KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo I
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"CUENTA LA HISTORIA QUE PARA ELLOS LA MUERTE NO EXISTÍA"
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… debes pronunciar un conjuro para calmar su alma, lo que sea, cualquier cosa que sirva para calmarlo…
… ¡¿Acaso pretendes calmarme a mí?!...
Aquellas frases seguían jugando en su mente y Kagome no conseguía pensar en cómo continuar con esa parte de la historia. Miraba a un punto de la pared, mientras sus pensamientos divagaban recreando la escena que se gestó mientras estaba en la ducha y que siguió cuando se vestía. Recordó las palabras e incluso dio voz a los personajes.
—No te has terminado el café —observó a su amiga Ayumi que la trajo de vuelta de su abstracción.
—¿Ah? —metió bien el pie en el zapato, ya estaba junto a la puerta para salir y le tomó un instante comprender lo que le decía— Ya me tomaré otro a media mañana.
Salir del apartamento que compartía con su amiga era una tarea como poco complicada. La chica tenía un instinto maternal muy desarrollado y lo aplicaba con ella desde que recordaba. Quizás por eso para Kagome resultaba complejo poner límites a esa forma de demostrar afecto y quizás, también, fue por eso que su madre no puso objeción en que ambas chicas se fuesen a vivir juntas a ese apartamento en una zona más central de la ciudad.
—¿Llevas el bentō? —insistió Ayumi, mientras se desataba el mandil de cocina que se ponía para preparar el desayuno de ambas.
Kagome, como respuesta, levantó la cajita con su comida envuelta en tela. Su amiga asintió y sonrió y ella tuvo aquella extraña sensación de cuando eres aprobada en algo y le gustaba, después de todo Ayumi tenía un carácter que era todo dulzura.
—Nos vemos —terminó de ponerse la chaqueta, ya comenzaba a helar por las tardes.
Se despidió, abriendo la puerta para salir al pasillo y luego a la escalera exterior. Comenzó a caminar con prisa, necesitaba tiempo para no llegar tarde por tercer día consecutivo a su nuevo trabajo, aún le costaba no perderse por las pequeñas calles por las que debía transitar después de bajar del tren. Para su suerte llegó a la estación a una hora adecuada y que le dejaba cerca de quince minutos de adelanto, siempre que no volviese a perderse y dar una vuelta extra que se los quitara. Al subir en el vagón se fue hasta una esquina y pegó la espalda a una de las paredes de éste. Sostuvo el bolso que llevaba por delante del cuerpo y comenzó a ver pasar los edificios, deteniendo la mirada en alguna persona que caminaba por las calles, en algún vehículo o cualquier detalle que aportara algo de color al paisaje.
Sin que se diese demasiada cuenta sus pensamientos la llevaron a recrear imágenes para una historia que llevaba algún tiempo creando. Sostuvo su bolso con un poco más de arraigo, dado que en él tenía también su carpeta personal de trabajo en la que iba agrupando los dibujos que hacía para esa historia. A su mente vino la imagen nítida de su protagonista y sintió el pecho lleno, cómo si el regocijo que le producía sólo imaginarlo fuese la emoción más maravillosa que conocía.
El tren dio el aviso para la estación en la que debía bajar y Kagome regresó su atención al mundo real y a las cuestiones en él. Comenzó a recorrer las calles con total seguridad, pero a medida que iban pasando éstas, volvió a la misma incertidumbre que la abordó los días anteriores. Las calles se volvían más estrechas y cortas, comenzando a parecerle laberínticas. Una parte de ella amaba vivir en la ciudad, sin embargo otra añoraba amplios campos, bosques y cascadas, los que deseaba poder conocer algún día.
Al llegar a la última calle que le parecía que debía recorrer, se inclinó hacia adelante y miró por ésta como si quisiera apaciguar el temor a estar equivocada y haberse vuelto a perder. Sin embargo se alegró al ver la pequeña terraza del edificio que antecedía a la vivienda del maestro Izumo, para quien trabajaba. Miró la hora en su reloj y comprobó que tenía aún quince minutos antes de la hora que habían acordado como de llegada, no obstante, dado los retrasos de días anteriores prefirió presentarse aunque fuese antes.
