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Cap 1.

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–No debiste haber hecho eso –acusó su prima.

«Tal vez no», pensó, pero era una oportunidad perfecta y no iba a desecharla, si de algo se arrepentía era de no haber sido lo suficientemente valiente -o cabrón- como para dejar todo sin mirar atrás.

–Te odia.

Neito intentó tragar saliva.

Le costó, así que bebió un poco más de vino para aflojar el nudo.

«Te odia», insistió su mente.

No sería el primero, ni mucho menos el último.

Odiarlo es, de hecho, la norma en su reino y ya debería de estar acostumbrado. Pero bueno, se ve que años de intentos de asesinato basados en el mas puro miedo que la gente de su reino le profesa, no han sido suficientes para hacerlo inmune.

Quiere creer que se acostumbrará. Eventualmente.

«Te odia».

¿Qué más daba si una lagartija enorme del reino de Me Importa Un Cuerno también lo odiaba?

Aunque, en el caso de Tetsu, Neito estaba dispuesto a aceptar que su odio era justificado. No lo ayudaba a sentirse mejor, pero era bueno saber que éste se lo había ganado a pulso.

La única criatura viva que tenía cerca y se las arregló para conseguir que lo odiara a tal punto de querer romper alianzas entre ambos reinos.

Neito sonrió. Debería darse una palmadita en la espalda, se podían decir muchas cosas de él, pero nunca podrían decir que hacía las cosas a medias.

En frente suyo, Itsuka cruzó los brazos y le dedicó una mirada de completa decepción.

–Esto es serio, Monoma.

–Tranquila, el lagarto no me mató así que no habrá guerra. Ninguna alianza se rompió y yo sigo vivo y encerrado en esta torre de mierda. –Alzó la copa con fingida euforia–. Todos felices.

–No lo llames lagartija, es ofensivo.

Ah, su prima Itsuka, probablemente el único familiar vivo -sin contar a Eri- con el que tenía contacto. La quería mucho, pero, francamente, no estaba de humor.

–Lo llamo como me dé la jodida gana.

–Ah no. Eso sí que no. No me vas a hacer un berrinche.

–¡Te recuerdo que yo soy la víctima aquí!– Se defendió, porque lo era, maldita sea.

–No te mató así que no habrá guerra y todos felices. ¿No? –respondió ella, haciendo señas de comillas en el aire.

«Te odia».

Neito decidió no responder. Eso no la detuvo, claro.

–¿Por qué tenías que hacerle creer que ibas a ser su pareja?

–¡Yo no le hice creer nada!

«No a propósito, al menos», pensó, pero no lo dijo en voz alta. A estas alturas daba igual si fue o no intencional.

–Neito –decidió cruzarse de brazos y hacer un puchero mientras su prima seguía implacable–... lo engañaste, lo usaste. –Con cada acusación su postura se encogía un poco más en sí misma–. Te consideraba su pareja ¿Sabes lo que eso significa para los de su especie?

Por supuesto que lo sabía, no era tan estúpido ni tan emocionalmente cerrado como todos creían. Además creció con Vlad, la criatura más nostálgica y romántica que pudo parir la Tierra de los Dragones.

Lo que creció entre Tetsu y Neito fue mucho más que solo atracción física, también fue sincero mientras duró. Las acusaciones de Itsuka eran verdad, al menos en gran parte, pero ella no podía entender su desesperación. Cualquier vínculo que surgiera en esa torre, bajo las condiciones de su vida tal como era, estaban condenadas a fracasar.

Porque su deseo de libertad dominaría sobre cualquier otro. Sin excepción.

Itsuka esperaba una respuesta, por lo que le ofreció la verdad.

–Sé que me odia, pero no me arrepiento. Si tuviera la oportunidad, lo haría de nuevo. Las veces que fueran necesarias para escapar de esta maldita torre. Si me tengo que follar a todos los malditos lagartos de todo su jodido reino lo voy a hacer. Y si ellos son tan estúpidos como para creer que genuinamente planeo vivir, envejecer y pudrirme en esta torre sólo porque me gusta que me monten, pues es su maldito problema.

–Tuviste mucha suerte de salir sin ninguna herida importante. Solo... no hagas que tu nuevo guardia también quiera matarte. No vamos a tener la misma suerte otra vez.

