Disclaimer: Como viene pasando en la larga historia de los fanfics, los personajes no me pertenecen, solo la idea y el tiempo invertido en escribirla.
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Debi Saberlo
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By Nagi-chan
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Restaurante "Le gèan"
Washington DC
3:25 pm
Remuevo la cuchara dentro de la taza el café rítmicamente, despacio, hipnotizada por su belleza, por la magia que encuentro en ella.
Suspiro. Creo que estoy empezando a desvariar.
Se vuelven a oír campanitas, me giró hacia la entrada con la esperanza de que fuera ella quien entrase, pero solo era otra pareja que se tomaban de la mano y se miraban como si no existiera nadie más que el otro, sonriendo.
Aparto la vista y suspiro.
¿Por qué Mulder nunca pudimos decirnos lo que sentíamos si también nos mirábamos así? ¿Por que nunca tuvimos la oportunidad de expresar lo que ambos ya sabíamos si también nos sonreíamos así?
Por que le quiero, de eso estoy segura, sin ninguna duda. No se exactamente desde cuando, y sería estúpido decir que desde que le vi por primera vez por que en aquellos momentos yo salía con alguien y él era una especie de loco demente al que habían arrinconado en el sótano, y yo acababa de entrar en su guarida.
Quizá no pasó de repente, fue simplemente un paso gradual del compañerismo a la amistad, y de la amistad al... amor. ¿por qué me cuesta tanto decirlo? Supongo que llevar tanto tiempo intentando probar que soy tan buena como cualquier agente masculino, que no me afectan las cosas como todos piensan que afectan a las mujeres, que soy más fuerte que todas las burlas, lleva su precio. El precio de ni dejar que nadie te ayude, el precio de la soledad.
-¿Dana?
Me giro y la veo, por fin ha llegado. Está sonriendo, aunque noto que también está preocupada por mi. El trabajo de una madre.
-Si mamá. Llegas un poco tarde...
-Bill llamó para decirme que el próximo fin de semana vendrá con Tara y el niño. Dice que cada vez se parece más a su padre.
-¡Dios no lo quiera!
-Dana –me mira con tono de reproche, pero sonriendo.
Me encanta ese gesto.
-Solo es una broma. Me alegro mucho por Bill.
-¿Y tú que tal estás?
-Bien...
-¿Y ...él?
-Está en coma, mamá. La herida causada por la bala se ha cerrado pero no pueden extraer el casquillo, por que podría ser muy peligroso. Ahora lo que hay que hacer es esperar...
-Seguro que todo sale bien, Dana. No debes preocuparte. Ahora no puedes hacer nada más por el, solo rezar...
Bajo la cabeza y noto como mis lágrimas empiezan a nublarme la vista.
-Dana, se lo que estás pensando, se que te culpas por no haberlo podido evitar, y supongo que te sonará a consejo de madre, pero no lo es. Tu no podías hacer nada, ¿me oyes? –me levanta la cabeza para obligar a que la mire- nada. Él eligió no contártelo para protegerte.
-Mamá, no hace falta que....
-Es que me preocupas, Dana. Me preocupa que te sientas culpable y que esto acabe contigo. Él te necesita, necesita a la Dana Scully con la que ha trabajado tanto tiempo, no necesita a una Dana Scully que se compadezca de si misma ¿me oyes?
-Si mama –la miro agradecida, necesitaba oír eso, necesitaba que alguien me hiciera volver a la tierra- gracias.
Ella sonríe complacida, pero aún preocupada por mi. Siempre consigo tenerla preocupada.
-Antes he ido a la oficina por que Skinner me llamó.
-¿Buenas noticias? –dijo esperanzada. El brillo en mis ojos pareció contestar por mi.
-Sabemos quienes le han hecho eso. Vamos a hacer una redada esta noche para atraparlos.
-Eso es estupendo, Dana. –dijo esperanzada, pero su rostro mostraba preocupación- ¿pero tú también vas a participar?
-Tranquila mamá, no voy a cometer ninguna estupidez. –le digo segura, para tranquilizarla- Pienso atraparlos para que paguen por lo que le han hecho, pero no estoy tan loca como para hacer una venganza por mi cuenta, al menos por ahora.
