Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es bornonhalloween, yo sólo traduzco su increíble historia con su permiso.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is bornonhalloween, I'm just translating her amazing story with her authorization.


Thank you bornonhalloween for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 1

~*~Tigresa~*~

Quienquiera que le haya dicho a Noé que salvara a una hembra y un macho de cada especie puede que haya retrasado la evolución unos mil años. Sin duda alguna pudimos habérnoslas arreglado para sobrevivir y reproducirnos sin hombres. Después de todo, habíamos descubierto cómo caminar en dos piernas.

Sí, claro. Me encantaban los hombres. Eran mi defecto trágico, o tal vez no tan trágico, supongo, dependiendo del día.

Hoy no era un buen día. No culpaba a Seth por seguir adelante; yo misma debí haberle puesto un elegante final a nuestra aventura secreta. Claro, él fue un cachorro dulce y joven —sexi, ansioso y cachondo— pero hacía semanas que se nos habían acabado los temas de conversación. El sexo era bueno, pero ya le había enseñado todo lo que sabía; el chico ya no era un reto para mí.

Tal vez estaba viendo esto desde la perspectiva equivocada. En vez de buscar una pareja, tal vez simplemente debería proveer un servicio público. Tigresas 'R' Us*. Tráeme a tu hijo rebelde; lo convertiré en un hombre.

Claro, porque eso cumpliría el deseo de mi corazón.

Seth no pudo haberse portado más encantador sobre nuestra despedida, pero nuestra ruptura de esta mañana me había dejado sensible. Había un hueco que necesitaba llenar y si un hombre no iba a hacerlo, entonces al menos me prepararía una comida decente.

Giré la llave en la ignición y el Roadster rugió a la vida. El hip hop funkytown rap de Seth me emboscó antes de que pudiera girar la perilla del volumen. Respiré profundo y sintonicé el oasis acústico de la estación Coffee House. Si la ausencia del chico viril era mi nube, entonces escuchar mi música otra vez era mi rayo de luz.

Hablando de nubes, una masa oscura se reunía en el cielo mientras recorría el corto camino hacia Nature's Bounty. ¿Habían pronosticado una tormenta para hoy? Perfecto. Mi impermeable de Burberry estaba resguardado y seco en el armario de la entrada. Con un suspiro, presioné el botón para cerrar el techo del auto. Siempre me encantaban las miradas que recibía —especialmente de los chicos jóvenes en la carretera— cuando abría el techo del auto mientras viajaba a veinticinco millas por hora. El metal encajó en su sitio al acomodarme en el lugar alejado de siempre en el supermercado, alejada de los portazos descuidados y de los acaparadores de lugares. Probablemente me mojaría toda de regreso al carro, pero cambiarme de ropa era menos molestia que arreglar la carrocería del Z4.

Liberé un carrito de un jalón del corral que había dentro y lo empujé a través de la sección de frutas y verduras. Qué prepararé, qué prepararé… Algo saludable, decidí. Es igual de fácil ahogar tus penas en algo que no requiera una clase extra de Pilates, diría mi amiga Rose.

Encontré a Javier acomodando duraznos orgánicos en una pirámide perfecta y metí una mano ansiosa en medio de la pila.

Mmm, este se ve bueno.

Él se giró de golpe, toda su cara se extendió en una sonrisa cuando vio que era yo.

—¿Intentas provocarme un paro cardíaco, Bella?

Buenos días, mi amigo.

Hola, mi bella dama. ¿Quieres duraznos? Ten, te doy los mejores que tengo. —Agarró unos de las cajas y me presentó dos duraznos perfectamente maduros e impecables—. Duraznos hermosos para una dama hermosa.

—Aww, apuesto a que le dices eso a todos tus clientes.

—No, solo a las bonitas. ¿Qué prepararás para cenar esta noche?

Sonreí ante nuestra broma de siempre.

—Todavía no decido. Algo con muchas verduras.

—No pasa nada. Yo llevaré mi propio filete.

Le di una palmadita amistosa en el brazo.