Tocó el timbre en la entrada de la casa, que tenía un estudio en el piso de arriba. Escuchó la voz del hombre que la saludó por el portero automático y a continuación pudo oír la cerradura electrónica que se abría para dejarla entrar. La casa tenía una escalera externa que permitía el acceso directamente al segundo piso y por ende al estudio de dibujo. La puerta de entrada permanecía sin seguro, así que podía empujar y entrar.
—Veo que hoy no te has perdido, Kagome —le sonrió el maestro Izumo, quien la había tomado para trabajar como su asistente en la elaboración de un manga cuyos capítulos salían cada mes.
—No, ya era hora de aprender el camino —hizo la inclinación de saludo y el hombre la invitó a pasar y ocupar su sitio.
Kagome fue hacia su lugar y antes de terminar de poner su bolso en un espacio junto al escritorio, el maestro Izumo ya se encontraba junto a ella.
—¿Qué tal vas con los fondos que te pasé ayer? —preguntó. El computador comenzaba a encenderse.
—Bien, me quedan tres páginas, creo que puedo adelantar mucho durante la mañana para que usted pueda revisarlas —se explicó.
—Muy bien —agradeció el hombre.
Kagome se puso a la labor de terminar esas tres páginas pendientes. Estaba trabajando el dibujo escaneado que le había pasado Izumo sensei y delineaba de forma digital, además de agregar los elementos que él había apuntado como nota al pie de las páginas. En el centro en que había estudiado le enseñaron diferentes técnicas y ésta era una de ellas, resultaba cómodo y práctico, mucho más que el entintado manual, aunque para sus propios trabajos ella prefería lo segundo.
—Buenos días, Kagome sama —escuchó.
—Buenos días, Koutatsu sama —se giró y respondió al hombre que acababa de llegar con su bolso de materiales.
Por lo que Kagome llegó a entender, en el estudio se trabajaba con más de una historia a la vez y en la que colaboraba Koutatsu sama era un manga cuya finalización era en entintado, para lo que el hombre elaboraba su propia tinta y la mantenía en un recipiente de bambú como hacían algunos artistas siglos atrás.
Pasado un rato escuchó que le hablaba nuevamente, se había puesto de pie tras ella.
—Te está quedando muy bien.
—Gracias —sonrió en medio de la respuesta, esperando a que esa cortesía se notase en su voz.
—Mhmm… muy bien, muy bonito —insistió y esta vez ella se dio cuenta que Koutatsu había puesto una mano en el respaldo de su silla y se había inclinado hacia adelante, apareciendo por su costado.
Kagome tuvo el impulso de alejarse un poco, no pudo evitar sentir que estaba invadiendo su espacio personal y no era la primera vez que lo hacía en estos tres días. Miró tras ella, hacia el escritorio en que trabajaba Izumo sensei y se lo encontró vacío, del mismo modo que las dos veces anteriores en que Koutatsu se le había acercado de este modo. No necesitaba pensarlo mucho como para saber lo que estaba pasando.
—¿Me muestras tu trabajo Koutatsu sama? —preguntó, girando la silla hacia el lado contrario por el que estaba el hombre, para ponerse en pie y guardar la distancia.
—No creo que te guste, son demonios horrendos —explicó con una sonrisa.
—Se sorprendería de lo que puede, o no, resultarme horrendo —también respondió con una sonrisa.
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Kagome contaba con una hora para comer y lo hizo con rapidez, para poder dedicarle algo de tiempo a su propio trabajo, el que mantenía en un portafolio. Tal cómo los días anteriores se había acercado a un pequeño parque que había a dos calles de la casa del maestro Izumo y se quedó bosquejando una escena que tenía en mente desde la mañana, durante el viaje en tren.
Kagome dibujaba desde que tenía uso de razón, no recordaba un tiempo en que el dibujo no estuviese presente en su vida, era algo que la acompañaba y que hacía que su alma se sintiese iluminada, mejor. Al principio, de niña los dibujos eran en hojas sueltas e inconexas que recolectaba su madre por la habitación o incluso los jardines del templo en que vivían. Su lugar favorito para dibujar era el santuario en que se encontraba el pozo, lo hacía con la escasa luz que entraba por la puerta, hasta que ésta acompañaba. De vez en cuando su madre tiraba unos cuántos dibujos y a ella no le importaba demasiado, siempre que no tocara los que consideraba especiales y había uno en particular que no quería perder nunca; estaba en su mente como una constante y Kagome se esforzaba por mejorar la visión que tenía de él y conseguir dibujarlo tan perfecto como lo imaginaba.
