I DON'T WANT TO MISS YOU. . .

By Raquel

Primera Parte: Taichi ~ Cuando es mejor el olvido

~*~

Hoy he vuelto a escuchar

al silencio gritar tu nombre

tu nombre...

y comienzo a sentir

la nostalgia en mi ser

sin poder evitar

un lamento de amor sin fin

~*~

Era más de media noche cuando Taichi Yagami detuvo su Mercedes Benz en el estacionamiento del edificio donde estaba residenciado desde hacía cinco años. A pesar de la hora y el enorme cansancio, el joven abogado permaneció dentro de su auto largo rato con sus manos sujetando fuertemente el volante, mientras escuchaba el suave ronroneo del motor aún encendido y observaba fijamente el cartel publicitario de Coca-Cola que los faroles delanteros iluminaban obstinadamente.

Con un suspiro que era más un lamento, finalmente apagó el motor, extrajo la llave y tomó su portafolio de cuero negro y la pequeña bolsita de plástico blanco que albergaba la fuente de un enorme y viejo pesar; descendió del vehículo y se encaminó a la puerta del pequeño edificio de grandes ladrillos rojos que conocía tan bien, hurgó en uno de los bolsillos de su gabardina negra hasta que halló un manojo de llaves, abrió la puerta de cristal y subió corriendo los dos pisos que lo separaban de su departamento.

Cuando llegó a la puerta de su casa, recogió el suplemento de The New York Times que habían dejado depositado en el piso a primera hora de la mañana y entró a la sala en penumbras; su departamento era pequeño pero acogedor y lo protegía bastante bien de las noches fría como aquella, en las que el viento azotaba las ramas de los árboles contra las ventanas y era imposible ver alguna estrella en el cielo.

Taichi caminó a través de la oscuridad que conocía tan bien, sin tropezar con ninguno de los muebles mientras arrojaba su gabardina, el portafolio y el periódico sobre el sofá, sin mostrar ningún interés en ellos. Observó unos instantes la bolsa que llevaba firmemente sujeta, pensando en qué hacer con ella; la idea de arrojarla por el bajante de la basura pasó por su mente, pero finalmente decidió que no lo haría. Con un nuevo suspiro, esta vez de resignación, lo depositó sobre una mesa mientras se dirigía a su habitación a cambiarse de ropa.

Con el transcurrir del tiempo, y sobretodo por la necesidad que imponía ser un prestigioso abogado de New York, y un representante importante en los asuntos del Digimundo antes las Naciones Unidas, se había acostumbrado a llevar trajes finos y costosos, de gran elegancia, día a día; la mayoría trajes Armani o alguna marca conocida, sin embargo, dentro de su hogar era insoportable sentirlos sobre su piel canela. De ese lado de la puerta, en donde el mundo y sus problemas quedaban convenientemente del *otro lado*, sentía que volvía a ser el mismo jovencito de antaño a quien le fascinaba jugar fútbol soccer y soñaba con ser el jugador estrella de la selección de Japón en algún mundial de fútbol. El chico jovial y despreocupado a quien le gustaba comer helados de chocolate y avellana en las tardes calurosas de Odaiba, mientras bromeaba con sus amigos de la infancia, contando las horas para regresar el digimundo y ver nuevamente a su compañero digimon, Agumon.

Claro que eso había sido hace mucho tiempo y lo único que le quedaba ahora eran los recuerdos: la sonrisa cálida y amorosa de Sora, la personalidad risueña e ingenua de Mimi, la inteligencia abrumadora de Kosuhiro y su necesidad urgente por conocer y entender el mundo que le rodeaba, los sabios consejos y sonrisa limpia de Joe...

Y por supuesto, también estaba Yamato...

A Yamato era a quien recordaba con más fuerza y dolor y anhelo y...

