Disclaimer: Yu-Gi-Oh! GX es propiedad de Konami, Studios Dice y Shueisha. Créanme, si fuera mi serie, Camula habría tenido más tiempo en pantalla y, quizá, un tratamiento diferente.


He estado un poco apartado de mis fics durante un rato, y hoy por fin golpeó la inspiración. Así que, pese a ser un día libre, me levanté a las seis de la mañana para escribir esto. Por supuesto, es un poco más sobre vampiros y YGO GX. Tal vez debo admitir ahora que tengo un fetiche por estos temas. Es lo que pasa cuando creces con «Drácula» y las novelas de Anne Rice como mayor inspiración literaria.

Espero que lo disfruten.


Efectos secundarios


La profesora Ayukawa habría preferido que Ryo fuera ingresado en la enfermería. Él se negó. No se sentía mal… al menos no en una forma que requiriera atención médica urgente. Más bien, era como una sensación de irrealidad. El mundo parecía diferente. Él mismo se sentía diferente, pero, de nuevo, no de una mala manera.

Para Kaiser, era como si hubiera dejado de pertenecer al mundo que lo rodeaba. Como si ahora fuera alguien que estuviera apartado de todo lo cotidiano.

En un primer momento, sus pensamientos fueron sobre la línea de que era algo natural sentirse así. No hacía ni dos semanas que su maestro, el director Samejima, les había revelado a él y a los otros guardianes de las Llaves Espirituales que los Juegos de lo Oscuro, esos de los que se habían escuchado rumores desde que ocurrieron esos misteriosos cortes de las transmisiones de Ciudad Batallas, eran, de hecho, algo real. Y él acababa de experimentar cómo se sentía sufrir una penalización por perder uno de estos.

Siendo ese el caso, era perfectamente comprensible que se sintiera así: diferente, como si estuviera fuera del mundo. En especial, si se consideraba que había sido un muñeco de trapo por al menos veinticuatro horas. Si Judai no hubiera ganado ese duelo, todavía lo sería.

Su mente lo llevó hacia Fubuki. ¿Se sentiría así también él cuando despertara?

Sacudió la cabeza. No había querido ir a verlo. Simplemente, no podía. Aún había demasiadas preguntas sobre su desaparición que necesitaban una respuesta. Ahora sabían que, de alguna manera, una fuerza oscura relacionada con el duelo había tomado posesión de su cuerpo y mente, y esa cosa lo había forzado a unirse a los asesinos que ahora amenazaban a la Academia. Fubuki, de haber tenido el control, jamás habría hecho eso. Jamás habría intentado lastimar a Asuka o llevado a los novatos de primer año a una situación de riesgo como aquella.

Ahora tenía otra razón para no acercarse a la enfermería. La profesora Ayukawa insistiría en que debía hacer una revisión general… «Al menos para descartar cualquier efecto secundario de la experiencia», había dicho justo después de que él y el profesor Chronos regresaran a la normalidad, y el director acudiera a comprobar los resultados del duelo de Judai contra Camula.

Esa noche, se había levantado y abandonado el sitio del duelo junto al lago antes de que alguno de los presentes pudiera decir nada. Asuka había intentado convencerlo de que escuchara a la profesora, y todo el tiempo había sentido la mirada de Sho sobre él desde la distancia. Una mirada cautelosa, quizá incluso un poco temerosa. Aunque, a esas alturas y después de la indiferencia que había mostrado hacia él desde que anunció su intención de ingresar a la Academia Central, nunca estaba seguro de si su hermano pequeño sentía temor por él o de él.

En todo caso, por lo que había escuchado, el profesor Chronos se encontraba bien. No parecía haber ningún efecto secundario demasiado preocupante por haber permanecido como un muñeco por un par de días. Así que intentó convencerse de que, para él, las cosas también iban de lo mejor… casi perfectas.

