X. Ángeles Caídos.

- ¿Nuestra misión? Mi Comandante, nuestra verdadera misión era la de escoltarle durante la cumbre, no atacar Astria. - Dijo Kiter airadamente, olvidando por un instante el rango que los separaba.

- Eso creía pero me temo que los Chamanes no pretendían otra cosa que involucrarnos en el conflicto. Sabían perfectamente que me negaría a una operación de esta magnitud a no ser que estuviera muy avanzada. - Contestó sin prestar la mas mínima atención a la indisciplina de Kiter, achacándolo naturalmente a su inexperiencia en el combate.

- Únicamente saben que Palace será invadida. Si por un momento sospecharan que Zaibach es el responsable ya nos hubieran apresado. - Dedujo Dales. Era muy inteligente. Sin duda su recién adquirida graduación de Cabo no era la mas apropiada.

- Pero no tenemos ejercito para tomar Palace. - Argumentó Kiter. - Además, los aliados de Astria obtendrían la excusa perfecta para borrar al Imperio de la faz de Gaea.

- Esa es la razón por la que no intervendremos. - Dijo el General Quimera. - Nuestros aliados se encargarán de ello.

- ¿Aliados? Zaibach no tiene aliados desde la Gran Guerra.

Gosser sonrió después de escuchar a Kiter. Su tono lleno de impertinencia y descaro, algo totalmente nuevo en él, unido a su desconocimiento de la existencia de los Syarain al igual que todas las naciones de Gaea le hizo pensar en la desagradable sorpresa que aguardaba a la ciudad de Palace.

- Dime Kiter ¿Has matado alguna vez a alguien?

- ¿Señor ...? - Fue la confusa respuesta del soldado a la pregunta formulada por su comandante. Hasta ahora no había pensado en tal extremo.

El Comandante quedó en silencio por un momento para meditar sus propias palabras. Recordó la primera vez en la que atravesó arrebató la vida de otra persona. Fue hace mucho tiempo, cuando él apenas era un mero aprendiz. Fue en Cafidia a la temprana edad de doce años. Eran tiempos felices en Zaibach donde cualquier otro niño de su edad dedicaba su tiempo a sus estudios o a los juegos con sus compañeros, pero Gosser siempre fue diferente. Su vida transcurría entre los muros de la gran fortaleza donde los Chamanes donde era versado en ciencias del destino y especialmente en el arte de matar. Un lugar falto de cariño donde comenzó a forjar desde niño una ira irrefrenable y un odio hacía cualquier ser viviente exigido entre otros por Yama. El primer día de Verano de aquel año fue muy especial y esperado. Por primera vez combatiría contra un oponente de su misma edad, otro joven aprendiz algo mayor que él, utilizando para ello armas afiladas de metal, no aquellas burdas espadas de madera y tejo. Todo fue muy rápido. Su oponente apenas aguantó su primera embestida cortándole el cuello de un tajo limpio y preciso, tal y como le habían enseñado en la instrucción. Jamás olvidó aquella expresión de horror de su primera víctima, reflejo de su miedo al sentir por breves momentos la muerte hasta que al fin su corazón se detuvo. Gosser recuerda aquello con total claridad. Recuerda la autosatisfacción que sintió al acabar de una manera tan salvaje de un enemigo, un niño al igual que él, y es precisamente aquellos recuerdos de autosatisfacción lo que le ahora le repugna. Le repugna pensar la cantidad de personas que han sucumbido bajo su afilada espada pero son esos antiguos sentimientos de regocijo los que le atormentaban, sentimientos que la presencia de Serena hizo desterrar en el agujero mas profundo de su alma. Odiaba tener que matar, pero en el caso de Van Fanel estaba dispuesto incluso a quemarse en las llamas del Infierno para toda la eternidad.

- Permaneced junto a mi en todo momento y quizás sobreviváis a la pesadilla que está apunto de desatarse. Dejad que yo me encargue personalmente del Rey de Fanelia.

Una ligera oscilación de la lámpara que colgaba del techo interrumpió las palabras de Gosser. Inmediatamente después todo el mobiliario comenzó a agitarse debido a una extraña vibración haciéndose cada vez mas violenta. Dales y su novato compañero se asustaron pensando que se podría tratar del preludio de un gran terremoto. Sin embargo, el General Quimera permanecía imperturbable observando el horizonte desde la ventana. La luz que entraba, irradiando completamente la habitación desapareció en cuestión de segundos. El cielo se ennegreció de repente. No se trataba de la oscuridad que provoca la llegada de la mas negra de las tormentas. Era como si un gran eclipse de sol se hubiera formado de manera imprevista sobre la ciudad de Palace.

- Este es el plan ...

...

El cielo sobre la ciudad de Palace tiñó por un momento de un rojo atardecer dando paso instantes después a la mas negra oscuridad, una negrura antinatural y tenebrosa. Todo en el desapareció por completo, las escasas nubes que se encontraban en ese momento sobre Palace, las aves, los rayos del Sol, incluso la Luna de las Ilusiones desaparecieron bajo una precipitada noche. Un fino aro de luz se formó en todo lo alto de la bóveda, muy pequeño, de solo unos metros de diámetro. Aquel anillo luminoso comenzó a crecer al mismo tiempo que su luz era cada vez mas cegadora hasta sustituir incluso la luz del Sol, formando un segundo astro rey de forma elíptica. El resplandor se apagó por completo dejando únicamente un leve resquicio de la luz que llegó a desprender formando en su interior un brecha de varios kilómetros sobre la misma ciudad donde podía verse en su interior un gran remolino de oscuridad. Era como su una gran puñal hubiera rasgado el cielo de Palace. Hitomi observaba con estupor la formación de aquel misterioso objeto temerosa de lo que podía salir de él.

- Están aquí. Son ellos.

- ¿Quienes? - Preguntó Van, observando al cielo al igual que todos sus compañeros, entre ellos el Rey de Astria Dryden y sus caballeros Celestes. - ¿Quienes son?

- El manto de las tinieblas inunda Gaea. El odio y el rencor desembarcarán en Centuria y los demonios oscuros abandonarán su exilio de las tinieblas. - Recitó Hitomi en un antiguo idioma ininteligible para Van, el idioma de Atlantis.

Van miró con preocupación a Hitomi. Parecía una persona distinta a la que conoció hace tiempo atrás. No solo su extraño comportamiento se lo hacía sospechar. Su mirada perdida así como la palidez de su rostro alarmó al Rey. Este zarandeó violentamente pero con cuidado agradándola fuertemente de sus brazos, haciendo todo lo posible para que volviera a la normalidad logrando su objetivo. La palidez del rostro de la joven terrícola desapareció.

- ¡Mirad!

Lorel señaló al enorme agujero que se había formado en el interior del gran aro de luz. Algo descendía de él. Una enorme mole de piedra negra en forma de pirámide de tres lados invertida bajaba muy lentamente, atravesando la gran distorsión en el espacio formado por el gran anillo de luz. Sus dimensiones eran descomunales, titánicas, imposible de precisar desde tierra, empequeñeciendo el horizonte. Parecía completamente lisa y aparentemente sin vida en su interior. Numerosas hileras de luces azules recorrían la extraña construcción horizontalmente siendo en realidad grandes ventanales donde sus oscuros habitantes observaban a sus victimas. Numerosos edificios de Palace, los mas antiguos, se derrumbaron en ese momento debido al brutal cambio de presión que supuso la irrupción de la oscura ciudad de los Syarain sobre el cielo. El pánico se adueñó inmediatamente de la ciudad. Numerosas familias recordaron en ese momento la catástrofe de la Gran Guerra cuando Zaibach atacó la mismísima capital de Astria, produciéndose las mismas oleadas de terror y pánico, incrementadas por la visión por el miedo irracional que producía observar la gran ciudadela volante.

- ¿Que es esa cosa? - Gritó Dryden. Su miedo ante lo desconocido era fácilmente reconocible en su rostro. - ¿Que demonios es esa cosa?

Algunas luces de la gran mole flotante se apagaron. En ese momento comenzaron a aparecer numerosos objetos minúsculos comparados con la gran estructura de donde procedían, todos descendiendo en perfecta formación en línea distribuidos como si de escuadrones se tratasen. Eran como avispas asesinas en busca de su próxima víctima, y todas se dirigían hacia Palace, la capital del reino.

- La invasión ha comenzado tal y como predijo Hitomi. Ya es demasiado tarde para abandonar Palace pero aun podemos impedir que la ciudad sea arrasada. - Dijo Allen, decidido a luchar para proteger la capital.

Van miró a Lorel fijamente y este afirmó con la cabeza. Su intención era la de luchar junto a Allen contra el enemigo mientras Hitomi y Merle fueran alejadas del peligro bajo la protección de su mas fiel soldado y amigo.

- ¡Vamos! - Lorel agarró con fuerza a Hitomi y a la problemática chica gato de las manos y las acompañó casi por la fuerza al interior del Phaere, pero estas, al ver como Van no seguía con ellas se alarmaron.

- ¡Espera! ¿Que pasa con Van? - Dijo Hitomi intentando desembarazarse de Lorel pero este no le soltaba.

- Lo importante en este momento es poneros a ambas a salvo.

- ¡Ni hablar! ¡Yo quiero luchar junto a mi señor! - Vociferó Merle intentando, al igual que Hitomi, deshacerse de Lorel.

Van se encontraba en el exterior junto a tres soldados de Fanelia, todos ellos dispuestos a pilotar sus guymelefs y facilitar la huida del Phaere así como para defender la ciudad de sus atacantes. El Rey observó el rostro de preocupación de Hitomi. No quería despedirse de ella antes de entrar en batalla porque eso sería como sellar un terrible destino y así lo hizo. Hitomi leyó en el rostro de Van todo lo que este quería decirle en silencio. Dejó de forcejear con Lorel para estar junto a Van en estos momentos y se dirigió al interior del Phaere, convencida de su regreso puesto que sólo. Merle por su parte seguía intentando librarse del General de Fanelia sin conseguirlo.

- Rey de Fanelia, no estás obligado a ...

- No dejaré que Astria sufra de la misma manera en la que ya lo hizo Fanelia. - Dijo con firmeza. - No os preocupéis por Hitomi y Merle. Lorel las protegerá aun a riesgo de su vida.

- Gaddes. - Dijo Allen. Era el único Cruzado que ahí se encontraba mientras que los demás se encontraban en tareas de mantenimiento y puesta a punto del Crusade. - Tu y los Cruzados escoltareis al Phaere hasta Fanelia.

- Pero señor ... - Gaddes se adelantó en señal de protesta ante la orden de su comandante. Tanto él como sus hombres deseaban entrar en combate contra el enemigo.

- El Rey así como la princesa Eries os acompañaran. No creo que esos rufianes, sean quienes sean pretendan invadir Fanelia. Allí estarán seguros.

- ¡Allen! - Gritó Eries. Drydent en cambio no dijo nada. Aunque no estaba dispuesto a escapar de Palace de esa manera, la principal obligación de sus Caballeros Celestes era la de proteger al Rey y a los miembros de la Casa Real.

- Princesa, debéis abandonar Palace por vuestra propia seguridad. Volveremos a reunirnos una vez que hayamos rechazado al enemigo, pero mientras tanto debéis esperar en Fanelia. - Allen observó el rostro de preocupación de Eries, preocupación no sólo por el destino que le aguardaba a la ciudad, sino también por la seguridad del Caballero Celeste. - Os lo juro por mi honor.

- Siempre has cumplido con tu palabra. Te estaré esperando en Fanelia. así como noticias esperanzadoras.

Una serie de temblores producidos por grandes piernas metálicas anunció la llegada de guymelefs a la zona de embarque. Eran cuatro, tres de ellos grandes armaduras típicas de Fanelia de color marrón y armados con grandes hachas empuñadas a dos manos, seguidos de un robot muy especial, el Dragón Escaflowne pilotado por Van Fanel.

- ¡Allen! - Gritó Van indicándole con ello su intención de combatir contra los invasores invitándole a luchar juntos espada con espada. Argon, que allí se encontraba siempre junto a su rey, ultimó una serie de órdenes con sus hombres de confianza. Drydent le asignó la protección del puerto para asegurar la huida del Phaere, misión que acepto a regañadientes ya que su deber de caballero era la de permanecer junto a su rey.

Allen Schezar se dirigió raudo hasta las proximidades del Crusade sin que antes Dryden le pidiera dirigirse lo antes posible al palacio para proteger a Millerna. El Caballero Celeste así lo prometió al igual que prometió a Eries reunirse en Fanelia. El Scherezade acababa de ser arriado del Crusade gracias a Gaddes y a sus hombres. Sentado sobre un gran trono de metal con su característico sable en un recipiente especial a su lado, Allen subió a la pierna derecha del robot de un grácil salto digno del mas ágil de los felinos y abrió la cabina del guymelef soltando un gran chorro de vapor al exterior. Rápidamente se introdujo en él anclándose los sistemas mecánicos de control y quedó momentáneamente en silencio, dejando al traqueteante ruido de la enorme maquinaria que permitía al Scherezade moverse interrumpir por momentos la concentración del Caballero Celeste antes de entrar en combate.

Escaflowne seguido de tres guymelefs de Fanelia llegaron a la zona de hangares del puerto donde se encontraban la mayor parte de los cruceros de Astria resguardados de las inclemencias del tiempo. A lo lejos, la gran ciudad flotante seguía descargando oleadas de seres o máquinas sobre Palace. Con dificultad podía verse como un gran numero de ellas caían de forma brutal y sin piedad sobre las numerosas estructuras de la capital destrozándolas. La oscuridad que en ese momento se apoderó de la ciudad impedía distinguir con claridad la naturaleza de los invasores, una incógnita que no sólo inquietaba a Van, sino también a los hombres que lo seguían.

Los guymelefs estándar de intervención de Astria que se encontraban en aquel momento en los numerosos navíos de guerra que ahí se apostaban comenzaron a salir con la intención de proteger el puerto y avanzar hacía la ciudad para apoyar a los ejércitos que la protegían y llegar lo antes posible al palacio. Hasta el momento, ni Van ni su escolta habían entrado en contacto con el invasor. El puerto se encontraba aun intacto mientras que a lo lejos podía observarse como una gran catástrofe se cernía sobre la ciudad. Van aumentó su ritmo para llegar cuanto antes a los límites de la ciudad siempre seguido por sus hombres para combatir cuanto antes contra el enemigo. Al fin llegaron a los últimos hangares que guardaba el puerto. Mas allá les separaba de la ciudad una larga y ancha carretera que conectaba el puerto, construido a lomos de una gran montaña, con la ciudad de Palace.

Un extraño sonido alertó a Van y a sus hombres, una especie de chirrido ensordecedor y justo después una gran explosión. Un guymelef astriano apareció tras uno de los hangares dejando tras de si una gran nube de polvo, estrellándose contra la montaña destrozando su estructura de metal. Algo lo había golpeado con una fuerza brutal. El rey de Fanelia se detuvo indicándole a sus hombres que hicieran lo mismo. Su enemigo, aun desconocido, se encontraba tras los muros de un gran depósito y se aproximaba a ellos a tenor de la distancia de sus pisadas. Una máquina de apariencia humanoide completamente oscuro apareció tras la esquina del hangar. Del tamaño de un guymelef típico, parecía diseñado por un ente maléfico. Su cabeza triangular aplastada junto con su fino contrastaba con el resto del cuerpo, una extraña armadura completamente oscura de bordes lisos y curvos de proporciones muy cercanas a las de un ser humano. Sin apenas hombros, sus extremidades eran largas y fuertes terminaban en unos dedos afilados parecidos a las garras de un animal felino. Su espalda era adornada con una fantasmagórica capa oscura cuya tela inmaterial parecía terminar en una extraña neblina. Un extraño fulgor situado en el yelmo de aquella armadura, donde teóricamente deberían de situarse unos supuestos ojos, apareció de repente al advertir la presencia de mas victimas. Estaba aparentemente desarmado pero no pareció preocupar al piloto de aquel engendro, si es que tal monstruo poseía en su interior un ser que lo pilotaba. Alzó su brazo derecho y abrió completamente la palma de su mano apuntando al Dragón y a los guymelefs que lo acompañaban. Van y sus hombres al ver el gesto de aquel extraño robot se prepararon para un inminente y desconocido ataque del enemigo.

El sonido de otra gran explosión alertó a Van. Una nube de polvo se formó justo en frente del guymelef enemigo avanzando como una exhalación empujado por una fuerza sobrenatural, golpeando con brutalidad a unos de los melefs de Fanelia que escoltaban a su rey. A pesar del enorme volumen del guymelef, el golpe fue de tal magnitud que sus brazos no pudieron soportar la presión ejercida sobre la estructura separándolos del cuerpo metálico mientras este era lanzado a decenas de metros dejándolo fuera de combate. Después de unos segundos de confusión al ver como uno de sus hombres moría sin que el enemigo le hubiera alcanzado mediante algún arma visible, Van lanzó un grito de ira y cargó contra su enemigo ayudado por los dos melefs que aun seguían en pie. La afilada hoja del flamberge de Escaflowne cortó el brazo extendido del enemigo cayendo al suelo mientras que un soldado de Fanelia intentó partir por la mitad al guymelef oscuro esquivándolo de un salto hacía atrás. Dos engendros mecánicos mas aparecieron tras este de la nada, posiblemente camuflados gracias a la gran polvareda que se había levantado tras el ataque invisible que aniquiló a uno de los hombres de Van. Uno de ellos portaba en sus manos una lanza doble mientras que el otro parecía desarmado. Este último extendió al frente ambas manos abriendo sus palmas apuntando al Dragón. Van adivinó entonces sus intenciones y pudo apartarse antes que le arrastrara una nueva onda de choque, sin embargo uno de sus hombres no fue lo suficientemente rápido, llevándose el brazos del melef que portaba la alabarda. Desarmado, la última acción del valiente guerrero de Fanelia fue la de lanzarse contra su enemigo mas próximo y atravesar la armadura del guymelef matando a su piloto, y así lo hizo. Esquivó la lanza de este lo suficiente para no morir antes de conseguir su objetivo dañando parte de la cabina sin llegar a ser un golpe fatal. Van le ordenó a su hombre que se detuviera pero este no hizo caso. Una vez cuerpo a cuerpo con su oponente, el melef atravesó la cabina de su enemigo mediante el brazo no amputado matando instantáneamente al piloto que guardaba en su interior. Desgraciadamente para el valeroso guerrero de Fanelia, una hoja de metal partió en dos su guymelef a la altura de la cintura matándolo a este también. La acción de Gher, así se llamaba el piloto que había abatido al primer enemigo, sirvió para que Van así como el último soldado de Fanelia que quedaba aun en pie se percataran de la naturaleza mortal del ejercito invasor. Uno de los guymelefs juntó ambas manos como portando un arma invisible. En unos instantes, una tenebrosa neblina se formó en ellas apareciendo una gran espada a dos manos que utilizó para atacar al Dragón mientras que el otro guymelef, al que Van seccionó uno de los brazos, materializó un nuevo brazo a partir de otra nube de gas que envolvía su brazo. Disparó otra onda de choque contra el melef de Fanelia que quedaba en pie destrozándolo por completo. Van atacó con furia contra atravesando el depósito de energiste de su contrincante situado en el hombro derecho inutilizando el robot cayendo al suelo como un títere inanimado. Cansado por el esfuerzo realizado y consternado por la pérdida de sus hombres, apenas pudo reaccionar a tiempo antes que otra nueva onda de choque fuera disparada por el robot enemigo que aun quedaba en pie y le impactara de lleno. Gracias a la maniobrabilidad de Escaflowne, Van esquivó de un salto la fuerza invisible que permitía a los invasores abatir a sus víctimas a distancia. Sin embargo, el guymelef oscuro anticipó los movimientos del Dragón y se dispuso a volver a disparar contra el rey de Fanelia y acabar de una vez por todas con tan molesto adversario. En ese momento apareció el Scherezade cayendo sobre él partiéndolo por dos a la altura del hombro para rematarlo después atravesando la cabina de mando matando a su piloto.

- ¿Estás bien? - Preguntó el Caballero Celeste. Examinó detenidamente el estado de Escaflowne para observar algún posible corte en la armadura del guymelef construido por Ispano. Este se levantó de inmediato del suelo alejando la posibilidad de una posible herida de gravedad por parte de Van.

Esta vez fue el piloto de Escaflowne, gracias sexto sentido que otorgaba Dragón a Van, el que salvó la vida a Allen. De un nuevo salto golpeó al Scherezade en el preciso momento en el que un nuevo guymelef oscuro caía al suelo con una fuerza terrible seguido de otros tres secuaces, modelos idénticos a los enemigos abatidos pero diferentes al mismo tiempo. No llevaban capa, sino dos apéndices situados en su espalda a modo de alas completamente lisas, metálicas y aparentemente afiladas como cuchillas, también oscuras al igual que el exoesqueleto del guymelef plegándose al aterrizar apareciendo en su lugar su característico manto fantasmal. Un nuevo resplandor apareció en los ojos de los robots invasores decretando con ello la muerte de los dos seres humanos que han osado destruir tres Nereides Syarain, los mas perfectos guymelefs construidos en Gaea. Los cuatro Nereides alzaron la vista y emitieron un horrible chirrido como lobos aullando en luna llena consiguiendo el objetivo que se proponían, aterrorizar al Dragón.

...

