LOS DIOSES DEL AMOR
La noche de las estrellas
Ella era todas sus diosas, no tenía dudas al respecto.
Verla con su vestido para la unión lo dejó embelesado, a pesar de cuan extravagante y tonta podía llegar a ser su querida encarnación de Mestionora venida de otro mundo, seguía siendo tan hermosa, que la necesidad de esconderla dentro de su capa había sido algo difícil de dejar de lado.
Ceremonia, banquete, socialización. El día había sido realmente ajetreado, casi prefería los días que pasaba ocupado como Aub de Alexandria… aunque mentiría si dijera que no había disfrutado ese día que había esperado con paciencia.
Justo ahora, Justus lo ayudaba a cambiar sus ropas de gala por unas adecuadas para dormir. Una bata que lo ayudara a guardar el decoro fue colocada alrededor de sus ropas y luego se dirigió al cuarto de Rozemyne en el castillo.
—Si quiere un consejo, Lord Ferdinand —le murmuró su fiel ayudante a pocos pasos de la puerta que daba a la habitación de su esposa. Ferdinand suspiró mirándolo un poco incómodo, haciendo acopio de paciencia—, sea abierto con sus sentimientos esta noche, si nuestra Aub es todas sus diosas, entonces debería demostrárselo.
Ferdinand asintió una vez, dejando que Justus le abriera la puerta.
Apenas ingresar, escuchó la voz de Rozemyne despejando la habitación. Solo los guardias que custodiaban la puerta se quedarían cerca, los demás esperarían a ser llamados desde alguna habitación contigua, dependiendo del horario que les hubiera tocado para atenderlos.
Ferdinand dio algunos pasos tentativos, observando a su alrededor un poco nervioso.
El recuerdo de la sensación de los labios de su esposa sobre los suyos le aceleró el corazón. Estaba ansioso, anhelante de repetir la experiencia. Se habían besado en esa misma habitación, en esa misma cama una sola vez tiempo atrás, cuando ella le confesó que lo amaba más que a sus libros envuelta en llanto, luego de soñar que volvía con su familia plebeya y no lo volvía a ver.
—Hola —escuchó la voz de Rozemyne desde la cama.
Caminó hacia ella, deteniéndose a pocos pasos para observarla.
Había un ligero rubor atravesando el rostro de su diosa, destacando demasiado sobre la piel blanca de su rostro enmarcado por su cabello azul medianoche que descansaba suelto sobre sus hombros, destacando su ropa de dormir blanca y delgada con flores de un azul tan ténue como su propio cabello.
—Hola —respondió él un poco incómodo.
Rozemyne palmeó un par de veces la cama, justo a un lado suyo sin dejar de mirarlo con una sonrisa tímida y el sonrojo todavía adornando sus facciones. Él asintió antes de avanzar los pocos pasos que los separaban, sentándose justo donde ella le había indicado, cuidando de dejar un pequeño espacio entre ellos.
Las reglas de etiqueta todavía aferradas a él. Sin importar cuantas veces se habían abrazado en el pasado, cuanto la deseaba o cuanto había esperado por este momento desde que ella creciera y se comprometieran… incluso después de ese único beso, sentía que estaría mal dejar que sus cuerpos se tocaran.
Bluanfah no parecía querer dejar de bailar para él cada vez que la miraba. El recuerdo de ambos encerrados en su habitación oculta, dejándole copiar y pegar partes del libro sagrado de Mestionora en el propio volaron a su mente. ¿Sería igual? ¿qué tanto influiría el contacto físico? ¿estaría ella dispuesta a…?
—¿Ferdinand?
Sonreía sin poder evitarlo, su nombre pronunciado con tanto cariño por ella le calentaba el corazón de un modo impresionante.
—¿Si, Rozemyne?
Ella se acercó entonces. Podía sentir los dedos de ella sobre la mano mas cercana a su cuerpo. Parecía nerviosa, un poco asustada, podía sentirla temblar levemente al tiempo que lo tomaba del rostro, acunando su mejilla, obligándolo con dulzura a agacharse lo suficiente para alcanzar sus labios. ¡Ah! ¡Cuánto había echado de menos la sensación de esos labios suaves y rosados sobre los propios!
El beso se rompió apenas un par de segundos, los suficientes para que ella pudiera acercarse más a él antes de besarlo de nuevo con dulzura y afecto. El calor de su cuerpo, la dulzura de su mana, la sensación de su costado y una de sus piernas contra sí lo obligaban a dejar ir poco a poco todas las molestas restricciones que imponía la sociedad noble.
En algún momento, su diosa se sentó sobre su regazo como cuando era todavía una niña pequeña e indefensa… claro que esta vez no existía rastro alguno de dolor o tristeza en ninguno de los dos.
