Una gran puerta de metal se cerró en medio de la oscuridad, rompiendo el envolvente silencio de media noche. El viento frío entró en su respiración, congelando su nariz y convirtiendo su aliento en humo.
El centro de investigación Ishigami había cerrado por hoy.
Cansado, se dirigió a su auto en la cochera sin más. Sus ojos carmesíes llevaban unas profundas ojeras producto a su arduo trabajo en la ya restablecida humanidad. La pesadez era notable en su semblante por quién lo mirara. Sabía que su cuerpo pedía a gritos un descanso y claro que lo iba a dar luego de posponerlo durante tanto tiempo. Aunque no sea necesariamente en su hogar.
Y esos agudos ojos azules que lo observaban desde lejos lo sabían muy bien.
En su camino la carretera era iluminada por las nuevas publicidades, coloridas y atrayentes tan comunes del viejo mundo. Postes, casas, centros, por donde sea que viera la modernidad había vuelto y él era la razón de que todo se levantara. A pesar que en parte extrañaba las profundas noches en el bosque donde lo único que brillaba era su vela, la luna y las estrellas.
Por eso mismo su viaje era directamente hacia el bosque que en algún momento le perteneció a la aldea Ishigami.
Estacionó su auto a unos metros de su destino, un claro en el bosque lejos del bullicio de la ciudad. Abrió la puerta y se encaminó a paso lento a la colina que se asomaba en medio. Los árboles, cuáles muros de protección, cuidaban con recelo ese claro bendecido por la gloriosa luz de la luna, tan brillante y hermosa como cada fin de mes.
Miró el pasto bajo sus pies en las faldas de la colina y sonrió con tranquilidad. Dejó salir un suspiro.
—Si querías venir también solo tenías que decirlo. No seguirme. — Soltó al aire y se sentó.
La rubia se encrespó en su sitio atrás de unos árboles y maldijo suave por ser descubierta. Nerviosa, salió de su escondite.
—Hola...— Susurró dudosa. —Vine a acompañarte...
Él, sin mirarla aún por admirar el cielo estrellado, rio ligeramente. Movió su cabeza a su dirección, invitándola a acercarse.
Con mucho cuidado de no arruinar el silencio, caminó a su costado algo intranquila para sentarse, justo como le indicó.
Él no decía absolutamente nada, solo guardaba sus palabras, ni siquiera la miraba, poniéndola más y más incómoda y nerviosa.
Tenía muchas cosas que preguntar, pero el tan calmado ambiente parecía gritarle para que se callara y se mantuviera así. El tenue respirar de ambos, el viento moviendo las hojas y los ocasionales grillos por alguna razón solo la hacía sentir inquieta en vez de tranquila. Era como una mancha negra en la infinita paz.
Humedeciendo su garganta para poder hablar y consiguiendo el coraje digno de una gran hazaña, por fin empezó.
—¿Viniste a visitar-?
Pero como si el mundo conspirara en su contra, un fuerte viento azotó sus espaldas, deteniendo sus palabras y moviendo sus cabellos. El aire golpeó su nuca descubierta, produciéndole un escalofrío, frotó la zona para que volviera el calor poco a poco y se acomodó la ropa. Sin saber que era observada de reojo.
Un escueto «Sí» respondió su pregunta cortada, llamando su atención. Él se relajó un poco más sobre sus brazos apoyados en el gras, volviendo a mirar hacia la luna.
Se removió dudosa y dándose ánimos mentales, intentó continuar.
—La luna está muy brillante hoy, ¿verdad? ...—Al ver qué no obtuvo respuesta, siguió. — Al igual que las estrellas que la acompañan todas las noches. Y aunque desde aquí, en la tierra, se mira tan perfecta realmente está llena de cráteres, ¿no es así? —Terminó, rogando por qué la entendiera.
Una risita se escuchó.
—Eso es por qué la luna recibió una lluvia de asteroides al estar frente a la tierra, protegiéndola sin querer. — Explicó tan técnico como de costumbre. —Pensé que era algo que ya sabías. —Soltó burlón.
Aunque sabía a la perfección a qué se refería. Así como también a dónde quería llevar esa conversación.
