La fortaleza de Zaibach estaba menos silenciosa de lo que siempre estaba.
Muchos soldados y generales andaban ajetreados de un lado a otro. A nadie
le gustaba estar cerca cuando los hechiceros de Zaibach hacían reunión
general. Pero otros soldados no estaban inquietos por miedo, sino por
preocupación: los Ryuugekitai. Su jefe nunca desaparecía tanto tiempo,
además esta vez no había desaparecido solo; con el estaba esa misteriosa
chica, a la que ninguno de ellos tenía mucha confianza.
Los hechiceros, sin embargo, tenían cosas más importantes en que pensar.
Discutían acaloradamente acerca de un reciente experimento, era raro que
algo resultara estrictamente como había sido planeado, y esta vez el
experimento se apegaba totalmente a los planes, y esto los enojaba y
confundía.
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Figuras obscuras se inclinaban sobre una chica. Sus ojos veían fijamente al
techo, sin pestañear, sin ver. Tenía las pupilas dilatadas, su cara era
inflexible, y de poner una fuerte lucha al ser colocada en la mesa, había
dejado de oponer resistencia repentinamente.
-¿Evasión? Preguntó una de las figuras oscuras.
-Probablemente. Dilandau solía hacerlo, cada que estaba a punto de volver a
su antigua forma.
-Pero esta es la forma original de la chica.
-Solo está evadiendo el momento. Podemos golpearla y no sentirá nada. Su
estado es catatónico, por su propia voluntad.
-Opondrá mucha resistencia espiritual.
-Se puede doblegar.
Unos cánticos comenzaron a entonarse en la bóveda, mientras que se
acercaban a la figura en la mesa con jeringas y otros aparatos.
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Las figuras oscuras de los hechiceros, por lo general de movimientos lentos
e imperceptibles, esta vez se movían más rápido, con notable nerviosismo.
-Es necesario eliminar las dudas estúpidas. No hay nada malo con la chica.
Dijo un hechicero de lentes, delgado, alto. Al parecer tenía más rango que
los demás.
-Ese es el problema. Como sabremos si realmente está bajo nuestro control y
no está fingiendo?
-Nadie puede fingir un acto de barbarie tal como los que ella ha cometido,
y habrá de cometer esta noche.
-Tendremos que esperar esta noche.
-Esperemos. Pero mientras tanto, que sucede con Dilandau?
El Hechicero delgado quedó pensativo esta vez. Con esto, los hechiceros que
trataban de llevarle la contra esbozaron una sonrisa.
-Señores, ahí tienen el primer suceso inesperado del experimento. Dado el
carácter de Dilandau no debía de congeniar inmediatamente con ella. A este
paso es posible que llegue a encariñarse con ella, lo cual, como saben, es
algo peligroso para ambos. Esto lo dijo un hechicero bajito, el que seguía
en rango.
-No, dijo repentinamente el Hechicero alto. Cuando creamos a Dilandau, lo
hicimos totalmente nuestro. El es incapaz de sentir cualquier tipo de
emoción, fuera del odio que le enseñamos. Dilandau Albatou es incapaz de
amar.
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Dilandau y Hitomi habían encontrado un pequeño claro cerca del lugar de la
batalla, y habían transportado hasta ahí algunas cosas del campamento de
los ladrones, algunas tiendas, comida, madera, en fin, lo necesario. Hitomi
estaba encantada de tener una aventura así. Por lo que ella recordaba nunca
había tenido ninguna así, aunque claro, su memoria se remontaba solo a esa
mañana, pero aún así era muy emocionante. En cambio, Dilandau, estaba muy
pensativo, e inclusive algo agresivo, no tenía idea de porqué accedía a los
deseos de Hitomi, ya que la idea de acampar había sido suya. También lo
molestaba que Hitomi, lejos de aburrirlo, o verla tan solo como a una de
sus subordinadas, le producía cierta...ternura. Además de que lo había
impresionado. Muchos de sus soldados habían quedado horrorizados después de
matar a su primera persona, y Hitomi no, Hitomi lo había disfrutado.
En fin, ya era algo avanzada la noche, y Hitomi le había pedido a Dilandau
que le diera un entrenamiento especial.
-Vamos Dilandau, por favor, di que si me entrenarás
-No doy entrenamientos privados
-Por favor
-¿Crees que tienes privilegios?
Hitomi lo miró con ojos grandes y suplicantes, y Dilandau no pudo menos que
reírse.
