Polidrama - Capítulo 1
La emoción y la incertidumbre de empezar algo nuevo siempre se llevan a flor de piel durante los primeros días. Tienes toda la motivación del mundo de conseguir que tu meta resulte exitosa, pero la inexperiencia son baches en el camino que por lo pronto solo te llenan de ansiedad. Una risa nerviosa que a duras penas puedes aguantar mientras el corazón te late a mil por hora. Una amplia sonrisa ilumina tu entorno porque sabes bien que la decisión que tomaste te hace más feliz. Una decisión liberadora, pero complicada. Aun así, te sientes preparado para lo que venga.
Sabes que el resto te está mirando. La sonrisa se nota a legua y media en medio de las caras largas de un lunes por la mañana. Seguro se preguntarán por la razón de tu sonrisa. Probablemente nadie acierte con la respuesta. Eso es lo que menos importa. Apenas si puedes creer la decisión que acabas de tomar. Parece un sueño idílico en donde la realidad decidió tomarse unas vacaciones. ¿O será que no conocemos todo lo que llamamos realidad? Solo sabes que el café sabe más dulce y la marraqueta más crujiente.
Frente a la mesa de medialuna, tres personas desayunaban silenciosamente. Las miradas cómplices se intercambiaban con rapidez mientras que la loza chocando con los cubiertos no dejaba de sonar. Se notaba la complicidad entre los tres tras cada sonrisa sospechosa que se regalaban. Se traían entre manos una decisión que aún estaban procesando.
—¡Vamos chicas! Ahora más que nunca debemos mantener la comunicación fluida entre todos —animó un conejo azul de unos veinticinco años.
Él era alto, delgado, con el pelo de la coronilla rebeldemente desordenado, y con unos ojos peculiarmente violetas. Traía una camiseta negra, un smartwatch en su muñeca derecha, unos jeans desgastados y unas zapatillas rojas con la suela blanca.
—Lo siento, es que todo esto es tan nuevo para mí, que me tiene un poco nerviosa —respondió la chica de su derecha antes de esconder parte de su cara tras su tazón.
Ella era de mediana estatura y delgada. Unas cuantas pecas adornaban sus mejillas. Tenía su cabello azul marino ondulado y anudado por detrás con un enorme moño rojo que lo ordenaba sin apretar mucho. Usaba unos lentes con un marco oscuro y delgado que enfatizaba sus ojos negros. Traía un vestido sencillo de color rojo sin mangas que le llegaba hasta las rodillas y unos zapatos de taco medio color negro.
—Tranquila Millie —le respondió el conejo—, sé que todo esto es un poco extraño, pero con el tiempo nos iremos acostumbrando.
La chica le regaló una dulce sonrisa que él respondió sujetando su mano.
—Gracias Yang —respondió apretando la mano del conejo.
—Yo creo que esto será ¡Increíble! —intervino la chica ubicada a su izquierda con emoción—. Como que esto del poliamor es algo tan… ¡mágico! ¡Ya no puedo esperar a contárselo a mis amigos!
La chica era un poco más alta y delgada que Millie. Tenía una frondosa cabellera rubia y lisa que caía por su espalda hasta llegar a su cintura. Tenía el cutis claro, la piel brillante, enormes ojos verdes y una sonrisa imborrable. Traía un vestido color turquesa con vuelos blancos en sus mangas y un grueso cinturón de seda color verde agua. Su tenida era acompañada de unas sandalias color blanco.
—¿Se lo vas a decir a tus amigos? —inquirió Millie extrañada.
—¡Por supuesto! —respondió igualmente emocionada—. ¡Vamos chicos! Miguel, Fiona y Max son los chicos más geniales que puedan conocer —agregó con cierta aprensión—. Sin duda les alegrará la noticia y podrán entender y compartir mi felicidad.
Al notar el silencio formado, prosiguió en tono suplicante juntando sus manos:
—¡Por favor! Necesito el apoyo emocional de mis amigos.
Yang y Millie se miraron mutuamente.
—Bueno, habíamos quedado que podemos contarles a nuestros familiares y amigos de nuestra relación siempre y cuando estemos seguros de que no nos ocasionará problemas —sentenció Yang—, y ya que Leni le va a decir a sus amigos, yo quisiera decirle a mi hermana —agregó con emoción.
—¡Uy eso suena súper! —exclamó Leni.
—¿Estás seguro? —replicó Millie—, no sé por qué creo que no es una muy buena idea que le digas.
—¿Por qué no? —cuestionó Yang arqueando una ceja mientras tomaba café de su tazón.
—Es solo una intuición —respondió la chica.
—No tienes de qué preocuparte —replicó Yang con una sonrisa—. Sé que Yin me va a apoyar, claro, lo encontrará un tanto raro al principio, pero no será nada que deba preocuparnos. Además, al igual que Leni, siento que necesito ese apoyo.
—¿Qué tal si tú intentas decirle a alguien cercano? —propuso Leni mientras raspaba con un cuchillo el fondo del pote de mantequilla de maní.
