La ley del talión
Capítulo 01. Espléndida criatura de cien ojos
Encono, riesgos, mentiras y expiación en la odisea de Isobel por salvar la vida de Jubal.
Nota del autor: una historia para amenizar el tiempo entre temporadas. Se desarrolla poco después de la 4ª temporada.
Aquella gélida mañana de invierno la llamada no sólo informó de que Rina había sido alcanzada por un disparo. Jubal había sido herido también. La ADIC había sido trasladada al hospital, pero él... no había logrado sobrevivir.
Y el corazón de Isobel se había detenido como si ya no fuera capaz de latir.
El dispositivo no se había encasquillado, había reconocido el rostro de Jubal, igual que lo había hecho con el de Rina, y lo había acribillado a balazos. Había muerto sin más, tirado en la calle. Isobel podía verlo allí, en la acera, en medio del charco de su propia sangre.
Se arrodilló a su lado. Las rodillas de sus pantalones se calaron de rojo. Alargó la mano hacia su rostro pálido y sin vida, pero no se atrevió a tocarlo.
El desgarrador vacío que dejaba dentro de Isobel era imposible de manejar. La noción de que lo había perdido para siempre, de que no volvería a estar con Jubal, a hablarle, a reír con sus bromas... Su alma no podía soportar aquel dolor.
Al despertar, Isobel tenía la cara empapada de lágrimas y el corazón desbocado, como siempre. No era la primera vez que tenía aquella pesadilla, no. Casi todas las semanas se despertaba con esa angustia particular. Normalmente tardaba horas en recuperarse del todo y nunca podía volverse a dormir.
No era la única a la que los diabólicos dispositivos de Vargas le daban malos sueños. Jubal le había hablado de que varias veces había soñado que a sus hijos los amenazaban aquellas cajas malditas. Y, aunque no lo mencionara, seguramente también soñaba con Rina.
Y por encima de aquello, el sentimiento de culpa era aplastante. Todo lo que había ocurrido era culpa suya. Si no hubiera amenazado a la familia de Vargas... Tenía que haber encontrado otro modo de hacer claudicar al capo de Durango.
Y la atormentaba hallar el modo de arreglarlo... Sólo que Rina, además de aquella mujer y aquel niño inocentes, estaban muertos y nada podía cambiar eso ya.
Isobel no podría perdonarse nunca por ello. Y si ella no podía, seguro que Jubal, aún menos.
·~·~·
—¡FELICIDADES! —exclamaron todos en el JOC.
Isobel miró a su alrededor, sobresaltada.
Ya entrada la tarde, Jubal la había llevado a la sala central con alguna excusa rutinaria. Ahora le sonreía, radiante.
—¿Qué? ¿Creías que nos ibas a esquivar por tercer año consecutivo? —preguntó él con ojos chispeantes.
Efectivamente, era el cumpleaños de Isobel, pero ni siquiera ella misma lo había tenido presente. Había sido una jornada tranquila. Sin embargo, después de toda una noche de pesadillas, Isobel llevaba todo el día sintiéndose desencajada, como si su alma no casara con su propio cuerpo. Aquello la había cogido totalmente por sorpresa.
—¿Pero cómo habéis sabido...? —preguntó desconcertada.
—Esta gente es la mejor en su trabajo —dijo Jubal pasándole el brazo por los hombros a Elise y a Ian—. ¿De verdad crees que no son capaces de averiguar algo así?
Todo el mundo empezó a recoger sus cosas.
Jubal le dio su chaqueta y su bolso. Isobel lo miró estupefacta. ¿Cuándo los había cogido de su despacho?
—Vamos. Tenemos reservado un pub cercano con Karaoke para ir a celebrarlo —dijo él haciendo un gesto resuelto con la cabeza.
—Pero yo no... —intentó resistirse Isobel, abrumada.
—Ah-ah —negó Maggie, cogiéndola del brazo—. No aceptaremos un "no" por respuesta.
Y se la llevaron a beber, bailar y cantar.
Al principio, Isobel se había sentido muy cohibida, delante de todos sus subordinados, pero poco a poco, sobre todo gracias al desenfado de Jubal, Maggie y Scola, Isobel había logrado relajarse y pasarlo muy bien.
Incluso comieron tarta y tenían un regalo para ella: un colgante esmaltado con la colorida cola desplegada cuajada de ojos de un pavo real.
—Representa la singular, espléndida criatura que tiene más de cien ojos que nunca cierra. Como tú —le había dicho Jubal al entregárselo, guiñándole un ojo. Había logrado que se ruborizara, e Isobel había tenido que disimularlo examinando detenidamente la joya. Su tamaño era elegante y discreto, y a la par, su manufactura, exquisita.
—Vamos a brindar —propuso Jubal, salvándola sin saberlo de aquel momento embarazoso.
Cuando mucho más tarde, todo el mundo comenzó ya a irse, Jubal insistió en acompañar a Isobel a su casa. Caminaron pausadamente el uno junto al otro. Era una noche agradable de fines de primavera, templada, sin ser calurosa.
—No sabía que podías cantar así... —comentó él, todavía impresionado por su versión de "Ciega, sordomuda" de Shakira.
Tenía una hermosa voz que sonaba especialmente cálida y exótica cuando cantaba en español.
—Bueno, no he tenido siempre más de cuarenta, ¿sabes? —contestó Isobel con una sonrisa y una caída de ojos que le aceleró el pulso a Jubal pero sin que ella se diera cuenta.