Había dos detalles que, si se concentraba demasiado en ellos, sí le preocupaban. El hecho de que, desde esa noche, no hubiera podido dormir por las noches, manteniéndose despierto, dando vueltas en su habitación o contemplando el cielo a través de la ventana; y que, a pesar de no haber tomado agua o probado bocado desde que Judai los había rescatado a él y a Chronos, no sentía el paso del hambre. Al menos de manera natural. Cosa que atribuyó a la sensación irreal de haber sido un muñeco.

También debía serlo esa extraña ilusión de que, por la noche, los sonidos se amplificaban y casi podía jurar que, si se concentraba, podía escuchar hasta al más pequeño de los animales que vagaban por los bosques de la isla, las respiraciones de sus compañeros al dormir y… No, era su imaginación, simplemente eso. El lunes, cuando volviera a incorporarse a las clases, se sentiría mejor. Por la noche volvería a hacer guardia junto con sus compañeros de misión en espera del siguiente enemigo. Incluso cuando ya no tenía su llave, seguía siendo el mejor duelista de la Academia de Duelos Central, algo podría hacer para ayudar.

No obstante, lo que deseas es luchar…

Quizás Ryo pudo haber seguido tratando de convencerse a sí mismo de que todo estaba bien si al menos hubiera hecho el esfuerzo de salir de su habitación. A pesar de que aseguraba que las cosas no habían cambiado, el director Samejima lo había exentado de asistir a clases por tres días. Tiempo que pasó en su habitación reflexionando sobre todas estas cosas.

Por supuesto, a diferencia de sus compañeros de Obelisco –quienes dejaron de insistir en llamar a su puerta en cuanto les dijo que quería descansar un poco–, Judai y su grupo no iban a dejar las cosas así. Tampoco Asuka… O al menos sería así si ella no estuviera acampando en la enfermería, esperando de que Fubuki despertara del coma que el estrés y la tensión de la posesión y los Juegos de lo Oscuro le habían provocado.

Curiosamente, no fue Judai quien acudió a su puerta. El chico en realidad estaba atrapado en la enfermería, cómo se enteró por los balbuceos de quien fue a visitarlo. La profesora Ayukawa se tomaba muy en serio su rol médico, y no estaba contenta de que Judai hubiera participado en un Juego de lo Oscuro cuando recién estaba saliendo del estrés que el primero había causado a su cuerpo.

—Creo que el her… Judai ya está bien, y la profesora solo lo mantiene allí hasta el lunes como castigo por no hacer caso a sus indicaciones.

Sho estaba sentado en un pequeño sofá que tenía en la esquina de la habitación, con las piernas muy juntas y las manos sobre estas, como si quisiera parecer lo más pequeño posible. Aunque, en realidad, había crecido un poco en los últimos meses. A pesar de la mala fama que tenía el dormitorio Osiris respecto a la comida, sabía por Asuka que la afición de Judai a la pesca les había tenido alimentados a él y a sus compañeros de cuarto con pescado fresco de manera regular.

También, los sándwiches de la tienda de cartas eran muy nutritivos: siempre con ingredientes y pan fresco de muy buena calidad, casi al nivel de lo que se servía en la cafetería de Obelisco. La señora Tome insistía en que fuera así, quizá sabiendo que, posiblemente, para muchos estudiantes de Osiris esa era su única oportunidad de llevarse algo bueno a la boca durante el día. No era casual que fueran sus mejores clientes, incluso si su pobre desempeño no les daba suficientes DP como para comprar sobres de cartas nuevas.

Ahora, si Sho estaba allí en su habitación tratando de animarlo (porque esa era la manera de ser de Sho, incluso cuando él prácticamente lo había abandonado a su suerte en la Academia), era porque, por una vez, había jugado la carta de «somos hermanos». Y, sorprendentemente, Chronos lo había dejado pasar. Incluso, en términos prácticos, casi le había ordenado a él que abriera la puerta y hablara con su hermano menor.

Sabía que esa era la forma del profesor de intentar ayudarlo, quizá a ambos.