Trato de sonreír, pero mi gesto sigue siendo amargo al recordar a Mulder en la fría cama del hospital cubierto por tubos y conectado a maquinas. Ella me mira de soslayo y da por zanjado el tema. Sabe lo mucho que me duele, pero también sabe que lo que he dicho es verdad, y que nada de lo que me dijese podría hacerme cambiar de idea. La quiero tanto por comprenderme.... a veces creo que esa es la tarea más importante de las madres, comprender a sus hijos, respetar sus motivos.
Estoy a punto de volver a la realidad y de prestar atención a la conversación que mi madre intenta mantener conmigo...cuando al veo sacar las gafas de leer y ponérselas.
Las gafas.
Ahí tienes tu segunda pista, Sherlock.
Por que si, Mulder tiene unas gafas. A las que yo particularmente tengo un gran aprecio, no por que así no tengo que sentirme tan ridícula cuando me pongo la mías cuando tengo que trabajar con él por las noches en algún hotel perdido y tengo los ojos tan cansados que casi no puedo leer, si no por que han sido uno de los objetos que más se repiten en mis sueños y fantasías con él.
Si, ya lo he dicho.
Fantasías.
¿Qué pasa? Yo también soy humana.
Y cuando tiene puestas esas gafas están tan... dios, ni siquiera sexy lo describe. Está sublime, esta grandioso, tan serio y atractivo a la vez que cada vez que se las pone yo apenas presto atención alo que quiera que estuviéramos haciendo el momento anterior.
Y ese jueves las tenía puestas. No solo cuando se sentó delante del ordenador para enseñarme las fotografías que le había llegado de la oficina en Virginia del caso que estábamos investigando, sino desde el principio. Quiero decir que nada más entrar en la oficina, quitarme la chaqueta y dejarla en la silla, (ya he desistido de que Mulder ponga unos percheros) y acercarme a él, sentado en la silla sin hacer nada en particular, llevaba sus maravillosos gafas puestas.
No creo que lograse disimular mi sorpresa, por que pegué un respingo y una sonrisa traviesa pareció en mis labios. Pero superada la sorpresa inicial, y teniendo en cuenta que los último días nada que saliese de la rutina original solía ser buena señal, una sombra de preocupación se apoderó de mi.
¿Por qué?
Por que ponerse las gafas si era por la mañana y
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-...solo son para leer?
Mulder no se gira para verme, solo mantiene la vista fija en un informe, intenta mantener un tono casual de conversación, pero parece que, no espera, sé que no hay nada de casual en él.
-No se, Scully, hoy me levanté con los ojos muy cansados, ya sabes, últimamente no duermo muy bien.
-¿Quieres que te prepare una taza de café?
Mulder parece pensárselo un momento. Mueve nerviosamente el lápiz entre sus dedos, como si algo le estuviera preocupando y no supiera que decisión tomar.
-¿Mulder?
-Eh, ¿qué?
Por primera vez en toda la mañana se gira y me mira. Y una pequeña parte de mi, aún preocupada por él, sigue pensando en lo bien que le quedan las gafas.
-¿Te dije que si quieres una taza de café..?
-No, no gracias- vuelve a mirar al informe pero se gira de repente nervioso- si, a decir verdad, me gustaría mucho, Scully. Gracias.
-Esta bien.
Le miro preocupada un momento, pero el aparta la vista rápidamente otra vez. No se que demonios se le habrá metido en la cabeza ahora, que ni siquiera puede mirarme. Tal ve haya hecho algo malo, tal ve se haya saltado las normas otra vez y no tenga valor para decírmelo.
Esa era mi parte tranquilizadora hablando, la que deseaba que lo que quisiera que estuviera pasando solo fuera parte de un caso, de su búsqueda de la verdad.
Y por primera vez desde que trabajo con él, desee que Mulder se hubiera saltado las normas y hubiera hecho algo increíblemente estúpido y que me necesitara para salvarle el trasero, otra vez.
Pero mi parte más catastrofista, la que suele acertar en ocasiones como esta, me dice que no tiene nada que ver con ningún caso y que esta ocurriendo algo mucho más grande de lo que yo llegaría a imaginar.
En este momento odio a esa parte.