-Sigues sin convencerme, dijo Dilandau cruzando los brazos.
En ese momento sonó un quejido en el aire. Dilandau se paró inmediatamente
y sacó su espada de su funda, y Hitomi se colocó tras él, ya que se oían
pasos y ruidos. De pronto apareció un hombre al borde del claro, iba
apoyándose en un palo, y solo entonces Hitomi y Dilandau se dieron cuenta
de lo distraídos que debieron de haber estado, ya que justo en el límite de
la luz de la hoguera había un hombre sangrando, que debía de haber llegado
arrastrándose.
Dilandau se relajó. Eran sobrevivientes de los ladrones, y por lo visto
solo les quedaban unas pocas horas de vida.
El hombre sobre el palo se cayó, debilitado, y comenzó a suplicarles por
agua y comida. Dilandau empezó a enojarse, y antes de que pudiera siquiera
pensar que hacer con ellos, Hitomi tiró de su espada y se acercó al centro
del claro, donde estaba una olla con comida, tomó un puñado y luego se
dirigió al hombre que estaba tirado. Este, al ver la espada, abrió los ojos
espantado. Hitomi le sonrió dulcemente, y con eso el hombre suspiró
aliviado.
-¿Tienes hambre? Le preguntó Hitomi con una voz angelical, mientras se
agachaba.
El hombre asintió levemente con la cabeza, y en eso la cara de Hitomi
cambió radicalmente
-Pues traga, maldito cerdo! Y con eso le aventó la comida a la cara. Se
paró y le clavó la espada en la espalda. El otro hombre gimió muy asustado,
y Dilandau alzó una ceja, por un momento pensó que Hitomi lo decepcionaría
y arruinaría la diversión, así que siguió observando con atención lo que
hacía la chica.
Hitomi rió como si hubiera hecho alguna travesura. Realmente estos ladrones
habían resultado ser algo muy divertido. Entonces se le ocurrió una idea
para que Dilandau se convenciera de una vez por todas para darle un
entrenamiento especial.
-¿Sigues sin querer entrenarme?
Dilandau, que había visto todo muy interesado, asintió con un leve
movimiento de cabeza.
-Está bien, eso está por verse Capitán... murmuró entre dientes Hitomi
mientras observaba el cuerpo bajo la espada.
Sin aviso alguno sacó la espada del cuerpo y con mucha fuerza separó la
cabeza del cuerpo del hombre. Tomó la cabeza por los cabellos y se dirigió
al otro hombre.
-¿Tu también quieres comida? Le preguntó en el mismo tono inocente.
El hombre la miraba con ojos horrorizados, y empezó a murmurar algo
inentendible.
-¿Qué dices? No te alcanzo a entender
-Por favor, perdóneme, no hicimos nada más que defendernos, perdóneme la
vida, no fue mi intención molestarlos.
-Si hay una cosa que odio son los cobardes, maldita sea, deja de rogar!
Gritó Hitomi exasperada.
El hombre comenzó a llorar, y Hitomi aventó la cabeza contra el hombre.
-Eres muy aburrido, ¿qué te parece si me ayudas?, dijo Hitomi mientras le
daba la espalda, con cara molesta.
-¿Ayudarla?
-Si, sabes, tengo que aprender algunas cosas, y tu podrías prestarme ayuda.
El hombre la miró dudoso.
-Me ayudarás o no?
-Está bien
-Gracias, eres muy amable, no creo que te arrepientas. Y diciendo esto,
Hitomi dio rápidamente una vuelta y le encajó la espada en el vientre al
hombre.
Este la miró incrédulo, y poco a poco su visión se desvaneció.
Hitomi no retiró la espada del cuerpo, trataba de rajarlo hacia arriba,
pero no podía, así que decidió rajarlo hacia abajo, pero la espada no se
movió, por más que Hitomi empujaba.
De pronto sintió un cuerpo muy pegado a ella por la espalda y oyó una voz
muy suave.
-Me dejas ayudarte? Le susurró Dilandau.
Hitomi sintió escalofríos, encantada de la sensación de tener a Dilandau
tan cerca de ella y de sentir su aliento cosquillearle en su oreja.
-Por supuesto
Y con esto, Dilandau tomó sus manos sobre la espada y con suaves pero
enérgicos movimientos, destazaron el cuerpo del ladrón.
