Los personajes pertenecen a S. Meyer y la historia es mía.
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Meant to be
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Unos delicados toques en la entrada de mi oficina me sacaron de mi absoluta concentración en el trabajo.
—Pase.
—Bella, ¿podemos hablar? ¿Estás ocupada? —la cabeza de Alice Cullen, mi mejor amiga y también mi jefa directa, se asomó a través del pequeño espacio entre la pared y la puerta. Le sonreí amablemente, devolviendo la vista a mi computadora y siguiendo con mi escritura.
—Hola, Al. No, ahora mismo no estoy ocupada. Pasa.
Ella entró y cerró la puerta, caminando escuetamente hasta una de las sillas frente a mi escritorio. Esperé pacientemente a que hablara, pero cuando no lo hizo dejé mi trabajo y por fin le ofrecí toda mi atención. Su ceño estaba fruncido y parecía pensativa.
—¿Sucede algo malo, Al? —pregunté, sintiéndome genuinamente preocupada.
—No, nada grave.
—¿Entonces?
Ella se irguió y cuadró los hombros, mirándome apreciativamente. Luego habló sin rodeos, como era muy común en su persona.
—¿Tuviste algún problema con Edward Masen?
Parpadeé, sintiéndome absolutamente confundida, pero una sensación de incomodidad me recorrió la columna.
—¿Edward Masen? ¿Mi tutorado?
—Así es.
Fruncí la boca.
—No, ninguno.
Mi pose por fuera continuó estoica, tranquila, pero por dentro mi cabeza daba vueltas. ¿Por qué Alice estaba preguntándome de entre todos mis alumnos específicamente de Edward Masen? Eso no podía ser una coincidencia.
No dejé que los nervios me agobiaran y esperé su respuesta.
—Solicitó un cambio de tutor, alegando tener problemas de comunicación contigo —me alzó una ceja intrigada—. Por supuesto, aún no lo acepto, pero me preguntaba qué le podrías haber hecho.
—No le he hecho nada. El señor Masen no me ha presentado ninguna duda o sugerencia en todo este mes.
Eso era, obviamente, el eufemismo del siglo. En realidad, él no me había dirigido ni siquiera una palabra en todo el mes. Ni siquiera lo había hecho en la clase que obligatoriamente le impartía. Edward mantenía siempre su vista fija en su mesa, y yo no lo perturbaba. Nuestro acuerdo de doloroso y tácito silencio me dolía, pero lo podía aceptar perfectamente, siempre y cuando no lo perdiera. Sabía que cuando se le pasara el enojo por lo que sea que hubiese pasado entre nosotros él regresaría a mí.
Pero ¿esto? ¿Acaso Edward me había reportado?
No, no te alteres. Ni siquiera sabes que sucedió, me dije.
Alice se pegó con el dedo índice en la barbilla, pensativa.
—Bueno, estas cosas pasan a veces. Simplemente no puedes obligar a un alumno a encajar con el maestro; ni siquiera con nuestro sistema completamente computarizado para buscar patrones comunes.
La universidad en la que trabajaba se encargaba de que cada alumno tuviera un maestro tutor que combinara perfectamente de acuerdo con personalidades y gustos conforme al historial que tenía cada uno, para que no hubiera mayores problemas de comunicación y confianza entre académico y estudiante.
Pero Alice estaba equivocada.
Edward y yo habíamos encajado tanto que las cosas se habían tornado… difíciles, por decirlo menos.
—Supongo que sí —fingí encogerme de hombros con indiferencia, cuando por dentro me sentía traicionada y agredida.
Los ojos de Alice brillaron curiosos.
—¿Sabías que pidió otro tutor en particular?
—Ah, ¿sí? —murmuré imperturbable, dirigiendo la vista a mi computadora para que no pudiera ver el dolor en mi expresión.
—Así es —contestó como si nada, mirándose la manicura blanca.
—¿Quién fue el afortunado?
—La afortunada —me corrigió, y la mano que yo tenía puesta en mi regazo se frunció, demostrando sólo un poco de los celos que estaba sintiendo—. La doctora Stanley.