—Bueno, mi situación es difícil —meditó Millie revolviendo su taza de café con leche—, mi familia es muy aprensiva y la mayoría de mis compañeros de trabajo son una mierda.
—¡Oh, vamos! Debe haber alguien allí afuera en quien puedas confiar —la animó Yang acariciándole el cuello.
—Hmm tal vez se lo pueda decir a Franco —propuso en tono pensativo—. Los lunes solemos ir al restaurante de la tía Pía por la oferta de pollo asado con papas fritas a la hora del almuerzo. Además, él es uno de los grandes amigos que tengo.
—Pues bien, creo que está decidido —dictaminó Yang—. Vamos a ir poco a poco contándole a nuestro entorno lo que tenemos entre los tres, con el propósito de poder recibir el apoyo que necesitamos.
Luego del desayuno, los tres abandonaron el departamento que compartían. Era un lugar pequeño y acogedor ubicado en el piso dieciséis de un rascacielos de treinta pisos. En el camino desde el ascensor hasta la salida del edificio, las miradas cómplices se multiplicaron. Una vez afuera, cada quien tomó su propio camino rumbo a sus respectivos trabajos.
Millie tenía auto propio. De inmediato bajó hasta el estacionamiento subterráneo del edificio. Allí apuntó con sus llaves apretando el botón que tenía de llavero. Un Hyundai Accent 2010 color celeste cielo piteó junto con un parpadeo de sus luces delanteras. Se subió al asiento del piloto y encendió el motor. Bajó la visera del auto en donde encontró una fotografía de ella con Yang. Tras un suspiro volvió a levantar la visera y se dispuso a emprender la marcha.
—¡Lamento llegar tarde!
Yang ya traía puesto su karategi con un cinturón negro atado a su cintura. Se encontraba ordenando algunos papeles en una pequeña oficina en donde solo había una mesa, una silla y un aparador con trofeos.
—No te preocupes Yin —se volteó el conejo—. Aproveché para abrir el local y esperar al primer grupo de estudiantes.
Frente a él, en la entrada del pequeño cuarto, se encontraba una coneja rosa de ojos celestes idéntica a él. Se encontraba jadeando por la prisa. Traía un bolso deportivo sobre su hombro derecho y un traje deportivo color violeta que consistía en una sudadera con cierre y unos pantalones holgados.
—Tuve un contratiempo anoche y me dormí súper tarde, y hoy en la mañana ni siquiera sentí el despertador… —continuó hablando entre jadeos cuando Yang la detuvo alzando la palma.
—No tienes que darme explicaciones, hermana. Ahora lo importante es que descanses un poco.
—¿Me cubres en el primer grupo? Necesito cambiarme —le pidió ella ya con menos agitación.
—¡Claro! Tómate tu tiempo —le respondió mientras abandonaba la habitación.
Ambos tenían un local arrendado en pleno centro comercial en donde enseñaban artes marciales. Enseñaban distintos cursos a distintos grupos de distintas edades y condiciones. Era un espacio amplio pero que se hacía pequeño frente a sus necesidades. Tras bambalinas improvisaron vestidores y una oficina. El «gimnasio» era un enorme espacio alfombrado con una enorme vitrina con vista al pasillo por donde circulaban cientos de personas diariamente. Les iba relativamente bien puesto que atendían en total a alrededor de doscientas personas semanalmente.
—¡Increíble! ¡Pues muchas felicidades! —una chica de cabello castaño abrazaba efusivamente a Leni.
—¡Muchas gracias Fiona! —respondió Leni con una sonrisa radiante.
—Bien, ahora debes contarnos absolutamente todo —enfatizó un chico de pelo negro acercando una silla alta que había cerca de la caja.
Leni tenía junto a tres amigos una boutique en pleno centro de la ciudad. Acababan de abrir ese día, y a esa hora de la mañana no se acostumbra la visita de muchos clientes. Es por ello que los cuatro aprovechaban para conversar sobre diversos temas de interés mutuo. El lugar era grande, pero gracias a toda la ropa acumulada daba la sensación de claustrofobia. Se podían ver todas las prendas a la vista junto con los posters en las paredes y las telas con diversos estampados usados como guirnaldas
—Hay Miguel, son tantas cosas que no sé ni por dónde empezar —comentó Leni entre risas—, en serio, anoche hicimos un acuerdo —agregó cambiando su tono drásticamente a seriedad—… ¡Rayos! Ya no me acuerdo de todo —se palmeó la cabeza intentando destrabar sus recuerdos—. Menos mal que Yang anotó todo y tiene guardado ese acuerdo.
—¿Acuerdo? —preguntó extrañado un chico rubio.
—¿Han hecho un trío? —secundó Fiona.
—¿Qué sientes cuando él besa a la otra chica frente tuyo? —terció Miguel.
—¡Vamos, vamos! Con calma. ¡Son muchas cosas! —respondió Leni con nerviosísimo. Frente a ella, tres pares de ojos la observaban sin perderse ni el menor de los detalles—. Vamos uno por uno las preguntas y les responderé de acuerdo a lo que me vaya acordando.