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A la mañana siguiente Dilandau abrió los ojos y se encontró con que estaba
solo en la tienda. Recordó lo que había pasado en la noche, después de que
Hitomi había lucido un sentido del humor parecido al suyo. Habían hecho una
hoguera y echado ahí los cuerpos, y después se habían ido a dormir....no,
algo faltaba.....
-¿Señor?
Dilandau se levantó extrañado. Hitomi estaba asomada en la entrada de la
puerta.
-¿Por qué me dices así?
-Pues porque de ayer en la noche a ahora usted es mi capitán. ¿Vamos a
empezar el entrenamiento ya?
Ahora Dilandau había recordado lo que faltaba. Había accedido una vez más a
las peticiones de Hitomi, y ahora debía de entrenarla.
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De nuevo estaban reunidos los hechiceros. Muchos tenían los ojos rojos,
hinchados., por la falta de sueño. Otros tenían la molestia o la
preocupación latentes en sus rostros. Ninguno tenía cara de satisfecho.
-Los eventos resultaron como fueron planeados, lo cual, como saben, es
preocupante. No solo está en juego el nuevo proyecto, sino que también nos
arriesgamos a que estropee este al anterior.
-Ya sabíamos a lo que nos arriesgábamos en cuanto decidimos juntarlos.
-Yo no veo tan perfectos los resultados. Dijo después de mucho tiempo el
hechicero alto. Había estado inclinado sobre unas gráficas y un libro
antiguo, grande y polvoriento.
-¿Por qué no?
-No puedo creer lo idiotas que hemos sido, murmuró el hechicero alto
mientras una sonrisa cínica iluminaba su rostro.
-Explícate, dijo uno de los hechiceros, mientras otros asentían molestos.
-Es claro que desde que nuestro primer proyecto fijó su atención en el
segundo, existía un interés, mismo que se incrementó desde que nosotros
hicimos la alteración del destino. Pero este interés no resulta perjudicial
para ninguno de los dos proyectos.
-Eso que dices es incoherente... como no va a ser perjudicial el
interés..... comenzó uno de los hechiceros, pero el hechicero alto lo
interrumpió con un gesto de su mano.
-Imaginemos que todo va de acuerdo a lo planeado. Los dos proyectos se
rechazan conforme a lo planeado, y comienzan a competir entre sí, lo que
incrementaría los rendimientos de cada uno, y se alcanzarían todos los
objetivos del Imperio; pero a la larga, uno de los dos sería destruido por
el otro, no es así?
Todos asintieron con un movimiento de cabeza, sin entender a que quería
llegar.
-Pero debido a sus similitudes en carácter y gustos ellos congenian, y más
que competir, se están comenzando a ayudar mutuamente. Con esto los
rendimientos no solo se incrementan de la misma manera que con la propuesta
anterior, sino que, a la larga, en lugar de destruirse, se complementarán,
cada uno cubrirá las fallas de otro y el porcentaje de error se reduciría,
así tendremos de esta manera, la verdadera máquina asesina perfecta.
Los hechiceros quedaron silenciosos unos pocos momentos. Era realmente
increíble que a ellos, genios de Zaibach, nunca se les hubiera ocurrido
antes algo así.
-Para que exista ese equilibrio se necesitaría una complementación al 100%.
Opuso el hechicero bajito que siempre llevaba la contra.
-Es cierto, aún no sabemos su nivel de compatibilidad, y si esperamos a que
este se manifieste, puede ser ya demasiado tarde.
El hechicero alto no dejó de sonreír ni aún cuando le encontraron defectos
a su plan.
-¿Somos hechiceros de Zaibach?
Todos contestaron monótonamente que sí.
-¿Podemos o no controlar el destino?
La respuesta de nuevo fue afirmativa
-¿podemos crear y deshacer personas como se nos antoje?
Los hechiceros ahora comenzaron a darse cuenta del punto del hechicero, y
esta vez contestaron más alegremente que sí.
-Entonces, ¿Cuál es el problema? En caso de no existir, o de faltar
compatibilidad, la crearemos, ya sea en el o ella.
Los hechiceros ahora sonreían malévolamente, y uno a uno, comenzaron a
aplaudir todos, hasta que los aplausos retumbaron en los corredores de
Zaibach como el granizo sobre el cristal.
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-¡Con más fuerza!
-Si señor!.
-Maldita sea, que diablos no me oíste? Te dije que con más fuerza.