Parpadeé en su dirección, anonadada.
—La Dra. Stanley sólo tiene tutorados que estudian medicina, ¿por qué querría a un estudiante Junior con interés en Literatura Inglesa?
—Ella parecía bastante interesada en Edward y él también —continuó diciendo, sin saber que le estaba poniendo más sal a mi herida abierta—. Pidió específicamente por ella.
Mis dedos se fruncieron en mi falda gris de lápiz, tomando un poco de la tela de lino entre ellos.
—Bueno, pues acepta su petición —murmuré como si nada.
Alice me miró.
—¿Estás segura? —frunció la boca—. Creí que tal vez querrías hablar con Edward. Sabes lo malo que es para el expediente que un estudiante pida cambio de tutor.
Suspiré, porque sabía eso.
—No creo que pueda hacer nada si el Sr. Masen ha tomado una decisión.
Si a Alice no se le escapó el resentimiento en mi voz, no dijo nada.
—Estoy segura de que lo podrías convencer —repitió—. No hay nada en que la Dra. Stanley pueda ayudarlo, en cambio tú… sabes perfectamente que el señor Masen es un excelente alumno. No sería conveniente que lo pierdas de tu cartera.
Me encogí internamente.
—Sí, tal vez lo haga. Mañana te aviso, ¿está bien?
Alice asintió.
—Tienes hasta el medio día o haré el cambio.
—Está bien —acepté, tamborileando con mis dedos en el escritorio. Las lágrimas intentaron llegar a mis ojos, pero me obligué a ser fuerte y continuar la conversación como si nada—. ¿Harás algo hoy?
—Iré a cenar con Jasper y mis suegros —sus ojos brillaron al verse repentinamente interesada en el tema de conversación—. Deberías ir, ¿sabes? Esme te extraña.
Suspiré resignada.
—Alice, ya hablamos de eso.
Me hizo una mueca.
—No me voy a cansar de repetirte, Bella, que tú eres la que menos tiene que esconderse. Ya pasaron seis meses, por Dios.
—Lo sé, pero la traición se siente fresca en mi mente.
—¿Aun lo amas?
La miré como si estuviera loca.
—Que pregunta tan estúpida. Claro que no.
—Supe que lo viste hace unas semanas.
—Fue un completo y terrible error. Emmett me buscó, no fui yo. Y no hicimos nada —me defendí—. Además, ¿cómo sabes eso?
—Se regó como pólvora el chisme en el campus. Las secretarias no podían dejar de hablar de eso.
—No puedo creerlo, ¿es que no tienen nada que hacer? —chillé frustrada. Estaba a punto de estallar, y no precisamente por los chismes de mi exesposo y míos. Había una llamada telefónica que necesitaba hacer más que nada, pero no quería que Alice se enterase.
Ella se encogió de hombros.
—También tú, Bella, ¿cómo se te ocurre ponerte a hacer un teatrito con Emmett en el estacionamiento de la facultad?
—Me puso de los nervios.
—¿Qué fue lo que te dijo?
No la quise mirar, en cambio dirigí mi vista a la placa de metal reluciente con mi nombre grabado que reposaba en el escritorio. Dra. Cullen.
Qué fastidio.
Finalmente, suspiré y le admití a Alice algo que no le había contado a nadie, ni siquiera a Edward.
—Él quería regresar conmigo.
Ella jadeó.
—¡¿Qué?! ¿Y por qué en nombre de todo lo santo no me habías contado eso?
—No tiene relevancia, Alice. Yo no quiero estar de nuevo con él, lo único que quiero es que me firme el maldito divorcio —cerré mis ojos, sintiéndome malditamente cansada de todo.
Lo único que quería ahora mismo era estar encerrada en un par de brazos delgados, pero atléticos, que me sostuvieran. Quería el susurro de voz aterciopelada que me dijera que todo estaría bien y que me amaba. Quería las caricias apasionadas, las llamadas furtivas. Pero ya no tenía nada de eso.
—Ahora entiendo todo —susurró pensativa.
Eso me obligó a abrir los ojos y mirarla.
