¡Hola a todos!
Hice una ACTUALIZACIÓN de todo lo que se había publicado, ya que si bien es una ADAPTACIÓN, hay muchas cosas que cambie en comparación a la serie de la cual me base. Esto para darle más parecido a los personajes de Inuyasha.
Esto lo hacemos con mucho cariño y respeto, ya que la serie en la cual está basada es de mis favoritas. No les diré que serie es porque luego habrá muchas comparaciones, pero si me preguntan, les mando el mensajito privado.
Nota. El personaje de Kagome lo sentirán diferente, pero conforme avance los capítulos ella volverá a ser el personaje que todos amamos.
Autoras: MARZELINEFILTH Y ELIZABETHSHANE
CAPITULO 1: UN POCO DE MENTIRAS.
Ese día, Kagome había despertado con un nudo gigantesco en su estómago. Aquel raro síntoma se propago hasta sus nervios haciendo que ocasionalmente sintiera un escalofrió en su piel. No entendía porque se sentía así. Todo estaba más que bien en su vida, y ahora, ese sexto sentido que siempre le alertaba de los peligros le estaba sugiriendo ponerse en guardia.
Pero por esa tarde, dejaría de pensar en sus paranoias.
– Solo son mis nervios–. Se dijo a sí misma.
Esa tarde estaría por primera vez con Inuyasha.
Siempre lo había amado. Él era alto y muy guapo, su cabello platinado estaba peinado siempre con rebeldía, y su carácter desenfadado lo hacían un novio estupendo.
Kagome no tenía rival alguna que se atreviera a poner los ojos en su hombre, e Inuyasha miraba solamente a Kagome… y, tal vez, a Sango.
Desde antes que su mejor amiga se mudara, se corrió el rumor que Inuyasha estaba enamorado de Sango. Kagome negaba rotundamente el chisme, cegándose ante aquella larga amistad que había entre los tres. Diciéndose mentalmente una y otra vez: "Sango se ha ido. Las cosas ahora son diferentes. Inuyasha me ama."
El espejo de cuerpo entero que se encontraba llenando casi toda la pared de su cuarto la reflejo: su figura delgada y sus piernas largas le hacían ver ese encantador vestido de encaje negro casi perfecto, su cintura pequeña, su rostro ovalado y bien perfilado le brindaban una belleza indiscutiblemente envidiable. Y eso era exactamente lo que más le gustaba de sí misma.
Esos grandes y hermosos ojos azules le devolvieron una mirada llena ilusión y se sintió tremendamente feliz.
Se alegraba de tener todo eso que la vida y el destino le brindaban en ese momento. Una vida llena de lujos y comodidades, junto con un novio que la amaba con locura.
Kagome salió de su habitación buscando solo a una persona de todas las que en ese instante se encontraban en la sala de su enorme y lujoso penthouse.
La anfitriona de la fiesta era Naomi Higurashi la madre de Kagome. La modista más importante de los últimos años había ganado gran fortuna con su visión en cuanto a ropa interior se refería. Tenía tanto dinero en sus cuentas que podía darse el lujo de brindar tamaña fiesta.
– Kagome, cariño–.
Volvió su cabeza hacia la voz de su madre, quien se acercó a ella junto con una de sus socias.
– Mírate, te ves increíble con uno de mis diseños–. Dijo sonriendo Naomi.
– Gracias–.Kagome sonrió.
– La próxima vez, procura ajustarlo un poco más–. Sugirió guiñándole el ojo dulcemente.
Kagome contemplo el rostro hermoso de su madre. Sus ojos color chocolate eran una tentación para cualquier hombre, y a pesar de que Naomi ya no era una jovencita, su belleza seguía presente en su carisma y su porte.
– Lo tendré en mente–. Dijo siguiendo su camino para buscar lo que ella siempre pensó que la complementaba… Inuyasha.
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La música penetraba sus odios como taladros. La conversación entre todas esas personas ya lo tenía cansado. ¿Pero qué podía hacer? ¿Gritar? ¿Llorar? ¿Reír?
– No–. Se dijo. –Soy muy bueno para hacer eso.
– ¿Y dónde piensas entrar a estudiar?–. Le pregunto ese hombre viejo que llevaba más de media hora hablando con su padre. –Falta poco tiempo para escoger una carrera.
– Pues yo…–. No sabía que responder. Su futuro no estaba en su vida. Él era una criatura libre que no pensaba, ni media la consecuencia de sus actos y eso lo afectaba de una manera visible. Su cabello plateado estaba corto y alborotado, su traje de marca estaba un tanto arrugado y sus zapatos ni siquiera estaban bien puestos.
Inuyasha no entendía porque todo lo tenía tan fastidiado.
– Estudiara administración o leyes. Al fin y al cabo, él y Sesshomaru se harán cargo de las empresas cuando yo no esté–. Dijo interviniendo su padre, el importante y prestigioso Toga Taisho. –Los envire a Estados Unidos para que asistan a la universidad.
Inuyasha lo miro con el ceño fruncido. ¿Cómo se atrevía su padre a mencionar algo así? ¿Acaso su vida podía estar más planeada que en ese momento? ¿Desde cuándo ir a Estados unidos le molestaba tanto?
– Padre, yo…
– ¡Inuyasha!
La voz de Kagome lo hizo mirar hacia el atrás, ella se veía increíblemente guapa con ese vestido de mangas tres cuartos y ese elegante moño que sobresalía de su cabello negro.
Le sonrió con agradecimiento, mirando los ojos color azul de su novia.
– Buenas tardes–. Saludo con una sonrisa coqueta a todos los que se encontraban en ese momento rodeando a su novio. –Señor Taisho, ¿Me puedo robar un momento a su hijo?
Toga Taisho era un hombre alto y apuesto, un millonario como ninguno, jamás había sentido lo que era la bancarrota ni la caída de alguna de sus inversiones. Todo su imperio fue creado gracias a la empresa constructora de la cual era dueño.
– Claro–. Le sonrió. Quería muchísimo a esa joven, a quien con gusto haría la esposa de su hijo, y no esperaba cosa diferente. Si no podía hacer que su primogénito se tranquilizara en cuanto a mujeres, tal vez, esa chica y su hijo menor podrían hacerse cargo de las empresas en un futuro.
Si, él deseaba la unión entre Kagome e Inuyasha.
– Disculpen–. Pidió entrecortadamente, mientras la joven tomaba su mano y lo guiaba con rapidez lejos del ruido de la fiesta… directo hacia su alcoba.
– ¡Inuyasha!
Kagome se detuvo ante la voz masculina y mezquina de Sesshomaru, el hermano de Inuyasha, quien cargaba un cigarrillo en la boca sin encender y con una copa de whisky en la mano izquierda.
–Iremos a fumar un poco, ¿Quieres venir?–. Pregunto de forma sínica, sin siquiera mirar a Kagome. –Solo tú, yo, y estas dos–. Dijo con su sonrisa de lado señalando hacia las dos amigas de Kagome quienes coqueteaban descaradamente con él.