Amor

Aún ahora, después de 10 años de separación, la fuerzas de los recuerdos a su lado lo abrumaban. Deseó tanto olvidarlo y dejarlo atrás, que fuera sólo un recuerdo oscuro en su aún más oscuro pasado, pero, ¡qué fuerte eran esas imágenes! Sus caricias y besos y las palabras de amor; los poemas que solía componerle después de hacer el amor, desnudo sobre el colchón de la cama, mientras él dormía el sueño de los justos, envuelto con las sábanas arrugadas producto de su noche de pasión... su manera de decirle "bebé" al despertarlo en las mañanas con un amoroso besos en los labios y el desayuno en la cama y los juegos de seducción que llevaban a cabo para ver quién resistía más en arrojarse sobre el otro y hacerle el amor salvajemente otra vez...

Pero no era el sexo lo que más extrañaba, aunque le encantaba la manera en que lo hacían, sino los pequeños detalles, las sonrisas que le dedicaba, la forma en que lo abrazaba al dormir o lo cuidaba cuando estaba enfermo o cuando entrelazaban sus manos en el cine, mientras veían alguna película...

Taichi suspiró por tercera vez.

Simplemente no había podido escapar de esos recuerdos y del amor que sentía por él... aún lo amaba, se confesó a sí mismo mientras se ponía el pijama. Por todos los dioses, no había podido escapar de ese amor que los había unido, igual a como había escapado de *él* hacía ya más de 10 años.

~*~

Hoy he vuelto a sentir

el deseo de hablar

y decir que te amo

que no puedo olvidar

esos días de ayer

y que hay momentos que ya

no me puedo calmar sin ti

~*~

El reloj de cuerda de la pared marcaba la 1:10 de la madrugada cuando el antiguo portador del emblema del valor salió nuevamente a la sala; estaba agotado y aún debía revisar las notas que había escrito el fin de semana del caso que estaba por comenzar y darle un último vistazo a su discurso de apertura al jurado, pero no tenía en mente hacer nada de ello en ese momento, ni siquiera tenía algo de sueño, aunque sus párpados se sentían bastante pesados, lo único que llamaba su atención era la bolsa de plástico que se encontraba en el mismo lugar en el que lo había dejado y que lo atraía poderosamente, como si una fuerza invisible lo estuviera hipnotizado, obligándolo a caminar lentamente a su encuentro y a posar sus manos, ahora temblorosas, sobre él, a palpar su cubierta unos instantes antes de extraer finalmente su contenido.

Era un CD de música.

Pero no era cualquier CD... éste era el nuevo ejemplar que había salido al mercado, apenas hacía dos semanas, de un apuesto y rubio cantante de rock japonés con renombre mundial, 3 Grammys, 2 Discos de Oro y 1 Disco de Platino en su haber. El genio de la composición como lo habían llamado algunos o el rebelde sin causa como lo designaban otros.

Yamato Ishida.

Taichi observó detenidamente la carátula y luego ojeó la lista de las canciones que se encontraba en el dorso mientras recordaba lo difícil que le había sido conseguirlo, pues estaba agotado en la gran mayoría de las tiendas musicales. Pero finalmente era suyo, se dijo con orgullo, mientras se dirigía a su equipo de música, colocaba el CD y oprimía el botón Play.

La música inundó el ambiente, junto a la voz más dulce que el abogado jamás había escuchado. Es el canto de un ángel, pensó mientras se servía una vaso de whiskey en las rocas y se acostaba en su mullido sofá, dejando que la melodía y los recuerdos lo llevaran lejos de ese departamento solitario, de esa ciudad de luces de neón fría y despiadada y de una vida que había resultado ser vacía y sin mucho sentido...

Recordó esa época en que ambos eran jóvenes y rivalizaban por el amor de Sora, cuando él se dedicaba a sus entrenamientos de fútbol y Yamato a su banda; cuando intercambian sueños en las tardes, mientras caminaban juntos a casa...

Recordó cuando Yamato comenzó a tener protagonismos en sus sueños eróticos de adolescencia y las extrañas reacciones que su cercanía producía en su cuerpo, la forma en que poco a poco empezó a añorar su compañía por encima de cualquier otra persona en el mundo; la punzada de celos que sintió cuando Sora le confesó aquel día en que salían del colegio sus sentimientos hacia el rubio, aunque extrañamente no era de Yamato de quien se sentía furioso sino de la chica, y la onda sensación de tranquilidad que le embargó cuando el músico la rechazó caballerosa pero tajantemente.

