INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SÍ.

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UNA JOYA PARA HITEN

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CAPITULO 1

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― ¡Repite eso! ¿¡Cómo es que te quitaron todas las joyas!

El grito de Sango inundó la habitación, cortando su primigenio deseo que el asunto permaneciese en la más absoluta discreción.

La joven doncella se arrojó al suelo, echando lágrimas. Estaba asustada y nerviosa, pero Sango demandaba una explicación.

―Es que hice lo que me ordenó ―comenzó a decir Anne―. Contacté con el hombre del puerto, que decían que podría comprar las joyas sin regateo…pero cuando se las di, comenzó a decir que las cogía pero que la comisión suya era tan alta que no la cubría ni el valor de las joyas.

Sango, quien se había incorporado comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, sumamente preocupada y nerviosa, pero también intentando comprender las palabras de su doncella.

Anne era sumamente leal y fiel. Así que Sango no dudaba en sus palabras y que en efecto fuera timada por un sinvergüenza, pero el asunto no podía quedar así.

Aquel lote de joyas era lo último realmente valioso que le quedaba y que podría salvaguardarla de su propio padre.

―Luego me hizo echar, pero se negó a devolver las joyas ―siguió diciendo Anne, lloriqueando.

Sango se detuvo y con un suspiro de pena, ayudó a la muchacha a levantarse.

―Levántate y acomoda tu vestido.

Anne se limpió las lágrimas.

― ¿Qué haremos, señorita?

Sango pareció pensarlo.

Solo ella y Anne sabían de aquel asunto. No deseaba involucrar a nadie más. Pero necesitaba recuperar sus joyas o en su defecto su valor en dinero que era lo que tanto necesitaba para seguir con sus planes de supervivencia.

―Iré contigo, esta vez ―anunció determinada.

Los ojos de Anne se ensancharon, con cierto horror.

―Señorita, no es sitio para usted ―pidió a su ama―. Está lleno de rufianes y malvados de poca monta, como el hombre que se llevó las joyas.

Pero Sango no pensaba dejarse convencer.

― ¿Recuerdas con exactitud el sitio? ―insistió Sango

La joven criada asintió con la cabeza de mala gana.

―Prepárame una cofia y asegúrate de llamar a un coche de punto. No usaremos el de la casa, para evitar sospechas.

Anne se quedó un momento más, mirando a su joven ama de forma lastimera, suplicándole con los ojos que dejara aquel macabro plan. Era impensable que la señorita Megan Chandos, sobrina del gran duque de Gloucester se metiera en semejante cueva.

―Si al menos estuviera aquí el esposo de su prima, el conde de Winchester podríamos pedirle ayuda…

Sango fulminó a la joven con los ojos.

Estaba decidida a no volver a molestar a sus parientes, y menos a su prima con sus problemas. Kagome había quedado recientemente embarazada de nuevo y junto a su familia se encontraban en Edimburgo de vacaciones. No tenía ninguna intención de arruinarle su paseo familiar con sus problemas de nunca acabar.

―No puedo permitir que ellos me salven todo el tiempo. Ve por mis cosas, así saldremos enseguida ―pidió Sango de vuelta.

Anne no tuvo más opción que salir a cumplir la orden de su ama.

Sango se dejó caer en el sillón.

Afortunadamente su padre no se encontraba en la casa o caso contrario, hubiera oído todo.

Justamente por causa suya es que estaba haciendo todo esto.

La madre de Sango era la hermana del gran duque de Gloucester. Joven mimada y distraída que en su juventud se dejó llevar por los caprichos y acabó casada con un prometedor arrendatario de su padre en Derby, el señor Chandos.

La unión entre una señorita de abolengo y un hombre sin una sola gota de sangre noble fue un pequeño escandalo para la época, pero el señor Chandos era un hombre sumamente respetable y la señorita Rawlins estaba deseosa de casarse con él.

El matrimonio Chandos sólo tuvo una hija, Sango, quien se crio en Rawson House, junto a su prima Kagome.

Los Chandos permanecían la mayor parte del año en Derby, pero cuando quedaban en Londres, ocupaban una mansión que fuera parte de la dote de señora.

La madre de Sango era una mujer despreocupada, sumamente distraída y que creía sin rechistar las decisiones de su marido. Era una dama de buen corazón, pero Sango la sentía la lejana y sabía que no podía contar con ella, al menos en esto.

Su padre, el señor Chandos era un buen hombre, pero también un financista desastroso. En todos estos años, dilapidó su propia fortuna y la dote de su mujer.

En el último tiempo se le había metido en la cabeza que el único método que le quedaba para sanear sus finanzas era buscarle un matrimonio a su hija Sango.