—Es algo bueno que tu esposa no sea una mujer celosa.

—Pshh, le encantaría tener la noche libre. —Agitó las cejas y me reí de su chiste.

—¡Que tengas un buen día, guapo!

El rugido bajo de un trueno reverberó a través de la tienda.

—¡No te mojes, Bella!

Lo dejé riéndose entre dientes mientras yo llenaba el carrito con un montón de frutas y verduras que pensé que podría comerme antes de que se echaran a perder. Pasé por el área de panadería y rotisería. Nop, no tengo que pasar por los pasillos de bocadillos y refrescos; las rupturas tenían sus beneficios.

Tal vez permanecería sin compromisos por un tiempo. Yogur, leche, huevos… pasé por la masa para galletas que habría comprado para Seth. Pasillos de salud y belleza, veamos… Anoche se nos acabaron los condones, pero claramente ya no necesitaría más. Demonios, quizás ni siquiera me depilaría las piernas por una semana.

Vive al límite, Bella.

Pasé volando por la sección de comida congelada. Ya no más sándwiches de helado en las noches, no más rollitos de pizza mientras veía el siguiente "¡Mejor programa del mundo, te lo juro!". Iba a bajar tres kilos de la noche a la mañana. Sí, este era un buen plan. Una zona libre de penes. Tal vez incluso llamaría a Rose para ver si quería ir al cine, algo muy de chicas.

Para cuando llegué a la caja registradora, ya me había entusiasmado con la idea. Esto sería bueno para mí. Un pequeño descanso.

—¡Empacador a caja dos!

Vaya, chica cajera. ¿Qué te parece si me adviertes antes de hacer vibrar esas tuberías?

Uno de los empacadores apareció al final de la caja. El pobre chico debió haberse visto atrapado en el aguacero y estaba empapado de la cabeza a los pies. Su camisa de botones amarilla con manga larga se le pegaba a los hombros. Su corbata café del uniforme colgaba como un fideo flácido del cuello y no se veía nada contento al respecto. El pantalón caqui mojado no dejaba nada a la imaginación; no parecía sufrir de encogimiento. Sí, lo miré.

Le caían unos mechones largos de cabello mojado sobre los ojos. Eso podría ser algo bueno, decidí cuando se apartó el cabello. Vaya. En definitiva, ese era un destello de no-me-jodas dirigido directamente a la cajera. No me gustaría estar al otro lado de esa mirada incluso si sus ojos resultaron ser del tono verde grisáceo más impresionante que había visto en mi vida.

Por otra parte… ¡uf! ¡La pasión!

Cierto, Bella. ¿Recuerdas el plan? ¿Permanecer sin compromisos? ¿Películas de chicas?

Suspiro. Lo vi con mirada crítica mientras vaciaba mis compras en la banda. Su altura se veía equilibrada por unos hombros robustos que hacían un buen trabajo al sostener su camisa mojada. Su torso hacía más que solo estar posado sobre sus caderas; desprendía una energía inquieta, una espiral de potencial esperando por rebotar. Quería estar ahí cuando cediera.

Su mandíbula era una jodida obra de arte, incluso como estaba ahora formando una dura línea. Tenía la impresión de que cuando no tenía esa expresión despectiva, su boca era en realidad linda. Quizás tenga que hacerlo sonreír para verlo.

Este chico tenía agallas y, maldita sea, era lindo.

Síp, el barco libre de penes había zarpado y había atrapado un viento fuerte bajo sus velas. No volvería a ver a ese cabrón en un tiempo si este chico era siquiera la mitad de semental que parecía ser.

Ahora, para darle una galleta a un ratón…

~*~Empacador~*~

Ser el chico nuevo era un asco. Tanya no era la única que me mangoneaba en el Bounty, parecía que todos lo hacían. "Cullen, ¡limpia el pasillo cuatro!""¡Hay que verificar un precio en caja tres!""¡Junta los carritos!".