—Esos cráteres son la prueba que la luna ha estado protegiendo a la humanidad y la vida en la tierra por milenios. —Tomó aire. — Y ahora el hombre pudo llegar hasta ahí para saber más sobre ella...
La mirada carmesí se desvió ante la mención del viaje hacia el satélite natural a un lado que no sea la misma luna o ella. Al instante la rubia notó su incomodidad por sus palabras y aun sabiéndolo, se tragó sus miedos y decidió continuar. No podía seguir teniendo la duda en la garganta.
—Aún después de los años no puedo terminar de creer que estuve en la luna. Que estuvimos en la luna...— Se corrigió, viéndola y a él de reojo. —Y a pesar que-
—No has...
El aire gélido incrementó entre ambos, moviendo incesante sus cabellos. Por primera vez desde que ella apareció, volteó a verla.
Sus ojos gritaban suplicantes como solo él sabía hacerlo para evitar que continuara. Sutil y casi imperceptible gesto en esos ojos cansados trataban de gritar lo que sus palabras no decían. Admiraba cada facción de ella tratando que la imagen de hace años apareciera ante él. Sus hipnotizantes ojos azules intensos brillaban por la luz de la luna directa en su rostro, sus rebeldes cabellos dorados bailaban con el viento, la cuerda de pertenencia de la aldea se asomaba entre estos con orgullo mostrando sus hilos rojos rodeándolo. Su piel suave y blanca, sus labios rosas entreabiertos, su nariz respingada, sus largas y tupidas pestañas. Todo. Todo de ella lo apreció en tan solo unos segundos con la esperanza de encontrar lo que realmente buscaba. Algo faltaba.
—...¿No has pensado en dejarte crecer el cabello?
Y eso era lo que faltaba. Su cabello.
—¿Eh? Pero me gusta como está
... — Sus ojos se abrieron de la sorpresa por el cambio de tema, mirándolo. Llevó su mano hacia su nuca por inercia, frotando su cabello corto desde atrás, enredándose entre las yemas de sus dedos.
—Quizás hasta los hombros. — Propuso en un susurro, con todas las ganas de acariciar su melena parecida a la de un león picándole las manos.
Cómo lo teni-
—Senku-san...
—Ya te he dicho millones de veces que solo me digas Senku, Ikyokko. — Dijo molesto, frunciendo el ceño.
La rubia se encogió avergonzada, sabía que a Senku-san no le gustaban las formalidades, pero es que no podía evitarlo. Jugó nerviosa con la manga de su bata de laboratorio por su regaño, para luego acomodar su cuerda cual diadema al no saber que hacer con sus manos.
—Lo siento, Senku-s... Senku.— Corrigió.
El albino la miró. El lunar en el puente de su nariz no tendría por qué estar ahí, su flequillo abierto no tendría por qué dejar su frente al descubierto, su cuerda no tendría que ir de vincha, sino de coleta alta para domar su rebelde cabellera. No tendría por qué tener esas cosas así, porque si no los tuviera sería idéntica a la leona que en algún momento él conoció.
Tomando fuerza y alejando la vergüenza de saberse observada, Ikyokko decidió continuar con lo que iba, aún si le tiembla ligeramente el labio inferior.
—Y a pesar que usted estuviera petrificado la mayor parte del tiempo, al igual que los otros dos astronautas...—Terminó casi en silencio.
Senku bajó la mirada. El pasto bajo suyo parecía más entretenido que la rubia a su costado, que la luna irradiante o las tumbas tras suyo. Sus cejas temblaron y soltó una sonrisa divertida, pero con un toque de resignación.
Claro que iba a hablar de eso.
—Sé que para usted es difícil este tema, más cuando realmente estuvo-
—96 años con 278 días. —Interrumpió. — Estuve 96 años con 278 días petrificado y lo sé a la perfección por qué yo mismo conté los segundos. —Soltó cansado de los rodeos de Ikyokko para intentar sonar amable. Bien, si quería hablar sobre eso entonces bien. Aunque eso significará que el nudo en su garganta se volviera más fuerte de lo usual.