Sesshomaru deslizo los dedos por el cabello plateado que había decidido dejar largo hasta sus hombros.
Kagome rodo los ojos. Ese hombre era un descarado sinvergüenza que no hacía más que despilfarrar su fortuna en mujeres y vicios; aun así, había algo en él que a Kagome siempre le había atraído, y esa fuerza oscura con la que podía manipular las cosas.
Sesshomaru era en verdad un líder nato, al que le importaba un carajo todas las cosas que le ponían en bandeja de plata.
Kagome deseaba odiarlo con toda su alma.
–Si–. Dijo.
Kagome le apretó con fuerza la mano.
– Cuando vuelva, tengo que ir con Kagome.
– Si es que vuelve–. Dijo con hostilidad la pelinegra, mientras seguía su camino lejos de la fiesta.
Sesshomaru le sonrió de forma burlona. Desde siempre le había gustado hacerla enfadar.
Y cuando ella avanzo por las escaleras, se volvió para mirar como Sesshomaru los observaba de lejos. Ante eso, Kagome subió corriendo los escalones, mientras arrastraba a un Inuyasha muy incómodo por la casi persecución que estaba dando como exhibición.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué estas así?–. Pregunto cuando su novia abrió la puerta y lo empujó hacia adentro.
Kagome cerró la puerta con fuerza y con llave. –Tengo ganas de hacerlo–. Le susurro.
– ¡¿Ahora?!– Se sorprendió.
Kagome lo beso. Primero suave y, después de forma salvaje. Su respiración choco contra la cara de Inuyasha quien seguía el ritmo de los besos de su novia, pues después de cinco años conocía muy bien su forma de besar.
– ¿Estas completamente segura?–. Pregunto cortando el beso.
Kagome le sonrió de forma coqueta y con fuerza lo aventó a la cama. – ¡Sí!
Mientras subía a él.
Inuyasha se quitó con rapidez la corbata y el saco.
Kagome beso el cuello de su novio y comenzó a desabrocharse su precioso vestido.
La respiración de ambos se aceleraba, igual que la inquietud de la pelinegra por concretar la relación. No sabía porque, pero de algo estaba segura, si no lo hacía en ese momento con él, algo malo pasaría.
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Sesshomaru se encontraba fumando en la terraza de las Higurashi. Él no era un hombre atrevido en cuanto a comodidades en casas ajenas se hablaba, pero tenía que reconocer que familiarizarse con la novia de su hermano desde hacía mucho tenía sus ventajas, y tener esa mirada el cielo azul mientras se relajaba era excelente.
– Vamos, Sesshomaru. Vinimos aquí para fumar contigo–. Le sonrió una de las inseparables amigas de Kagome, a quien no le recordaba el nombre, mientras se le acercaba de forma insinuante.
Sesshomaru le dio su cigarro justo en la boca y ella enseguida lo recibió con una sonrisa sensual.
– ¡Miren quien está ahí! –. Dijo Yuka, la otra amiga de Kagome, señalando hacia los niveles inferiores que daban a la calle. –¡Es Sango Kimura!
Sesshomaru y Eri caminaron hacia donde la chica señalaba. Desde la calle se veía el cuerpo delgado y alto de una mujer castaña caminando hacia el edificio donde estaban en ese momento. Aquel cuerpo lleno de curvas sensuales llamó enseguida su atención.
– Las cosas se pondrán un poco interesantes por aquí–. Dijo para sí mismo ignorando el momento en que sus manos volvieron a tomar el cigarrillo de la boca de Eri.
Sería interesante ver la reacción de la novia virgen de su hermano al ver a su mejor amiga volver después de un año.
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– Te amo–. Le dijo mientras el besaba su cuello. –Siempre lo hice, y siempre lo hare–. Miro los dorados ojos de Inuyasha.
– También te amo–. Dijo apresuradamente. Observo los detalles del dulce rostro de Kagome y volvió a besar sus labios rojos.
Se abrazaron sintiendo el calor mutuo del deseo.
Inuyasha acariciaba los muslos de ella, sintiendo lo suave que era. Con sus labios besaba la clavícula femenina con dulzura. Ambos se sujetaban tiernamente esperando el momento perfecto para empezar a hacer el amor.
Kagome sabía que él estaba nervioso también. Ambos eran vírgenes, ella se había conservado solo para ese momento, quería que todo fuese especial. A fin de motivarlo a que continuara, toco su musculosa espalda.
Él la volvió a mirar para darle esa señal, la única señal de aviso, y ella asistió decidida. Faltaba tan poco para que él entrara en ella.
– ¡Kagome!–. Se escuchó una voz atreves de la puerta. – ¡Sango está aquí!
Y su corazón se detuvo, Inuyasha se puso rígido de la sorpresa.
– ¡Es Sango!–. Dijo separándose de ella.
Kagome, alarmada de que toda su noche romántica se fuera al carajo, lo volvió a besar. Pero Inuyasha solo se levantó de la cama y comenzó a vestirse.
– Es una tontería, Inuyasha. Sango se mudó. – Dijo intentado que él volviera a su posición inicial.
Pero Inuyasha no escuchaba, solo prestaba atención al retumbante nombre de su mejor amiga.
– ¿Qué no te da gusto que haya vuelto?–. Pregunto de forma brusca dándose cuenta que ella seguía desnuda en la cama.
– Si, por supuesto–. Se puso de pie, y cuando estaba a punto de decirle cuanto lo amaba, ya se había ido.
Kagome volvió a negar que los rumores fuesen reales. "Él me ama."
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Regresar después de un año era increíble. Pero las circunstancias por lo que lo hacía, no lo eran. Saber que te vas un tiempo para alejarte de los errores que cometiste es algo digno de hacer para un cobarde, y regresar y dar la cara es de un valiente. Aun y cuando ella no se sentía así.
Hacia tanto que le habría gustado regresar a ese lugar, que no pudo evitar sentir nostalgia al abrazar a la mama de Kagome. La mujer se veía encantadora, y dar una fiesta como aquella era un síntoma de recuperación después de que su esposo muriera.
Todos los jóvenes de la fiesta la miraron sorprendidos. ¿Y que había esperado ella? ¿Qué todos la recibieran con besos y abrazos? Pues la realidad es que nadie parecía interesado en si todo le había salido bien en su viaje, solo estaban interesados en saber ¿Cuál era el motivo de volver?
Y ella pudo haber respondido: por mi hermano.
Nadie pregunto.
Siguió caminando hasta subir las escaleras y dirigirse hacia las habitaciones principales. Tal vez, su mejor amiga estuviese en uno de esos lugares. Extrañaba tanto a Kagome.
Toco una y otra puerta, y nada. El destino parecía encaprichado en hacerla sufrir un poco más. Hasta que escucho una puerta abrirse.
Detrás de esta, Inuyasha se encontraba mirándola fijamente.