Cuado un calorcillo en la mano empieza a ser bastante insoportable es cuando salgo de mis pensamientos y me doy cuenta de que estoy derramando el café hirviendo en mi mano.
-¡Mierda!
Aparto la mano y la envuelvo en un paño que hay en la mesa. Recojo un poco el estropicio que he montado y limpio la taza como puedo. Le echo un poco de leche y nada de azúcar, como le gusta a Mulder, y me encamino hacia el despacho. Pero justo cuando voy a abrir la puerta, oigo a Mulder que parece que está gritándole a alguien, y puesto que no he visto a nadie entrar en el despacho, me supongo que será por teléfono.
No puedo escuchar muy bien lo que está diciendo, pero Mulder parece realmente enfadado.
-diendo ....... ¡pues claro que lo se!........ no vuelvan a llamar aquí...... me importa una mierda lo que crea!.......
Y oigo como cuelga furioso el teléfono.
-¡Joder!
Si necesitaba alguna otra prueba para convencerme de que algo nadaba más, Mulder acababa de brindármela en bandeja.
Ya no puedo ignorar lo que quiera que esté pasando.
Entro cautelosa en el despacho, Mulder se sobresalta al oírme, pero en cuanto me ve, aparta la mirada. Yo me acerco a él y dejo la taza encima de la mesa. Espero quieta allí, de pies, esperando alguna reacción de él, pero parece que él no está por la labor.
-Mulder
Silencio. Mulder ni se mueve de la silla.
-Mulder
-¡¿Qué?!
-Tu taza –y se la acercó con un poco de miedo. Nunca le había visto así. Y eso no me gusta, por que lo quiera que esté pasando es más fuerte que él, y él se siente atrapado. Lo sé por que he no he visto muchas veces ese gesto en su mirada.
-Mulder, ¿podemos hablar?
-No estoy de humor
-¿Qué te pasa? Vamos, Mulder, siempre hemos confiado el uno en el otro, ahora no...
-Ahora es diferente, y no tengo ganas de hablar –dice nervioso, pero sin mirarme- Hablaremos luego, ¿de acuerdo?
No hacía falta haber sido su compañera durante más de siete años para saber que estaba mintiendo. Lo tenía escrito por toda la cara.
-Mulder, se que lago te está preocupando, y se que no quieres decírmelo, pero sea lo que sea, me lo puedes decir, lo sabes.
-Scully....
-Necesito que me lo cuentes, Mulder, sino no podré ayudarte
-Scully, ahora no.
Me acercó un poco más a él, y le pongo una mano sobre el hombro.
-Mulder, se que...
El se levanta rápidamente y me pone los brazos en mis hombros, y me mira con la cara más suplicante que jamás le había visto tener.
-Scully, por favor....
Yo le miró fijamente y él me confirma con su mirada que ahora no es el momento, pero que todo se va a arreglar. Y yo, estúpida de mi, le creo. Como siempre he hecho.
-Esta bien.
Él se relaja un poco y se vuelve a sentar en la silla. Me enseña en el ordenador las dichosas fotos del caso, a las que yo no puedo restarle ninguna atención y comienza a hablar sobre las escasas pistas que tenemos del caso, y que la autopsia no ha revelado nada significativo, y bla bla bla dice algo sobre que debo ir a la casa de un tal McCarry para interrogar a su hijo, ver si se puede aclarar no se que testimonio y hacer un
¿Un momento?
¿Debo?
-¿No vas acompañarme?
Mulder se gira y me mira intensamente.
-No, Scully, tengo que ir a un sitio hoy por la mañana y probablemente me tome hasta la hora de la comida, a si que no podré ir contigo.
-¿A dónde tienes que ir?
Mulder duda un momento, pero su voz no tiembla cuando habla.
-Tengo que comprobar algo, es muy importante.
Yo quiero saber más sobre esa cosa tan importante que tiene que hacer, pero desgraciadamente suena el teléfono.
La historia de mi vida, interrumpida siempre por una dichosa llamada telefónica. ¿Quién dijo que el teléfono es un gran invento?
Mulder lo coge casi precipitadamente con ojos desorbitados, pero se tranquiliza a medida que oye a su interlocutor, y antes de colgar dice firmemente
-Si señor, se lo diré.
