A punto de caer

Este tipo de situaciones no eran inusuales. La casa donde paraba se había convertido en un espacio de dominio público, recibiendo a más invitados cada vez, sin embargo…

La sacerdotisa soltó el aire con hastío. «Qué ese idiota pase la noche aquí será un problema» Pensó, y lo reafirmó al verlo de refilón recargado en el marco de entrada a la cocina.

Hao la veía sin disimulo alguno mientras buscaba un vaso y se preparaba un jugo de frutas.

Anna tenía una elegancia natural en sus movimientos, que transformaba los actos más sencillos y banales en todo un ritual, imposible que no llamara su atención.

En especial considerando que sólo podía limitarse a observarla para leerla, puesto que la mente de la orgullosa y perspicaz Itako estaba bien resguardada de él.

El silencio se rompió cuando Anna cortó la naranja con la cuchilla provocando un golpe seco al aplicar más fuerza de la necesaria, haciendo notable su irritación. Esto lo hizo sonreír de medio lado.

La rubia se enderezo sin soltar el cuchillo y se giró clavando sus fulminantes ojos en él.

— ¿Buscas algo? — Fue fría y con la amenaza implícita de que si buscaba una cachetada la tendría.

Él se estiro antes de entrar allí y avanzo uno, dos,tres pasos hasta ella. Los ojos verdes y los carmesí de él se perseguían mutuamente como si fueran dos peligrosos depredadores acorralándose, midiendo cuál atacaría primero.

Anna no retrocedió, jamás lo hacía.

—Sí, busco terminar nuestra conversación… Ya que esa vez fuimos interrumpidos.

— ¿A eso le llamas "conversar"?

—Esa fue mi intención.

—Estábamos peleando. — Aseguró.

—No, tú estabas peleando. — La corrigió.

—Te quedaste con mi Shikigami. — Expuso, como reclamo.

«Ese sentido de pertenencia Anna» Afilo más su sonrisa. — ¿Y por eso estás enojada?

Ella frunció el ceño. Esa expresión arisca le gustaba tanto.

—No fue mi objetivo, lo sabes. —Se acomodó frente a ella apoyado la cadera en la mesada y cruzándose de brazos. — No tuve salida. — Bajo el tono de voz para continuar. — Casi agote todo mi poder espiritual para defenderme sin atacarte. Me hiciste sangrar, mucho, y además… creo que me dejaste sin descendencia. —Inquirió amenazante.

— ¿Y qué pretendías que hiciera si te comportaste como un estúpido encaprichado? — Él noto la singularidad en la voz.

—Ya veo ¿Entonces por qué estas molesta? — Pregunto intrigado. —No puedo leer tu mente así que si no me lo dices-

—Perdiste el control. — Lo corto. — Te dejaste llevar por tu furia y yo tuve que ir. — Espetó con dureza —Sin opciones.

Luego se giró quitándole atención y concentrándose en exprimir las frutas.

Él comprendió todo perfectamente. Se vio obligada a hacer algo que no quería y que le causaba conflicto por su causa.

— No lo pensé. — Era lo mas parecido a una disculpa.

—No me digas. — Su voz dura , su expresión indolente. Ella no daba treguas.

Él rodó los ojos y soltó el aire, luego se inclinó un poco hacia ella— De verdad hay algo que quiero hablar contigo… Anna. — Le dijo por lo bajo.

—Y es por eso que viniste en realidad ¿No?

Él sonrió admirando esa agudeza de la Itako. Que hayan destruido su refugio le sirvió como la perfecta excusa. Desvió la mirada al costado enderezándose nuevamente.

Ya no estaban solos, y por el ruido que escuchaba desde el comedor la cena estaba servida.

—Hablamos luego.

Susurró antes de desaparecer de allí.

Anna soltó un gran suspiro cuando él abandonó el lugar. Lo conocía lo suficiente, sabía que si Hao había ido exclusivamente para hablar con ella buscaría la forma y el momento para hacerlo, sea como sea.

—Ya vamos a comer— Le dijo Ren aproximándose por detrás — Quería avisarte pero no sabía que estabas…ocupada. —Agregó con su rostro estoico y sus dorados ojos fijos en la nuca de la rubia.


Anna tomó el vaso y se volteó a verlo. —No lo estaba. — Contestó con severidad.

Ren soltó una risa seca —Claro. Disculpa. — Afino una mirada sagaz y salió junto a ella para dirigirse al comedor.

Se giró cuidadosamente en el futón, vio a su hermano menor acostado boca arriba, completamente dormido, lo podía asegurar por el gesto relajado de su rostro y porque que su mente estaba libre de pensamientos y emociones.