La joven tenía grandes conexiones familiares y era algo que no pensaba desaprovechar.

No le importaba que fuera un burgués, mientras fuera un hombre lo bastante rico como para ayudar a su nueva familia política.

Sango regresó a casa de su familia, cuando su prima Kagome se casó con el "demonio de East End" y desde allí comenzó su calvario, ya que tuvo que esquivar todas las pretensiones de prospecto de esposo que su padre le conseguía.

Aunque su prima Kagome le hizo prometer que cuando necesitara ayuda, la buscara, Sango estaba decidida a no añadirle más problemas a su prima y a su nueva familia.

Así que urdió un plan que ahora se le estaba agotando.

Para calmar a su padre, comenzó a darle dinero, producto de la venta clandestina de sus joyas, la única dote valiosa que le diera su madre.

Por supuesto, Sango le mentía a su padre, diciéndole que el dinero era un aporte de su tío, el gran duque. Con ese truco pudo mantener a raya las intenciones de su progenitor, así que el perder las joyas era en verdad un asunto apremiante.

Era el último lote que le quedaba, y sólo podía hacerlo cuando la familia venía a Londres, porque Derby era demasiado pequeño y todo el mundo lo sabría.

Así que luego de camuflarse con la cofia oscura, ella y Anne cogieron el coche para salir al puerto.

Tampoco era tan tonta como para cometer un acto impulsivo, estaba decidida a estudiar el campo y regresar con un plan.

Su orgullo no le permitía volver a incordiar a sus parientes. Incluso sus primos Henry y Albert se habían vuelto personas más confiables, pero no podía romper su propia promesa.

El vidrio del coche reflejaba parte del rostro descubierto de Sango.

Su rostro redondeado y con suaves pecas delataban su talante rojizo, en un marco de inmensos ojos oscuros. No era una dama vistosa ni particularmente bonita, justamente aquel detalle la había convertido en una muchacha florero junto con su prima Kagome, cuando revoloteaban los sitios, sin que nadie prestara particular atención en ellas.

Pero a diferencia de su prima Kagome, Sango poseía una figura más estilizada, pero, aun así, el conjunto no era precisamente fulgurante.

Sango hizo una mueca y volvió a acomodarse la capa.

―Hemos llegado, señorita Chandos.

Sango inspeccionó el área. Era preferible que no bajaran.

Al estar en cercanías del puerto, había demasiada gente yendo y viniendo, pero se habían asegurado de quedar frente mismo a la bodega que Anne señaló que era del hombre que la estafó.

― ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí, señorita?

―El tiempo que sea necesario hasta que pueda ver a ese rufián.

Al cabo de cuarenta minutos, el cochero ya daba señales de aburrimiento y Anne comenzaba a desesperarse pensando que pudo haberse equivocado al señalar la bodega del estafador.

La única que permanecía tranquila era la propia Sango, quien se mantenía atenta.

En eso, Anne le hizo un gesto cuando vio a un hombre enorme y barbudo salir del recinto. Parecía estar dando órdenes a otros hombres que estaban acomodando unas cajas.

―Sin duda que ese es el hombre, señorita.

― ¿Qué más sabes de él? ―preguntó Sango

―Solo que es un comerciante del puerto, que compra y vende todo lo que uno puede imaginarse, por eso creí que el negocio de las joyas podría resultar.

A Sango no le tomó nada dilucidar que el supuesto comerciante no era más que la fachada de un reducidor. Un vil malhechor.

Aún estaba estudiando el lugar, cuando del interior apareció una hermosa mujer, que se colgó del brazo de ese hombre. Por las sonrisas que compartían, era claro que eran amantes.

En otra circunstancia, Sango no la hubiera tomado en cuenta, pero era difícil no distinguir a la curvilínea muchacha que portaba un vestido morado tan ajustado.

La muchacha no se escandalizó ante la visión. Junto a su prima Kagome habían visto bastante del mundo, así que una dama en prendas que alborotarían a las conservadoras damas de su círculo no hacían mella en ella.

―Regresemos ―ordenó Sango al cochero.

Ya había visto lo que tenía que ver.

― ¿Ha decidido que pidamos ayuda a los Rawson? ―preguntó Anne, esperanzada que su ama haya cambiado de idea con respecto a eso.

Sango sonrió de lado.

― ¿Cuándo dije eso? ―advirtió Sango―. Yo seré capaz de solucionar este problema y recuperar lo que me pertenece.

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Al día siguiente, Sango y su doncella aparecieron de vuelta frente a la bodega, pero esta vez a bordo del carruaje de la familia.

