Introducción

Dos años de caso tras caso, buscando hasta él mínimo rastro que dejaban esos a los que Kudo llamaba hombres de negro, habían pasado más rápido de lo que imaginaba. Habían sido dos años muy felices y a la vez muy intensos y tristes para ella. Había podido saborear ese dulce lado de la vida al sentir que podía vivir en una apariencia tranquila rodeada de sus amigos y la gente que realmente la apreciaban, pero al mismo tiempo, vivían escondidos bajo apariencias, y en su caso, el miedo constante de ser encontrada.

Sabía que el recorrido no era fácil y que el antídoto del apotoxina no iba a venir de la mano con el final del sindicato…pero nunca hubiese esperado que el antídoto fuese el que llegase primero.

Había pasado todo su tiempo investigado y probado miles de fórmulas distintas hasta el punto de no creérselo cuando tuvo la respuesta finalmente ahí delante, eran las cuatro de la mañana, y en ese momento, deseaba que no se tratase de un espejismo creado por el cansancio acumulado. Después de otra de sus discusiones con Kudo, había sido una semana dura acompañada de comer poco y dormir aún menos. Pero al fin, pudo ver aparecer ese pequeño rayo de luz y sentir cierto alivio al ver que había dado con el medicamento que podía devolverles a sus cuerpos, aunque eso significase volver a sus vidas.

Shiho, no fue capaz de conciliar el sueño esa noche, de todas maneras, apenas empezó a salir el sol dos horas después. Había sido una decisión difícil decidir si tomaban o no el antídoto en ese momento, Kudo no había dejado de insistir en hacerlo, pero ella todavía tenía demasiadas dudas. Era demasiado peligroso seguir con su día a día con esos cuerpos, si realmente quería tomar esa decisión, debían salir de Tokio para seguir seguros y protegidos hasta que todo acabase.

Y así fue como acabaron en Nagasaki antes de que ella tuviese tiempo a volver a protestar.

Kudo no había dudado en tomar el antídoto nada más llegar a la pequeña casa que habían alquilado. Se acomodaron con Akai, Camel y Jodie en la planta baja, y Shiho y Shinichi la de arriba, cada uno en su respectiva habitación.

Kudo vivió con tranquilidad y normalidad prácticamente desde el primer día. Entrenaban con los agentes del FBI todas las mañanas, y después, cada uno se movía de abajo para arriba con sus quehaceres. Tenían que estar comunicados a todo momento, y tanto Kudo como ella, tenían prohibido salir del pueblo sin ellos, obviamente. Shinichi paseaba por las calles cuando no visitaba la biblioteca o decidía tomarse un café en una cafetería, pero ella no tenía gana alguna de salir de esa casa. Estaban en un pueblo a las afueras de la ciudad, pero a ella le seguía preocupando de la misma manera.

Prefería quedarse en su habitación o estar leyendo los libros que le traía el detective en aquel embarcadero como hacía la mayoría del tiempo. Sus gustos en literatura se parecían, pero Shiho había notado como Shinichi había colado algún que otro libro especialmente del gusto de la científica. No se lo había dicho, pero se lo agradecía. Leer le permitía aislarse un poco de su propia historia para poder vivir otra por un momento, le permitía viajar con solo abrir un libro.

La luna se veía casi llena y ella aprovechó para salir a la terraza y encenderse un cigarro a escondidas después de que todos se durmiesen. Hacía un poco de frío pero era lo que menos le molestaba. Su cabeza estaba echa un lío, podría decir que más que de costumbre. Sentía angustia y tenía ganas de morderse las uñas, o más bien arrancárselas.

Todo había sido muy agradable y normal desde que llegaron, y eso había provocado que su desconfianza menguase poco a poco con las semanas.

Y ahora todo empezaba a desmoronarse.

El FBI había tenido que frenar el paso al ver que Bourbon y Kir casi habían sido descubiertos. La organización estaba enfurecida con la cantidad de espías que habían localizado dentro de su sede y no había desaprovechado la oportunidad de vengarse contra el servicio policial cuando tuvieron la oportunidad.

Habían conseguido hakear parte de los sistemas informáticos de ciertas compañías policiales, incluidos el FBI entre otras. Por suerte no parecían haber conseguido robar ningún dato, pero lo malo era que no podían actuar con la misma intensidad o contraatacar como antes. Se habían debilitado y quedado al descubierto.

Los cuervos estaban demasiado alerta, y todas esas migajas que antes encontraban tras sus pasos, habían desaparecido prácticamente por completo. La única solución era esperar a que esa mala racha acabase y volviesen a descuidarse y darles una oportunidad de atacar.

