Khaenri'ah se veía lúgubre por las noches, sus columnas de piedra y la infraestructura tan maciza y a la vez detallada le resultaban muy útiles a la mujer extranjera que caminaba entre sus muros, aprovechando distracciones y recovecos para esconderse de los ojos atentos de los guardias de la planta baja. Ella no podía decir que tenía tan buena vista como ellos, ya que solo poseía un ojo, el hueco donde alguna vez estuvo el otro se encontraba cubierto por un parche rojo del mismo tono que su vestido qipao.

Pero lo que le faltaba de vista le sobraba de agilidad y astucia; como un flexible gato trepó por los muros del castillo de Khaenri'ah aferrándose entre los espacios y piedras que sobresalían en las paredes, no sin antes haber metido las tiras del vestido entre su zona genital para que no oscilaran llamando la atención de los vigilantes. Entonces llegó al puente que unía una torre con otra y se arregló las ropas, caminando tranquilamente como si estuviese en su propio hogar.

Al ingresar a la torre pasó junto a alguien que no reaccionó a tiempo cuando ella levantó el brazo rebanándole la garganta de un solo tajo, y prosiguió escaleras abajo donde le habían dicho que se encontraba lo que tenía que robar de ese lugar. Como era de esperarse, aquel subterráneo, que más que una zona de recamaras cómodas parecía un típico calabozo, estaba completamente custodiado por guardias que debían cuidar la preciada "mercancía".

La mujer del parche retrocedió sobre sus pasos y tomó el cadáver del sirviente que había asesinado apenas segundos antes, arrastrándolo a gatas hacia el otro puente que conectaba la torre con una diferente a la que ella trepó en un principio; echó luego un vistazo rápido para saber si había más centinelas de los que habían matado previamente dos de sus tripulantes a punta de sigilosas flechas, por suerte no veía a más, así que se levantó levemente y dejó caer el cadáver al piso de abajo, gateando rápidamente hacia la torre donde estaba el calabozo al cual tenía que ingresar, para luego esconderse detrás de unos barriles mientras la mitad de los guardias salían a ver qué había pasado tras oír el estruendo de un cuerpo contra las baldosas de piedra.

Entonces sonaron los cuernos de alerta y los guardias se movilizaron dividiéndose para registrar dónde se habían metido los intrusos, cosa que aprovechó inmediatamente la mujer del parche para ingresar en la torre y bajar las escaleras, echando un vistazo antes de meter toda la cabeza; vio a unos guardias doblar en la esquina al final de los calabozos, ella se apresuró, corriendo para alcanzarlos antes de que se fueran por la salida secreta con su preciada carga. Uno de los soldados quiso girarse para ver si estaban siendo perseguidos por los invasores, así que la extranjera se arrinconó, escondiéndose, como un depredador acechando cautelosamente a su presa.

Sonrió cuando se dio cuenta de que iban a doblar por la cueva que ella y sus tripulantes habían especulado que sería su opción de escape, cosa que la relajó bastante porque todo estaba saliendo a pedir de boca. Caminó con el ojo cerrado mientras oía las exclamaciones de sorpresa y los gritos de guerra convirtiéndose en gritos de dolor, entonces escuchó los pasos de una mujer corriendo para alejarse de sus escoltas que estaban siendo asesinados, y ella la estaría esperando.

Se la encontró de frente, era alta, delgada, de piel blanca y un largo cabello azulado, cargaba un bulto envuelto en frazadas entre sus brazos, el cual abrazaba protectoramente mientras retrocedía viendo a la extranjera del parche desenvainando su espada negra con aplicaciones rojas. La mujer del cabello azul la vigilaba con desprecio, pero la intrusa notó fácilmente el miedo en sus ojos azules, no por sí misma, sino por lo que estaba protegiendo; con educación la extranjera esperó a que su rival colocara con delicadeza el bulto en el suelo, para luego dejar caer su capa orgullosamente mientras desenvainaba su propia espada.

Se notaba de sobra que era una noble, por su porte distinguido y la actitud honorable con la cual se presentaba en esa batalla; la mujer del parche en cambio era desgarbada, pero eso no le quitaba lo letal, no era importante la gracia ni los códigos en una pelea, lo que realmente importaba era ganar. La extranjera le siguió el juego durante unos minutos, cancelando cada ataque del filo de esa espada de platino con el filo rojo de la suya, fingiendo esforzarse para no hacerla sentir mal consigo misma.

Pero de un momento a otro la tipa del parche sacó a relucir sus verdaderas tácticas, pateando un puñado de arena hacia los ojos de la noble, para luego mover su espada hasta chocarla con la de platino como una mera distracción, solo para usar su daga oculta, clavándola justo debajo de la costilla, hacia arriba para perforar el corazón. La mujer del cabello azul abrió los ojos con dolor, y con horror por estar pensando en lo que significaría morir sin tener éxito en proteger lo que tenía que proteger; las dos escucharon un suave sollozo a sus espaldas, la noble quedó de rodillas tocando el costado de su caja torácica, como si eso fuese a evitar el inevitable desangrado.

Con la fuerza de su voluntad y amor, se levantó tomando la espada débilmente y enfrentando otra vez a la intrusa antes de que tomara a su tesoro; la mujer del parche suspiró con lástima y chocó nuevamente espadas con la noble, permitiéndole saborear un poco más de una batalla justa, hasta que elevó el cuchillo, cortándole la garganta para que al fin dejara de respirar. El sollozo se convirtió en llanto, la intrusa cerró el ojo mentalizándose para concretar esa misión sin sentir más compasión, después de ello tomó al bulto envuelto en mantas, y se lo llevó corriendo hacia la salida de la cueva.

Llevar la carga hacia el desembarco fue otra proeza caótica para ella, para su tripulación y los guerreros enviados por Liyue; no le prestaba atención a lo que ocurría a sus espaldas, ni si estaba perdiendo tripulantes o a unos insignificantes soldados, al ser la que llevaba el "encargo" tenía que ir por delante de todos, corriendo mientras los guerreros y sus fieles hombres la defendían para llegar a los botes. Rápidamente tiró el bulto dentro de un bote y se subió tomando los remos, esperó sólo un poco para que los tripulantes que venían cerca de ella subieran, y remaron desesperados para escapar de los enardecidos miembros del ejército de Khaenri'ah.

La única orden que les dictaban sus cerebros era remar al barco con los que alcanzasen a subir a los tres botes, la mayoría de los que quedaron en la orilla pidiendo que regresaran fueron los guerreros más tontos de Liyue, porque los inteligentes se quitaron la armadura y se lanzaron al agua para nadar hasta alcanzar los botes. De todos modos la mujer del parche y su tripulación se lamentaron viendo como un par de los suyos morían en el agua al recibir de lleno lanzas y flechas en sus espaldas.

A pesar de todo podían considerar esa misión un éxito total, tenían "el pedido" dentro del barco, solo restaba ponerse en marcha; pero era más sencillo decirlo que hacerlo, pues los navíos de Khaenri'ah los persiguieron kilómetros mar adentro. Con el dolor de sus almas tuvieron que tirar la carga más pesada para aligerar el barco y poder huir de una flota enorme que estuvo a centímetros de rodearlos por completo; muchos de los hombres de la tripulación estaban tan furiosos con las pérdidas materiales, que desquitaron su ira con "el bulto" robado de los muros del castillo de Khaenri'ah.

Tras semanas de viaje racionando la comida que tenían, tuvieron al fin un respiro de paz al meterse al Mar de Nubes, avistando en la distancia el puerto de Liyue; los tripulantes celebraron con júbilo el haber vuelto al hogar, tirando la poca pirotecnia que habían conservado luego de vaciar la embarcación para huir más rápido. Los fuegos artificiales que salían del barco llamaron la atención de los guardias del puerto pertenecientes al ejército de las mil rocas, que hicieron sonar cuernos y tambores las veces necesarias para avisar buenas noticias.

De esa manera los sirvientes del Pabellón Yuehai se asomaron mirando hacia el mar, apresurándose para despertar a los huéspedes y a una de las 7 estrellas de Liyue, quienes asesoraban al soberano de toda la región. Dicha mujer arregló su extenso cabello platinado y salió junto a sus invitados, montados en corceles para llegar rápidamente al puerto, aquellos animales estaban adaptados a las escaleras de la ciudad así que no tuvieron problemas con llegar al muelle y recibir lo que estaban esperando.

Sin embargo algunos de los huéspedes seguían confundidos, acompañando a su propio soberano sin haber recibido ninguna explicación previa; uno de ellos tenía el cabello rojo atado en una cola de caballo baja, y una barba espesa pero bien recortada que cubría su quijada. No era un caballero de su rey, pero sí que le era leal, aunque el aura de misterio de su monarca que iba sobre un caballo blanco lo hacía sentir incómodo y preocupado, sobre todo por esa falta de comunicación y la actitud poco seria del gobernante, que se notaba que era fingida para poder darle una sorpresa en ese viaje a Liyue.

Al llegar al muelle y bajar del corcel, la mujer de cabello claro y la del parche se acercaron mirándose con complicidad, por detrás venía la tripulación avanzando mientras mantenían rodeado al "encargo", hasta quedar a solo unos pocos metros de los visitantes, quienes eran los extranjeros en ese caso. El hombre pelirrojo miró a su rey, quien no había bajado del caballo, esperando explicaciones de su parte, pues todo ese secretismo lo estaba poniendo muy nervioso y tenía muchas cosas importantes que hacer en la tierra de dónde venían.