—Por supuesto...
Carraspeó levemente, llamando al orden a sus reacciones. En ningún momento de la fiesta había llegado ella a perder la compostura, era una mujer con mucha clase, pero a Jubal no iba a írsele pronto de la cabeza la sonriente imagen de Isobel, cantando y bailando.
—Muchas gracias por esto... —dijo Isobel al llegar a la puerta de su edificio—. Ha sido... muy divertido —admitió.
—Creo que nos hacía falta a todos relajarnos un poco.
—La verdad es que yo hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien...
Algo en el pecho la tenía tan sobrecogida que ni siquiera se atrevía a mirarlo directamente.
Jubal se encaró con ella y le cogió el brazo por encima del codo con afecto.
—Te hemos tenido muy desatendida desde... —hizo una leve mueca— bueno, desde hace demasiado. Tú siempre estás cuidando de nosotros. Ya era hora de que cuidáramos nosotros de ti. Puedes estar segura de que nos importas mucho —afirmó.
La sonrisa de Jubal le pareció cariñosa, e Isobel se encontró luchando consigo misma para no anhelar con tanta fuerza mayor contacto aún. Afortunadamente, él retiró la mano.
—Tú bastante has tenido con lo tuyo —argumentó Isobel— como para que te tuvieras que preocupar por mí.
Se le encogía el corazón por la aflicción de Jubal por el fallecimiento de Rina, por la enfermedad de Tyler. Y él había perdido a Jess también...
Sí, era cierto que había sido una mala época para los dos, pero Jubal negó con la cabeza, quitándole importancia.
—Sé cuánto echarás de menos a Jess. Pero no estás sola. Por favor, cuenta conmigo- —se aclaró la garganta—. Con nosotros. Siempre. No tienes por qué lidiar con todo sola todo el tiempo, ¿de acuerdo?
Isobel se aferró al colgante que le habían regalado, y que ahora llevaba puesto, para no hacer algo insensato, como buscar su abrazo.
—Está bien, de acuerdo —asintió—. Gracias. De verdad —intentó no sonar tan conmovida como realmente se sentía. Alzó la mirada y de pronto se quedó atrapada en los ojos avellana de Jubal... hasta que la culpa la asfixió una vez más—. Hasta mañana —murmuró, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para retirar la cara y girarse para entrar en su casa.
Él se metió las manos profundamente en los bolsillos del pantalón.
Isobel se obligó con severidad a no mirarlo por encima del hombro mientras abría la puerta principal y entraba. Con ello, no llegó a verlo tragar con dificultad ni suspirar profunda y silenciosamente mientras se despedía...
—Hasta mañana.
·~·~·
Unos días después, Jubal aún seguía con una sensación agridulce. Se sentía satisfecho por haberle organizado a Isobel aquella fiesta de cumpleaños. Creía haber conseguido animarla un poco, y había sido estupendo verla disfrutar y sonreír...
Pero, por otro lado, no estaba seguro de haber logrado que Isobel sintiera confianza como para acudir a él si lo necesitaba. Seguía ocultándose tras sus defensas amuralladas.
Se preocupaba mucho por ella. Estaba sometida a mucha presión por parte de sus jefes, aparte de que recientemente alguien la había atacado en su propia casa y además había estado enferma.
Conducía al 26 Fed sumido en aquellos pensamientos turbulentos. Justo le pilló el tercer semáforo en rojo seguido. Jubal suspiró haciendo acopio de paciencia. Era viernes. El tráfico era infernal, como siempre en es los viernes. Ese fin de semana a Abi y Tyler les tocaba pasarlo con él, y tenía que ir a buscarlos a White Plains después del trabajo, así que por eso llevaba el coche en lugar de ir en metro como habitualmente.
Además, Jubal sabía que Isobel se sentía muy culpable por lo que había ocurrido con la familia de Vargas y la venganza que les había jurado a todos. Mucho se temía que Isobel se castigaba así misma sin buscar siquiera ayuda...
El semáforo en el que se había detenido cambio a verde y se puso en marcha de nuevo. Estaba algo distraído y tenía la prioridad. Sin embargo, cuando el enorme camión de basura lo embistió en el cruce a toda velocidad, gracias al subidón de adrenalina y a su entrenamiento fue capaz reaccionar: se aferró al volante y pisó a fondo el acelerador. El vehículo saltó hacia delante como un caballo encabritado.
Desgraciadamente, ni siquiera así logró apartarse a tiempo de la trayectoria del camión, que venía hacia él igual que un proyectil. El acorazado morro impactó con violencia en la parte trasera de su coche.
De pronto, Jubal se encontró dando vueltas de campana, con los airbags disparándose y los cristales estallando a su alrededor.
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N/A 1: La ley del talión es un principio desarrollado en el derecho babilónico primitivo y también está presente en la Biblia como 'ojo por ojo'.
N/A 2: La diosa griega Hera colocó los cien ojos de su fiel servidor Argos Panoptes, el gigante que nunca dormía, en la cola del pavo real para que fueran preservados para siempre.
N/A 3: He escogido "Ciega, sordomuda" de Shakira porque tiene mucho de ranchera mexicana (por el origen de Isobel) y porque la letra resuena con cómo ella se siente en mi historia 😉. Buscadla si tenéis curiosidad. Podéis encontrarla en youtube fácilmente.