La abrazó por instinto, paseando sus manos despacio sobre el cuerpo cálido de Rozemyne, regodeándose en las líneas de su cuerpo frágil y en cierto modo pequeño a pesar de ser una mujer adulta.
Quería más. Deseaba más. Ella era más deliciosa que cualquier consomé, más excitante que cualquier investigación.
Su diosa lo abrazaba también. Podía sentir sus manos pequeñas y elegantes enredándose entre sus cabellos, delineando su mandíbula con tanto afecto, que bien podría derretirlo solo con eso.
De pronto ella lo aferró con algo más de fuerza, corriendo sus labios a lo largo de su rostro hasta alcanzar su cuello, besándolo antes de darle una probada que le robó un gemido.
Estaba tan sorprendido por la repentina sensación placentera, que se dio cuenta que su espada estaba lista, intentando salir de su funda a toda costa… justo igual que la vez del libro.
—¡Roze…myne! —suspiró sin poder evitarlo.
Quería seguir… y detenerse.
No lograba recordar que alguien le hubiera hablado de un beso como este… claro que nunca había hablado demasiado sobre estas cuestiones con nadie más… nunca le había encontrado utilidad alguna dada su desconfianza hacia las criaturas del género opuesto… al menos, nunca se había interesado en ninguna mujer hasta que ella le pidió que la cargara por primera vez para leer la biblia del Sumo Obispo juntos.
¡Dioses! Pensando en retrospectiva, esta idiota que lo moldeaba como la piedra fey de su bestia alta lo había seducido de todas las formas posibles y existentes desde los siete años. Era impensable. Completamente imposible. Y en definitiva, uno de los muchos logros inauditos de su gremmlin personal.
—Ferdinand, ¿puedo abrir tu ropa de dormir?
Había algo distinto en su voz. Sonaba tan sensual e invitante, como si Brenwärme la hubiera poseído de repente, de modo que no fue una sorpresa que no le pudiera responder.
Ferdinand usó una de sus manos para tomar un extremo del listón con que se abrochaba una parte de su ropa de dormir, sobresaltándose un poco al sentir una mano ajena sobre la suya, deteniéndolo.
—Quiero hacerlo yo, tú puedes encargarte de la mía.
Por un momento se le olvidó como respirar. Ferdinand se congeló ante la sugerencia y la petición, mirándola sin poder evitarlo, sintiendo como sus orejas y parte de su rostro se acaloraban. Estaba sonrojado.
Su diosa le sonrió complacida y más relajada justo antes de levantarse, obligándolo a ponerse de pie para sacarle sus ropas de dormir, dejándolo muy apenas en sus calzoncillos largos.
—¡Suficiente! —ladró Ferdinand al momento de tomar las manos de su esposa y retirarlos del listón con que anudaba su ropa interior.
El rostro apenado de Rozemyne, la manera en que estaba mirando al suelo le informó de lo rudo que había salido su petición. Sin querer, ladró una orden luego de entrar en pánico. No podía culparlo, cuando se dio cuenta de que estaría completamente desnudo ante ella, su corazón intentó escapar de su cuerpo, su mana arremolinándose de manera dolorosa por todas partes. Era más de lo que podía soportar por el momento.
—¡Lo siento! —se disculpó ella.
Ferdinand soltó un suspiro. Odiaba equivocarse. La maldita voz de Verónica no dejaba de llamarlo inútil estúpido bastardo desde lo más profundo de su mente cada vez que cometía un error. ¿Cuán difícil era lidiar con las marcas de Chaocipher?
—No, yo… —suspiró él pinchando el puente de su nariz, buscando con rapidez una solución que regresara el ambiente de momentos atrás.
La miró con fijeza. Efflorelume debía tener a Rozemyne entre sus favoritas, sin importar su gesto irradiaba una belleza que a veces era difícil de mirar, tan brillante y delicada…
Un suspiro más. La única manera de sacarse la desagradable voz de su maldita madrastra era limpiar su propio desastre lo antes posible.
Ferdinand tomó el rostro de su esposa entre sus manos, guiándola hacia él con delicadeza y besándola de nuevo.
Su diosa era una verdadera desvergonzada. En algún punto había sentido como lo tomaba de las manos, guiándolas hasta el delicado moño que mantenía los hombros de su camisón en su lugar, sosteniéndolo de los hombros desnudos antes de pasear su lengua sobre sus labios, introduciéndola por un momento en cuanto él abrió la boca por la sorpresa, mordisqueando su labio inferior… no pudo reprimir la necesidad de dejar escapar un poco de mana en la boca de Rozemyne, deleitándose ante el sorprendido gemido que ella soltó en ese momento.
—¿Qué…? —preguntó su esposa, incapaz de elaborar más apenas despegarse de él, tocando sus labios de modo seductor, mirándolo a los ojos luego de un momento de contemplación—, ¿eso fue tu mana?
