-¿Estás bien Hitomi? Preguntó muy extrañado. -¿Quién es Hitomi? Le devolvió la pregunta Hitomi, riéndose aún. -No me digas que perdiste la memoria... empezó a decir Dilandau muy sorprendido. -¿Dónde estoy.... y quien eres tu? -Estás en poder del Imperio Zaibach, en la fortaleza Vione, y yo soy Dilandau. ¿En verdad no recuerdas nada? -Mucho gusto Dilandau... Hitomi titubeó un poco, y luego le preguntó: Oye, de casualidad no sabes como me llamo? -Te llamas Hitomi. Dijo Dilandau, mucho más extrañado aún. -¿Y que hago aquí? -Bueno yo te traje porque eres mi... -Ya sé, ya sé, soy...... ¡tu novia! Dijo Hitomi muy feliz. -¿Qué? Espera no... creo que estás algo confundida, dijo Dilandau sonrojándose levemente. -¿No soy tu novia?, preguntó Hitomi muy desilusionada. -Mmmm... no. Dijo un MUY avergonzado Dilandau -Entonces si nos soy tu novia, que hago en este fuerte Dilandau? Le preguntó Hitomi . -Bueno, estás aquí porque... pues... Dilandau, que estaba muy rojo, no pudo continuar. Esa criatura enfrente de él, tan inocente, no era la misma mujer que llegó. Esa inocente beldad le podría ser tan fiel como lo había sido antes con Van Fanel, si era así, entonces Hitomi no era un riesgo para el Imperio, y no tendría que matarla. -¿Porqué? Le preguntó Hitomi abriendo sus enormes ojos verde jade. -Porque.... eres mi invitada, dijo finalmente Dilandau. -¿De verdad? ¿Es en serio? ¡Que emoción! Y entonces Hitomi lo rodeó con sus brazos y le dio un sonoro beso en la mejilla, antes de que Dilandau pudiera imaginarse siquiera lo que ella iba a hacer. ¡Gracias Dilandau! -Dime, ¿que será lo primero que haremos?¿me enseñarás el fuerte? Dilandau, que se había quedado parado, como estático, con su mano sobre la mejilla donde lo había besado Hitomi, la volteó a ver con los ojos muy grandes y expresión perdida. -Si..... me parece que si.....lo que tu quieras......ahora vuelvo. Dijo Dilandau, que parecía zombie. Salió de la habitación y caminó por los pasillos, dirigiéndose a donde se encontraban sus hombres. Al llegar a el enorme patio, lo primero que hizo fue meter la cabeza en una tinaja con agua, que se encontraba en una esquina, para que los agotados soldados tomaran agua. Con el agua fría regresaron su mal humor y su personalidad cotidiana.. Sacó la cabeza rápidamente y la sacudió, agitando sus cabellos suaves y perfumados. Tanto Dilandau como sus hombres eran muy apuestos. Parecían haber sido escogidos. Unos eran rubios, otros castaños, y solo Miguel tenía el cabello oscuro. Todos eran bien parecidos, fornidos, con rasgos finos pero varoniles, y sobre todo : excelentes guerreros. Era un secreto a voces que en Zaibach, las matronas siempre buscaban a los soldados, pero los más cotizados eran los Ryuugekitai; y ellos accedían solo cuando les ofrecían cantidades de dinero muy elevadas, conociendo por lo tanto a las mujeres más acomodadas, que solían hacerles exquisitos regalos. Sin embargo su capitán nunca les permitió ningún tipo de lujos, fuera de una limpieza exagerada. Dentro de las filas corría el rumor de que una familia de mujeres, desmesuradamente ricas, perdieron la razón, madres e hijas, y ello fue porque habían puesto sus ojos en Dilandau. Había sido una época de paz muy larga, y el sadismo de Dilandau estaba inquieto, así que comenzó a jugar con ellas, dejándolas locas y hundidas en la miseria. Fue entonces cuando empezó a correr el rumor de que el guardián de Dilandau era el demonio, y nadie osaba meterse con él, por miedo a la superstición, y al propio Dilandau. Esa tarde, cuando unos cuantos soldados lograron ver como Dilandau paseaba con una jovencita de su brazo, se sintieron invadidos de terror. -El señor Dilandau matará a esa criatura.... decía uno -No, mira como la contempla. Te apuesto a que somos los primeros en ver un gesto de bondad en la cara del capitán, dijo un segundo. -¿¿Bondad?? Recuerda que hablamos del señor Dilandau. Debe de ser un demonio el que va con él. Dijo un muy tembloroso tercero. -Como sea, quitémonos de aquí. Sabes que al señor Dilandau no le gusta que lo observen , y puede que nos mate si recuerda que lo vimos estando con...eso. Dijo el primero