Él se veía increíblemente apuesto con ese cabello plateado corto a la última moda masculina y llevaba un traje carísimo que ella le había obsequiado en su cumpleaños. Era bueno verlo, después de aquello que esperaba fuese olvidado para siempre de sus memorias.
Inuyasha avanzo poco a poco, observándola. Esperando el momento para estar cerca de ella y poderla besar, y hacerle el amor dos veces, como aquella noche. La noche en que los chismes de todos se volvieron reales.
Ella también camino hacia él. Estaban los dos tan cerca… y a la vez, tan lejos.
Una de las puertas se abrió dejando ver a una muy seria Kagome.
Sango lo entendió todo, Inuyasha pudo haber sido de ella una noche, pero su corazón siempre estaría ligado a Kagome. Con dolor desvió un segundo la mirada, solo para recuperarse de la forma fría en la que aquellos ojos azules la miraban.
– ¡Sango!–. Dijo abrazándola, una parte de ella odiándola por interrumpir su momento íntimo.
– ¡Kagome!–. Correspondió ese gesto con vergüenza.
– ¡Que gusto verte!–. La soltó y le tomo las manos. –Te extrañe.
Sango sabía que no debía creer eso, no por nada habían sido amigas desde pequeñas. Podía ver en el rostro de Kagome el enfado que mostraban aquellas diminutas arrugas que la sonrisa fingida le estaba ocasionando. Sospechaba, estaba segura.
– ¡Hola!–. Menciono Inuyasha abrazándola.
Sango no dijo nada, solo correspondió ese abrazo con bochorno. Kagome los miraba con cara de pocos amigos, pero… ¿Por qué? ¿Ella sabía de su encuentro sexual? No, si hubiese sido así, no habría dejado siquiera que Inuyasha se acercase.
– No puedo quedarme, solo vine a saludar–. Dijo soltándose de los varoniles brazos rápidamente.
– ¡Sango!
La castaña miro hacia dónde provenía la fémina voz.
– ¡Mama!–. Menciono corriendo a los brazos de su madre. La había extrañado demasiado, decir lo contrario era una mentira. Podía ser que su madre fuera una mujer superficial y elitista, aun así ella tenía un buen corazón.
– Sango, hija. Me alegra que estés de vuelta–. Menciono tomando con cariño los brazos de su hija.
La miro directo a esos ojos oscuros y le dio un pequeño beso. – ¿Dónde está Kohaku?–. Pregunto susurrando antes de separarse por completo de su hermosa madre.
Keiko Kimura se tomó distraídamente su oreja izquierda, un gesto que solía hacer cuando estaba nerviosa. –Bueno… no hablemos de eso ahora. Estamos en una fiesta y tenemos que celebrar–. Dijo tendiéndole una mano a su hija.
– Lo siento, solo he venido a saludar–. Menciono soltándose de la mano de su madre. –Los veo en la escuela–. Y con una despedida despreocupada con la mano se alejó de su pasado.
No tenía cara para enfrentarse la tormenta que estaba a punto de acercarse.
Kagome se quedó viendo fijamente la espalda de Sango. Su mejor amiga, su hermana, su única confidente, yéndose de una fiesta antes de tomar siquiera una copa. No comprendía que había pasado con ella. Claro que la nueva Sango la cual parecía tener un aura cálida le agrado, pero la vieja era divertida, borracha, rebelde y no parecía sensata, ni dolida.
Agacho su mirada concentrándose en sus zapatillas; por un momento se preocupó por su amiga, pero al ver como Inuyasha se quedaba viendo hacia la dirección por donde Sango se había ido, sintió unos horribles celos.
¿En verdad le alegraba ver a Sango?
Claro que sí, era su amiga, y entonces, ¿por qué se mostrado tan antipática y resentida en cuanto Inuyasha y ella se habían abrazado? ¿Por qué su presencia le molestaba? Ella nunca se había sentido así respecto a que una chica abrazara a su novio.
Kagome sonrió. Eran ideas suyas solamente.
– Vaya, así que vuelve para quedarse–. Murmuro Kagome con alegría. Seria genial que todo volviese a ser como antes ahora que Sango se encontraba en Tokio de nuevo, todo sería igual.
Se sintió observada y dirigió su vista hacia el lugar. Sesshomaru Taisho, se encontraba mirándola fijamente con esos ambarinos ojos característicos de su familia. Ella noto enseguida su sonrisa burlona formándose en sus labios.
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Sango meditaba tranquilamente mientras caminaba directo al hospital.
Seguro todos en ese momento se preguntaban: ¿Dónde estaba la chica mala? ¿La chica que solía besarse y tener sexo con cualquiera?
La respuesta era simple: se había ido para siempre.
Todo había cambiado hacia un año. Después de la boda de unos amigos de su madre, se había emborrachado junto con Inuyasha. Kagome se había ido de viaje a Francia. Así que ella se había acercado a Inuyasha y lo había besado.
Ambos habían chocado sus labios en un beso anhelante y apasionado. No importaba si en ese momento se habían encontrado en casa de los Taisho, ni que en pleno comedor principal empezaron a hacer el amor, solo importaba que ellos en verdad se quisieran. Que se estaban volviendo locos por seguir ocultando toda esa lujuria que se tenían.
El problema fue despertar en sus brazos. Ella se sintió lo peor.
Se vistió lo más rápido que pudo y se fue sin decir adiós. ¿Y todo para qué? Solo para tener que regresar a enfrentar eso de lo que estaba huyendo.
Entro a la habitación y se quedó fijamente mirando a su hermano quien dormía plácidamente. Su casi suicida hermano. El que estaba siendo obligado a recibir terapia.
El pequeño Kohaku de tan solo quince años que parecía destinado a ser infeliz en toda su vida.
Estuvo con él toda la tarde, viéndolo dormir plácidamente. Ella lloro al ver las cortadas en sus muñecas, y quiso gritar cuando se sintió culpable.
Sabia de sobra que reprocharse no era la mejor solución para los problemas, pero esa fue la única solución. Se acomodó sobre el sillón amarillo que estaba vacío en la habitación y se quedó ahí, esperando si podía ver a su hermano despertar.
Escucho el celular sonar, y en la pantalla pudo ver el número de su madre, pero no contestó. No podía sentirse feliz con ella después de verla tan sonriente en una fiesta, y no pensar en su hijo moribundo dormido.
Se acercó a Kohaku y le deposito un suave beso en la frente, y así de simple se despidió.
Sango regreso al hotel en el que se hospedaba con su madre y hermano. Ella no quería pasar sus días en un lugar tan lujoso, ella prefería su casa, donde podía encontrar fácilmente su pijama y dormir. Ella quería soñar que el mundo se transformaba en otro. Que su vida volvía a comenzar…
Y el deseo aumento cuando vio a Inuyasha esperándola, recargado con los brazos cruzados… un gesto que ella había extrañado. Aun portaba su traje de aquella tarde, y seguramente, había escapado de las garras de Kagome para poder estar ahí parado esperando por ella.
– ¿Qué haces aquí?
