban en la misma situación que él.

Aunque ninguno de ellos había intentado matar a Dumbledore. O tenía una Marca Tenebrosa en su antebrazo. O había lanzado una Maldición Imperdonable a dos personas, una de ellas otro estudiante.

Draco suspiró, sentándose en el borde de la cama y escondiendo la cara entre las manos para intentar ordenar sus pensamientos.

Estaba condenado al fracaso.

Todas las brujas de Inglaterra lo odiaban a él y a su familia. Nada bueno podía salir de esto.

Tenía que aceptar que nunca volvería a ser feliz. Su vida sería miserable a partir de ahora.

Draco resopló. Eso era algo fácil de hacer.

Sabía que sus padres siempre habían querido buscarle una esposa apropiada, y este matrimonio forzado era algo similar.

La única pequeña, diminuta diferencia era que estaría ligado a su nueva esposa con magia. No podía engañarla, ni mental ni físicamente, o arriesgaba su propia vida.

Maldito Ministerio de Magia. Habían pensado en todo.

Draco enderezó la espalda y cuadró los hombros.

Era un Malfoy. Podría soportarlo.

El ruido de unos golpecitos en su ventana lo hizo estremecerse. Se levantó, dejando que la lechuza del Ministerio entrara en su cuarto.

Draco contuvo la respiración cuando el pájaro mojado lo miró con desprecio, dejó caer la carta al suelo y volvió a salir volando.

Agarró el sobre amarillo con manos temblorosas.

Había llegado el momento.

Entrar en pánico no serviría de nada. Draco levantó sus barreras de Oclumancia, empujando sus sentimientos a un rincón de su mente.

Sus manos dejaron de temblar al instante.

Se detuvo junto a la puerta y se miró en el espejo por última vez, comprobando que su rostro tenía su típica máscara de indiferencia. Asintió ante su imagen y salió a paso rápido de su habitación.

El corazón le latía dolorosamente en el pecho mientras bajaba las escaleras.

—Madre, padre. Ya está aquí —anunció al entrar en el salón.

Sus dos padres se levantaron de un salto al oír sus palabras.

—¿Lo has abierto? —preguntó Narcissa, casi susurrando.

Draco negó con la cabeza.

—No quería hacerlo solo.

Había dos vasos de Whisky de Fuego sobre la mesa. Lucius cogió ambos y le ofreció uno a su hijo.

Draco aceptó la bebida, terminándola de un trago y arrugando la nariz mientras el líquido de color miel le quemaba la garganta.

Valor líquido. Lo necesitaba.

Lucius tomó un sorbo del otro y Narcissa le robó el vaso, dando dos grandes tragos.

Su madre hizo desaparecer los vasos y lo miró a los ojos.

—Estamos listos cuando tú lo estés, Draco.

Draco resopló. Nunca estaría preparado para esto.

Su mirada bajó hasta el sobre y rompió el sello de la carta.

Draco sacó el pergamino y lo abrió.

Se tomó su tiempo para leerlo y su rostro perdió el color una vez que encontró el nombre.

El pergamino cayó al suelo de mármol y un fuerte jadeo resonó en la habitación.

—No.

Draco sacudió la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.

—¿Quién es?

Miró a su madre, que estaba tan pálida como un fantasma, y su mirada se posó en su padre.

—El traslador de emergencia.

Lucius frunció el ceño.

—¿Para qué la quieres?

—El traslador, padre —siseó Draco, con el cuerpo temblando mientras agitaba su varita. —No me casaré con ella.

Una maleta negra apareció a sus pies.

—¿Quién es, Draco?

Los dos ignoraron la pregunta de Narcissa.

Lucius se dirigió a la chimenea y abrió un cofre de plata. Volvió a su lado y se quedó mirando a su hijo con expresión fría.

—El Ministerio te encontrará, Draco. No puedes esconderte de ellos.

Una vieja llave cayó sobre la palma de su mano.

—Tengo que intentarlo —murmuró enfadado, golpeando la llave con la punta de su varita y recogiendo su maleta. —No puedo quedarme aquí y dejar que me arruinen la vida.

La llave brilló con una luz azul y, con tras un suave estallido, Draco desapareció.

Narcissa se secó las lágrimas con el dorso de su mano. Se agachó y recogió el pergamino, abriéndolo con dedos temblorosos.

El nombre de la bruja estaba en el centro de la carta, escrito en cursiva.

Hermione Jean Granger

Compartió una mirada de asombro con su marido, apretando el pergamino contra su pecho y dejando escapar un suspiro tembloroso..

—Esperemos que no lo encuentren, Lucius.


9 de octubre de 2005

Draco Lucius Malfoy

Hermione leyó la carta por décima vez con el ceño fruncido.

De todos los magos de Gran Bretaña, tenía que Haberle tocado el peor de todos.

Contempló con enfado la siguiente línea.

nivel de compatibilidad muy alto: 92%

Era un buen chiste. Un imbécil prejuicioso como Malfoy no podía tener nada en común con ella.

Hermione resopló y dobló el pergamino, mirando a su alrededor. Era la única que quedaba en la sala.

La mitad de las personas que debían casarse tenían que estar allí esa mañana, donde conocerían a su futura pareja y elegirían una fecha para la boda.

Pero ella no había visto ningún rubio platino entre los magos.

¿Dónde demonios estaba Malfoy?