dando la vuelta y marchándose. * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * -Hola Millerna! Dijo Merle, aparentemente alegre. -Qué pasa, de regreso tan pronto? -Si, es que me gustaría pedirte un favor, como princesa de Asturia, dijo Merle bajando las orejas, apenada. -Lo que quieras Merle, le dijo Millerna, que se encontraba revisando a unas costureras que estaban confeccionando un vestido de noche magnífico. -Es que... ahora están las lunas muy bonitas y nos gustaría a Hitomi y a mi acampar en el bosque. Me preguntaba si nos podrías prestar unos cuantos soldados y caballos, por si las dudas. -¿Y con quien irían acompañadas? Dijo Millerna, mirándola fijamente. -Con el hombre-topo, el conoce bien el bosque. -¿Y cuántos días estarían afuera? -Pues... como esperamos encontrarnos con mi amo Van, nos gustaría ... una semana. Dijo Merle con una vocecita apenas audible. -Pues bien ... tengo que preguntarle a . . . -Ah si! Mira lo que te mandó Allen, dijo Merle sacando tras de sí una hermosa orquídea. -Oh Allen! ¡Qué lindo detalle! Dijo Millerna muy emocionada acariciando la flor. ¿En qué estábamos? --En lo de los soldados, y necesitaremos provisiones. -Lo que quieran Merle. ¡Luva! Dijo llamando a una de sus criadas. Manda a decir a la cocina que necesitan provisiones para 3 personas por una semana, y dile a una cuadrilla que se aliste para salir. -Muchas gracias Princesa. -Ajá, lo que digas ...¿Hace cuánto te dio Allen la flor y que dijo? * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * -¿Entonces tu eres el capitán del mejor grupo de guerreros del Imperio, y además, Vice-comandante de esta enorme nave? -Así es. Además, mis hombres y yo tenemos técnicas especiales de espada, y todas son mortales, dijo orgullosamente Dilandau. -¿Mortales? Dijo Hitomi lentamente, como si tratara de recordar algo. -Si tu sabes, para matar. Cuando acabas con la vida de un infeliz. Y lo puedes hacer de la manera que quieras. Si abres con tu espada el vientre de una persona, se derramarán todas sus entrañas. Si atraviesas su cabeza con la espada a través de los ojos, caerá y morirá entre espasmos, y si quieres una muerte muy rápida, cortas la cabeza separándola de la columna vertebral, es decir, por la parte de tras del cuello. O lo más simple del mundo: les cortas la yugular y mueren ahogados en su propia sangre. Dijo Dilandau con una de sus muecas diabólicas, mientras sacaba su espada de su funda. Por alguna extraña razón, Hitomi sintió vibrar todo su cuerpo mientras Dilandau le hablaba, se iba imaginando lentamente todo lo que él decía, y sentía algo extraño, que comenzaba en su estómago y terminaba en su cabeza. Tardó varios minutos para darse cuenta de lo que significaba esto. -Dilandau ... dijo Hitomi con una voz muy extraña. -¿Eh? Le dijo Dilandau, que estaba muy entretenido imaginando una carnicería. -Quiero ... quiero ver como matas personas... dijo Hitomi volteando a verlo. -¿Qué tú ... quieres qué? Dijo muy asombrado Dilandau, sin poder creer lo que oía. -Si, quiero verlo. Además ... quiero que me enseñes cómo hacerlo, dijo firmemente Hitomi clavando sus ojos en los de él. Era algo increíble. Dilandau simplemente no sabía que pensar. Hitomi, la asustadiza chica que él vió junto con el idiota de Fanel, ¿pidiéndole matar? Entonces se fijó en sus ojos. Tenían algo muy diferente a cuando había llegado, y esa mirada se le hacía tan familiar. . . -¿Me enseñarás cómo? ¿Me mostrarás como asesinas? Le preguntó Hitomi muy esperanzada. -Claro que sí, te enseñaré ahora mismo como asesina Dilandau Albatou, dijo Dilandau mientras se daba la vuelta y empezaba a caminar rápidamente al hangar. Se sentía muy feliz, tendría un pretexto para salir del fuerte y poder recrearse, es decir, matar a unas cuantas personas. La pequeña caravana se adentraba cada vez más en el bosque, siguiendo el rastro que habían encontrado. El hombre topo iba por delante, agachado observando cuidadosamente el suelo y murmurando para sí. Merle venía en un caballo tras él, y mucho más atrás venían los soldados, muertos de aburrimiento. Iban avanzando lentísimo, porque avanzaban conforme el hombre topo