La puerta del Phaere se cerró con un gran estruendo. En su interior se encontraban Hitomi, Merle, Dryden y Eries siempre acompañados por Lorel y tres soldados como escolta, todos ellos de Fanelia. El interior de la enorme fragata de Fanelia era muy parecido al Crusade, algo normal ya que, al igual que el navío de Allen, se trataba de un buque de fabricación astriana. Una puerta metálica se abrió en uno de los laterales del pasillo. Dos soldados de Fanelia, armados con espadas, acompañaban a un tercer hombre de aspecto un tanto peculiar. Era joven, sin sobrepasar seguramente los veinte años. Su extraña vestimenta consistía en una túnica azul y morada abarcando todo su cuerpo de grandes y anchas mangas y pecho parcialmente al descubierto, seguramente debido al calor y a la humedad del interior del Phaere. De rostro jovial al igual que Lorel pero con ligero atisbo de preocupación debido a la situación actual, llevaba unas pequeñas gafas sin montura de lentes perfectamente circulares sujetas firmemente sobre su pequeña y respingona nariz. Sus cabellos eran completamente rubios y largos, adornados con dos pequeñas trenzas que caían sobre sus hombros. Una cinta roja recorría su frente.

- ¿Que está ocurriendo ahí afuera? - Preguntó el extraño hombre. - ¿Qué es esa cosa que ha aparecido de repente en el cielo?

- Si tuviera respuestas sin duda que contestaría a todas tus preguntas. - Contestó de manera evasiva. - De lo único que estoy seguro es que algo así no presagia nada bueno. Preparad al Phaere para un despegue inmediato. Que todos los soldados sin excepción ocupen sus puestos.

- ¡Ya habéis oído! - Dijo el hombre dirigiéndose a los dos soldados que se encontraban junto a él. - Movilizad a todos y preparaos para un posible despegue de emergencia. Esta vez no quiero fallos como la última vez.

Los dos soldados afirmaron con la cabeza y desaparecieron tras la puerta de metal sin cerrarla. Aquel hombre miró entonces a Hitomi vislumbrado ante tanta belleza, hipnotizado ante sus hermosos y grandes ojos verdes. Era el típico cliente de tabernas que las visitaba con frecuencia para conocer a las mas hermosas señoritas y pasar la noche junto a ellas, valiéndose siempre de su atractivo físico para que la velada no repercutiera en su bolsillo.

- ¡Mujer hermosa entre hermosas! - Dijo tomado una de las manos de una sorprendida Hitomi. - Es una pena que nos conozcamos en tan funestas circunstancias, mas no debéis permitir que el desazón llene vuestro corazón ...

Hitomi se encontraba sorprendida ante su actitud en un momento tan delicado como el que estaban presenciando. Merle se cruzó de brazos molesta por la falta de atenciones recibidas a diferencia de Hitomi.

- Disculpa a Brant, Hitomi. - Dijo Lorel apartando la mano de este sobre las de la joven. - Aun me sigo preguntando que parte de su anatomía controla sus acciones.

- ¿Hi ... Hitomi? ¿Hitomi Kanzaki, de la Luna de las Ilusiones? - Brant miró de nuevo a la joven y se arrodilló ante ella como implorando perdón ante su terrible falta cometida. Había intentado seducir a la prometida del rey Fanel. - ¡Por favor disculpadme! No tenía conocimiento que vos erais Lady Hitomi ... os pido mis mas sinceras excusas ...

- No os preocupéis, yo ... - Dijo Hitomi sin saber exactamente cual deberían ser sus palabras.

- No hay tiempo para eso. - Dijo Lorel. - Concéntrate en hacer que este amasijo de madera y metal despegue cuanto antes del puerto y podamos estar a salvo. Espero que esta vez nos elevemos sin llevarnos por delante ningún edificio tal y como ocurrió la última vez en Fanelia.

Brant se levantó del suelo como si nada hubiera dicho al oír de labios de Lorel una sonora indirecta acerca de su manera de manejar el Phaere. Sólo había una cosa para él mas importante que las mujeres, su honor.

- ¡No está nada mal para el primer oficial de navegación de Fanelia en décadas! ¿Acaso crees que tu lo harías mejor, teniendo en cuenta tu pequeño problema con las alturas? - Se burló Brant.

- No quisiera interrumpir esta conversación sin parecer brusco ... - Dijo Dryden. - ... pero me temo que nuestra mayor preocupación en estos momentos es la de escapar lo antes posible del puerto.

Un temblor y una extraña sensación de movimiento interrumpió a Dryden. Los depósitos de energiste del navío comenzaron a enviar chorros de calor a la gran piedra levitante que permitía el vuelo así como a los cuatro motores principales que disponía en Phaere.

- Estamos listos para partir. - Dijo Brant mirando con atención a las paredes del buque, nuevamente maravillado ante tanto poder que permitía elevar tal mole cientos de metros en las alturas.

La cabina de mandos del Phaere era muy diferente a la del Crusade, tantas veces vista por Hitomi y Merle. De forma semicircular y dominado por un gran cristal donde se podía divisar parte de la proa del navío y el horizonte, la formaban dos niveles separados por una pequeña barandilla de metal para evitar posibles caídas y conectados ambos por dos pequeñas escaleras de caracol. En el nivel superior se encontraba el timón principal siendo utilizado casi exclusivamente por el oficial de navegación, en este caso Brant. Abajo, media docena de soldados de Fanelia que iban y venían continuamente de un lado para otro controlaban el perfecto funcionamiento de la nave mediante numerosos indicadores de presión y temperatura.

- ¡La ciudad está siendo atacada! - Gritó uno de los soldados, el encargado de las comunicaciones visuales con el exterior. A lo lejos, un hombre situado en una torre portaba dos banderas rojas agitándolas con fuerza, señal que indicaba un ataque por parte de un enemigo desconocido. Instantes después, un gran estruendo y dicha torre cayó derrumbada bajo su propio peso.

- ¡Guymelefs sobrevolando el puerto! - Gritó otro soldado. Eries y Dryden se aproximaron a unos de los grandes ventanales del Phaere. Con dificultad pudieron distinguir difusas sombras cruzando el ennegrecido cielo de Palace, sombras oscuras aladas.

- Sean quienes sean poseen la tecnología suficiente como para dotar de sus máquinas de capacidad de vuelo. - Meditó Dryden.

- ¿Qué podemos hacer entonces? El Phaere es un navío de transporte, no de guerra. - Dijo Brant. - Una vez que nos elevemos seremos un blanco fácil.

Lorel no sabía que hacer. Si abandonaban el puerto corrían el riesgo de entrar en un infierno mucho peor del que se libraba en tierra pero quedarse podría ser un peligro mucho mayor. Las tropas terrestres Astrianas comenzaron a desplegarse para contrarrestar el ataque de los Syarains mientras que las grandes balistas de defensas mantenían a raya a los Nereides que trataban de penetrar en el espacio aéreo cercano del puerto.

- Me temo que no podemos hacer otra cosa que esperar un milagro. - Contestó de manera sombría. - Tienes razón. Sería un suicidio abandonar el puerto en este momento. Esperemos que la fortuna nos sonría y cambie nuestra suerte.

Eries seguía junto a cristal apoyándose en él. Tenía por la seguridad de Allen y, aunque no debía darle por muerto, una extraña sensación la obligaba a ver al menos por última vez al Caballero Celeste. Tras los muros de un gran hangar, una armadura metálica de inconfundible belleza se alzó, el Scherezade, listo para entrar en combate contra el enemigo.

- Allen. - Dijo Eries. Sus manos acariciaron al Scherezade en la distancía, sintiendo en su piel el frío cristal del Phaere.

...

El bramido de numerosas explosiones cercanas al Palacio vaticinó la llegada de Los Caídos Syarain a las proximidades del Palacio Aston, donde los temibles guymelefs Nereides aterrizaban sobre los edificios cercanos dejándolos completamente en ruinas. Dos nuevos impactos, esta vez en el mismo patio del castillo indicó la inminente toma de este ante la aparente facilidad de los invasores para contrarrestar las defensas. Serena miraba aturdida por la ventana de la estancia donde se encontraban los embajadores de los países invitados a la cumbre a excepción de Gosser. Numerosas columnas de tropas descendían de la gran ciudad levitante situada en los cielos de Palace. Parecían tener diferentes tamaños, pequeños en comparación con una minoría, del tamaño aproximado de un guymelef, pero todos compartían un elemento en común, sus alas oscuras. Una tercera explosión muy cercana hizo que Serena cerrara rápidamente la ventana corriendo las cortinas e instando a su reina y a los emisarios de los reinos aliados apartarse de ella por su propia seguridad. En ese momento, el cristal estalló en mil pedazos. Un pequeño trozo alargado de metal glima atravesó la ventana pasando muy cerca de Kazia para clavarse en uno de los numerosos cuadros que adornaban la pared de la estancia.

Alguien abrió violentamente la puerta, un soldado de Astria empuñando una espada. Un pequeño trozo de tela ensangrentado atado de manera provisional en su brazo izquierdo indicaba que había sido herido en dicha zona, posiblemente por otra flecha metálica disparada desde el exterior.

- Mi señora. - Dijo apresuradamente. - El ejercito invasor ha tomado el patio principal y se disponen a entrar en el interior del palacio. Debéis abandonar inmediatamente el castillo mientras podamos contener al enemigo.

- Ningún gobernante abandonaría su país en un momento como este. - Dijo. - Abandonar Palace sería como entregar nuestra ciudad al ejercito invasor. Acompañad a los embajadores hasta los túneles de escape del palacio ...

-¡Millerna! - Replicó Serena, sorprendida.

- Su país la necesita ahora mas que nunca ... - Dijo Kazia. - ... pero de nada ayudará dejarse matar ante el enemigo. Es joven y quizás no comprenda mis palabras, pero tarde o temprano comprenderá el verdadero significado de lo que es ser la gobernante de un país. Si usted muere, Astria morirá también.

Millerna dudó por un momento pero una nueva explosión, esta vez situada en el ala este del palacio demoliendo esta hasta sus cimientos, hizo tomar una decisión precipitada pero acertada para las posturas de Kazia y Serena. Esta respiró aliviada, ya que debido a su nuevo cargo de capitana de la Guardia Real, estaba obligada a proteger a su reina ante cualquier agresión, y eso incluía obligar a Millerna a abandonar el Palacio aun en contra de sus deseos.

- Enviad tropas a proteger la entrada del palacio. Si no podemos impedir la entrada del enemigo, al menos debemos retrasarla para poner a salvo a la reina y a los mandatarios extranjeros. Quiero que todos los efectivos del castillo se movilicen para esto. - Ordenó Serena al soldado que informó de la inminente caída de las defensas del palacio. Este afirmó con la cabeza y abandonó la estancia llevándose consigo a todos los soldados que custodiaban a la reina y a los embajadores, tal y como había sido ordenado por su nueva capitana. Sólo los escoltas de los embajadores de Ezgardia y Bashram se encontraban en ese momento junto con Eargiav y Vaerek. La habilidad de Kazia en el manejo de la espada le hacía innecesario escolta durante la cumbre. Samian por el contrario jamás se perdonaría haber dado el día libre a sus hombres. Muy posiblemente habrían perecido tras la toma del ala este del castillo, donde se encontraban sus habitaciones.

- Debemos abandonar el Palacio inmediatamente utilizando los túneles de escape antes que el ala oeste del castillo sea también tomado por las fuerzas enemigas. - Dijo Serena. - La entrada se encuentra en la misma sala del trono. Debemos llegar a ella cuanto antes,  una vez dentro del complejo de cuevas y cavernas estaremos a salvo del ejercito invasor.

Serena desenvainó su espada bastarda, grande y pesada para una mujer, nunca antes utilizada por un Caballero Celeste, sin embargo, tal espada fue la empuñada por Gosser la noche en la que se batió contra él, el mismo acero que utilizó en el combate contra Argon saliendo victoriosa y convirtiéndose en capitana de la Guardia Real Aston. Miró fijamente la hoja viéndose reflejada en ella, tal y como lo hizo Gosser aquella noche. Estaba preocupada, tanto o mas que la propia seguridad de su propia reina, pero intentó no exteriorizar tal sentimiento, sin embargo, Millerna observó una gran inquietud en ella.

- Embajador Kazia. - Dijo. - Se por mi hermano que no tiene rival en su hermoso reino en el manejo de la espada, una habilidad innata en cualquier guerrero protector del Templo de Fortuna.

- Así es. - Contestó con firmeza.

- No nos queda tiempo y no sabemos si el enemigo ha conseguido entrar en el interior del palacio. Nuestros soldados serán mas útiles defendiendo los accesos a nuestra posición que escoltarnos a la sala del trono. - Dijo Serena. - Usted y la escolta del señor Vaerek cuidarán nuestras espaldas mientras los hombres de Eargiav avanzarán conmigo.

Los escoltas de sus respectivos embajadores esperaron la autorización de sus superiores, dando estos inmediatamente el permiso esperado.

- Deberán avanzar rápidamente separados unos cinco metros de cada extremo por seguridad. - Dijo Serena mirando a los embajadores Vaerek, Samian y Eargiav así como a su reina, Millerna Aston. - Una vez lleguemos a los túneles estaremos a salvo.

Kazia desenvainó su espada así como los hombres encargados de la escolta de sus respectivos embajadores, ahora todos convertidos en soldados de un único reino por su propia supervivencia.

...

El sonido de decenas de armaduras chocando unas contra otras invadió el pasillo. Dolvant y sus hombres, unos cincuenta, armados todos con pesadas alabardas y equipados con armadura de combate, luchaban entre ellos mismos mediante empujones para llegar cuanto antes a las puertas de entrada al Palacio Aston e impedir la entrada del enemigo al interior, un enemigo desconocido para ellos. Las comunicaciones con el exterior del castillo, incluso con el cercano patio de acceso estaban totalmente interrumpidas. Todo lo que sabían es que un gran número de soldados de procedencia desconocida habían tomado el exterior dispuestos a irrumpir en cualquier momento en el edificio. Todo el que se aproximaba a las ventanas con el fin de observar al ejercito invasor moría de un certero disparo de una flecha de diseño totalmente desconocido, saetas completamente metálicas, brillantes incluso en la completa oscuridad, capaces de atravesar a varios hombres enfundados en las mas magníficas armaduras no solo debido a la potencia de tales disparos, sino también gracias al filo de tales armas cortantes como espadas afiladas incluso después de impactar contra el mas duro de los metales.

Al fin llegaron a su objetivo, la gran estancia donde se encontraba la puerta principal. Dolvant, así como los soldados respiraron tranquilos por un momento pero el sonido de algo golpeando contra la entrada de acceso les devolvió a la cruda realidad. Las enormes puertas del palacio, grandes bloques de madera y metal, parecían inexpugnables ante cualquier intento por parte del enemigo de atravesarlas a menos que utilizaran guymelefs o algún otro artefacto para derribarlas. Los soldados Astrianos, valientes y decididos no dudaron en prepararse para una terrible embestida. Dolvant dispuso a sus hombres en formación de flecha invertida para así asegurarse de una respuesta conjunta ante los invasores. Otro golpe, astillando este parte de la estructura de la puerta pero sin hacerla ceder aun hizo aparecer diversas grietas donde se podía ver con dificultad a través de ellas un número indeterminado de seres enfundados en resplandecientes armaduras. Justo delante de ellos había algo mas, una gran mole parecía golpear repetidamente la puerta hasta que esta al fin cedió. Un miembro de metal, mucho mas grande que el brazo de un ser humano y completamente blindado abrió un agujero en la estructura de madera remachada con piezas de metal para verter en el interior una lluvia de fuego y azufre. Muchos de los soldados que ahí se encontraban murieron quemados, achicharrados e incluso derretidos. Tan solo algunos guerreros, entre ellos Dolvant, fueron lo suficientemente rápidos como para buscar un improvisado refugio entre las grandes columnas del recinto. Veían imponentes como muchos compañeros a los que aquel fuego abrasador les había alcanzado por completo como se consumían entre las llamas, gritando de manera horrible mientras que otros, los mas afortunados, morían aplastados bajo una enorme armadura que apareció de repente tras derribar esta la puerta principal. El joven Cabo quedó paralizado por el terror al ver a tal criatura, un Golem creía él, una criatura mítica de las que solo se nombraban en viejos cuentos y leyendas, seres inanimados que cobraban vida tras un sangriento ritual de brujería donde la sangre y  la muerte eran ingredientes esenciales. Su aspecto era aterrador. De tres metros de altura y dos de ancho, pequeñas pero poderosas extremidades en comparación con la enormidad de su cuerpo completamente blindado con numerosos remaches donde se unían un gran número de placas metálicas, todas ellas formando una compleja estructura. Su cabeza no era mas que una sencilla extensión de su cuerpo, careciendo por lo tanto de cuello y conservando su diseño anguloso al igual que la armazón en donde se apoyaba. Sus articulaciones se estremecían cada vez que el monstruo giraba bruscamente en busca de su presa produciendo unos chirridos parecidos a unos engranajes, descubriendo ante sus enemigos su verdadera naturaleza pero esto no preocupaba a los Syarain ya que en aquel momento lo único en lo que podían pensar los soldados supervivientes era la de salvar sus propias vidas.

El Golem levantó uno de sus brazos, un gran tubo de metal aparentemente hueco y carente de manos para formar una terrible arma cortante solidificando una gran cantidad de líquido en el tiempo que dura un parpadeo para cortar por la mitad a uno de los soldados a los que las llamas no les había alcanzado, haciendo desaparecer también la columna que utilizaba como improvisada defensa ante la carga que en ese momento se estaba produciendo. Aquellos soldados enfundados en resplandecientes armaduras de metal comenzaron a aparecer tras el Golem de hierro con la intención de cazar a las pocas victimas que en ese momento quedaban con vida. Armados con lanzas dobles, sus yelmos en forma de cabeza de dragón impedían a Dolvant observar sus rostros mientras veía como estos masacraban literalmente al resto de su compañía. Era espeluznante. No tuvo fuerzas ni siquiera para seguir viviendo después de presenciar tal tragedia. Lo único que podía hacer en ese momento era la de arrodillarse dejando caer el arma al suelo y esperar a que todo este sufrimiento acabase de una vez por todas.

Uno de los soldados enemigos se acercó a Dolvant muy despacio con la intención de alargar su sufrimiento todo lo posible antes de su muerte. El soldado Astriano solo pudo ver como una falda compuesta por numerosas anillas metálicas se paró ante él y un hacha de mano de hoja dentada se balanceaba levemente de un lado a otro. Alzó la vista cuando vio lo que él siempre había creído que existían en las peores pesadillas de los hombres. A diferencia de sus compañeros Kaini no llevaba yelmo, lo que le permitía provocar un placentero terror a sus victimas antes de segarles el alma con sus propias manos. Su larga cabellera blanquecina, movida incluso por los mas ínfimos soplos de aire, sus ojos oscuros y profundos, ligeramente sesgados y su rostro cadavérico pero a la vez liso como el mármol exigían la muerte inmediata de su adversario. Agarró a Dolvant de sus cabellos rojizos levantando levemente su cuello para seccionar de un certero golpe la cabeza de su adversario cayendo el cuerpo de este al suelo mientras Kaini disfrutaba de todo el dolor que él y sus hombres engendraban. La cabeza ya sin vida del valiente Cabo de infantería Astriana se convirtió en el primer trofeo de la noche del sanguinario Syarain.

- Matad humanos, despojadles de sus almas y alimentaos con ella. Hacedles ver que su era ha llegado a su fin. ¡Los Caídos tomaremos lo que nos corresponde por derecho! ¡Nosotros creamos Gaea! ¡Nuestra debe de ser entonces! - Dijo alzando su premio con su mano derecha mientras que con su izquierda sujetando su hacha totalmente ensangrentada. Todos los soldados oscuros que ahí se encontraban gritaron al oír las palabras de su líder alzando ellos también las cabezas arrancadas de sus oponentes.

...

Multitud de soldados iban y venían por los intrincados pasillos del palacio preparándose para la contención del enemigo, otros yacían en el suelo atravesados por afiladas saetas disparadas desde el exterior por un enemigo no visto hasta ahora. Todo soldado enviado a repeler el ataque en el interior del castillo no regresaba para informar a los suyos de la situación de los invasores, sólo se tenía la certeza de su situación por la situación física de los combates. Los Syarain avanzaban como un río de lava, exterminando toda forma de vida en cada habitación y estancia que encuentran para seguir su camino.

- ¡Avanzan hacia la entrada principal! - Gritó un oficial. Numerosos soldados llegaron en ese momento para repeler el ataque de los invasores. - Señor, debe abandonar esta zona, no podremos retenerlos durante mas tiempo.

- ¿Donde se encuentran los reyes Millerna y Dryden? - Preguntó Gosser.

- Tenemos entendido que se dirigen ahora hacia la sala del trono junto con los emisarios de los países aliados donde escaparán del palacio por los túneles subterráneos. - Contestó . - ¡Es su única posibilidad de escapar! ¡Váyase antes de que sea demasiado tarde! ¡Huya!

Los soldados cerraron las grandes puertas de madera que conectaban el pasillo principal del ala oeste del palacio con la entrada y se prepararon para el inminente enfrentamiento contra el enemigo. Numerosos pasos y gritos llegaban del otro lado. Todos los guerreros astrianos desenvainaron sus espadas y prepararon sus pesadas alabardas con la intención no sólo de proteger a sus reyes. Sus compañeros caídos en combate imploraban venganza sobre sus verdugos.

Gosser obedeció la que era la posiblemente era la última voluntad del oficial de Astria. Con un golpe de atención a sus hombres, él y su escolta abandonaron rápidamente dicha zona. El mayor entrenamiento por parte de Dales le hizo soportar a duras penas la presión a la que estaba sometidos y al tremendo cansancio debido al esfuerzo realizado. No era fácil correr con un enemigo pisándole continuamente los talones mientras cargaban con su pesada armadura. Kiter por el contrario apenas podía mantener el endiablado ritmo de su compañero y su comandante.