—¿A qué te refieres?
Se encogió de hombros, pero me miró insegura.
—¿Estás segura de que estás bien si te lo digo?
—Sólo suéltalo, Alice.
Suspiró.
—Supe que Emmett regresó con… —hizo una pausa y me echó otra mirada— que regresó con Rosalie hace unos días.
Hice una mueca de burla. Emmett regresando con su amante después de que yo lo hubiera rechazado no era una novedad.
—Dime algo que no sepa.
Sus ojos azules se abrieron sorprendentemente grandes.
—¿Ya lo sabías?
—Por supuesto, Alice —me reí, sacudiendo la cabeza—. Emmett es un hombre incorregible, por decirlo de una manera amable. Y yo ya no estoy enamorada de él, jamás.
Ella suspiró.
—Me hubiera gustado que no hubiese terminado así.
Me encogí de hombros, indiferente. En este momento, el infiel de mi exmarido era el menor de mis problemas. Mi corazón dolía, y no precisamente por él.
—Así las cosas son —comenté como si nada, devolviendo la vista a mi computador—. Alice, si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.
Alice me miró y asintió, sabiendo perfectamente que estaba mintiendo, pero para su beneficio, no me dijo nada. Sabía que no era bueno hablar conmigo después de tener charlas acerca de mi ex.
—Me voy, cariño —se alzó de la silla y comenzó a dirigirse a la puerta—. Piensa en lo que te dije acerca de la cena de al rato; él no estará.
—Sí, claro —murmuré indiferente y la despedí con un gesto de mano. Ella sólo negó triste y se fue.
Esperé un minuto a que sus tacones dejaran de resonar por las escaleras. Afortunadamente, mi oficina era la única que estaba en el último piso de cubículos y nadie subía aquí a menos que fuera explícitamente para hablar conmigo. Eso me dio ventaja cuando saqué mi teléfono y marqué el único contacto que estaba en favoritos.
Habían pasado tres semanas desde la última vez que habíamos hablado.
Una voz ronca y seria me contestó.
—¿Qué quieres?
—¿Cómo pudiste? —grité, sin notar nada más que el alcance del obvio dolor y traición en mi voz—. ¿Cómo pudiste, Edward? ¡Ni siquiera me dijiste nada! Y con Jessica, ¿es en serio?
No lo había notado, pero las lágrimas ya estaban rodando por mis ojos y oh, de nuevo, estaba actuando como una loca celosa, pero no me importaba. Esta vez tenía todo el derecho de ser una perra.
—Cálmate, Isabella —la voz de Edward sonó dura y nada arrepentida—. Sabías que eventualmente lo haría, así que déjate de hacer la mártir conmigo, que no te va.
—Te odio —mentí, sintiendo la impotencia correr por todo mi cuerpo—. No sé cómo pude estar contigo alguna vez.
Su risa sonó amarga a través de la línea.
—Me pregunto lo mismo.
—Aceptaré tu solicitud de cambio, Edward —murmuré entre lágrimas, muchas de ellas las cuales me limpié furiosamente con la mano libre—. Ya no tendrás que preocuparte por verme a menos que sea en la estúpida clase que te doy.
Pasaron unos segundos de silencio y cuando él habló de nuevo, su voz sonó rota. Esta vez, parecía que la que estaba llorando no era solo yo.
—Me alegra oír eso —pero no sonaba así.
La voz patosa de lágrimas de Edward me hundió más en mi tristeza y me quedé ahí, con el teléfono en la mano, llorando como estúpida. Él no me colgó, se mantuvo escuchándome sin decir nada y pude oír cómo el sorbía sus propias lágrimas silenciosas.
Era doloroso, muy doloroso. Había pasado tres semanas sin él y era insoportable. Lo necesitaba. No me importaba cuán infantil e inmaduro fuera de mi parte, pero lloré.
Y rogué.
—No me dejes —pedí entre mi llanto—. No me dejes, Edward. Te necesito.