Sonrió con socarronería, disfrutando la vista del sonrojo de su esposa expandirse por todo su rostro.
Ferdinand se sintió valiente de pronto, Brenwärme ya danzaba entre ellos, ¿por qué no terminar de invocar a Beischmachart a su habitación? Si lo pensaba con cuidado, esta mujer idiota y extravagante de la que nunca sabía que esperar no solo era su diosa de la luz, también era su diosa del agua, ¿no era su obligación aceptar sus flores y arrancarlas esa misma noche?
Sostuvo los dos extremos del listón para jalarlos despacio, desabrochando la prenda antes de pasar sus manos con delicadeza sobre el cuello y los hombros de Rozemyne, asegurándose de que la prenda resbalaría sola, sonriendo aún más cuando el rostro de su mujer se cubrió por completo de carmín.
—¡Ferdinand!
—¿No deseabas que retirara tus ropas?
Notaba como partes del hermoso rostro de su esposa perdían todo rastro de color en tanto sus mejillas y sus orejas, además de parte de su cuello seguían sonrojados de manera pronunciada. La prenda se deslizó de repente y ella cruzó sus brazos en un intento de cubrirse. ¿Dónde estaba el resto de su ropa?
—De toda la gente en este mundo me tenía que casar con el Rey Demonio —la escuchó murmurando cuando recobró la conciencia, divirtiéndose no solo de que estuviera usando tan desagradable apodo para él, también por las miradas molestas que le lanzaba de soslayo.
—¿Dijiste algo, mi diosa?
La notó temblar un momento, luego sonreír tontamente para luego mirarlo con dulzura, con el brillo que solo el baile de Blueanfa podía darle.
—No tienes remedio, Ferdinand —respondió ella con una sonrisa brillante y tranquila, justo antes de lanzarse a sus brazos, tirándolo a la cama y besándolo con una desesperación tal, que parecía que moriría si no lo besaba. Él, por supuesto, no se quedó atrás, paseando sus manos por el cuerpo de su diosa una y otra vez, besándola por el rostro, el cuello y los hombros, sintiendo el dulce y excitante intercambio de mana sucediendo en el acto.
Ferdinand terminó de desvestirse con prisa cuando no pudo aguantarlo más, se sentía un poco más excitado que cuando Rozemyne pegó información en su libro de la sabiduría, luego bajó una mano para buscar el camino al cáliz de su diosa, encontrando la flor, los pétalos y la entrada, la cual abrió con sus dedos, jadeando de anticipación antes de introducir su espada en el cáliz.
¡Dioses!
Si ella no hubiera soltado una queja de dolor, él habría dado estocada tras estocada hasta desfallecer.
—¿Rozemyne?
Su propia voz le sonaba tan ronca y falta de aire. Estaba excitado y peocupado a partes iguales, su esposa tenía una constitución física más frágil de lo usual, aterrorizándolo de pronto. ¿Debería detenerse? ¿Debería revisarla? ¿Era posible que su espada la hubiera lastimado?
—Estoy bien —murmuró ella aferrándolo con fuerza, evitando que él pudiera moverse—, solo… no pensé que dolería… así.
—¿Te duele? ¿quieres que me salga? ¿una poción? ¿yo…
Ella lo aferró más, obviamente incómoda y todavía adolorida, negando despacio y con la respiración errática.
—Es solo… nunca hice esto… ni siquiera en mi mundo de sueños… leí y escuché que dolería… lo leí en ese otro mundo… solo… no pensé que así.
—¿Qué hago?
Era doloroso admitir que no tenía idea de como actuar o que hacer para que ella se sintiera mejor, ver su rostro pálido lo tenía preocupado.
—Bésame —ordenó su diosa en un suspiro.
—¿Segura?
Ella asintió, temblando de repente, apretando su agarre una vez más antes de relajarse de nuevo —El dolor pasará… solo bésame.
Él obedeció. La besó con dulzura, imitando la forma en que ella había delineado su mentón y su cuello con los labios antes de meter su lengua en la boca de Rozemyne, mordisqueándola con suavidad, siguiendo adelante al sentirla relajarse.
Ella lo abrazó de nuevo, su respiración agitada, sus mejillas sonrojadas una vez más, la mirada vidriosa y en cierto modo inocente, luego la sintió moverse debajo de él. Era un movimiento torpe de su cadera que mandaba ondas de intenso placer hacia él. ¿Debía moverse ahora?
Se retiró apenas un poco antes de regresar a sus profundidades, escuchándola gemir. La besó de nuevo en la frente, observándola de cerca por si estaba malinterpretando sus acciones.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Ferdinand.
—El dolor ya pasó… es un poco incómodo, pero… ¿podrías hacerlo de nuevo?
—¿Qué cosa?