- No lo entiendo. ¿Por que huimos de nuestros aliados? - Preguntó Kiter realizando para ello un esfuerzo sobrehumano. Apenas le quedaba aliento para hablar.

- No huimos, pero tampoco conviene interponernos entre el cazador y su presa.

En ese momento, la puerta principal que defendían los últimos guerreros de Astria cayó bajo la temible fuerza ofensiva de los Syarain. Kiter miró atrás. El pasillo era largo, muy largo, decenas de metros de tela roja bañada abundantemente en sangre. A lo lejos, los valientes soldados repelían como podían a los Syarain, sin embargo, los soldados oscuros poseían de un arma temible que utilizaban sin contemplaciones contra su enemigo, el terror natural que irradiaba cualquier Caído. Tras ellos, una temible criatura de metal de tres metros golpeaba sin cesar contra los muros provocando graves daños en estos. De un golpe aniquilaba a varios enemigos partiéndolos por la mitad gracias a la afilada hoja que portaba uno de sus brazos mientras que remataba con sus pequeños píes en comparación con su enorme cuerpo a cualquier soldado malherido en el suelo.

- Deteneos. Desenvainad vuestras armas y arrojadlas al suelo. - Ordenó Gosser. Sus hombres obedecieron inmediatamente.

El último de los soldados astrianos cayó de manera fulminante y expeditiva bajo una flecha de metal disparada a quemarropa seccionándole la cabeza convirtiendo al pobre infeliz en un títere inanimado cayendo este al suelo sin vida. Había sido una masacre. Los Syarain pronto se percataron de la presencia de tres seres humanos unos metros mas adelante, dos de ellos desarmados mientras que un tercero envainaba una espada en su mano derecha. Los soldados oscuros gritaron provocando un miedo irracional en Kiter y Dales. Gosser no se inmutó. No conocía el miedo. Tres ballesteros Syarain cargaron sus armas y se dispusieron a acabar con las vidas de sus enemigos cuando observaron como uno de ellos, Gosser, se adelantó y alzó sus manos a ambos lados, siempre con su espada desenfundada. Kiter y su compañero percibieron algo extraño en su comandante cuando este pronunció unas palabras ininteligibles en un idioma desconocido para ellos, pero no para el Zaibach y los Syarain. El antiguo idioma de Atlantis.

...

La sala del trono, donde se situaba la única entrada a los subterráneos del castillo. La reina de Astria Millerna acompañada por su escolta personal, Serena, y los otros mandatarios de los países aliados entraron de manera precipitada al interior del gran salón. Junto a ellos, los guardaespaldas de cada embajador y un reducido pelotón de soldados de Astria. Nuevas explosiones producidos por el derrumbe de numerosas secciones cercanas del palacio indicaron la proximidad del invasor. Las tropas enemigas dominaban ya gran parte del palacio Aston, barracas y hangares de guymelefs incluidos produciendo una autentica matanza entre las tropas astrianas, matanza del cual eran ajenos.

Toda la estancia era dominaba casi por completo una hermosa fuente en cuya base, Jichia, el Dios protector de Astria, permanecía completamente erguido sobre una gran columna enroscado en ella, todo tallado en un hermoso material parecido al mármol en el tacto pero de color azul oscuro. En su fauces, donde el agua caía de manera continua, portaba una piedra dragón iluminando toda la sala. Millerna se acercó a la fuente para activar el complejo sistema de engranajes que abrían el pasaje hasta el complejo subterráneo.

- ¿A qué espera? - Dijo Verek, impacienta mas que nadie para escapar de ese infierno. - Nuestros enemigos cruzarán en cualquier momento las puertas de entrada al complejo central del palacio.

- No podemos dejar atrás al embajador de Zaibach. - Contestó Serena en lugar de Millerna.

- Gosser Názarie posiblemente esté en estos momentos muerto así como gran parte de los soldados que custodian el palacio. - Dijo Vaerek sin ningún tipo de tacto por su parte. Muchos de los presentes estaban de acuerdo en dicha afirmación pero no en las formas de hacérselo saber a la reina. Millerna y Serena se sintieron especialmente dolidas por las duras palabras del embajador de Bashram.

- Vaerek tiene razón. - Dijo Kazia, pero en nada estaba de acuerdo en la falta de acierto en las palabras del Bashramita. - Hasta ahora hemos tenido mucha suerte y no deberíamos tentarla mas aun. Gosser Názarie es un Gran Guerrero de Gaea, perteneciente a la Orden Sagrada, no debéis temer por su seguridad.

- Pero ...

- Me temo que no podemos hacer otra cosa. - Dijo Millerna interrumpiendo a Serena. - Debemos huir ahora que tenemos la oportunidad. No podemos hacer otra cosa que rezar por los nuestros.

Serena calló comprendiendo las razones de Millerna y de los embajadores pero no así las razones de su corazón. Si no fuera por las ataduras que imponía su deber, iría en busca de Gosser a través de los largos y ahora mortales pasillos del palacio en su busca.

La reina alzó su mano y extrajo de las fauces de la estatua de Jichia el energiste perdiendo este su brillo en el instante en el que ambas superficies dejaron de tocarse. La piedra dragón era la llave que abriría el pórtico de entrada a las entrañas de la tierra donde al fin se encontrarían a salvo.

Numerosos pasos metálicos resonaban en ese momento por los pasillos de entrada. Serena y los soldados que escoltaban a Millerna y a los embajadores extranjeros desenvainaron inmediatamente las armas dispuestos a repeler un posible ataque de sus enemigos. Un hombre alto con el uniforme de general de Zaibach atravesó la puerta raudo, también con su arma desenvainada, seguido con muchas dificultades por sus dos hombres, exhaustos tras la tremenda carrera a la que se habían obligado para alcanzar a tiempo a la reina y a su escolta.

- ¿Dónde se encuentran los reyes de Fanelia y Astria? - Fue la primera pregunta de Gosser al llegar junto a Serena. Esta quedó extrañada, no sólo por el misterioso interés y preocupación por Van Fanel. Esperaba al menos una mirada, un gesto, algo mas que una extraña pregunta después de lo ocurrido la noche anterior.

-Nos alegramos de su presencia entre nosotros, embajador. Por un momento temimos por su propia seguridad. - Dijo Millerna. - No debe preocuparse. Mi marido así como el rey de Fanelia se encuentran en estos momentos a salvo. Nos reuniremos en el monte Mithi para huir hacia Bashram.

- ¡No debemos perder el tiempo. - Dijo Samius, el embajador de Daedalus.

Millerna afirmó con la cabeza y, con el energiste en mano, se dirigió hacia uno de los muros de la sala adornado con dos estatuas de Jichia de forma muy parecida a la de la fuente, una de ellas, el dragón marino guardaba en sus fauces una piedra dragón mientras que en la otra, dicho compartimento se encontraba vacío. Millerna colocó con suavidad el energiste que portaba y se apartó rápidamente de la pared.

Serena miró a Gosser, pero este, aun percatándose que esta le estaba mirando, ni siquiera se molesto en devolverle la mirada. Serena estaba muy preocupada. Algo le decía que no era el mismo hombre con el que compartió toda una noche aun después de sus duras palabras antes de abandonar la alcoba. Quería que supiera que no estaba dispuesta a renunciar a su amor. Quería hablar con él y compartir sus inquietudes incluso en una situación como en la que se encontraban.

- Gosser ... - Dijo Serena. Este ni siquiera se inmutó, siempre mirando al frente, impasible ante la mirada y las palabras de la joven. Un temblor la interrumpió. El complicado sistema de engranajes comenzó a levantar el pesado muro de granito que tenían ante sus ojos movidos estos gracias a la energía que generaban ambos energistes. En poco tiempo, un oscuro pasaje iluminado por decenas de antorchas apareció ante los ojos de todos los presentes, adentrándose este en las entrañas de la tierra.

Vaerek fue el primero en querer cruzar la entrada a los túneles dejando a un lado incluso a la reina de Astria en un acto completamente falto de cortesía y educación, pero esa no fue la razón por la que murió a manos de Gosser, sino por el profundo odio que le procesaba. Nadie vio como lo hizo el General de Zaibach. Con una rapidez y destreza inaudita arrojó su sai con una precisión mortal al cuello de Vaerek produciéndole una muerte casi instantánea pero no falto de un terrible dolor. El puñal utilizado por Gosser en sus batallas para detener el acero de sus enemigos buscó de manera perfecta a su víctima en el aire mientras que, gracias a su duro entrenamiento junto con Maestros Asesinos Syarain durante su niñez en Cafidia, mató a Kazia hundiéndole su espada sobre su espalda a la altura del corazón aprovechando el mismo movimiento para desenvainar la espada del ya fallecido embajador de Freid y matar al soldado Astriano que se encontraba en su espalda. La muerte de Vaerek fue la señal acordada por sus hombres para que inicien también el ataque. Kiter mató a un escolta de Vaerek sin darle apenas tiempo para que este se defendiera. Era la primera vez que mataba a alguien y jamás podría olvidar aquel sentimiento que inundó su alma. Se sentía como un gusano inmundo después de arrebatar el bien mas preciado de cualquier hombre, su vida. Dales fue mucho mas frío. Para él, matar a otro ser humano era terrible pero siempre era mas preferible que sufrir en sus propias carnes la muerte. Serena y Millerna presenciaron todo pero eran incapaces de comprender lo que estaba sucediendo a diferencia del resto de la escolta que vieron en seguida una traición por parte de Zaibach.

Gosser giró sobre si mismo con ambas armas completamente extendidas como un torbellino hiriendo de muerte a dos soldados, un tercero fue desarmado con una patada para morir de forma rápida e indolora al hundir el Zaibach su acero sobre su corazón. Era algo terrible ver al General del Imperio en pleno combate. Manejaba ambas espadas como si extensiones de su cuerpo se tratasen segando vidas en un baile mortal. Su destreza y habilidad en el combate cegaban incluso a sus enemigos con sus continuos movimientos, reflejos felinos adelantándose a cualquier ataque y golpes imposibles de ejecutar. En cuestión de segundos todos los soldados así como los embajadores y emisarios cayeron bajo la terrible danza mortífera de Gosser. Sus hombres, que apenas necesitaron actuar para apoyar a su comandante, quedaron consternados ante la masacre que acababan de presenciar y la habilidad de su señor en el arte de la guerra.

"Otra vez esta sensación. Otra vez el olor de la muerte junto a mí." El general del Imperio quedó en silencio, cabizbajo y pensativo ante lo que acababa de hacer. Aquel Caballero Celeste que abatió durante la Gran Guerra, momentos antes de conocer el fatal destino de Jajuka y Dilandau, fue su último asesinato bajo ordenes del Consejo de Chamanes. Tenía la esperanza de volver a matar tan sólo una vez mas, a Van Fanel, piloto de Escaflowne y causante de la muerte del Escuadrón del Dragón pero el destino había decretado un porvenir cruel y macabro.

- Todo ha terminado Serena. - Dijo. - Rendios ambas ante la gloria de Zaibach y no sufriréis daño alguno.

Serena aun era incapaz de asimilar lo sucedido. Ni en sus peores pesadillas hubiera pensado que Gosser era el responsable de toda esta destrucción. No podía asimilar la dura realidad a la que se estaba viendo sometida en la que Gosser, la persona que creía amar, era el causante de tantos males y desdichas.

- ¿Por qué? - Dijo Serena. Sus ojos reflejaron una gran tristeza. - Yo ... confié en ti desde un principio. Mis sentimientos y mis recuerdos como Serena me decían que eras un hombre bueno y justo ¿Por qué haces esto entonces? ¿Por qué todo este horror?

- No disfruto con esto si de verdad lo crees así. Soy un soldado de Zaibach al servicio del Imperio y nadie puede cambiar eso, ni siquiera tú, Serena.

- ¿Qué te ha ocurrido? No ... no eres Gosser, no eres la misma persona con la me enamore ... ¡No puedes ser Gosser! - Gritó Serena. - Eras un hombre con corazón no una máquina que sólo sabe cumplir ordenes. Pasamos toda una noche juntos ¿no lo recuerdas?

- Te advertí entonces que le alejaras de mí. Yo no quería que sucediera nada de esto pero estoy obligado a cumplir la misión que me ha sido encomendada. Tú mas bien que nadie debería entender mi situación. Al enfundarte un uniforme de soldado, juras ante tus dioses que obedecerás ciegamente las órdenes recibidas por horribles que parezcan. Ponte en mi situación, Serena. Renunciarías a tu amor si este se interpusiera camino para lograr el objetivo de tu misión.

- ¿Ese es el amor que sientes por mi? ¿Un amor frágil y superficial? Sacrificaría no sólo mi vida por ti, incluso mi alma ... ¿es el mismo amor que sientes por mi?

- Me matarías para proteger a Millerna ¿no es así? Te contradices a ti misma, Serena. Tu y yo nos parecemos mucho mas de lo que crees ... cumplimos nuestra obligación a consta incluso de nuestros sentimientos ... ese es nuestro destino.

Serena se sacudió la cabeza para librarse de las hipnóticas palabras de Gosser, palabras llenas de veneno pero también de sinceridad. Tenía razón, estaba dispuesta a proteger a su reina de cualquier agresión, incluso de la persona que, a pesar de todo, seguía amando. Millerna seguía enmudecida, asustada por todo lo que podría pasar. Sabía que Serena era una excepcional espada pero nada podría hacer contra un Guerrero Sagrado.

- A pesar de todo no quiero luchar contra ti, Serena. Arroja el arma y entregaos, no lo pongáis aun mas difícil de lo que ya me resulta.

- Soy un solado de Astria tal y como tu has dicho ...  - Dijo Serena desenvainando su espada. Su tono se volvía cada vez mas amenazante. - ... y sabes que protegeré a Millerna aunque me cueste la vida.

- Esto no tiene por que acabar así. - Dijo Millerna fin dando un firme paso hacia delante. - Embajador, me entrego a vos con la condición de acabar inmediatamente con el asedio que está sufriendo la ciudad de Palace. Sea cual sea la intención de Zaibach, rezaré a Jichia por que la paz regrese otra vez a Gaea cuanto antes.

- ¡Millerna! - Gritó Serena volviéndose a colocar entre su reina y Gosser.

- Son palabras dignas de su posición, mi señora. - Dijo Gosser cortésmente. La decisión de Millerna hacía innecesario un incomodo combate contra la joven de la casa Schezar.

- ¡Jamás! - Gritó Serena. En sus ojos aparecieron un fugaz brillo. - No me rendiré ante el enemigo ... ¡no me rendiré ante Zaibach!

Con un alarido, Serena atacó espada en mano en contraposición con las órdenes de Millerna. Esta estaba consternada al igual que Gosser del brutal cambio en el comportamiento de Serena, comportamiento que el Zaibach pronto reconoció. Las espadas de ambos chocaron y por un momento, el General del ejercito Quimera observó unas pupilas enrojecidas en Serena. Por un instante de tiempo, su alma y su cuerpo se transformaron de nuevo en Dilandau después de un año prisionero en el interior del cuerpo de Serena. Una pequeña cicatriz en su rostro pareció perfilarse en su rostro. Gosser estaba asustado. Tenía miedo de haber revivido al mortal guerrero de Zaibach. Dilandau sintió un golpe a la altura del estómago salpicando de sangre el rostro de Gosser al toser este, cayendo después inconsciente al suelo. Su cicatriz comenzó a difuminarse de nuevo y su cabello, completamente blanco, comenzó a cambiar hasta que al fin, sus cabellos dorados volvieron a dominar su cabeza.

Gosser cayó de espaldas herido en un costado, mirando fijamente a Serena, auxiliada por Millerna. Esta volvió momentáneamente en si. Las miradas de ambos se entrecruzaron.

- Creía ... creía que me querías ... - Dijo Serena antes de desmayarse.

Kiter y Dales no tardaron a su vez en auxiliar a su señor. Durante todo este tiempo, sus hombres habían estado apartados en todo momento presenciando el improvisado espectáculo en el que se había convertido todo aquello. Hasta ahora ni siquiera llegaron a sospechar de un posible romance entre su Comandante y aquella hermosa joven.

- Estoy bien. - Dijo Gosser apartándose de sus hombres. Se levantó del suelo con ciertas dificultades debido al dolor. Seguía mirando a Serena, inconsciente. Su memoria volvió a rememorar aquel momento en la que la secuestró hace mas de diez años. Un sentimiento de odio hacia si mismo volvió a apoderarse de él.

Una multitud de pasos, sonidos metálicos producidas por decenas de botas metálicas al chocar estas contra el suelo de mármol de palacio, se aproximaban cada vez mas hacia la sala del trono donde se encontraban Gosser y Millerna así como la escolta del Comandante del Derethy, Kiter y Dales. Numerosos hombres enfundados en extrañas armaduras, compuesta cada una por centenares de anillas metálicas, todos ellos con resplandecientes yelmos en forma de cabeza de dragón y armados con enormes lanzas de doble filo. Millerna no comprendía nada. Tales uniformes no correspondían con ningún otro reino conocido, ni siquiera eran soldados de Zaibach. Aun así, Millerna si había visto anteriormente dichas vestimentas. Una de las paredes de la gran sala del trono era adornado con un antiguo cuadro que evocaba la invasión de los demonios procedentes de los abismos al antiguo reino de Centuria hace cientos de años, un cuadro donde los ejércitos de la oscuridad, dirigidos por un enorme dragón negro, embestía contra los grandes muros de la gran ciudad de Clarinnor, defendido esta por el guymelef primigenio, Darmalion, la Armadura Dorada, pilotado por el Rey Adrian, descendiente directo de Atlantis.

- Demonios. - Dijo Millerna.

...

La ciudad así como el puerto volante estaban completamente cercados por las tropas Syarains. El ejercito de contención situado en el puerto como escolta del Rey respondía  a las continuas agresiones del enemigo minando cada vez mas sus efectivos. En pocos minutos se formaron dos frentes, uno situado junto a Palace con las tropas enemigas hostigando a los defensores y haciéndoles retroceder poco a poco mientras que otro pelotón de guymelefs Syarains intentaban entrar por la retaguardia en el espacio aéreo protegido por la gran cantidad de torres balistas situadas en puntos claves, arcaicas pero efectivas para abatir incluso a los Nereides mas resistentes.

- Si no contraatacamos ahora nuestras defensas caerán irremediablemente. - Dijo Allen. Acababa de abatir a un guymelef enemigo derribando este anteriormente a tres guymelefs Astrianos, uno de ellos Caballero Celeste. - No podremos proteger durante mucho tiempo el puerto si no conseguimos contactar con nuestras fuerzas situadas en la ciudad.

- No podemos dividir nuestros esfuerzos. Nuestros enemigos atacan de manera coordinada por los flancos Este y Oeste. Nos están encerrando en nuestro propio terreno. - Dijo Argon. - Si atacamos, el Phaere quedaría indefenso durante el despegue.

Una gran sobra metálica pasó por encima de ellos. Un Nereides se estrelló contra el Scherezade haciéndole perder el control y caer sobre el Argos, el guymelef pilotado por Argon de Rytia. El hábil manejo de la espada de Allen fue suficiente para seccionar una de las piernas de su adversario haciéndole caer también a este, momento que aprovecharon ambos Caballeros Celestes para incorporarse y rematar al Nereides. Desgraciadamente para ellos, el increíble poder de regeneración de tales guymelefs hizo que este se incorporara a una velocidad sorprendente mientras que se formaba lentamente una nueva pierna hasta materializarse por completo. No tenía armas, tan sólo unas afiladas garras situadas en sus manos a modo de dedos llenos de un líquido rojo que goteaba sin cesar de ellos. Sangre de su anterior victima, matándolo de manera vil y salvaje, arrancándole sin dificultades la gran lámina de metal de la cabina del robot donde se encontraba en piloto, solo y sin protección ante una bestia como el Nereides. Entonces este atravesó con un certero al guymelef golpe hundiendo sus garras sobre el cuerpo del desdichado astriano matándolo al instante. No eran robots, eran monstruos que disfrutaban de la sangre de sus victimas.

El Nereides desarmó de un golpe al Argos y se dispuso a acabar con él. Allen intervino pero el enemigo presintió sus movimientos y lanzó una onda de choque contra el Scherezade. Su robusta construcción le hizo aguantar el terrible golpe, sin embargo, suficiente para lanzarle varias decenas de metros chocando contra un gran hangar. Argon se encontraba solo y desarmado ante el enemigo. En ese momento, una gran armadura blanca armado con un magnifico flamberge empuñado con ambas manos cortó en dos el Nereides salvando la vida al Caballero Celeste.

- ¿Os encontráis bien?  - Dijo Van. Escaflowne apareció entre el humo que emanaba del Nereides caído.

Allen se volvió a incorporar y recogió su sable al igual que Argon. Decenas de metros mas allá, justo en la entrada que conectaba la ciudad con el puerto, los guymelefs de Astria contenían con dificultad a las numerosas tropas Syarain que pretendían tomar y destruir la zona de embarques. En el cielo, numerosas figuras oscuras planeaban en círculos esperando cualquier descuido de las balistas de defensa para adentrarse en el puerto.

- No podemos seguir así. - Dijo Argon. - Nuestras balistas son apenas capaces de abatir a nuestros enemigos a larga distancia, no podremos proteger el Phaere si despega en estas condiciones. Esos malditos lo harían pedazos nada mas abandonar el puerto.

- Pero si no hacemos nada cuanto antes el puerto quedará reducido a cenizas al igual que el Phaere. - Dijo Van. - Además, es imposible acceder a la ciudad, debemos escapar cuanto antes.