Yoh se había abandonado a la candidez de los sueños, en cambio él no podía dormir.

Era lógico, dejar cabos sueltos no era lo suyo, y sin embargo allí estaba, dándole vueltas a una situación que no estaba en sus manos.

«Que frustrante» Pensó a pesar de que su expresión reflejaba total serenidad.

Se sentó y suspiró largamente. Tenía que hacerlo.

Sí, justo ahora.

Ya no había tiempo, en unas pocas horas él se uniría con el Gran Espíritu, se sumiría en el sueño de quietud eterna y al fin llegaría a ese lugar, a su lugar en el mundo.

Pero antes tenía que aclarar algo.


Allí estaba ella, en el salón desolado de la pensión, frente a la ventana envuelta en una bata blanca, atenazando una taza humeante con los dedos para calentarse las manos, miraba el cielo mientras la Luna la iluminaba y se reflejaba en sus ojos. Esos malditos ojos hechiceros que no lo dejaban dormir más de una vez.

Esta sería la última noche que le robaría el sueño, cuando se convierta en el Rey ya nada le sería imposible, tendría al fin lo que tanto había buscado por mil condenados años y nunca volvería dudar por nada ni por nadie, ni siquiera por Anna.

De golpe ella bajo su mirada enterrando sus ojos profundos en los de él, cortando la distancia y borrando todo a su alrededor excepto a ellos dos.

A quien le mentía. Que estúpido era creer que tener el poder de Dios borraría lo que sentía cada vez que ella le clavaba la mirada.

— ¿Me esperabas? — Dijo pretencioso para disimular que el corazón le latía a mil por hora.

Sin responderle lo siguió con los ojos hasta que se ubicó frente a ella recargándose también en el marco del ventanal y cruzándose de brazos.

— Tu mirada me taladro durante toda la cena. Podrías haber sido menos obvio — Le reprochó y bebió un poco del té caliente.

— Bueno tú me estuviste evitando todo este tiempo. — Le respondió mirando el movimiento de las ramas de los árboles del otro lado del vidrio.

— Veo que no ha funcionado. — Comento sin emoción evidente.

La miro de reojo observando como subía una vez más la taza a sus labios con lentitud y bebía un sorbo.

— Sabes que no me rindo con facilidad. — Se entendía que no se refería al torneo ni siquiera al hecho de hablar con ella.

— Ya lo creo…— Suspiró cerrando los ojos como si le pesara demasiado lo que le diría — Y tú también sabes que no se puede Hao. — Hizo una pausa — No deberías estar aquí, tienes que irt-

—No. — La cortó en seco. — No puedo, lo sabes y tú tampoco quieres eso, lo sé. — Su voz se había endurecido.

Giro el rostro a él frunciendo las cejas. No le agradaba que asumieran cosas por ella

— Así que por una vez dejemos de fingir que nada pasa. — Aclaro ofuscado.

Anna sintió que el ácido del estómago le haría un hueco. Lo odiaba sin duda alguna. Apretó los dientes. Sí, detestaba que ese idiota le hiciera sentir las mismas tremendas ganas de estamparlo contra la pared de un golpe que de besarlo hasta desgastarle los labios.

«Estúpido engreído»

Él cerró los ojos respirando hondamente, sintiendo que ella le perforaba la cien con esos ojos tan bonitos como aterradores. — Quiero que sepas-

— No. — Volvió a repetir.

— Déjame hablar. — Hao se encontraba cada vez más cerca de perder la paciencia. — Yo-

—No me interesa. —No estaba dispuesta a escucharlo, no quería, no podía, porque eso implicaría confirmar lo que sospechaba, lo que ya sabía.

Pasó por su lado arrebatada.

Anna tenía la capacidad innata de frustrarlo. Volvió a respirar aún más hondo y se volteó con rapidez alcanzando a tomarla de la tela del brazo.

Ella tironeo, siempre arrebatada— Eres desesperante — Dijo entre dientes usando ese impulso a su favor para ponerla contra el marco lateral de la ventana.

— No me costará volver a patearte — Alzo su precioso rostro a él desafiante— Así que libérame el paso, ahora — Le ordenó amenazante.

Hao se deleitó con aquella expresión y su mirada salvaje, sonriéndole atractivamente. —Siempre tan altiva y orgullosa tú… — Se inclinó hacia ella solo para quitarle la taza de la mano y dejarla en la parte inferior del marco. —Lo que menos haces es asustarme.

Anna sintió que su voz le reptó por la columna erizándole la piel.