–Hola–. Dijo de forma brusca. Como siempre solía hacer. –Tu mama me dijo que se están hospedando aquí mientras terminaban de decorar su hogar.
Sango sonrió. –Sí, ya sabes cómo es ella.
Inuyasha soltó una risita.
Y ella se descubrió haciendo lo mismo. Eso era ridículo, pensó Sango. Ambos se coqueteaban.
– ¿A qué has venido?– pregunto borrando cualquier gesto de su cara. No quería volver a cometer el mismo error. Odiaba lastimarse, y odiaba aún más lastimar a Kagome.
– Solo vine a verte–. Inuyasha la miro profundamente, acercándose poco a poco, invadiendo su espacio personal.
Sango no quería alejarse de esos ojos dorados… y pensó en Kagome. –No. No–. Dijo mientras daba dos pasos hacia atrás.
Igual de impaciente como ella lo recordaba, la tomo de los brazos y la obligo a quedarse en su sitio.
– ¡Regresaste!–. Y la abrazo.
Sango sintió las lágrimas cursando su rostro. ¿Por qué lloraba? ¿Por qué si se quería alejar de él, simplemente no lo hacía? ¿Por qué su cuerpo no obedecía a su cerebro? Y ella también respondió el abrazo.
– Te extrañe tanto–. Le dijo en su oído.
Él no era bueno con las palabras, pero si en los hechos, y el hecho era que ambos estaban compartiendo un instante… un solo segundo en donde no existía nadie más.
Sango abrió los ojos sorprendida al recordar que si existían más; Kagome amaba a ese hombre por el cual ella moría. – ¡No regrese por ti!
Inuyasha la soltó sorprendido.
– ¡No regrese por ti!–. Repitió de forma molesta. –Kagome es mi mejor amiga, y tú eres su novio, y ella te ama.
Él molesto, le grito: – ¡Tú sabes que así no son las cosas!
– ¿Y qué quieres que haga? Dímelo, Inuyasha. ¿Quieres estar conmigo? ¿Quieres estar con Kagome? ¿Con quién quieres estar?
Inuyasha sabía que no podía responder esa pregunta. Si estaba con Kagome todo el tiempo pensaba en Sango, y si estaba con Sango… siempre pensaba en su novia.
Sango se dio la vuelta y se metió al hotel, para que Inuyasha no la siguiera.
– ¡Espera!–. Grito. El momento para Inuyasha se esfumo cuando quiso entrar detrás de Sango y fue detenido por el encargado de la recepción.
Sango siguió su camino, escuchando los bramidos de él, mas no se detuvo.
Inuyasha se enfureció cuando el guardia del hotel le pidió que se fuera, odio al encargado por entrometerse, odio a Sango por no quererlo escuchar, pero a la que más odiaba en ese momento era Kagome; y no es que la odiara de verdad, si la quería, pero… siempre había un pero cuando Sango estaba cerca.
– Te quiero a ti, Sango–. Susurro. Alejándose con pesadez a su vida normal.
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El lunes por la mañana solía ser el día más odiado por Rin. Despertarse después de un delicioso fin de semana de descanso era lo peor para una chica de quince años, a quien le gustaba desvelarse los domingos.
Pero ese domingo no se había desvelado por simple gusto. Se había matado por terminar su tarea encomendada. Y después de dormir solo tres horas, había terminado su pase a la fiesta más importante de ese año la cual ofrecería Kagome Higurashi.
Todos los populares asistirían. Rin sabía de sobra que ella no era popular, ni rica, y sobre todo excluida por ser becada. Su hermano tuvo mejor suerte, él era guapo, carismático y seductor, él se había ganado un pase directo a las grandes ligas.
– Rin, apresúrate a desayunar–. Pidió su madre mientras le dejaba el desayuno sobre la mesa. –Tú también, Miroku–. Le comento a su hijo que se encontraba aun en su habitación.
– Gracias–. Comento con una sonrisa. Guardo todas las cartas en el sobre, y las acomodo en la caja de zapatos que había decorado pacientemente, para que al momento de entregarlas nadie viese en qué lugar las había organizado.
– ¿En que estas trabajando?– Pregunto Izayoi, la hermosa y joven madre de Rin, de la cual sus compañeras se burlaban por ser madre soltera.
– Se llama "La fiesta del beso en los labios"–. Menciono comenzando su desayuno mientras su madre le servía jugo de naranja en un vaso.
– Eso explica el porqué de tus ojeras–. Izayoi arqueo una ceja. – ¿Y te invitaron a eso?
Rin la miro sorprendida, era sabido que ella no era bien recibida entre las chicas adineradas del colegio, y para tranquilizar a su madre, la joven le sonrió abiertamente: – ¡Pues claro! Una chica de la escuela vio mi letra y me dijo que si le hacia las invitaciones podría asistir.
– Rin–. Suspiro profundamente. –Sé que esas chicas no te hablan por no ser como ellas–. La miro tratando de confortarla. –Pero tú vales mucho más.
Rin se sintió fatal, no solo su madre aceptaba la diferencia de clases que había entre sus compañeras, sino que además, no confiaba que ella pudiese ganar un estatus dentro de esa sociedad.
– Entonces, ¿no acepto la invitación que me darán?–. Pregunto cabizbaja.
Izayoi sonrió. –No, acéptala. Deberías ir a esa fiesta–. Le dio un beso en la mejilla. –Quiero que hagas lo mismo que muchas chicas de tu edad.
Ella no tenía miedo de que a Rin le rompieran las esperanzas, a lo que ella temía era que se volviese alguien que no era.
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Inuyasha y Sesshomaru fumaban mientras caminaban tranquilamente al instituto. Su padre tenía una mansión a las afueras de la ciudad, la cual habitaban solo en vacaciones, los demás días del año la pasaban en el penthouse en la zona más lujosa de la ciudad.
Había amanecido de malas y el malhumor no lo dejaba en paz, y ahora, el idiota de su hermano parecía aferrado en hablar de Sango.
– ¡No me importa cómo se veía Sango!–. Grito de repente.
Sesshomaru sonrió de lado. –Inuyasha, no grites que pareces imbécil–. Dijo haciendo que su hermano se enfadara. –Ahora que regreso tu amiguita, ¿te gustaría tener sexo con ella?
Inuyasha cerró el puño con fuerza, igual que sus dientes. – ¡Sabes que mi novia es Kagome!
Sesshomaru rara vez reía a carcajadas. –Ustedes dos han sido novios desde hace tantos años y aún siguen sin tener sexo.
Inuyasha sintió su sangre hervir. No solo parecía que Sesshomaru se había levantado de buen humor, sino que también parecía enfrascado en arruinarle el día con sus burlas y críticas. – ¡Eso no te importa!
– La verdad es que es problema tuyo, pero tienes que tener en cuenta que Kagome es una mujer muy hermosa, y cualquier hombre estaría dispuesto a quitarle su único valor.
La forma tan vil y despreciable en que lo dijo, hizo eco en los sentimientos posesivos de Inuyasha, quien se quedó meditando un rato.