-Misión cumplida, aunque con algunas bajas, pero era de esperarse que algo así ocurriera - se excusó la capitana del parche, la mujer del cabello claro analizó el estado de la embarcación con la mirada.

-Bien hecho capitana Beidou, pero… tal vez necesite pedir un préstamo para reparar eso - le dijo con un tono insinuante apuntando la madera raspada.

-El Alcor está en una perfecta condición, y lo poco que hay que arreglar lo arreglaré yo misma, muchas gracias de todos modos señora Ninguang - pronunciaba la capitana reprimiendo las ganas de rechazarla con menor tacto - además ya bastante tengo con las multas…

-Podríamos negociar algunas formas de pagar las reparaciones - comentó por lo bajo Ninguang, Beidou levantó una ceja fijando su vista en el ceñido vestido blanco con bordados de oro de la mujer que tenía al frente, pensaba decir algo hasta que escucharon la tos fingida de otra persona.

-¿Dónde está? - preguntó la mujer en traje militar que tosió, su nombre era Frederica Gunnhildr, a su alrededor había un puñado de caballeros de Favonius, unos soldados que tanto en aspecto como en vestimenta no pertenecían a Liyue.

-Tráiganlo - ordenó Beidou a sus hombres, entonces los tripulantes llevaron a tirones a una figura muy pequeña y delgada, con una bolsa de tela sobre la cabeza.

-¿Cómo comprobamos que es él? - preguntó Frederica, a su lado el hombre pelirrojo observaba todo sin entender nada de lo que ocurría.

-¿Es… un niño? - se preguntó el pelirrojo, entonces escuchó una risueña risita proveniente de su rey, quien llevaba una capucha blanca al igual que su corcel.

-Quítenle la bolsa por favor - les pidió el soberano, entonces los miembros de la tripulación tiraron de la bolsa, revelando el rostro de un niño pequeño de piel morena, el cabello azulado y unos grandes, profundos y asustados ojos azules con un sub tono violeta muy característico de cierto linaje.

-No puede… - murmuró el hombre pelirrojo, anonadado y confuso mientras veía al pequeño, quien no dejaba de mirar desorientado el lugar en el que se encontraba, encogiéndose y temblando con miedo cada vez que algún marinero levantaba una mano.

-Así es maestro Crepus, el mismísimo Kaeya Alberich - dijo el rey mirándolo desde su corcel fijamente, el niño lloró en silencio, aterrorizado - príncipe de Khaenri'ah.

-Lo secuestraron… - susurró Crepus Ragnvindr, no podía dejar de pensar con empatía en lo desesperados que estarían sus padres por su desaparición - ¿Qué edad tiene?

-Está por cumplir los 4 años - le respondió Varka, el líder de los caballeros de Favonius; a Crepus se le revolvió el estómago de solo pensar en lo que él sentiría si su hijo estuviese en el lugar del príncipe de Khaenri'ah.

-¿No es una monada? - comentó Ninguang agachándose para mirar mejor al pequeño - pero está muy sucio, y maltratado ¿Acaso no lo alimentaron?

-Claro que lo hicimos, pero teníamos que racionar las provisiones mi señora - dijo el contramaestre.

-La prioridad era que llegase vivo a Liyue ¿No pensaron en lo que pasaría con ustedes si moría de hambre? - gruñó Frederica de forma amenazante, el rey movió las manos para indicar que se calmaran los ánimos, riendo jovialmente.

-Lo importante es que llegó sano y salvo - comentó el monarca, para luego fijarse en la sangre seca en la ropa del niño y sus marcas de moretones y rasmillones - bueno… al menos está vivo.

-¿No te pedí que lo cuidaras? - increpó Ninguang dirigiéndole la palabra a la capitana Beidou.

-No se me dan bien los niños, así que se lo encargué a mis hombres - le respondió Beidou, luego todos se fijaron otra vez en la sangre en el cuerpo y la ropa del príncipe, y la mancha de orina seca en sus pantalones - que al parecer tampoco se les dan bien…

-No es la forma de tratar a un príncipe, oye Baishi - dijo Ninguang llamando a una de sus secretarias - cuando lleguemos al Palacio de Jade, consigue ropa limpia para el niño, también habrá que bañarlo - agregó Ninguang mirando agachada al pequeño Kaeya, que aun con todo el miedo del mundo le mostró una tímida sonrisa a esa mujer por haber sido la primera persona amable que se había cruzado después de salir de Khaenri'ah.

-El maestro Crepus se encargará de darle un baño - ordenó el rey desde su corcel, Crepus Ragnvindr le miró desconcertado.

-¿Cómo dijo?

-Maestro Crepus, mi razón para traerlo aquí fue porque quiero que se encargue de cuidar al pequeño príncipe, usted es el único de mis hombres más fieles que tiene experiencia con los niños, en mis manos tal vez el príncipe no tendría cubiertas todas sus necesidades - le explicó el monarca, Crepus miró al niño, sintiéndose culpable por lo que estaba viviendo esa criatura indefensa - seguro ya le está despertando el instinto paternal.

-Mi señor… yo no sé si esto sea correcto… - comentó inseguramente Crepus, pero sus piernas por inercia se acercaron a Kaeya, para luego arrodillarse mientras depositaba sus manos en los delgados bracitos del príncipe de Khaenri'ah.

-No hay otra alternativa, es la única forma de "negociar" con el rey Alberich - se excusó el soberano, girando su corcel mientras dejaba caer su capucha blanca, al príncipe se le quedó grabada la imagen de las dos trenzas azules del monarca cayendo por delante de sus hombros - Liyue y Mondstadt pueden contra el grueso del ejercito de Snezhnaya, pero si Khaenri'ah se les unía como decían los rumores, tal vez nos habrían aplastado.

-Entiendo eso… - murmuró Crepus tomando delicadamente entre sus brazos a Kaeya, quien en un principio tuvo mucho miedo, hasta que sintió la actitud cálida y tranquila de ese hombre pelirrojo.

-Usted solo tiene que cuidar del príncipe, y también estaría cuidando la vida del pequeño Diluc ¿Suena fácil y seguro no? - dijo el rey, entonces Crepus Ragnvindr se levantó sosteniendo la cabeza despeinada del príncipe con una sola mano, era un tacto tan delicado como el de su madre, eso le dio muchísima paz a Kaeya.

-Sus deseos son órdenes.

Esa noche Crepus volvió a su habitación separándose del resto de los visitantes de Mondstadt, que junto a su rey Barbatos, a quien llamaban confianzudamente "Venti" tuteándolo y tratándolo más como una celebridad que como un monarca, armaron una improvisada celebración con vino de las cosechas de la familia Ragnvindr, y vino de arroz local. Kaeya seguía llorando temblorosamente, pero sin hacer ruido, distrayéndose un poco con la cola de caballo rojiza de Crepus, la cual tocaba suavemente aguantando el impulso de querer darle jalones.

El señor Ragnvindr lo llevó al cuarto de baño, el estanque cuadrado estaba listo para recibir el cuerpecito desnudo y sucio del príncipe; Crepus tomó jabón y lo restregó contra la piel llena de golpes y costras del pequeño Kaeya, limpiando la suciedad que los días de maltratos y negligencias dejaron en el infante. Desde ese cuarto podía oír la música de su rey y las risotadas y ovaciones de los caballeros de Favonius y la tripulación del Alcor, ebrios y felices por el "éxito" de la misión; él siendo un padre de familia no lograba entender como el secuestro de un niño pequeño podía ser motivo de celebración, ni mucho menos después de que todos fueron testigos de lo golpeado que venía el pobre príncipe de Khaenri'ah.

Crepus observó al pequeño y le sugirió limpiar por sí mismo sus partes privadas mientras él iba con las secretarias para pedir su cambio de ropa; Kaeya no contestó, solo miró hacia abajo con sus tristes ojos azules y asintió. Entonces el señor Ragnvindr salió de la habitación y pasó sin hacer ruido por el salón donde los reyes de ambas naciones compartían una entusiasta celebración con Beidou y los huéspedes de Mondstadt; Ninguang y la capitana se besaban de forma tan inapropiada que Crepus agradeció que el pequeño príncipe estuviera en el cuarto de baño, el resto de las personas alentaban a ambas mujeres a continuar sin restricciones.

El rey Venti también estaba actuando inapropiadamente, tocando su arpa semi desnudo sobre la mesa donde estaba el banquete y el vino; por suerte Varka y Frederica estaban más lúcidos, charlando con el contramaestre de la embarcación sobre todo lo ocurrido en Khaenri'ah, los escuchó mencionar que los habitantes de esa nación tenían al menos otra semana de luto en honor a la reina caída el día del secuestro. El señor Ragnvindr se lamentó en silencio, no sabía si Kaeya era consciente de la muerte de su mamá, pero de todos modos sería realmente duro tener que contarle ese suceso; rogaba que el conflicto con Snezhnaya se solucionase pronto, para poder devolver al príncipe con su padre biológico sano y salvo.

Pero siendo realistas, aun si devolvieran al niño, Mondstadt y Liyue habían manchado para siempre su relación con Khaenri'ah por causa de la muerte de la reina, aquello le dejaba muy pocas esperanzas a Kaeya de regresar algún día a su hogar. Sea como fuese, Crepus tenía una orden que cumplir, por lo que se alejó del salón de fiestas para ir a la primera planta con las secretarias, que ya tenían listos no uno, sino toda una maleta con cambios de ropa para el príncipe.