No es que Ryo estuviera prestando mucha atención al parloteo nervioso de Sho, que iba y venía entre todos los temas imaginables, aunque tratando de tocar lo menos posible el hecho de que se había sacrificado por él en su duelo contra una vampira auténtica. Tampoco podía dejar de escuchar con atención cada vez que la conversación unilateral los llevaba a Judai.

Respetaba al joven entusiasta de Osiris, pero a la vez, se daba cuenta, tenía un poco de resentimiento. Si bien le había dicho a Asuka que estaba feliz de que Sho pudiera tener un hermano mayor que de verdad pudiera ayudarlo, la realidad es que no podía evitar sentir un poco de… celos, tenía que admitir, cada vez que su hermanito se refería a su compañero de cuarto como «hermano mayor».

Sho, por supuesto, lo sabía –o al menos intuía algo de eso–. Durante toda la conversación se había estado deteniendo para cambiar al nombre de pila cada vez que hablaba sobre Judai.

Conforme los minutos fueron acercándose a la hora, el parloteo de Sho se fue apagando. Ryo, por su parte, comenzaba a notar que la sed y el hambre iban despertando dentro de él.

Los últimos quince minutos, más o menos, dejó de escuchar casi por completo. La voz de su hermano menor seguía allí, pero ahora era como un murmullo lejano, casi como si lo escuchara desde debajo del agua de una piscina. En cambio, había un sonido muy rítmico, un poco hipnótico en opinión de Ryo, que al comienzo había sonado como un murmullo, pero ahora latía tan fuerte y sonoro como el tictac de uno de esos viejos relojes cucú.

—Bueno, son casi las siete. Debo irme o me perderé la cena…

Las palabras de Sho lo hicieron despertar. Alzó la cabeza y vio a su hermanito levantarse para comenzar a caminar hacia la puerta.

El tiempo pareció ralentizarse.

¿Vas a dejarlo ir…?

Sho dio un paso.

Esta podría ser tu única cena en mucho tiempo…

Otro paso.

Si dejas ir a un bocadillo tan apetitoso ahora, las consecuencias serían mucho más graves…

Un paso más.

Ryo se levantó.

Lo que siguió era una retahíla de imágenes dispersas. A veces muy nítidas, como si estuvieran grabadas en sus retinas; otras, borrosas y confusas.

Recordaba con claridad la sangre. El primer trago exquisito. La mezcla de miedo, sorpresa y, en el fondo, algo de aceptación. Sentimientos que, de alguna forma, eran compartidos por ambos, predador y presa, hermano mayor y hermano menor, a través de la mordida del vampiro.

Cuando la noche cayó, Ryo estaba en su cama, con la cabeza de Sho descansando sobre su regazo. El corazón del menor todavía latía, pero ya no era rítmico, sino que se había vuelto errático como un reloj descompuesto más allá de cualquier arreglo y que, en cualquier momento, puede detenerse para siempre.

La palidez de la piel, el aspecto un poco amoratado de los labios, nada de eso era un buen augurio.

Ryo sabía por instinto que, si no se hubiera detenido cuando lo hizo, Sho ahora estaría muerto. No es que hubiera diferencia. Estaba más allá del punto sin retorno. Incluso si llamaba a alguien, incluso si corría a la enfermería llevándolo en brazos, la profesora Ayukawa no podría hacer nada.

Y todo porque había sido débil.

—Todavía no es demasiado tarde.

Ryo no la escuchó, o trató de no hacerlo, concentrado en pasar sus largos dedos por entre los mechones de su hermano. El hermano a quien debió proteger y, en cambio, lo asesinó.

—Abre tus propias venas y aliméntalo. No será tan fuerte, y dependerá de ti como un bebé depende de sus padres… al menos por una o dos décadas, pero no vas a perderlo.

Apretó el puño. Esa mujer… ese monstruo… ¿No podría haberse quedado muerta?