Sesshomaru se quiso golpear mentalmente por decir esa estupidez.
– La mama de Kagome no estará esta noche–. Mencionó.
Inuyasha sabía que los consejos de Sesshomaru siempre estaban cargados de burla y superficialidades, y eso le desagradaba.
– Así que por fin… Kagome te va a tener bien domado.
– Estas confundiendo las cosas.
Sesshomaru torció su sonrisa.
Ambos siguieron caminando. El otoño estaba llegando a su fin y pronto el invierno comenzaría hacer su aparición. Aquel día Inuyasha vio las hojas de los arboles caer, las ultimas de un viejo árbol que se veía a lo lejos, aquel árbol parecía sin vida, finalizando su etapa en el ciclo. Justo como él se sentía con Kagome.
– ¿Has pensado alguna vez que nuestras vidas ya fueron planeadas?
– Lo único que ha sido planeado en tu vida Inuyasha, fue el hecho de que tienes una herencia millonaria segura–. Susurro frustrado de la forma tan tonta en la que últimamente su hermano veía la vida. ¿Qué simplemente no podía pensar que todo el mundo le pertenecía? – ¿Por qué no simplemente dejas que las cosas se den? Aprovecha todo lo que tienes, no seas idiota–. Dijo arrastrando las palabras con esa frialdad que lo caracterizaba. –Concretar con Kagome es lo mejor que puedes hacer.
Siguió caminando con rapidez, dejando atrás a Inuyasha.
¿Qué le importaba a él lo que Inuyasha hiciera con su novia? Pero la sola idea de ellos… lo hacía sentir furioso.
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Kagome y su grupito de amigas estaban sentados en las bancas de su escuela. Todas miraban impresionadas las hermosas invitaciones que en ese momento Rin les había dado.
– Nada mal–. Dijo con una sonrisa. –Aquí está tu invitación, como te lo prometí–.
Rin tomo emocionada la invitación ofrecida. –Muchas gracias–. Y la guardo con cuidado.
Kagome sonreía abiertamente, a finales de esa semana haría una fiesta para ella y sus amigos más cercanos. El lugar: un antro exclusivo de la ciudad. Le había dicho a Rin que hiciera las invitaciones, y a pesar de que se veían increíbles, cierta envidia creció en su pecho, haciendo que no agradeciera como debía de hacerlo a la pequeña chica. Su sonrisa se esfumo del rostro en cuanto vio a Sango acercándose a ellas.
– ¡Hola!–. Saludo alegremente mientras se dirigía a las cinco chicas que se encontraban sentadas en las bancas principales de la escuela. –Las he buscado por toda la escuela–. Volvió su vista a la joven quien estaba de pie. –Soy Sango.
– Lo sé–. Dijo nerviosa. –Soy Rin.
Sango volvió su vista a Kagome, quien parecía dispuesta a petrificarla con la mirada, pues no la perdía ni un segundo de su vista. – ¿Cuándo es la fiesta?–. Pregunto para cortar el silencio y tomo la invitación que Yuka había dejado en la mesa.
Kagome intento no portarse de nuevo hostil, al fin y al cabo, Sango y ella eran las mejores amigas. –El sábado y no estás invitada. No sabía que volverías la ciudad. Ahora, ya están todas las invitaciones listas.
– De hecho…– Rin comenzó a hablar. –Podría hacer…
– Creo que tus clases ya empezaron–. Dijo Kagome sin dejar de mirar a los ojos chocolates de la pequeña joven, quien solo se retiró del lugar sin decir nada.
Rin deseaba pertenecer al grupo de Kagome, así que sin más obedeció y se alejó despidiéndose con un gesto.
– No te preocupes, no estoy interesada–. Dijo Sango dejando el sobre donde lo tomo.
¿Qué pasaba con Kagome? Ella estaba acostumbrada a la chica dulce, gentil y malhumorada; no a esa fría mujer que se negaba a abandonar el cuerpo de su amiga. Tal vez, la muerte de su padre la había afectado más de lo que su amiga podía soportar. Cuando Sango iba a repelar de la forma indiferente en que era tratada… el timbre sonó.
– Bueno, nos vamos–. Menciono Kagome levantándose. Las otras tres Yuka, Eri y Ayumi hicieron lo mismo. –Eri, no se te olvide dejarle su invitación a Sara, no vino está enferma.
– Kagome, ¿nos podemos reunir hoy?–. Pregunto notando como Eri rodaba los ojos.
Ella sonrió. –Me encantaría, pero saldré con Inuyasha.
Sango sintió dolor en esas palabras. –En el hotel donde me hospedo. A las ocho. Inuyasha esperara.
Kagome no podía dejar pasar esa oportunidad de hablar con Sango. No entendía por qué cuando ella estaba cerca sentía la necesidad de tratarla mal, y ella necesitaba una disculpa. Esa noche hablarían tranquilamente y, Kagome podría decirle todo lo que sentía y, Sango podría perdonarla.
–De acuerdo.
Sango pensó que podía volver después de un año y que las cosas fueran como antes.
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Rin había estado mirándose en el espejo por más de media hora. Ese vestido rojo era encantador, hacia ver su piel bronceada y su cara resplandeciente. Era increíble como solo una prenda de ropa podía hacer cambiar toda la perspectiva de su imagen… incluso, cuando ella sabía que esa prenda no podía ser suya.
Estaba en esa lujosa tienda probándose vestido tras otro. Las vendedoras que la habían atendido se habían fastidiado que ella solo se cambiara de ropa y no escogiera nada, así que la dejaron y siguieron con su trabajo, y Rin se los había agradecido profundamente.
– Te vez muy hermosa–. Dijo una voz masculina a sus espaldas.
Rin dio un brinco, tremendo susto le había causado ese sujeto. Volteo a verlo y se quedó sorprendida, su guapo hermano la veía con una sonrisa. Su cabello negro carbón y su peinado hacia atrás, lo hacían irresistible a los ojos de la mayoría de las chicas. Rin pensó en la suerte que él tenía, él era muy mujeriego, así que fácilmente se hacía pasar por algún otro adinerado. Su piel era bronceada, y sus ojos azules sobresalían de todo aquel conjunto de belleza que era ese joven.
Ellos eran hermanos solo de la misma madre.
– ¿Qué haces aquí?–. Sonrió ampliamente ante el alago.
– Rin, me dijiste que irías de compras, y sé que siempre vienes a este lugar–. Hiso una pausa y se acercó a su hermanita. –No es bueno que vengas a robarte los diseños de esta tienda.
– Estoy esperando encontrar el adecuado. Me iré enseguida.
– Deberías elegir ese, no creo que el amarillo te quede bien.
De algo estaba segura, si se compraba ese vestido tendría que usar la renta de un mes del departamento que compartían con su madre.
Miroku observo a su superficial hermana. Ella era tremendamente dulce, pero desde que habían conseguido esa beca del gobierno solía portarse muy infantil, queriendo demostrar a los demás algo que no era.