Me cambié de asiento al sillón de dos plazas que tenía en mi oficina y seguí con mi intenso berrinche en el teléfono. Si él no respondía a esto, como solía hacer, significaba entonces que definitivamente se había acabado. Y si se había acabado, ya no tenía ninguna buena razón para continuar.
Finalmente, un minuto después, oí su suspiro entrecortado.
—Ya no llores —dijo. Me lo podía imaginar, jalándose sus mechones cobre rebeldes en una clara señal de frustración conmigo, pero al final del día no importaba, porque siempre regresaba a mí.
Pero hacía semanas que no regresaba y yo estaba muy, muy asustada.
—Entonces no me dejes —sollocé, sin poder controlarme.
Ignoró mi pedimento.
—¿Dónde estás?
—En mi oficina.
—Voy para allá. Y deja de llorar.
—Está bien —intenté recobrar mi postura y respirar, pero incluso mi respiración se trababa producto de mi ataque de pánico—. Te espero. Te amo.
Suspiró.
—Yo también te amo, amor. Por favor ya no llores.
—Okey —acepté. En cuanto colgó, tomé respiraciones grandes intentando calmarme.
Mi Edward venía a verme. Y me había dicho que me amaba, lo cual tenía que significar que íbamos a regresar, ¿no?
Lo había hecho todo mal, desde el principio. Pero con Edward, era fácil perder la cordura.
Lo conocí cinco meses atrás, cuando fue asignado como mi tutorado y luego como mi alumno. Estaba recién separada, no de manera oficial, de mi odioso exesposo, por lo que no buscaba nada en especial, pero cuando el cobrizo entró a mi oficina y me miró directamente a los ojos, no hubo vuelta atrás.
No me importó que fuera casi diez años menor que yo. Tampoco que estuviera, técnicamente, bajo mi cuidado académico.
Él era mío, sólo mío.
Pero lo perdí por estúpida.
Yo siempre fui una persona celosa, siempre. Y eso sólo se multiplicó cuando Emmett, el que se solía llamar mi esposo, me engañó con una rubia de piernas kilométricas y caderas de infarto. Después de ese incidente, tuve que acarrear esa inseguridad conmigo y cuando comencé a estar con Edward y por mi excesivo amor por él, todos esos celos se multiplicaban.
Pero no entendía por qué de repente un día Edward se cansó. Antes, él aceptó diligentemente mis celos y no hacía nada para contribuir a ellos, manteniendo sus amistades con mujeres en un nivel cero solo porque yo se lo había pedido. Él era extremadamente sumiso conmigo en cuanto a nuestra relación se trataba, pero en la cama era completamente diferente.
Entonces, con todo eso, no pude entender por qué de repente me dejó de hablar. Creí que sería sólo una pelea tonta, pero cuando mandó su solicitud de cambio, específicamente con Jessica Stanley… la maestra rubia que había estado detrás de él prácticamente desde su primer día en la universidad.
Lo hizo a propósito, para lastimarme. Para darme una lección. ¿De qué? Aún no estaba segura pero, joder, cómo dolía. Como el maldito infierno.
Quince minutos después, logré calmar mi llanto y traté de arreglar mi maquillaje, aunque mis ojos seguían luciendo rojos e hinchados. No me importó y casi salté de la impresión en mi asiento cuando Edward entró de repente a la habitación, luciendo completamente cabreado. Cerró la puerta con el pestillo y bajó la persiana de esta, encerrándonos completamente.
Su figura alta cruzó el rellano en un segundo y se cernió sobre mí, aprisionándome entre él y el sillón. Su mano se dirigió a mi mandíbula, apretándola y obligándome a mirarlo a los ojos, que estaban duros y furiosos. Quise gemir de dolor por su toque brusco, pero la impresión no me lo permitió.
—Eres tan manipuladora, Isabella. Llorando para que me sintiera mal por ti —dijo, su voz apenas conteniendo su enojo. Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo automáticamente al ver que mi Edward tierno aún no había regresado. Traté de negar frenéticamente, pero él no me lo permitió.
» Todo el tiempo me haces lo mismo. Crees que soy tu maldito cachorro que te va a seguir a todas partes —gruñó enojado y lloré, porque eso no era cierto.