encontraba el rastro. -Señorita Merle, podría venir a ver esto por favor? Merle saltó del caballo y se agachó donde le indicó el hombre topo, pero por más que se esforzaba no veía nada anormal, solo notó que la tierra estaba muy aplanada en el camino, y suelta de las orillas. -¿Qué es lo que tengo que ver? Maulló Merle. _si se fija detenidamente, verá que este camino fue hecho hace poco tiempo, con una caravana de muchos bueyes, caballos y carros. -Ajá, y eso significa....? -Pues que una caravana de errantes tiene a la señorita Hitomi. Tal vez la vieron en el lago y se la llevaron. Eso suelen hacer con las mujeres que ven solas en el bosque. -¿Podremos alcanzarlos? Claro que sí. Creo que nos llevan 2 días de ventaja aproximadamente, y nosotros avanzamos más rápido que ellos, y si seguimos a ese ritmo, estaremos en 4 días a su lado, terminó, alzando el dedo, con aire de gran sabiduría. -Muy bien, entonces sigamos. * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * Dilandau iba montado en su guymelef con una enorme sonrisa en el rostro. Pero no era su usual sonrisa cruel, de las que aparecían solamente antes y después de los combates. Y cuando la gente lo veía sonreír, comenzaban a temer lo peor. Pero esta sonrisa tan diferente, cambiaba radicalmente su rostro. A pesar de seguir teniendo esa mirada maniática tan característica de él, su rostro concordaba ahora con su apariencia. Sus facciones se veían muy finas, y estas, junto con su cabello, le lograban dar una impresión de fragilidad y vulnerabilidad. Además, la sonrisa le iluminaba su rostro, y esa sonrisa solo demostraba una felicidad enorme. Bajaron del guymelef. Al parecer habían aterrizado en una especie de campamento en la profundidad del bosque. -Este es un campamento de ladrones. Pero no son ladronzuelos sin nombre, son del grupo de mercenarios más salvajes de Gaea. En cuanto nos vean. . . Dilandau interrumpió su frase, porque en ese momento, unos hombres comenzaron a salir de entre las tiendas. "Son horrendos" pensó Hitomi, y tenía razón. Los hombres tenían aspecto de cavernícolas. Con el cabello y la barba enmarañada, unos, y otros eran como niños deformes, pelones y pequeños, de cuerpos menudos, pero todos coincidían en un aspecto feroz y sanguinario. -Hitomi, sube al melef y observa desde ahí. Toma el cuchillo que está en la cabina y mantenlo cerca de ti, le dijo Dilandau mientras desenvainaba su largo sable. Hitomi asintió y corrió al melef, y justo cuando comenzó a trepar, oyó un rugido proveniente de todos aquellos hombres. Había comenzado la batalla entre 20 mercenarios armados de garrotes y cuchillos contra uno solo, armado de una filosa espada. Cuando el primero se acercó a Dilandau, más había tardado en alzar un cuchillo con una larga y brillante hoja, que en que su cabeza rodara por el suelo. Dilandau tomó rápidamente el cuchillo y lo colocó en su cinturón. Se acercaron 2 hombres más, cada uno con gruesos y nudosos garrotes. Dilandau comenzó a reírse muy quedito y mientras sus ojos irradiaban destellos, corrió hacia los dos hombres. Los hombres se sorprendieron, y mientras uno cubría su vientre, el otro, que no reaccionó a tiempo, era atravesado por Dilandau, que dando un grito terrible, volteó su cuerpo, aún sin sacar su sable del cuerpo del maleante, y dispuesto a atacar al otro, que estaba inmóvil de sorpresa. Cuando Dilandau sacó el sable del cuerpo con un impulso hacia arriba, lo hizo justo a tiempo, para cubrirse de un terrible golpe del garrote, y tomando rápidamente el cuchillo atravesó el corazón de su atacante, que tenía ambos brazos arriba listo para darle otro terrible golpe. Dilandau tomó el cuerpo del hombre que acababa de matar, y dando un brusco giro, lo puso enfrente de él. Inmediatamente el cuerpo fue atravesado por media docena de cuchillos. Dilandau aventó el cadáver hacia delante e hizo un movimiento circular arriba de su cabeza con el sable. Atrás de él, dos hombres que se habían acercado demasiado, comenzaron a ahogarse con su sangre, porque su yugular había sido cortada. Dilandau hizo un par de movimientos verticales y horizontales, y partió fácilmente a 2 hombres