La notó sonrojarse de nuevo hasta las orejas, cuello y todo. ¡Su diosa era tan estimulante incluso en esta forma!
Las manos de su mujer recorrieron sus hombros, parte de su pecho, dejando que el mana de ambos se arremolinara y jugueteara de forma indecente y adictiva, dejando un camino de fuego por la piel de su espalda, bajando hasta alcanzar sus asentaderas, a las cuales se aferró un momento antes de tirar levemente.
Él salió de ella, sintiendo como las manos de Rozemyne lo empujaban de regreso, alterando su cuerpo, su mana y su espíritu al soltar un desvergonzado gemido de satisfacción. Tan vulgar. Tan excitante. Tan adictivo.
¿Era por esto qué los nobles seguían buscando las ofrendas de flores?
De pronto estaba seguro de que buscaría la ofrenda de nuevo… con Rozemyne y con nadie más, a pesar de su reciente descubrimiento, no se sentía atraído por ninguna otra mujer, con o sin el mana suficiente para poder sentirlas.
—Sigue —ordenó su diosa del agua y él obedeció.
Una, dos, tres estocadas. El placer crecía en su interior, quemándolo desde su espada, dejándolo absolutamente sensible ante el baile apasionante en que su mana se fundía con el de ella.
Cuatro estocadas y podía sentir que algo estaba a punto de salir de su interior… para la quinta, la enorme explosión de placer lo dejó débil y sensible al extremo. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no dejarse caer sobre el pequeño y frágil cuerpo de su Rozemyne, exhausto y jadeante.
La sensibilidad en su cuerpo era tanta, que se apresuró a rodar hasta salir del cáliz de su amada, acostándose sobre su espalda y cubriéndose los ojos con una mano, incrédulo ante la revelación de la fuerza oculta en las bendiciones de los dioses del amor, el placer y la lujuria.
Sin duda, se habría puesto en la posición de rezar para dedicar una oración sincera de alabanza y agradecimiento hacia los dioses como hacía su esposa cuando estaba eufórica si tuviera las fuerzas para hacerlo. Estaba seguro de que le sería imposible ponerse en pie, ya no digamos aguantar el equilibrio que la posición exigía.
—¿Ferdinand?
Volteó a verla. Su diosa de luz, su diosa del agua, su Mestionora… su Gedhul, lo miraba con sus grandes ojos dorados, jadeante, con una sonrisa tímida en el rostro a pesar del pequeño puchero que parecía estar a punto de formarse en su rostro… sin duda quería ser abrazada.
—Ven aquí —murmuró él ofreciendo sus brazos, rodeándola y permitiéndole acomodar su cabeza sobre su hombro, dejándose envolver por la suavidad de su cuerpo y el calor de su mana, tan dulce y embriagante como el mejor néctar de Vantole.
La besó en la frente sin apenas darse cuenta, peinando el suave y brillante cabello que tanto le gustaba oler si encontraba la oportunidad.
—Te amo, todas mis diosas —murmuró Ferdinand llevándose un cadejo para aspirar su aroma de forma distraída.
—También te amo, mi dios oscuro.
¿Desde cuándo tenía el hábito de aspirar su aroma de modo tan descarado?
Sonrió sin más, permitiendo que Schalftraum lo arrastrara a su reino poco a poco.
Si la felicidad absoluta implicaba dejar que su esposa lo afectara de este modo, entonces así debía ser. Su extravagante diosa podía influenciarlo tanto como quisiera… claro que eso tendría que esperar, estaba en verdad exhausto luego de tan magnífica noche de las estrellas.
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Notas de la Autora:
Dos cositas...
1) Si, estoy OBSESIONADA con la serie y con este par.
2) No, aun no termino de leerme los libros, aunque si que me terminé la serie de anime y no he visto los mangas... PERO ME HE HECHO UNA DE SPOILRES QUE... bueno, simplemente no podía esperar a terminar de leer, debe faltarme la mitad de la serie de libros de la serie.
Espero que hayan disfrutado mucho con este primer capítulo desde el punto de vista de Ferdinand. Parte de mi desesperación fue porque no encontré un fic como esto por ningún lado... bueno, hay dos que podrían darme algo de esto pero... uno me tomó cuatro días y dos noches completas leerlo para darme cuenta de que está incompleto, el otro iba tan bien... pero se detuvo cuando la cosa empezaba a ponerse interesante, así que... sip, si no encuentras la historia que quieres, escríbela tú mismo.
Por cierto, mi novela de fantasía Lorg Antaq está disponible en .mx, y mi novela de fantasía Yami Boh Luei se publica este jueves 14 de julio de 2022 también en amazon.
Tenía que hacer el anuncio... y bueno... para que vean cuan angustiada estaba por no encontrar ningún lemon de Ferdinand y Rozemyne, hoy es entrega del 2x1, así que, espero la disfruten.
SARABA