—No, bebé, no es así —sollocé, ignorando el dolor que me provocaban sus dedos—. Te amo, solo no quiero que estemos separados.
Sus orbes verdes relampaguearon furiosos.
—¿Quién mierda te dijo que lo estaríamos?
Lo miré confusa.
—No has querido hablarme y luego Alice y Jessica y y-yo…—tartamudeé—. Creí que me estabas dejando.
Mi obvia confusión pareció traerlo de vuelta a la realidad, porque su agarre cedió un momento, cosa que aproveché para sentarlo en el sillón y pegarme a él como estrella de mar, sentándome a horcajadas en su regazo.
—Te amo —murmuré en su oído y me removí sobre él, sintiendo su miembro ya duro para mí. Sabía que por más enojado que estuviera conmigo, eso no quitaba el efecto que tenía en él.
Mi falda se alzó contra mis muslos y lo escuché suspirar de satisfacción cuando sintió que mi panty, su jogger y sus bóxers eran lo único que nos separaban. Su polla se irguió dura debajo de mí, latiendo de deseo y gemí, sintiéndolo por todas partes. Había pasado tres semanas sin él y Dios, lo necesitaba.
Tomó mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos durante una fracción de segundo, y luego su boca se estrelló contra la mía. Devorando todo a su paso, consumiéndome.
Me dejé llevar como siempre por las sensaciones, sintiendo su lengua pelear contra la mía y el placer de tenerlo por fin contra mí después de un largo tiempo. Ni siquiera noté cuando su mano libre voló hacia el cierre de mi falda y lo bajó tan rápido que esté se rompió, haciendo que la tela quedara colgando de mis caderas.
—Nunca haría esa mierda, Isabella —murmuró, con los labios pasando por mi cuello. Sus manos rápidas desabrocharon mi camisa de botones y pronto estuve en ropa interior frente a Edward, mientras él continuaba completamente vestido—. Nunca querría a nadie que no fueras tú.
—Dime por qué —prácticamente chillé de placer cuando sus dedos se dirigieron hacia mi centro, acariciándome por encima de mis bragas. Me sentí humedecerme a no más poder cuanto tocó mi clítoris, dándole toda la atención que necesitaba—. Dime por qué eres tan duro conmigo —grazné de nuevo.
—Necesitas una lección —gruñó, soltando con su mano libre mi sostén y dirigiendo su ávida boca a mis pezones, que se alzaban hacia él. Gemí cuando sentí su húmeda lengua recorrerme—. Crees que puedes tratarme como quieres cuando quieres. No me amas lo suficiente.
¿Qué? No.
Jadeé, molesta.
—No es así.
Lo separé de mí, viendo sus ojos verdes encendidos con molestia. Lo ignoré completamente y tomé la orilla de su suéter azul, pasándoselo por los brazos y descubriendo su atlético pecho.
Quise llorar porque él de verdad creía que yo no lo quería, pero decidí que sería mejor mostrarle con mis acciones lo que mi boca al parecer no podía. Quería besar todos los lugares que sabía que él amaba; los que lo harían gemir y estremecerse de placer debajo de mí.
Mis labios se dirigieron a su pecho, repartiendo besos en él. No me molesté en ser dura, sino que pasé mi lengua por todos lados, solo recibiendo la rudeza de su respiración. Soltó un pequeño gemido cuando succioné uno de sus pezones.
Él gruñó, tomándome de la parte trasera del cuello y obligándome a verlo.
—No lo quiero lento —siseó—. No quiero ser amable contigo hoy.
—No lo seas.
Bajó sus dedos a través de mis caderas, arrastrando sus uñas por mi piel y dejando una gran línea roja a su paso. Pronto, sus manos estuvieron en el elástico de mis bragas y las bajó de un tirón, dejándome totalmente expuesta. Acunó mi sexo y jadeé, agarrándome de sus hombros.
—Estás tan mojada —dijo—. Siempre es así por mí, ¿no, amor?
Gemí, sintiendo sus dedos presionar en mi clítoris.
» Dilo, Isabella. O voy a parar.