Me mira aliviado, aunque creo que ni él sabía que tenía esa expresión.
-Era Skinner, quiere verte en su despacho ahora mismo.
-¿Te dijo para que?
-Creo que tiene que ver con ese paquete que recibiste anteayer.
Ahora parece triste. Yo cojo mecánicamente mi chaqueta y me la pongo y agarro el picaporte de la mesa dispuesta a decirle a Mulder que ni se mueva, que aún tenemos una conversación pendiente y que McCarry puede esperar.
Pero Mulder me ha seguido, y está justo detrás de mi, y hace que me sobresalte.
-Mulder, ¿qué...?
-Este café no sabe demasiado bien, Scully, -dice tenso y sosteniendo la taza que minutos antes le había preparado.
Lejos de molestarme su comentario acerca del sabor, me pregunto a que viene esa observación en estos momentos.
-Yo... lo prepare como a ti te gusta....
-Creo que deberíamos repasar que es lo que me gusta y lo que no, Scully.
Y me arrastra suavemente con su mano en mi espalda hacia la sala donde se lo había preparado. Sin que me de cuenta, cierra la puerta con cuidado.
De repente la luz se apaga y siento unos labios presionando suavemente los míos. Superado el susto inicial, le toco la cara con cuidado para cerciorarme de que, efectivamente, es Mulder el que me está pidiendo premiso para besarme de verdad.
Y como la carne es débil, me rindo mis propios deseos, y le correspondo.
No sé cuanto tiempo pasa, seguro que más del que me ha parecido a mi, por que lo bueno siempre tiende a terminarse antes.
Y de repente, mis labios vuelven a estar solos, y ya no siento la presencia de Mulder rodeándome. La luz vuelve otra vez, y Mulder habla atropelladamente, diciéndome algo de que deberíamos quejarnos de que la luz de ese cuarto cada día funciona peor.
Se gira despacio, me sonríe y me dice que tenga suerte con Skinner.
Y luego cruza esa puerta dejándome con un extraño y a la vez familiar sabor a sal en mi boca.
Esa fue la última vez que lo vi.
Por lo menos, consciente.
Esa misma tarde, después de haber interrogado al dichoso McCarry, saldría en el telediario el robo de un importante prototipo de búsqueda y algunos documentos del nuevo edificio Parrish, y que aún no tenían ningún sospechoso.
El resto de la historia, fue fácil de imaginar.
Mulder vuelve a su casa para entregarles el prototipo que ha sido obligado a robar a los chantajistas y ellos le disparan, para no dejar testigos. Esa noche, al no contestar Mulder a mis llamadas, yo me acercaría a su casa para comprobar que estaba bien y me encontraría con su apartamento destrozado y a él luchando entre la vida y la muerte en el suelo de su sala de estar.
Allí encontraría el maldito mail que le mandaron el martes, y averiguaría que esas gafas, a las que ahora no puedo soportar verlas, tenían una pequeña cámara por la que podían seguir todos sus movimientos, y ver todo los que hacía y con quien hablaba. Querían cerciorarse de que no intentaba nada raro, y de que realmente robaba el prototipo. Sin trucos, ni sorpresas.
Solo en ese momento comprendí por que casi no me había mirado en toda la mañana. Por que no había podido contarme nada. Por que había apagado la luz para besarme. No quería que ellos lo vieran. Y a pesar de estar rodeada de agentes registrándolo todo y de repetirme varias veces que no iba a llorar en frente del director adjunto, no puede detener a las lágrimas.
Después, la llegada de la ambulancia, la entrada en el hospital, los médicos hablando de su estado... todo está borroso en mi mente. Lo único que recuerdo claramente es verme a mi misma sujetando su mano con firmeza, rogándole en silencio que no abandonase, pero luego ese cosquilleo en la mano
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y me giro para ver a Skinner, que me toca tímidamente la mano y me tiende un chaleco antibalas. Asiento con la cabeza, y me lo pongo con decisión. Reviso el cargador por enésima vez y compruebo que están las nueve balas en perfecto estado.
No es que tenga intención de matarlos. Se que la venganza no es la solución.