Por supuesto, de alguna manera sabía que Camula no estaba allí realmente. Era un eco que resonaba a través de la sangre que, ahora recordaba con toda claridad, le había estado dando de beber durante todo el día que pasó a su merced, convertido en un muñeco de trapo. O al menos en algo cercano a uno. Atado como había estado con su magia, Ryo había sido tan inútil como cuando era un muñeco.

—Por otro lado, tiene una carita tan dulce e inocente. Estoy segura de que no le costaría usarla para atraer a sus víctimas a una trampa. ¡Los pobres mortales no lo verán venir!

La mano fantasmal de la vampira se posó sobre la de Ryo. No fue la sensación de un tacto como tal. Quizá algo más parecido a la sugestión. No había peso allí, pero se sentía como si lo hubiera. Y también, a pesar de todo lo que había causado, se sentía como el tacto de una madre amorosa.

—No te queda mucho tiempo —susurró la voz fantasmal en su oído—. Tienes dos opciones: dejarlo morir y perderlo para siempre; o, abrir tus venas, alimentarlo y tener todo el tiempo del mundo para empezar de nuevo y, esta vez, hacer las cosas bien.

»Mi precioso muñequito, ¿tienes idea de cuantos matarían por tener la oportunidad de vencer a la muerte de un ser querido? Y está a tu alcance, a un simple trago de distancia.

No quería escucharla, pero las palabras, igual que antes, cuando lo instó a beber de Sho, se filtraron en su mente, entretejiéndose como las cuerdas de una marioneta.

Sus dientes cortaron la piel y abrieron las venas. La sangre, roja y deliciosa, se derramó sobre los labios cianóticos de su hermano pequeño.

Por un largo rato, parecía que Sho no iba a despertar. Así que él se quedó allí, abrazándolo, mientras sus latidos seguían siendo irregulares.

Cuando abrió los ojos, temió haberse equivocado. Sho gruñó como un animal hambriento y luchó con su nueva fuerza sobrehumana para desasirse de su agarre. Ryo tuvo que forzarlo a permanecer allí, sabiendo que si lo soltaba alguien acabaría muriendo de una forma terrible y desordenada. El mismo instinto que le decía eso, fue lo que le indicó que debía sujetar a Sho con todas sus fuerzas, y forzarlo a dirigirse a su propio cuello.

Fue doloroso, pero Ryo lo soportó. Era lo único que podía hacer ahora. Los dientes de su hermano destrozaron piel y músculos, casi triturando el mismo hueso, y luego se quedó allí prendido un rato, sorbiendo.

Cuando llegó la medianoche, las cosas ya estaban tranquilas. Ryo todavía lo tenía abrazado, casi como si fuera un bebé. No ayudaba a mejorar esa imagen que el menor no hubiera dicho nada y se estuviera limitando a jugar con los mechones de su hermano mayor como lo haría uno. Sin embargo, ahora que las cosas parecían haberse tranquilizado, podía pensar en qué deberían hacer ahora.

No podían quedarse en la Academia, eso era obvio. Eventualmente, no podrían controlar la sed intercambiando su sangre. Sanar la herida que Sho dejó en su cuello había consumido parte de esta. Siendo la sangre el alimento de los vampiros –Ryo no quería pasar más de lo debido dándole vueltas a eso en su cabeza, pero, ¿qué más le quedaba, además de admitir que eso eran ahora?–, tenía sentido que fuera así: al igual la energía que los humanos obtienen de sus alimentos, la sangre se consumía para mantener el cuerpo en funcionamiento.

Eventualmente, iban a necesitar alimentarse. Y, estaba seguro, no bastaría con una simple transfusión sanguínea cada pocos días, como se hacía con quienes padecían anemia aguda.

—Buen instinto, hijo mío.

Trató de ignorar al fantasma de Camula y concentrarse en lo que debía hacer. Quedarse no era una opción, en definitiva. Si lo hacía, podría terminar hiriendo a Asuka, a Fubuki, a sus profesores y compañeros… No. Si iba a alimentarse, prefería que fuera de completos desconocidos. No cambiaría el hecho de que estaría robando vidas, pero, al menos, no serían de personas que conociera. Mucho menos de aquellos a los que amaba… no de nuevo.