Hitomi golpeaba el tronco de un árbol gigantesco con un hacha. Pero esta se
quedaba enterrada en la madera, y Hitomi tardaba mucho en sacarla, y
además, los golpes no le parecían lo suficientemente fuertes a Dilandau.
-Si no derribas este desgraciado árbol dejaré de entrenarte, alguien tan
débil no merece siquiera mi atención, dijo Dilandau con cara de fastidio.
Aunque en realidad pensaba lo contrario. Para ser una mujer tan delgada y
que no estaba acostumbrada a ejercicios fuertes, no lo estaba haciendo tan
mal, solo que Dilandau quería ver hasta donde era capaz de llegar ella.
Para su sorpresa, Hitomi incrementó la fuerza y la velocidad, y poco a poco
alcanzó un ritmo estable. Al poco rato el árbol caía estrepitosamente al
bosque.
Hitomi sonrió satisfecha. Era muy extraño, porque a pesar de haber hecho un
esfuerzo como nunca lo había hecho, en lugar de sentirse cansada, se sentía
todavía con mucha energía, y sentía como iban incrementando sus fuerzas.
-¿Te cansaste Hitomi?
-No señor.
-Muy bien, entonces, ¿qué te parece si vamos a nadar un poco?
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Hitomi nadaba con gracia, y se sumergía deliciosamente entre el agua de un
río, no muy lejos de donde habían decidido acampar. Para nadar traía puesta
una camiseta sin mangas y sin dibujos; tal como la que usaba Dilandau bajo
su armadura, y unos shorts.
Dilandau lavaba su herida en el brazo, y mientras lo hacía pensaba que
Hitomi se merecía un buen descanso. En realidad no la había creído capaz de
poder cortar realmente el árbol. Cuando después de poco tiempo vio como el
árbol caía en el bosque, comenzó a dudar de esta chica. Por sus capacidades
aventajaba mucho a cualquiera de los soldados que el hubiera visto alguna
vez, pero todo esto se le olvidó cuando al sugerirle a Hitomi la idea de
nadar, ella se puso a dar saltos de emoción.
Cuando terminó de lavarse el brazo, vio reflejada su cara en el agua. Esta
vez, en lugar de admirarse, como siempre lo hacía, ya que, después de todo,
el sabía que era guapo, y nunca perdía oportunidad de contemplar su cara;
pero su atención se desvió ahora a sus ojos. Tenían una expresión, en esos
momentos en los que estaba relativamente solo- Hitomi buceaba en algún lado
del río- una expresión no de locura, como cuando le daban órdenes que no le
gustaban, o cuando algún soldado no cumplía sus órdenes al pie de la letra,
ni tampoco de emoción, combinada con locura, que adquirían sus ojos al
momento de las batallas. No era de tristeza, ni de melancolía. Sin embargo,
no le gustó la expresión de su cara. Se sentía muy tranquilo, se podría
decir que feliz y a gusto, sin embargo su cara seguía siendo agresiva.
Trató de cambiar su expresión a una de felicidad, o de tranquilidad, como
la que le había observado antes a cualquier persona, pero simplemente no
podía. Comenzó a fruncir el ceño, lo que empeoró su cara. Era como si su
cara no supiera como expresar felicidad, pero lo peor de todo: sus ojos
eran vidriosos y fríos, como los de un muñeco. ¿Por qué diablos no podía
tener una mirada normal? Nadie tenía una expresión como la de él, ni
siquiera Folken- su mirada era de una infinita tristeza-. Nadie.....
Pero recordó entonces unos ojos como los suyos, pero de color verde.
Y vio frente a sí una hermosa cara, con aquellos ojos verdes profundos y
brillosos, llenos de acertijos y tan expresivos.... "No, espera, sus ojos
eran profundos y expresivos". Los recordó empapados en lágrimas, llenos de
espanto y misericordia en el hangar. Los recordó impresionados, la primera
vez que la vio, en el fuerte de Allen. Y ahora, se podía ver reflejado en
ellos, como si fueran un espejo verde y brilloso, pero nada más.
Entonces una risa lo distrajo de sus pensamientos, y de inmediato olvidó,
de nuevo, cualquier preocupación.
Hitomi se había acercado un poco a donde estaba él, y estaba parada en un
lado poco profundo. La camiseta se le había pegado a la piel, y exaltaba
sus formas de una manera excitante y deliciosa. Dilandau alzó la ceja en
admiración. Realmente esta mujer era muy atractiva.