Juntar los carritos no era un trabajo terrible en un día soleado. Pero ¿ser el cabús humano de un tren de carritos de metal durante una tormenta eléctrica? No era el sitio más seguro del mundo. Por las quejas y lamentos que hacían los carritos mientras los arrastraba, parecía que ellos tampoco se la estaban pasando bien.

—¡Empacador a caja dos!

Tanya Jodida Denali. Ella anduvo tras mi culo durante toda la preparatoria, y desde que reprobé todo en Syracuse y tomé este trabajo de mierda, me había estado tratando como su esclavo personal.

Empapado hasta los huesos desde mis botas que al parecer no eran tan a prueba de agua hasta la punta de mi cabeza, había entrado para secarme por dos preciosos segundos cuando Tanya vociferó por un empacador. Tanya o no, estar seco le ganaba por mucho a estar mojado, y prácticamente corrí hacia su caja.

Ella me dedicó una sonrisa presumida mientras tecleaba el código del zucchini enorme que tenía sobre el cristal.

—¿Está lo suficientemente mojado para ti, Cullen?

Agarré el zucchini cuando lo pasó a la banda. No sé, Tanya. ¿Esto es lo suficientemente grande para tu estirada y manoseada…?

—¿No les dan impermeables?

Seguí la voz hacia el par de labios más preciosos y jodidamente perfectos que había visto en mi vida, delicados en la parte superior y rellenos e irresistibles en la parte inferior. Lujosos, pero brillaban con esa mierda de labial que usaban las chicas de mi edad. Los suyos eran naturales —solo que mejores— y cuando me sonrió, sentí una sacudida en lo profundo de mi entrepierna.

—Um, no en realidad. Tienen ponchos de plástico, pero preferiría mojarme que ponerme esa bolsa de basura sobre el cuerpo en este calor.

—Uh, qué macho.

No podía identificar si estaba impresionada o si estaba bromeando, pero de cualquier forma tenía la atención de la dama, y ella tenía la de Tanya, pero no de buena manera.

—¿Papel o plástico? —Su voz tenía un evidente gruñido que no le haría ganar a Tanya ningún premio por "Empleado de la semana".

También nuestra clienta lo escuchó. Ignorando a la cajera, giró la cabeza en mi dirección y sonrió.

—¿Sería uno de esos clientes si te molestara con ambas bolsas? Necesito las bolsas de papel para reciclar, pero afuera llueve a cántaros.

Sí, lo noté.

—No es molestia para nada. —Estiré una bolsa de plástico sobre el marco de metal, abrí una bolsa de papel y la metí dentro de la de plástico, cumpliendo la solicitud de mi cliente como el profesional que era.

Los contenidos de su carrito de compras aparecieron en la banda, en su mayor parte eran frutas y verduras, comida de chicas. Hmm, ¿estaba soltera? No llevaba anillo, noté con alegría irracional. Claro, porque si no está casada, obviamente se va a meter conmigo a la cama.

—Oh, ¡rayos! Olvidé algo. Vuelvo enseguida.

Tanya puso los ojos en blanco cuando la mujer se metió entre el estrecho pasillo, pidiendo permiso y disculpas a los dos clientes que estaban formados detrás de ella. La perdí de vista, pero regresó menos de un minuto después y aventó casualmente una caja de condones sobre sus cosas.

Claro, ¿acaso no todos rematamos el yogur y jugo de granada con una caja de condones?

Tanya agarró la caja y le dedicó una mirada presumida a la clienta.

—¿Ya tiene todo lo que necesita?

Si pudiera alcanzar a la perra con mi bota, le habría dado una patada en la pierna para que cerrara el puto hocico, pero mis planes caballerosos eran innecesarios. Si Tanya creía que podía avergonzar a esta señora, definitivamente no había entendido a su clienta.

Asintiéndole brevemente a Tanya, dijo:

—Más o menos. —Fue entonces cuando giró la cabeza hacia mí y sonrió.

Al menos, creo que lo hizo. Es posible que fuera una ilusión de parte de mi polla. Eso pasaba a veces. Bien, pasaba mucho. Era un colega optimista.