—¿Qué contiene el acuerdo? —se adelantó el chico rubio.
—Bueno Max, básicamente son las reglas de nuestra relación —respondió la chica—. Tiene cosas como qué hacer, cuándo, cómo, con quién, dónde, entre otras cosas.
—¿En serio son tan estrictas esas relaciones? —preguntó Miguel arqueando una ceja.
—Bueno, las reglas siempre son conversables —respondió Leni—. Lo más importante es la confianza y la comunicación. En la relación hay que hablar todo lo que nos pasa para que funcione. Las reglas son un acuerdo que podemos modificar cuándo lo necesitemos.
—Creí que era más sencillo —intervino Fiona rascándose la nuca—, con eso del amor libre y de que podías meterte con cualquiera.
—No, no, no, no, no —respondió Leni con rapidez—, al contrario, es mucho más difícil que una relación monógama. Si no queremos causarle daño a los demás involucrados, la comunicación es lo más importante.
—O sea, ¿no te puedes meter con otras personas? —cuestionó Fiona.
—Sí, sí puedo, pero debo avisar —respondió Leni.
—¿En serio? —respondió Max envuelto en la sorpresa—. ¿Y cómo es eso?
—Pues eso —respondió Leni extrañada ante la reacción de su amigo—. Voy, lo converso con ambos, nos ponemos de acuerdo, y listo.
—Pero, ¿es así de fácil? —preguntó Miguel sin poder evitar la impresión.
—Sip —afirmó Leni con simpleza.
—Pero, ¿y qué pasa con los celos? —insistió Miguel.
—Bueno, ese es un tema importante —comentó Leni—. Como que hay que saber controlarlos, contenerlos, conversarlos… ¡ay se me fue la palabra! El tema es si sientes celos, debes hablarlo, entender qué es lo que exactamente sientes, entender por qué lo sientes, y darle sentido a las cosas.
—¿Pero los celos se van así como así? —insistió Fiona.
—La verdad no lo sé —respondió Leni con un dejo de tristeza—. Como que cuando comencé con Yang, noté de inmediato que él estaba saliendo con alguien más, pero yo no sentí absolutamente nada de celos. Eso me asustó mucho en un principio. Temía que ya lo había dejado de amar. Me sentía hasta feliz por él, y a la vez no quería perder los buenos momentos que estábamos viviendo juntos. Todo se me aclaró un día que encontré un artículo en la revista «Por siempre veintitantos» en donde hablaba del poliamor y todo eso. Fue ahí cuando se lo propuse a Yang. Le tomó mucho tiempo asimilarlo, pero luego aceptó. Convencer a Millie tomó otro largo tiempo, pero también aceptó. Yang consiguió un departamento en el edificio Departamental y un día nos fuimos todos a vivir juntos.
Tras un largo silencio, Leni pudo ver el rostro desencajado de sus amigos. Se hallaban tan quietos como estatuas de hielo. Se encontraban incrédulos frente a los hechos que su amiga les describía. La chica en cambio contrastaba con sus amigos con su actitud tranquila y relajada.
—Entonces, ¿no sientes nada cuando él besa a Millie? —Miguel interrumpió el silencio.
—La verdad no —respondió la chica—. Claro, en nuestro acuerdo están prohibidos los besos y demostraciones sexuales delante de la otra. Esto lo hicimos por Millie, quien aún está con eso de la gestión de las emociones. ¡Esa es la palabra! Es importante la gestión de las emociones, especialmente de aquellas que provocan los celos.
—Wow, ¿entonces no hay tríos? —preguntó Fiona un tanto decepcionada.
—Los tríos y orgías en general están prohibidos para nosotros —respondió Leni cruzándose de brazos—. Si hemos de tener relaciones íntimas, deben ser de a dos y con todas las protecciones debidas, independiente de con quién.
—¿Y pueden llevar gente a la casa? —intervino Max.
—Bueno, los amigos siempre son bienvenidos en la casa —respondió con una enorme sonrisa.
—Sí, pero me refiero a… —insistió Max introduciendo repetidamente su índice derecho en el agujero que creó con su índice y pulgar izquierdo.
—Eh… —Leni intentó interpretar aquel gesto sin resultados.
—¡A follar! ¡A coger! ¡A tener sexo! —intervino Fiona con exasperación ante la lentitud de su amiga.
—¡Aaaaah! —aceptó Leni afirmando con la cabeza el haber entendido el gesto—. La verdad tampoco podemos hacer eso, pero si consideramos que la nueva relación es importante para nosotros y nuestra nueva pareja acepta el poliamor, puede venir a vivir con nosotros. Así puede hacerlo en la casa.
—Entonces la familia puede crecer —afirmó Max.
—¿Y qué pasa con los hijos? —preguntó Miguel.
—¿Pero qué pasa entre ustedes tres en cuanto al sexo? —agregó Fiona—. O sea, ¿tienen un calendario o algo?