que estaban delante de él. Los 2 hombres restantes de los que habían atacado a el cuerpo de su extinto compañero estaban muy asustados, porque no se habían encontrado a alguien que pudiera ser más cruel que ellos. Dilandau aprovechó esto y pasó rápidamente entre ellos dando una ágil marometa. Y cuando estuvo atrás de ellos, el joven guerrero cortó los tendones de uno, y dio un certero puñetazo en medio de los ojos al segundo. En los pocos segundo que este tambaleó, Dilandau aprovechó para atravesarlo. Hitomi miraba asombrada como el joven mataba a diestra y siniestra. Su corazón latía alocadamente mientras observaba la expresión de locura sedienta de sangre en el rostro de Dilandau. Por alguna razón, en ese momento él la atraía más que nunca. En ese momento Hitomi vió con sorpresa como un hombre había logrado subirse al melef, y estaba en frente de ella, dispuesto a atacarla con un hacha enorme. Hitomi se levantó y sin pensarlo le dio una patada en la mano que sostenía el hacha, el hombre la soltó dando un grito de dolor y de sorpresa, y entonces se lanzó hacia Hitomi. A ella no le dio tiempo de agarrar el cuchillo y pronto el hombre la tuvo sujeta contra el guymelef, apretando con ambas manos su suave cuello. Hitomi sabía que sería inútil tratar de apartar las manos de su garganta, ya que el hombre era mucho más fuerte, así que sujetó al hombre de la ropa y lo jaló hacia ella, y rápidamente le dio un rodillazo en el punto justo para que el hombre se doblara de dolor. Inmediatamente agarró Hitomi el cuchillo y se colocó a horcajadas sobre él, y lo degolló. Hitomi se paró y vió con asombro la sangre en sus manos, y la que goteaba lentamente del cuchillo. Había asesinado a un hombre, sola. Se sintió súbitamente llena de felicidad. En ese momento volteó a ver a Dilandau y vio con consternación cómo un hombre con cara de rata lo hería en un brazo mientras Dilandau estaba ocupado matando a otro. Hitomi gritó, y bajó corriendo del guymelef, tomando un hacha que le pertenecía a uno de los tipos que murieron primero. Dilandau, al sentir la cuchillada en su brazo, giró rápidamente para hacerle frente al agresor, y loco de ira le atravesó la cabeza a través del ojo con su sable. Entonces vio como pasó girando un hacha a su lado, incrustándose directamente en la cara de un hombre que venía corriendo a atacarlo. Volteó muy sorprendido, y vio que la que había aventado el hacha salvándolo, había sido Hitomi. Después de esto solo quedaban 5 hombres para hacerle frente a Dilandau. El diabólico joven volteó, y con más fiereza y locura que de costumbre desincrustó el hacha de la cara del hombre y la volvió a lanzar, cortando esta vez la pierna de un bandido. Dilandau se adelantó y ágilmente abrió el vientre de uno. Entonces se vio en problemas por primera vez, después de esa larga batalla: los 3 hombres restantes lo rodearon al mismo tiempo, y cuando saltaron para atacarlo, 2 se quedaron quietos en su lugar y cayeron pesadamente al suelo. Dilandau despachó al último, y vio que los hombres que cayeron antes de atacar tenían clavados un par de cuchillos en la nuca, sumergidos hasta la empuñadura, y parada atrás de ellos.... -¿Hitomi? -Solo recordé que la manera más rápida de matar es cuando atraviesas la columna a la altura del cuello. Dijo Hitomi tímidamente. Dilandau soltó la carcajada, y Hitomi saltó sobre los cuerpos y corrió hacia Dilandau. Se abrazaron tiernamente y entonces Dilandau vió las manos ensangrentadas de Hitomi. Ella le siguió la mirada y le comenzó a explicar lo que había pasado en el melef. -....pero es que no me iba a dejar ahorcar por un tipo que olía tan feo. Concluyó Hitomi. Dilandau la miraba muy risueño. Nunca había pensado que alguien, aparte de él, entendiera la simplicidad y diversión de matar. Y mucho menos una mujercita tan linda como Hitomi. Ahora creía en sus palabras, y se alegraba mucho de que ella hubiera cambiado. Ahora tenía con quien divertirse, y además, alguien que lo entendía. -Ven Hitomi, vamos a descansar por allá. Dijo mientras guardaba su sable, que de haber tenido la hoja brillante y pulida, ahora estaba teñida y chorreante de sangre.