Los orbes azules se abrieron de la impresión por un par de segundos por la sinceridad del científico, para luego pasar a trasmitir una profunda tristeza que no fue capaz de ocultar a tiempo, bajando la mirada al pasto y las pequeñas flores blancas en él.
—Si...—Musitó. — Usted ha pasado por mucho o, mejor dicho, se ha perdido de mucho para que la humanidad haya llegado a dónde está actualmente. —Jugó con sus dedos sin saber que hacer. No quería, pero dentro de ella sentía una intensa pena por todo lo que pasó su mentor. — Casi 100 años desde que usted se fue por primera vez...
Senku suspiró.
—Siempre supe que algo como eso iba a pasar. Estaba en las probabilidades cuando tomé la decisión de ir a la luna. —Alzó su mirada difícil de descifrar hacia el satélite, bañándose con su luz. Apretó inconsciente la tierra en sus palmas, justo frente a una tumba en particular y razón por la que se sentó ahí. Inevitable o no, fue algo que Ikyokko notó.
—Lamentablemente no pudo reencontrarse con sus amigos al bajar. —Continuó la rubia. —Pero sí con las familias que dejaron. —Sonrió en una mezcla de dulzura y ánimos vagos. — Y los cientos de miles de personas al rededor del mundo que admiran su trabajo y grandes hazañas por traerlos de vuelta de la petrificación. —Al ver qué sus intentos de animarlo no funcionaron, lentamente su sonrisa se fue.
Los ojos de él se relajaron melancólicos por sus palabras. En parte le agradecía, pero sabía que no era suficiente.
Y es que Ikyokko sabía que no era suficiente porque, a comparación de Tsukasa-san y Ryusui-san que descubrieron que su familia seguía viva por los descendientes de sus respectivos hermanos, Senku-san estaba completamente solo.
Sabía lo importantes que eran sus amigos, tanto que muy dentro de él los consideraba su familia. Y lo sabía por todo lo que le contaron sus abuelos y familiares.
Y aun así había una duda que llevaba rondando en su cabeza desde hace mucho. Una duda que nació a partir del como él la miraba, como la trataba y como le hablaba. Con un toque especial que no sabía identificar. Y si bien con ella era más notorio, su familia también gozaba de esos tratos.
Su forma de ayudarla cuando trabajan en el laboratorio, de cómo tenía especial paciencia para explicarle cómo era la vida antes de la petrificación, de cómo parecía que sus ojos la seguían con un sentimiento que no sabía identificar.
De cómo parecía que no la mirara a ella, sino a alguien más.
Y tragando saliva, por fin decidió preguntar lo que en su garganta guardaba desde hace mucho, además de la razón del porque lo siguió.
—Usted... ¿Tenía sentimientos por mi bisabuela?
Los orbes carmesíes se abrieron a más no poder. El fruncir de su ceño tembloroso sin apartar la mirada de la luna la hizo dudar. Pero ver cómo sus dedos se enterraron más y más hasta que las uñas se llenaran de pasto y tierra, como su mandíbula se apretaba para no hablar y como su cuerpo pareció temblar, le respondió.
Sí.
Ikyokko se contrajo en su sitio, tocando nerviosa su cabello al darse cuenta de la respuesta tácita que le dio él.
El silencio rodeándolos dio pasó al tranquilizador sonido del bosque, como si buscará calmar las emociones y sentimientos encontrados entre ellos.
En segundos los recuerdos de viejas conversaciones con sus familiares e historiadores sobre su bisabuela Kohaku llegaron a su mente.
Su bisabuela fue una de las más grandes aliadas de Senku y la primera compañera que tuvo en el mundo de piedra para encontrarse con la aldea Ishigami. Su gran visión, velocidad y fuerza fueron de gran ayuda en su momento, así como también sus inmensas ganas de trabajar y contribuir. Lo acompañó desde prácticamente sus inicios y vio como poco a poco se levantaba el antes llamado Reino Científico. Ambos guardaban un gran respeto y admiración hacia lo que la ciencia podría lograr y muchos dicen que, de no haber sido por ella, él no hubiera llegado tan lejos y rápido como llegó.