El señor Ragnvindr regresó al cuarto de baño con una toalla para el pequeño, que estaba sumergido hasta la nariz, cabizbajo y quieto mientras las gotitas que salían de sus ojos creaban ondas en el agua; Crepus tragó saliva lamentando el estado emocional de Kaeya, para luego acercarse a él y tomarlo de las axilas para envolverlo y secar su cuerpecito lastimado. Al pasar la toalla sobre la piel del príncipe, Crepus se dio cuenta de que sus costillas comenzaban a notarse por la malnutrición que recibió abordo del Alcor, así que se asomó por la puerta y le gritó a un sirviente que trajera comida blanda y ligera para alimentar a un niño pequeño.

Ese servicial criado trajo toda una bandeja con una variedad de alimentos blandos como tofu de almendras, sopa y bollos, luego de vestir a Kaeya, el señor Ragnvindr lo sentó en su regazo y le dio de comer, al principio el niño se veía reacio a consumir una comida que desconocía, pero cuando Crepus comenzó a jugar con él moviendo la cuchara y pidiéndole que "le abriera la puerta", el pequeño príncipe se sintió persuadido y se dejó alimentar. Aquellos sabores suaves no le disgustaron, por lo cual comió hasta llenar su estómago, Crepus sonrió con ternura, Kaeya era un niño sumamente adorable, tanto como su hijo Diluc al cual había tenido que dejar en Mondstadt al cuidado de su mayordomo. El pelirrojo palpó suavemente el estómago del pequeño y le preguntó si estaba satisfecho, el príncipe asintió, todavía no hablaba, pero se sentía muchísimo más seguro en manos del señor Ragnvindr.

Luego de un rato abrazándolo con dulzura mientras la comida bajaba por completo a su estómago, Kaeya levantó la mirada para ver con detención a Crepus, su cabello le llamaba la atención, su barba también era llamativa, así que el principe levantó sus pequeñas manos para tocarla. El señor Ragnvindr cerró los ojos con el corazón derretido, después de un rato mimándolo, le sugirió a Kaeya que durmiera porque al otro día tendrían que viajar a Mondstadt; el niño lo observó confundido, y rompió su silencio preguntándole que era Mondstadt.

Crepus le explicó que era una nación un poco lejana, de donde él venía, Kaeya seguía confuso, podía entender que era un país, pero no sabía porque él también tenía que ir allí; quizás aún era demasiado pequeño como para entender su razón para haber sido secuestrado, por lo que el señor Ragnvindr se limitó a decirle que sería temporal y que cuidaría de él hasta que el rey lo dejase ir para entregárselo a su padre biológico. Los ojos azules del príncipe volvieron a brillar con aflicción al pensar en su madre, Crepus evitó verlo para no llorar; entonces Kaeya preguntó en voz baja y acercándose a su oído si la mujer del parche iría también en ese viaje.

El pelirrojo respondió que no, que Beidou volvería a embarcarse y que tal vez sería la última ocasión en la que se cruzarían con ella; Kaeya agachó la mirada, el solo recuerdo de esa mujer lo hacía temblar de miedo. Crepus le pidió que ya no pensara en eso, y lo tomó en sus brazos para meterlo a la cama junto a él, para así poder abrazarlo mientras dormía; el príncipe se calmó al recostar su cabeza sobre el pecho de esa persona que tan solo hacía una hora era un completo desconocido para él.

Luego de otra hora de sueño, el señor Ragnvindr abrió los ojos, palpando el espacio de la cama donde debería haber estado Kaeya; se sentó de golpe preocupado, hasta que notó que la ventana de su habitación estaba abierta. Kaeya miraba de rodillas el cielo estrellado, la luna era azul esa noche, su brillo frio lo bañaba de una luz tenue que le recordó a los ojos de su madre, quería preguntarle al señor amable qué era la muerte, y por qué le daba tanto miedo pensar en eso; pero incluso el deseo de preguntar lo aterraba, al igual que lo aterraban todos en ese desconocido lugar.

Crepus se acercó a él y lo cargó en sus brazos, cerrando las ventanas con una sola mano; lo llevó de vuelta a la cama y le dio una suave caricia en su infantil y triste rostro, prometiéndole de corazón que lo protegería con su vida. Kaeya cerró los ojos dejando salir las lágrimas contenidas, el señor Ragnvindr secó sus mejillas con los pulgares y lo besó en la cara, en los recuerdos del niño aparecía su madre mimándolo de la misma forma, pero, no podía recordar a su padre haciendo algo así, de hecho, solo recordaba su espalda alejándose; era muy diferente a Crepus.

-¿Quién es él? - preguntó el pequeño Diluc frunciendo el entrecejo cuando su padre llegó en compañía de otro niño que no conocía.

-Su nombre es Kaeya… vivirá aquí a partir de hoy - le explicó vagamente el señor Ragnvindr, el pequeño príncipe estaba parcialmente escondido detrás de su pierna, mirando temeroso pero curioso al otro niño en el recibidor, tenía un largo cabello rojo e intenso, idéntico a su padre.

-¿Aquí? - cuestionó Diluc con los puños en las caderas, como regañando a su padre.

-Será como tu nuevo hermanito, mira el lado positivo, tendrás alguien con quien jugar ¿No suena divertido? - decía nervioso intentando cambiar su enfoque, Diluc miraba fijamente a Kaeya, su cabello era distinto, sus ojos también, hasta el tono de su piel era diferente al de él y su padre, por eso emitió un quejido de incredulidad cuando Crepus le sugirió que lo tratara como su hermanito.

-Yo no pedí - respondió Diluc antes de que su padre tosiera con fuerza para llamarle la atención.

-Se educado… - le pidió en voz baja, su hijo relajó su carita de enfado y se cruzó de brazos sin decir más, cumpliendo la regla de ser amable con desconocidos.

A pesar de la desconfianza que le causaba tener a ese niño raro en su casa, Diluc no tuvo más opción que aceptarlo, el señor Ragnvindr había pensado que Kaeya podría dormir provisionalmente con su hijo biológico, pero dada la actitud del mismo, la primera noche no le quedó de otra más que dormir con el príncipe, tal y como en las noches durante su viaje rumbo a Mondstadt. Su hijo apareció a las 5 de la mañana abriendo la puerta de su cuarto, y jadeó algo indignado al ver que ese niño desconocido estaba en esa cama durmiendo mientras su padre lo abrazaba.

Diluc se acercó refunfuñando y gateó sobre las sabanas, colocándose en medio de su padre y Kaeya; Crepus aguantó las ganas de reír con ternura al darse cuenta de su actuar, y cuando su hijo biológico se durmió otra vez, lo tomó delicadamente entre sus brazos para colocarlo al otro lado, de esa forma podía abrazarlos a ambos por igual. Al amanecer el señor Ragnvindr roncaba durmiendo profundamente, el primero en despertar fue Diluc, se dio cuenta de que su padre lo había movido, pero al menos también lo estaba abrazando; luego fijó sus ojos en el príncipe, seguía sin entender porque tenía que vivir con ellos, cuando le dijeron que su padre estaba de vuelta, planeó muchas actividades para jugar con él, que no incluían a una tercera persona.

Le molestaba que los adultos hicieran esos cambios de última hora, a veces quería ser un adulto también para poder tomar todas las decisiones; no le restaba más que resignarse a la presencia de ese niño extranjero. Kaeya se removió, abriendo poco a poco sus ojos, Diluc se tensó, preguntándose por un momento si debía saludarlo o fingir que seguiría durmiendo; fue muy tarde para él, pues el príncipe encontró su mirada al despertar por completo.

El silencio era incomodo, Diluc seguía cuestionándose si tenía que decirle "buenos días", Kaeya tampoco decía nada, solo lo observaba con sus grandes ojos de un color muy llamativo para su nuevo hermano, no sabía si identificarlos como azules o violetas, pero lo que si sabía es que eran muy diferentes a los suyos. El príncipe contemplaba los ojos rojizos de Diluc, también veía su extenso cabello rojo, él también quería un cabello como aquel; a su hermano empezó a disgustarle que Kaeya no dijera nada, que únicamente se limitara a verlo directo a la cara, con sus pequeñas manos posadas sobre el pecho de su padre empuñándolas de forma intermitente sobre la camisa.

Diluc siguió tan callado como el príncipe, limitándose a observarlo con desconfianza; pronto los parpados de Kaeya comenzaron a pesarle, su hermano se lamentó en el fondo que estuviera cerrando sus ojitos, había algo en ellos que le llamaba mucho la atención, y quería seguir viendo. Sin embargo Kaeya finalmente se durmió otra vez, tan tranquilo y lindo que parecía un ángel; Diluc por un impulso extendió una de sus manos para sentir su mejilla, era blanda y cálida, con una piel muy suave; hasta el momento la mayor desventaja de su nuevo hermano era que aparentemente "no hablaba", pero todo lo demás le gustaba mucho a Diluc.