No lo fue con Pflaster, que lejos de hacerme sentir aliviada el que ese demonio estuviera fuera de mi vida de una vez para siempre, mi hizo tener tantos remordimientos que estuve todo el mes siguiente yendo religiosamente a la iglesia para intentar hacer a Dios entender mi razones, aunque era algo muy difícil cuando tu ya las habías olvidado. Pero, gracias al cielo, allí estaba Mulder, que me aseguró que él si me entendía, y, que aunque no fuese dios, y podía contar con él.
Casi la utilicé con el asesino de mi hermana, al que solo le salvó una fracción de segundo, en la que mi razón se debatió a muerte con mi ira, en apretar o no el gatillo. Y ahora se que lo que hice fue lo correcto.
Por eso, solo utilizaré mi arma en el caso de que sea absolutamente necesario. Ante todo soy una agente del FBI entrenada y psicológicamente preparada para manejar esta clase de situaciones. Y esta no va a ser una excepción.
Skinner se coloca en una posición a mi izquierda, y por el micrófono le oigo decir que todas las unidades estemos atentas. El camión acaba de llegar.
Noto como mis músculos se tensan y el pulso se me acelera.
Segundos después se oye el ruido de unas grandes ruedas acercándose cuidadosamente al almacén. De allí bajan unos hombres vestidos de oscuro, que entran en el almacén portando unos maletines.
Dos de los agentes, siguiendo las indicaciones de Skinner, se acercan a la entrada principal del almacén y otos dos a la trasera, mientras que otro grupo se acerca al camión y lo inutiliza.
Los demás nos acercamos sigilosamente a la puerta de atrás, y entramos con las linternas y las pistolas apuntando a todas partes.
-¡Quietos!! ¡FBI!
-¡Al suelo, vamos!!!
-¡¡FBI!!
-¡¡Al suelo, al suelo !!
-No se muevan, ¡FBI!!
-¡Tiren las armas! ¡¡Ahora!!!
La mayor parte de ellos se han acorvadazo al ver a tantos agentes y tan bien armados, y han tirado las armas al suelo. Otros, han sido más estúpidos y han disparado en un último intento desesperado por salir de allí sin ser detenidos. Ahora no podrán salir vivos.
Recorro el almacén con mi linterna prestando atención a todos lo que están allí, cerciorándome de que no se nos escapada nada, de que todos están bajo control, cuando lo veo. El es mismo rostro, el que me enseñó Skinner en esas fotografías, el que golpeó a Mulder con la figurita y probablemente el que le disparó, mandándolo en coma al hospital.
Y de repente, todo sucede a cámara lenta, como en una de esas malas películas de policías. Y me veo persiguiéndolo por el almacén, entra cajas dos veces más altas que yo, gritando su nombre, que era gente del FBI y que parase. Y le veo correr hacia la derecha, hacia una pila de cajas azules, que ocupaban gran parte del almacén.
Me muevo cautelosa, sin hacer ruido, blandiendo mi pistola con decisión. Pero de repente, siento un doloroso golpe en la cabeza por detrás, que me hace caer al suelo y darme duramente en la cara. Puedo sentir el suave tacto metálico de la sangre caliente resbalando por mi garganta.
Maldito cabrón.
Me giro sobre mi misma justo antes de que me de una patada en la espalda y me levanto. Miro a ambos lados intentando averiguar donde ha caído mi pistola, pero él se acerca a gran velocidad otra vez.
Me mira y sonríe.
Pero el que ríe el último es el que ríe mejor.
Su primer error fue subestimarme. Es un error que suelen cometer muy a menudo, el ver solo a una mujer, el juzgarme atendiendo a mi estatura y mi peso. Su segundo error fue olvidar que soy una agente del FBI entrenada con un par de trucos en la mano. Su tercer y más terrible error fue el haberse metido con Mulder.
Se acerca dispuesto a darme un puñetazo, pero yo me apartó ágilmente adueñándome de la situación. Ya es demasiado tarde cuando se da cuenta de su equivocación, por que yo me giro rápidamente y de doy en la espalda con el codo, en un lugar que sé específicamente que es bastante doloroso. Cae al suelo gritando, pero aún no se ha rendido. Se da la vuelta y me dice sonriendo
-Vaya, parece que tu eres más peleona que ese compañero tuyo, me voy a divertir mucho...
