Siempre pensó que al morir conocería a Dios. Y eso lo consuela, cuando está en la ruina y tiene que pensar en algo mejor, que es al menos cinco días de la semana.
Pero ahora quiere vivir, aferrar sus garras bien clavadas hasta que se rompan, colgar con todo su peso y tirar hacia arriba, trepar desesperadamente fuera de la zona de sismo. Clavar los dientes en las costuras del universo hasta que crujan. Morder y que su mandíbula se quiebre en mil pedazos, lograr lo imposible.
Hay desesperación, muchas cosas que aún no hizo, otras tantas que ejecutó completamente mal, variantes que aún no probó, esa taberna que aún no visitó porque estaba ocupado solucionando el problema de turno en vez de disfrutar de su maldita propia vida.
"Dios perdón, te odio, dios no me dejes morir así. Dios no me lleves, no me arrastres, no respiro", se repite en su mente una y otra vez hasta que es lo único que sabe decir, quizás lo grita como un niño pequeño en una pataleta, quizás se desgarra las cuerdas vocales con el cerebro en cortocircuito, con la adrenalina drogando todos sus sentidos con una velocidad demencial, tóxicos agudizando la agonía de estar en el precipicio. No hay tiempo, hay límites, restricciones en todas las salidas, no hay futuro, o próximo respiro, la esperanza tiene cero en el contador. La dignidad se va en la desesperación más cruda de su intrínseca existencia.
La vida lo ve decir adiós de la forma más patética, con una angustia robada del inframundo, un paso al vacío cada vez. Luchando contra lo inevitable, pobre humano, tan pequeño, perforando la dignidad. Tanto por vivir, vasto desperdicio, una mierda que caminó gastando horas orando, creyendo, fingiendo, existiendo sin sentido hasta él.
"Dios, la oscuridad no", y piensa en el sol cegando su vista, reflejando una sonrisa falsa, dientes como perlas, un cabello sacado de los campos de trigo, el aguamarina de los ojos más hermosos que vió alguna vez, justo como cuando el mar brilla con el punto más alto del sol al mediodía. Siente la brisa, la calidez de un paisaje con manos entrelazadas y respiraciones al unísono en la más absoluta calma, silencios cómplices y cicatrices compartidas. No puede irse sin esa luz ahora que sabe que existe, ahora que está revelación inunda su sistema nervioso con dopamina, no puede llevarse las palabras que aún no dijo, asfixiando su garganta. Hay dedos desiguales que entrelazar, sonrisas verdaderas que robar, hasta que ya no pueda contarlas, hasta que las robe directamente con sus labios sobre esa boca bondadosa.
"Dios no, no quiero verte aún"
Pero dios ya no es ese ser sin rostro, un acertijo compasivo al que rezarle cuando la esperanza está en su último punto de inflexión, ardiendo hasta casi pulverizarse. Dios tiene rostro, con un encantador lunar debajo del ojo izquierdo que alguna bruja de la belleza ha otorgado, y un corazón angelical que casi bate alas sobre toda ciudad que pasa. Dios es metal que resiste toneladas de pecados y calor, rojo sangre corriendo en sus venas, rojo pasión en una gabardina. Dios es caótico y complejo, Dios llora mientras nuestra los dientes y miente con que todo está bien. Conoce a dios, lo vio a escondidas más veces de las que él sabe, pero quiere conocerlo más, mientras respira, mientras le roba el aliento directamente de los labios, mientras despierta una mañana perezosa de Domingo.
Dios no está arriba entre las nubes, es mundano caminando por la tierra entre humanos, regalando misericordias bajo una estampida y ahora quiere verlo, más que a nadie, más que a todo.
Dios no se fue, pero Wolfwood si. Y mientras muere, le reza, solo oraciones de amor y gracias.
A Vash, solo a Vash, la redención que nunca tuvo.
