HETALIA PERTENECE A HIDEKAZ HIMARUYA


España había sido el que había acudido a ella buscando fondos. Decía que necesitaba un pequeño préstamo para arreglar unos pocos asuntillos e ir tirando. Pero Bélgica terminó por pensar que España se creía que Europa era alguna especie de piñata, o un juego de Mario Bros. en que uno, a fuerza de insistir, le caían las monedas y eran para él y para siempre, porque no veía retorno ni que lo usara en nada útil.

España decía estar ansioso por progresar, pero acostumbraba a hacer las cosas como siempre las había hecho porque no podía desprenderse de la idea de que su forma de actuar era la correcta. La mayoría no aprobaban cuán poco seriamente se tomaba muchas cosas en el trabajo. La puntualidad para él era opcional. Si la paga era pobre, no se molestaba en dar todo de sí porque su empleador no se lo merecía; si era alta, se relajaba y apenas trabajaba, sabiendo que de todas formas recibiría un buen sueldo al final del mes. De hecho, España era una persona que trabajaba el estricto mínimo a no ser que se convenciera de que había una ganancia en dar el callo.

No era del todo culpa suya. Nunca en su vida el trabajo duro había tenido recompensa. Viviendo en un lugar atestado de monarcas, aristócratas, hidalgos y clero que nunca necesitó trabajar para sostener su obsceno tren de vida, hasta el punto de que hicieron leyes considerando el trabajo algo deshonroso, y se beneficiaban de los impuestos que pagaban aquellos que tenían suerte de vivir un día más; una vida de decisiones desacertadas y mala suerte; se dio cuenta de que si quería prosperar en la vida tendría que ser listo. Un ave de rapiña, un zorro. Aprovecharse de los que tenían poder y dinero, apropiarse de lo que no era suyo o más de lo que le correspondía, ahorrando sus esfuerzos para las ocasiones que de verdad le darían beneficios, haciéndose el tonto, dejando que otros lo subestimaran y protegieran. Nadie se hacía rico o sobrevivía siendo honesto donde él vivía. Ser espabilado era a menudo la diferencia entre ser acomodado y un hombre muerto. A Bélgica no le gustaba. A España tampoco. Pero así era como habían sido las cosas, como eran entonces y como serían siempre.

España sabía cómo manipularla para trabajar menos y divertirse más.

Su piel era muy caliente, como si guardara brasas en su interior. Sus ojos verdes hipnotizaban a Bélgica, haciendo que se lo quedara mirando, perdiendo el hilo de sus pensamientos y olvidando de qué estaba hablando o qué hacía; ojos que la animaban a que se acercara. Aquellos labios que se despegaban cada vez que ella estaba cerca, siempre sonrientes, invitándola, tarareando a menudo ("cuando el español canta, está jodido o poco le falta", decía el dicho). La forma en que se acercaba demasiado para hablar con ella, a menudo rozando su piel con sus dedos, sus caderas, su entrepierna...sabiendo perfectamente qué hacía.

Lo peor era que todo aquello le funcionaba.

— Si están de acuerdo, podemos tomarnos un receso de veinte minutos.

Vaya que si funcionaba...

Bélgica quería ser discreta, autodisciplinada, pero ahí estaba España, sonriéndola desde el pasillo, volviéndose para que lo siguiera a alguna parte lejos de todas esas personas y cámaras. Ni siquiera le importó que lo condujera a un pequeño armario, ni se cuestionó cómo había conseguido la llave. Su mente la ocupaba él en exclusiva. Sólo él. La camisa que llevaba, quizás demasiado pegada, demasiado abierta. Su pelo, bien peinado. Su sonrisa cuando la vio perder la calma en el mismo instante en que se cerró la puerta a su espalda, luchando para entrar en ese espacio reducido, agarrándolo y besando sus labios con fiereza.

— No tan rápido, Bélgica, nenita...—España presionó la palma de su mano contra la frente de Bélgica y la empujó con suavidad lejos de él.

— Por el amor de Dios, no puedo esperar...—gruñó Bélgica, lanzándose sobre él para probar de nuevo sus labios.

— Ya has oído lo que han dicho los otros. Debo un montón de dinero y sabes que no puedo pagar en este momento.

— Olvida eso ahora, ¿quieres?—Bélgica enterró su cara en su cuello, y España se mordió el labio.

— No puedo. Me corta el rollo...

— No pienses en dinero...—ronroneó Bélgica, mordiendo la piel un poquito.

— Qué fácil es decir eso para ti. No tienes que aguantar a turistas groseros para subsistir...

— Haré lo que pueda—prometió Bélgica desesperadamente, luchando contra los botones de su blusa, hasta que por fin expuso sus pechos y a continuación se propuso desabrocharle la bragueta a España—. Pero por favor...

— No sé si eso será suficiente...—murmuró España, apartándose un poco de ella una vez más.

— ¡Le diré a los otros que tengan paciencia! ¡Vamos, no me hagas esto!

España sonrió como si hubiera sido él el que estaba perdonándole la vida.

— Eres tan maja, Bélgica querida. Eres mi favorita—y, bajándose el pantalón, la satisfizo allí mismo.

Lo peor de la picaresca de España...era que uno no se daba cuenta de sus trucos hasta que era demasiado tarde y España ya había conseguido lo que quería. Y no había nadie a quien su víctima pudiera culpar salvo a sí misma...


FIN