Después de un tiempo cuando Kaeya empezó a hablar con mayor confianza, Diluc deseó nunca haber pedido que lo hiciera, pues a veces le resultaba demasiado irritante; cuando jugaban con los juguetes de Diluc, el príncipe con terquedad quería apoderarse de ciertos juguetes que su hermanastro también deseaba usar, y lo acusaba a Crepus mientras lloriqueaba, solo para hacer una expresión burlona después. El señor Ragnvindr se cansó de sus discusiones y la poca capacidad de compartir que ambos niños tenían, por lo que, además de regañarlos cuando llegaban a los extremos, también comenzó a comprarle sus propios juguetes a Kaeya, para evitar que Diluc se sintiera desplazado por él.

Al menos cuando jugaban a las escondidas y a saltar la cuerda si solían estar en mejores términos, Crepus y Elzer, uno de los trabajadores del viñedo del clan Ragnvindr, se les unían en sus juegos cuando los niños estaban en buena armonía. En una ocasión a ambos adultos se les ocurrió la idea de que tal vez les sería de mucha utilidad a los pequeños comenzar a practicar juntos esgrima y defensa personal, usando armas de madera, ya cuando crecieran un poco más les permitirían aumentar el nivel de los entrenamientos.

Crepus gestionó el contactar a un maestro de esgrima, que llegó en un par de días a su residencia; Kaeya y Diluc corrieron con entusiasmo, cargando sus espadas de madera, había mucha ilusión en sus rostros. Sin embargo, el hombre enviado se enserió al observar al joven príncipe con su inofensiva espada de juguete, y llamó al señor Ragnvindr para explicarle algo al oído; la expresión de Crepus cambió al instante, sus hijos se miraron los unos a los otros sin comprender.

A pesar de que el padre le pidió a aquel tutor que no le dijese nada del asunto a Kaeya, este pronunció en voz alta que por órdenes del rey Barbatos, debía dejarle claro al pequeño príncipe que no podía tomar clases de esgrima con él, ni con nadie. Kaeya los miró confundido y decepcionado, Diluc selló sus labios, muy incómodo por lo que oyó, entonces ese maestro prosiguió diciendo que eran órdenes directas de la corona, y que el príncipe de Khaenri'ah tenía rotundamente prohibido aprender a usar cualquier arma, y asistir a los entrenamientos ni siquiera en calidad de espectador.

Era la primera vez que Diluc escuchaba el título nobiliario de Kaeya, "príncipe de Khaenri'ah", esas palabras sonaban sin parar en su cabeza, ignorando la mirada de profunda tristeza en su hermano, mientras era llevado por Elzer en sus brazos para alejarlo de la zona de entrenamiento. El maestro de esgrima les pidió que se detuvieran un segundo, solo para poder quitarle a Kaeya su espada de madera, diciendo posteriormente de forma frívola que tampoco tenía permitido usar armas de juguete y objetos corto punzantes, salvo y como única excepción a la hora de la comida.

Crepus sintió tanta compasión por su hijo adoptivo que abandonó la zona de entrenamiento, Diluc lo siguió con la mirada, decepcionado de que su padre decidiera irse con Kaeya en vez de quedarse a ver su primer entrenamiento. El señor Ragnvindr llegó a la bodega, donde Elzer había sentado a Kaeya mientras intentaba decirle algo para consolarlo, pero el príncipe no quería oírlo, solo permanecía sentado, abrazando sus rodillas mientras lloraba enrabiado y desilusionado; su padre adoptivo le pidió a Elzer que los dejase a solas, este asintió y se fue, dejando que Crepus se sentara junto a su pequeño para tocarle la cabeza gentilmente.

Kaeya lloraba en silencio, pero se notaba muchísimo que seguía muy enojado y frustrado; tras abrazarlo unos minutos para apaciguar su rabia, el señor Ragnvindr logró hacer que el príncipe hablara para preguntarle algo en voz baja. Su pregunta, tal y como esperaba Crepus, estaba relacionada al hecho de porque el rey no lo dejaría jugar con espadas, aprender esgrima o siquiera observar la pelea de entrenamiento de su hermano; su padre adoptivo se tocó la nuca buscando una forma de evadir el tema, aún consideraba muy pequeño al príncipe como para decirle algo sobre su posición en Mondstadt, por lo cual inventó que, como él era un príncipe, el rey Barbatos quería protegerlo, así que no le permitiría usar nada que le hiciera daño.

Aquella fue la mentira más grande que se le pudo ocurrir, pero Kaeya se quedó pensativo y se resignó a aceptar esas órdenes del rey Barbatos, creyendo fielmente en las palabras del señor Ragnvindr. Crepus suspiró, en el fondo sabía que algún día su príncipe se enteraría de la verdad, lo único que pedía era que su soberano le diera más tiempo, para poder cuidarlo y darle una vida feliz el tiempo necesario; le parecía tan pequeño y frágil que le aterraba imaginárselo viviendo la verdadera vida de un rehén.

Pasaron los meses, mientras Diluc se entretenía muchísimo con sus armas de madera, entrenando sin parar por un genuino gusto, Kaeya tenía que conformarse con charlar elocuentemente y a veces jugar y molestar a los sirvientes del viñedo. Por suerte nadie se enfada a con él cuando hacía eso, de hecho algunas de sus bromas hacían reír al afectado en cuestión; todos los adultos dentro de los dominios del señor Ragnvindr eran conscientes del origen de Kaeya, y verlo feliz los hacía sentir tranquilos, porque nadie quería que ese pequeño supiese su razón para estar en Mondstadt, él no tenía la culpa de que su padre biológico haya conspirado con Snezhnaya a espaldas de Mondstadt y Liyue.

Al paso de una semana, Crepus tomó a sus hijos y fue con ellos en su carruaje hasta el centro de la ciudad de Mondstadt, Kaeya observaba curioso como dejaban los árboles atrás, para adentrarse en calles adornadas con papeles coloridos, donde la música se oía en todas partes y el olor a pan y pasteles recién horneados llenaba sus fosas nasales. Era la primera vez que sería participe del festival Ludi Harpastum, por cualquier rincón veía niños jugando, riendo y correteando libres; el príncipe se removió en su asiento, inquieto por las ansias de bajar de la carroza para mirar todo más de cerca.

Diluc no se veía tan entusiasmado por la cantidad de personas allí, pero si le agradaba la música y los colores llamativos, ese festival estaba pensado para que los niños fuesen los protagonistas, había juegos y puestos de chucherías en cada esquina, cosa que sólo ponía más inquieto a Kaeya. El señor Ragnvindr fue el primero en bajar, preparado para tomar las manos de sus pequeños, dejándose tironear por ambos; el problema surgió cuando Diluc quiso ir a ver un circo de títeres, y Kaeya quería unirse a un grupo de niños que jugaban con lazos y aros, al estar en direcciones contrarias, tiraron de los brazos de Crepus, discutiendo sin parar mientras el padre aguantaba en medio de ambos, rogando compostura.

En eso, los niños escucharon el sonido de un arpa desde lo alto, que los hizo detenerse y mirar hacia arriba; en uno de los techos de las viviendas alrededor de la plaza, estaba nada más y nada menos que el propio rey, disfrazado con un traje verde de bardo, tocando su instrumento mientras cantaba a viva voz. Los niños se asombraron al verlo saltar del techo directamente al de un carruaje en movimiento, para luego saltar una vez más, sujetándose a un poste mientras bajaba girando a su alrededor; era tan ligero como un gato, y aparentaba muchísimo menos edad de la que tenía, como un jovenzuelo más.

El rey Barbatos continuó cantando alegremente, saltando de un sitio a otro, sonriéndole a los niños mientras jugueteaba en medio de la plaza; tenía algo hipnótico que hizo que muchos de los pequeños lo siguieran corriendo y riendo; los ojos de Diluc brillaban con ilusión, sin embargo Kaeya por alguna razón no se sentía tan tranquilo al verlo. Por instinto se escondió detrás de la pierna del señor Ragnvindr, mirando receloso al monarca, con sus ojos azules brillando con la misma tristeza que aquel día en que fue secuestrado.

Crepus y los demás adultos reverenciaban cortésmente a su soberano, pero los niños todavía no comprendían muy bien en que se diferenciaba "Venti el bardo" de los demás habitantes de Mondstadt, así que sus formas de saludarlo era con abrazos y besos en la mejilla, que el monarca recibía encantado, casi tan adorable como los propios infantes. Diluc se acercó corriendo para saludar, Kaeya miró a su padre adoptivo con preocupación, este le tocó suavemente la cabeza y le dijo que estaba bien si no quería ir con su hermano.

No obstante, fue el propio rey Barbatos quien se acercó saltando mientras tocaba su arpa, girando alrededor del señor Ragnvindr y Kaeya, saludando con su voz melódica; el príncipe se encogió escondiendo más su rostro contra la pierna de Crepus. Se sobresaltó bastante cuando el monarca le agarró la mano, alejándolo a saltos y trotes de su padre adoptivo, cantando y riendo para llevarlo al centro de la plaza; entonces lo dejó en medio mientras lo rodeaba haciendo más música, los niños coreaban y aplaudían siguiendo su ritmo, Kaeya se sintió encerrado, pero, no podía decir que le parecía aterrador, de hecho, empezaba a creer que toda esa gente cantaba para él, como dándole la bienvenida.