Tanya escaneó los condones sobre el cristal y me los aventó a los nudillos. Trojan, condones de látex premium, extra texturizados. Grandes. Con 36. Alguien se la iba a pasar bien con estos y ya estaba celoso.

Alcé la vista para encontrar a la señora mirándome; definitivamente sí estaba sonriendo. Fingí que eran solo otra fruta que metía a la bolsa. No era gran cosa. Pero mi cara estaba ardiendo.

La señora empujó su carrito al final de la línea. Hice un inventario rápido de lo que quedaba en la banda y decidí que podía cargarlo todo. Sería un puto carrito menos que arrastrar entre el estacionamiento.

—Permítame ayudarla con esto. —Alejé galantemente el carrito, eliminando la barrera entre nosotros.

—¿No crees que podríamos necesitarlo? —dijo.

—No, yo me encargo. —Inflé un poco el pecho. No soy superfuerte ni nada así, pero tengo hombros de nadador y brazos fuertes. Unas cuantas bolsas de fruta no me romperían.

Ella sonrió.

—Para que sepas, mi carro está muuuy lejos.

¡Bien! Me reí entre dientes para esconder las ganas que tenía de estar a solas con esta mujer. Incluso si era solo para cargar sus bolsas a través de un estacionamiento de asfalto bajo una tormenta.

Sacó una cartera enorme de su bolso y pasó su tarjeta de platino en la terminal. No me habría molestado ser alguno de esos botones que ella presionó o incluso la tarjeta que manoseó con esas uñas perfectas de punta rosa. Mientras guardaba la Amex cuidadosamente de regreso en su sitio, noté al menos otras quince tarjetas de crédito del sitio de donde había salido la primera.

Yo tenía una tarjeta de débito con un saldo precariamente bajo.

No pude evitar preguntarme de dónde salía el dinero para cubrir todos esos plásticos. Venía a comprar mandado a las dos de la tarde; no era probable que tuviera un trabajo de oficina. Tampoco parecía haber un esposo en la situación. ¿Era algún tipo de heredera? ¿Había robado un banco? ¿Gatita sexual de un sugar daddy?

Guardó la cartera y sacó un labial. Intenté no mirarla cuando frunció los labios y trazó el delicado contorno de su boca con el tubo fálico. Lo intenté, pero fallé.

Yo quería ser ese labial.

Soltó un suspiro triste y dulce, moviendo su sexy cabello café lacio de sus ojos. Un leve aroma floral flotó hacia mí, algo sofisticado. Olía como si un chorrito costara lo mismo que todo mi sueldo.

—La lluvia me va a arruinar el cabello. Tal vez debería comprar uno de esos ponchos.

—Yo puedo mantenerla seca.

Alzó las cejas como si hubiera proclamado que podía evitar que la lluvia cayera. Le expliqué.

»Tenemos paraguas para los clientes.

Se giró por completo hacia mí y me cegó con el profundo escote de su top. Sus tetas apenas se contenían dentro de la tela que estaba fuertemente estirada, y había un brillo en la superficie de su piel que resplandecía bajo las luces fluorescentes de la tienda, transpiración por la humedad. Era demasiado refinada para sudar.

A pesar de clavarle la mirada, no se podía ver ningún pezón. Frustrante, pero elegante.

Cruzó los brazos sobre el pecho. Me pillaron, literalmente. Alcé la vista para ver si estaba enojada, pero sus ojos color café dorado estaban arrugados en las comisuras.

—¿Cómo vas a cargar todas estas bolsas y sostener un paraguas para mí?

No tenía ni puta idea, pero me estaba poniendo duro tan solo de pensarlo.

—No se preocupe, soy un profesional. —Consideré añadir un guiño, pero pensé que eso podría ser demasiado engreído para alguien como ella.

La comida se acumulaba alrededor de la bolsa a medio llenar y Tanya me miró enojada. Aguántate, perra. Le gusto a la clienta.

