Despertó en la mañana como cualquier otra. Lo primero que veía cada mañana, era la espalda fría de su marido. Nunca la volvía a ver, de hecho, mientras más alejados estuvieran en la cama, sería mejor para él. Pero Michiru siempre lo había entendido, Darién nunca había sido un hombre que disfrutará del contacto físico.

¿Y cómo no iba a saberlo? Después de más de quince años de matrimonio, apostaría que no había una persona que conociera mejor a su marido que ella. Y eso implicaba que, apenas despertara debía empezar sus obligaciones.

La primera de ellas... Despertarlo.

—Darién, Darién, mi amor... Es hora de levantarse. Buenos días— Se acercó a él e intentó moverlo con amabilidad, lentamente. Siempre le funcionaba, porque su esposo se despertó con brusquedad.

Lo primero que hacía Darién al despertar, nunca era ver a Michiru, siempre volteaba a ver su despertador, confirmando la hora.

—Es tardísimo, si no me apuro llegaré tarde al trabajo ¿Qué te he dicho de levantarme más temprano?— El del cabello azabache se levantó, sin tan siquiera voltear a ver a su mujer, quien estaba esperando un beso de él.

—Lo siento cariño, lo tomaré en cuenta— Susurró, pero Darién pasó ella tomando el primer traje que tenía en el closet, y metiéndose inmediatamente al baño privado del cuarto.

Michiru suspiró, antes de levantarse. Tomó una camisa informal y un pantalón de mezclilla, y se fue al baño del pasillo. Debía estar en el comedor, antes de que Darién saliera, o se molestaría de no verla en la mesa preparada.

Y así era, en apenas diez minutos, Michiru estaba lista y arreglada. Bajaba las escaleras con elegancia y prisa hacia el comedor de la gran casa.

—¡Nakaru!— Gritó, aunque más que un grito, era apenas una alzada de voz — Por favor, ayúdame a traer la comida.

Nakaru, una chica joven que era criada de la familia, apareció apresurada, junto con un séquito de mayordomos. Todos listos para servir el desayuno.

—Por favor señora, siéntese por favor, nosotros nos encargamos de lo demás— Dijo Nakaru, pero Michiru negó.

—Por favor, déjame ayudar, Aunque sea para poner el desayuno de mi marido— Nakaru sonrió sin decir nada. A la joven le encantaba ver el amor de sus dos jefes, en especial el que le dedicaba la señora Michiru a su marido.

Pero no habían pasado dos segundos de que Michiru tomara el primer plato donde estaba el desayuno de Darién, cuando esté bajo de las escaleras. Vestido con un traje caro y una bata bordada que presumía todos sus títulos, además de un peinado que no había cambiado desde hace años; la elegancia y belleza que portaba desde hacía más de quince años parecía no desvanecerse.

—Michiru, deja eso por favor— Michiru palideció al oír su voz— ¿No tenemos ya criadas que hacen eso? Por dios, Nakaru, te voy a despedir si vuelvo a ver que no haces tu trabajo...

—¡No!— Michiru dejó rápidamente el plato, protegiendo a la joven— Nakaru no tiene la culpa, yo le había pedido hacerlo, quería que todo estuviera como te gusta...

—Para eso les pago Michiru, ellos tienen un trabajo, y si lo hacen mal...—Los despido.

Michiru tragó lento, pero solo cerró los ojos y asintió, antes de sentarse y empezar a desayunar, en total silencio.

El silencio solo se rompía cuando Darién quería.

—¿Qué es lo que piensas hacer hoy?— Le preguntó al terminar su bocado.

—Seguramente salga, oí que abrieron una nueva cafetería por aquí y dicen que es muy buena— Nakaru sonrió, era ella quien le había recomendado el café a la señora. Sin embargo, fue regañada por su superior, ya había cometido una falta grave.