—Bueno, por ahora debemos cuidarnos para evitar hijos. Cuando una de las dos se sienta con el deseo de tener hijos, se conversará.
Leni no alcanzó a responder la siguiente pregunta porque justo entró un grupo de señoras mayores al local. Eran aproximadamente una diez, y se les notaba bastante animadas.
Era hora de trabajar para el grupo.
—Mira, esta es una instrucción que te permite repetir instrucciones. Aquí arriba declaras una variable que te servirá de contador, indicando el rango de valores que quieres que tome y los saltos por cada vuelta, y dentro, entre estas llaves, anotas todas las instrucciones que quieres que se repitan. La cantidad de veces que se repitan dependen del rango de valores de tu contador y cada cuantas unidades quieres que avance el contador por cada vuelta.
Millie estaba junto con un hombre que aparentaba poco más de treinta años. Era alto, regordete y pelón. Traía una camiseta negra con el logo de Metálica y unos shorts café oscuro con enormes bolsillos. Cada uno estaba sentado en una silla de oficina frente a la pantalla de una computadora. El hombre le regalaba una explicación con ínfulas de importancia a Millie, quien parecía entre hastiada y aburrida.
—Josh, sé cómo funciona el ciclo for, tengo un título en ingeniería en informática —contestó la chica con molestia.
Josh la miró fijamente con una mirada perdida, y continuó:
—También existe otra instrucción que sirve para repetir la ejecución de instrucciones. El ciclo while…
—¡Ay ya cállate! —Millie empujó la silla de Josh con sus pies. Las rueditas arrastraron la silla con Josh incluido, alejándolo hasta el otro extremo de la habitación.
Apenas regresó su vista a la pantalla, sonó un teléfono que tenía a su alcance.
—Departamento de T.I. —contestó el fono con fastidio.
—¡Ho! Hola Millie —contestó un chico desde el otro lado—. Te llamaba porque tengo un problema con el sistema de contabilidad.
En una oficina mucho mejor iluminada que el sótano en donde se encontraba el departamento de Millie, un joven se encontraba haciendo clics aleatorios frente a la pantalla de su computadora. Era bastante joven y de rostro delicado. Tenía el cabello oscuro y rizado y unos ojos pequeños y oscuros. Vestía un terno oscuro sobre una camisa celeste cielo y una corbata roja con lunares blancos.
—Resulta que cada vez que intento cargar una factura me sale un error extraño —le explicó—. La pantalla se me pone en blanco y con letras negras me sale «500 Internal Server Error, Request method POST not supported».
—¡Hola Franco! —Millie se animó al escucharlo—. Haré llegar tu reporte a Rob. Resulta que esta mañana llegaron tres novatos al departamento. Seguramente les dieron acceso al servidor de producción y quizás qué estupideces hicieron allí adentro. Apenas tenga noticias te aviso.
—¡Ya! ¡Muchas gracias! —respondió con ánimos—. Es que necesito terminar de cargar las facturas hoy si no quiero que mi jefe se moleste.
—Ni que lo digas —Millie se volteó con su silla mientras observaba el caos que era su lugar de trabajo—. Tengo que terminar un requisito para el sistema de bodega, pero a cada rato llega alguien con un problema urgente que debo resolver.
—¡Oh! Lo siento mucho —respondió el chico con pesar.
—Tú no —le contestó Millie jugueteando con el cable del fono—, a mí me agrada hablar contigo.
Una risa nerviosa fue lo único que escuchó desde el otro lado.
—Oye —continuó ella—, ¿iremos al almuerzo donde la tía Pía?
—¡Por supuesto! —exclamó el chico desde el otro lado con ánimo—. ¡No me lo perdería por nada! Especialmente hoy. Olvidé mi colación de media mañana y ya me estoy muriendo de hambre.
—¡Pues bien! —respondió Millie tras una corta risa—. Entonces nos veremos a la hora del almuerzo. Tengo que contarte sobre algo muy importante.
—¿Es sobre Yang? —preguntó Franco.
—¿Cómo lo supiste? —cuestionó Millie con la sorpresa en su rostro.
—Bueno, me dijiste que hace poco te mudaste con él —respondió el chico balanceándose en su silla—, así que supongo que todos tus problemas fuera del trabajo tienen que ver con él.
—Eh, sí, tiene que ver con él —confirmó la chica.
—¡Qué bien! Entonces ahí me cuentas de su olor a patas o de sus ronquidos —respondió el chico con una amplia sonrisa.
Ambos terminaron por reírse a través de la llamada.
—Bien, debo colgar —anunció Millie—. Quiero terminar con este requisito antes que me obliguen a quedarme durante el almuerzo.
—Okey, ¡nos vemos! —se despidió Franco—. ¡Cuídate!
—¡Tú igual! —respondió Millie antes de colgar.
Tras el silencio y una nueva inspección de su entorno oscuro y caótico, se volteó con su silla, regresando a la pantalla.
—¿Poliamorosa? —Yin arqueó una ceja creyendo haber oído mal.
—Sí —afirmó su hermano.
