Disclaimer: el mundo mágico y sus personajes no me pertenecen, tampoco gano dinero escribiendo esto, solo dolor y sufrimiento.
Advertencias: Relación ChicoxChico. EWE: el epílogo es un invento. Descripción gráfica de violencia. Gore. Crimen. Misterio. Auror!Harry. Alchemist!Draco.
Pareja: Draco Malfoy y Harry Potter, esto será drarry.
Nota de la autora: Hey, hey, si siguen la otra historia que ando escribiendo (Take me to church) se preguntarán por qué mierda estoy publicando otra... bueno, tengo un montón de entregas para la universidad esta semana y mi mente solo pensó en fanfics :)
Esta historia tendrá 16 capítulos + epílogo, aunque el siguiente cap seguro lo publico en 2/3 semanas, lo siento, tampoco puedo ser tan irresponsable...
Espero les guste uwu
Pista 1:
Harry no quería estar en San Mungo, realmente odiaba el lugar, pero trabajo era trabajo.
Cuando había entrado al cuerpo de aurores les había tocado seguir el caso de un asesino serial. Todas las víctimas habían sido esposas de mortífagos convictos, por lo que nadie había puesto real empeño en encontrar al criminal. Harry había escuchado los testimonios, visto las pruebas y las escenas, y había deducido quién era el culpable. Luego de eso, Robards lo había mandado a Estados Unidos por tres meses para que siguiera un curso de perfilación de criminales. Desde ese momento todos y cada uno de los casos consistían en asesinatos, violaciones, secuestros y abusos sistemáticos.
Sentado en la escalera de emergencia, Harry suspiró y tiró la cabeza hacia atrás, observando la escalera del piso superior.
Ahora tenía en sus manos el caso de algún pervertido sexual. Ya ni siquiera se sorprendía de la depravación humana, trabajar como auror lo había vuelto un cínico. Había tenido que ir a San Mungo porque una mujer había colapsado luego de encontrar el cadáver de su nieta en horribles condiciones, Harry había tenido que ir al hospital para interrogarla. Era realmente agotador tratar con civiles, quizás por eso era tan buen auror, porque normalmente tenía que ver cadáveres y víctimas, solo debía seguir la violencia, no consolar.
Se levantó y terminó de bajar las escaleras, saliendo del hospital sin mirar a nadie. Dio la vuelta a la manzana y entró a un café que no se veía demasiado lleno. Lo mejor era tomar algo caliente y comenzar a escribir su informe. Pidió a la mesera un café y sacó del bolsillo de su abrigo su libreta de notas y un bolígrafo.
—¿Estás segura que no quieres más?
Harry levantó la vista de inmediato al escuchar la voz. A un par de mesas más allá había una pareja, el hombre le daba la espalda, pero podía ver su cabello castaño y la chaqueta color vino, al frente había una joven de unos veinte años, muy guapa, rubia y de ojos azules. Sobre la mesa había un par de tazas y unos platos, seguramente habían estado compartiendo un desayuno tardío, las manos de ambos estaban entrelazadas y el hombre acariciaba el dorso de la mano de ella con el pulgar. Incluso para un inexperto era claro que había algo romántico entre ellos, la joven tenía una mirada llena de anhelo y una sonrisa coqueta. Harry incluso podría decir que esa era la tercera cita que tenían sin temor a equivocarse.
—Tengo que volver a San Mungo en un rato, pero aún tengo tiempo para ti —continuó el tipo.
—Ay, Roger —soltó la chica con un suspiro enamorado, marcaba la "r" con demasiada fuerza, debía ser extranjera—. No quiero molestarte, debes estar ocupado con el trabajo.
La mesera trajo el café de Harry, lo que lo distrajo unos segundos. Al volver a mirar a la pareja dedujo que la chica había convencido al tipo de volver al trabajo, el hombre estaba pagando la comida y ambos se pusieron de pie para retirarse. Harry solo necesitó un pequeño movimiento de varita para camuflar su imagen, ni Roger Davies ni la joven se fijaron en él cuando pasaron a su lado.