—No piensas salir así ¿Cierto?— Darién no siquiera volteo a verla, pero la frase sacó a Michiru de lugar, y su cara y ambiente lo demostró— Eres una Chiba, mi esposa, soy el dueño de uno de los mejores hospitales del mundo. Mi mujer no puede hacer las cosas de una cualquiera— Recalcó el evento que acababa de pasar —Ni vestirse como cualquiera —Su mirada era amenazadora —No quiero escándalos.

—No te preocupes marido mío, me cambiaré inmediatamente. No saldré con esta ropa— Darién asintió antes de darle el último sorbo a su café.

—Me voy, tengo un día muy importante, nos vemos— Se levantó y le dió un beso en la frente a Michiru, tomó su maletín, y se fue sin dar vuelta atrás.

—Ay señora, cómo desearía tener un marido como el de usted— Suspiro Nakaru, tras oír el cierre de la puerta principal.

Michiru se sonrojó, al punto de casi escupir un poco de su café—¿Cómo dices?

—El señor Chiba tendrá sus cosas y acciones, pero se ve que la quiere muy bien, y se preocupa por usted— Volvió a dar un suspiro, antes de retirarse, dejando a Michiru sola con su desayuno.

—Me quiere...— Su mirada estaba perdida, ni siquiera podía reírse de ello. Esa era su maldición en su jaula de oro— Así es como deben de vernos, mi amado Darién.

Y a pesar de todo, esas últimas palabras no las decía con malicia, no eran una mentira.

Michiru veía como su amado a Darién.

—¡Señora Chiba! Es un placer verla en este lugar por primera vez, por favor, pase pase— El dueño del local la había ido a recibir con una sonrisa de oreja a oreja.

No podía evitarlo, se sentía bien al ser reconocida. Así fuera solo porque Darién era la persona más popular del barrio. Le gustaba, y le gustaba mucho.

Había cambiado su ropa, tal y como Darién se lo había pedido. Se había maquillado, había recogido su cabello en una coleta de caballo, y ahora usaba un elegante vestido azul aqua.

Michiru pensaba que no debía usar ropa tan formal. Incluso porque deseaba aunque sea usar alguna de las ropas casuales que había comprado. Pero Darién siempre fue recto en ese aspecto. La esposa debe ser tan elegante como el marido.

"Me preguntó si la amante también" — Pensó.

Le habían reservado la mejor mesa para ella, y parecía que cada uno de los meseros matarían por tener el placer de atenderle.

—Me imagino que es porque son así con todos los clientes y no porque saben que yo les puedo dejar una jugosa propina ¿Cierto chicos?— Michiru les habló, dándole un sorbo a su taza de café, viendo cómo no paraban de discutir los meseros entre ellos. Varios palidecieron y otros más se pusieron rígidos.

—Lo sentimos— Murmuraron varios a destiempo, Michiru les sonrió amablemente.

—¿Serían tan amables de traerme un pedazo de pastel? Les dejaré una propina a todos ustedes si son rápidos con mi pedido. — A todos los meseros se les iluminó la cara al oír eso. Tanto porque no los había delatado, como porque les iba a dar a todos una jugosa propina.

Mientras disfrutaba de una agradable mañana en el pequeño café, lo vió, en la televisión habían interrumpido la programación habitual para decirlo.

"Es un honor para nosotros, anunciar que uno de los nuestros, el respetado doctor Darién Chiba, acaba de ganar el premio Nobel de Medicina. Después de sus arduas investigaciones dentro del apartado neurológico. Una investigación que lleva más de veinte años desarrollando...".

Así como Michiru lo estaba oyendo en ese momento, todos los que estaban en el café, comensales y trabajadores, voltearon a verla.

—Yo...— Pero no pudo ni terminar la frase, antes de que una horda de personas corrieron a abrazarla y aplaudirle. Todos querían saber más sobre un secreto bien guardado. Pero es que el secreto había sido tan bien guardado, que ni ella misma lo sabía.

"¿Será acaso que Darién tampoco lo sabía?"