Tampoco se presentaron ocultas bajo una cofia, sino impecablemente vestidas.

La idea de Sango era asustar al bravucón con su propia posición social. La joven no solía hacer esto y de solo pensarlo se avergonzaba terriblemente, pero estaba en juego el recuperar sus joyas.

El apellido y abolengo de su madre debía de ser suficiente para asustar a ese pequeño canalla.

Anne tocó repetidamente la campanilla, pero nadie salió a atenderlas.

Sango ya estaba perdiendo la paciencia y temía perder la compostura de su pose.

Al final, las dos mujeres rodearon el sitio para tocar la campanilla del fondo, la que bordeaba el pequeño muelle que daba al Támesis.

Sango sostenía firmemente la sombrilla y su corazón latió con fuerza al darse cuenta que unos pares de ojos las veían por la ventana.

¡Eran unos atrevidos por no salir a atenderlas!

―Si sabéis lo que os conviene, abrid y devolved las joyas, o caso contrario un valor aceptable al que se le sumará un monto a modo de compensación por el correteo sufrido por mi doncella ―amenazó Sango con voz suave pero firme, para que la oyeran los ocupantes de la casa―. Sin contar que os denunciaré, y será mi palabra contra la vuestra.

Sango estaba segura que los forajidos saldrían con el rabo escondido entre las piernas. Nadie era tan insolente como para desafiar a una joven de su posición social.

Finalmente, la puerta se abrió y salieron dos hombres. Sango reconoció de inmediato al gigante que se había apropiado del tesoro y se acercó a increparle.

― ¡Devolved lo que es mío! ¡Ladrón! ―valiéndose de su sombrilla para golpear al rufián.

Sango era una joven muy impulsiva, un defecto de su fuerte carácter y le dio un empujón al sujeto, quien no permaneció pasivo. Mientras el otro sujeto sostenía a Anne para que no se metiese, el gigante aprovechó para lanzar a Sango hacia a la orilla, haciendo que la joven perdiera el equilibrio y cayera al agua.

Fue todo tan rápido, que los dos hombres salieron corriendo en medio de la confusión de Anne gritando por su joven ama.

Sango no sabía nadar y ni siquiera tuvo tiempo de gritar cuando el malvado la arrojó al agua.

La muchacha intentó hacer unos manotazos, pero la corriente era muy fuerte y fue hundiéndose sin posibilidad de salir a flote.

Alcanzó a pensar en sus padres, pero sobre todo pensó en su prima Kagome y en el horrible dolor que le causaría al saber que le había ocurrido algo. Le deseaba que tuviera un embarazo a buen término.

Todo esto antes que la oscuridad la llenara y perdiera la conciencia.

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Odiaba el aroma y el sabor salado de aquellas sales aromáticas. Tanto que podía reconocerlas aun cuando profundamente dormida.

Cuando Sango abrió dificultosamente los ojos, a la primera que vio fue a Anne, quien le cogía las manos como si estuviera en el lecho de un muerto y que lloraba de alegría.

― ¡Señorita, ha despertado!

Sango se palpó.

Estaba vestida con una cofia seca y limpia, y que no reconocía, así que debía ser una prenda ajena. Sus ojos acabaron de abrírsele al notar que se encontraba en una habitación desconocida, con los cortinales cerrados y alumbrada con muchas velas.

Se incorporó como pudo.

―Con cuidado, señorita.

Sango se llevó una mano a la cabeza.

― ¿Qué es este lugar…?

Anne ensanchó su sonrisa.

―Es que no sabe lo afortunada que ha sido…

Pero la narración en boca de Anne murió cuando la puerta se abrió y apareció una figura alta, que a Sango incluso le pareció algo atemorizante en la penumbra.

Incluso apretó la manta por el miedo que le generó.

Pero al acercarse hacia las velas, un rostro conocido emergió.

Sango lo conocía, porque fue durante mucho tiempo la mano derecha del esposo de su prima Kagome, el actual conde de Winchester.

Ese hombre era Hiten Whales y nunca había cruzado palabra alguna con él.

De todos modos ¿de que podrían hablar un hombre del East End con una dama como ella?

Ni siquiera había punto de comparación con el conde Bankotsu de Winchester, que al menos, pese a su afiliación con ese sitio, todavía era hijo natural de un duque.

Recordaba haberlo visto un par de veces, incluida la boda de su prima con Bankotsu, pero nada más.

Anne se incorporó contenta al ver al recién llegado.

―Señorita, el señor Whales la ha sacado del agua. Ha sido una afortunada coincidencia que justo pasara por el muelle y no dudó en arrojarse al agua para salvarla.

