Apenas asomaban los primeros rayos de sol en esa mañana de lunes, cuando la alarma comenzó a sonar insistente para romper el encanto del descanso del joven griego. Por un momento gruñó pensando que debía levantarse a entrenar, pero al descubrir su rostro debajo de la sabana recordó con alivio donde estaba. Si, estaba en la pequeña habitación blanca de su nuevo departamento, no en la austera y fría habitación de mármol de tercer templo. Sonrió complacido de saber que después de todo no tendría que levantarse a tomar lo primero que se le atravesara en el refrigerador para ir a entrenar al coliseo. Además, no eran las cinco de la mañana, eran muy probablemente las 6:30, hora en que el mismo decidió debía comenzar su nueva rutina. Estiró las piernas aún dentro de las sábanas, y mientras trataba de desperezarse un poco, un extraño y fugaz sentimiento se apoderó de él. No uno de alerta, uno muy distinto, como si algo fuera a suceder, algo muy bueno.

-Hoy es el día- palabras que sin darse cuenta salieron de su boca, segundos después se sorprendió por esa afirmación salida de la nada, ¿el día para qué?

Trató de recordar si tendría algún evento, cita o algo en particular, pero no. Era un día normal, como cualquier otro en esta nueva etapa de su vida.

Se dirigió la ducha, el calor del verano en Grecia podía ser un infierno, así que nada mejor que una rápida ducha fría para despertar y refrescar su mañana.

Aun escurriendo agua de su cabellera, pero revitalizado y más que limpio, se dio otro baño en colonia de flores de naranjo y después de ello, solo se pasó por encima una toalla para quitar el exceso de agua

Como cada mañana, se paseaba desnudo por todo su departamento. Su primera parada, la cocina. Solía prepararse algo sencillo siempre, ya a lo largo del día comería más en forma en el Café. Así que sacó un bote con jugo de naranja de su refrigerador y después colocó un par de bísquets en el horno tostador.

Mientras estos se doraban un poco, se empinó el bote, derramando algunas gotas en su pecho. Con el remote prendió la TV para ver el estado del tiempo ¿el pronóstico? calor y más calor.

La campanilla del horno sonó y colocó sus panecillos calientes en un plato, los saturó de mantequilla y mermelada de uva y después se dirigió a su habitación con el bote de jugo en una mano y el plato de bísquets en la otra, para buscar la ropa que vestiría ese día.

Entre mordida y mordida, seleccionaba una camisa, unos boxers, un pantalón de mezclilla, unos calcetines… no, calcetines mejor no, hacia demasiado calor para usarlos. Para cuando tenía el ajuar completo sobre a cama, una cantidad considerable de migajas se posaban ya sobre su pecho.

- ¿Debía planchar la camisa? –pensó- ¡Nah! Así estaba bien, una que otra arruguita no lo ameritaban, además no es como que fuera a recibir a un embajador, solo iba a trabajar.

Se sacudió las migajas y comenzó a vestirse. Los boxers de mickey mouse, el pantalón de mezclilla azul claro, la playera blanca sin mangas, la camisa blanca encima. Se miró al espejo de pie, pensando hasta que altura sería conveniente abotonar la camisa. Sabía que haría un calor de los infiernos para el medio día, y que seguro la botaría en algún momento, así que dejo cuatro botone abiertos, se calzó con unas alpargatas azules de cordones y comenzó a cepillar su aún humedecido cabello.

Sintió que aún quedaba un hueco en el estómago, así que caminó hacia la cocina nuevamente, mientras se seguía cepillando y tomó un par de duraznos del frutero, los cuales mordisqueo pero dejo a medias sobre la mesa.

Apagó la TV, regresó a su habitación por su cartera, tomó una liga con la cual anudó su cabello en una coleta y salió rumbo la calle a comenzar su día con una gran sonrisa.

Mientras caminaba el trayecto con destino al pequeño Café en una plaza cercana a su hogar, saludaba a todos los que se cruzaban en su camino. Por alguna extraña razón se sentía particularmente alegre ese día. Estaba de tan buen humor, que quizás le llamaría más tarde a su neurótico hermano, solo para saludarlo.

No hablaba mucho con él desde que le había dicho que abandonaría el santuario para abrir una pequeña cafetería y vivir una vida sin complicaciones. Saga no lo había tomado nada bien, se había fijado grandes expectativas ahora que estaban juntos de nuevo, por lo que se sintió abandonado y casi traicionado por la decisión de su hermano. Pero Kanon no daría marcha atrás. Nunca había estado tan seguro de algo como lo estaba ahora, esto era lo que deseaba y era lo que estaba resuelto a hacer, con Saga, sin él y pesar de él.

Después de abandonar las ruinas del santuario marino y haber pedido a Athena su perdón y su autorización para vestir la armadura de Géminis en la guerra contra Hades, Kanon supo que no podría servir nunca más a Poseidón. Su lealtad siempre había estado con Athena, aun cuando su resentimiento por tantos años de vivir tras la sombra había nublado su razón. Y con el regreso de Saga como portador "oficial" de la armadura de Géminis, sentía que no tenía mucho caso continuar en el Santuario como una "reserva". Aun cuando la diosa le había dado un trato excepcional, así como todos los privilegios que el mismo Saga poseía. Pero ser el segundo nunca fue su filosofía de vida. Le gustaba ser único y no él que los demás querían que fuera. Por ello, Athena le concedió el permiso de abandonar voluntariamente el Santuario, sin presiones, represalias, ni condiciones. Kanon agradeció en lo más profundo de su ser el gesto amoroso de su diosa. Siempre estaría dispuesto a volver y defender con su vida si era necesario la vida de la deidad, solo por si acaso Saga decidía morir de nueva cuenta por mano propia. Pues sabía que su hermano era un hueso duro de roer y difícilmente seria presa fácil de algún otro dios lunático con ansias de poder.

Llegó al lugar y ya esperaban afuera sus tres jóvenes empleados. El lugar, aunque apenas tenía un par de meses abierto al público, ya se encontraba bien aclientado, así que desde muy temprano debía preparar todo para recibir a los hambrientos comensales en busca de un buen desayuno o un rico almuerzo.

El día iba muy bien, bastantes clientes complacidos por la comida y el servicio y apenas iban al medio día. Las mesas de afuera comenzaban a vaciarse y solo restaba atender a un grupo de mujeres que, con toda intención de coquetear, siempre llegaban a la hora que se hallaba más desocupado para robar algo de su atención. Así que como de costumbre, salió a tomar sus órdenes y a charlar sobre alguna banalidad con las sonrientes chicas.

Todo transcurría en orden hasta que notó la risa disimulada e insistente mirada de una de las clientas hacia la entrada del lugar. Pronto se unieron las otras clientas, curiosas ante la sombría figura del personaje que, apostado en la entrada del Café, esperaba paciente por ser recibido. Kanon se giró de manera inconsciente, llevándose la sorpresa de su vida, pues frente a él se hallaba la última persona que pensó encontrarse, pero que quizás la única que siempre deseo poder volver a ver.

Soltó una carcajada y dejó por unos momentos a sus clientas para caminar a la entrada del lugar

Bienvenido al Café " Mas vale tarde que nunca", ¿Mesa para dos?

¿Fin?