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–¿Debería... uh... soltar esas cadenas y bozal? No se ven muy confortables.

Tetsu negó con su cabeza.

Era incómodo hablar con Tetsu en ese estado: parcialmente transformado, ojos inyectados en sangre con algunas escamas plateadas recorriendo su cuerpo, pero a la vez reducido a una bestia salvaje encadenada y triste.

–Vamos, hombre. No es sano estar así. Además la duquesa dio su aprobación para soltarte.

Tetsu frunció el ceño como respuesta. Eijirou sonrió enseñando todos sus dientes.

–No creerás que íbamos a dejarte. –Infló el pecho y puso una mano sobre su corazón–. Jamás abandonaría a un hermano en apuros. ¡No sería digno de hombres!

Era realmente triste verlo en ese estado, por lo que hizo todo lo posible por no dejar que su desánimo lo contagiara, pareció funcionar, porque Tetsu asintió y Eijirou supo de inmediato que le daba permiso para entrar en su espacio personal a quitarle el bozal.

–Las cadenas no –pidió una vez fue liberado del bozal y Eijirou respetó su deseo, aunque le encogiera el corazón. La verdad era que si Tetsu quisiera liberarse lo habría hecho; que prefiriera no hacerlo era lo más triste de todo.

Decidió sentarse junto a su hermano y observar el paisaje, si a eso se le podía llamar tal cosa. No hubiera sabido que la torre tenía un piso subterráneo dedicado a servir como mazmorras si no hubiera sido por la Duquesa, aunque le costaba creer que hubieran servido para detener a Tetsu si hubiera tenido la intención de liberarse.

–¿Puedes contarme qué pasó, Tetsu? –El tono de Eijirou no era acusador, pero Tetsu se escogió sobre sí mismo igualmente.

–Solo quise matar al príncipe –soltó una risa floja–. Afortunadamente para todos es una sabandija escurridiza –reprochó. Había dolor en su voz, y a pesar de todo, también había cariño allí enterrado.

Eijirou pensó en que el título de Príncipe Maldito no le quedaba bien a alguien con tanta suerte, porque en ese momento solo pensaba en partirle el cuello.

Tetsu debió sentir su rabia porque recostó su cabeza en el hombro de Eijirou.

–Gracias por venir, Hermano.

La rabia de Eijirou se evaporó en ese momento. No solo la rabia que sentía en nombre del dolor de Tetsu, sino también la rabia que se había venido acumulando por su propia situación.

Por primera vez en meses sintió que, tal vez, no había cometido el peor error de su vida al dejar ir a Bakugou.

Tal vez no había sido un error pedirle que terminaran cuando noto que el Rey Bárbaro tenía sentimientos por el herbalista de los clanes de las tierras verdes.

Tal vez no había sido un error asegurarle que la ruptura no le estaba partiendo el alma como lo estaba haciendo.

Tal vez no había cometido una serie de dolorosos errores si aquello había servido para que la vida lo llevase a este preciso momento en el que podía ser de ayuda a uno de sus más queridos y cercanos hermanos en su peor momento.

Si hubiera podido salvar la vida a Tetsu, tal vez su propio dolor había valido la pena.

Se aferró a su hermano y ambos dejaron que sus lágrimas salieran.

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Si había algo más contraintuitivo que hacer enojar a un dragón, que se lo hicieran saber, así como para poder decir «esto no es tan malo, podría hacerlo aún peor» y recuperar un poco la ilusión de control que creía tener sobre su propia vida. Vida que ahora mismo estaba yendo cuesta abajo y sin frenos, en una espiral de descenso todavía peor al que ya venía acostumbrado.

No estaba siendo melodramático, tan solo no quería morir calcinado.

Ni abierto en canal por garras afiladas como espadas.

O despedazado.

O aplastado.

Muerto. En general, el concepto de morirse se le antojaba como una mala idea, pero esta nueva lagartija gigante, con escamas rojas cual sangre recién derramada, sentaba como un mal presagio. Y si alguien sabía de malos presagios era precisamente el maldito Príncipe Maldito.

Itsuka ya le había advertido que su próximo guardia no iba a estar feliz con Neito, pero le había asegurado que no habría problema, ya que iba a estar bajo la influencia de magia de La Promesa de servirlo y protegerlo. Y entonces la muy traidora de su prima lo dejó solo con una bestia que obviamente lo detestaba.