- Pero ... Serena, Millerna ... - Interpuso Allen. - No podemos dejarlas atrás.

- Dirigirnos al palacio sería un suicidio y lo sabes al igual que yo. Se que estás preocupada por tu hermana y Millerna pero de nada serviría nuestra muerte. - Dijo Van recordando el consejo que este le dio una vez durante la Gran Guerra contra Zaibach.

- Serena es la capitana de la Guardia Real. - Dijo Argon con una inesperada humildad, algo extraño en un hombre como él. - Nadie mejor que ella para proteger a la reina y a los embajadores y conducirlos hacía los túneles de escape del palacio. Debes confiar en tu hermana y en sus habilidades. Estoy seguro que volverás a verla.

- Me pides que abandone a su suerte a mi hermana y a la ciudad de Palace así como a sus gentes.

- Se mejor que nadie lo duro que es abandonar a tu gente y a tus seres queridos ... - Dijo Van. - ... pero sabes que moriremos en vano si seguimos en la ciudad. Debemos huir y pedir ayuda a los países aliados, de esa forma podremos salvar Palace y toda Astria de nuestros enemigos.

- Nuestra prioridad en este momento en poner a salvo a nuestra Majestad e informar a nuestros aliados. ¡No hay otra opción y lo sabes tan bien como yo! - Dijo Argon. - Si no abandonamos la ciudad ahora, Palace perecerá para siempre.

Allen quedó en silencio, meditando, únicamente interrumpido por el fragor de la batalla. Las tropas de Astria comenzaron a desplomarse tras el intenso asedio al que estaban sometidos. No quedaba mucho tiempo.

- Ordenad a todas nuestras tropas abandonar el puerto. - Dijo al fin. - El punto de reunión será el monte Mithi.

- Nuestros navíos serían presa fácil una vez que despeguen. Las balistas de defensa del puerto no podrán ofrecernos cobertura.

- Yo podría atraer parte de del enemigo mientras el Phaere y los otros buques despegan del puerto volante al mismo tiempo. - Dijo Van. - Aun así me temo que sufriríamos numerosas pérdidas pero quizás sea nuestra última posibilidad.

- Sin embargo, si no lo intentamos todos pereceremos y el destino de la ciudad habrá sido sellado para siempre. Argon, informa a los soldados que abandonen sus puestos y se dirijan a lo antes posible a los buques transporte mas cercanos. Que despeguen inmediatamente.

La orden de Allen fue ejecutada inmediatamente por su compañero Argon. Este se dirigió a la zona de combates donde los últimos guymelefs de intervención de Astria combatían contra la continua horda de enemigos.

- No quisiera ver sola a Hitomi . -Le advirtió Allen a Van. - En estos momentos te necesita mas que a nadie. No permitas que te maten.

Escaflowne cambió. El Dragón apareció ante los ojos de Allen pilotado en su lomo por Van Fanel, descendiente del pueblo de Atlantis, Rey de Fanelia y piloto de la Armadura Blanca. Hizo un pequeño gesto con la mano dirigido a Allen y elevó a Escaflowne al ennegrecido cielo de Palace. Muchos de los Nereides que patrullaban por los alrededores intentando descender al puerto volante, impedidos por las defensas aéreas, advirtieron de la presencia de un nuevo enemigo, siendo atraídos hacia el centro mismo de la ciudad donde se libraban los mas cruentos combates.

Las últimas defensas cayeron ante los Syarain. Allen evitó ser empalado por la espalda al esquivar a tiempo una lanza empuñada por un Nereides. Agarró con fuerza el arma partiéndola por la mitad y utilizando parte de esta para atravesar el corazón del guymelef donde supuestamente se encontraba el piloto. Muerto por su propia arma. Otro Nereides apareció de la nada. A diferencia de los últimos, este se lanzó sobre el Scherezade como un ave de rapiña. Con sus grandes alas metálicas desplegadas se dirigió hacia Allen volando a ras de suelo levantando tras él una gran polvareda. No portaba arma alguna a excepción de sus propias garras. El Caballero Celeste esquivó el golpe y cortó con su gran sable una de las alas de su enemigo perdiendo este el control, estrellándose contra el muro de uno de los pocos hangares que aun quedaban intactos. Una gran bola de fuego apartó momentáneamente la oscuridad que rodeaba el puerto iluminando momentáneamente el cielo de la ciudad. Se encontraba solo. Otros tres Nereides descendieron de las alturas, uno de ellos con gran pivote de balista incrustada en uno de sus hombros sin afectarle aparentemente. El primero cayó bajo la maestría de Allen en el manejo de la espada mientras que los otros dos atacaron con furia utilizando cada uno de ellos dos enormes hachas empuñadas con ambas manos. El Caballero Celeste esquivó con dificultad los continuos ataques y abatió de nuevo a otro, pero el número de Nereides aumentaba a su alrededor mientras que el guymelef Syarain que quedaba aun en pie descargó un gran golpe sobre el Scherezade. La muerte de Allen parecía inminente pero una lanza atravesó en cuerpo del enemigo en el último momento. El sonido de aspas inundaron los oídos de Allen. El Crusade se posó a escasos metros del suelo con el Argos tendiendo la mano a su compañero. Fue Argon quién abatió al Nereides utilizando una gran lanza glima arrebatada a uno de sus enemigos.

- ¡Allen! - Gritó Argon. Era el momento de escapar de aquel infierno. El Scherezade se aferró al Argos y este lo elevó con aparente facilidad del suelo para posarse sobre el Crusade. En su interior, Gaddes y sus hombres celebraban el regreso de su comandante. Kio y Pairu, encargados del timón y del sistema de motores respectivamente se esforzaron en poner a salvo cuanto antes el navío de los continuos ataques de los Syarain. Muchos de los Nereides se concentraron en perseguir al Dragón mientras que los restantes dividieron sus fuerzas en abatir todos los buques que en ese momento comenzaron a abandonar el puerto volante.

- Hay que proteger el Phaere. ¡Gaddes! - Gritó Allen. Su hombre se encontraba en una de las escotillas de entrada a la nave.

- ¿Que ocurre con Serena? No podemos dejarla atrás.

- ¡Nuestra prioridad es proteger al Phaere e impedir que nuestros enemigos lo destruyan!

- Pero señor ... - Protestó Gaddes. Ni él ni sus hombres querían abandonar a Serena a su suerte, sin embargo, eran soldados y debían obedecer a su comandante.

Gaddes cerró con fuerza la escotilla y se dirigió a la cabina de mandos. Kio hacía todo lo posible por mantener la estabilidad del Crusade mientras que Pairu controlaba la presión de los dos grandes motores del anticuado pero funcional crucero.

- ¡Reeden! - Gritó Pairu con su característica voz producida por la nariz de plástico. Reeden se encontraba en la sala de máquinas, constantemente en contacto con sus compañeros gracias a un ingenioso sistema de  comunicación basado en múltiples tubos huecos de metal donde el sonido era transmitido a todas las zonas significativas del Crusade. - Tenemos problemas con los elevadores. La presión está por debajo de lo tolerable ... ¡haz algo o nos estrellaremos!

El sonido de numerosos golpes metálicos fue la única respuesta. Alguien intentaba cerrar un escape de vapor a base de golpes.

- ¡Reeden! - Insistió Pairu. - ¿Qué demonios ocurre con la presión?

- ¡Deja de protestar y baja a ayudarnos! - Contestó al fin. Él y dos hombres mas intentaban cerrar con sus propias manos un gran escape de vapor producida tras el impacto de una onda de choque.

Pairu dejó su puesto y descendió por una escalinata hasta llegar a la sala de máquinas. Ahí, Reeden trataba de cerrar una de las manivelas que controlaba el transito del vapor por uno de los grandes tubos que conectaba directamente con el deposito de energiste. A su lado, un gran torrente de agua vaporizada a cientos de grados de temperatura. Un tremendo golpe de calor golpeó en ese momento el rostro de Pairu.

- ¡Ayúdame a cerrar el sistema! - Gritó Reeden.

Pairu era mucho mas fuerte que el raquítico soldado de pañoleta roja en la cabeza. No fue excesivamente difícil cerrar la válvula gracias al esfuerzo combinado de los dos compañeros y el chorro de vapor comenzó a disminuir hasta desaparecer por completo. El Crusade tomó en ese momento un gran impulso ascendente. El motor izquierdo comenzó a moverse a gran velocidad para después hacerlo el derecho. En la cubierta, Allen vio con estupor como dos Nereides rodearon por completo un navío que se encontraba aun despegando del puerto. Sus tripulantes no tendrían la mas mínima oportunidad a menos que el Caballero Celeste interviniera cuanto antes.

- ¡Argon! - Gritó. - ¡Ve en busca del Phaere y protégelo!

- ¡No Allen! - Respondió Argon. No tuvo nada que hacer. El Scherezade tomó impulso saltando decenas de metros antes de caer sobre la cubierta del navío que estaba siendo atacado, llevándose por medio un Nereides mientras abatía a otro que tomaba posición para lanzar una onda de choque sobre el buque. Allen seccionó una de ellas perdiendo este el control estrellándose sobre otro Nereides que en ese momento se aproximaba con la intención de abatir al navío Astriano. A lo lejos, una figura de alas blancas se aproximaba a la ciudad, perseguido por un gran número de guymelefs oscuros.

Van tiró de ambas riendas elevando a Escaflowne. Justo encima, la gran mole del Tántalo, la ciudad oscura de los Syarain dominaba completamente los cielos de Palace. Debajo, la capital del reino de Astria era asediada con múltiples incursiones enemigas, dominada esta con numerosas columnas de humo. A ambos lados, dos Nereides aparecieron dispuestos a acabar con la vida del Dragón Escaflowne y su piloto. Uno de ellos extendió la mano con la intención de utilizar su temible ataque a distancia y destruir a su presa.

- ¡Eso es! ¡Vamos, dispara! - Gritó Van al Nereides que se disponía a ello. Un gran estruendo indicó que así lo hizo, pero Van giró sobre si mismo en el último momento a Escaflowne impactando la onda de choque contra el guymelef oscuro que se encontraba justo en el lado contrario derribándolo, cayendo este sobre la ciudad. En el mismo movimiento, Escaflowne golpeó con su gran cola sobre el Nereides haciendo perder este momentáneamente el control. Van aprovechó para que el Dragón empuñara su arma, cortando por la mitad a su enemigo desintegrándose en una gran bola de fuego al seccionar también una de sus alas.

Escaflowne descendió velozmente al verse liberado de sus perseguidores. En ese momento pudo ver con mayor detenimiento el estado de la ciudad tras el inicio del ataque. La mayor parte de las fuerzas enemigas se concentraron en rodear la zona del palacio sin destruir este por completo. La mayor parte de Palace se encontraba mas o menos intacta a pesar de un ataque de esta magnitud, lo que significaba que la verdadera intención del enemigo no era la destrucción de la ciudad, sino su captura. Descendió aun mas para centrarse en el estado del palacio. Las alas Este y Oeste habían sido destruidas mientras que un gran número de tropas entraban a tropel en el interior acompañados estos por extraños seres mucho mas grandes que un ser humano y a la vez mas pequeños que un guymelef. El patio estaba completamente tomado por las fuerzas invasoras. Pudo distinguir con horror a numerosos cuerpos brutalmente empalados, muchos de ellos ni siquiera conservaban su cabeza u otras diversas partes del cuerpo, decapitadas o mutiladas sin piedad.

Van presintió algo. Una nueva onda de choque fue disparada desde el lateral esquivándolo esta vez sin dificultad. Cinco Nereides descendieron de la gran ciudad Syarain comandados por otro guymelef de apariencia aun mas aterradora y terrible, de diseño mas anguloso que los demás guymelefs oscuros, mirada penetrante y armado con una gran lanza de doble filo. La misión de este nuevo escuadrón era clara, abatir al Dragón. Uno de ellos cayó bajo la espada de Escaflowne que, sin embargo, se vio obligado a escapar debido a la superioridad numérica. Era el momento de reunirse con Hitomi en el Phaere y desembarazarse de sus nuevos enemigos con la ayuda de Allen Schezar.

...

- ¡Este es el momento! - Gritó Lorel al observar como el cielo comenzó a poblarse de navíos de guerra Astrianos. Era sin duda el mejor momento para el despegue. Con un poco de suerte conseguirían burlar a las fuerzas enemigas gracias a la posible confusión creada con el despegue conjunto de toda la flota. - Puede que no volvamos a tener una oportunidad como esta.

- ¡Aumentad la presión del vapor en los motores de ascensión! - Gritó Brant ejecutando la orden dada por su general. - ¡Cortad los cabos de enganche y aumentad la temperatura de la piedra levitante hasta su límite tolerable!

- ¿Qué ocurre con Van y Allen? - Dijo Hitomi.

- Van podrá alcanzarnos. - Respondió Lorel sin apartar la mirada de la cabina de mandos. - Escaflowne posee una gran capacidad de vuelo. Es rápido y veloz.. En cuanto a Allen y los otros Caballeros Celestes ... - Suspiró. - ... esperemos que al menos tengan la oportunidad de utilizar sus propios buques de guerra para el transporte.

- Los dejamos a su suerte. - Murmuró Eries, abatida. Sólo Dryden pudo escucharla y consolarla.

El Phaere se elevó muy lentamente a pesar de la enorme potencia enviada a los motores de ascensión de la nave. El puerto comenzó a alejarse poco a poco y la gran montaña situada al Norte comenzó, aparentemente, a situarse a la misma altitud que el navío de Fanelia. Unos segundos mas tarde, las tres grandes cimas de la cordillera cercana, blancas debido a la nieve primaveral, eran perfectamente visibles por el gran ventanal de la cabina de mandos. Aun así, la ascensión era muy lenta en comparación con los pequeños y veloces navíos de Astria. Justo encima de ellos, gran distancia, dos cruceros fueron envueltos por un enjambre de Nereides volatilizando estos en sendas explosiones los dos buques, iluminando momentáneamente el cielo de Palace. Su próximo objetivo sería, muy posiblemente, el Phaere.

- Estamos perdidos . Que Fortuna nos proteja - Dijo Brant apesadumbrado, infundiendo con ello un gran temor en los que le rodeaban, todos menos Hitomi.

Cuatro Nereides plegaron ligeramente sus alas oscuras y descendieron hasta la posición del Phaere a una velocidad asombrosa gracias a su aerodinámica forma de punta de flecha. Una vez junto al crucero de Fanelia volvieron a desplegar sus grandes alas amortiguando su caída hasta que su velocidad de ascensión igualó a la del Phaere. La nave era mucho mas grande que los guymelefs enemigos pero indefensa ante tales monstruos de metal. Dos de ellos situados justo en frente para observando el rostro de terror de sus tripulantes a través del gran ventanal situado en la proa del crucero. Un Nereides alzó entonces la mano apuntando directamente a sus ocupantes. Todo estaba perdido. Todos los soldados que ahí se encontraban perdieron toda esperanza de sobrevivir a aquel ataque. Lorel se adelantó para proteger a Hitomi y Merle de un posible impacto pero sabía, al igual que Dryden y Brant, que ese momento era su final. Eries cerró los ojos y pensó en su hermana y en Allen, posiblemente las últimas personas que recordaría en vida.

Un Nereides explotó en un cegador haz de luz cayendo sus restos sobre el puerto llevándose consigo a otro debido a la tremenda onda expansiva inutilizando sus alas, cayendo también en barrena. Una gran figura blanca y alada cruzó velozmente la proa del Phaere y ascendió rápidamente para caer en picado sobre otro guymelf oscuro. Este respondió con un disparo, inútil ante la tremenda agilidad del Dragón en vuelo.

- ¡Majestad! - Clamó Merle con lágrimas en los ojos al ver como su rey y Escaflowne cortaba por la mitad al tercer Nereides empuñando el flamberge con su única garra libre. Quedaba un cuarto guymelef Syarain situado justo en la popa del buque. Van tiró fuerte de ambas riendas activando los motores situados en sus alas elevando una vez mas a Escaflowne a los cielos. Desde las alturas vio al Nereides, situado tal y como el creía, justo detrás del Phaere utilizando a este como cobertura.

- El Dragón Alado. - Dijo Brant hipnotizado al ver por primera vez a su Dios surcar los cielos. - El Dragón Escaflowne vuelve a surcar los cielos.

Hitomi presintió algo. Una extraña sensación que creía desterrada de su mente hace mucho tiempo. Una débil luz en mitad de la una gran oscuridad llamó su atención, un pequeño parpadeo de luz producido por un débil reflejo cristalino. Su amuleto apareció en la visión y apuntó violentamente en la dirección  donde se encontraba Escaflowne.

- ¡Detrás de ti Van! - Gritó Hitomi. Era imposible que este le oyera, pero sin embargo y a pesar de la distancia y el muro de cristal que les separaba, Van escuchó con claridad la voz de Hitomi.

Entrecruzando las riendas, Van hizo que Escaflowne girara sobre si mismo esquivando el ataque de otro Nereides que se aproximaba a una endiablada velocidad empuñando una gran lanza pasando este de largo. El guymelef Syarain se giró y desplegó al máximo sus alas para frenar su velocidad, insuficiente debido a su gran velocidad y enorme peso, impactando contra el Phaere posándose sobre él con sus poderosos pies. El navío se convulsionó violentamente por el tremendo impacto sufrido agrietando en parte del gran ventanal. Hitomi cayó al suelo por el impacto mientras que Dryden Lorel sujetaba con fuerza a Merle para que esta no cayera al piso inferior de la cabina. El Nereides utilizó el Phaere para impulsarse y acatar al Dragón para empalarlo dañando aun mas la estructura del crucero, resistente hasta el momento a los ataques enemigos.

El ataque del Nereides fue imposible de esquivar por completo impactando sobre el Dragón con uno de sus hombros, cayendo ambos al vacío. Van se vio obligado convertir a Escaflowne en armadura para conseguir desembarazarse de su enemigo pero era imposible. Este se aferraba con fuerza arrastrando con él al guymelef de Ispano. Van arrancó uno de los brazos del androide enemigo y, antes de que este se regenerara de nuevo, se separó de él con una patada en la cabina. El Nereides no tuvo tiempo de desplegar de nuevo sus alas y se estrelló contra el suelo. A diferencia de este, Van volvió a accionar los mandos de Escaflowne convirtiéndose este de nuevo en Dragón instantes antes de caer sobre un hangar en ruinas retomando de nuevo el vuelo y dirigirse al Phaere.

El gran navío de Fanelia atravesó la cima mas alta de la montaña situada en las proximidades de la ciudad y se dispuso a descender a gran velocidad. Mas abajo, un gran acantilado recorrido por el río cuyo caudal daba vida y belleza a la ciudad de Palace. Tras el Phaere, ningún otro crucero de Astria parecía haber sobrevivido.

- Descended despacio y aumentad paulatinamente la potencia en los motores de apoyo. - Ordenó Brant a sus hombres. Mantenía sus manos sobre el timón de mandos, dirigiendo el navío con maestría por el estrecho abismo en donde se encontraban.

A su lado, Hitomi y Merle respiraban con fuerza mientras que Lorel se mantenía impasible estudiando detenidamente la situación. Dryden seguía con Eries, sentada en el suelo atendida por Dryden, aparentemente dolorida.

- ¿Os encontráis bien? - Preguntó Lorel. Hitomi y Merle contestaron afirmativamente con la cabeza. Se fijó en Eries. El último impacto sobre el Phaere hizo que perdiera el equilibrio cayendo al suelo torciéndose seguramente el tobillo.

- Está herida ... - Dijo Dryden arrodillado junto a Eries. - ... no creo que sea grave pero no podemos arriesgarnos.

- Estoy bien. Tan sólo es una torcedura. - Eries intentó ponerse de pie ante el objeción de Dryden hasta que un agudo dolor recorrió su cuerpo al apoyar su pie sobre el suelo. Lorel indicó a uno de los soldados que los acompañaban asistir a la princesa y conducirla a las dependencias médicas.

- Estoy bien. - Insistió Eries rechazando la ayuda que le ofrecía Lorel y Dryden. Parecía alterada, quizás debido al abandonar a Allen a su suerte. Volvió a incorporarse, esta vez con dificultad pero sin ayuda alguna.

El suelo volvió a temblar cuando Escaflowne se posó, en forma de armadura, sobre una gran plataforma completamente horizontal situada justo en frente de la cabina de mandos del Phaere, diseñada precisamente para permitir el aterrizaje del Dragón sobre el gran navío. Merle brincó de alegría al ver a su señor a salvo y, de un grácil salto, bajó al nivel inferior para acercarse al cristal y ver mas de cerca a Van. La armadura no parecía sufrir ningún tipo de laceración ni magulladura. Hitomi era quizás la única persona que aun presentía un inminente peligro.

- Algo va mal. - Dijo. - Tengo la extraña sensación que todo esto aun no ha acabado.

Hitomi se volvió y miró hacia la popa del buque. Una puerta de madera conducía al interior del Phaere. Mas atrás podían encontrarse decenas de habitaciones y compartimentos de distintos usos, mas atrás aun, la gran piedra levitante y mas allá los hangares, motores y al fin el vacío. Todo esto lo vio Hitomi, atravesando con su mirada todos las estancias del crucero de Fanelia hasta que divisó el gran acantilado y la montaña. Seis siniestras figuras descendieron de los cielos en persecución del Phaere, uno de ellos irradiaba tal fuerza que la joven terrícola tuvo un ligero desvanecimiento. Lorel se percató y se apresuró a auxiliarla.