Si todavía tenía alguna duda, desaparece en ese preciso momento. El va a pagar por lo que ha hecho, de una forma u otra, pero no va a salir libre de este almacén. No si yo puedo evitarlo.
Se acerca rápidamente, e intenta golpearme en la cara, parece que no aprende. Le agarro la mano por la muñeca y le giro el brazo con tal fuerza que hasta yo me sorprendo.
Esta roto.
El grita y da un paso atrás, casi perdiendo el equilibrio. Yo encuentro mi pistola y le apunto con ella, mientras con la otra busco mis esposas, dispuesta a dar por terminada esta situación, pero el parece tener otros planes. Por que saca una automática de detrás de la camiseta.
Y yo ya no dudo.
Disparo.
Una vez.
Un tiro certero. Justo en el corazón.
El cae desplomado en el suelo, gritando, y todavía tiene la sangra fría de intentar dispararme con su pistola. Pero una lluvia de disparos caen sobre su pecho, ensangrentándole y haciendo que su mano inerte suele el arma. Me lleva unos segundos darme cuenta de que no he sido yo la que he apretado el gatillo esta vez. Me giro y veo a Skinner, que baja su arma y me está mirando serio. Yo asiento y él parece satisfecho.
Ni siquiera me molesto en volver la vista.
Salgo del almacén y me quito el chaleco, y siento que un gran peso se me ha quitado de encima.
Mulder, se que puedes oírme, a si que escucha: ya está, todo acabó. Están encerrados, y no pueden hacerte nada. Ahora solo tienes que despertar, Mulder, por favor, no dejes que ellos ganen.
Miro al cielo, y noto como unas lágrimas resbalan por mi mejillas. Se que voy aparecer estúpida, habiendo puesto a los que chantajeaban a Mulder entre rejas en un gran trabajo en quipo y me pongo a llorar. Pero no puedo evitarlo, cuando pienso en Mulder allí, en el hospital....
Un agente bastante joven, con un corte de pelo que asustaría a más de uno, se acerca corriendo a mi y me tiende de un teléfono
-¿Agente Scully?
Le miro cansada, pero consiguió responder
-Si
-Es para usted, del hospital.
Mi pulso se multiplica a mil por hora. De no ser por que soy médico y se que eso es imposible, hubiera jurado que se salió de sus sitió. Mis manos no me responden, mi mente no puede pensar, no tengo el control de mi cuerpo.
Oh, Dios, del hospital.
Mulder.
El muchacho me mira confuso, pero sigue sujetando pacientemente el teléfono. Al final, haciendo un gran esfuerzo de concentración, consigo que mi mano temblorosa coja el teléfono sin peligro de que lo tire al suelo y contesto con una voz que apenas se parece a la mía.
-Scully
Es el doctor Payton.
Y por un momento todo se vuelve gris y creo que me voy a desmayar ahora mismo.
Siempre he pensado que es un gestó tan ridículo, tan caricatulizado en todas esas películas que se ríen de las mujeres, como dando a demostrar lo débiles que podemos llegar a ser. Por eso lo odiaba cuando tenia cáncer y me desmayaba sin previo aviso. Estaba leyendo una revista, o preparando la comida, o hablando por teléfono y de repente todo se volvía gris y se desvanecía. No solían durar mucho, pero aún así los odiaba. Y más si ocurrían delante de Mulder, cuando hacía que su cara se tornase preocupada y triste.
No me gustaba esa cara.
Creo que es la que yo debo de tener ahora miso.
El agente joven se aleja de mi, como queriéndome dar una intimidad que no necesito. Solo hay dos razones por las que Pyaton podía llamarme a las dos menos cuarto de la mañana, y solo una de ellas me haría volver a sentir la alegría de estar viva.
Cuando colgué el teléfono las lágrimas casi me cegaban los ojos, y no puede devolverle al agente joven el teléfono.
En aquellos momentos no podía pensar, ni hablar, ni moverme.
Solo podía llorar.
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ha! Cliffhanger! Me encantan.... ;) tranquilos, el epílogo no tardara