Pasó su mano por el cabello de su hermano. Por primera vez desde que cometiera el grave pecado de hacer de él su primera comida, los ojos de su hermano lo miraron directamente. Eran dos orbes amarillos que brillaban como el oro. No obstante, no había nada de amenazante en ellos. De alguna forma, seguían siendo los ojos de Sho.

Por un momento, Ryo se detuvo a pensar de lo diferentes que eran a los de Camula. Los de ella habían brillado de un color rojo intenso. Quizá, reflexionó, eran como los de cualquier otro animal y varían en color. Tendría sentido y eso le hizo meditar sobre cuál sería su aspecto ahora ante los espejos… ¿Podría incluso reflejarse en uno de ellos?

Sacudió la cabeza lentamente. No era el momento.

—Sho…, pequeño… —Se sintió extraño escuchar su propia voz después de varios días en que no había hablado con nadie.

Sintió su corazón apretujarse cuando Sho lo miró con un gesto ciertamente infantil. De verdad, era como si hubiera retrocedido hasta ser un niño pequeño.

—Necesitará tiempo y una víctima de verdad. La sangre de su padre no puede mantenerlo por siempre.

Esta vez, Ryo escuchó lo que Camula tenía que decir. Necesitaba aprender sobre su nueva naturaleza para poder ayudar a Sho.

—Si es la mitad de fuerte que tú, y estoy segura de que lo es, tal vez incluso más, se recuperará sin muchos esfuerzos.

—Tenemos que irnos —dijo en voz baja, mientras instaba a su hermano a levantarse.

Sintió la aprobación de Camula hablando a través de su sangre. Una vez más, trató de ignorarla, pero no pudo contener del todo el sentimiento de calidez que le causaba el que su madre estuviera aprobando su decisión.

Sho se quedó sentando en la cama, agitando sus pies en el aire como un niño pequeño, mientras Ryo rebuscaba en su pieza. Tomó una maleta de lona pequeña y de inmediato la llenó con un par de cambios de ropa y algunas cosas útiles, como sus objetos de limpieza personal. Por supuesto, también su reserva de cartas. No eran muchas y, contrario a lo que podría esperarse del Kaiser, la mayoría de las que mantenía fuera de su mazo no eran lo que se esperaba de un duelista que, para muchos, prácticamente era ya un profesional. Aun así, dejarlas atrás se sentía mal.

Decidió deshacerse de su uniforme también. Lo iban a reconocer más fácilmente si iba por allí usándolo. Debido a esto, tomó una de sus chaquetas y fue a cambiar a Sho. Le quedaba grande, pero llamaba menos la atención que su chamarra roja de Osiris.

A diferencia de cuando su hermanito era mucho más joven y luchaba contra su madre cada vez que trataba de abrigarlo en invierno, esta vez no hizo el intento de resistirse. De hecho, mantuvo una sonrisa para Ryo en todo momento. Una sonrisa que lo animaba y le hacía sentir terrible al mismo tiempo. No debería haber dos pequeños y filosos colmillos asomándose por entre sus labios.

Una vez que tuvo la maleta lista, se aseguró de que su mazo estuviera seguro en su deckbox e hizo lo mismo con las cartas de su hermano. Le habría gustado recuperar sus reservas, pero lo menos que quería hacer ahora era ir al dormitorio Osiris y alertar a otros de lo que pretendía hacer, ya que, a diferencia de él, Sho tenía compañeros de habitación.

Claro, sus instintos le decían que podría entrar y salir sin ser notado gracias a sus nuevos dones, pero no quería arriesgarse. Lo mejor era escapar sin tomar demasiados riesgos.

Luego de asegurarse de que tenían todo lo que podrían necesitar, cargó a su hermano y se dirigió al balcón. Fue sorprendentemente fácil saltar desde el segundo piso. Se sentía muy ligero y ágil, incluso cargando la maleta y a su hermano.