El señor Ragnvindr no veía buenas intenciones en Venti, por eso trataba de armarse paso entre la multitud para detenerlo, fueran cuales fueran sus motivos para llevarse a su pequeño. Cuando llegó al lugar donde se suponía que estaba Kaeya, no halló nada más que una multitud, Diluc llegó corriendo a su lado, diciéndole que el bardo se iba a tomar un descanso y que él quería aprovechar para ver la función de títeres; Crepus levantó más la cabeza con nerviosismo, entonces vio a Barbatos y al príncipe, sentados en una banca mientras charlaban tranquilamente, Kaeya sonreía y gesticulaba con sus manos como si le estuviese contando algo muy imaginativamente, Venti sostenía su propia quijada con la palma de la mano, sonriendo con los ojos cerrados, como si sintiese ternura.

Por la insistencia de Diluc y la aparente tranquilidad en su rey y en Kaeya, el señor Ragnvindr cedió ante la presión de su hijo biológico, y lo siguió, mirando de vez en cuando hacia atrás con preocupación por su otro retoño. Entonces el monarca sacó una botella de vidrio que llevaba en su bolso, el príncipe la miró con curiosidad mientras Barbatos se empinaba el contenido como si fuese agua fresca.

-¿Eso es vino? - preguntó Kaeya, Venti rió antes de secarse la boca con su manga.

-Si lo es, seguro te resultó familiar porque vives con el maestro Crepus ¿Me equivoco? - respondió el rey, Kaeya ladeó la cabeza, iba a preguntar cómo es que sabía eso, hasta que a sus memorias llegó aquel día en que arribó en las costas de Liyue; reprimía demasiado esos recuerdos, por eso no asociaba rápidamente que Barbatos estuvo allí.

-Si… hay mucho vino en su casa, pero está en barriles muy grandes - le respondió el príncipe abriendo los brazos para ejemplificar el tamaño de los barriles.

-Aww, debe ser un paraíso… - comentó Venti para luego beber un poco más - el vino es un manjar de los dioses, pero los niños solo pueden beber jugo de uva ¿Lo has probado? - preguntó, al instante Kaeya sacó la lengua haciendo un gesto de disgusto.

-¡Lo odio! - dijo enérgicamente, Barbatos se echó a reír.

-¡Eres el primer niño que conozco que odia el jugo de uva! ¿Por qué no te agrada?

-Es demasiado dulce.

-Increíble, también eres el primer niño que conozco al que no le gustan las cosas excesivamente dulces, interesante… - dijo el rey, Kaeya lo contemplaba mientras Barbatos tragaba más vino, a veces veía que su padre adoptivo y los sirvientes también bebían copas de vino mientras charlaban y reían, al príncipe le llamaba mucho la atención cuando las conversaciones se hacían más fluidas entre ellos, como también le agradaba que parecieran más felices.

-Ya quisiera ser adulto… - murmuró Kaeya, Venti sonrió.

-¿También te atrae el vino? No te culpo - pronunció el monarca mirando cálidamente al pequeño príncipe - es toda una maravilla, a diferencia de los mortales como nosotros, puede pasar 100 años sin perecer, su expectativa de vida es eterna - comentaba Barbatos ante la mirada confundida de Kaeya - tu expectativa de vida en cambio es bastante corta, incluso entre los demás niños de Mondstadt.

-¿Qué es expectativa de vida? - preguntó el príncipe sin captar la intencionalidad en las palabras del rey.

-Es difícil de describir, pero se resume en los años que tenemos de vida - le explicó el soberano, Kaeya agitó la cabeza tratando de procesar esa información - por ejemplo, podríamos decir que la expectativa de vida de un ciudadano promedio en Mondstadt es de 80 años, y que la expectativa de vida de tu mami fue mucho más corta de la esperada - continuó Venti, removiendo un recuerdo reprimido en la mente de Kaeya, que lo hizo contraer sus pupilas aterrorizado y dolido.

-Entonces… - susurró agachando la mirada, Barbatos no borraba su sonrisa dulce, y cínica - ¿La expectativa de vida es cuánto tiempo vivirá una persona?

-Exacto, en Mondstadt lo normal es que las personas mueran después de los 80 años, pero claro, hay excepciones - decía el rey con su voz cantarina - probablemente tu vivas hasta los 20, puede que más, puede que menos, eso dependerá de lo que pase con Snezhnaya y Khaenri'ah - pronunció mientras Kaeya contaba con sus deditos, aún no aprendía del todo bien el nombre de cada número, pero sabía que para llegar a 20 tenía que levantar dos veces todos sus dedos; no era mucho bajo su perspectiva.

-Pero… yo quiero vivir más… - murmuró entristecido, Venti reprimió su deseo de reír a carcajadas.

-Bueno… yo sé un secreto, que solo saben los adultos - le dijo Barbatos haciéndole señas para que se acercara y así poder decirle algo al oído, Kaeya hizo lo esperado, pues se veía algo temeroso de vivir pocos años - verás, algunos adultos bebemos una copa de vino por las mañanas, porque eso ayuda a que nuestra salud mejore.

-¿De verdad?

-Si, en otras palabras, beber vino puede aumentar la expectativa de vida de una persona - finiquitó Venti, el príncipe miró con ansiedad la botella que llevaba el monarca, y este sonrió burlón - no puedes beber, eres solo un niño.

-Pero… - susurró Kaeya atemorizado y triste, Barbatos acarició su mejilla gentilmente, fingiendo compadecerse.

-No debería hacer esto… pero… - murmuró Venti dejando la botella de pie junto a la banca - seré un adulto responsable y dejaré esta botella "vacía" aquí… - dijo el rey levantándose y guiñando un ojo, Kaeya lo siguió con la mirada mientras se iba, tardando un poco en captar su idea; entonces él también se levantó y tomó el cuello de la botella, aún había al menos un cuarto del líquido inicial, y el príncipe lo observaba angustiado, sabía que estaría mal, pero se había convencido de que eso lo ayudaría a no morir a la edad que Barbatos le dijo que moriría.

En las zonas periféricas del festival, la gente se quedaba mirando al niño que caminaba desorientado y tambaleante, no querían pensar mal, preferían que fuese un simple mareo por los juegos, pero se preocuparon ante la posibilidad de que el pequeño hubiese bebido alcohol por accidente. Una mujer se le acercó para preguntarle si estaba bien, entonces otro adulto tomó la mano de Kaeya y le dijo a la señora que el pequeño era su hijo, y que estaba demasiado cansado por los juegos, así que lo llevaría a casa.

Por un momento el príncipe asumió que era Crepus, lo miró hacia arriba, pero su vista estaba demasiado borrosa para identificarlo; de todos modos la mujer se alejó dubitativamente, dejándolo con aquel tipo, mientras caminaban con tranquilidad hacia las calles más vacías alrededor del festival. Kaeya se dejaba llevar, su mente no se conectaba bien con su visión, todo lo percibía como si estuviese flotando, no diferenció entre el hecho de estar caminando y ser levantado por ese adulto para andar más rápido.

El movimiento acelerado que lo hacía saltar le agitó la cabeza hasta que recuperó algo de su estado consciente, entonces al fin notó que quien lo llevaba en sus brazos no era el señor Ragnvindr, sino un completo desconocido, que corría agitado cargándolo en sus brazos. El príncipe abrió los ojos de par en par y se retorció asustado, junto a él y ese tipo también corrían otras dos personas, vestidas con capuchas que se mezclaban con el color de las paredes en Mondstadt.

Kaeya gritó la palabra "papá", las tres personas lo hicieron callar chistándolo, confusos y muy tensos, el príncipe siguió llamando a Crepus hasta que el hombre que lo llevaba en brazos le cubrió la boca con su mano, pidiéndole que se calmara. Pero el niño tenía mucho miedo y empezó a llorar, mientras una mujer que estaba en el grupo trataba de calmarlo y explicarle que no iban a hacerle daño, que lo llevarían a un bote para regresar con su padre.

En el festival Crepus buscaba a Kaeya con Diluc en sus brazos comiendo una paleta, lo llamaba a gritos comenzando a entrar en pánico por no verlo en ninguna parte, Venti lo escuchó, se levantó y subió a un poste, echando un vistazo desde lo alto. Se suponía que el príncipe debería haber estado formando un escándalo, o que debería haberse quedado dormido en el piso, pero no podía verlo por ninguna parte, y tal y como el señor Ragnvindr, se alertó, pero por una razón muy distinta.

Rápidamente bajó para ir corriendo hacia el inspector Eroch de los caballeros de Favonius, informándole con secretismo que el príncipe había desaparecido, pero que debían dividir a las fuerzas discretamente sin detener el festival. Eroch asintió y reunió sin demora a los demás caballeros que estaban custodiando el festival, Barbatos seguía recibiendo atención de los niños de Mondstadt, por lo cual para no alarmarlos y poder unirse a la búsqueda, se despidió de todos con un truco de magia en el cual sacó dos pequeñas bombas de humo para desaparecer de la vista de los niños, de una forma espectacular y divertida.

Los tres encapuchados se desplazaban rápidamente por las calles de la ciudad, escondiéndose en los callejones y barandas cada vez que alguno de los caballeros de Favonius pasaba cerca; Kaeya no paraba de llorar y sollozar, confundido y desorientado, tal y como lo hizo cuando la tripulación del Alcor lo secuestró; el hombre que lo tenía en sus brazos estaba obligado a cubrirle la boca con fuerza para que el príncipe no delatara su posición. Si todo salía bien se esconderían en casa de la informante de Khaenri'ah que residía en Mondstadt, para luego meterse en el sistema de alcantarillado en el subsuelo y cruzar sus grandes muros por debajo, remando en un bote por el enorme "Lago de Sidra" que rodeaba la ciudad, hacia el noroeste donde el lago se conectaba con el mar.