Pero sus preguntas tendrían que esperar un tiempo para tener respuestas. Después de recibir las felicitaciones de todos, terminó por ir a pagar su comida, a pesar de las insistencias del dueño a que la casa invitaba. De igual manera, les dejo una buena propina a todos y cada uno de los meseros, como lo había prometido.

Mientras se retiraba con elegancia y sin ruido del lugar, los trabajadores la miraban con orgullo. Deseaban que existieran más personas como la señora Michiru, una persona tan correcta y amable, con un corazón tan puro.

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—¿No es esa la señora Chiba?— Murmuraban unas señoras en una esquina del centro comercial.

—¡Pero claro que es ella! Ese cabello es imposible de no reconocer— Le respondió.

—¿Pero no estuvo aquí hace apenas una semana?

—Por supuesto que sí, pero parecieras que no conocieras a la señora Chiba, adora venir de compras e ir a los salones de belleza. Parece que está obsesionada con que no se le noten los años que van pasando— Río en voz baja, aunque fue acompañada por las risas de su acompañante— Apuesto a qué en unos meses la volveremos a ver por aquí ¿No has visto cuánto peso parece haber subido?

A diferencia de otros lugares, las críticas a Michiru en la alta sociedad eran el pan de cada día.

—Pero por supuesto, si es que además, parece diez años más vieja que su edad, pero ¿Y cómo iba a querer que se le viera? Si con el marido que tiene, debe estar obsesionada con aún ser atractiva y competir con las amantes, jaja— Aquellas dos mujeres volvieron a reír.

—Si tu marido fuera la mitad de rico de lo que es el Doctor Chiba, también estarías obsesionada con seguir siendo bella y esbelta, e incluso gastarías lo doble de lo que gasta esa mujer.

—¿Y cómo decirte que no?—Suspiró. No podía negarlo, envidiaba a la mujer de Chiba. Cómo casi la mitad de la alta sociedad. Una mujer que llevaba más de veinte años viviendo en la opulencia total, sin necesidad de mover ni un dedo o sufrir una desgracia.

Aunque claro, cuál teléfono descompuesto, entre un inicio y un fin, había un mundo de diferencia.

Y es que, a pesar de que era innegable el gusto de Michiru por las compras y el lujo, en aquel momento Michiru lo último que le importaba era el lujo y presumir su dinero.

Su marido acababa de ganar el premio Nobel de Medicina. Si no aparecía con un atuendo nuevo ante los medios cada día hasta que su esposo recibiera el premio, este la mataría. Y no lo decía de una manera no literal.

Entró a las tiendas más lujosas. Channel, Dior, Carolina Herrera, París Hilton, Elizabeth Andren y Jimmy Choo. De todas tuvo que salir con al menos dos bolsas de cada uno.

Perfumes, maquillajes, ropa y vestidos elegantes para llenar nuevamente todo su armario, y tantos pares de zapatos como para no tener que usar un par repetido en un mes. Todo, evidentemente, pagado con la tarjeta negra que su marido le había dado.

—¡Solo mírala!— Exclamó— Ha entrado con un vestido, y ha salido con otro— Y no era mentira, el vestido elegante y fresco azul que Michiru había llevado, ahora era un refinado vestido rojo, digno de una noche de fiesta.

—¿Siguen aquí?— Al oír aquella voz, las dos mujeres parlanchinas palidecieron —¿Están esperando a alguien? He entrado y salido, y siguen aquí, hablando ¿Acaso estamos espiando a alguien?— Michiru volteó a ver de lado a lado, como si estuviera buscando a alguien.

—No, no. No es nada, solo estábamos aquí...

—Oh, lo siento ¿Estoy siendo impertinente? — La susodicha fingió demencia— Lo siento mucho, tengo que retirarme, mi marido me espera para celebrar. Nos veremos en la próxima ocasión— Y se fue, dejando a las dos mujeres rabiando de irá.

A pesar de todo, Michiru tenía un poco de orgullo para defenderse. Aún tenía algo de valor.