Harry tomó su café, sopló y dio un sorbo. Repitió aquello tres veces antes de que su teléfono comenzara a sonar. Era un aparato útil para alguien como él, que estaba lejos de la oficina y en constantes casos, Hermione lo había ajustado para soportar la magia y lo había obligado a llevarlo para poder comunicarse con él ante cualquier emergencia. Harry ni siquiera miró el nombre cuando contestó, no lo necesitaba.
—¿Harry? ¿Cómo estás? ¿Te fue bien? No te veías muy bien cuando saliste en la mañana —aunque el aparato distorsionaba la voz, Harry no tuvo problemas en identificarla.
—Estoy bien, todo fue bien —respondió de forma monótona.
—Uh. Eso no suena convincente, amor. ¿Por qué no vienes por mí a San Mungo y vamos juntos a almorzar?
—Sabes que odio los hospitales.
—Ah, sí, lo sé, lo siento —sonó una risa agradable—. ¿Quieres que nos veamos cerca del ministerio, amor?
—No, tengo que reunirme con Robards —respondió en el mismo tono—. Nos vemos en la cena, Roger.
—Recuerda que hoy vienen Hermione y Ron, ¿sí, amor? —había una nota de afecto y preocupación—. Cuídate, te amo. No dejes que tu jefe te haga enojar.
—Llegaré a tiempo… También te amo, adiós.
Harry cortó y dejó el móvil sobre la mesa.
Así que su novio lo engañaba y no había ni un poco de culpa en él. El auror levantó la vista para observar la mesa que su pareja y la chica rubia habían utilizado. Ese amorío era reciente, ¿pero quién le aseguraba que no había habido otros? No era necesario buscar pistas en el pasado, Harry siempre había sido algo insensible dentro de aquella relación, siempre ocupado trabajando, teniendo que irse en los momentos más inesperados. Roger había sido un cielo aceptando todo, nunca enojándose, nunca haciendo escenas de celos… Por supuesto que no, así podía estar con su amante.
Harry cerró con fuerza el puño cuando notó que su mano temblaba y se concentró en respirar. Enojarse no iba a servir de nada. Ese fallo era en parte su culpa, Roger Davies siempre había tenido gusto por ser admirado y envidiado, ser el novio del héroe mágico debía haber sido un puto sueño húmedo, pero Harry no había llenado las expectativas, no era de salir, no iba a lujosos lugares y odiaba su fama.
Frustrado, guardó sus cosas y se puso de pie, dejando varias libras sobre la mesa para pagar la bebida que había consumido. Salió del café sin pensar, simplemente dejó que su cuerpo lo llevara hasta el Ministerio, había pasado tanto tiempo desde que se había sentido así de molesto y traicionado que no estaba seguro de qué hacer.
Mientras iba hacia los ascensores una cabellera rubia llamó su atención. Draco Malfoy conversaba con Cho Chang, quien vestía el uniforme de inefable. ¿Desde cuándo esos dos eran amigos? Qué gracioso, dos personas que lo odiaban confraternizando, por alguna razón aquello amargó aún más su humor. Si alguno de ellos dos hubiese visto a Roger con otra probablemente no le habrían dicho. Cho habría buscado asientos en primera fila para ver cómo le rompían el corazón. Malfoy seguro habría jugado un poco con Roger, era un bastardo sádico al fin y al cabo.
Se detuvo ante aquel pensamiento y volvió a mirar hacia ellos. Poco a poco una idea se formó en su mente.
—Malfoy, tengo que hablar contigo —llamó acercándose a la pareja.
Cho hizo una mueca y desvió la mirada, Malfoy había alzado una ceja, había un amago de sonrisa en su rostro.
—Pero yo no tengo que hablar contigo, Potter —escupió el apellido con esa forma tan desagradable que siempre había usado con él.
Harry no se dejó intimidar y señaló la bandana en su brazo que indicaba su categoría de auror.
—Te doy media hora.
Sin esperar respuesta, el auror dio media vuelta y se metió en uno de los ascensores.
