Confesión arruinada
Se había jurado que, sin importar el resultado, se le declararía a Takezo después de que se presentaran en las nacionales. Aun así, existía el miedo irracional de que un asteroide cayera en el escenario y no llegaran a presentarse. Lo cierto era que no sabía si estaba más nerviosa por su promesa, por las presentaciones del resto o por la de ellos. Lo único que sabía es que tenía los dedos atenazados y así no podría tocar el koto.
—Puedes hacer ejercicios de calentamiento para los dedos —recomendó Satowa, enseñándoselos a la salida discreta del baño de chicas
—¡Satowa-chan! —chilló en agradecimiento, porque no había comentado más de lo necesario cuando le contó su plan.
—¡Te irá bien! —aseguró su kohai.
Aunque era más fácil decirlo cuando Satowa se había confesado de la manera más inesperada y genial y Chika había aceptado de ese modo raro pero adorable que tenía. Sin embargo, con Kurata era distinto porque él siempre era más perceptivo, parecía que observaba a través de ella, que cuando sus ojos se conectaban, era capaz de escuchar los latidos desenfrenados de su corazón. Una sonrisa, tan solo su nombre pronunciado por sus labios, una mirada confidencial, era capaz de desarmarla.
La presentación salió mejor que cualquiera de sus prácticas y Hiro admitía que hubo un momento en el que dejó de ver las cuerdas del koto porque tenía los ojos anegados al caer en cuenta de que hasta allí llegaba esa carrera, que había disfrutado el largo camino y los tropiezos. Obtuvieron una ovación de pie y creyó ver a algunas personas limpiándose las lágrimas. Ya no importaba si ganaban o no, bastaba con la certeza de que los habían escuchado y habían tocado sus corazones. Le habían transmitido el jolgorio, no sin penas ni sacrificios ni llanto, de la preparatoria Tokise.
Eso bastaba.
Takezo les dio algunas palabras de agradecimiento, tragándose el llanto a pesar de que Kota tenía los ojos anegados y Yoshinaga había tenido que cubrirse el rostro para ocultar sus lágrimas. Conmovidos, empezaron a arreglar los kotos para guardarlos y llevarlos a la furgoneta.
Kurusu se tardó adrede, tanto para extender el tiempo en ese espacio mágico como para buscar una excusa para que Kurata la esperara. La presentación de la escuela después de ellos sonaba muy bien, a pesar de que apenas llegaban algunos acordes. Sin embargo, prefirió concentrarse en los pasos suaves de Takezo hasta que se detuvo a su lado y se acuclilló para ayudarla.
—He estado pensando que podría seguir tocando el koto en la universidad. No soy tan bueno como Hozuki o Chika, pero es un buen pasatiempo. Me ayudará a recordar los buenos momentos y a crear otros también.
—¿Ya estás pensando tan a futuro? —dijo Kurusu, porque a ella le gustaba vivir el día a día y se empezaba a cuestionar si estaba siendo muy infantil con sus planes de confesársele cuando, claramente, él no la veía en su futuro.
—Es algo ambiguo. Como un sentimiento de lo que creo que es correcto. Aún no estoy muy seguro de la universidad a la que iré, tampoco de si seré capaz de pasar los exámenes de admisión... Hay muchas cosas inciertas, pero no mi convicción de anotarme al club de koto.
—Oh... —Le gustaba y lo admiraba porque miraba el panorama desde una perspectiva tranquila—. Yo no lo he pensado demasiado.
—Y eso está bien. Tómate tu tiempo porque es importante.
Hiro apretó los labios y se apresuró a subir la cremallera del forro del koto. Se escuchaban los últimos acordes en diminuendo, creando una orquesta paradójica con los latidos frenéticos de su corazón. Solo cuando sus ojos conectaron con los serenos de Takezo, fue que sus pensamientos empezaron a hilarse de nuevo.
—¡He querido decirte algo por mucho tiempo! —exclamó, sus mejillas ardiendo, el tumulto de emociones volviendo a arremeter contra su raciocinio sin piedad, pero no importaba porque solo necesitaba que su corazón hallara las palabras correctas—. Yo... Por mucho tiempo... De hecho, el principal impulsor de mi música, de cómo toco el koto, ¡es lo que siento por...!
La audiencia estallo en vítores cuando concluyó la presentación y Kurusu respingó como un gato pillado haciendo una travesura. Kurata reaccionó a tiempo para estabilizar el koto cuando se tambaleó entre sus dedos.
No podía creer que cuando por fin hacía acopio de todo su valor, le pasara eso. Y había ido con el plan de confesarse en ese momento; no había siquiera elaborado un plan de contingencia en caso de que alguien la interrumpiera. No sabía qué hacer y se sentía miserable y quería morirse solo un poquito por la vergüenza.
—Parece que lo hicieron bien —comentó Kurata, repentinamente nervioso.
Kurusu observó cómo desvió la mirada y se ofreció a llevar el koto. Creyó ver su piel clara apenas enrojecida, pero bien podía ser el arrebol del atardecer, el rubor de la emoción de presentarse ante un público... Pero quiso creer que quizás fue por ella.
Caminaron en silencio por el pasillo, a sus espaldas empezaba a regresar el instituto que acababa de presentarse, celebrando del mismo modo que ellos lo hicieron en su momento. Kurusu alzó la mirada cuando sintió las diáfanas pupilas de Takezo sobre ella.
—También he estado pensando, Kurusu —pausó y sus ojos parecieron concentrarse en el material del forro, pero luego se posaron en los de Kurusu con renovada convicción—. Si coincidimos en la universidad, quisiera que tocaramos de nuevo juntos. Si no lo hacemos, podríamos encontrarnos en competencias. Y si no... Si quisieras, podríamos hablar en nuestro tiempo libre.
Kurusu parpadeó, intentando comprender si lo que implicaba era cierto o era solo su corazón enamorado buscando atarse al último hilo de esperanza. Sin embargo, bajo las luces artificiales del pasillo, Kurusu no podía hallar justificación al tenue rubor espolvoreado sobre sus mejillas, a la fina línea en la que se había convertido su boca y a sus ojos que buscaban respuestas en su expresión imperturbable. Así que le sonrió abiertamente, sin bochorno y exclamó:
—Me encantaría!
Takezo soltó el aire que había estado conteniendo, aliviado. Fue entonces cuando Kurusu creyó que, quizás, su intento de confesión no había salido como ella quería, pero el resultado no estaba nada mal.