Ambos se encontraban almorzando en la pequeña oficina del local en donde trabajaban. A eso de la una de la tarde finalizaron una de las clases para luego cerrar el local. El siguiente grupo iniciaría su clase a las tres de la tarde. Ambos fueron entonces en busca de su almuerzo, encontrándolo en un local de sushi. Yin ya traía puesto su karategi, siendo idéntico al de su hermano.
—Pero, ¿cómo es eso? —insistió Yin aun extrañada.
—Bueno, básicamente estoy viviendo con Millie y Leni, tengo una relación afectiva y sexual con ambas, ambas lo saben y todos estamos de acuerdo —el nerviosismo le indicó al conejo que a fin de cuentas no había sido tan buena idea contarle a su hermana.
Ella quedó con una pieza de sushi sujeta con los palillos a medio camino hacia su boca. Su mente procesaba infructuosamente la explicación. El silencio comenzó a incomodar a Yang. El ambiente se tornaba aún más denso gracias al aire claustrofóbico y a la pobre iluminación natural.
—¿Yin? —Yang rompió el silencio un tanto incómodo.
—No lo entiendo —Yin regresó la pieza de sushi al envase junto al resto.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—¿Cómo se pueden poner de acuerdo en esas cosas?
—Conversando.
—¿Conversando?
—Sí, conversando.
—¿Acaso me quieres tomar el pelo? —Yin frunció el ceño.
—No, no, claro que no —respondió Yang un tanto nervioso.
—Pero es que… ¿qué pasa si una siente celos de la otra? —insistió Yin.
—Bueno, se conversa —respondió su hermano.
—¿Y tú crees que esos sentimientos se van a ir?
—Es que los celos son solo inseguridades, Yin —le respondió—. Al conversar se llega a las causas de esos celos, se fortalecen esas inseguridades ¡y listo! Los celos se van.
—Como si fuera tan fácil —insistió Yin.
—Yo nunca dije que fuera fácil —replicó su hermano para luego tragarse una pieza de sushi.
—¿Entonces por qué tomas ese camino? —replicó Yin—. ¿Acaso no te puedes decidir por una de las dos?
—Es como si me pidieras por ejemplo que tuviera que elegir entre tú y el Maestro Yo —replicó Yang—. ¡Es algo que no tiene sentido!
—No es lo mismo, Yang —insistió su hermana—. Una cosa es el amor fraterno que nos tenemos, o el amor paternal del Maestro Yo, y otra cosa es el amor de pareja, que es para una sola persona.
—¿Y quién lo dice? —insistió Yang frunciendo el ceño.
—Pues… es algo de la naturaleza —respondió ella un tanto titubeante.
El silencio se extendió durante varios segundos. Parecía cernirse la incomodidad entre ambos. Cada quien tomó una pieza de sushi y la comió con el mayor sigilo.
—Yin —Yang interrumpió el silencio—, yo no te conté esto para que lo entiendas, ni mucho menos para que me juzgues. Es solo que me gustaría un poco de apoyo de tu parte —agregó volteándose hacia un costado.
El silencio nuevamente se hizo presente. Yang regresó la vista a su hermana, quien lo observaba con una mirada que no podía descifrar. Recordó las palabras de Millie durante el desayuno y empezaba a sorprenderse lo acertado que había sido su comentario.
—Tienes razón —finalmente Yin habló tras un suspiro—. La verdad no entiendo tu decisión, pero sabes que siempre puedes contar conmigo para cuando lo necesites —agregó con una sonrisa.
—Gracias Yin —su hermano le respondió con una sonrisa.
—Además, yo no me imagino en algo así —continuó la coneja luego de tragar otra pieza de sushi—. O sea, no me sentiría bien teniendo dos hombres o sabiendo que mi pareja tiene a otra mujer.
—El poliamor no es para todos, Yin —contestó el conejo—. Tú perfectamente puedes seguir en la monogamia, cuando encuentres pareja.
—Sí —respondió ella tras una risa—, primero debería encontrar a alguien.
—Quien sabe, puede que hoy mismo te pilles con el amor de tu vida —agregó Yang tras un largo sorbo de su botella con agua.
Tras ese comentario, ambos se largaron a reír.
El restaurante de la tía Pía era un lugar muy concurrido. A pesar de ser un lugar espacioso, se llenaba tanto de gente como en metro en hora punta. Muchos comensales terminaban comiendo de pie con una pieza de pollo en una mano y un vaso de refresco en la otra. Millie y Franco tuvieron la suerte de conseguir un puesto en la barra. Ambos se encontraban apretujados uno al lado del otro, rodeados de mucha gente que circulaba por detrás de ellos.
No era el mejor lugar para conversar temas personales, pero el pollo asado se los recomiendo. A pesar de ello, Millie decidió contarle toda la verdad a su amigo. Él escuchaba silenciosamente mientras engullía una presa de pollo. Prefería utilizar la boca para comer que para interrumpirla. Eso le ayudó a Millie a desahogar todo lo que llevaba dentro. Logró desatar un nudo en la garganta del que se había acostumbrado, haciéndola sentir mucho mejor. Tras el punto final, Franco acababa de dejar los huesos sobre el plato de cartón.