Un violento golpe confirmó los temores de Hitomi. El Phaere fue alcanzado por una onda de choque disparada en ángulo descendente, dañando gravemente parte de la estructura y la piedra levitante. Afortunadamente, los depósitos de energiste no sufrieron daño alguno. Un guymelef oscuro se posó en la parte superior de la nave armado con un gran hacha a dos manos. Van desenvainó de su compartimiento especial el flamberge al ver como su seguridad así como la del Phaere era nuevamente amenazada. El Nereides saltó sobre Escaflowne, hacha en mano. Su caída sobre la plataforma hizo que el cristal de la cabina de mandos se agrietara completamente para después saltar en un millón de pedazos hiriendo de manera leve a algunos de los soldados que ahí se encontraban, incluida Merle. Todos ellos abandonaron cuanto antes la cabina de mandos por temor a ser alcanzados por algún golpe durante el forcejeo llevándose con ellos a la chica gato mientras esta gritaba de terror. Van detuvo a duras penas el golpe y se dispuso a acabar con su oponente cuando un enemigo volante, con sus dos grandes alas desplegadas y armado con una espada, se aproximó por su derecha dispuesto a acabar con la vida del Dragón. En el último momento el Crusade descendió de los cielos con el Argos, pilotado por el Caballero Celeste Argon de Rytia, y de un rápido golpe de sable cortó la cabeza del Nereides sin posibilidad de regeneración. Cegado este, se estrelló contra una de las pareces del precipicio formando una gran explosión de luz. Van, entretanto, abatía a su contrincante hundiendo su espada sobre su deposito de energiste, volatilizándose en los aires parte de este.

Mas impactos sobre el Phaere. Cuatro nuevos enemigos se posaron sobre el buque de Fanelia armados todos ellos con espadas. Un Nereides saltó sobre Escaflowne deteniendo este el ataque, produciendo una gran lluvia de metal incandescente en el momento del impacto. Otro guymelef oscuro saltó sobre Argon con la misma intención, acabar con la vida del Caballero Celeste mientras que otro cayó sobre un segundo navío de Astria que se aproximaba por el lado derecho del Phaere. Sobre sus hangares, el Sherezade de Allen Schezar repelió el ataque formando un nuevo forcejeo, pero faltaba un guymelf oscuro, el mas temible de todos ellos. En lo mas alto del navío de Fanelia presenciaba el igualado combate en número de tres de sus camaradas contra dos Caballeros Celestes y Escaflowne. Desarmado, no tardó en forjar en sus manos una lanza de doble filo y abalanzarse sobre el Dragón decido a partirlo por la mitad. Tal guymelef era un Xanas, un monstruo de metal diseñado por los Syarain al igual que los Nereides. De formas mas angulosas y siniestras, el Xanas poseía numerosas prolongaciones en forma de afilados astas repartidas por toda la estructura lo que dotaba de un aspecto aun mas aterrador que cualquier otro guymelef Syarain.

El Xanas cayó con fuerza a un lado de Escaflowne deteniendo este la lanza con su brazo libre. La situación era crítica, no sólo para Van. Argon y Allen se encontraban al igual que él enzarzados en un difícil forcejeo cuya posibilidad de salir victorioso era remota, así lo vio Lorel. Se encontraba en el nivel superior junto con Brant, intentando este mantener el control del Phaere tras los numerosos impactos sufridos. Hitomi, Dryden y Eries abandonaron la cabina de mandos después de que esta fuera parcialmente destruida por el enemigo. Una nueva colisión producida por el impacto de un disparo errado dirigido contra Allen sacudió de nuevo el Phaere destrozando casi completamente el puente de mandos, abandonada a tiempo por Lorel y Brant antes de derrumbarse sobre su propio peso gran parte del techo. Ambos se encontraban en el suelo de un pasillo cercano, malheridos y contusionados, siendo atendidos por algunos soldados e Hitomi.

- Tenemos que hacer algo o no saldremos vivos de esta. - Dijo Lorel. - Son superiores en número y en tecnología, no podrán vencer a menos que hagamos algo.

- Las compuertas de los hangares están obstruidas. - Dijo uno de los soldados. - Nos es imposible desplegar los guymelefs de intervención. Forzarlas nos llevaría varias horas, incluso utilizando a los propios melefs para ello.

- Tenemos que ayudar a Van. - Dijo Hitomi, muy nerviosa debido a la delicada situación que estaba viviendo. - Morirá si no intervenimos. Tiene que haber algo que podamos hacer.

- Sin los melefs no podemos enfrentarnos a los guymelefs invasores. - Dijo Dryden. - Me temo que no hay nada que podamos hacer además de confiar en la habilidad de nuestros amigos.

Un nuevo impacto producido por el arma de un guymelef Syarain al atravesar parte del casco del crucero hizo que Lorel reaccionara ante la sensación de pesimismo que cayó sobre sus espaldas. No estaba dispuesto a dejar a su suerte a su amigo y Rey.

- Poneos a cubierto. - Dijo Lorel. Se levantó rápidamente del suelo y se dirigió a una pequeña escala de metal. Brant agarró con fuerza del brazo derecho de su general.

- ¿Qué vas a hacer? ¿No pretenderás derribar uno de esos monstruos? Si una de esas cosas se percata de tu presencia no dudarán por un instante el mandarte de cabeza al infierno.

- ¿Tienes una idea mejor? - Contestó. Lorel apartó su brazo de Brant desembarazándose de este. - Van me ordenó proteger ante todo a Hitomi y Merle pero no puedo permitir que Fanelia llore de nuevo por su rey. Cuida bien de ellas.

Hitomi y Merle intentaron convencer a Lorel que no arriesgara su vida pero este desapareció prácticamente sin despedirse de ellas. Descendió de un ágil salto por una estrecha escotilla cercana sin molestarse en utilizar su escala.

- Debéis comprender que es el General de Fanelia. Su deber es la de proteger a su Rey incluso con su vida. - Dijo Dryden apoyando sus dos manos sobre los hombros de las jóvenes intentando consolarlas de alguna manera y hacer que comprendieran las intenciones de Lorel.

El depósito de armas no se encontraba muy lejos del acceso principal al puente de mandos. La puerta estaba en muy mal estado en parte debido a los continuos impactos sufridos por los Nereides enemigos. Una gran grieta recorría una de las paredes del pasillo donde Lorel pudo observar la difícil situación en la que se encontraba Escaflowne, acosado por dos enormes guymelefs y el vacío justo a espaldas de él, lo que le impedía cualquier movimiento. De un golpe, el General de Fanelia abrió la puerta parcialmente atascada. En su interior, numerosas estanterías con decenas de armas, tanto las utilizadas para el combate cuerpo a cuerpo como numerosas ballestas y pivotes. Lorel Escrutó cada una de estas hasta decantarse por una enorme ballesta pesada. Su mecanismo disparador era tan potente que hacía necesario una recarga manual por cada disparo. La estantería de la derecha abarcaba una gran colección de pivotes para diferentes usos, muchas de ellas diseñadas sencillamente para abatir a enemigos lejanos, otras con una punta especial que provocaba un extraño silbido una vez disparada, útil para dar ordenes a las tropas amigas situadas a gran distancia. Justo debajo encontró lo que buscaba desde un principio, pivotes con punta de energiste, utilizadas en su mayoría para abatir criaturas de gran tamaño, como dragones. Tan sólo quedaban tres debido a que eran armas extremadamente caras y extrañas, no muy utilizado ya que eran los propios guymelefs los que se enfrentaban a los dragones en caso de necesidad. Tres flechas para cuatro enemigos suponiendo que no errara disparo alguno, hazaña prácticamente imposible.

Hitomi y Merle se asomaron a uno de los pequeños ventanales que permitían ver el paisaje exterior para observar el combate de Escaflowne contra los guymelefs oscuros. Tanto Van como Allen y Argon continuaban en su eterno forcejeo con los Nereides, estos dos últimos con su capacidad de movimiento prácticamente inexistente ya que una caída al vacío resultaría fatales para ambos. Una escotilla se abrió en uno de los laterales exteriores del Phaere apareciendo Lorel por este. Portaba en su mano derecha una enorme ballesta cargada mientras que acarreaba otros dos pivotes, uno en su mano izquierda y otro entre los dientes. Dos enormes Nereides se encontraban de espaldas justo ante él intercambiando continuos golpes siempre detenidos por Van. Lorel gritó intentando llamar la atención de uno de estos monstruos de metal de manera infructuosa.

- ¿Qué intenta hacer? - Se preguntó Dryden, observando el combate por otra estrecha ventanilla al igual que Eries y Brant. Justo a unos metros mas atrás, Lorel apuntaba con su ballesta a los guymelefs Nereides.

- Tiro al blanco. - Contestó Brant con una ligera sonrisa. Dryden y Eries no podían creer lo que pretendía el joven general de Fanelia.

Un extraño sonido interrumpió el continuo intercambio de golpes. El guymelef Xanas y líder de aquel escuadrón de La Muerte, de terrible apariencia, girara su torso y su cabeza lo suficiente y de manera casi inconsciente para averiguar la procedencia de tan extraño ruido, una perfecta imitación de un raro espécimen de ave sólo visto en las profundidades del bosque de Fanelia. Aquel giro fue breve imperceptible pero lo suficiente para disparar de manera forzada hacía su objetivo. Un chispazo y el pivote de ballesta recorrió de manera instantánea la distancia que separaba el mortal guymelef de Lorel impactando de lleno en su depósito de energiste situado en el hombro derecho. Su punta, al entrar en contacto con otra piedra dragón hizo que ambas se volatilizaran en una violenta explosión dañando de manera considerable su estructura, cayendo este sin vida en la cubierta del Phaere al perder su fuente de energía. Todos los que presenciaron en el interior del crucero el excepcional disparo de Lorel gritaron al unísono al ver como abatía a un terrible enemigo gracias a su excepcional habilidad con la ballesta. El general fue el único en no celebrar tal disparo. Inmediatamente abrió en pequeño compartimento donde debía de colocar el pivote que tenia en su mano derecha para disparar y abatir a un segundo enemigo. El guymelef Nereides que combatía contra Van, al ver como derribaba a su líder de esa manera rugió de ira. El Dragón se convirtió entonces en un objetivo secundario. Alzó su mano dispuesto a disparar contra aquel humano con la intención de limpiar el honor de los de su raza y disparó una terrible onda de muerte. Lorel se percató tarde. Un rubí azul situado en la palma de su mano brilló, entonces, y de manera instantánea, aquella sección voló en pedazos cayendo al vacío los restos destrozados del Phaere de la escotilla y parte de pasillo lateral de esta. Todo ser vivo desapareció. Hitomi y Merle gritaron de terror al ver como un muro invisible impactaba sobre Lorel haciéndole desaparecer tras una nube de polvo y fragmentos de madera.

- ¡Lorel! - Gritó Van al presenciar la muerte de su mejor amigo. Cegado por la ira y aprovechando el momento de desconcierto del Nereides asesino atravesó su torso con la espada para partir por la mitad al guymelef. Parte de este cayó al vacío mientras que Van volvió a descargar otro golpe contra lo que quedaba de su adversario ensañándose contra él, aplastando con sus poderosos pies parte de la cabina aplastando a su piloto produciéndole una muerte horrible.

...

Todo era muy extraño para Gosser. El Palacio Aston así como los alrededores y la mayor parte de la ciudad había sido tomado por las fuerzas invasoras Syarain, pero no encontraba ningún cuerpo en los pasillos, algo muy extraño para el General de Zaibach. Él y sus acompañantes, entre ellos Millerna, sus hombres y una pequeña escolta de soldados Caídos les acompañaron al exterior. Serena se encontraba aun inconsciente llevada con cuidado en los brazos de Kiter. Gran parte del castillo estaba adornado con una fina capa de sangre, restos de los horribles combates vividos en aquellos lugares. Millerna así como sus hombres observaban con horror como la sangre, esparcida por techos y paredes, caía muy lentamente al suelo en múltiples riachuelos de color rojo, formándose numerosos charcos rojizos en los que los Syarain que los acompañaban no dudaban en pisar sin ningún atisbo de aversión. Millerna apenas podía caminar al presenciar todo el dantesco espectáculo el cual estaba obligada a presenciar. A su lado, Dales, soldado de Zaibach pero al mismo tiempo ser humano, horrorizado al igual que su compañero de la masacre producida a sus espaldas mientras cumplían su misión.

El pasillo terminaba en un pequeño cruce. A la derecha, la puerta que conectaba el gran pasaje principal con la estancia que conectaba el patio principal con el castillo. Dicha puerta estaba completamente destrozada a golpes por los Náyades, melefs de pequeño tamaño utilizados por los Syarain como plataformas de armas diseñados para apoyar a la infantería con sus terribles lanzadores de plomo incandescente e inyectores glima, capaces de solidificar cualquier arma a voluntad de su piloto. Un olor nauseabundo emanaba de dicha estancia. Gosser reconoció dicho olor incluso a varios metros mas atrás, mucho antes de entrar en el recinto. Su estancia en Fanelia días después del ataque del escuadrón de Dilandau hizo que tal hedor se le quedara grabado en la mente durante el resto de su vida, el olor de carne humana quemada entremezclada con la fetidez natural del plomo aun al rojo vivo, algo horrible. Sus hombres y Millerna supieron que tal hedor presagiaba algo horrible e inmundo. Así fue.

La entrada al palacio era ahora una puerta al mas oscuro, tenebroso y espantoso de los infiernos. La fetidez golpeó con fuerza a Gosser, el primero en entrar en dicha estancia. Ni siquiera él, hombre frío e impasible ante tantas masacres vistas durante su triste vida incapaz de apaciguarse ante tanta crueldad. Numerosos cuerpos carbonizados, muchos de ellos tan sólo con parte del esqueleto fundido, sin vestigio alguno de carne y atrapados en grandes placas de plomo ennegrecido y humeante, abarcaban casi completamente la terrorífica visión de dicha estancia. Los Syarain que los acompañaban sonrieron, unas risas metálicas provenientes de sus yelmos de metal glima la disfrutar de tanta muerte y sufrimiento. Las fuerzas abandonaron a Kiter queriendo caer al suelo, impedido por el cuerpo de Serena que aun portaba en sus brazos. Dales cerró los ojos y se llevó inmediatamente ambas manos a la boca y nariz para evitar respirar tal olor al igual que Millerna, completamente horrorizada ante todo lo que estaba presenciando.

El transito por la sala fue mucho mas que insufrible para todos ellos excepto para los Syarain, tan sólo Gosser reflejaba una tensa tranquilidad ante la situación pero en su interior, un sentimiento de repulsa inundaba su alma. Los esqueletos, muchos ellos decapitados, adornaban de forma macabra la estancia, fundidos junto las columnas y las paredes, completamente ennegrecidas. Hacía mucho calor en su interior.

La puerta principal también estaba destrozada a golpes. La suave brisa que atravesaba la estancia procedente del exterior aliviaba en parte el horrible hedor de la estancia, convertida en un cruel representación del averno mas oscuro y tenebroso, pero la llegada al patio principal del palacio por parte de Gosser y Millerna resultó aun mas espantoso que lo ya vivido en el castillo. Decenas de cuerpos inertes eran brutalmente empalados en grandes lanzas metálicas dominaba completamente el cruento panorama. Muchos de ellos decapitados por sus verdugos y la mayoría cadáveres mucho antes de que los Syarain les empalasen por diversión, sólo algunos supervivientes fueron ensartados con vida, abandonándoles esta muy lentamente. La reina gritó de terror. Gosser apenas podía contenerse a si mismo horrorizado por lo que había desencadenado mientras que su escolta, Kiter y Dales, eran incapaces de seguir avanzando hasta el patio principal. Se quedaron quietos, justo a la salida de la estancia donde los cuerpos carbonizados adornaban de forma macabra dicha sala. Aquello era el paraíso comparado con lo que estaban obligados a atravesar para llegar a la zona de embarque construida por los Syarain y regresar al Derethy. Eran incapaces de atravesar un bosque cuyos árboles eran nada mas y nada menos que hombres cruelmente asesinados con saña por sus aliados.

En el centro del gran jardín de piedra y césped, ahora regado con sangre astriana, un pequeño grupo de soldados Syarain discutían y reían entre ellos. A su lado, una enorme mole metálica de una altura aproximada de dos hombres abrió una especie de doble compuerta abarcando todo su cuerpo excepto las extremidades y la cabeza, descendiendo de él otro soldado Caído, un piloto de melefs Náyades. Entre los soldados oscuros que ahí se encontraban destacaba ante todo Kaini, Maestro de Asesinos, único Syarain que no ocultaba su rostro bajo un yelmo de metal en forma de cabeza de dragón.

A diferencia que sus hombres, Gosser tuvo la suficiente sangre fría como para cruzar el terrible y grotesco cementerio alzado por los Syarain, poblado por decenas de cuerpos cruelmente ensartados en lanzas y dirigirse al pequeño grupo de Caídos que ahí se encontraban. No podía creer lo que veía. Reían y hablaban entre ellos en el antiguo idioma atlante, idioma que él conocía a la perfección. A medida que se acercaba a ellos era capaz de distinguir fragmentos de la animada conversación que mantenían hasta que al fin estuvo suficientemente cerca como para comprender el sentido de sus palabras deformadas por el natural tono de voz fantasmal y resonante de los Syarain. Parecían discutir entre ellos sobre la manera de matar a una mujer. Dos de ellos proponían empalarla completamente desnuda, otros dos en cortarle las extremidades y dejar que se desangre mientras. Muchos de ellos proponían ideas aun mas terribles mientras que Kaini, su líder, proponía decapitarla con un certero golpe y arrojar su cuerpo al criadero de dragones para que estos la devorasen. Justo en mitad de tan cruenta conversación, en el suelo empapada de sangre, una doncella astriana gritaba y lloraba desconsoladamente. Su cordura había desaparecido por completo después de presenciar uno por uno todas las ejecuciones de los Syarain y sólo esperaba que sus captores acabaran lo antes posible con su vida.

- Esa mujer no ha hecho mal alguno al pueblo Syarain. No merece recibir vuestra ira. - Dijo Gosser en atlante. Su aparentemente sereno tono de voz escondía una gran repulsa por las atrocidades cometidas por los Syarain. Estos se percataron al fin de la presencia del General de Zaibach entre ellos.

- Te equivocas, humano. - Contestó un soldado oscuro en su idioma natal. - Su propia existencia es toda una infamia para nosotros. Nada tan rastrero ni tan despreciable como un ser humano y un hombre bestia merecen vivir en un mundo creado por nuestros antepasados.

- ¡La sumisión de vosotros, los Zaibach, es digno de ser conservado en los anales del tiempo! - Dijo otro Syarain entre risas. - ¡Esa es la razón por la que no acabamos también con vuestro pueblo!

- La razón por la que no nos liquidáis es vuestro propio miedo. - Contestó Gosser. - Antes de la Gran Guerra nuestro potencial era tal que ni siquiera vosotros, con vuestra tecnología o magia, temisteis de un monstruo que vosotros mismos creasteis al dotarnos de tal capacidad científica y técnica, un monstruo que tardó en gestarse cien años superándoos en el campo militar mientras que vuestro pueblo apenas ha podido recuperarse del terrible golpe sufrido en Centuria hace siglos. Si Zaibach logró una vez tal grandeza, no dudéis que volveremos a alcanzarla.

- Si, cometimos un error ... - Admitió Kaini. - ... pero sólo vosotros, los seres humanos, sois los únicos animales que tropiezan con la misma piedra dos veces. No volveremos a caer en el error de dotaros de nuevo con una gran capacidad tecnológica sin antes obtener garantías de vuestra eterna cooperación.

- Sumisión. - Corrigió Gosser. - No soy tan estúpido como el Consejo de Chamanes del Imperio. Vosotros los Syarain no buscáis nuestra cooperación, sino exterminarnos o algo peor, convertirnos en vuestros esclavos.

- Un humano inteligente era lo último que esperaba ver en un día como este. - Se mofó Kaini. Sus hombres rieron. - ¡Utiliza dicho don tan escaso en vosotros los seres humanos y deja en manos Syarain asuntos de Syarain! ¡No vuelvas a molestarnos con tus estúpidas discusiones y necedades!

Kaini se volvió hacía la mujer que se encontraba en el suelo arrodillada y blandió su hacha de mano con su mano derecha. Ya estaba decidido, decapitarla y arrojar su cuerpo a los fosos de cría de dragones del Tántalo.

- La muerte de la mujer supondrá vuestra inmediata destrucción. - Advirtió Gosser con su habitual tono de frialdad. Kaini rió a carcajadas al igual que sus hombres al oír dichas palabras.

- Repite eso, asqueroso humano.

- Una sola muerte innecesaria más y daré órdenes a mis hombres del Derethy de enviar una trasmisión de emergencia a Bashram y a los reinos aliados. En cuestión de dos días toda Gaea conocerá vuestra existencia así como vuestras intenciones y se os cazará como a conejos para apoderarse de vuestra tecnología. Quedaréis condenados para toda la vida en el Espacio Multiplanar con el vacío como vuestra única compañía.

Kaini enfundó su hacha en su cinto y se acercó a Gosser hasta sentir ambos el aliento del otro en sus rostros.

- Dime humano ... ¿cómo conseguirás dar órdenes a tus hombres sí acabo con tu vida antes de llegar a ese montón de chatarra volante que entiendes como crucero?

Gosser no se inmutó. Alzó su brazo al cielo con el puño cerrado, siempre con la mirada clavada en los ojos de Kaini. Un estruendo parecido al de un relámpago abarcó toda Palace. El Derethy, elevado sobre la capital de Astria desapareció entonces paulatinamente de los cielos de la ciudad hasta perderse de vista por completo. Había ordenado mediante una señal el camuflaje del Derethy.