Rin nunca había tenido novio, y a sus quince años era poco probable que un chico más grande coqueteara abiertamente con ella, así que tenía pensado en un vestido hermoso para poder llamar la atención del más guapo de su escuela, y ese era Sesshomaru Taisho.
Miroku se alejó despacio. –Se te vería increíble en color negro. Tómale foto y nos vamos a la casa–. Fue lo último que le dijo antes de salir de la tienda.
Rin no podría pagar ese vestido, pero en su casa tenía una vieja máquina de coser, podría hacer uno parecido.
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– ¿Cómo está tu madre?–. Pregunto mirando directamente los ojos azules de Kagome.
– Mejor, después de la muerte de papa, se hizo rejuvenecimiento facial y bajo seis kilos–. Bebió un poco de su margarita.
– Realmente lo siento.
– Me pude dar cuenta después de que me marcaras tantas veces–. Dijo con claro sarcasmo y resentimiento.
Sango guardo silencio y se quedó mirando su bebida. Sentadas en el lujoso bar se encontraban Kagome y ella tratando de arreglar sus diferencias y de hacer las paces.
– Es que en perdí mi celular–. Trato de buscar una excusa.
– Ni siquiera sé porque te fuiste–. Kagome la miro sintiéndose muy molesta con su amiga. – ¿Sabes que sentí cuando tu madre me lo dijo? Fue horrible.
Sango se pasó ambas manos por el rostro y el cabello de forma desesperada. –Lo sé, es que necesitaba alejarme de todo. Por favor, volvamos a hacer amigas–. Pidió.
La pelinegra soltó un bufido como los de Inuyasha. – ¿Cómo volveremos a hacer amigas si ambas hemos cambiado? Ya no eres esa impulsiva joven y yo, ya no soy esa dulce e inocente que dejaste hace un año.
– Te extraño, a la verdadera, no a la que finges ser–. Susurro. –Somos como hermanas. Una familia y nos necesitamos.
Kagome no dijo nada, Solo arrugo la ceja y frunció los labios de forma pensativa. Volver a ser amigas… si, ella quería a Sango devuelta en su vida. Le sonrió por primera vez con sinceridad, le tomo cariñosamente la mano y la apretó. –Querida Sango, mi mejor amiga. Desde que te fuiste yo también te he extrañado.
Sango y ella se quedaron viendo un momento, recordando cuando se hicieron amigas por primera vez, conociéndose, enamorándose del mismo chico. Sabía que su amistad era más fuerte que todas las cosas malas que hubieran vivido.
–Tengo que irme–. Dijo de pronto mirando su reloj de pulsera. –Inuyasha me espera.
– Te quiero Kagome–. La abrazo de repente.
Ella cerró los ojos, disfrutando un momento de la paz que le brindaba Sango. Sintió que no había nada por lo cual se había sentido enfadada desde la llegada de su amiga, al contrario estaba agradecida. Por fin, después de la muerte de su padre, la vida estaba dándole un poco más de felicidad de la que merecía.
– Yo también Sango–. Le dijo dándole un beso en la mejilla.
Se tomaron de las manos, haciendo de nuevo el tratado de paz, y se sonrieron.
Kagome la soltó y se alejó. Podía sentir que podía confiar ciegamente.
Sango al ver que su amiga marcharse, se volvió a sentar en la silla de aquel lujoso bar. Vio su bebida y la tomo enseguida. Una copa, tras otra copa, calmando su nerviosismo y su sed.
Sin darse cuenta que unos ojos la estaban viendo detenidamente, hasta que el sujeto se sentó a su lado.
– ¡Valla!– exclamo fingiendo sorpresa. – ¡Sango Kimura!
Sango pestañeo unas cuantas veces antes de identificar correctamente a la persona, el problema de beber tan rápido, era que fácilmente hacia estragos en su sistema. Hasta que distinguió sus doradas pupilas.
– Sesshomaru, ¿Qué quieres?– pregunto con hostilidad. Jamás se habían llevado bien. Él era todo lo contrario a Inuyasha, frio, sínico, canalla, mujeriego y demás cosas que pudiera despreciar de un hombre.
– Solo me acerque a conversar.
– Si mal no recuerdo, te gusta más cuando las mujeres no hablan–. Dijo con claro molestia. Sesshomaru era una persona difícil de tratar, y el hecho de que ambos se cayesen mal desde siempre no mejoraba la posible charla que tuvieran.
– Me gusta más cuando una chica se quita la ropa–. Murmuró para molestarla, sabia como era esa hipócrita.
– Eres un cretino–. Se puso en pie molesta.
Sesshomaru sonrió. – Sera mejor que te sientes, linda Sango. Tengo unas cuantas palabras que decirte.
Ella rio. – ¿Qué tendríamos que hablar?
– Acaso, ¿temes que se entere Inuyasha que estuviste hablando con su hermano?
Se quedó de piedra ante esas palabras, ¿De qué diablos hablaba? – ¿Qué?
– El año pasado, después de la boda– E hiso una pausa para beber de su whisky. –Yo sé porque te fuiste.
Sango abrió al máximo sus ojos castaños y quiso gritar, suplicarle que no comentase nada, que haría lo que fuese posible para que nadie se enterase. Y rogo, con lágrimas a punto de escaparse que no dijese nada.
– Es un clásico: La mejor amiga y el novio–. Soltó con burla. – No creo que hayas cambiado.
– ¡Sí! He cambiado.
Sesshomaru se puso en pie, la mirada fría se hizo presente. – No lo has hecho. Aléjate de Inuyasha, y sobre todo, cuéntale a Kagome la verdad, o yo mismo le contare como gemías al sentir las caricias de mi hermano.
Sango siempre le había parecido una zorra mentirosa, pero cuando la vio de lejos abrazando a Kagome, se sintió con la necesidad de amenazarla. Ella no se merecía la amistad de una perra alcohólica que no solo estaba engañándola en plena cara, sino también le había robado a su novio, porque aunque Inuyasha no la dejo, sus pensamientos estaban en Sango.
Se dio media vuelta, y sin más, se fue.
Confundida, preocupada, y llorando, Sango sintió sus nervios colapsar; así que salió a toda prisa del bar de aquel hotel y corrió por las calles, esperando que en algún momento Dios se apiadase de ella y todo cambiara.
Corrió lo más rápido que aquellas zapatillas de tacón le permitían, se refugió en aquel enorme parque donde Inuyasha solía ir a correr con su padre los fines de semana. Y justo en la primera banca donde se sentó, se soltó a llorar.
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Inuyasha entro al cuarto sin imaginarse lo que vería a continuación: Kagome estaba acostada de una forma muy sugestiva en la cama, cubierta de una sensual vestimenta de seda color rosa, mostrando su lado inocente que a la vez hacia un choque con aquel atrevido ligero que sujetaba sus sexis medias negras que cubrían sus largas y esbeltas piernas.
Claro que Kagome era bonita, pero esa noche se veía como una diosa.
– ¡Vaya!–. Fue lo único capaz articular.