Sango levantó su mirada hacia aquel hombre, procesando la información. Aunque se sentía agradecida, no podía evitar sentirse vagamente irritada.

―No ha sido nada ―replicó Hiten, mirando hacia la joven.

―Agradezco su intervención y …gentileza ―refirió Sango―. Igual no es mi intención seguir molestándole, así que agradecería que enlisten mi carruaje para volver a casa.

El rostro de Anne casi se desencaja por la notoria grosería de su ama.

―Ha tragado agua, así que debe quedarse hasta reponerse ―la voz seria de Hiten intervino.

Aquel tono de voz molestó profundamente a Sango.

No le gustaba que le dieran ordenes, ya tenía suficiente con su padre.

Así que sacó las garras.

―Es que esto no es una petición de permiso ―observó Sango de forma severa―. Tendrá que disculpar que reclame mi derecho de superioridad en discernir este asunto, en razón de mi estatus social tan diferente al suyo.

Anne nunca había visto a su ama haciendo gala de tanta descortesía, que se sintió atrapada.

Pero Hiten Whales no se inmutó. De hecho, parecía divertido con los modos de la señorita Chandos.

―Me disculpo si formulé mi idea de forma brusca, pero sólo por los diez años de diferencia, experiencia y, sobre todo, sentido común, reclamo mi superioridad sobre este asunto.

Sango no podía creerlo.

― ¿Tiene la osadía?

―Puedo y lo hago, señorita Chandos ―aseguró Hiten sin bajar la mirada―. De todos modos, sólo le pedía que descanse un poco hasta que su carruaje estuviera listo para regresarla y usted tuviera una excusa valida ante su familia, para explicar sus paseos en un muelle donde nada se le ha perdido.

Si Sango hubiera tenido algo contundente cerca para arrojarle, lo hubiera hecho.

El hombre hizo una reverencia, que a Sango le pareció burlona y salió de la habitación.

Más la enervó cuando claramente lo oyó mascullar en voz baja.

― ¿Qué puede saber una muchachita que siempre lo ha tenido todo…?

Sango arrojó el almohadón de plumas al suelo.

― ¿Exactamente dónde estamos? ―insistió en saber la joven

―Estamos en el Palladium, señorita.

Eso no se esperaba ¿Cómo es que de nueva cuenta ese club se cruzaba en su camino?

― ¿Por qué?

―El señor Whales consideraba que el lugar más discreto era este sitio.

―No me importa, prepara mis cosas que nos vamos en este momento ―ordenó Sango, levantándose.

El club Palladium antes perteneció al conde de Winchester, Bankotsu Culpeper, quien lo acabó vendiendo para dedicarse íntegramente a los negocios inmobiliarios. Al demonio de East End nunca le importó lo que se dijera de él, pero atendiendo su nueva posición como yerno de un gran duque y por Kagome, fue capaz de deshacerse del club que tanto le dio.

Mientras Anne ayudaba a Sango a vestirse, trataba de recordar si había oído quien era el propietario actual del club, pero sea quien sea, se trataba de alguien que mantenía a Hiten Whales como parte de su nómina.

Aún estaba furiosa por el modo que tuvo ese jactancioso de tratarla, como si fuera una niña caprichosa.

Anne corrió las cortinas y el sol clareó en todo su esplendor.

―El señor Whales pidió que cerráramos las cortinas mientras usted siguiera convaleciente.

Sango hizo una mueca con la boca.

Con suerte no volvería a verlo ni toparse con ese hombre.

Mientras Anne le arreglaba su largo cabello castaño, la joven se acercó al ventanal que daba a la parte lateral del club y fue allí que vio algo inesperado.

Identificó a la hermosa y curvilínea joven, la misma que se estaba colgando del brazo del ladrón de joyas en el muelle el otro día, contorneándose y riendo con ganas, pero esta vez del brazo de otro hombre.

Uno que estaba de espaldas, pero que Sango no tardó en reconocer.

Hiten Whales y la cómplice del estafador del muelle estaban juntos.

―Pues parece que Dios los cría…

― ¿Me ha dicho algo, señorita? ―preguntó Anne, muy ocupada en acomodarle el cabello.

Sango negó con la cabeza.

―Nada, que nos vamos a casa cuanto antes.


CONTINUARÁ

Hola hermanas, aquí les vengo con un spin off de UN DIABLO POR EQUIVOCACION, historia disponible solo por fanfiction. Será una secuela.

Será una historia corta de 11 capitulos basada en Hiten y Sango.

A modo de entrenamiento porque estos meses he perdido cancha y necesito practicar con algo.

Los quiero Mucho.

Paola.