- Mis hombres observan atentamente cada uno de mis movimientos mientras yo y mi escolta nos encontremos en Palace. Si yo muero, enviarán la transmisión ... si vuelvo a alzar el brazo, enviarán la transmisión ... si son atacados por tus tropas, enviarán la transmisión ... si deseo vuestra aniquilación, enviarán la transmisión. - Advirtió Gosser.

Kaini no podía soportar que aquel humano le hablara en ese tono pero nada podía hacer. Su señor Yeri había dado ordenes expresas de no matar al Zaibach, pero aun sin tales ordenes, terminar con su miserable vida significaría la perdición para su pueblo.

- Todos los supervivientes del sitio de la ciudad son ahora prisioneros de Zaibach bajo nuestra custodia. - Decretó Gosser.

- No son supervivientes ... - Negó Kaini. - ... sino testigos de vuestra implicación en el asalto a Palace. Sus vidas supone un peligro para  tu pueblo a menos que quieras correr ese riesgo. Una vez retomada la ciudad por los reinos aliados, esta mujer así como los otros seres humanos capturados relatarán todo lo sucedido. Te implicarán a ti y a Zaibach.

- Ese será entonces nuestro problema, no el vuestro.

Kaini sonrió de manera irónica tras escuchar las palabras de Gosser.

- Haz entonces lo que desees, humano. Tengo muy pocas cabezas de mujeres junto con mis otros trofeos y tenía la esperanza de paliar ahora mismo esa escasez, pero podré sobrevivir un tiempo sin ella.

Gosser quedó horrorizado ante las palabras de Kaini pero decidió no decir nada al respecto.

- La mujer del experimento. - Kaini observó a Serena, inconsciente en los brazos de Kiter. Su tono se volvió aun mas burlón y siniestro. - La modificación del destino en humanos es a veces impredecible y sus resultados pueden resultar fatales. Ya que me privas de mi derecho de conservar la cabeza de esta mujer como trofeo te pediría que conservases el cuerpo de aquella joven si fallece durante la intervención. Sería una pena desperdiciar un rostro tan hermoso. Mis otros trofeos agradecerían una compañía como esa.

Todo fue demasiado rápido incluso para Kaini, Maestro de Asesinos Syarain. Gosser, completamente enloquecido por las últimas palabras pronunciadas por el Caído al referirse de esa manera a Serena, agarró con fuerza el collarín metálico de su armadura con una sola mano y lo acercó a él hasta que ambas cabezas chocaron en un durísimo golpe derribando a Kaini, aturdiéndolo. Cuando el sanguinario guerrero Caído pudo darse cuenta, Gosser le había propinado un tremendo cabezazo tirando este al suelo conmocionado. Kaini no estaba dispuesto a permitir que tal acto quedara sin castigo, jamás permitiría que un humano golpease de esa manera a un Syarain y siguiera con vida, contraviniendo incluso las órdenes de su amo y señor Yeri, el cual había ordenado que, bajo ningún concepto, atacar al General de Zaibach y a sus hombres. Justo a un lado, muy cerca de su mano derecha, su hacha de metal glima había caído también al suelo al desprenderse de su cinto. Era su oportunidad. Con su extrema rapidez de Syarain podría empuñar su arma y hacer que Gosser se arrepintiera de haber golpeado no sólo a soldado de la oscuridad, también a un Maestro de Asesinos, los guerreros mas terribles y sanguinarios de toda Gaea. El General Quimera no era tan estúpido tal y como Kaini esperaba y aplastó la muñeca del Syarain con su pié izquierdo antes de que este agarrara la empuñadura de su arma. El guerrero gritó de dolor pero Gosser hizo que se callara colocando su pierna derecha sobre el rostro del Caído. Era una escena que ningún otro Syarain había contemplado, la de un humano sometiendo a su voluntad a un soldado Caído.

- ¿Acaso crees que un humano limpiaría sus botas sobre el rostro de un Syarain? - Dijo Gosser que aplastaba poco a poco la cabeza Kaini contra el suelo. La fuerza del Asesino Caído, mayor que la de cualquier ser humano, fue del todo insuficiente. La terrible presa a la que le tenía sometido Gosser le impedía incluso a articular palabra alguna. - Te equivocas si piensas que poseo sangre humana. Estoy tan por encima de ti y los de tu pueblo que vosotros de los propios seres humanos.

Gosser continuó oprimiendo aun mas la cabeza de Kaini contra el suelo produciéndole terribles dolores.

-  No vuelvas a dirigirte a mi en ese tono, no puedo soportarlo, o de lo contrario tú y tu pueblo conoceréis al fin el terror que provocáis entre los seres humanos en vuestra propia carne. - Dijo Gosser. Un fulgor creció en sus ojos como iluminando completamente su rostro. Mirarlo en ese momento era terrible, incluso para Kaini. Por primera vez, un Syarain conoció el sentimiento del miedo.

El Zaibach apartó entonces su pie del rostro de Kaini muy lentamente, de manera despectiva, como limpiando sus botas metálicas sobre el rostro del Caído. Este no soportó otra humillación como esa y se levantó de un salto una vez liberado tanto de su rostro como de su mano. Agarró con fuerza su hacha y se dispuso a matar a Gosser de un certero tajo, pero este giró su cuerpo lo suficiente para que Kaini errara aprovechando el momento para golpear de manera brutal su rostro lanzándolo varios metros hacia atrás. La intención de Gosser era matarlo y no faltó mucho para conseguir su objetivo si no fuera por la enorme constitución y resistencia del Caído. El cuerpo de Kaini cayó inerte al suelo con el rostro completamente ensangrentado justo al lado del los numerosos soldados Syarain que allí se encontraban, estupefactos ante la habilidad del General de Zaibach en el combate. No tenían dudas, no era un ser humano pero tampoco un Caído. Era algo mas que un espécimen producto de los experimentos de modificación del destino.

...

Merle cayó al suelo destrozada por la muerte de Lorel, sollozando y maldiciendo por lo estúpido que había sido. Su valentía le había costado la vida y jamás se lo perdonaría. Hitomi hizo un gran esfuerzo por no seguir el ejemplo de su amiga. Permanecía aparentemente imperturbable, eso es lo que quería aparentar, pero su interior era frágil y no pudo soportar por mucho mas tiempo su pérdida. En el momento en el que creyó perder la razón llegó Allen a la cabina de mandos del Phaere acompañado por un apesadumbrado Van, roto por el sacrificio de su General y ante todo amigo para salvarle. Hitomi no pudo otra cosa que hacer que la de consolarle abrazándolo con fuerza, pero era ella quién lloraba por muerte de Lorel mientras que Van se limitó a permanecer en silencio y en compartir su dolor. Los soldados de Fanelia que allí se encontraban  eran incapaces de asimilar su muerte mientras que Allen, Dryden y Eries prefirieron guardar un respetuoso silencio.

- No es justo. - Dijo Hitomi entre lágrimas. Junto a ella, Van intentaba consolarla de alguna manera. - ¿Por que ha tenido que hacerlo? ¿Por que ...?

- Hizo lo que creyó conveniente para salvarnos a todos. No debes culparle por ello. - Dijo Van.

- Para él yo era una como una bendición, un ángel procedente de La Tierra que trajo la paz a Gaea ... que equivocado estaba ... - Dijo Hitomi. Sus propias palabras despertaron una idea escondida en su interior. - ... yo soy la responsable de todo esto. Todas estas desgracias, todas estas muertes, toda esta destrucción es culpa mía.

- Hitomi, no puedes pensar que ... - Dijo Dryden intentando consolar a Hitomi.

- No tienes la culpa de nada. - Dijo Van interrumpiendo a Dryden. - Si no fuera por ti todos estaríamos muertos. Te debemos la vida.

Hitomi se apartó de Van de un golpe molesta por sus palabras. Le dolía pensar en las vidas que ha salvado gracias a sus visiones y en la cantidad de hombres, mujeres y niños víctimas por su mera presencia en Gaea.

- ¡Te equivocas! ¡Todo es culpa mía! - Gritó. - Si hubiera confiado en ti desde un principio nada de esto estaría pasando. Presentí toda esta desgracia incluso antes de mi llegada a Gaea pero no dije nada por miedo a vuestro rechazo. ¡Fui una estúpida!

Un ligero golpe en el casco del Phaere alarmó a tan sólo Merle gracias a su agudo sentido del oído. Tras este un lejano grito ininteligible pero reconocible por la chica gato. Rápidamente se levantó del suelo completamente empapado por sus lágrimas y se asomó con cuidado a una de las grietas de la cabina de mandos del navío producida por el Nereides abatido por Lorel. No había nada, solo un montón de cables y cuerdas que anteriormente sujetaban el manto que envolvía a la piedra levitante del Phaere. Otro grito, este algo mas claro pero aun así casi imperceptible ya que las grandes aspas de los motores de la nave ahogaban cualquier otro sonido cercano. Merle miró hacía abajo. Un gran paisaje verde aun sumido en las tinieblas de la noche provocada por la gran ciudad Syarain que lentamente retomaban su aspecto original a medida que la nave de Fanelia se alejaba de Palace. En el extremo de una de las cuerdas colgaba un peso del tamaño de un hombre. Estaba algo lejos y la falta de luz impedía a Merle distinguirla con facilidad hasta que al fin sus ojos se acostumbraron a la oscuridad del exterior.

- ¡Lorel! ¡Esta vivo! ¡Majestad! - Clamó. Sus ojos se volvieron a poblar de lágrimas.

Van y los soldados de Fanelia que ahí se encontraban si dirigieron rápidamente al lugar donde Merle divisaba a Lorel. Después de unos segundos de confusión pudieron ver efectivamente al General de Fanelia aferrado con fuerza a una de las cuerdas moviéndose esta ligeramente por el viento que soplaba justo en dirección contraria. Usaba sus pies a modo de tenazas atrapando parte de la cuerda mientras que sus manos, a la altura de su cabeza, hacían todo lo posible por mantenerse debido las turbulencias al tiempo que impedían caer al vacío. Su pánico por las alturas le hacía mantener sus ojos completamente cerrados. En ningún momento los abrió, ni tan siquiera para percatarse de su situación. Sabía perfectamente que se desmayaría si mirara al suelo por error. Lo único que podía hacer para que le socorrieran era la de golpear con su propio cuerpo el casco del Phaere gracias a sus continuos balanceos y a algún que otro grito de auxilio.

Lorel notó al fin como su suerte cambiaba cuando sintió una fuerza que le empujaba hacía arriba. Supo de inmediato que le estaban izando, justo en el preciso instante en el que pensó que ya nada le salvaría de la muerte. Arriba, sus leales soldados ayudados por Van y Allen recogían con cuidado la cuerda donde se encontraba Lorel. Tenían miedo que la cuerda se partiera ya que esta estaba sujeta en un gran fragmento de metal cortante destrozado por el impacto del Nereides aprovechando la improvisada polea para poner a salvo al General de Fanelia. Aun a salvo, este seguía aferrado con fuerza a la cuerda. Al fin Lorel notó como numerosas manos le agarraban del brazo en un último esfuerzo para ponerle a salvo. Tumbado en el frío suelo del Phaere, el miedo que había pasado le impedía aun abrir los ojos. Las risas y los aplausos que se formaron a su alrededor celebrando así el regreso de su general le conformaron su rescate. Abrió los ojos. Sus hombres gritaban de júbilo. Van y Allen fueron mas calmados pero aun así se les veía igual de felices por el inesperado reencuentro, especialmente Van. Por un momento pensó que perdería a su mejor amigo. A su lado estaba Hitomi con el rostro enrojecido y húmedo por sus lágrimas a pesar de sus intentos por limpiarse. Por su parte, Dryden y Eries respiraban aliviados por el rescate de Lorel.

- ¡Estúpido! ¡Rata miserable! - Gritó Merle. Esta se abalanzó como un animal apartando de su camino a todo aquel que se interponía entre ella y Lorel cayendo sobre su estómago dejándole con ello sin aire durante unos segundos. - Nos tenías muy preocupados a todos, y lo que es peor ... ¡El señor Van lo ha pasado fatal pensando en que podrías estar muerto!

- No me vendría mal un abrazo o dos después de lo que he pasado en lugar de tus molestos sermones. - Dijo Lorel con su habitual tono burlón. La presencia de Merle y su especial recibimiento le hizo olvidar las penurias por las que había pasado. La chica gato por su parte se sintió terriblemente molesta por el tono burlesco de Lorel después de lo que había sufrido temiendo su muerte. Una corriente eléctrica atravesó su cuerpo erizando todos sus pelos. Merle extendió sus garras y comenzó a arrancarle literalmente la piel de la cara a tiras mientras todos los soldados presentes reían al presenciar tal escena, incluida Hitomi, olvidando por un momento el horror que acababan de presenciar.

- La ciudad no está perdida. - Dijo Van intentando tranquilizar a Allen, Dryden y Eries. Se les veía muy preocupados por el estado de Palace después de haberla abandonado de una manera tan precipitada. La hazaña de Lorel les hizo olvidar por un momento sus penurias. Sin embargo, el desazón no tardó en regresar a sus corazones. - He sobrevolado Palace y he visto lo que se proponía el ejercito invasor. Su objetivo no era la destrucción de la capital tal y como temíamos en un principio.

- Así es. - Allen reflexionó por un momento llegando a la misma conclusión que Van. - Sus ataques se han centrado principalmente en el puerto volante así como en las afueras de la ciudad para después concentrar un gran número de tropas con el fin de rodear por completo el palacio.

- ¿Su objetivo era el palacio real? - Dijo Eries. Temía por la seguridad de Millerna así como Dryden.

- No sólo el Palacio. Han cortado toda vía de comunicación con el exterior. Me temo que su objetivo era la de acabar con la cúpula del reino aprovechando la cumbre celebrada en la ciudad. No os preocupéis por Millerna. - Dijo Allen. - El acceso de los túneles secretos de escape es conocido tan sólo por la familia real. Además, Serena está con ella.

- ¿Que sentido tiene cortar las comunicaciones con el exterior? Es imposible que pretendan ocultar la invasión por mucho tiempo. Tarde o temprano nuestros aliados serán alertados por la falta de noticias de sus embajadores o simplemente por la incomunicación de nuestras rutas de comercio.

Allen quedó pensativo intentando contestar a la pregunta de Dryden. Su primera idea fue la de asociar la estancia de Gosser en Palace y la invasión a la ciudad. Seguía sin saber exactamente las razones por las que Zaibach había enviado a su mejor guerrero a la cumbre en lugar de un diplomático con experiencia, algo mas razonable para discutir ante las otras naciones el futuro del Imperio.

- Comandante. - Gaddes y Argon llegaron a la plataforma donde se encontraba Allen y el improvisado equipo de salvamento de Lorel, él cual continuaba en el suelo esquivando los arañazos de Merle sin conseguirlo. El Cruzado se encontraba confundido por aquella situación ya que ni él ni sus hombres tuvieron en ningún momento conocimiento del delicado estado de Lorel hace escasos minutos. - Acabamos de cargar el guymelef abatido en uno de los hangares de la nave. Hemos intentado abrirlo pero no hay manera. Está cerrado herméticamente.

- Me gustaría ver mas de cerca ese artefacto. - Dijo Dryden. Poseía conocimientos avanzados en la construcción de guymelefs así como las técnicas de manufacturación de cada reino. Podrían ser útiles a la hora de conseguir información acerca de la identidad del invasor.

- No creo que sea conveniente, Majestad. - Interpuso Argon. - Podría resultar peligroso para vuestra seguridad. No sabemos si ese guymelef está completamente inutilizado. Ni siquiera sabemos si su piloto está muerto.

- Ese guymelef puede tener las respuestas que tanto necesitamos desvelar. Arriesgaré mi vida si eso nos ayuda en la lucha contra nuestros enemigos y liberar Palace.

Construido por los mas importantes armadores de Astria y prototipo de una larga serie de navíos de transporte, la robusta construcción del Phaere unido a su ingenioso diseño le hizo resistir los impactos de los Nereides sin apenas sufrir daños de consideración. En su interior, gran parte de su espacio era utilizado para el almacenaje y transporte de guymelefs y tropas. El hangar principal albergaba cinco de los quince guymelef almacenados en la nave, todos ellos sentados en tronos especiales con Escaflowne en el centro, situado a su vez junto con la compuerta especial dando directamente al exterior. Múltiples poleas sujetaban los brazos de los guymelefs para mover sus miembros sin necesidad de piloto para facilitar las tareas de manteniendo y reparación. El Xanas abatido era remolcado desde el gran patio exterior, diseñado para permitir el aterrizaje de naves de menos tamaño, mediante cuerdas gruesas como puños por dos enormes motores de vapor movidos estos por el calor que desprendía el núcleo principal de energiste situado en el corazón de la nave. Reeden y Kio eran los encargados de vigilar el guymelef para alertar de cualquier movimiento de la armadura aparentemente sin vida. El suelo de madera amortiguaba de alguna manera el peso del Xanas impidiendo que este produjera unos grandes surcos en ellos al ser arrastrado al interior. Una escotilla situada en el segundo piso del hangar que conectaba el pasillo principal con esta sala se abrió. De él apareció Dryden escoltado siempre por Argon y Allen. Junto a ellos entraba Brant, el oficial de navegación, seguido por el propio Van. El último en llegar fue Lorel. Se acariciaba constantemente el rostro dolorido por los arañazos propinados por Merle. Afortunadamente para él, la chica gato fue 'invitada' casi a la fuerza por los soldados de Fanelia a uno de los aposentos de la nave. Era lo mas conveniente años después de todas las tensiones sufridas últimamente.

- ¿En que pensabas cuando se te ocurrió la idea de abatir al guymelef con tus propias manos? - Le dijo Van a Lorel visiblemente enfadado. - No te ordené como subordinado separarte de Hitomi bajo ningún concepto, te lo pedí como un amigo.

- ¿A que viene eso ahora? - Le dijo extrañado por la actitud de Van. - Estarías muerto en estos momentos si me hubiera quedado de brazos cruzados.

- Pero dejaste a Hitomi y a Merle expuestas a un peligro innecesario. - Replicó. - Pudieron morir.

- Brant y sus hombres estaban junto a ellas. Ya sabes que puedes confiar en tus propios soldados de la misma manera en la que tu cofias en mí. - Dijo dejando atrás su habitual naturaleza con la que se había ganado tantas amistades, entre ellas la de Van. No le hablaba como amigo, sino como su General y protector. - Además, cuando Fanelia fue arrasada por las tropas de Zaibach pensé que jamás volvería a renacer sin su rey. No quiero que nuestro reino vuelva a una nueva era de caos.

- No debes culpar a Lorel por lo que hizo. - Dijo una agradable voz. Van y Lorel se giraron y vieron sorprendidos a Hitomi.

- Deberías estar durmiendo en tu camarote. Ha sido un día muy duro para todos, especialmente para ti. - Dijo Van, preocupado por la salud de Hitomi. Temía que enfermara por cansancio. En cambio, la joven no podía descansar con el futuro de Palace en el aire. Seguía sintiéndose culpable por todo lo que estaba ocurriendo.

- Lorel arriesgó su vida no sólo por ti. Le pedí que hiciera algo antes de que te mataran aquellas bestias. Le dije que preferiría morir antes de verte herido o algo peor. - Dijo. Agachó la cabeza apesadumbrada por todo lo que estaba pasando.

 Van se acercó a ella para intentar consolarla. Tocó con sus manos la fría piel del rostro de la joven. Esta se sitió mucho mas reconfortada y miró a Van a los ojos al igual que este a los hermosos ojos de Hitomi. Lorel se sintió un poco incómodo por la situación y decidió dejar a la pareja a solas lo mas rápido posible. Bajó rápidamente la escalera que conducía al primer nivel del hangar donde se encontraban el rey de Astria junto con sus dos Caballeros Celestes y Gaddes. Arriba, Eries seguía con atención los trabajos de extracción del cuerpo que guardaba el Xanas bajo la seguridad de la prudencial distancia. El guymelef abatido se encontraba justo en el centro del hangar. Arrastrado con cuidado al interior del Phaere, estaba tumbado de lado sin aparentes signos de vida en su interior. En su espalda no había rastro alguno de su característico manto fantasmal ni sus oscuras alas.

- ¿Os habéis fijado que extraño? - Dijo Reeden observando atentamente al guymelef oscuro. - Carece de uniones entre placas. ¡Ni un solo tornillo en la estructura!

- ¿Y eso que demonios significa? - Preguntó Kio. Él únicamente pilotaba guymelefs, jamás se preocupó de su mantenimiento o reparación. Eso era tarea de su compañero.

- Que los diseñadores de tal artefacto poseen conocimientos en metalurgia desconocidos hasta ahora. - Respondió Dryden. - Todos los guymelefs se construyen básicamente uniendo numerosas placas de metal en base de un esqueleto móvil. En este sin embargo, el cuerpo se compone únicamente de una sola pieza.

- Y lo mas extraño de todo. - Dijo Lorel, el primero en aventurarse a tocar con sus manos el Xanas con un par de golpes a la altura de uno de sus hombros. - La estructura es completamente maciza. ¿Como es posible que esa cosa se mueva sin una esqueleto mecánico en su interior? Es como su fuera un enorme trozo de mármol viviente.

- Un golem ... un golem de metal gigantesco. - Pensó Reeden en voz alta.

- ¡Ya basta! - Dijo Gaddes. - Sabes perfectamente que no existen tales monstruos en Gaea. Todo eso son cuentos para asustar a los niños y a gente como tú.