Taichi se hizo un ovillo en el sofá, mientras abrazaba fuertemente uno de los cojines y sentía que sus ojos se humedecían por la fuerza de sus propias emociones, como si reviviera todas aquellas experiencias y sensaciones una vez más, con la misma intensidad de aquella vez.

Y finalmente lloró cuando los recuerdos inundaron a su mente en marejadas incontrolables: la aceptación de sus propios sentimientos, las semanas que practicó su discurso de confesión ante el espejo del baño, la forma en que sus manos sudaban cuando se decidió a hablar con él acerca de ellos y el abrazo que obtuvo como respuesta, su sonrisa de felicidad y su primer beso... ese día había sido el más feliz de todos, el más sublime...

El moreno no quería seguir recordando, le dolía mucho hacerlo, pero era imposible evitarlo cuando escuchaba esa voz cantar tan majestuosamente, con aquella dulzura y pasión al mismo tiempo. No quería rememorar los años que siguieron a aquella confesión, como pareja, y la duda que comenzó a formarse en su corazón y a la vocecilla que decía incesantemente en su mente: pero... ¿acaso crees que durará por siempre...?

Dudó y perdió. El antiguo portador del emblema del valor tuvo miedo del fin y la pérdida y del dolor que todo aquello traería con él. Sabía que había sido un cobarde y que debió hablar con Yamato sobre todas esos temores que carcomían a su alma sin ninguna compasión, pero no quería parecer un ser débil ante nadie, y mucho menos ante él...

Qué irónico sonaba todo aquellos ahora... qué patético y estúpido...

A sus espaldas solicitó una beca deportiva en el extranjero y cuando ésta fue aceptada, partió rumbo a Harvard a estudiar derecho sin despedirse de ninguno de sus amigos y mucho menos de *él*, sin mirar atrás si quiera. Estudió cinco años en la universidad y se graduó con muy buenas calificaciones, para el orgullo de su familia. Posteriormente consiguió trabajo en un famoso bufete de abogados de New York y ahora, cinco años después, estaba a punto de ser nombrado socio de la firma y era una representante en las Naciones Unidas, por si fuera poco. A los 28 años, ése era un gran logro, además tenía a todos las chicas que deseara, le bastaba sólo tronar los dedos para conseguirlas por montones, con sus mejillas ruborizas y sus tímidos intentos de conquista, también poseía una buena posición económica y se sentía satisfecho cada fin de mes cuando le mandaba un cheque con una fabulosa suma de dinero a sus padres en Japón.

Sin embargo, no era feliz...

¿Cómo serlo cuando tu corazón estaba destrozado y moribundo? ¿cuando se sabía que uno mismo era responsable de su propia miseria? No, no podía hacerlo, al igual que no podía perdonarse el haber dejado su felicidad atrás, 10 años atrás, en otro continente, del otro lado del océano, a varios usos horarios de distancia, con un par de maletas en las manos y a un manojo de recuerdos que solían atormentarlo de vez en cuando, en las noches solitarias como aquella, en las que ponía uno de los CDs del famoso cantante Yamato Ishida y se abandonaba a los recuerdos incesantes hasta que el sueño, apiadándose de su pobre alma atormentada, lo dejaba inconsciente.

Oh, cómo quería simplemente olvidarlo todo...

Cómo quería dejar de recordar, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, año tras año...

Cómo le hubiese gustado no seguir sintiendo más...

Cómo quería no seguir extrañándolo tanto; olvidar que aún lo amaba con tanta desesperación...

Oh, sí, cómo quería...

Pero querer y poder definitivamente *no* era lo mismo y qué doloroso fue descubrirlo.

Amanecía casi cuando Taichi finalmente se quedó dormido y dejó de recordar, al menos por esa noche, mientras las canciones del CD de Yamato aún sonando en el ambiente.