—Guau, eso fue intenso —comentó.
—E increíble —agregó Millie—. Tampoco puedo creer que me encuentre en esta relación poliamorosa, pero cuando conocí a Leni me fue imposible odiarla. Ahí descubrí que Yang tenía razón. Tras conocer a la otra, los celos simplemente se me fueron. De hecho siento que cualquier hombre sería feliz con alguien como Leni —agregó dibujando comillas en el aire en «la otra».
—¿Por qué piensas que es tan genial Leni? —preguntó Franco mientras se limpiaba la boca y las manos con un pedazo de servilleta.
—Ella tiene un algo que, no sé, como un ángel. Es súper amable, delicada, atrae con su personalidad. Créeme, si la conocieras, seguro que te encantaría.
Franco se largó a reír, tirando al suelo la servilleta de forma accidental.
—No lo creo —le dijo.
Millie solo se dispuso a sonreír ante la ingenua reacción de su amigo. La verdad le alegraba haberse quitado un peso de encima, y que Franco aparentemente se lo estaba tomando con naturalidad.
—Millie, te quiero agradecer por confiar en mí —repentinamente, el muchacho tomó una postura seria y una voz grave, utilizada solo en momentos solemnes—. Creo que esto es algo muy personal y que seguramente no se lo confiarías a cualquiera. Te quiero agradecer por haber pensado en mí a la hora de querer confiarme este paso tan importante, y te prometo apoyarte en todo lo que haga falta para que tu relación resulte de la mejor forma posible.
—Vaya, eh, muchas gracias —balbuceó la chica sorprendida por la reacción de su amigo. Sospechaba que él la iba a apoyar, pero no se esperaba una reacción tan formal de manera tan repentina.
Para compensar tan repentino cambio, Franco le regaló una sonrisa nerviosa.
—Aunque no entiendo muy bien el cómo, me quedó claro que eso del poliamor lo haces para ser feliz —agregó el muchacho—, y lo que te haga feliz a ti, me hace feliz a mí.
—Gracias Franco —respondió Millie sujetándole una mano —la verdad no sabes cuánto necesitaba tus palabras.
—Y siempre encontrarás más palabras de esas cuando las necesites justo aquí —agregó el muchacho apuntando hacia sí mismo con el pulgar de la mano libre.
—¡Vaya! ¡Ya es tarde! Debemos volver al trabajo —respondió Millie observando de pronto su celular.
Franco arqueó una ceja sin comprender la situación hasta que Millie le mostró la hora.
—¡Es cierto! ¡Se nos hizo súper tarde! —exclamó palmeándose la cabeza.
—¡Vámonos ya! —ordenó Millie mientras se ponía de pie.
Entre empujones y codazos, ambos chicos se dirigieron hasta la salida. Afuera, el sol golpeaba fuerte, y el terno de Franco no le ayudaba a capear el calor.
—Lo bueno de trabajar en el departamento de T.I. es que pueden ir vestidos como quieran —le comentó a Millie mientras se ocultaba de los rayos solares tapándose con su bolso.
—Eso no quiere decir que literalmente vaya como se me dé la gana —respondió su amiga.
Mientras, al interior del restaurante de la tía Pía, dos personas se quedaron dentro. Eran dos chicos que se habían instalado justo al lado de Millie y Franco, al punto que la espalda de uno de ellos rozaba constantemente con la espalda de ella. El enorme gentío impidió que ellos se dieran cuenta de su presencia.
—¿Oíste eso Lorn? Millie está en algo… raro —comentó uno de los chicos. Tenía el cabello castaño claro con un enorme jockey negro cubriéndole la cabeza y tapándole los ojos.
—Sí, no me había imaginado que ella aceptaría algún día estar en algo así —respondió el segundo chico. Era regordete y tenía el mismo color de pelo que su acompañante. Su rostro se hallaba enrojecido y cubierto de espinillas oscuras.
—¿Crees que Coop lo sepa? —volvió a preguntar su compañero.
—Lo dudo mucho, Harley —respondió Lorn meditando—. O sea, ¿Qué el novio de su hermana esté saliendo con otra chica al mismo tiempo? ¿Te das cuenta cómo suena eso?
—Literalmente esa es la definición de poliamor —respondió Harley revisando su teléfono—, y de infidelidad.
—Aún me cuesta imaginarmelo —prosiguió Lorn en tono pensativo—. En serio no puedo —agregó negando repetidamente con la cabeza.
—Siempre pensé que Millie era demasiado ingenua como para meterse en esas cosas —comentó su compañero dejando a un lado su teléfono.
—¿Y si ese tal Yang la está embaucando de alguna forma para tener dos chicas delante de sus narices? —propuso Lorn.
—Es más probable eso —apoyó Harley tras meditarlo un instante.
—Sea lo que sea, ¡vamos a averiguarlo! —exclamó su amigo con ánimos poniéndose de pie.