- ¿Como explicar entonces el movimiento de esta cosa? - Replicó. - Carece de uniones en las articulaciones. Su cuerpo es tan sólo una única pieza de metal y no hay esqueleto interno que lo sostenga y lo mueva. ¡Es un trozo de piedra viviente!

Todos esperaban una respuesta por parte de Dryden, pero este comenzó incluso a dudar de la naturaleza mecánica del artefacto que se encontraba junto a él. Todo indicaba que se trataba del monstruo mítico al cual se refería Reeden. Lorel era el único que aparentemente no temía a la mole de metal, quizás revitalizado su ego al derribar dicha bestia únicamente con el disparo de una ballesta, o simplemente había visto tan cerca su propia muerte que no esperaba a que aquella cosa inanimada, sea lo que sea, le mandara directamente a la tumba. Subió al hombro derecho para observar mas detenidamente el estado del energiste después de haberlo atravesado con una saeta. Apenas quedaban restos de la fuente de energía del artefacto, únicamente un ligero vapor rojizo que desprendía un pequeño trozo de la preciada piedra que teóricamente le otorgaba de la energía necesaria para moverse.

- Yo tendría bastante cuidado, Lorel. - Le advirtió Brant. - No sabemos si esa cosa sigue aun con vida.

- Esto se mueve gracias al calor que emana del energiste situado en su hombro derecho, al igual que cualquier otro guymelef. Y preferiría que ante tan distinguido invitado a nuestra nave ... - Dijo refiriéndose claramente a Dryden, él cual sonrió al escuchar a Lorel. - ... te dirigieras a mi como 'General'.

Allen se acercó a la coraza del Xanas al ver algo extraño en él. La parte superior de la armadura, justo debajo de la unión del delgado cuello, estaba abundantemente adornada con numerosos surcos y muescas, con numerosas líneas recorridas a lo largo de tres semicírculos concéntricos cuyo centro era la unión de la cerviz con el cuerpo, donde numerosos cables y pequeños tubos se introducían en el interior. Justo encima del Caballero Celeste, la cabeza de aquel monstruo, dirigía su mirada hacía Allen sin el fulgor característicos de sus ojos. Con un gesto le indicó a Dryden que se acercara a observar el extraño hallazgo. Detrás, Van bajó al fin junto a Hitomi para observar mas detenidamente el Xanas a pesar de los intentos por parte del rey de Fanelia acercarse lo menos posible a aquella cosa por la seguridad de la joven. Sin embargo, Hitomi insistía.

- ¿Que crees que significan estos surcos? Algo me dice que no son meros adornos. Parece algún tipo de escritura.

Dryden se acercó aun mas a las extrañas runas de la armadura. Se ajustó sus gafas para no perder ningún detalle de las extrañas runas. Compartió inmediatamente la suposición de Allen.

- Está claro que se trata de un sistema de escritura. Sin embargo, en mis viajes por toda Gaea jamás he visto algo parecido. No tiene concordancia con ninguna lengua de nuestro planeta, al menos no con alguna en la que haya estado en contacto.

- La he visto anteriormente. Se trata de escritura atlante. - Dijo Hitomi. Se encontraba justo detrás de ellos observando también con atención los restos del artefacto Syarain. Tal revelación de la supuesta procedencia del Xanas impactó a todos los presentes.

- ¿Quieres decir que los diseñadores de esta cosa son atlantes? - Dijo Van.

- No. - Negó Hitomi. - La antigua Atlantis jamás crearía un artefacto como este. Dudo que sus constructores sean atlantes, sin embargo ... - Hitomi se acercó aun mas a la escritura y alzó su mano con la intención de tocar las runas, algo que no hizo finalmente por miedo. - ... reconozco dicha escritura. Es atlante, no hay duda.

La joven inclinó su cabeza con la intención de leer dicha inscripción. Una gran luz cegadora explotó en el interior del Xanas trasladando a Hitomi a otro tiempo y lugar. Una vez mas se encontraba en Atlantis, una ciudad sumida en el caos y la destrucción. Los mares de llamas inundaban la gran urbe y el cielo se teñía de rojo sangre. Estaba en una gran explanada, recorrida a ambos lados por numerosos edificios y mausoleos prácticamente en estado ruinoso. Arriba en el cielo, numerosas figuras aladas iguales a las que habían asaltado Palace se dirigían hacía una gran luz en el horizonte.

Volvió a dirigir la mirada a la explanada, esta vez macabramente adornada con multitud de cuerpos empalados atravesados por lanzas, muchos de ellos completamente inmóviles mientras que otros intentaban desesperadamente aferrarse a la vida, todos ellos con grandes alas extendidas empapadas por su propia sangre. Nuevamente, Hitomi no pudo soportar aquella horrible visión y apunto estuvo de desmayarse, pero algo cayó del cielo. Una pluma bajaba lentamente formando pequeños zigzag hasta depositarse con suavidad en sus manos, una pluma completamente oscura.

- Muerte a nuestros hermanos y creadores, los atlantes. Muerte a nuestra madre y carcelera, Fortuna. Muerte al Dragón Blanco, nuestro Dios. Vida al Dragón Negro, nuestro salvador. - Leyó Hitomi de la superficie del Xanas. Nadie supo que decir ante la terrible verdad revelada, sólo Van tuvo fuerzas para negar la terrible evidencia de la escritura atlante.

- Es imposible, nuestros enemigos no pueden ser atlantes. - Dijo. Le resultaba difícil el asimilar el poseer el mismo vínculo de sangre entre él y los invasores.

- Tal demostración de tecnología o magia no deja duda alguna, pero sigo sin comprender gran parte del significado de estas palabras. - Dijo Dryden. - Si son hermanos de los atlantes significa que nuestros enemigos son también atlantes, pero ¿hermanos y creadores? No tiene sentido dicha afirmación, ni tampoco al referirse de tal manera a la Diosa Fortuna como madre y carcelera al mismo tiempo.

- ¿Y por que escribirlo en el armazón de un guymelef, si es que se trata en realidad de un guymelef? - Preguntó Brant refiriéndose a la escritura leída por Hitomi.

- Sienten un gran odio en su interior y esta es su manera de exteriorizarla. - Contestó Argon a la pregunta del oficial de navegación del Phaere. - Es muy común entre los soldados de Astria adornar nuestros respectivos guymelefs. Muchos escriben en las piernas el mayor deseo de su vida, otros tallan el nombre de sus esposas o amadas a la altura del corazón del guymelef para que les traiga suerte durante la batalla. Me temo que nos encontramos ante toda una declaración de intenciones de nuestros enemigos.

Lorel seguía atentamente cada una de las posibles deducciones de sus compañeros mientras continuaba estudiando el depósito de energiste destrozado por su certero disparo de ballesta. La explosión que provocó el impacto de la flecha con la piedra hizo que todo el compartimiento, del tamaño de una cabeza humana, estuviera completamente agrietada. Poco quedaba del energiste excepto un pequeño trozo humeante con parte del pivote incrustado en su interior, conectado este al artefacto mediante una serie de pequeños cables colocados anteriormente a su alrededor, ahora rotos o derretidos la mayoría. Un pequeño brillo rojizo residual en el trozo de energiste indicó que este aun podía ser aprovechado para otras tareas menores. Lorel quiso extraer los restos del pivote incrustado cuando al mover la pequeña piedra, esta conectó por un instante con uno de los cables cortados produciendo un gran chispazo. Aquella gran mole de metal vibró violentamente de manera inesperada. El momentáneo destello de vida alertó a todos los que examinaban el Xanas, especialmente a Van. Este se apresuró en apartar a Hitomi para ponerla a salvo, algo que también hicieron Allen y Argon con Dryden. Lorel por su parte le fue imposible mantener el equilibrio debido a las grandes sacudidas residuales cayendo al suelo justo debajo de la petrificante mirada del oscuro artefacto. El fulgor volvió a los ojos del Xanas, paralizando a Lorel completamente debido al terror que le produjo mirar fijamente a aquella bestia de metal. Los temblores cesaron de repente y el temible brillo que paralizó al General de Fanelia volvió a desaparecer. Fue entonces cuando se formó en el torso del Xanas una especie de grieta, una compuerta, cayendo de este un cuerpo aparentemente sin vida de su interior justo al lado de Lorel. Este se levantó rápidamente agarrando fuertemente la empuñadura de su espada al igual que Van y los Guerreros de Astria con el fin de proteger a Dryden. El valeroso y joven General se aproximó al cuerpo muy lentamente siempre con una de sus manos sujetando firmemente la vaina de su espada mientras que con la otra empuñaba con fuerza la empuñadura preparado para cualquier imprevisto. Era una mujer, una hermosa mujer de belleza sobrenatural, de largos cabellos blanquecinos al igual que su rostro, libre de las imperfecciones de la edad contrastando la aparente suavidad y color de este con su extraño atuendo. Vestía un ajustado traje oscuro con múltiples y pequeños pliegues parecidos a la piel de un tiburón, realzando su figura y especialmente su belleza, superior a la de cualquier mortal. A ambos lados del traje, tres hileras de pequeños tubos lo recorrían paralelamente desde los pies hasta los hombros llegando estos a las manos.

El miedo de Lorel se convirtió en una natural preocupación por la vida de aquella mujer, la mas bella de cuantas había visto. Los guerreros de Fanelia y Astria se encontraban apartados del guymelef Syarain con sus armas desenfundadas temerosos por su seguridad y por la de los reyes así como la de la joven procedente de La Tierra. Lorel se agachó para examinar con mayor detenimiento el cuerpo de la mujer y comprobar si seguía con vida. Estaba tumbada en el suelo boca arriba con parte del rostro cubierto por sus propios cabellos. Lo primero que hizo Lorel fue la de apartarlos suavemente para observar con mas detenimiento el rostro de la guerrera Syarain. Era realmente hermosa, muy pálida, de contornos completamente rectos y rostro ligeramente alargado, de cejas apenas pobladas y labios blanquecinos pero carnosos, era la mas cercana aproximación a una aparición angelical. Lorel intentó concentrarse ya que temía por la vida de la mujer. Era una soldado del ejercito invasor pero la posibilidad de haber dado muerte a una mujer era algo que le aterrorizaba. Su ajustado traje, completamente pegado a su cuerpo le ayudó a observar una leve respiración lo que disipaba los peores temores de Lorel.

- ¡Está viva! - Dijo sin apartar en ningún momento la mirada en el rostro de la mujer. - Respira con dificultad pero está viva.

Gaddes, Kio y Brant se aproximaron a la Syarain para trasladarla lo antes posible a las dependencias médicas donde sería tratada de sus heridas bajo una fuerte seguridad para evitar su posible fuga. Al igual que Lorel, temían por la vida de la mujer, pero también estaban interesados en su supervivencia ya que podía ser la clave para responder a muchas preguntas que necesitaban una respuesta rápida. Una prisionera era lo que buscaban. Lorel se dispuso a levantarla con suavidad del suelo cuando vio su rostro reflejado en los ojos de la Syarain. Sus párpados completamente abiertos escondían una terrorífica visión, una gran oscuridad dominaba completamente en sus ojos, completamente vacíos y negros como pozos sin fondo y a la vez lisas y reflectantes como perlas negras. No sólo estaba viva, sino también consciente. Gaddes y Kio dejaron caer sus espadas al suelo después de ver los ojos de la mujer Syarain. Brant no acostumbraba a llevar espada desde que fue designado oficial de navegación del Phaere pero quedó paralizado ante el terror que en ese momento se apoderó de él. Daika era su nombre, la mejor piloto de guymelefs Nereides del pueblo de los Syarain y una de sus guerreras mas brutales, entrenada junto a su compañero de correrías Kaini en el arte de la guerra. Su rápida especialización en el pilotaje de guymelefs Syarain la convirtió en la mejor capitana de escuadrón otorgándole el honor de pilotar un Xanas, un guymelef que tan sólo eran otorgados a los mejores pilotos, acto que era considerado entre los Syarain como un signo de distinción entre los de su raza.

Aquel humano fue lo primero en ver después de que su guymelef fuera derribado por un insignificante hombre. Era el mismo ser que osó destruir su preciada máquina con una arcaica ballesta, un arma desfasada la había hecho morder el polvo, y lo que es peor, dañar su preciado Xanas. Los continuos golpes en la estructura le provocó una momentánea pérdida del conocimiento, el suficiente para que aquellos insectos estuvieran apunto de capturarla viva. La visión de aquel humano la reconfortó, no su mera presencia. Su rostro lleno de miedo al verse cara a cara con un demonio era placentera y divertida. Todos los Syarain disfrutaban con el miedo y sufrimiento que provocaban a sus víctimas y Daika no era excepción. Con la velocidad de un rayo y la habilidad de la Syarain de contorsionarse dignos de cualquier acróbata de circo, golpeó con una de sus piernas en la cabeza de Lorel con fuerza aprovechando el mismo movimiento para ponerse en pie y mirar de manera amenazante a sus enemigos. Nadie reaccionó, sólo la intensa mirada de Daika bastó para infundir un miedo irracional en sus enemigos. Tan sólo Lorel tuvo energías para levantarse del suelo y desenvainar su espada para defender a su señor y a Hitomi de cualquier agresión de la Syarain. Daika observó con cierta sorpresa como aquel hombre se encaraba a ella con la intención de combatir, algo que no esperaba de la raza humana, una raza que consideraba como inferior y decadente. El ejemplo de Lorel fue seguido por Allen, Argon y Van, dejando este a un lado a Hitomi pidiendo a Gaddes que cuidara de ella. Los tres guerreros avanzaron lentamente con sus espadas levantadas con la intención de hacer ver a la Syarain su inferioridad numérica esperando a que esta se rindiera. Eran efectivamente cuatro de los mejores guerreros de Gaea contra una Syarain. Sin embargo, esta no se rindió.

Daika cerró con fuerza los ojos al igual que sus puños, convulsionando su cuerpo como concentrando sus energías hasta un límite desconocido hasta que la Syarain explotó desplegando unas grandes alas oscuras en su espalda, apareciendo estas por dos pequeñas ranuras de su traje, unas magníficas alas del color de las tinieblas con una envergadura de casi tres metros teñidas de negro, creando a su alrededor un manto oscuro de plumas. Un terrible grito acompañó al despliegue de sus alas, atravesando no sólo el casco del Phaere, sino también rompiendo el frágil equilibrio que mantenían los hombres de Fanelia y Astria, enemigos de la mujer Syarain, perdiendo algunos la razón. Reeden comenzó a gritar de desesperación creyendo que tenía ante él a un demonio procedente de los abismos mas profundos. Argon dejó caer su arma al suelo preso del pánico mientras que Allen y Van intentaban controlarse después de ver a aquel ser sobrenatural en pleno ataque de ira. Hitomi quedó aturdida al ver así como sus sueños y premoniciones se confirmaban una vez mas. Al fin entendía la presencia de aquellos seres de alas oscuras en sus visiones.

Después de esta demostración de fuerza, Daika blandió dos pequeños puñales camuflados en dos pequeños bolsillos de ambas manos con el fin de matar a Lorel, siempre con sus alas extendidas. No sólo era el humano que osó intentar matarla con un artefacto tan simple como una ballesta, se trataba de su víctima mas cercana. Este, a pesar de estar petrificado al igual que todos los presentes en el hangar, su entrenamiento junto a Van con Vargas le enseñó a esquivar los ataques del enemigo de manera instintiva, valiéndole para salvar su vida. Muy cerca pasó la afilada hoja de la Syarain, pero esta atacó con tanta furia que golpeó a Lorel con su propio cuerpo. Ambos estaban enzarzados en un tenso forcejeo, intentando el General de Fanelia desarmar a la mujer agarrando con fuerza las manos de esta. Van fue el primero en reaccionar. Asiendo su espada real con fuerza, su intención era la de golpear a Daika con la hoja no afilada de su acero para así asestarle un duro golpe en la cabeza y dejarla inconsciente. La Syarain sintió de alguna manera la presencia de Van propinándole una patada a la altura del mentón derribándole. Allen y Argon, superando su miedo cargaron decididos a ayudar al rey de Fanelia y atrapar a la guerrera oscura. Estaba atrapada. Lorel la seguía agarrando con fuerza impidiendo cualquier puñalada mortal y dos Caballeros Celestes se acercaban por su espalda. A su lado, una pequeña caída de unos siete metros al nivel inferior del hangar donde se almacenaban en numerosas cajas de madera piezas y material de guymelefs. Su única salida posible era la de caer sobre estas arrastrando consigo al humano. Así lo hizo. La imposibilidad de volar en un espacio cerrado le resultaría inútil para poder escapar de sus captores.

Con una fuerza de varios hombres, Daika soltó los puñales y fue ella quién esta vez agarró a Lorel, empujándole con ella al vacío. Ambos cayeron sobre la gran pila de cajas, en su  mayoría vacías, pero lo suficientemente duras como para dejar dolorido a Lorel con alguna que otra costilla rota. La Syarain salió aparentemente mejor parada pero también dolorida debido a los continuos golpes contra las cajas. Muchas se derrumbaron sobre ellos dejando una montaña de maderas desquebrajadas. Van, Allen y Argon bajaron rápidamente por las escaleras mas próximas hasta llegar al nivel del almacén. El rey de Fanelia no dudó cuando envainó su espada y comenzó a apartar grandes trozos de madera en busca de su amigo. Tras un gran panel astillado se encontraba Lorel, aun consciente pero herido por las heridas recibidas. Antes que Van pudiera ayudarle a salir, Daika, atrapada entre los restos de las cajas al igual que Lorel, volvió a desplegar sus alas liberándose de ellas, provocando una nueva lluvia de plumas negras a su alrededor. Justo debajo suya se encontraba Van, desarmado, haciendo todo lo posible por ayudar a Lorel. La Syarain no pudo terminar con la vida del descendiente de Atlantis al no empuñar arma alguna, así que propinó otra nueva patada al rostro de Van esquivándolo este pero cayendo al suelo al trastabillar con un trozo de madera. Daika se agachó y sacó un nuevo puñal de un bolsillo situado en uno de sus pies para amenazar la vida del piloto de Escaflowne. Esta vez fue Lorel el que actuó. Agarró con fuerza la pierna de la mujer haciendo caer también al suelo. Allen aprovechó aquel momento de confusión para ayudar a Van a levantarse. Argon se ocupó de la Syarain. Dispuesto a desarmarla, cayó en el error de subestimar a su adversaria. Daika fue lo suficientemente rápida aun derribada para asestar una puñalada en la pierna del Caballero Celeste provocando una abundante hemorragia en este a la altura del muslo. Argon gritó de dolor mientras que Daika aprovechó aquel momento para ponerse en pie con la misma rapidez que hirió de gravedad en la pierna a su adversario. Sin embargo, la herida no resultó mortal y Argon no se daba por vencido.

Nuevamente las cosas se complicaron para Daika. Esta vez no había escapatoria alguna. Aunque Lorel, armado esta vez con un pequeño tubo de metal al perder su arma en el forcejeo, y el Caballero Celeste Argon estaban heridos, la gravedad de sus lesiones no fue tal como para acabar con ellos. Los cuatro se acercaban en arco, atentos a cualquier movimiento de la Syarain. Al verse rodeada y esta vez sin salida posible, colocó el puñal a la altura de su cuello con la intención de terminar con su vida. Estaba dispuesta a sacrificarse antes que caer prisionera, para eso fue entrenada, no sólo para combatir, sino también para morir. Dudó por un momento temerosa por su propia muerte, pero el miedo pasó rápidamente.

- ¡No lo hagas! - Gritó Hitomi. Se encontraba en el nivel superior del hangar junto con Brant y Gaddes que cuidaban constantemente de ella. Daika miró perpleja a la joven que le pidió no acabar con su propia vida. - ¡Por favor, no lo hagas! ¡No tienes por que morir!

La mujer Syarain no hizo caso. Estaba dispuesta a morir antes de permitir que fuera interrogada por los humanos pero Lorel se abalanzó sobre ella aprovechando su distracción ante las palabras de la joven terrícola tumbándola en el suelo en un nuevo forcejeo. Esta vez, Daika era la que intentaba degollarse a si misma pero Lorel se lo impedía. Van y los Caballeros Celestes nada podían hacer ya que su intervención podría desembocar en la muerte de la guerrera Syarain o del propio Lorel.

La afilada daga fabricada en metal glima se aproximaba cada vez mas al cuello de Daika. Su fuerza era tremenda. Sus dos manos se aferraban al puñal empujando la hoja hacia su cuello mientras que Lorel hacía lo mismo en dirección contraria. En cualquier momento, la mujer aprovecharía tal situación para degollarle pero ni siquiera pensó en ello.

- ¡Maldito seas, humano! ¿Por que estás empeñado en salvar mi vida? - Dijo la Syarain. Su gélida y aterradora voz de ultratumba heló la sangre de Lorel, pero seguía decidido a salvar la vida de la mujer.

- He visto demasiadas muertes en mi vida como para permitir la tuya. - Dijo. - Me da igual a quién sirvas, me da igual ser tu enemigo. No permitiré que mueras cuando aun sigues teniendo la posibilidad de vivir.

Daika volvió a gritar de ira y se dispuso a acabar con la vida de Lorel aprovechando la fuerza de ambos para atravesarle el cuello, pero el General presintió sus intenciones y golpeó la cabeza de la mujer con todas sus fuerzas chocando esta a su vez con la rígida superficie del almacén dejándola inconsciente. Sus manos dejaron de aferrar el puñal cayendo estas sobre su pecho. Sus grandes ojos se cerraron muy lentamente mirando en todo momento al humano que la había vencido hasta caer completamente en el sopor.