A diferencia de Tetsu, este nuevo guardia prefería mantenerse fuera de la torre, completamente transformado reptando en las afueras, sobrevolando alrededor de la torre y en general haciendo su existencia un poco más deprimente con toda su aura de bicho ominoso.

Neito también notó que el bicho cazaba. Por un lado normal, por el otro, sabía que Vlad y Tetsu se alimentaban en su forma humana porque así necesitaban menos cantidades de comida que permaneciendo en la forma de completo lagarto.

Este dragón rojo, por el contrario, prefería gastar una porción del día en meterse en ese bosque aterrador del infierno.

¿No se suponía que debía protegerlo?

En realidad Neito no encontraba del todo sorprendente que no quisiera revelarle su forma más vulnerable. Podía hacer un esfuerzo por entender, en líneas generales, que estuviera enojado en nombre del honor de Tetsu por alguna especie de hermandad entre lagartos.

Aquello no quitaba que fuera completamente absurdo e insensato. Entre todas las lagartijas que pudieron enviar decidieron dejarlo con la más tonta. Una lagartija que no entendía que se estaba adentrando en el terreno del Bosque Silencioso para cazar.

Hasta el dragón más cabeza hueca debería ser capaz de entenderlo. De sentirlo. El aura perturbadora que desprendía El Bosque.

Neito lo había sentido en los huesos desde que lo trajeron a vivir aquí y Vlad se lo había confirmado:El territorio del bosque era su propio terreno separado a las montañas donde vivían los dragones. El Bosque era su propio terreno, su propio reino, su propio organismo, su propia cosa.

No era solo lo que hubiera dicho Vlad, es que simplemente era imposible ignorarlo.

El Bosque era, sin lugar a dudas, la razón por la que no había una guerra de fronteras entre las naciones que lo rodeaban.

Técnicamente estaba dividido y hacía parte del territorio de los tres reinos. Dependiendo del mapa la línea estaba dibujada más acá o más allá según el Rey al que se le preguntase, pero en la práctica no era parte de ninguno de los reinos.

Una mancha verde oscura en el mapa que estaba fuera de las leyes de los hombres y de cualquier criatura que no lo habitara. Al Bosque se lo dejaba quieto, pero la testarudez de la lagartija que le había tocado como guardián rivalizaba con la espesura del mismo bosque.

Empezaba a hartarse de ver la enorme figura roja ser engullida por la masa verde a su alrededor y dejar de escuchar las pesadas pisadas por completo.

Todo ese poder reducido a nada hacía que se le pusieran los pelos de punta.

Pasados unos días Neito decidió que había tenido suficiente del maldito bicho y decidió ir tras él.

–¡Lagartija!

Itsuka solía decir que era impulsivo y testarudo de la manera más idiota posible, lo que lo convertía en un coctel del desastre.

–¡Te ordeno que dejes de ir de cacería!

El dragón, que estaba a unos cuantos metros del bosque se detuvo, volvió su enorme hocico en dirección a Neito y gruñó como advertencia

«No estas maldito, solo estas tonto», solía decir su prima cuando eran pequeños. Lo cual, en retrospectiva, era verdad si tenía en cuenta que la mejor idea que se le ocurrió fue lanzarle una piedra a la cabeza para llamar su atención.

El dragón sacudió la cabeza y parpadeó rápidamente. Después de superada la sorpresa inicial de saber que hay humanos diminutos sin magia y dispuestos a atacarlo con piedras, volvió su cuerpo completamente hacia Neito quien se había erguido cuan alto era. Que no era mucho comparado con el dragón.

Nunca supo la extensión de la magia de La Promesa, cómo funcionaba exactamente, ni qué tanto lo protegía del dragón, pero se sentía relativamente a salvo.

Luego recordó que esa magia no lo protegió totalmente del ataque de ira de Tetsu. Y dejó de sentirse tan a salvo.

La criatura enorme bajo la cabeza hasta tener los ojos a la altura de Neito, luego lo agarró de la parte de atrás de su túnica como si se tratara de un gatito y lo levantó hasta llevarlo a la parte más alta de uno de los árboles, lo dejó allí y se internó en el bosque con los gritos ofendidos del príncipe a sus espaldas.

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