—Y esto nos incumbe a nosotros porque… —cuestionó Harley con tranquilidad.
—¡Por el morbo, viejo! —respondió su amigo en tono suplicante.
—¡Bien! Me convenciste —sentenció el chico devorando su último trozo de hamburguesa.
Ambos chicos emprendieron la retirada de la misma forma que sus conocidos: a punta de empujones y codazos.
—Oye Yang, ¿has visto los comprobantes de pagos de las facturas del local? —su hermana se acercó a él con una carpeta verde oliva entre sus manos. El conejo se encontraba en la entrada del local despidiendo al penúltimo grupo de la jornada.
—No tengo idea —respondió sin mirarla—. Tú siempre te encargas del papeleo.
—Pero te pedí el viernes que fueras a pagarlos —respondió ella.
Ante el silencio de su hermano, ella insistió.
—Yang, ¿fuiste a pagar las facturas el viernes?
—Ups, creo que se me olvidó —respondió volteándose con temor.
—¡Yang! —gritó ella molesta—. ¡Esas facturas se debían pagar el viernes! ¡Si no las pagamos hoy nos cobrarán una enorme multa!
—Si quieres voy a pagarlas ahora —se ofreció de inmediato—. ¿Hasta qué hora atienden?
—Cierran a las cinco —respondió ella.
Instintivamente, ambos se voltearon hacia el gran reloj que tenían en el gimnasio. Marcaba las cuatro y cuarenta y cinco.
—¡Quedan quince minutos! —exclamaron a la vez.
—¡Toma las facturas y el dinero! —Yin le extendió un sobre de papel de estraza oscuro sacado de su carpeta.
—¿Y qué hay del último grupo? —preguntó Yang.
—Yo te cubro —respondió su hermana—. ¡Ahora ve! ¡Ya! —le ordenó.
Sin perder más el tiempo, el conejo se perdió entre la muchedumbre que circulaba en el centro comercial.
A unas calles de distancia, se encontraba un pintoresco bar. En su interior se lograban colar algunos rayos solares. Los rincones en donde el sol no alcanzaba a llegar estaban cubiertas por luces de neón. Había un ambiente agradable, con música en vivo gracias a una banda que tocaba en un estrecho rincón. El lugar estaba listo para recibir a los primeros clientes de la velada.
—Lamentamos el retraso, el canal tuvo un extra informativos y nos tuvimos que quedar en el estudio —se disculpó Lorn. Él y Harley estaban arribando en una mesa en donde dos chicos ya los estaban esperando.
—No se preocupen, ya pedimos algo. ¿Ustedes qué quieren? —preguntó un chico de apariencia asiática con el cabello oscuro, corto y peinado hacia adelante con fijador.
—Lo de siempre —respondió Lorn.
—¿Y cómo están las cosas? —secundó Harley.
—Me dijeron que vendrá un practicante a la editorial la próxima semana —comentó el otro chico que se encontraba en la mesa—. Nos servirá para avanzar más rápido en la historieta.
El chico era alto, delgado y de tez pálida. Tenía cabello castaño y ojos azul marino. Llevaba puesta una chaqueta de mezclilla sobre una camiseta color rojo.
—¡Cielos Coop! Ya no puedo esperar al nuevo número de Dark Spectrum —respondió su amigo con una botella de cerveza en la mano.
—Yo tampoco Dennis —respondió alzando su botella de cerveza—. Ojalá tengamos el borrador listo para fin de mes.
Aprovechando que Lorn hablaba con un mesero para pedir cervezas, Harley aprovechó de incursionar.
—¿Y qué hay de nuevo en la familia, Coop?
—Bueno, no mucho desde la última vez —respondió el chico sin sospechar de las intenciones—. Papá aún se siente un tanto sensible por la partida de Millie. Te conté que se fue hace poco a vivir con su novio. La verdad no confío mucho en él. No es nada en particular, es solo que me da mala espina.
—Quizás sea porque no lo conoces mucho —se aventuró Dennis.
—Tal vez sea eso —meditó Coop—. Esperamos que algún día Millie lo lleve a casa para así conocerlo mejor.
—¡Vamos Coop! No seas tan aprensivo con tu hermana —espetó Dennis leyendo las intenciones de su amigo—. A fin de cuentas ella ya está grande, y puede decidir perfectamente sobre su vida.
—Sí, eso creo —respondió mientras bebía con lentitud su cerveza con una mirada desconfiada.
—Entonces supongo que no sabes que el novio de Millie llevó a vivir a su otra novia a la casa —lanzó Harley.
—¡¿Qué?! —exclamaron Coop y Dennis al unísono.
—O sea, por lo que escuché, los tres están en una relación poliamorosa —explicó Harley.
—¡¿Qué?! —replicaron los chicos.
—O sea, básicamente ese tipo es novio de Millie y esa chica al mismo tiempo, las dos están de acuerdo y los tres viven en la misma casa —agregó Harley.