—Estamos solos. — Agregó con suavidad mientras esos ojos la miraban de una forma diferente a la que veía a cualquiera.

Hizo un paso hacia atrás.

Jamás había ocurrido "algo", nunca se habían tocado ni un solo cabello, pero tendrían que ser ciegos para no ver que entre ellos pasaba de todo, aunque se lo negaran, aunque no pudieran aunque no debieran.

¿Era una traición? A Hao jamás le ha importado, si ella lo hubiera aceptado estaría a su lado sin ningún tipo de culpa, pero Anna no podía decir lo mismo, ella estaba corrompiendo sus ideales al sentir algo por el hermano de su prometido.

— No necesito explicaciones. — Arqueo una ceja mostrándose fría.

— Pero yo necesito dártelas. — Se quedaron fijamente viéndose a los ojos. — Tienes que escucharme— Exigió con autoridad.

Lo empujó con brusquedad. Nadie le daba órdenes nunca — Yo no "tengo" que escucharte. — Los ojos de Anna brillaron de furia, y los de él se avivaron en llamas.

Esta vez no fue sutil, la tomó de la muñeca antes de que intentara irse y la aprisionó con su cuerpo cerrándole el paso con el brazo— Que seas tan indócil… — Se inclinó sobre ella peligrosamente y se sintió atraído por el dulce aroma en su cuello, cerró los ojos e inhalo su perfume rosándole la piel con la punta de la nariz hasta su oído.

Anna se quedó inmóvil. Sintió la electricidad entre ellos, se estremeció por completo.

Nunca habían estado tan cerca.

La atracción, el magnetismo que no habían elegido.

Esa puta química.

—…me fascina — Le dijo sobre su oído. Ella soltó un suspiro casi imperceptible, esa voz profunda amenazaba con robarle el poco juicio que le quedaba. — Ves, Yo quiero hablar contigo pero siempre me haces desviarme de mi objetivo.

Se le atoro el aire en los pulmones cuando la tomo del rostro para que sus miradas se conectaran.

— Qué más da Anna, eres mi asunto pendiente. — Susurro mezclando sus respiraciones.

Hao delineo su mandíbula con el pulgar y bajo la vista a su boca un instante. El anhelo estaba en sus ojos y ella luchaba por encontrar una pizca de voluntad.

Pero estaba en la cornisa, a punto de caer.

— Pues no deberías dejar asuntos pendientes antes de irte… idiota — Susurro sin pensar.

Él se sonrió haciendo que sus labios se tocaran, y fue lo mismo que empujarla al precipicio.

Al demonio con la charla, al demonio el autocontrol.

Necesitaba saber, necesitaba sentirlo aunque sea una vez.

Anna lo empujo siendo ella quien lo acorrale contra la pared y se aferró a su nuca entrelazando sus dedos en su largo cabello. Le comió la boca, sin medirse ni siquiera un poco.

A la mierda el juicio la ética y la moral ¿En cuánto? ¿Tres minutos tal vez? ¿Dónde estaba su honor ahora? ¿La lealtad? ¡Al infierno! ¿De que servía reprimirse si al fin y al cabo no podría volver a tener una oportunidad? Al amanecer ya todo habría acabado y temía que el arrepentimiento por quedarse con la duda fuera más doloroso y lacerante que el remordimiento por la culpa. Además ¿Realmente habría diferencia? Si su corazón ya había cometido traición mucho antes sin que ella pudiera evitarlo.

Que más daba quemarse en el infierno si le gustaba arder.

Hao la agarro de la cintura pegándola a su cuerpo, bajando la otra mano por su cuello, profundizando el contacto.

Ella lo mordió con suavidad tirando su labio inferior, para luego separarse, o por lo menos intentarlo.

Imposible, ni loco la dejaría, no ahora. La ato a él sin dejarla despegarse un solo centímetro. Estaba fascinado con su el sabor de sus labios. Como su lengua se entendía a la perfección con la suya, como sus cuerpos encajaban a la perfección. Ella lo prendía en llamas más que el mismísimo espíritu del fuego.

Se devoraron hasta que el aire les falto y tuvieron que separarse.

Se miraron. Los ojos de Hao eran lava liquida y Anna tenía un océano indomable en la mirada.

No podían negarlo cuando sus ojos gritaban en silencio.

Ella deslizo la mano hasta su rostro, sus dedos acariciaron esa boca que nunca debió probar.

Hao la miraba como si no valiera la pena morir para ser rey.

Se inclinó, besándola lento, suave...profundo.

No importaba ya, esa noche sería la única, la última. Su despedida.

Él había estado muriendo de sed por mil años. Ella era agua.

Tenía que beber.