Pero Shiho, sabía que los que se habían acabado descuidándose, habían sido ellos mismos.

Le dio una larga calada al cigarro mientras apoyaba los codos en la barandilla, pensando en cómo no se había dado cuenta antes…¿Porqué había notado esa presencia tan tarde? ¿Había perdido esas cualidades? ¿O era solo con él?

CAP I

Semanas atrás…

Shiho acabó rápido la frase que leía para alzar la cabeza al escuchar la madera crujir e indicarle que alguien se acercaba hacia su dirección.

"¿Quieres?" Preguntó Kudo dejando un café a su lado antes de sentarse y balancear ligeramente las piernas sobre el agua mientras bebía de su propio café.

"Gracias." Agradeció dejando el libro a un lado para coger el vaso de papel entre sus manos. "Aún está caliente."

"La cafetería está cerca." Le dijo Shinichi entre sorbo y sorbo mientras contemplaba el gran azul del cielo y el mar. El océano delante de sus ojos, creaba una sensación de inmensidad y tranquilidad tan grande, que le erizaba la piel. "Es un buen sitio."

"Lo es."

"También puede ser un buen plan si te vienes conmigo a la cafetería y por un día sales de esta casa, este embarcadero y todos estos libros, ¿no?" Propuso dejando el café a un lado.

"Puede, algún día."

"Vamos, no sabemos cuanto tiempo más pasará hasta que volvamos a Tokio y no has salido ni un día en todo el mes que llevamos aquí." Insistió.

"No me apetece. Además, que tengamos nuestros cuerpos originales, no significa que todo haya acabado." Protestó.

"Pero no estamos en Tokio, este lugar es más seguro."

"No hay ningún lugar del todo seguro, Kudo." Siguió defendiendo.

"Sí, ya lo sé." Rodó los ojos intentando no molestarla más. "Solo quiero que no estés tan tensa, ni que te dediques a encerrarte en ti misma el tiempo que estemos aquí. Tienes que disfrutar un poco," Le sonrió con su típica sonrisa genuina.

"Estoy bien." Frunció el ceño sin más.

"Está bien, pero prométeme que por lo menos vendrás conmigo a hacer un café un día de estos." Dijo sin dejar de rendirse.

"Vale, lo que tú digas." Suspiró cediendo para hacerle callar.

Pero con eso solo consiguió que él no dejase de insistir día tras día, a todas horas. Ella intentó ignorarle y excusarse decenas de veces, pero después de una semana sin dejar de escucharlo, acabó poniéndose su gorro rojo para cubrirse el pelo rojizo y salió de la casa a regañadientes.

Unos minutos después, reconocía que sentaba bien caminar por esas calles desconocidas bajo las sombras de los árboles, pero tampoco se lo iba a reconocer en voz alta.

Casi parecía que vivían con normalidad cuando se relajaron a tomar el café, no obstante, ella no podía dejar de estar pendiente de cada sombra que veía. Pero la tarde pasó con normalidad, al igual que la siguiente vez que volvieron, y de esa manera, día tras día, se acabó autoconvenciendo de que en cierto modo podía estar a salvo, que había un pequeño rincón en el mundo donde podía esconderse y no podían encontrarla.

Hasta que se golpeó fuertemente contra la realidad al encontrárselo frente a frente esa misma noche.

La sorpresa y el temor, no cabían dentro de ella. Apenas estaba a medio metro de distancia y ella seguía preguntándose como había conseguido llegar hasta ahí sin que Shinichi o Akai lo hubiesen notado. Le temblaban las piernas y no era capaz de mantener el contacto visual por mucho tiempo.

"Sherry." Dijo su nombre con un tono firme y sin desviar la mirada.

Escuchaba la madera crujir ligeramente con sus pasos y veía como la brisa de la noche movía su pelo plateado cerca de ella, provocando que se le helase cada gota de sangre que corría por su cuerpo.

"G…Gin." A ella, a diferencia de él, le tembló la voz nada más abrir la boca.

Su cigarro se cayó consumido por el viento mientras ella seguía inmovilizada por la sorpresa. No lo había visto después de aquel encuentro en el Hotel Haido en el que por poco la mata, y de eso, ya había pasado año y medio. Se veía tranquilo pero muy atento, como siempre.

"No hay rincón en el mundo donde no pueda encontrarte, ¿lo sabías, verdad?" Le preguntó sacando un cigarro de su bolsillo para encendérselo a la vez que daba un paso para acercarse todavía más.