Dejó al menor en el suelo y se dirigió hacia el bosque, siempre asegurándose de que su hermanito lo siguiera. Tendría que robar un bote en el puerto y tratar de llegar a la isla poblada más cercana. Entre más grande mejor. Pasarían más desapercibidos en una de esas, incluso con un bote de la Academia.

Sus planes se detuvieron de improviso cuando alguien más salió a su encuentro.

De entre el bosque, como surgido de las sombras mismas, apareció el profesor Daitokuji.

—¡Oh, joven Ryo! La verdad, de todas las personas, no esperaba que usted fuera a romper el toque de queda.

Miró por sobre de él y su sonrisa gatuna se hizo más pronunciada.

—Usted y su hermano, ¿van a algún lado? Quizá pueda ayudarlos.

Ryo frunció el ceño. El profesor traía en su mano una mochila. La reconoció de inmediato: era la que Sho había usado para guardar sus cartas de reserva y otras pertenencias importantes para él durante el viaje a la Isla Academia.

—Van a necesitar esto. Agregué dos mudas de ropa mientras el joven Maeda estaba en la enfermería visitando al joven Yuki.

Sus sospechas se incrementaron ante esas palabras. ¿Por qué estaba ese hombre allí y justamente para eso?

Sho claramente todavía no estaba en sus cinco sentidos, ya que corrió hacia el profesor, le arrebató la mochila y la abrazó contra su pecho como hacía años atrás con su oso de peluche favorito. Al menos, pensó Ryo, reconocía que era suya. Un regalo de su madre por haber aprobado su examen de ingreso a la Academia.

Se sintió terrible al pensar en sus padres. En su presente estado, convertidos en monstruos, no había forma de que pudieran volver a ver a sus padres. Aunque, estaba seguro de que iban a remover mar y tierra para encontrarlos. En especial su padre. Era el jefe del departamento de homicidios de la ciudad de Tokio, eso le daba muchos contactos a los cuales recurrir.

Una vez que estuviera seguro y pudiera encontrar un medio de comunicación que no pudieran rastrear por sus medios, les enviaría un mensaje. Su instinto le decía que debía perderse para ellos, pero él sabía que no había nada peor que la desaparición de un ser querido.

Cuando había un cuerpo, al menos podías llorarle. La incertidumbre de no saber si tu ser querido estaba vivo o muerto era por mucho peor. Ryo lo había experimentado con Fubuki. No quería imaginar cómo sería para sus padres pasar por eso, en especial por el hecho de que no era solo él, sino que también Sho.

—Mientras no lo quieras, no podrán encontrarte —susurró Camula—. Una vez que aprendas a controlar todos tus Dones Oscuros, no habrá mortal capaz de superarte.

Ignoró su voz una vez más y se concentró en Daitokuji.

—¿Por qué está usted aquí? —le inquirió.

—Un murciélago me dijo lo que estaba planeando.

Ryo frunció el ceño aún más. Camula susurró algo en su mente, como había hecho antes cuando le instó a alimentar a Sho con su sangre. Aunque no quería, las sospechas fueron acalladas y ahora estaban en el fondo de su mente.

—Tengo preparada una ruta de escape —le indicó Daitokuji y se giró para internarse más en el bosque.

Ryo lo siguió.

—Vamos —le ordenó a Sho.

Su hermano alzó la mirada hacia él, le sonrió y corrió a alcanzarlos.

Mientras más avanzaban, era cada vez más obvio que se dirigían al dormitorio abandonado. No había estado allí desde el final del primer año, luego de que Fubuki desapareciera. Al igual que… ¿Quién más? Alguien había desaparecido casi al mismo tiempo que Fubuki, pero ahora mismo no podía recordar quien.

¿Mokeo? No. Él estaba en cuarentena, bajo tratamiento médico, en algún lugar. Eso era lo que había dicho el profesor Chronos. Además, por Asuka, se había enterado de que, poco antes del duelo contra la Academia Norte, había estado allí para ayudar a Judai a prepararse.