Agarré el melón, me lo pasé a la mano derecha y lo posé dentro de la bolsa con toda la ternura humanamente posible. Estaba presumiendo para mi clienta y su sonrisa me hizo saber que se sentía impresionada.

Lo di todo en mi trabajo, pero los engranes en mi cerebro se molían pensando en cómo se sentirían esos opulentos labios suyos alrededor de mi polla. Hablando de eso, la situación se estaba apretando dentro de mi pantalón húmedo.

¡Crash!

—Upsis. —La sonrisa malvada de Tanya me detuvo de golpe. Había tirado "accidentalmente" el último artículo al piso, un tarro de salsa para espagueti—. Cullen, ¡el trapeador! —Le gritó al empacador en la caja seis—. ¡James! Necesito un tarro de Salsa Ragu Meat Lovers' y alguien que cargue las compras de esta clienta.

¡Jódanme! ¡James Jodido McPerdedor no cargaría las cosas de mi tigresa sexy!

Un resentimiento fresco burbujeó en mi garganta. No lo digas. Necesitas este trabajo. Un strike más y estás fuera. Mis padres dejaron bien claro eso.

Fin del juego.

Mortificado y muy enojado, no podía soportar hacer contacto visual con el sueño húmedo que tenía como clienta. Acomodé sus tres bolsas en la orilla de la banda y me giré para ir por el trapeador.

—¡Espera un momento!

La orden de la clienta me detuvo de golpe. Me giré cautelosamente y me disculpé.

—Perdón, tengo que…

—… acompañarme a mi carro.

Miré a Tanya, que nos veía con la boca abierta.

—Pero él…

Disculpa. ¿Qué sucedió con "el cliente siempre tiene la razón"? ¿O deberíamos buscar a un gerente?

Santa mierda, ¡esta señora tenía agallas! Mi polla le dio un golpecito entusiasta a mi bragueta.

Estupefacta, Tanya lo volvió a intentar.

—¿Y su salsa?

—Al diablo. Hace demasiado calor para cenar espagueti. —Firmó sobre la pantalla y movió el mentón hacia la puerta—. ¿Nos vamos?

¡Nos vamos!

Tomé las doce agarraderas en mi mano izquierda y prácticamente salté hacia el paragüero cerca de la salida. Mi clienta se acercó a mí cuando abrí el paraguas y lo alcé galantemente sobre su cabeza. Me hice el tranquilo cuando sus pechos rozaron mi codo.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó.

—Nop, así estoy bien. —Quédate exactamente así…

Se mostró complacida y sopló su aliento sobre mi oreja.

—Por supuesto. El macho en acción.

—A su servicio. —Me gustaba el apodo. Me sentía como un superhéroe.

—Es agradable tener un hombre lo suficientemente alto para sostener el paraguas sobre mi cabeza. Siempre me pican con las puntas.

¡Un hombre! Me erguí un poco más a pesar de las pesadas bolsas que pesaban. Ella era alta, noté por primera vez, mi mirada escaneó sus largas piernas desnudas y se detuvo en sus sexis sandalias de tacón alto. Las uñas de sus pies estaban pintadas de un azul medianoche y un anillo de plata rodeaba su dedo medio. Quería chupar ese dedo. Me preguntaba si a ella le gustaría eso.

—Entonces, ¿cuál es tu plan de vida, señor Cullen? Perdóname por ser presuntuosa, pero no te ves como un empacador de profesión.

Su pregunta seria y el uso de mi nombre me espabiló. Por alguna razón que no podía explicar, le conté todo.

—Hice un desastre en la universidad; demasiadas fiestas, no estudiaba lo suficiente…

—Eso lo explica. —Alzó las cejas expectantes—. ¿Alguna chica?

Demonios, sí, hubo un desfile de chicas. Era gracioso que en ese momento me había sentido muy orgulloso de mí. Algo me decía que esta mujer no se impresionaría con mi rutina de Hombre Popular en el Campus, lo que me molestaba por alguna razón.

—Sí. —Me encontré cautelosamente con su mirada, preparado para explicar más, pero con la esperanza de que no me preguntara.