La alarma de su móvil sonó, la había programado para no excederse del tiempo de descanso. Suspiró, observando el entorno para comprobar que estaba prácticamente sola, sólo se veía a un par de jóvenes a varios metros de ella, que también estaban comiendo de sus bentōs. Se apuntó el agradecer a Ayumi por la comida. Guardó el portafolio con los dibujos en su bolso y se puso en pie para sacudir un poco el vestido antes de ponerse en marcha de vuelta al trabajo. Un ruido y un movimiento a su lado la hicieron girar con rapidez y pudo ver a un chico que llevaba una coleta rojiza correr con su bolso.
—¡Espera! —el grito no salió todo lo fuerte y pronto que habría querido, e incluso el salir corriendo tras el chico fue un acto de voluntad que se pensó unos cuántos segundos más de los necesarios, dándole así demasiada ventaja.
Se echó a correr y comenzó a seguir al ladrón que ya le llevaba varios metros de distancia. Notaba cómo su mente empezaba a hacer un repaso de todas las cosas que tenía en ese bolso que se había hecho ella misma con unos jeans viejos y del que estaba muy orgullosa, a pesar de unos cuántos detalles que podían haber salido mejor. Dentro del bolso estaban sus documentos personales, su cartera con el dinero y ¡Mierda! Sus dibujos.
Corrió todo lo que pudo, tenía el estómago pesado de haber acabado la comida y sentía que le iban a colapsar los pulmones. Notó que las lágrimas comenzaban a subir a sus ojos a medida que veía cómo se alejada el chico de coleta rojiza. Lo vio doblar en una esquina y a pesar de que sabía que ya no era posible alcanzarlo, llegó hasta esa esquina y desde ahí lo miró; para su sorpresa el chico se giró, ralentizó el paso al ver que ella había desistido, corrió de espalda y ladeó la cabeza un poco para sonreírle.
La palabrota que resonó en su cabeza fue de tal calibre que no era capaz de reproducirla en voz alta.
Resopló y se dejó caer hacia el muro de un edificio, comenzando a soltar las lágrimas que ya no podía contener. Tenía bocetos de esos dibujos en casa y podía rehacer parte del trabajo, sin embargo no podía evitar el sentimiento de pérdida.
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Kagome llevaba casi una hora delante de la hoja en la que había comenzado a trabajar. Tenía un par de líneas hechas a lápiz y estás, aunque tenían la forma habitual de sus dibujos, no conseguían sacar de ella la imagen que había en su cabeza. Se echó atrás en la silla y miró aquel dibujo de la infancia que tenía puesto en la pared, hecho con colores, representando al personaje con que había convivido gran parte de los veintidós años de vida que tenía. Nunca tuvo un amigo imaginario, ella tenía su dibujo y a ese ser particular que comenzó a aparecer en su cabeza como si fuese alguien real. Cuando era tan pequeña que apenas podía sostener el lápiz, hacía unas pocas rayas que representaban el cuerpo y les ponía color. A continuación, simplemente le hablaba y le contaba pequeñas cosas de su día.
Al principio ella contaba estas historias de su cabeza y el modo en que su personaje parecía hablarle, al punto de llegar a tener conversaciones que a Kagome la hacían reír, meditar o ponerse melancólica; también jugaba con él. Hasta que un día alguien le dijo que no era buena cosa contar eso y claro, es que ella no podía saber que esto que le pasaba sólo era suyo, Kagome sólo vivía en su cabeza.
¿Qué podía saber de lo que había en la mente de las demás personas?
—Hoy me han robado mis dibujos, corrí tras el ladrón, aunque no lo alcancé —comenzó a hablar en soledad, mirando el dibujo de su pared que la miraba con los ojos medio desencajados, tanto por el dibujo procedente de una mano de seis años, como por las palabras a modo de respuesta que Kagome escuchaba en su cabeza.
Eres demasiado temeraria.
Sí, eso le diría él, con ese tono molesto y poco delicado con que solía espetarle las cosas a la cara.