Malfoy apareció en su oficina una hora después. Harry no tenía un puesto tan alto dentro del cuerpo de aurores, pero como la mitad de su trabajo era investigación, se las había arreglado para tener un pequeño despacho. Era una habitación con dimensiones normales, pero la cantidad de libros y papeles esparcidos, fotos y nombres pegados tanto en la pizarra como en las paredes, y varias prendas abandonadas por aquí y por allá hacían del lugar algo claustrofóbico.
El Slytherin hizo una mueca de repugnancia y arrugó la nariz, observando una caja abierta con algún alimento entre verdoso y blanco que había sido un trozo de pizza a medio comer. Harry siempre olvidaba limpiar y tenía prohibido el paso a los elfos, no quería perder alguna pista porque la confudieran con basura.
—Siéntate —dijo Harry, señalando una de las sillas frente a su escritorio.
—¿No me va a dar algo si me siento, verdad? —cuestionó Malfoy, su expresión había pasado a ser una de horror.
—Que te sientes —respondió el auror usando un tono autoritario.
—Uy, qué carácter —se quejó el rubio por lo bajo, acomodándose en el borde de una de las sillas.
Harry lo analizó. Malfoy se había dedicado, para sorpresa de muchos, a la alquimia. Era un niño mimado con un pasatiempo que a veces le servía a la comunidad mágica. Debido a los crímenes cometidos en su juventud, el ministerio podía exigirle colaboración. Normalmente los inefables solían requerir más de sus servicios, aunque una que otra vez los aurores habían tenido que morderse la lengua y hacer lo mismo. Harry había trabajado con él hace un par de años cuando a un tipo le dio por empezar a hacer transmutaciones humanas.
—¿De qué se trata ahora?
—¿Disculpa?
Malfoy rodó los ojos y señaló la pared donde estaban las fotografías de las chicas tanto muggles como mágicas que habían desaparecido en los últimos meses, además de una imagen general de la escenas del crímen donde se habían encontrado el cuerpo de otras tantas. Tenía que cambiar el estado de la chica que había sido encontrada por su abuela, pasar de desaparecida a muerta.
—¿De nuevo transmutaciones?
Harry negó con la cabeza y suspiró. ¿Por qué se le había ocurrido ese plan? Era estúpido, especialmente porque el único que podía ayudarlo era Malfoy.
—Quiero que le mandes una carta de extorsión a Roger Davies.
El rubio lo observó sin expresión alguna.
—¿Te pegaste en la cabeza, Potter? —saltó Malfoy—. ¿Por qué carajos haría eso?
—Porque te gusta humillarme.
—Sí, pero no veo la relación de humillarte con mandar una carta de extorsión. Eres un auror, Merlín, sabes que es ilegal y que me metería en problemas. Además, ¿no que Roger Davies es tu novio? ¿Quieres dártelas de…? —abruptamente se calló.
Harry no dijo nada, solo observó el rostro ajeno, notando como poco a poco aquella malvada cabecita empezaba a unir la poca información. Malfoy era un bastardo pedante, pero no se podía negar que era jodidamente inteligente.
—¿Te engañó? —casi era un ronroneo, Malfoy sonreía como un gato frente a un ratón.
—Sí —Harry se sacó las gafas y las limpió contra su abrigo—. Quiero que le mandes una carta diciéndole que le has visto hoy en el café cerca de San Mungo con una chica rubia y que si no quiere que yo me entere, debe pagarte 100 galeones.
—¿No vas a enfrentarlo? —el rubio parecía algo sorprendido.
El auror negó. No quería una pelea, no valía la pena. Roger simplemente daría vuelta la situación para ser la víctima, diría que Harry era demasiado frío y poco cariñoso, siempre trabajando. Pero tampoco iba a fingir que la infidelidad no había ocurrido, lo haría sufrir un par de días, le quitaría el oro que tanto amaba y le generaría ansiedad antes de cortar definitivamente con él.
—Eventualmente lo haré. Solo manda la carta —zanjó, acomodándose las gafas.