La idea inicial era esperar el momento preciso para que el príncipe se alejara de su cuidador, y explicarle tranquilamente que estaban allí para rescatarlo, pero no contaron con que el pequeño sería víctima de una negligencia tan grande como verse expuesto al licor; en ese estado era difícil que entendiera, y que no se sintiera aterrado. La mujer del grupo miraba a Kaeya muy apenada, pensaba que seguro había sufrido mucho en su paso por Mondstadt y Liyue, ella y sus compañeros tenían la esperanza de que ese apresurado plan diera resultado, así podrían sanar las heridas de su pequeño príncipe, y de paso ser recordados como héroes.

Crepus dejó encargado a Diluc al senescal de la iglesia de Favonius, Seamus Pegg, que acompañaba a su hija Jean en el festival, de esa manera pudo ir en busca de su otro hijo en paralelo con el rey y los caballeros; Venti y Eroch se dividieron en dos grupos, los cuales ellos mismos volvieron a dividir una segunda vez. El señor Ragnvindr no buscaba de forma sigilosa a Kaeya a diferencia de los demás, él gritaba su nombre, llamándolo con los nervios de punta y un evidente pánico en su voz, la cual el príncipe logró oír desde su posición.

El grito desgarrador de Kaeya fue ahogado contra la mano de su compatriota, que además de taparle la boca, también lo apretaba para sujetarlo, algo que sólo hacía que el príncipe llorase aún más desesperado; un grupo de caballeros de Favonius pasó cerca y los infiltrados de Khaenri'ah tuvieron que agacharse arrinconados entre dos edificaciones. Kaeya se retorcía sin control, escuchando a lo lejos a su padre adoptivo llamándolo con la voz quebrada, preguntando una y otra vez a los pocos ciudadanos que no estaban en el festival si habían visto a su pequeño.

Entonces, luego de varios movimientos incesantes, el príncipe logró zafarse un segundo para gritar a todo pulmón: "¡Papá!"; eso provocó que rápidamente los agentes de Khaenri'ah le cubrieran la boca, escuchando acercarse una caballería. Los cascos de los caballos estaban cada vez más cerca, y ellos tuvieron que escabullirse agachados para tratar de no ser atrapados; Crepus había oído el grito de Kaeya, y con ello supo inmediatamente que estaba en problemas, así que comenzó a correr, siendo vigilado desde lo alto por el rey Barbatos.

El grupo corría maldiciendo en voz baja, el príncipe ya no se sentía casi inconsciente por el vino, en esos instantes todos sus sentidos estaban alerta, como si sintiera que moriría ya fuese en manos de esas personas, o de alguien más, pues estaban corriendo de algo que él en su imaginación infantil creía que se trataba de un monstruo. De pronto, el hombre que lo llevaba en brazos se detuvo de forma tan inesperada que Kaeya se atrevió a mirarlo a la cara; él no se daba cuenta, pero su dulce rostro de niño estaba manchado con sangre fresca, mientras observaba en shock el cuello de ese hombre, atravesado horizontalmente por una flecha de punta dorada.

Ambos cayeron de bruces al suelo, el príncipe gritó adolorido y asustado, y abrió los ojos, viendo como Barbatos apuntaba con su arco, parado sobre una enorme caja de cargamento, lanzando nuevamente una flecha al talón del otro hombre del grupo, que cayó de rodillas, gritando con las manos levantadas en señal de rendición, justo cuando un caballero montado a caballo pasaba corriendo con su espada hacia abajo, para luego rebanarle el estómago de un solo tajo. La mujer había intentado salir corriendo, estaba completamente rodeada y Eroch se encontraba listo para darle un golpe de gracia, hasta que desde la cima el rey dio una orden: "no la maten, necesitamos que alguien envíe un mensaje a Khaenri'ah".

Venti saltó al suelo, Kaeya miraba horrorizado el cuerpo del infiltrado, con la cara llena de gotas de sangre y su ropa igual de sucia; Barbatos se puso en cuclillas delante de su cara, sonriendo de oreja a oreja, el niño estaba muy choqueado, de repente el monarca volvía a transmitirle muchísimo miedo, y Venti saboreaba ese miedo con una tranquilidad abrumadora. El soberano dio una nueva orden sin alzar tanto la voz, pidió que sujetaran a Kaeya y se lo llevarán a los cuarteles junto a la infiltrada, a quien tomaron de los cabellos, arrastrándola desde un caballo mientras ella pataleaba gritando de dolor.

Kaeya no recordaba haber sido golpeado tanto desde su paso por el Alcor, uno de los soldados lo lanzó con una fuerza demasiado inapropiada para un niño, estrellándolo violentamente contra el piso de piedra de una mazmorra en el cuartel de los caballeros de Favonius. De la misma forma lanzaron a la mujer que había sobrevivido, entonces apareció Varka para unirse a Barbatos y Eroch dentro de ese cuarto cerrado con una maciza puerta de madera.

Crepus siguió los gritos y quejidos de su pequeño, siendo guiado a los cuarteles, a los que ingresó sin preguntar, dando empujones a quienes intentaban detenerlo; su instinto paternal lo tenía hecho una fiera, que solo quería tomar a su cría para llevarlo al calor del hogar. Llegó al subterráneo, escuchando alterado como Kaeya gritaba con dolor, encerrado dentro de un cuarto de tortura; El señor Ragnvindr corrió con todas sus fuerzas y golpeó el costado de su cuerpo una y otra vez contra la puerta, haciéndola retumbar mientras gritaba el nombre de Kaeya, y este, entre sus agónicos quejidos, gritaba la palabra "papá" en respuesta.

-¡Papá! - gritó el príncipe llorando desconsolado en el suelo, antes de recibir otra patada en la cabeza que lo desorientó y lo hizo chillar desesperanzado.

-Eroch, es un niño, los niños no resisten lo mismo que los adultos - comentó Varka sudando frio, la mujer que trató de rescatar al príncipe estaba esposada, Varka la mantenía de rodillas amenazándola con su espada y sujetándole el cabello, por órdenes del rey, ella tenía que ver toda esa golpiza sin parar.

-¡Basta! - rogó la extranjera, temblando y llorando mientras Eroch doblaba el brazo de Kaeya en su espalda, presionando tanto que el niño hizo la expresión más angustiante y triste que ella había visto en su vida - golpéenme a mi… no a él…

-Lo siento mucho linda, a veces es necesario hacer estas cosas - le respondió Venti con una voz amable, tan sonriente como todo el tiempo, después se agachó para mirarla a la cara - tú quieres cuidar la vida de un niño de Khaenri'ah, yo la de todos los niños de Mondstadt, comprenderás entonces que hay más peso en una cosa que en la otra.

-Él no tiene la culpa… por favor no le hagan más daño, haré lo que sea - intentaba persuadir la mujer levantando el pecho, sin preocuparse por no verse insinuante - haré cualquier cosa, pero dejen a esa criatura en paz.

-No gracias, no vamos a golpearte, tu eres la mensajera aquí - pronunció Barbatos apartándose un poco para despejar la vista de la chica, y que así esta pudiera ver como Eorch estrellaba la frente de Kaeya contra las piedras del piso, sacándole sangre de la cabecita, que recorría un lado de su cara hasta el mentón; Varka se estremeció cuando vio eso.

-Eroch, no sirve de nada muerto, solo comento… - dijo Varka, entonces el inspector se detuvo, en ese punto los quejidos del príncipe se oían mucho más bajos, mientras temblaba y lloraba, llamando a su "padre" con una voz inaudible.

-¡Kaeya! - gritaba Crepus enfurecido y desesperado, golpeando con todo el peso de su cuerpo la puerta, llegando al punto máximo de impotencia que le dio puñetazos a las bisagras y trató de arrancarlas con las uñas.

-¡Maestro Crepus basta! ¡Se lastimará! - Frederica intentaba calmar al descontrolado señor Ragnvindr, que no se preocupaba por el estado de sus dedos y de los golpes que se había dado, pues su determinación de sacar a su bebé de allí era más grande que cualquier cosa.

-¡Es mi hijo! ¡Suéltenlo! - exigió Crepus con indignación, adentro de la habitación Eroch se engrifó acobardado por la voz del señor Ragnvindr, y Venti se cruzó de brazos decepcionado.

-Vaya, tendremos que hacer esto rápido - dijo el rey lamentándose, para luego empezar a caminar hacia el príncipe - Maestro Varka, asegúrese de que ella observe bien esto, y Maestro Eroch, por favor sujételo muy bien.

-¿Qué va a hacer? - preguntaron Varka y la infiltrada al mismo tiempo, con el mismo tono de preocupación y consternación. Eroch sujetó a Kaeya desde atrás agarrándole los brazos, el pequeño fijó la mirada en el monarca, que acercaba lenta y maliciosamente una mano a su cara, tan pero tan cerca que el niño entró en pánico y apartó la cabeza agitándola hacia los lados.

-¡No! ¡No! - gritó Kaeya chillando aterrorizado, sus piernitas comenzaron a patalear sin coordinación, y movía la cabeza mientras Eroch luchaba por mantenerlo quieto -¡Quiero a mi papi! - repetía el príncipe gritando tan alto que le dolió la garganta, aquello alertó más al señor Ragnvindr, que siguió estrellándose furiosamente para tirar la puerta.