O al menos eso le habían dicho a ella Sho y Hayato. Ella no habló de Mokeo en sí, pues no debía conocerlo más que por alguna anécdota de Fubuki, quien prácticamente lo había adoptado como un hermano menor durante sus primeros meses en la Academia, pero la descripción que obtuvo de un niño soñoliento, relajado y de vestir descuidado fue suficiente para saber que había sido él.

Sacudió la cabeza. No era momento de perderse en el pasado.

Daitokuji se movió por el dormitorio como si lo conociera a la perfección. Se dirigió hacia un sótano que, siendo sincero, Ryo ni siquiera sabía que estaba allí.

El sótano dio paso a un amplió pasaje tallado en la misma roca de la isla.

—Es increíble, ¿verdad? Esto está aquí desde mucho antes que la Academia. La casa que lo oculta también. Fue construido en el siglo XIX. Cuando Japón anunció su intención de anexionar formalmente las islas de Ryukyu, los dueños de estas tierras construyeron este pasaje para escapar en caso de que la isla acabara en medio de alguna batalla.

Llegaron al final del pasaje, el cual acababa en un muelle oculto que ya tenía un pequeño bote pesquero preparado para zarpar.

—Pueden usar esto para llegar hasta el puerto de Naha. —Le pasó una tarjeta a Ryo—. Muestre esto en el puerto de carga número tres y alguien de confianza se ocupará de darles transporte fuera del país. Mi recomendación es ir a Europa. Según sé, en algún lugar de Austria se encuentra la casa ancestral de la familia Karnstein. Ese sería un buen punto para empezar a conocer su nueva naturaleza.

Ryo sintió la felicidad de Camula, o de su fantasma, comunicándose con él a través de la sangre. Sho también pareció sentirlo, puesto que soltó una risita como de bebé.

Exactamente a las dos de la mañana, los hermanos Marufuji abandonaron la Isla Academia.

En cierto sentido, ellos dos fueron las últimas víctimas de desaparición misteriosa en el dormitorio abandonado. Se desvanecieron en la noche para no ser vistos más en la isla.

- GX -

Pasaron un par de años antes de que las sospechas de Ryo sobre Daitokuji, ocultas por el espíritu de Camula, volvieran a surgir. Para entonces, había pasado mucho tiempo desde su revelación como uno de los asesinos ante los otros guardianes de las Llaves Espirituales.

Cuando eso sucedió, Ryo ya recordaba sus días en la Academia cada vez más como un eco del Ryo del pasado. Ahora tenía algo más importante que hacer: asegurarse de que Sho iba a recuperarse del trauma que significó convertirse en un vampiro.

Y, sobre todo, asegurarse de que nunca más lo lastimaría como hizo con su indiferencia durante sus dos últimos años en la Academia, y en especial cuando este ingresó. Ahora que veía todo eso desde lejos, sabía la verdad. Había tratado de alejar a Sho de los duelos y de la Academia por un motivo: temía que desapareciera, que se desvaneciera en las sombras como lo había hecho Fubuki. No quería enfrentar el dolor de perder a un hermano por segunda vez en su vida.

Sin embargo, ahora podría hacer las cosas bien. Tenía una eternidad para asegurarse de eso.

La risa de Camula pareció resonar en las paredes del viejo castillo en reconstrucción. A final de cuentas, el Clan iba a resurgir con toda su fuerza una vez más. Que fuera en una época dominada por el escepticismo y los dogmas de la ciencia lo hacía mejor. Esta vez, quizá, los suyos podrían permanecer ocultos de los despreciables mortales.

Porque, eventualmente habría más. Así como otras especies sienten la necesidad de reproducirse, llegaría el momento en que los hermanos Marufuji querrían Engendrar a más como ellos. La soledad, el amor o, a veces, simplemente el deseo de que una mente no se extinga y se pierda en las brumas de la muerte, serían suficientes para llevarlos a ello… como a tantos otros de los suyos en el pasado.