Ella se sonrojo ante el comentario. – ¿Es demasiado?–. Pregunto golpeando con su palma de la mano la cama, dándole a entender que quería que él se acercara. –Quiero que esto sea especial.
Puso atención a la decoración de la habitación de su novia, las luces fueron apagadas y sustituidas por varios pares de velas que estaban bien distribuidos en todo el lugar para darle un ambiente cálido y romántico, sin parecer siquiera un poco exagerado. Se acercó despacio, sin despegar sus doradas pupilas de las azules de Kagome. Entonces, en una fracción de segundos, los ojos de ella fueron sustituidos por los cafés de Sango. Se sentó en la orilla de la amplia cama y Kagome arrugo el entrecejo.
¿Qué diablos pasaba con él?, ¿por qué no se derretía ante sus encantos?, ¿se veía fea? Se aproximó a Inuyasha y, sin que pudiese hacer algo, le dio un beso.
Inuyasha correspondió efusivamente, abrasándola después de un gemido de parte de ella y, al escucharla, se separó inmediatamente. Ella le tomo la cara con ambas manos, para que pudiesen seguir besándose, he Inuyasha volvió a ladear su rostro.
– ¿Qué pasa?–. Pregunto un poco dolida de cómo estaba siendo tratada. Sintió angustia en los ojos dorados, y un temor, la invadió. –Por favor, dime que sucede.
– No sé cómo decirlo. Sé que es lo correcto, pero me duele seguir mintiéndote.
Ante esas palabras el corazón de Kagome se sintió oprimido. – ¿Qué sucede?–. Sus ojos se estaban llenando de lágrimas.
– El año pasado, cuando te fuiste de vacaciones a Francia, Sango y yo acudimos a una boda.
El recordó cada momento de ese día. Como es que Sesshomaru, Sango y él habían llegado al departamento. Sango había bebido de más. Sesshomaru se había ido a acostar con la chica con la que iba, él se había quedado mirando las tonterías que su amiga decía.
– Sango y yo nos besamos.
Kagome quiso aparentar sorpresa, pero no pudo, ella sabía que él y Sango tenían algo que ocultar. Inuyasha no sabía si continuar o no. Pero ella hablo. – ¿Fue todo?, ¿Un simple beso?–. Una sonrisa demasiado fingida se formó en sus labios.
Y él no pudo sostener su mirada azul.
Kagome sintió su alma caer al suelo y no levantarse más. Frunció el ceño con tristeza y se tomó la cara con ambas manos. Odiaba que la vieran débil, pero a ella no le importaba, así que lloro.
Inuyasha escucho su lamento y tomo sus manos suavemente. –Kagome, yo…
Le propino un fuerte empujón que hizo que él se cayera al suelo. Inuyasha rápidamente se puso de pie, y vio el dolor de ella hiriéndolo. Supo que en verdad ya todo había acabado.
Desesperado se arrodillo para poder quedar a la altura de ella. Kagome lo empujaba con sus débiles manos. – ¡Aléjate de mí!–. Le grito como si de eso dependiera su vida. – ¡Lo sabía!, ¡siempre supe que entre ustedes había algo!
– Lo siento.
– ¡Vete!– Le grito, cacheteándolo cuando intento abrazarla. – ¡LARGATE!
Inuyasha no pudo hacer nada, solo salir de ahí, huyendo del dolor de Kagome.
Ella, lloro sintiéndose la peor de todas. Sintiéndose nada.
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Toga Taisho estaba orgulloso de sus dos hijos. Cuando vio a Sesshomaru creciendo, supo que sería especial, que lograría hacer grandes cosas y que nada lo detendría. Cuando vio a Inuyasha creciendo, las cosas fueron diferentes. Inuyasha era rebelde, testarudo, orgulloso y un completo desinteresado respecto a la empresa constructora Taisho, a él no le habría importado en lo absoluto lo que su hijo se involucrara, si no fuese porque parecía estar deprimido.
Suspiro pesadamente mientras bajaba a desayunar. Miro a su primogénito, Sesshomaru traía sus audífonos puestos y solo prestaba atención a su plato. Inuyasha por primera vez en varios días desayunaba y tomaba café con una sonrisa en el rostro.
– Pareces bastante contento el día de hoy–. Comento sentándose en la silla más importante del enorme comedor.
Inuyasha lo miro directo a los ojos y solo atino a seguir sonriendo.
– Me parece que alguien se divirtió con Kagome anoche–. Susurro Sesshomaru sin quitar su vista del plato. No comía nada, solo revolvía su comida de un lado al otro.
Toga le dio una palmada en la espalda a su hijo menor en forma de felicitación. –Bien por ustedes hijo, espero que esto sea el principio de una muy formal relación.
– Termine con ella anoche–. Dijo simplemente.
Sesshomaru lo miro, se quitó los audífonos, esperando tener más información. Los temas relacionados con la novia de su hermano le parecían interesantes.
Toga casi se atraganta con su propia al hablar, aun así carraspeo la garganta. –Hijo, si quieres mi opinión, pide perdón, aunque no sea culpa tuya–. Susurro en el momento en que le era puesto el desayuno en su mesa. –Las joyas son los mejores amigos en esos casos.
Inuyasha arrugo el entrecejo. –Creo que me siento bien así.
– ¿Es verdad? –Pregunto Sesshomaru.
– Si.
Toga se froto la sien. –Inuyasha, Kagome es una chica excelente para ti. Me gustaría que ella perteneciera a la familia–. Si, quería que ella fuese pareja de alguno de sus dos hijos. La herencia que le pertenecía después de la muerte de su padre, le haría muy bien al apellido Taisho. No lo necesitaban, pero siempre le pareció perfecta la combinación Taisho-Higurashi.
– Eres todo un caso, Inuyasha–. Sesshomaru lo miro con burla.
– ¡Déjame en paz!–. Le grito. –Sé que es hermosa, pero no es para mí.
–Han sido novios durante muchísimos años, Inuyasha. Que la dejaras de un día para otro nos sorprende–. Su padre lo observo con severidad. –La madre de Kagome en estos momentos está vendiendo parte de las acciones de su difunto esposo, y quiero persuadirla para que nos venda algunas. Necesitare ayuda de tu parte.
La alegría se esfumo de Inuyasha, quien no podía creer lo que su padre le decía. No podría hacerle algo como eso a Kagome. Simplemente no podía.
– No seas estúpido, regresa con ella–. Comento su hermano.
– ¿Tu sabias de eso?–. Pregunto molesto. Aventándole la servilleta en el pecho.
Sesshomaru se puso de pie, burlándose con esa estúpida sonrisa que Inuyasha deseaba borrarle de un golpe.
–Basta–. Toga levanto su fría voz. –Intenta solucionar las cosas, todo será por el bien de tú futuro. Esas acciones en el futuro estarán solamente a tu nombre.
