Solo podía ver cómo él permanecía tirado en el suelo. No había llegado a tiempo. Lo vio, pero no pudo hacer nada en su momento y ahora, su misión quedó truncada. Shoko veía a las personas, el murmullo había quedado cauterizado en sus oídos como en su corazón: ahora ¿Qué haría?
—Es una pena. Me gustaba jugar con él —Gojo se acercó a ella y rodeó sus hombros con su brazo quedando encorvado por la diferencia de altura. Shoko no reaccionó—. Es gracioso que lo hayas salvado de tantas cosas y una simple moto haya acabado con su vida.
—¿Te parece gracioso? —preguntó mirando por el rabillo del ojo.
—El destino es irónico. Le gusta burlarse de las personas, de los ángeles, de los demonios, por suerte ¡Hay dulces!
La lógica no era su fuerte. Shoko volteó a verlo por primera vez en lo que llevaban hablando. Gojo Satoru era así, tan impredecible cómo el destino, cómo la lluvia de verano o el número de la lotería. Ella lo vio en alguna ocasión cerca de su protegido, pero siempre a la distancia. Supuso que no intervino antes por no tener una batalla con ella, sin embargo, ya no sabía qué creer. En un principio lo escuchó triste, ahora no sabía decir si lo estaba o se sentía feliz.
—¿Lo habrías protegido de haber tenido tiempo?
La duda la carcomió internamente hasta mandar la pregunta de la que no quería saber una respuesta, pero masoquista como era, espero a oírlo.
—Lo habría hecho. Ahora no tengo nada qué hacer —dijo soltándola y apretándose las mejillas.
Shoko sonrió. Una sonrisa triste tenía su rostro y un futuro más triste la esperaba. Ahora la castigarían por no haber cumplido con su trabajo. No importaba si tenía una buena razón para ello, cuánto más dijera, peor sería.
—¡Deja que tu guapísimo amigo te consuele! Conozco un café que sirve el mejor pastel de queso con frambuesas de todo el planeta —Gojo la tomó de la mano, haciéndola voltear hacia él. Luego, tomó su rostro, apretando sus mejillas y se acercó a ella, inclinándose para darle un beso. Las plumas de sus las alas de Shoko volaron por el aire y los envolvieron a los dos, cubriéndolos por completo. Cuando todo ya se disipó ambos se vieron como dos personas normales. Ahora, además, eran visibles a los ojos de las personas—. Ahora no podrán encontrarte.
—Solo los retrasaras.
—Es suficiente para que piense en algo más —dijo él y la jaló de la muñeca comenzando a caminar. Vestidos como dos humanos normales, sin el peso de sus alas o responsabilidades, escapaban de su naturaleza por un escaso momento.
Gojo esperaba que no acabara.
Shoko solo pensaba que la iban a atrapar y castigar.
Pero el café, el postre y la charla banal fueron suficientes para aceptar: escapar no estaba mal.
Él tenía eso que la llevaba lejos siempre, aunque fuera con unas cuantas palabras o golosinas que parecía nunca se le acababan. Muchas veces se preguntó si realmente estaba mal aquella relación cuando no notaba malicia en él. Ella era un ángel; él un demonio. Y no eran tan diferentes cuando estaban juntos. Sin embargo, ya le habían advertido sobre aquella relación.
Y a ella ya no le importaba.
—Satoru —Shoko lo llamó apenas despertó.
Él tenía una vida común y corriente sin levantar sospechas de los humanos. Shoko admiraba esa libertad que él tenía. Los ángeles eran meros guardianes y mensajeros. Ni siquiera tenían permitido tener sentimientos. Desear era para humanos; la culpa, el dolor, la felicidad, emociones puramente humanas que él le enseñó a experimentar.
—Satoru —lo volvió a llamar caminando por la casa sin encontrarlo— ¿A dónde se habrá ido?
—¡Traje café y pastel! —dijo casi en un grito al entrar a la casa y dirigirse al comedor. Shoko siguió su voz con una sonrisa y lo encontró abriendo una caja con ocho porciones de diferentes pasteles. Estaba segura de que no había visto más, de lo contrario los iba a traer también.
—Todo esto es… demasiado humano. Si sigo así hasta los sentimientos…
Gojo se acercó a ella y le tapó los labios, agachándose un poco para estar frente a frente con ella.
—Los sentimientos también pueden ser nuestros.