Escuchó un par de toqus en la puerta y supo que era Ayumi.
—Pasa —cambió de interlocutor.
Su amiga abrió la puerta y la empujó con el hombro, trayendo consigo dos tazas de té. A partir de ahí quiso que Kagome descargara la frustración que traía y le contase todos los detalles que quisiera sobre el evento que había marcado su día.
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El muchacho de pelo rojizo entró por uno de los callejones del barrio en que solía pernoctar. Era un lugar en el que sabía que podía esconderse y pasar algunos días en relativa libertad, aunque por su bien no podían ser demasiados. No había hecho muchos trabajos hoy, se había metido a una tienda de alimentos por la mañana y tomó de ahí una leche y una manzana. Luego se había encontrado con la chica del bolso que ahora le cruzaba el pecho a modo de morral. La había dejado atrás hacía horas y se lo había pasado bien huyendo de ella, después de todo resultó tenaz y eso lo ayudó a probar su estado físico. Además, debía reconocer que era muy bonita, cuestión que lo hizo dudar un momento a la hora de llevarse sus cosas. Sin embargo el vaso de café que se estaba tomando, de una de esas tiendas en las que le ponían el nombre, lo reafirmaba en que había hecho bien en no dudar.
Empujó la puerta de hierro que daba a lo que debía ser un pequeño jardín, no obstante estaba atestado de trastos viejos que no se usaban. La casa era un lugar abandonado, que debido a un hecho violento sucedido en ella, no había conseguido interesados en comprarla o alquilarla y eso la convertía en un buen escondite. De vez en cuando venía la policía, sin embargo hacía mucho que no pasaba.
Empujó la puerta de madera que nunca estaba cerrada, sólo cuando la casa estaba ocupada por él o algún otro que la conocía, y nada más cruzar la puerta sintió que lo tomaban del brazo y tiraban de él.
—¿Qué traes ahí? —reconoció la voz de inmediato y no le fue difícil ver de quien se trataba, sus ojos se adaptaron de inmediato a la frágil luz que daba una lámpara de aceite que mantenían en el lugar.
—Se lo he quitado a una boba que lo dejó descuidado mientras se sacudía el vestido —explicó, con tono socarrón, mientras se descolgaba el bolso y se lo extendía a su acompañante.
—Te he dicho que dejes de hacer estas cosas, Shippo. Te van a atrapar y terminarás en la correccional para adolescentes. No te va a gustar.
Las palabras parecían insensibles, no obstante él conocía el matiz de genuina preocupación que portaban.
—¡Bah! A mí no me alcanza nadie, corro como un demonio. Seguro que incluso te gano hasta a ti —fanfarroneó.
Pudo ver la mirada severa que su acompañante le daba, mientras metía la mano dentro del bolso. Sacó del interior un portafolio que le extendió y Shippo lo sostuvo, mientras el otro miraba qué más cosas podían haber dentro. Encontró la cartera y dejó el bolso en el suelo para revisarla.
—Hay poco más, la cartera, unas pinzas para el pelo y un labial —sonrió, asimilando lo bonita que le pareció la mujer con el detalle del labial—. Lástima que tenía el móvil en la mano.
Shippo se sentó en el suelo para mirar las hojas del portafolio, no lo había hecho antes.
—Aquí hay poco más de siete mil yenes —le escuchó decir a su acompañante—. No es mucho.
Shippo sonrió.
—Me gasté cuatrocientos en esto —mostró su vaso de café. Sabía que le diría algo, sin embargo no lo dejó hablar, lo que encontró entre las hojas del portafolio le resultó curioso— ¿Cuándo hiciste de modelo? —preguntó al otro que aún revisaba la cartera.
—¿Qué?
—Mira —tomó uno de los dibujos y se lo enseñó—. Salvo por las orejas eres tú, InuYasha.
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Continuará!
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N/A
Aquí les traigo el primer capítulo de esta historia que no tengo muy claro cómo apareció en mi cabeza, pero de inmediato se llevó mi atención. Es una especie de universo alterno, aunque no del todo (ahora mismo que escribo estas notas me recuerdo el ir a mirar qué nombre recibe esto).
Espero que lo disfruten y me cuenten en sus comentarios.
Un beso
Anyara