Ella abrió la boca para preguntarle como la había encontrado, pero la cerró al darse cuenta de lo estúpida que sonaba esa pregunta. Gin era el mejor asesino de la organización por algo, no podía olvidar que era letal e infalible.

Y ahí estaba ella justo delante de él, la única presa que había desaparecido de sus garras y se había mantenido en paradero desconocido durante dos años.

"Fue toda una sorpresa descubrir los efectos secundarios de tu droga. Realmente esperaba encontrarte con la apariencia de esa niña que hiciste creer a todos que eras." Dijo sin dejar de mirarla, haciendo que el humo de su cigarro chocaba en su cara. "Tus padres estarían muy contentos si pudiesen observar hasta donde has sido capaz de llegar."

"No sé de qué me hablas." Contestó apartando la mirada, intimidada por la manera en que sus ojos se clavaban en ella.

Gin agarró su barbilla para no tuviese la oportunidad de apartarle la mirada y la enfrentó de nuevo a él. "Dejemos de mentirnos, ¿vale?"

"Mentirnos siempre ha sido lo que mejor se nos ha dado hacer." Contestó Shiho por primera vez con molestia.

El rubio sonrió al ver como el miedo que traía se iba esfumado para abrirle paso al reproche y la rabia. Su ceño se había fruncido y notaba como observaba todo su alrededor mientras intentaba analizar cada rincón de la terraza.

"No hay nadie más, he venido solo." Comentó como si le leyese la mente.

Su ceño se frunció más y está vez sí que clavó su mirada en sus ojos verdes. No era muy usual que Gin dejase de lado a Vodka con los trabajos de la organización, pero conociendo al rubio como lo hacía, sabía que si venía solo, era porque fuese lo que fuese que pretendía hacer, iba a ser algo más personal para él.

"Entonces, será mejor que te dejes de cháchara y me mates antes de que uno de los de dentro se despierte. ¿Es a lo que has venido, no?" Dijo sin una pizca de miedo. Sí que era verdad que Shiho tenía miedo de Gin porque conocía el punto al que podía llegar, pero de la muerte no tenía miedo.

"Quieres precipitar los acontecimientos demasiado rápido." Contestó dándole una calada al cigarro. "¿No te apetece que hablemos un poco más?"

Shiho se sorprendía más cada vez que él abría la boca, solo esperaba que ni Akai ni Kudo lo encontrasen ahí, no podía imaginar como podía complicarse todo en un solo segundo.

"Yo no tengo nada de que hablar contigo. Solo quiero que te vayas y que me dejes en paz." Escupió más molesta.

"No seas tan maleducada, cariño. Ha sido un viaje un poco pesado como para irme tan rápido." Dijo tirando y pisando la colilla. "¿O acaso te está esperando tu caballero andante?" Preguntó acercándose más a ella hasta que su espalda quedó contra la pared.

Sherry vio como sus ojos se entrecerraron y su mandíbula se apretaba. Gin no lo admitiría, pero ella sabía como le habían comido los celos por dentro todo este tiempo. Para su desgracia, al igual que él, ella también lo conocía muy bien, había tardado muchos años, pero habían miradas que había memorizado desde hacía demasiado tiempo.

Una tira de flashes que pensaba olvidados apareció sin permiso delante de sus ojos, pero ella sacudió la cabeza obligándoles a desparecer. Odiaba recordar como una persona con la que había vivido tanto, le había quitado todo lo que tenía. Era el mismo que le había enseñado a las malas, que no se puede confiar ni en la persona que quieres.

"Las cosas no son como tú las imaginas." Contestó antes de notar como entrelazaba su mano en su cuello. El pulso se le aceleró al sentir sus manos heladas, no sabía si iba a ahogarla o romperle el cuello, pero no era capaz de moverse ni podía escapar con facilidad de sus manos callosas.

Cerró los ojos esperando que su fuerza le cortase el aire en la tráquea, pero él tampoco parecía hacer movimiento. Escuchaba el ruido del aire hacer crujir las ramas de los árboles del jardín e incluso podía escuchar y sentir su respiración nerviosa cerca de ella.

"¿Por qué decidiste traicionarnos?" Le preguntó apretando levemente su mano sin acabar de cortarle el aire. "¿Por qué decidiste traicionarme?" Rectificó casi en un susurro.

Shiho abrió los ojos al notar el temblor de sus dedos. ¿De qué le servía preguntárselo si ya lo sabía? ¿Por qué no apretaba y acababa con esa cacería de una vez?