—Es por ti, bebé —jadeé, acercándome más a él. Chille cuando sentí que volvió a hacer presión, pellizcándome y causando que una sensación de placer y dolor me atravesara por todo el cuerpo.
—¿De quién eres?
—Soy tuya —gruñí cuando dos de sus dedos entraron en mi y su palma presionó en mi clítoris. Sin embargo, aún no era suficiente—. Edward, por favor.
Embistió más fuerte.
—¿Por favor qué?
Lo miré a los ojos.
—Te necesito dentro de mí. Sólo tú, amor.
Eso fue suficiente para que su expresión se suavizara y en un rápido movimiento quitó sus manos de mi coño. Me sentí mal por la falta de contacto, pero eso pasó cuando vi que se levantó del asiento para quitarse sus tenis rápidamente y desabrochó sus jeans, bajándolos y quitándolos de un tirón junto con sus boxers.
—No voy a ser tierno —advirtió, tomándome de los hombros.
—No quiero que lo seas.
De un tirón me dio la vuelta y quedé de espaldas, por lo que me recargué en el respaldo del sillón y me arqueé para él. Edward me tomó de la cintura y en un movimiento rápido estuvo dentro de mí, clavándome tan fuerte con su polla que solté un chillido.
Comenzó a embestir duramente contra mí, su cadera resonando cada vez que chocaba con mis nalgas. Sus manos se fueron a mis tetas y me obligó a enderezarme, pegando mi espalda con su pecho. Podía oír el resonar húmedo de cada vez que nos uníamos y eso sólo servía para excitarme muchísimo más.
—Eres mía —gruñó, dándome una fuerte estocada que me llegó a un punto importante. Chillé, revolviéndome en sus brazos por el placer que estaba sintiendo. Mis manos subieron y lo tomaron por la parte trasera del cuello, haciendo que me arqueara más y que lo recibiera más profundo.
—Sí, lo soy. ¡Lo soy! —apenas me contuve de gritar, sabiendo que nos podían escuchar. Estaba mareada por la bruma de placer que me provocaba el sentirlo dentro, el sentir su sudor contra mi piel.
La electricidad comenzó a formarse en la parte baja de mi vientre y estaba cerca, tan cerca que podía sentirlo. Edward lo notó porque me embistió más duro y bajó una de sus manos a mí clítoris, masajeándolo y haciéndome chillar y retorcerme.
—Vente para mí, amor. Quiero ver cómo te corres —me dijo en el oído jadeante. Eso fue suficiente para desatar mi orgasmo, así que me vine con un gemido de su nombre y mi coño empezó a aprisionar su polla con mi corrida, produciendo la suya. Sentí como me llenaba y lentamente reducía la velocidad, hasta que te terminó y apoyó su frente en mi hombro, tratando de controlar su respiración.
Un minuto después, Edward salió de mí y odié la pérdida de contacto. Se sentó en el sillón al lado mío y abrí la cajonera al lado del sillón donde guardaba una pequeña manta para cuando él viniera, luego me subí a su regazo a horcajadas de él y nos tapé a ambos tanto como pude. Estaba dispuesta a acariciar su nuca como tanto le gustaba y disfrutar nuestra bruma postcoital, pero Edward tenía otros planes, porque me paró en seco y me tomó de las manos, manteniéndome inmóvil.
—Dime qué mierda está pasando entre nosotros, Isabella —me dijo—. Dímelo, porque me estoy cansando de esto. Y una vez que me canse no voy a volver.
Eso me dolió porque, mierda, yo no podía imaginarme cansarme alguna vez de él. Edward era como una droga, pura y dura, que entraba a mi sistema y de la que mi cuerpo no dejaba de pedir.
Él era mi aire, ¿cómo es que no podía verlo?
—Te amo, eso pasa —contesté finalmente—. No quiero estar con nadie más que no seas tú.
Pude ver el dolor pasar por sus ojos verde hierba durante una milésima de segundo.
—¿Entonces por qué me escondes?