Su expresión se suavizó en una sonrisa gentil.

—Eres un chico guapo. No me sorprende.

—Gracias. —Distraído por su cumplido, pise torpemente un charco, salpicando de agua sus sandalias—. ¡Mierda! Quiero decir, perdón.

—Solo es agua. No me voy a derretir. —Se encogió de hombros. Su pecho se frotó de arriba abajo sobre mi nudillo.

Agarré el paraguas con todas mis fuerzas.

—Bien, entonces la escuela no salió bien. ¿Ahora qué?

No arrugó la cara con desdén prejuicioso, y no me sermoneó por mis malas decisiones. Tampoco me miraba como si fuera un niño inútil y consentido que había desperdiciado todas las oportunidades que sus padres le habían dado, aunque cualquiera de esas reacciones habría sido razonable. Era fácil hablar con ella, esta completa desconocida. Casi sentía que no había nada que pudiera decir que la sorprendiera.

—Justo ahora estoy trabajando en el plan B.

—¿Qué es?

—Vivir un tiempo en casa, demostrarles a mis padres que puedo seguir adelante y mostrar un poco de disciplina.

Regresó esa sonrisa que le arrugaba los ojos.

—¿Cómo te va con eso?

—No mentiré; no es fácil estar otra vez en casa bajo el techo de mis padres. Las reglas… ya no tengo dieciocho, ¿sabe?

—¿Tienes hora de llegada?

Ugh, eso sonaba muy de preparatoria.

—No exactamente. Solo tengo que avisarles si no voy a llegar antes de medianoche para que no me esperen despiertos ni se preocupen.

—¿Y seguido estás fuera hasta después de la medianoche? —Su mirada tenía un brillo divertido.

No podía decidir qué quería escuchar, así que elegí la verdad.

—A veces. Casi nunca. —La deprimente realidad era que todos mis amigos estaban lejos en la universidad y no había mucha gente aquí con quien quisiera salir.

Una brisa repentina sopló bajo el paraguas. Los brazos de metal se resistieron como una docena de broncos salvajes en diferentes direcciones. La tela negra ondeó, se batió y al final se dobló hacia afuera.

Su mano salió disparada y cubrió la mía sobre la agarradera. Juntos maniobramos el paraguas hacia el viento y las puntas se acomodaron en su posición con un crujido.

Noté que ella no me soltó. También noté que se había acurrucado más cerca de mí. No me molestaba nada de eso.

—¿Y qué haces para divertirte? —preguntó.

—Divertirme, hmm. —Esto era divertido, lo más divertido que me había pasado en meses—. Esa es una difícil.

Me codeó de forma amistosa.

—¿Sabes lo que dicen sobre mucho trabajo y poca diversión?

Claro, lo sabía. Desde que había regresado a casa me había convertido en el Jack más aburrido del planeta.

—Sí, pero también sé a dónde me llevó "nada de trabajo y pura diversión", así que supongo que intentaré esto por un tiempo.

Asintió y sentí que tal vez había pasado una especie de prueba. Una mujer como ella no se molestaría con un adicto que desperdicia su vida en un trabajo de salario mínimo.

Ya habíamos llegado a la esquina más alejada del estacionamiento. Había un carro estacionado lejos de todos los demás, un brillante BMW Z4 Roadster anaranjado.

—¿Es suyo? —Esperaba que no escuchara el chillido en mi voz, pero ¡caraaajo! El carro era un sueño húmedo en ruedas. ¿Y con ella dentro? Mi boca se secó de repente a pesar de la incesante lluvia.

—Es mío. —Tocó la manija de la puerta y se quitaron los seguros. No los culpaba. Yo me doblaría como caja de cartón si ella pusiera su mano en mí así. Tenía la fuerte sensación de que estaría pensando en esa posibilidad más tarde. Cuanto antes.

Le entregué el paraguas.

—Tome, permítame.