Hubo silencio entre los dos. Los ojos de Shoko se habían centrado en él y no entendía cuáles eran las razones para que pudiera hablarle con tanta seguridad ni porqué quisiera que ella se dejara llevar. Los ángeles no conocían de eso. Impulsos, emociones, diversión, nada en realidad. Su existencia era bastante frívola y monótona. No tenían más razón que seguir su misión. Eso lo era todo. Y en caso de tener un protegido, debían crear un vínculo tan fuerte que perderlo asemejara a la muerte. Shoko nunca lo había conseguido y había fallado en dos ocasiones y en esta última ocasión, desapareció gracias a Satoru.
—¿Y si mi vínculo es más fuerte contigo que con cualquiera de mis protegidos? ¿Qué harás?
Él la agarró de la cintura con precisión y la levantó del suelo.
—Si eso sucede, juro que no habrá manera de separarnos.
Había algo en él, en la confianza que impregnaba su voz, en la forma de moverse y de aprovechar la vida que ni siquiera les pertenecía: era atrapante. Y ella se dejó atrapar por su encanto y su entusiasmo.
Ahora mismo, no quería pensar en lo que pasaría en el cielo ni nada de lo que tuviera que ver con trabajo y obligaciones. Solo quería dejarse llevar por el suave sabor del pastel y el aroma del café.
—¿Has tenido noticias de Shoko?
—No, tendremos que recurrir a Inugami-sama.
—¿Qué es lo que sucede? —Inugami apareció tras ellos haciéndolos saltar de la sorpresa. Ambos de miraron y trataron saliva. Por supuesto, iban a lanzar a la suerte quien se los decía y no verse en ese predicamento.
Guardaron silencio y ante la insistencia y la mirada fría que él les lanzó, fue que cobraron valor.
—Shoko está desaparecida desde que murió su protegido.
Hubo silencio y pronto, la furia de Inugami lleno el espacio de llamas azules y rojas. Los ángeles tuvieron que cubrirse para no ser víctima de ellas y pronto, desapareció junto con Inugami-sama.
—¡Hoy iremos a un parque de diversiones! —gritó Gojo emocionado mientras Shoko preparaba el desayuno. Él le mostró un folleto de cómo se veía y todo lo que iban a hacer ahí, especialmente, todo lo que iban a comer—. Te encantará el algodón de azúcar. Y los chocolates. Y los batidos de fruta y caramelo y…
—Pareces un niño —se rio y sirvió la mesa y él la siguió sirviendo el café contándole las razones por las que no era un niño y por lo que ella se iba a divertir.
Shoko lo observaba al hablar. Su sonrisa, el tono de su voz, incluso, la alegría que tenía por cosas tan canales como esa. A veces le tenía envidia de la forma que disfrutaba la vida, todo parecía sumamente fácil en su vida.
Saldrían apenas terminar el desayuno, así que le recomendó a Shoko que se pusiera ropa cómoda para pasar el día fuera.
Tomaron el subte y luego, caminaron hasta la feria. Shoko se detuvo en una florería y se quedó mirando las diferentes flores.
—¿Por qué hacen esto?
—La tradición dice que un hombre le regala flores a la mujer que le gusta —contó agarrando un ramo de Dalias rojas, justo las que ella había mirando y se las entregó, pagándole de manera distraída al vendedor.
—Al fin te encontré, Shoko.
Ambos escucharon la voz grave de Inugami. A diferencia de otros ángeles que podía sentir la presencia y energía, Inugami se valía por su olfato y oído. La divinidad tenía las cualidades de un perro y era el mejor rastreando para encontrar a seres descarrilados como ella.
Gojo la tomó del brazo y la dejó tras él. Inugami tomó forma humana y se presentó con su séquito de seis ángeles y tres arcángeles. Ella se quedó viéndolos a ambos. Satoru estaba dispuesto a pelear y ella sabía de lo que era capaz Inugami y no quería ese destino para Gojo.
—Satoru —dijo ella tomando su mano mientras atesoraba las flores que él le había regalado. Eran las primeras que recibía y las últimas también, después de esto, no iba a volver a verlo—. Está bien. Fui feliz contigo —le dio un beso en la mejilla y vaticinando que eso sería el final, Gojo la agarró por la cintura y desplegó sus alas huyendo de ahí con ella.
—No voy a permitir que te rindas así.
—Pero tendrás problemas. Satoru…
—¡No voy a dejarte con ellos! Aférrate a mí, Shoko —dijo enfadado, aunque le sonó como una súplica. Nunca iba a entender la resignación con la que se dejaba guiar por ellos.