—Sabes que no lo hago a propósito, Edward. Sabes que sólo es durante unos meses —lloré. Era cierto, por cuestiones de lógica no podíamos mantener una relación mientras yo fuera su maestra. Eso sólo sería durante este semestre. Luego, él podría cambiar de tutor también. Con alguien que no fuera Jessica Stanley, claro.
La mandíbula de Edward se endureció.
—No mientas.
Sollocé, odiando no poder abrazarlo por tener mis manos aprisionadas.
—No miento, te amo jodidamente mucho, Ed. Te amo tanto que me cuesta respirar de sólo pensar que podrías dejarme por alguien más.
—Sabes que nunca en mi vida miraría a alguien que no fueras tú. Maldita sea, me tienes alrededor de tu maldito dedo desde hace meses, Bella.
Bajé la mirada avergonzada.
—A veces siento que no es así.
—Tus malditas inseguridades no están matando.
Cerré los ojos, sintiendo las lágrimas inundarlos y finalmente desaparecer por mis mejillas.
—Lo siento. No quiero ser así, pero no sé cómo parar —murmuré finalmente—. No quiero perderte y si tengo que pelear para tenerte, entonces lo haré.
Él suspiró y soltó mis manos, acunando mi rostro entre ellas. Me quedé ahí, estática, sintiendo su primer movimiento dulce desde que había llegado.
—No tienes que pelear por nada, Bella. Y tampoco hacer ese tipo de escándalos —abrí los ojos, sólo para encontrarme su hermoso rostro con el ceño fruncido—. No me gusta que por cada pequeña pelea que tengamos llores. Eso se siente simplemente… mal. ¿Por qué me manipulas de esa manera?
—No trato de manipularte.
—Pero sabes que te daría todo con tal de no verte sufrir y usas eso a tu favor, tal vez no de forma consciente, pero…
Me sentí avergonzada porque en el fondo era verdad, pero me negué a aceptarlo. Supuse que, dado que Edward ya se había dado cuenta de mis prácticas poco ortodoxas, podía dejar de usarlas y dejar de hacerlo sentir mal. Eso, claro, en el divino caso de que estuviésemos bien.
—No lo haré más —juré—, pero prométeme que estamos bien.
Suspiró.
—¿Cómo saberlo? —murmuró, y juro que oí mi corazón romperse—. Somos un ir y venir siempre, Bella. Nunca hemos podido estar completamente bien.
—No, amor, no es así —me aferré más a él, sin importarme lo muy desnudos que estábamos. De hecho, lo prefería así—. Dime qué tengo que hacer.
Me miró duramente.
—En primer lugar, dejar de pulular con el idiota de tu ex.
Parpadeé, confundida.
—¿De qué hablas?
—No te hagas la tonta —contestó, y su tono de voz me hizo querer llorar de nuevo—. Sé que el estúpido Cullen y tú se vieron hace unas semanas y nunca me dijiste nada, Bella, ¡nunca!
—Y-yo, Edward… es que simplemente no tenía importancia. No le hice caso.
—¿Sabes lo estúpido que me sentí cuando oí todos los chismes de mi novia y su ex juntos? —murmuró duramente—. Y tuve que quedarme ahí, sentado como idiota, porque sólo soy tu maldito alumno al que no quieres lo suficiente para hacerle saber a todos que eres mía.
—No, amor, no es así —expliqué frenéticamente—. No tienes idea de lo mucho que le dije a Emmett que se fuera, que no estaba interesada. La única persona a la que amo es a ti. Siempre a ti.
—Tienes una manera muy extrañada de demostrarlo.
Eso sólo me hizo llorar más.
—Sabes que llevo meses tramitando el divorcio; ya casi lo consigo, amor —sollocé.
—Sigues apellidándote como el bastardo.
—No por elección propia.
Bufó.
—Eso dices siempre.
—¿Qué es lo que tengo que hacer para que me creas, Ed? —pedí angustiada—. Dímelo y lo tendrás.
Me miró por un segundo, intentando ver a través de mí. Y lo dejé. Quería que viera mi completa honestidad.
—Sí hay algo que puedes hacer —contestó al fin.
—¿Qué es?