-¡Crepus, está blindada con acero, se racional! - le dijo Frederica sin acercarse demasiado para evitar cualquier agresión involuntaria.

-¡Deténganse! - rogó la extranjera echa un mar de llanto, Varka ya no podía sujetarla firmemente, pues él mismo había apartado la mirada horrorizado por saber que era lo que se avecinaba.

La caótica situación fue observada por la mujer mientras lloraba rogando que no lastimaran más a su príncipe, al mi tiempo en que Kaeya seguía llamando a su "padre", moviendo la cabeza y los pies sin controlar el terror; Eroch logró entonces sujetarle los brazos con una sola mano, usando la otra para agarrar firmemente su cabeza para que estuviese quieto. Venti se puso en cuclillas y acercó su otra mano para abrir los parpados de un ojo del pequeño, quien chillaba sin parar, inmovilizado al momento de que el soberano acercaba su mano hábil a una distancia tan insanamente corta que el príncipe volvió a gritar por ayuda.

Una vez las garras de Barbatos se enterraron por los costados de su globo ocular, fue cuestión de un segundo sentir un gran tirón que separó la esfera del nervio óptico, cortando dolorosamente la conexión sin darle más tiempo a Kaeya para cambiar su situación. De repente lo que escuchaba el señor Ragnvindr ya no eran los desesperados llamados de su bebé, no hubo más "¡Ayuda!", ni "¡Papá!", ni nada por el estilo, solo unos enloquecidos gritos llenos de agonía y horror, que hicieron estremecer hasta a la misma Frederica.

El príncipe se revolcaba en el piso cubriendo su sangrante cuenca vacía con las dos manos, gritaba y lloraba tan fuerte que Varka se paralizó viendo con impotencia y culpa esa macabra escena; la infiltrada de Khaenri'ah se encontraba de la misma manera, con los ojos muy abiertos y sin voz saliendo de su garganta. Sintió como si su mundo se cayera a pedazos, había fallado en su misión y provocado que el amado heredero de Khaenri'ah fuera torturado sin misericordia, por aquel desalmado con corona llamado Barbatos, quien en esos momentos sostenía el ojo de Kaeya girándolo con sus garras, como si le resultase relajante hacer eso.

"Abran la puerta" ordenó Venti, Eroch y Varka se miraron confusos, esa orden era como permitir soltar un león dentro de la habitación, pero no podían desobedecer, así que Varka tuvo la valentía de acercarse a la puerta para abrirla; mientras tanto Barbatos se agachó frente a la intrusa, enseñándole el globo ocular con su inquietante rostro de amabilidad. En cuanto Varka abrió la puerta Crepus entró dando empujones a los dos caballeros presentes, a Eroch lo empujó con tal fuerza que se golpeó contra la pared; de esa forma el señor Ragnvindr encontró a su hijo pataleando y llorando desconsolado en el suelo, había mucha sangre en su cara y todo su cuerpo estaba golpeado e hinchado.

-Kaeya… - susurró Crepus observando a su hijo llorar, tapando el agujero que había quedado en su ojo, pero sin poder disimular la sangre que de un lado estaba seca por los golpes en su cabeza, y por otro estaba fresca escurriendo por su mejilla - ¡Kaeya! - exclamó cayendo de rodillas junto al niño, acercando temblorosamente las manos mientras el pequeño solo lograba llorar de dolor.

-Señorita Frederica ¿Podría traer al médico del cuartel? Y un frasco con licor destilado si no es mucha molestia - dijo el rey Barbatos levantándose para mirar a la desconcertada mujer que seguía bajo el dintel de la puerta.

-De… de acuerdo… - balbuceó ella antes de darse la vuelta y salir corriendo; Kaeya seguía revolcándose enloquecido mientras su "padre" lo miraba en shock.

-Kaeya… - volvió a susurrar el señor Ragnvindr, su bebé lloraba más bajo, sollozando angustiado al oír por fin la voz de su padre adoptivo; Crepus pasó temblorosamente sus manos bajo el cuerpo del príncipe, tomándolo en sus brazos para depositarlo en su regazo, Kaeya se removió nervioso, sin quitar las manos de su ojo, con mucho miedo de que quitarlas significara que todo lo que tenía dentro del cráneo se saliera; el señor Ragnvindr lo apretó contra su pecho, llorando y apretando los dientes envuelto en cólera - ¡¿Qué es lo que han hecho?!

-Crepus… Yo… - titubeó Varka con arrepentimiento, Eroch se apartó para ponerse detrás del rey y la extranjera.

-¡Eres un monstruo! - gritó ella con la voz quebrándose en ira y llanto, Venti suspiró como si estuviera decepcionado de todo el mundo allí.

-Tendrá que apartarse maestro Crepus, el doctor ya casi está aquí - dijo el rey Barbatos con tranquilidad mientras Frederica, un médico y una enfermera ingresaban en la sala de torturas; Gunnhildr caminó en silencio hacia Venti cargando un frasco con licor destilado - por favor ábralo señorita.

-Como ordene… - pronunció ella abriendo el frasco, sin poder voltear a ver al señor Ragnvindr por la vergüenza; el monarca tomó el frasco y dejó caer el ojo que acababa de arrancar, Crepus estaba de pie para dejarle espacio al doctor, sombrío y callado, como si sintiese odio contra su rey.

-Tu… - murmuró el señor Ragnvindr con una profunda voz, Varka abrió los ojos y se apresuró antes de que Crepus corriera para agredir a Barbatos, sosteniéndolo de los brazos a la par que Eroch y Frederica desenvainaban sus espadas.

-Maestro Crepus, contrólese por favor - le pidió Varka, pero el señor Ragnvindr solo quería ponerle sus manos encima al rey, enfurecido a un nivel irracional.

-Maestro Crepus, esto era necesario - se excusó Venti tratando de calmar los ánimos, pero solo consiguió que la rabia aumentara - solo necesitamos una prueba de que no estamos jugando, para que Khaenri'ah no vuelva a intentar rebelarse con este tipo de… tácticas - finalizó Venti mirando de reojo a la infiltrada - solo una cosa, y luego usted podrá volver a cuidar de ese niño hasta que ya no sea de utilidad.

-¡¿De utilidad?! ¡Kaeya es mi hijo! - refutó el señor Ragnvindr tratando de zafarse para poder golpear al rey.

-No lo es, usted tiene un hijo ¿Acaso no piensa en el pequeño Diluc? - le preguntó el soberano con preocupación en su voz, Crepus se estremeció, la sola idea de que Barbatos se metiera con Diluc también, lo aterraba - por favor piense en él, no es correcto que usted tenga arrebatos como estos.

-No permitiré que vuelva a tocar a mis hijos, lo juro - dijo el señor Ragnvindr temblando de impotencia.

-Kaeya no es su hijo ¿Tengo que recordarle porque está aquí? ¿Tengo que recordarle en que situación estamos? ¿La batalla marítima que roza las costas de Liyue y Mondstadt? - preguntaba Venti extrañamente serio, los presentes agacharon la cabeza, menos Crepus, que si bien la mantenía recta, miraba hacia el costado, dudando - esta fue una situación excepcional maestro Crepus, no me culpe a mí de esto, cúlpelos a ellos - pronunció apuntando a la chica infiltrada - esto solo ocurrió porque Khaenri'ah no ha considerado del todo la vida de su príncipe, habrá que recordarles lo que puede pasar si ellos vuelven a comunicarse con Snezhnaya.

-Esto es inhumano… - se atrevió a comentar Frederica, el rey suspiró con desgano - es un niño, y no uno de 13 u 8 años, es un niño de 5 años ¿No podía enviar un mensaje de otra forma? No sé, cortando la cabeza de los otros dos y enviárselas, por ejemplo.

-Al rey Alberich no le interesa la vida de estas personas, hay que enviarle un recordatorio concreto de lo que está en juego - le explicó Barbatos gesticulando con sus manos, empezando a volver a su estado natural - no sirve un dedo, podría ser el de cualquiera ¿Qué mejor que este lindo ojo que claramente es de su linaje? - comentó luego mirando el frasco casi con ternura.

-Suena lógico… - comentó Eroch en voz muy baja para no enfurecer todavía más a Crepus, entonces el rey se giró para mirar a los ojos a la única sobreviviente de ese intento de rescate, extendiéndole el frasco con una sonrisa.

-Esto es para ti.

Crepus salió del lugar cargando a Kaeya en sus brazos, no miró a nadie al irse de allí, si lo hubiese hecho se habría alterado una vez más, y no quería que su bebé se asustara incluso más de lo que ya estaba, pues el príncipe no podía parar de temblar y sollozar; le habían curado las heridas y limpiado la cuenca vacía, colocándole un parche de gaza blanca que estaba manchado de su sangre. El señor Ragnvindr veía a su pequeño conteniendo las lágrimas, culpándose de todo lo ocurrido ese día, si tan solo no lo hubiese dejado junto al rey creyendo que al estar con un adulto no le pasaría nada, si no lo hubiera descuidado permitiéndole a los espías de Khaenri'ah que intentasen llevárselo, tal vez no habría sufrido una desgracia como aquella.