La puerta se abrió y Harry salió con su capa de auror revoloteando tras él.

—No pueden encontrarlo.

Sus palabras tardaron un poco en calar.

—¿Qué?

—Malfoy —aclaró Harry con una media sonrisa. —No está aquí.

—Bueno, sí —Hermione señaló las veintiuna sillas vacías de la sala. —Ya lo sé.

—No —él se sentó junto a ella y suspiró. —No está en Gran Bretaña.

El corazón de Hermione dio un vuelco.

Se quedó mirando el anillo de bodas de Harry mientras se mordía el labio inferior.

—Se ha ido del país?

Harry se frotó la frente y la miró de reojo.

—Dos aurores están interrogando a sus padres ahora mismo —sus labios se curvaron hacia arriba y le dio una palmadita en la rodilla. —Creo que ha huido para evitar casarse contigo.

Hermione no pudo evitar la gran sonrisa que se extendió por su rostro.

—¿Entonces no tengo que casarme con él?

—Por ahora no —la sonrisa burlona de Harry se desvaneció. —Aunque puede que lo encuentren.

—¿Y si no lo hacen?

Él apoyó la cabeza en la pared y miró hacia el techo.

—Entonces tendrás que esperar hasta el próximo octubre —Harry cerró los ojos, dejando escapar un largo suspiro. —Serás libre un año más.

Hermione se puso en pie de un salto.

—¡Harry, esto es lo mejor que he oído nunca!

Alzó sus manos al techo y giró mientras reía.

No tendría que casarse con alguien que la odiaba. Hermione había pasado meses tratando de encontrar una forma de impedir que el Wizengamot aprobara la Ley de Matrimonio, aunque su esfuerzo había sido en vano.

Era legal, se había hecho antes y era necesario. Esa era la excusa que Kingsley repetía cada vez que iba a su despacho a discutir con él.

La población mágica había sufrido una gran pérdida tras la guerra y el Ministerio había decidido intervenir.

Harry arrugó el entrecejo, observándola bailar.

—No lo celebres tan pronto.

—Tendré un año para encontrar una pareja adecuada antes de que el Ministerio la elija por mí —Hermione se encogió de hombros, jadeando suavemente mientras se sentaba a su lado. —Son muy buenas noticias.

—Tú sabías lo de la Ley —le recordó Harry. —Y has tenido ocho meses.

Ella arrugó el entrecejo.

—No podía concentrarme en encontrar un novio con Ron proponiéndome matrimonio cada dos días.

Harry suspiró profundamente, frotándose la nuca.

—Todavía está enfadado porque le dijiste que no.

Gracias a Merlín el turno de Ron para elegir una fecha era la semana siguiente. Hermione no estaba dispuesta a aguantar su reproches.

—No seríamos felices juntos, Harry.

Su amigo se pasó una mano por su pelo negro, erizándolo aún más.

—Lo sé.

Hermione apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Tanto Ginny como Harry habían pasado la última semana planeando con ella cómo soportar un matrimonio con Malfoy, y todos estaban agotados.

—Ha sido una semana dura. Vete a casa y relájate —Harry besó su frente y se puso de pie. —Te visitaremos esta noche.

—Tendré preparada una lasaña —Hermione se levantó y asintió. —Dile a Ginny que traiga algo espumoso. Tengo ganas de beber vino.

Los labios de Harry se torcieron en una mueca.

—Cinco aurores ya están en Francia buscándolo, Hermione.

—¿Por qué Francia? —preguntó ella con preocupación.

—Los Malfoy tienen una residencia en el norte del país —explicó Harry en un susurro. —Puede que se esté escondiendo allí.

Hermione resopló por la nariz.

—Ambos sabemos que él no es tan estúpido.

Harry suspiró y dio un paso atrás.

—No te hagas demasiadas ilusiones —dijo mientras abría la puerta. —Te mantendré informada.

Ella sonrió.

—Gracias, Harry. Hasta luego.

Hermione esperó un rato, respirando profundamente y tranquilizándose.

Salió de la habitación y saludó con la cabeza a los aurores que vigilaban el pasillo. Subió en el ascensor hasta el Atrio y esperó a que una de las chimeneas estuviera libre.

Las llamas lamieron su piel cuando entró y susurró la dirección de su nuevo piso. Crookshanks la saludó con un maullido y ella sonrió, acariciando su lomo.

Hermione entró en la cocina, sirviéndose un vaso de agua del grifo. Volvió al salón y se acercó hasta la ventana. Una suave brisa agitaba las hojas de las ramas de los árboles mientras el sol se ponía, coloreando el cielo con un brillo rojizo.

Era un día precioso, aunque seguía sintiendo algo que le oprimía el corazón. Lo mismo que sentía desde que leyó su nombre en aquella carta.

Imaginó un futuro con él, una vida llena de odio y tristeza.

Serían miserables juntos y ella no podría soportarlo.

A Hermione le ardieron los ojos al pensar en el requisito de los dos hijos.

Joder. No podía meter a un niño en algo así. Sería cruel que creciera con unos padres que se odiaban.

Hermione tragó saliva.

No estaba preparada para ser madre. Todavía no.

—No dejes que te atrapen, Malfoy —parpadeó para contener las lágrimas, agarrándose con más fuerza al alféizar de la ventana y contemplando las nubes púrpuras. —Por favor.