—Cásate conmigo.
Lo miré con la boca abierta. ¿Era real lo que había escuchado?
—¿Hablas en serio?
—Nunca había hablado tan en serio en mi maldita vida.
—Y-yo —titubeé, y vi el destello de decepción de Edward en sus ojos. Se quiso parar, pero se lo impedí y detuve su pecho con mi mano derecha— por supuesto que sí, amor. Nada me haría más feliz que casarme contigo.
Me miró inseguro.
—Parece que hay un «pero» ahí.
Mi labio inferior tembló debido a mis intentos para contener mis lágrimas.
—Mi único pero es que aún no estoy divorciada —suspiré erráticamente—. En cuanto lo esté, seré tuya completamente. Lo prometo.
—¿Cuán rápido será eso?
—No lo sé —negué con dolor—. ¿Un par de meses, tal vez? Ahora que Emmett está con esa mujer, el proceso no debería tardar mucho.
Edward hizo una mueca.
—Te amo tan jodidamente mucho que me quema, Bella. Estoy cansado de esperar, de estar en las sombras contigo —se quejó y mi corazón dolió un poco ante eso—, pero no hay nada, nada en este maldito mundo que podría hacer que me alejara de ti excepto tú —dijo al final, acunando mi rostro con su mano. Hambrienta de contacto, me apoyé en él.
—Nunca haría nada para separarnos —dije totalmente firme—. Te amo demasiado también. Perdón por ser tan maldita y celosa, no lo puedo controlar, yo…
—Está bien —suspiró—. Te conocí así y no puedo esperar que cambies de la noche a la mañana, pero tenemos que trabajar poco a poco en eso. Yo mismo me sentiré muchísimo mejor cuando estemos unidos de la manera en la que debe ser.
Sonreí ante la expectativa. ¿Edward y yo casados?
Debía admitir que nunca me lo había esperado, pero solo por el hecho de que él era terriblemente más joven que yo, así que pensé que no querría sentar cabeza tan pronto. Pero ver que estaba tan desesperado como yo por tener nuestro sentido de pertenencia de manera oficial me hizo vibrar de emoción. Me imaginé a mi misma dentro de tal vez, unos cuantos pares de años, cargando el hijo de Edward.
Internamente, agradecí a Emmett por engañarme. Porque todo el dolor que me causó solo fue la fuente de la felicidad que ahora tenía y aunque seguía ahí, molestando y tratando de derribar nuestra relación, me daba cuenta de que nada era lo suficientemente fuerte para perturbarnos a Edward y a mí.
—Ya me lo imagino, amor —estaba completamente emocionada.
—Quiero una boda rápida —dijo, jugando con un rizo de mi cabello—. En cuanto te den tu certificado de divorcio quiero que tomemos el primer maldito avión a las Vegas y nos casemos. Luego, con el tiempo, podremos planear algo mejor y más bonito. Sólo lo que tú te mereces.
Me reí ante su emoción.
Probé el nombre en mi mente varias veces, antes de dejarlo fluir en mi lengua finalmente.
—Seré Isabella Masen, entonces.
Sonrió. Sus ojos brillantes chocaron ante los míos.
—Mierda —dijo, y pude sentir su polla removerse dura debajo de mí—. Qué bien y malditamente caliente suena eso, amor. No puedo esperar.
Me lancé con mis brazos alrededor de su cuello, moviéndome sobre su regazo e instándolo a nuestro segundo encuentro.
Tal vez Edward y yo estábamos mal en algunas partes y éramos terriblemente exagerados en otras, pero el hecho de que nos amábamos superaba cualquier obstáculo y barrera que pudiese interponerse en nuestro frente. Y eso era lo importante.
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Sí, ya sé. Son algo tóxicos, pero ¿qué relación no lo es?
Por si quedó alguna duda con las edades, Edward tiene 21 y Bella 30.
Espero que les haya gustado este OS; tengo mis notitas para continuarlo (bueno, más bien para hacerle una precuela – aquí mismo, subir un segundo capítulo tal vez), pero aún no sé.
¿Qué piensan?