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Y ahí estaba, comiendo tranquilamente con Kagome, horas después de hablar con su padre. Ella se veía cansada, como si no hubiese dormido en toda la noche. Él sintió una punzada de dolor en el momento que la vio. Si, la quería… pero regresar con ella después de la pelea que habían tendido sería un golpe muy duro para su amor hacia Sango. Sin contar el hecho que tal vez, Kagome se ilusionaría aún más.
– ¿Y bien? ¿Qué querías hablar conmigo?–. Pregunto ella con una mano en el tenedor.
Estaban en la casa de ella, comiendo las cosas que Kaede les había preparado, haciendo lo mismo que todos los sábados por la mañana solían hacer, él estaba tan cansado, tan aburrido. Con Kagome siempre era lo mismo.
– Quiero que me perdones por lo que te dije ayer–. Le ordeno. Porque él no podía hacer otra cosa que dar órdenes.
Kagome, quien llevaba varios minutos sin mirarlo a la cara, lo hizo directamente a los ojos. – ¿Qué te ocurre?, ¿crees que puedes venir a mi casa y hablar de algo estúpido que hiciste?–. Pregunto molesta, estaba en todo el derecho de estarlo.
– Yo solo… quería solucionar todo.
– Pues si quieres cambiar las cosas, empieza por no hacer idioteces–. Le dijo de manera seca. Siguió jugando con el tenedor en su plato, sin siquiera probar algo.
Inuyasha desvió su vista al suelo. –Me comporte como un completo canalla, pero quiero pedirte… necesito que me perdones–. No era mentira, su padre ya lo había puesto en evidencia.
Kagome estudio sus expresiones, él se veía sumamente infeliz, y ella lo amaba demasiado como para verlo así. –Necesito que me jures algo. No quiero que vuelvas a hablar con Sango de nuevo.
Inuyasha apretó los dientes para no repelar en esos momentos. ¿Qué pasaba con Kagome? Ella no era así, jamás había sido celosa ni posesiva. Entonces… ¿Qué ocurría?
– Te lo juro–. Susurro no convencido.
Kagome le brindo una sonrisa dulce. –Así que, lo pasado en el pasado–. Se acercó a él y le dio un suave beso en los labios, que el dudo en responder.
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– ¡Oh!–. Exclamó Izayoi. –Te vez hermosa–. Dijo abrazando a Rin.
Rin sonrió mirándose al espejo, su lacia cabellera oscura caía libre por su espalda haciendo que se viera sumamente llamativa. Sus ojos estaban maquillados de manera muy natural, y su vestido negro resaltaba increíblemente su piel blanca.
– Gracias mama.
Ambas se quedaron mirando fijamente el espejo. Izayoi recordando los momentos en que su pequeña y preciosa hija era una niña, y Rin… tratando de imaginarse en algún otro lugar lejos de ese horrible y viejo departamento.
Izayoi le dio un suave beso en la frente. –Luces hermosa, delgada y feliz.
Rin decidió que esa noche aprovecharía al máximo de esas cualidades. Ya tenía los ojos puestos en el hombre indicado.
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Todo estaba bien en ese momento. La música sonaba por todas partes, y para la hora en que Kagome llego a la fiesta ya la mayoría de sus amigos se encontraban con un trago en la mano. Esa no era una fiesta cualquiera, era la fiesta que merecía ser nombrada, hasta ese momento, la del año.
Sesshomaru tomaba tranquilamente sentado en la barra de licores. Yuka, quien solía pegarse a él siempre que lo veía, estaba hablando de quien sabe qué cosa, él no prestaba atención, toda su concentración estaba puesta en una chica muy linda que acaba de ver.
– ¿Quién es ella?–. Pregunto a su acompañante.
Yuka se pudo de puntitas para ver a su nueva amenaza. Siempre era así, Sesshomaru se fijaba en alguna chica, y ella hacia todo para que se alejaran de él. Así funcionaban las cosas para ella.
– ¿Ella?– Pregunto señalando a la joven con su copa de champan. –No es nadie.
Sesshomaru se puso de pie, y con su copa en la mano se alejó de Yuka, aun y cuando ella le hablo. Despacio se acercó a la jovencita. Esta no se le escaparía.
Rin vio como ese guapísimo hombre se acercaba, sabía que él era Sesshomaru Taisho, el increíblemente apuesto y seductor heredero a la fortuna Taisho. Tipos como él, eran codiciados por las chicas, y ahora ella tenía la completa atención de esos dorados ojos.
– Hola–. Dijo invadiendo su espacio personal. –Soy Sesshomaru.
–Lo sé–. Se apresuró a decir eufóricamente, sin poder controlar su emoción. –Digo… soy Rin.
La observo en todo momento, sin quitarle su depredadora mirada dorada de encima.
Lo que no sabía ella, es que la mayoría de los que la vieron conversando con Sesshomaru, susurraban su nombre, ya que se convertiría en la próxima víctima del gran conquistador.
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Una gota de champan escurrió por sus carnosos labios mientras bebía de su copa. Inuyasha quien la miraba fijamente se dio cuenta como poco a poco esa inútil gota recorría su barbilla hasta perderse en el firme pecho de su novia. Sintió celos, celos de no haber tenido el valor de hacerla suya. Debió haberle hecho caso a Sesshomaru, después de todo Kagome era muy hermosa.
– Kagome. ¿Contenta?–. Pregunto de repente.
La pelinegra aparto sus ojos azul de quien sabe dónde y los puso en su novio. –Si–. Dijo en un tono muy poco audible.
Inuyasha dirigió su vista hacia donde creía que Kagome miraba y se encontró con algo que le pareció poco importante para que ella se negara a quitarle su atención. Sesshomaru y una chica muy joven estaban conversando, parecía la chica bebía sin meditar con quien rayos estaba hablando.
– Ya está con otra chica–. Susurro con enojo.
Inuyasha se rio. – ¿Qué te sorprende?, siempre ha sido así.
– Siento que él fue el responsable de que te hayas acostado con Sango–. Un tono dolido y poco audible salió de sus labios.
Inuyasha supo enseguida, que si no hacía algo con Kagome, no tenía sentido seguir esa farsa.
– ¡Escúchame!–. Le dijo tomándola de los hombros. –Te quiero. Tienes que dejar todo atrás para que esto funcione.
Se lo dijo como advertencia, ella lo sabía, y ante eso asintió. Suspiro profundamente, se acercó a besarlo, y él le correspondió ese beso tierno. Ella se encargaría de hacer pagar a Sango lo mucho que le había hecho sufrir. De eso estaba muy segura.
Justo en ese momento, Sesshomaru los miraba, y algo que jamás había sentido hizo palpitar con fuerza su corazón. Sin más, se incorporó, alejándose de Rin quien conversaba animadamente, y sin decir adiós a nadie, se fue.
Rin le hablo, le grito, y quiso que la tierra se la tragara en el momento en que su oportunidad de hacerse notar se había alejado de ella. Quiso llorar en ese momento, pero no lo hizo. Si algo sabia de Sesshomaru Taisho es que le gustaba ser todo un conquistador.
CONTINUARA….
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