Se mordió el labio, claramente impresionada con mi caballerosa acción. Sentada a salvo dentro del carro cálido y seco, encendió el motor y abrió la cajuela para mí. Sus hermosos ojos cafés llenaron el espejo lateral, mirándome meter las bolsas y cerrar la cajuela. Si ella hubiera sido otro cliente, ya estaría de regreso dentro de la tienda.

Tristemente nuestra transacción se había terminado. Capté su mirada en el espejo y me despedí con la mano, eligiendo algo amable, pero sin actuar desesperado, a pesar de que me dirigía hacia allí rápidamente. Ella bajó su ventana, sacó una mano a la lluvia y dobló un dedo. Me acerqué corriendo y metí la cabeza dentro de su ventana.

—¿Sí, señora?

—¿Por qué no te subes y te doy un aventón a la puerta?

Mi mirada se movió sobre el interior seco y acogedor. Sus largas piernas estaban metidas debajo del volante. Su mano en la palanca de cambios. Asientos de piel color mantequilla derretida.

Mala idea.

—Gracias, pero no debería. Mojaría todo su asiento y no creo que eso le agrade mucho a mi jefe.

Ella me sonrió y me olvidé de la lluvia por un segundo.

—En serio eres un buen chico, ¿no?

Un rayo me impactó justo entre las piernas. No, espera, eso no fue un rayo. Eso fue ella. De alguna manera hizo que ese buen sonara endemoniadamente sucio, y quería con todas mis ganas ser bueno para ella. Luego de recuperar la compostura, le respondí con un humilde:

—Lo intento.

—Bueno, eso es todo lo que podemos pedir, ¿no?

Me encogí de hombros.

—¿Cuál es tu nombre?

—Edward, pero siéntase libre de llamarme "Macho".

Se rio, y lo sentí dentro de mis huesos.

—Gracias por acompañarme a mi carro, Edward —dijo, tomando su cartera.

—Oh, gracias de todas formas, pero no podemos aceptar propina. Incluso si pudiéramos, no lo aceptaría. Fue un placer para mí.

Ladeó la cabeza y me analizó.

—¿Trabajas mañana?

Jesús. ¿Vendría a verme? Dentro de mi vientre se tensaron y relajaron mis músculos.

—Sí, señora. De siete a tres —añadí. Por si acaso.

—Bien, Edward Cullen. Deberías regresar dentro e intentar mantenerte seco.

—Sí, señora. Que tenga buena noche.

Ella sonrió.

—Tú igual, macho.

~*~Tigresa~*~

El único problema con darle una galleta al ratón era que el ratón se volvía todavía más irresistible: ese adorable sonrojo, esa letal sonrisa, esa actitud de macho que adoptaba para cubrir el deseo en sus ojos.

¿Súmale una caja de condones, un roce casual de pecho y una aplicación altamente sugestiva de labial? A menos de que llevara una etiquetadora en su bolsillo, estaba muy, muy feliz de verme. Edward Cullen era una tetera a punto de hervir y quería ser yo la que subiera el calor.

Hasta aquí quedó mi descanso.

Edward Cullen no se iría a ninguna parte y eso funcionaba para mí. Una chica debía comer, ¿cierto? De hecho, ya tenía hambre.

Lo miré correr a través del estacionamiento, saltando sobre charcos como el hombre biónico. Apostaría mis últimos cien dólares a que él tenía una enorme sonrisa en su rostro justo ahora. Si de mí dependía, esa sonrisa se quedaría ahí por un muy largo tiempo.


*Juego de palabras con el nombre de una cadena de jugueterías gringas que se llamaba Toys 'R' Us.


¡Hola! Aquí vengo con una nueva traducción, ya les había posteado un pequeño adelanto de esta historia en mi grupo de Facebook.

Nunca había traducido a una Bella mayor que Edward, así que me emociona poder compartir esta historia con ustedes. Para que quede claro, Edward tiene 21 años y Bella treinta y pocos. La historia tiene 20 capítulos y se actualizará de forma semanal.

Como siempre, mil gracias a Yani por apoyarme beteando esta historia.

Espero que les guste, y si es así, ¡no olviden dejarme sus comentarios!