Según los relatos, Kohaku fue escogida para el viaje lunar en un primer momento, pero fue el mismo Senku quien se opuso a que fuera al espacio por el inmenso peligro que significaba, alegando que «los aldeanos aún tienen mucho que ver del nuevo mundo como para desperdiciar su tiempo vueltos piedra». Estos mismos relatos cuentan la acalorada discusión que tuvieron ellos dos respecto a eso, como ella quería ir a pesar de sus palabras y como él se lo impidió a capa y espada sin dar más explicación, aunque igual terminó con ella quedándose y él yéndose.
Su bisabuela se convirtió rápidamente en una de las elogiadas propulsoras del avance científico en la tierra, sin mencionar que lideró la guardia de seguridad en distintos países recién despertados. Y fue justo en sus tantos viajes por el mundo que conoció a su bisabuelo, un científico finlandés que dirigía la base de su país.
Él, al saber hablar japonés, era quien traducía las órdenes de Kohaku a los guardias de ahí y así fue como poco a poco se conocieron, salieron, se enamoraron y comprometieron. Ambos se mudaron a la renovada Tokyo para seguir los planes de su boda y posteriormente, la llegada de su bebé.
Y es cuando le contaron está historia a Senku al llegar a la tierra que su mirada cambió.
Ella estuvo presente como encargada del proyecto para traer de vuelta a los astronautas junto a sus primos lejanos, descendientes de sus —bis— tíos Chrome y Ruri y de su tía Suika, pudo ver cómo poco a poco el ligero brillo en su mirada se apagaba en una leve decepción.
Nunca pude disculparme con esa Leona, pero me alegra saber que tuvo una buena vida y siguió con su trabajo, dijo él al terminar la historia, con una mirada pérdida y con un tono de resignación.
Ella siempre lo supo, desde el momento que lo conoció y sorprendido la confundió, que él siempre la miraba pensando en alguien más, en su bisabuela.
—Kohaku me perdonó y vivió feliz, ¿no es así? — Sonó en el aire, rompiendo sus pensamientos.
Sorprendida, le dijo que sí. Claro que vivió feliz como le contaron en su momento, que no tuvo nada que perdonar porque sabía que ella entendió su decisión, hasta qué...
—Oh...
Cayó en cuenta que la pregunta realmente no fue para ella, sino para él.
Una pregunta que realmente quería que de sus propias palabras haya una confirmación para convencerse a sí mismo.
—Es todo lo que necesitaba, aunque ya lo suponía de esa Leona.
Y simplemente se fue.
Se levantó del césped, acariciándolo antes, dio media vuelta y se fue sin siquiera mirarla.
Estupefacta, Ikyokko lo siguió con la mirada y vio cómo se iba alejando del cementerio. Al perder su auto de vista regresó a su posición original, pero esta vez sola.
Al voltear no pudo evitar que pequeñas lágrimas se acumularan en sus ojos.
Justo a su costado y donde su mentor estaba sentado la lápida de su bisabuela se dejaba ver. Temblorosa, acarició el mármol, dejando salir las lágrimas que guardaba, apretando la mandíbula y reteniendo las palabras que no tuvo oportunidad de soltar. Tomó aire, limpió sus ojos, miró a la luna y se conformó con sonreír.
La luna, aunque este herida y llena de cráteres, esas cicatrices fueron para proteger a la humanidad y vida en la tierra. Y si bien estaba distante para ellos, tenía miles de estrellas a años luz de distancia acompañándola. Ahora eran los humanos los encargados de ir hasta allá para investigar y cuidar de la luna, así como ella hizo con ellos.
Esta idea la tengo desde que salió el cap 209.
Perdón por la increíble tardanza y que me haya salteado un día, pero es que SpyxFamily AU no me genera ninguna idea (? Intentaré ir subiendo los que falten, además del evento de Halloween de este año^^
He leído fics con este semi au, pero ninguno con uno donde Kohaku sí rehace su vida, así que para más dolor quise ser la primera jaja.
Lo siento por siempre matar a Kohaku, pero no puedo evitarlo ^^'
¡Gracias por leer!
Día 6: Luna y estrellas