El silencio se hizo presente en la mesa. Solo la esporádica música transmitida por los parlantes, sumado al difuminado ruido de las conversaciones ajenas amenizaba la situación. Lorn se sintió perdido una vez introducido en el momento tras terminar el pedido. Miraba a todos sus amigos en busca de alguna respuesta.
—¿Eso siquiera es posible? —Dennis rompió el silencio mientras se rascaba la oreja.
De improviso Coop se puso de pie, sorprendiendo a sus amigos. La dureza de su mirada amenazaba con destrozar a todo lo que se interpusiera en su camino.
—¡Coop! ¿A dónde vas? —preguntó Dennis sorprendido por el repentino acto de su amigo.
—Sé donde trabaja ese sujeto —comentó amenazantemente antes de emprender la retirada.
—¡Espera Coop! ¡¿A dónde vas?! —exclamó Dennis mientras se ponía de pie dispuesto a seguirlo.
Harley quedó de una pieza. No movía un músculo, preso de la sorpresa. Ni en su imaginación más desquiciada se esperaba una reacción tan repentina por parte de Coop. Solo un fuerte palmetazo en la nuca lo arrancó del estupor.
—¡¿Ahora qué hiciste?! —le recriminó Lorn.
Coop se dirigió a su destino a grandes zancadas. Dennis apenas podía seguirle el paso. En parte, prefería mantener distancia ante cualquier eventual reacción de su amigo. Lo conocía desde que tenía memoria, y sabía que la impulsividad era su segundo nombre. Tras una intersección, Dennis le perdió la pista, costándole demasiado tiempo reencontrarse con su amigo.
El chico en tanto entró al centro comercial y se dirigió raudamente hasta el gimnasio. Se detuvo frente a un local que se presentaba con un enorme cartel sobre su entrada que anunciaba: «Yin & Yang, Academia Woo Foo». Apretó los puños y cruzó la puerta de vidrio.
—¡Muy bien! Ahora tienes que repetirlo cien veces —Yin le estaba dando indicaciones a un adolescente que no superaba los catorce años.
—¡¿Cien veces?! —exclamó el muchacho con fastidio.
Yin estaba por responder cuando oyó la puerta abrirse. Al voltearse, pudo ver al joven de cabello castaño y ojos azules aproximarse con cara de pocos amigos.
—¿Aquí trabaja Yang Chad? —preguntó con tono cortante.
—Sí —respondió la coneja con voz tranquila y sus manos en la espalda.
—Quiero hablar con él —ordenó el chico.
—Él no se encuentra aquí por el momento —respondió Yin con tranquilidad y dureza—. ¿Desea dejarle algún recado?
—Sé que él está aquí —insistió Coop observando en todas direcciones.
No habían muchos lugares en donde esconderse, salvo en las puertas traseras en donde se ubicaban los vestidores y la oficina.
—Ya le dije que él no se encuentra aquí —insistió Yin—. ¡Oiga! ¡No puede entrar allí!
Ella vio como el chico atravesaba el gimnasio a través de estudiantes que lo observaban con sorpresa, hasta llegar a una de las puertas.
—¡Debe estar aquí! —gritó entrando a la oficina.
—¡Ese es un espacio restringido! ¡Salga de allí ahora! —le advirtió Yin siguiéndolo.
—¡Yang! ¡¿En dónde estás?! —vociferaba Coop mientras revisaba el lugar.
Al chico no le tomó demasiado tiempo revisar el lugar. En su afán por revisar debajo de la mesa, terminó volteándola. Varios papeles terminaron desparramados por el piso. A Yin le alertó el ruido de la loza rota. Antes de siquiera imaginar lo que habría roto, Coop abandonó raudamente el cuarto en busca de las siguientes puertas.
—¡Yang! ¿Dónde te escondes maldito infeliz? —gritaba histérico el chico mientras revisaba los vestidores.
Yin entró a la oficina y descubrió unos papeles mojados bajo lo que hasta hace poco era un tazón. Se hallaba hecho trizas en el suelo. Yin se arrodilló junto a los restos y observó con espanto lo que quedaba del objeto.
—¡Oye! ¡Acabas de romper mi tazón favorito! —salió gritando Yin de su oficina.
Ambos se toparon en la salida, luego que Coop terminara de revolver los vestidores.
—Dime, ¿dónde está ese maricón? —vociferó frente a su cara.
—Estás hablando de mi hermano —respondió la coneja comenzando a perder la paciencia.
—Te pregunté dónde está —insistió el chico sujetando a Yin del cuello de su traje con sus dos manos.
Ambos cruzaron sus miradas más furiosas. La mirada de Coop escondía un infierno en llamas. La mirada de Yin escondía una tormenta a punto de ser desatada.
—Suéltame ahora —le advirtió con un tono tan cortante que sus alumnos, testigos de la escena, retrocedieron uno o dos pasos.
—No me interesan tus amenazas… —Coop intentó levantar a la coneja de su traje, pero ella impidió incluso que terminara la frase.
Cuando Dennis abrió la puerta del gimnasio, lo primero que pudo sentir es el sonido de los huesos rotos de su amigo.