—Es por ti que lo hago —sonrió acariciando su mejilla—. No quiero que arrebaten tu felicidad.
Shoko quería protegerlo de la mira de otros ángeles, así que era lo mejor que podía hacer en ese momento.
Gojo no pudo responder cuando Inugami lo alcanzó en un círculo sagrado, evitando que ellos siguieran avanzando. Aún así, no era suficiente para detener a Gojo Satoru ¡Ni cerca estaban!
—Los entretendré. Tú escapa —y le guiñó el ojo—recuerda que aún no hemos ido al parque de diversiones.
Hubo un momento en que ella quiso negarse, pero la determinación de Satoru, el apretón de sus manos alrededor de las de ella y el beso que le dio luego fueron suficientes motivos para confiar.
A su lado fue donde aprendió lo que era sentirse viva, disfrutar de todo lo que le era negado ¡Hasta sentir! Y aunque se dijera que no, ella quería más. Quería seguir a su lado, descubriendo el mundo, sensaciones y emociones que no sabía era capaz de experimentar. Quería confiar en él y solo por ser él, se dejó llevar una vez más.
Sin que ella se diera cuenta, él volvió a usar sus habilidades para que ella escapara del radar de los demás. Así, rompió el círculo protector y se dispuso a enfrentarse a Inugami, haciendo crecer una bolita de energía roja en su dedo que se expandió hasta volverse de más de un metro y medio de diámetro, atacando al dios con ello.
Inugami no era un dios ordinario y contrarrestó el ataque de Gojo y conjuró un arma: Longinus.
Él, a diferencia de los otros ángeles, podía seguir a Shoko a pesar de las habilidades de Gojo en ella y así, mandó a Longinus detrás mientras él se encargaba del demonio.
Gojo apenas vio el arma moverse por su cuenta, intentó seguirla:
—Tu pelea es contra mí —Inugami mostró su forma original y de su pelaje se formaron una especie de lazos que aprisionaron a Gojo evitando moverse: era lo mismo que una prisión sagrada.
—¡Shoko! —gritó Gojo y la vio esquivar a Longinus, sin embargo, cuando ella se movió, la lanza se dividió en dos y la volvió a buscar y en esta ocasión, no le dio tiempo a escapar horadando su espalda y su pecho sin piedad. El ruido que hicieron sus costillas al romperse se replicó en sus oídos.
Gojo explotó de ira y desesperación, soltándose de toda atadura sagrada aún cuando él mismo se hacía daño y voló hacia ella, sujetándola entre sus brazos. Sus alas rotas, su pecho abierto y la barbilla con rastros de sangre era una imagen que su corazón no podía soportar.
—Estarás bien —murmuró con la voz queda, temblando mientras limpiaba la sangre de su rostro—. Buscaremos a alguien.
—Iremos al parque de diversiones, Satoru —dijo ella mientras Gojo emprendía vuelo lo más rápido que podía, hasta que sintió sus brazos más ligeros, se detuvo.
Shoko cerró los ojos con la sonrisa teñida de sangre y dolor, poco a poco, su cuerpo se fue desvaneciendo hasta disolverse. Él, atónito, intentó atrapar todas esas luces que se esfumaban en el aire volviendo más intenso su dolor, su desesperación, viendo que ella desaparecía sin que pudiera hacer nada. No siquiera quedaba un rastro de su cuerpo en el que pudiera llorar...
Ya no había forma de salvarla.
Con las lágrimas empañándole la mirada y el corazón, la vio perderse en el aire. Los ángeles eran así, surgían de la nada y a la nada volvían al terminar su vida.
Solo quedó una pluma atrapada en su mano que atesoró. Después de eso, no le quedaba nada. Su antiguo rencor contra el cielo ahora tenía una razón de peso para estallar.
La guerra con el cielo había comenzado. Y él haría todo para acabarlos.
¡Hola, gente! ¿Cómo están? Otra vez estoy combinando retos atrasados.
El primero es Ángeles y demonios de Pasión por los fanfics.
El segundo es Inugami del Satoshoctober
Y el tercero es de la tabla del lenguaje de las flores del Club de lectura de Fanfiction: dalia - gratitud.
Lo tenía en el tintero desde hace tiempo y aproveché a terminarlo y meter todos los temas que pude juntos ¿Les gustó? Espero que sí, amé manejar está temática con estos dos.
¡Un abrazo!