Malfoy se tiró hacia atrás, apoyando su espalda en el respaldo de la silla, cruzó una pierna sobre la otra y entrelazó sus manos, dejándolas sobre su regazo. Parecía haber olvidado su reticencia y solo se veía divertido. Tenía esa expresión que Harry siempre quería borrar a golpes, no se la había visto desde que iban a la escuela. Malfoy se relamió los labios y sonrió de nuevo.
—Es un trato, pero agregaré mi propia comisión.
—¿Tu propia comisión?
—Claro, tú te quedarás con el oro, no me interesa. Le exigiré que me deje hablar con Bellmont, es su madrina, ¿no? Si voy recomendado por tu novio, la bruja me dará una audiencia.
Harry frunció el ceño, era razonable que pidiera contactos en vez de oro, después de todo, los Malfoy seguían siendo una de las familias más ricas del Reino Unido. El joven auror soltó un suspiro y encogió los hombros.
—Bien.
—Y debes ayudarme con un experimento.
—¿Experimento? —Harry lo observó confundido.
—Soy alquimista, ¿recuerdas? A diferencia de ti, sí debo trabajar y mostrar resultados —Harry se mordió el interior de la mejilla, intentando calmarse y no golpearlo—. Necesito a alguien. Tu magia es poderosa, aunque me pese admitirlo, y sueles dejarte llevar por tus sentimientos, es perfecto para mi investigación.
—¿De qué va tu investigación?
—La influencia de los sentimientos en la magia —Malfoy alzó la barbilla, orgulloso—. Solo tendrás que dejar que te haga un par de pruebas y tomar un par de pociones, no te hará daño.
El auror dudó unos segundos antes de asentir.
—Pero si veo que es raro, me retiro y meto tu aristócrato culo a Azkaban.
—No esperaba menos del Salvador del Mundo Mágico —Malfoy hizo una reverencia exagerada luego de ponerse de pie—. ¿Tienes un pensadero en esta pocilga?
El Slytherin se había enderezado y comenzado a curiosear, las ganas de Harry de golpearlo aumentaron, pero hizo un buen trabajo controlándose. Con un accio una fuente de piedra surgió del librero, colocándose sobre el escritorio, justo encima de la dona que Harry había tenido que conseguir porque no había podido desayunar después de ver a Roger engañándolo.
—Eres asqueroso —comentó el rubio, observando el relleno de crema manchar la piedra y la madera.
—Puede que me equivoque y haga caer esto sobre tu cabeza, ¿sabes? —dijo Harry entre dientes.
Malfoy murmuró alguna obscenidad y volvió a sentarse. Señaló con el índice el líquido donde flotaban siluetas extrañas, Harry sabía que el pensadero estaba vacío, lo usaba para revisar escenas y siempre tenía el cuidado de dejar todo limpio, no fuera que otros ojos vieran cosas que no debían.
—Quiero ver lo que viste —explicó el rubio.
—¿Qué?
—Dijiste que tu novio estaba en un café, quiero ver la escena. Deberías saberlo, auror Potter, un buen criminal sabe la importancia de los detalles —Malfoy sonreía cada vez más como un loco maníaco.
—Claro, debes tener experiencia en hacer crímenes.
La sonrisa flaqueó, pero el rubio simplemente volvió a señalar el pensadero. De mala gana, Harry utilizó la varita para sacar el recuerdo y hacerlo caer en el líquido. Malfoy tenía un buen punto, seguramente Roger querría averiguar qué tanto vio antes de ceder algo de su oro, era un hombre avaro después de todo. El Slytherin zambulló su cabeza en los recuerdos y estuvo unos cuantos minutos dentro, cuando salió, su expresión estaba llena de burla.
—¿Te das cuenta que te engaña con una chica mucho más joven y guapa? —la pregunta estaba llena de crueldad—. Muy bien, te mandaré una lechuza informándote.
Harry no respondió, solo lo observó levantarse y acomodarse el traje carísimo que vestía.