- ¡Lorel! ¿Te encuentras bien? - Van corrió a socorrerle después de haberse percatado de una profunda herida situada a la altura de su costado izquierdo provocada por el primer forcejeo. Argon era también auxiliado por Allen y Dryden colocándole este un torniquete en el muslo para detener la pérdida de sangre.

- No, no estoy bien. - Contestó apesadumbrado. No podía apartar la mirada de la mujer a la que acaba de golpear. Físicamente se encontraba bien, pero le era imposible asimilar haber golpeado a una mujer de esa manera, ni siquiera para salvar su vida y la de la guerrera Syarain.

...

El transporte de tropas estaba listo para partir del pequeño puerto instalado apresuradamente por los ingenieros Syarain y de manera temporal en el patio principal del palacio Aston. El aparato era básicamente un pequeño navío con capacidad de hasta treinta soldados incluidos dos guymelefs y el equipo diverso, especialmente novísimos artefactos de comunicación por ondas para mantener un contacto continuo con el Derethy y el Imperio. En definitiva, todo lo necesario para que los Quimera designados por Gosser mantengan un estricto control en la zona e informen continuamente a sus superiores. A diferencia de otras naves de transporte, los utilizados por los Quimera ascendían gracias a un ingenioso sistema rotatorio de palas situados en el techo junto con dos potentes motores de energiste. La base del transporte incluía únicamente una pequeña cantidad de piedra levitante para contrarrestar el peso y facilitar la ascensión, lo suficiente para no sobrecargar el trabajo de los motores. En su interior, el guymelef eCo utilizado por Gosser había sido cargado para su transporte al Derethy.

Una vez descargado todo el material, Gosser dio sus últimas ordenes a sus hombres antes de partir. Estaba preocupado por ellos. Treinta hombres y dos guymelefs rodeados de Syarains, sus supuestos aliados.

- Recordad vuestra misión. - Dijo en un improvisado discurso. Sus hombres se amontonaron en semicírculo en torno a él. - Se que muchos de vosotros al igual que vuestros seres queridos habéis sufrido por las duras sanciones impuestas a nuestro reino, pero también se que cumpliréis mis órdenes al pié de la letra y que no os cegará vuestra ansia de venganza. ¡Ya llegará ese día! Pero mientras tanto recordad que sois soldados al servicio del Imperio, y es este quién controla vuestro destino.

Gosser volvió la cabeza para mirar al pelotón de Syarains que se encontraba en su espalda.

- Esos malditos bastardos están deseando reducir la ciudad a cenizas. Afortunadamente siguen dependiendo de nosotros mas que nosotros de ellos, y eso es una ventaja que no debemos desaprovechar. - Hizo una pausa, meditando sus palabras. - Comprendo vuestra perplejidad ante su tecnología, pero sabed que la misión del pelotón de Syarains que os acompaña es tan sólo la de obedecer vuestras órdenes así que no debéis temer nada de ellos.

Otra nueva pausa para meditar nuevamente sus palabras. Esta vez tragó una gran cantidad de saliva. Estaba intranquilo por la seguridad de sus hombres, pero intentó con éxito no transmitir tal sentimiento para no preocuparles.

- Mantenedles a raya. No permitáis que provoquen ninguna matanza de civiles o militares. Supervisad el control de la ciudad así como sus vías de acceso. Nada ni nadie debe entrar o salir de la ciudad y sus alrededores. - Ordenó. Sus hombres escuchaban atentos. - Se que no podremos mantener en secreto durante mucho tiempo la invasión a Palace, cuatro o cinco días quizás, pero no os preocupéis, mas que suficiente para nuestros propósitos. Una vez cumplido con nuestra misión seréis evacuados lo antes posible y volveréis todos a vuestro hogar junto con vuestra familia. - Concluyó. Sus hombres entendieron perfectamente las últimas palabras de su Comandante. El hogar de todo Quimera era el Derethy, y la familia sus propios compañeros.

Un saludo militar indicó el fin del improvisado discurso del General. Sus hombres lo repitieron en señal de respeto y se dispersaron en pequeños grupos de tres o cuatro personas, cada uno especializado en una tarea en concreto. Dos equipos de tres soldados eran los encargados de supervisar el control de Palace, dirigidos por Parten, un veterano perteneciente hace años a la casta de los chamanes del Imperio. Fue uno de los muchos chamanes que abandonaron la casta junto a Gosser para pertenecer al ejercito Quimera, creado por orden del mismísimo Emperador para entorpecer los avances de su gran rival tecnológica, Bashram, mediante discretas pero efectivas incursiones en su territorio. Perten era también el elegido por su General para dirigir las operaciones de sus hombres en Palace. Hint era el segundo al mando del pequeño batallón situado en Palace, un joven especialista en sistemas mecánicos y guymelefs al igual que Gosser. Era uno de los peores soldados Quimera en el manejo de la espada pero nadie podía hacerle frente con una caja de herramientas a su lado. Su misión era la de supervisar junto con otros cuatro ingenieros mas, el estado de la ciudad así como el mantenimiento de los complicados sistemas de comunicación de los que disponían para comunicarse con Zaibach de manera continua.

El transporte cerró sus compuertas y se dispuso a despegar del pequeño puerto situado en el patio del palacio rumbo a los grandes hangares del Derethy. Serena había sido trasladada a una de las estancias médicas que disponía el vehículo, todavía inconsciente y siendo vigilada constantemente por Kiter. Dales se encontraba en el pequeño pasillo principal que conectaba todas las pequeñas estancias yendo de un lado para otro pensativo al igual que su compañero. Gosser se encontraba en la cabina principal situado en el segundo de los dos pisos construidos. Era muy grande para ser un transporte de tropas, lo suficiente para poder transportar dos enormes guymelefs Alseides.

- ¿Que será de Palace a partir de ahora? ¿Que será de mi reino? ¿Que será de mi gente?

Millerna se encontraba en la misma cabina que Gosser. Se encontraba de pie a pesar del sillón acarreado por los soldados Quimera para que esta se sentase durante el corto paseo hacia el Derethy.

- Es una reina digna de Astria. - Dijo. Gosser miraba por un ventanal la ciudad, con numerosas columnas de humo procedente de los numerosos incendios provocados por los combates. - Es admirable por su parte preocuparse de su gente en lugar de su propia seguridad.

- ¿Que será de Serena?

- No debe preocuparse por Palace. Nuestro objetivo no es su destrucción a no ser que mis superiores así lo ordenen. Tampoco debe temer por su seguridad, aun si decide colaborar con nosotros como si no.

- ¿Que queréis de Serena? - Volvió a preguntar molesta por el modo en el que Gosser ignoró sus palabras anteriores. Esta vez su tono se hizo mas duro, ordenando una respuesta inmediata.

- Me temo que no volveréis a verla, no al menos tal y como la conocéis hasta ahora. - Contestó después de un largo silencio. Millerna estaba confundida por la respuesta de Gosser hasta que comprendió con horror tras unos segundos las oscuras intenciones de Zaibach.

- ¡Dilandau! - Gritó Millerna. Gosser miró sorprendido a la reina de Astria. No esperaba que conociera el pasado de Serena durante su estancia en los ejércitos del Imperio. - ¡No puedes hacer eso! ¡No después de todo lo que ha pasado!

- ¡No estáis en disposición de darme órdenes! ¡Recordad que sois vos la prisionera! - La mirada de Gosser pasó a estar llena de furia, pero Millerna no tuvo miedo. - ¡No creáis que por ser una mujer y pertenecer a la nobleza no puedo ser duro!

- ¡Serena ya ha sufrido bastante! - Volvió a gritar Millerna, cada vez mas fuerte, desoyendo las advertencias de Gosser! - ¡No tienes derecho a volver convertirla en un monstruo sanguinario! ¡Ella te quiere!

Gosser intentó calmarse ante las palabras de Millerna, punzantes como dagas. Conocía mucha mas cosas de las que él creía.

- Cuidaste de ella durante su estancia en el Imperio. Fue tu afecto hacía ella la que le permitió sobrevivir ante las terribles acciones que cometía y ella te correspondió con su cariño, un cariño que posteriormente y con los años se transformó en amor. ¿Es así como la correspondes?

- ¡Basta! - Gritó. Inconscientemente, su mano derecha agarró con fuerza la empuñadora de su espada con la intención de utilizarla contra Millerna haciéndola callar al temer por su propia vida. Gosser quedó en silencio, intentando comprender las razones por las que le había llevado a realizar tal acto. Una vez mas su ira encerrada en su interior se adueñó de su destino y poco faltó para asesinar a Millerna con su propia espada, algo que jamás se hubiera perdonado. Respiró muy hondo para tranquilizarse antes de soltar lentamente la empuñadura. Decidió que lo mejor era dejar a solas a la reina y así lo hizo. Salió de la cabina cerrando la puerta de un golpe seco. No se molestó en encerrarla ya que no tenía escapatoria posible, el transporte se encontraba a medio camino de su llegada, el hangar principal del Derethy. En el pasillo del segundo piso quedó de nuevo en silencio. Sus piernas le temblaban y respiraba con dificultad. Apenas tenía fuerzas para mantenerse en pie. No era cansancio, jamás se cansaba, era algo mas. Todo lo ocurrido estos últimos días en Palace hizo quebrar el fino muro que mantenía confinado la ira de su interior, una ira que siempre le acompañó y que aprendió a combatir gracias a la compañía de Serena.

- No volverás a adueñarte de mi. - Se dijo. Estaba en el suelo apoyado en la pared mirando sus temblorosas manos. - No quiero volver a matar por placer, no quiero convertirme en aquel monstruo que fui hace años ... no ...

- Demasiado tarde. - Dijo una lejana voz procedente de un lugar situado entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. No era la primera vez que Gosser la escuchaba. - Tu odio alimentado durante años por los Chamanes ya controla tu vida y la dirige a su antojo, no puedes escapar al nuevo destino que han creado para ti, un destino lleno de dolor y sufrimiento.

Gosser quedó en silencio para asimilar las palabras de Folken. Su translúcida imagen espectral apareció a un lado. Mantenía la misma vestimenta de Chamán con la que servía en Zaibach. En cambio, su brazo derecho dejó de ser metálico, recuperando así su humanidad perdida cuando el Emperador le injertó un miembro de metal. Su espalda estaba adornada con dos magníficas alas blancas plegadas.

- Desafías continuamente las órdenes de los Chamanes pero siempre obedeces. - Continuó. - Es la ira escondida en tu interior y tus ansias innatas de matar las que se someten ante el Consejo, es así como controlan tu destino. Se valen de tu odio confinado para someterte a su voluntad. Abandonaste demasiado tarde el Consejo, al igual que yo.

- Te equivocas Folken. - Dijo. -  Mi destino no está ligado a mi ira ni a los Chamanes ...

- Destruirías lo que mas amas en este mundo con una sola orden del consejo. - Dijo Folken, recordando así una conversación que tuvieron ambos antes de la Gran Guerra.

Un pequeño temblor en la pesada estructura de metal del transporte indicó su llegada al Derethy. Las puertas del nivel inferior se abrieron con un gran estruendo al caer las pesadas rampas de metal sobre el metálico suelo del majestuoso crucero Imperial. Dales subió la pequeña escalera de caracol que conectaba los dos niveles del transporte para notificar a su comandante del aterrizaje. Encontró a Gosser en el suelo, con su espalda apoyada sobre la puerta de metal de la habitación donde estaba retenida la reina de Astria. Su mirada perdida y su rostro pálido, mucho mas de lo habitual para un hombre mas acostumbrado a la débil luz de las lámparas incandescentes del interior del Derethy que a la luz solar, preocupó al soldado Zaibach.

- ¿Se encuentra bien, señor?

Gosser no contestó. Se encontraba tan absorto en sus pensamientos, miedos y dudas que en ningún momento advirtió la presencia de Dales. Este prefirió no insistir, limitándose únicamente a esperar instrucciones de su comandante. Sin embargo, el próximo destino del Derethy ya había sido elegido a espaldas de Gosser, el cementerio de los Dragones. Allí les aguardaba el guymelef primigenio, Darmalion., la Armadura Dorada.

...

- ¿Que haces aquí? Hace mucho frío y el viento sopla con fuerza a esta altitud. Podrías enfermar.

- Quería estar a solas, nada mas. - Dijo Hitomi. Estaba apoyada a la barandilla de la cubierta superior de popa del Phaere. La joven dio una pequeña patada a un trozo de metal en el suelo desprendida del casco durante el combate, cayendo esta al vacío. Sobrevolaban un gran bosque.

Van se acercó hasta estar a su lado. Posó su mano derecha sobre la fría barandilla de metal y su mano siquiera sobre la mano de Hitomi.

- Guardas muchas preocupaciones en tu interior. Si no las compartes no podrás soportarlas. Necesitas a alguien que comparta contigo tus inquietudes y temores, y me gustaría que ese alguien fuera yo.

Hitomi agradeció las palabras de Van con una ligera sonrisa. Su presencia junto a ella y sus dulces palabras era lo que mas necesitaba en estos momentos de angustia.

- ¿Como está Lorel? - Preguntó. En realidad no le preocupaba su salud ya que no eran graves a simple vista, sin embargo, no encontraba las fuerzas suficientes para compartir con Van sus preocupaciones.

- Para él son meros arañazos. - Contestó Van. - Un par de costillas rotas y un corte no muy profundo en el costado. Hace falta mucho mas que eso para librarnos de él. - Dijo con ironía.

Hitomi sonrió pero su rostro se oscureció tan pronto como el día tras un eclipse. La preocupaban muchas cosas, el futuro de Palace y sus habitantes, el paradero y la suerte de Serena y Millerna, la mujer capturada y su origen, incluso las verdaderas razones de su viaje a Gaea.

- Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que no se si podré asimilarlas. - Dijo. - No sabemos donde están Serena y Millerna. Se que debería estar tranquila pero no puedo. También Allen muestra cierta despreocupación por su paradero confiando en la habilidad de su hermana, sin embargo, es normal que se preocupe de esa manera de un ser querido.

- Estoy seguro que ambas se encuentran bien. - Dijo Van. - No debes preocuparte por ello. Mañana llegaremos al monte Mithi donde, según Dryden, se encuentra la salida del complejo de túneles subterráneos utilizado por los Aston. Verás como nos estarán esperando.

- Se que intentas tranquilizarme, pero aun así tengo un mal presentimiento. - Hitomi agarró con fuerza su colgante. Su mano estaba temblorosa y Van lo notó. - Puede se el presagio de algo mas, no estoy segura.

Un nuevo silencio sólo interrumpido por el estruendo que producían los tres motores del Phaere situados en la parte inferior de popa generando la fuerza suficiente para mover semejante nave hasta el horizonte. Arriba en el cielo, numerosas y compactas nubes recorrían el cielo mientras que a decenas de metros mas abajo, el gran bosque que rodeaba los territorios cercanos a Palace pasaba lentamente a convertirse en un valle.

- Alas oscuras. - Dijo al fin Hitomi con la mirada puesta en el horizonte. Nadie se atrevió a hablar sobre la mujer capturada hace escasos minutos, no con Van a su lado. Nadie dudaba que se trataba de una descendiente de la antigua Atlantis, una Ruijin, algo que el piloto de Escaflowne se negaba a aceptar. Ni siquiera Hitomi tuvo apenas fuerzas para pronunciar tales palabras, pero al igual que ella, Van también necesitaba a alguien para compartir su angustia.

- Esa mujer no tiene nada que ver con el pueblo del Dios Dragón. - Dijo tajantemente.

- Yo no he dicho eso. - Dijo Hitomi. - Pero ... sus alas ... la inscripción del gigante de metal que la guardaba en su interior ...

- Lo se ... - Dijo Van apesadumbrado ante las evidencias. - ... pero comprende que no puedo creer que esa mujer y yo compartamos la misma sangre, la sangre de Atlantis. ¡Ya has visto lo que han hecho con Palace! Los Ruijus viven apartados de los humanos porque les temen ...

- Van ...

- Temen a los humanos ... - Continuó. - ... pero aun así respetan su existencia como seres vivos hijos de Gaea; así me lo hizo saber mi madre; a mi y a mi hermano. No son crueles asesinos.

- ¿Por que dijo Reeden que se trataba de un demonio? - Preguntó Hitomi. No sólo recordó al cruzado perder la razón al desplegar la mujer sus oscuras alas. La misma palabra se repetía una y otra vez en su mente desde que aquel ser con armadura apareció en una de sus visiones.

- Según nuestra mitología, hace miles de años la Diosa Fortuna expulsó a los demonios del reino celestial y les condenó a vagar durante toda la eternidad sobre el reino de los humanos, Gaea.

"Muerte a Fortuna, nuestra madre y carcelera" - Hitomi recordó el texto inscrito en el gigante de metal.

- Según la leyenda, sus ejércitos poseían la voluntad suficiente para animar la piedra, moldearla a su imagen y servirles en el combate como enormes guerreros de metal. Las historias hablan de criaturas inimaginables que utilizaron hace siglos contra los ejércitos de Centuria para apoderarse de una armadura mítica, Darmalion, el primero de los guymelefs construido por Ispano y pilotada por el rey Adrian. Con ella pretendían regresar al reino celestial en oposición a los designios de la Diosa Fortuna y regir el destino de los hombres a su voluntad. Los demonios atacaron la mítica capital de Centuria, Clarinnor destruyendo esta por completo y aniquilando prácticamente a la totalidad de sus habitantes. La victoria por parte de los ejércitos de las tinieblas parecía inminente cuando su rey sacrificó su vida por el bien de Gaea. Hizo que uno de sus hombres le decapitara para así inutilizar a Darmalion e impedir que los demonios pudieran apoderarse de él, y así fue. La armadura mítica estaba conectada psíquicamente con su piloto, compartiendo este su terrible destino. Los demonios encolerizaron. Destruyeron toda Centuria y se exiliaron al vacío para reponerse de sus enormes pérdidas y regresar algún día a Gaea con la intención de provocar un Apocalipsis en respuesta a la humillación sufrida durante la guerra.

Van observó una gran inquietud en Hitomi. Inmediatamente supo que no debió relatarle a Hitomi los cuentos que utilizaban sus padres y su hermano Folken para asustarle.

- No debes preocuparte. Son sólo cuentos y leyendas. - Dijo. - Recuerdo como mi padre me las contaba cuando yo era tan sólo un crío. No son mas que eso, cuentos para asustara los niños.

- ¿Y sus alas? ¿Por que oscuras?

- Las alas completamente ennegrecidas son el símbolo de la muerte. En Folken presagiaba el terrible destino que le aguardaba, un destino escrito en las estrellas por el Emperador Dornkirk. Quizás su significado sea aun mas siniestro en nuestros enemigos.

La noche y la niebla tomó otra vez a Hitomi envolviéndola a esta y trasladándola hacia un lugar desconocido, un monte. El cielo estaba oscurecido por espesas nubes y el horizonte enrojecido. Un gran ejercito marchaba lentamente bajo la ligera lluvia que caía en esos momentos. Cientos, miles de hombres caminaban como si el mismo cuerpo les supusiera una terrible carga, sin alma en ellos. Todos con armados con espadas, todos con alas blancas en su espalda enrojecidas por torrentes de sangre que emanaban de ellas y caían sobre el suelo tiñendo de color rojo los abundantes charcos producidos por el agua, todos con ojos brillantes como lobos, todos con un mismo rostro. Gosser.

- Nuestra era ha llegado. - Dijo una voz. El misterioso hombre con armadura forjada con escamas de dragón estaba a su lado. En su espalda, dos grandes alas oscuras al igual que sus ojos. - Y la de los hombres acaba de terminar. Con su fin, nuestros corazones volverán a brillar juntos tal y como ya lo hacían en la época de la antigua y gloriosa Atlantis. - El hombre miró a Hitomi, viéndose esta reflejada en sus ojos. - Cuando todo esto acabe, nuestro amor renacerá de entre las llamas de nuestro pueblo y gobernaremos juntos entre las ruinas de los mortales. Esa es la razón por la que estás en Gaea, mi querida esposa.

Fin de la primera parte

Aquí termina la primera parte de la trilogía "El Enigma de Atlantis" con la invasión y toma de Palace, la capital del reino de Astria. En la segunda parte, "La Armadura Dorada", Van e Hitomi, siempre ayudados por el Caballero Celeste Allen Schezar, tratarán de impedir la resurrección del guymelef primigenio Darmalion y su control a manos de Zaibach y el pueblo Syarain. Todo esto les llevará finalmente hasta el misterioso reino de Centuria donde se cree que sus habitantes mantienen aun contactos con el pueblo de los Ruijin, descendientes de la antigua Atlantis. Mientras tanto, en el Derethy, el experimento de modificación del destino en seres humanos se vuelve a llevar a cabo con éxito. Dilandau clama venganza mientras que Gosser luchará contra su interior para evitar su propia autodestrucción y la de sus seres queridos.

Y el final de esta historia en "Rujins y Syarains" ...

Ante todo, gracias a eCooo por su ayuda, apoyo y tantas ideas compartidas. Jamás hubiera terminado el fic si no fuera por ti. También mis agradecimientos a Dilandau Sama y a su fanfic "Tenkuu No Escaflowne II: Poseidopolis" sin el cual jamás me hubiera aficionado a la lectura y escritura de fics. A Karina, la primera persona en leer mi fanfic y publicarlo en su pagina "Doble Opuesto" donde se publicó inicialmente. A la Lista de Escaflowne por soportar a un tipo como yo ^_^ y a todos los que han contactado conmigo en relación a mi fanfiction. Muchas gracias.

Para cualquier comentario, duda, o simplemente ponerse en contacto con su autor, escribir a oreades_dilandau@hotmail.com