Heridas del pasado
Violet siempre fue más rápida, más ágil, con reflejos e instintos de supervivencia excepcionales. Su único punto débil siempre fue Gilbert, en su pasado, en su presente y también lo sería en su futuro. Su mente de embotaba de él y de su bienestar, apenas reparando en si sus propias necesidades estaban cubiertas. Por eso Gilbert se sentía culpable de que Violet hubiera perdido sus brazos y por eso mismo era por lo que siempre procuraba restarles importancia a sus propios deseos.
Así que solo siseó cuando el cuchillo atravesó la piel de su dedo. Al principio, no parecía una herida profunda, pero lo sorprendió cuando la sangre empezó a manar y, al mezclarse con el agua, daba la impresión de que era aún más sangre. Iba a lavarse y a envolvérselo en una servilleta cuando los dedos ágiles, aunque mecánicos, de Violet rodearon su mano.
—¿Está bien?
—Sí, no es nada, Violet.
Pero Violet no lo escuchó, como se había acostumbrado a hacerlo, y tiró de su mano para que el agua del grifo limpiara la sangre y cualquier otro detrito. Permanecieron inmóviles por al menos un minuto, y Gilbert, de soslayo, se maravilló por el hermoso tono azulado de sus ojos, por la suavidad y firmeza paradójica de sus facciones, por el tenue rubor juvenil y lo aterciopelada de su piel. Había sido demasiado injusto con ella, desde que se conocieron hasta mucho tiempo después, hasta ahora.
—Deje que se seque y, hasta eso, voy a buscar una bandita y...
—Violet —pronunció su nombre, paladeando cada sílaba, obsequiándole una mirada suplicante—. No es nada.
—Pero...
—Solo quédate a mi lado.
Violet intentó buscar argumentos lógicos contra su petición, pero su mirada siempre la desarmaba, y no era justo porque estaba a su merced. Aunque tampoco le disgustaba. No su cercanía, ni su tenue aroma, ni los latidos de su corazón bajo la palma de su mano. Eso que tenían, a lo que ninguno se había molestado en ponerle nombre, era sagrado. Y, quizás, con solo la cercanía entre sus almas heridas conseguirían sanarse de a poco.
Esa misma noche arreciaba una tormenta que ni siquiera el haz del faro era capaz de sondear. Gilbert se había apresurado a resguardar a los aldeanos y Violet ayudó a fortificar las estructuras de las casas con cuanto podían. Luego, cada uno se encerró en sus hogares, encendieron una tibia hoguera y empezaron a contar los minutos.
Gilbert y Violet lo hicieron a su vez, observando las llamas crepitar en los ojos del otro hasta que Violet recordó una carta que quería escribir. Tanteó en la oscuridad, evocando las memorias de donde guardaba toda su indumentaria de Auto Memory Doll. Con el tintero, la pluma y el papel en las manos, se sentó en la cama y, una vez más, descubrió que, cuando se trataba de ella, le costaba hallar las palabras para expresar sus emociones.
Permaneció inmóvil unos minutos hasta que se decantó por una primera línea. Un gemido se escapó de sus labios cuando los brazos le dolieron, allá donde sus nervios se conectaban con sus prótesis. Punzaba y escocía, pesaba como si todos sus pecados se hubieran materializado. Pero lo que más la asustaba era que nunca había experimentado algo igual. El dolor la atenazaba y la hacía doblarse a la mitad, ni siquiera cuando sus brazos le fueron arrebatados creyó experimentar un dolor físico similar.
—¡Violet! —Gilbert llevaba un candil de llama titubeante en la mano y lo dejó en el escritorio al notar la escarcha salpicando las prótesis metálicas—. ¡Estás helada! No pensé... Lo siento por no percatarme.
Gilbert la rodeó por los hombros, a lo que la joven se quejó, pero buscó consuelo en la calidez de su piel. Violet le había contado historias de sus viajes como Auto Memory Doll, de los parajes nevados y los desérticos, de casitas de ensueño con padres en luto, de pueblos de cuentos de hadas que, en una fecha especial cada año, sus cartas llegaban para recordar el amor materno, de fincas con horizontes infinitos donde una última carta teñida de sangre la había hecho entender el peso de la vida que había llevado. Violet había estado en muchos sitios, pero nunca le había comentado un episodio similar y no comprendía si era por el repentino frío y lo poco abrigados que estaban, si era su culpa, o si se trataba de algo más. No estaba seguro y lo asustaba lastimarla aún más.
Violet tampoco lo entendía, pero comprendió que su abrazo había menguado un poco el dolor, como lo había hecho alguna vez mientras aguardaban en las trincheras. Gilbert siempre era cálido y a veces la observaba con tanto cariño que ella sentía que iba a estallar en cientos de partículas estelares para permutarse en el universo donde él existía eternamente, en cada fragmento del tiempo.
Gilbert comprendió la repentina relajación de Violet contra su pecho y se apresuró a echarles como pudo la cobija encima. Bajo la titilante llama, vio el color regresar a su rostro y su respiración relajarse.
—Podemos quedarnos así un rato más.
—Todo el tiempo que quieras, Violet.
Aún tenían mucho por hablar, pero se conformaban con el silencio y la certeza de la presencia del otro. Uno frente al otro, enfrentaban sus miedos y sus anhelos, porque habían descubierto que eran tanto fortaleza como debilidad. Sin embargo, un paso a la vez, tomados de la mano, entre miradas confidenciales que eran incapaces de contener el cariño que se profesaban, conseguirían seguir adelante, conviviendo con las heridas del pasado.