—Deberías limpiar, tu oficina parece el inicio de un virus mortal —el rostro de Malfoy estaba lleno de asco—. Serás responsable de una epidemia.
—Espero que seas el primer infectado.
—Ew. Me voy antes de que se me pegue algo.
Sin una despedida o alguna otra palabra Malfoy se fue.
Harry prefería manejar todo el engaño de esa forma, de haberle dicho a Ron o a Hermione habría recibido solo lástima. Harry odiaba que sintieran lástima por él. Malfoy le daba al menos algo que podía manejar: burla. Suspirando limpió el pensadero, lo guardó y volvió a enfocarse en el caso de las chicas desaparecidas, de vez en cuando su mirada iba a algún elemento de la oficina. Ya que no podía concentrarse, terminó limpiando.
Al día siguiente, después de haberse reunido con su contraparte muggle del caso, Harry fue a su oficina. Apoyado en la puerta y mirándose las uñas estaba Malfoy, vestía otro traje seguramente carísimo y andaba con el bastón que alguna vez le había pertenecido a Lucius. Apenas notó a Harry, levantó la cabeza y sonrió de un solo lado.
—Tuve respuesta —comentó lleno de cruel felicidad.
Roger se había comportado normal en la cena de la noche anterior, así que Harry había supuesto que el encuentro se había pospuesto al día siguiente. El auror entró al pequeño despacho y dejó pasar al rubio.
—Preferí hacerlo en persona… ¿Eh? ¿Limpiaste? —el Slytherin se detuvo, observando a su alrededor.
—¿Por qué en persona?
Malfoy lo miró, encogió los hombros y se dejó caer en la silla. Sacó una pequeña bolsa de cuero que dejó sobre la mesa, el ruido del metal fue claro.
—Auror Potter, creo que sabes que a los criminales nos gusta ver a nuestras víctimas sufrir —comentó divertido—. Por cierto, tu novio me agrada. Me dio 200 galeones, debe estar desesperado por comprar mi silencio.
Harry tomó la bolsa, la abrió y miró las monedas. Podía imaginar el encuentro, Malfoy llegando a San Mungo y soltando burlas y acertijos hasta que Roger perdiera la paciencia, antes de que lo mandase a la mierda, Malfoy habría soltado lo de la infidelidad y luego habría fingido que le contaría la verdad a Harry. Seguramente Roger había ido subiendo la cantidad de oro hasta llegar a 200 solo porque el Slytherin no daba su brazo a torcer.
—Supongo que también obtuviste tu contacto.
—Sí, pero no solo con Bellmont. De verdad, deberías ver más seguido a tu novio engañándote con otra —Malfoy hablaba con un tono de voz afectado—. Oh, por favor, si llega con rosas, tómales una foto y mándamela.
—¿Rosas?
—Le dije que eras un auror y que podrías descubrir que lo engañabas, pero que si te tenía contento, no indagarías. Y le dije que te gustaban las rosas, los ramos de rosas rojas —Malfoy apoyó el bastón en el suelo y dejó caer el mentón sobre el mango, riendo entre dientes.
—¿Por qué tú sabrías si me gustan las rosas? Ni siquiera me gustan las flores… No es que las odie, pero…
—Estaba bromeando, obviamente. ¿No te gustan las flores? Qué hombre más vulgar y soso, no me sorprendes —Malfoy negó, algunos mechones escaparon de su pulcro peinado, cubriendo su frente—. Pero tu novio se veía desesperado. Si te lleva rosas, avísame.
Harry no prometió nada, pero esa noche, cuando Roger apareció con un ramo de cien rosas rojas balbuceando frases románticas, el salvador del mundo mágico buscó la polaroid que Hermione le había regalado hace un par de navidades, fotografió los floreros y vasos en los cuales logró meter todas las flores y luego se las mandó vía lechuza a Malfoy. A los pocos minutos recibió una nota:
"Hilarante, me lo quedo.
—D.M."
Roger estaba tan nervioso que ni siquiera fue consciente del intercambio de correspondencia. Harry pensó que, tal vez, podría presionarlo un poco más los días siguientes.