Lo condujo hasta la iglesia de Favonius, había anochecido y el festival llegó a su fin, así que seguramente Seamus Pegg se llevó a Diluc a la iglesia junto a la pequeña Jean para esperarlo allí; podía confiar en que su hijo biológico estaba en buenas manos, sin embargo, después de ese día no estaba tan seguro de si confiar en Frederica, la pareja de Seamus, debido a su ambigüedad moral, pues aun después de manifestar su descontento con lo ocurrido con Kaeya, siguió defendiendo a Venti cuando Crepus trató de acercársele otra vez. El señor Ragnvindr suspiró antes de llamar a las enormes puertas cerradas de la catedral, sería sumamente difícil explicarle a su hijo el por qué Kaeya estaba en ese estado, temía que Diluc se asustara mucho y empezase a hacer muchas preguntas, más de las que él se sentía capaz de responder.

Seamus corrió a abrir una de las puertas, invitando a Crepus a pasar para reunirse con su hijo, que charlaba sentado en una de las bancas junto a la pequeña Jean, cuyo cabello rubio relucía incluso debajo de la luz azul de la noche, adornado con un moño azul y blanco. Diluc se levantó al oír la puerta cerrándose, y corrió hacia su padre con entusiasmo; el niño se detuvo en seco al ver que el príncipe estaba en brazos del señor Ragnvindr, temblando en estado de shock, tenía sangre seca en la mitad de la cara, y un parche igual de rojo en uno de sus ojos.

Jean se puso de pie y caminó un poco para alcanzar a Diluc, pero al ver a otro niño en un estado bastante deplorable, corrió hacia la entrada, preguntando con el énfasis de una líder porqué ese niño estaba herido; Crepus no pudo evitar recordar a la madre de la pequeña, tenían una actitud similar, pero a Jean se le notaba más compasiva. Diluc no dejaba de mirar fijamente a su hermanastro, nunca antes lo había visto tan mal, actuando paranoico como si cualquier movimiento le causase pánico.

El pequeño preguntó asustado que fue lo que le ocurrió al príncipe, y el señor Ragnvindr le respondió que tuvo un grave accidente luego de perderse en el festival; Diluc no podía imaginar qué tipo de accidente pudo hacer que su hermanastro sangrara tanto, a lo que Jean teorizó que pudo haber caído de las escaleras que había cerca de la plaza. Seamus Pegg miró con preocupación a Crepus, este le susurró que se lo explicaría todo en una carta, porque debía irse con Kaeya y Diluc de vuelta a su hogar; Seamus lo comprendió, tomó la mano de su hija, y los guió hacia la puerta para que volviesen con el cochero para regresar a la mansión Ragnvindr aunque les tomase toda la noche, ya que más valía estar en ese lugar seguro, que cerca del rey y los caballeros de Favonius.

Diluc tomó la tela del pantalón de su padre para seguir su ritmo mientras caminaban, no dejaba de mirar a Kaeya sumamente preocupado, como si sintiese su sufrimiento; a veces no se llevaban bien, pero en esos minutos quería ser tan alto como Crepus para cargar a su hermanastro y abrazarlo para darle consuelo. Al llegar a la carroza, el señor Ragnvindr dio la orden inmediata de volver a sus tierras, no soltó al príncipe en ningún momento, y cuando estuvieron sentados lo acomodó gentilmente contra su pecho, sosteniendo su cabecita con sus grandes manos, para luego apegar su nariz sobre la de Kaeya, quien se quejó un poco de dolor, y abrió su único ojo para ver bien el rostro de su padre adoptivo.

Dentro del príncipe brotaron múltiples emociones simultaneas que lo hicieron derramar lágrimas una vez más, tenía tanto miedo, confusión, tristeza, incluso culpa, pero también sentía un intenso amor mirando las facciones de Crepus, y además sentía admiración, como si el señor Ragnvindr fuese un ángel que lo protegería de todos esos monstruos que buscaban lastimarlo. Diluc se arrodilló sobre el asiento junto a su padre para poder ver bien a Kaeya, después de reflexionar sobre sus heridas, le preguntó con temor a Crepus si su hermanastro moriría.

El señor Ragnvindr usó una mano para arrimar más a su hijo biológico en una especie de abrazo, respondiéndole que el príncipe estaría bien, que lo peor ya había pasado; Diluc encontró la mirada de Kaeya, su ojo azul brillaba empapado, realmente parecía un bebé indefenso de esa forma. Diluc pensaba en las cosas que le hacían creer que su hermanastro era lindo, el color de sus iris eran una de esas características, su piel acaramelada, su cabello azulado, la expresión de paz que hacía cuando no hablaba, y ahora se le sumaba su rostro de tristeza y fragilidad que lo impulsaban a querer protegerlo.

Cuando Diluc pensaba en esas cosas, algo en su instinto le decía que estaba muy mal hacerlo, y que si su padre se enterara, seguramente lo castigaría; por eso la mayor parte del tiempo también repasaba las cosas que no le gustaban de Kaeya, como su tono pedante cuando le presumía todo lo que aprendía escuchando a los adultos, su raro uso de lo que las personas mayores llamaban sarcasmo, las veces que se apoderaba de sus juguetes, entre otras discusiones. Pero, en esos momentos no podía ponerse a pensar en sus defectos, no si su hermanastro necesitaba ayuda y cariño; Diluc se sonrojó y comenzó a acercar su mano temblorosamente para tomar la del príncipe, aferrándose con firmeza para darle a entender que estaría allí para él toda la noche.

Pasaron los días, Crepus recibió de mala gana la visita de algunos caballeros de Favonius junto a doctores que llegaban a hacerle curaciones a Kaeya; el señor Ragnvindr los escuchaba cruzado de brazos, uno de ellos le explicó que por órdenes del rey, debían tener un escuadrón custodiando su residencia, y estar al tanto de cuando Crepus hiciera viajes con sus hijos a otros sitios, para escoltarlos y evitar que ocurriese algo como lo acontecido durante el festival. Después de cada revisión, el príncipe desaparecía de la vista de todos, incluso del mismo señor Ragnvindr, quien se dedicaba a buscarlo por cada rincón de la mansión.

Usualmente Kaeya se escondía en las esquinas de la cocina, el almacén, en su habitación o en la bodega de vinos, en esa ocasión se encontraba entre varios barriles, sentado con las rodillas dobladas y su carita triste entre ellas, mirando el piso con su ojo repleto de lágrimas, su otra cuenca seguía con una gaza, pero estaba más limpia que la primera. Crepus se sentó a su lado sin hablar, y le ofreció con la mano un poco de jugo de uva, que el príncipe rechazó apartando la mirada; su "padre" suspiró profundamente y llevó sus manos de manera lenta hacia Kaeya, para tomarlo con suavidad y sentarlo en sus piernas; aun haciendo eso su hijo evitaba verlo a los ojos.

-Papá… - susurró al fin el príncipe, dudando demasiado de si debía hablarle de una inquietud; el señor Ragnvindr le besó la frente con los ojos cerrados, en un gesto tan amoroso que Kaeya suspiró tocando tímidamente la barba de su padre adoptivo.

-¿Qué pasa pequeño? - preguntó Crepus, el príncipe rascaba sus deditos contra la barba pelirroja de su "padre", le gustaba mucho esa barba.

-¿Puedo preguntarte algo? - dijo el niño con inseguridad, el señor Ragnvindr lo apretó contra su pecho con mucho amor y comprensión.

-Pregunta todo lo que quieras - respondió Crepus, su bebé le tocó las mejillas con las dos manos, agachando la mirada.

-¿Por qué me…? - articuló Kaeya confuso y triste, su padre adoptivo le tomó la mano para darle fuerzas - ¿Por qué el rey me hizo daño?... - preguntó volviendo a llorar en voz baja; el señor Ragnvindr tomó aire para controlar su nerviosismo, era una pregunta tan difícil.

-Porque… - balbuceó a punto de sollozar, era imposible explicarle algo tan complicado a un niño de 5 años, a esa edad nadie podría asimilar el significado de los conflictos bélicos y políticos, pero Kaeya estaba en medio de uno, y sin saberlo era una herramienta de extorsión contra su verdadero padre.

-¿Hice algo malo?... - se preguntó el príncipe agachando la cabeza apenado, Crepus trató de buscar una forma de hablarle parcialmente de la verdad.

-Kaeya… tú tienes otra familia cruzando el océano - explicó el señor Ragnvindr - tu otra familia está peleada con el rey Barbatos, por eso él te tiene aquí, para que tu familia no… - por cada palabra que decía, Crepus se detenía por lo difícil que resultaba darse a entender - para que tu familia no ataque al rey, él te trajo hasta aquí...

-¿Por qué? - preguntó Kaeya angustiado e intrigado.

-Tu otra familia te quiere tanto como yo te quiero, por eso, no se meterán con el rey si tú estás cerca de él… - continuó el señor Ragnvindr, entonces el príncipe agachó la cabeza, debido a que aún seguía preguntándose porque le habían pegado tanto.

-No entiendo… - murmuró Kaeya, Crepus lo abrazó con todas sus fuerzas.

-Está bien, no necesitas entenderlo todavía, lo importante es que sepas, que yo no dejaré que te vuelvan a lastimar… - susurró su padre adoptivo, Kaeya suspiró y lo abrazó también, sintiendo su aroma a perfume de hombre y toques de vino añejo, ese era su olor favorito.

-Papá… - pronunció el príncipe con los ojos cerrados, respirando el aroma de su "padre" con mayor paz.

-Te amo tanto... a ti y a Diluc… - decía el señor Ragnvindr al abrazarlo, su tacto se sentía melancólico, pero su voz era tranquila y dulce - son lo mejor de mi vida…