Buenas y bienvenidos a este nuevo fanfic. Hace años que quería publicarlo, pero nunca me animaba a hacerlo. Gracias a un amigo mio que me insistió hasta el hartazgo que lo publicara, acá estoy.
Soy plenamente consciente de lo muerto de este fandom (el último fanfic fue publicado en 2018) y de que probablemente ni reciba reviews, pero este es uno de los fanfics al que más esfuerzo le he puesto porque soy masoquista.
Como siempre, aclaraciones para que no haya sorpresas luego:
*Hay una protagonista OC. No va a tener romance con Alf ni con ningún personaje protagónico.
*Es el fic con más OCs que he escrito. Son todos secundarios (excepto uno) y no van a eclipsar a los personajes canónicos.
*Va a haber romance (incluyendo yaoi), pero es muy secundario, casi terciario. No hay lemmon.
*Me creé un lore de la puta madre, incluyendo razas alienigenas, culturas y hasta me creé el idioma melmaciano (casi muriendo en el proceso).
*Si nunca leyeron un fic mio, les digo que tengo tendencia a hacer tramas serias. Eso no quiere decir que no haya humor.
*Los títulos de los capítulos son de canciones anteriores a 1990, en homenaje a Paul Fusco, creador de la serie, quien ponía titulos de canciones a casi todos los episodios de Alf.
Eso es todo. Dicho esto, disfuten.
Los caídos del cielo
Capítulo uno
Somebody in this city changes people
Something in this city
Changes people
Makes them devil-eyed
El televisor estaba encendido, pasando El Show de Johnny Carson. A lo lejos, el ruido de una ducha abierta. El tic tac de un reloj de pared que marcaban las once de la noche. Era todo el ruido que se oía en la casa de los Jones, un matrimonio con cuatro hijos.
La chica estaba sentada en el sillón, con los ojos fijos en el televisor, pero sin ver el programa. Aunque no lo pareciera, estaba trabajando, con su mente a toda velocidad. Con un bostezo reprimido, se levantó y se dirigió con pasos lentos y gatunos hacia la cocina, con cuidado de no pisar el cadáver de Mathew, de catorce años, con medio cuerpo arriba de la mesita ratona y con las piernas chocando en el sillón.
La chica abrió el refrigerador, buscando detenidamente entre gaseosas, leche, mantequilla y varios tipos de verduras. Tomo una botella de agua con una mano cubierta con un guante de motorista y se la tomo directamente del envase, mirando de reojo el cadáver de Arthur, el padre de familia, con la cabeza debajo de la mesa de la cocina, tendido en un charco de sangre. Negó con la cabeza, algo molesta. Intentaba ser lo más silenciosa posible y con el menor derramamiento de sangre, pero la había visto cuando le había roto el cuello al chico y tuvo que actuar rápido para evitar que sus gritos atrajeran la atención de los vecinos.
El ruido de la ducha le molestaba. Dejó la botella de agua encima de la mesa y caminó hacia el pasillo donde estaban las habitaciones. Solo por si acaso, abrió la puerta que daba a la habitación de los gemelos Anthony y Maurice, de unos diez años y encendió la luz. Estaban tirados en el suelo, con las almohadas que ella había usado para asfixiarlos a un lado. A veces le sorprendía lo fácil que una persona adulta pudiera matar a dos niños solo usando unas suaves almohadas como armas sin mucho esfuerzo.
Apagó la luz y cerró la puerta con suavidad. Si alguien la hubiera visto desde afuera, la habría confundido con una madre que estaba comprobando que sus niños no estuvieran despiertos haciendo travesuras.
Caminó hacia el baño y abrió la puerta. Blanco, luminoso y poco decorado. Las cortinas color verde claro estaban abiertas, mostrando a una mujer desnuda sin ningún pudor, con el cuello fracturado. Con toda la delicadeza del mundo, se acercó a la ducha y la cerró con un suave movimiento de muñeca. Estaba por retirarse, cuando paso frente al espejo y no pudo evitar mirarse en él. Se le arrugó la frente al verse con su cabello corto de color negro y sus ojos verdes. Odiaba tener que disfrazarse para trabajar, pero no tenía opción. Cuando volviera a su departamento, volvería a tener su apariencia de siempre.
Volvió a la sala y se sentó nuevamente en el sillón. El hijo mayor era el último al que le faltaba ejecutar. Y pronto escuchó el ruido de un auto penetrar en la cochera. Unos pasos se acercaban por el porche. La chica subió el volumen del televisor y se puso de pie, arma en mano.
El chico que entro en la casa tenía unos dieciocho años. Tenía pelo castaño muy corto y ojos avellana dentro de un rostro cuadrado. Su boca grande y delgada se torció en una de horror al ver la escena.
—Cierra la puerta —dijo la chica, con un chasquido. El obedeció, temblando del miedo —. Luke —pronunció su nombre con disgusto, acercándose un paso —, ustedes se han metido en un lio muy grande.
—Y-yo l-l-lo…
—¿Lo sientes? Creo que es un poco tarde para eso. ¿Creían que eran más listos que nosotros?
—No voy a permitir que me mates a mí también —se llevó la mano al interior de su chaqueta, pero la chica fue más rápida. Le dio un disparo certero en la cabeza con su pistola 9 milimetros con silenciador. El ruido de la bala al salir sonó suave y tenue, como si fuera una pistola de aire comprimido. Con el ruido del televisor, en la calle se escucharía menos aún.
El chico cayó hacia atrás, chocando con la puerta. Antes de llegar al suelo, ya había muerto.
La chica le tomó el pulso en el cuello para corroborar su muerte y arrastró el cuerpo hacia el sillón. Le revisó la chaqueta y sacó una pistola de él. Se la guardo dentro de su chaqueta negra de piel y salió a la calle.
Estaban a finales de enero y hacía frío, pero no demasiado. Caminó sin ninguna prisa por las calles desiertas, lamentando que en California no nevara. Quizás en cuanto tuviera un descanso prolongado iría a un lugar con nieve, como Nueva York o tal vez Colorado.
Durante un minuto estuvo enfrascada en esos pensamientos, pero se vio obligada a interrumpirlo al acercarse a una furgoneta gris que estaba doblando la esquina. Dos hombres estaban allí, charlando animadamente. La chica golpeo suavemente la ventanilla del lado del acompañante.
—¿Tienes una manzana? — le preguntó.
—Solo duraznos—le respondió el hombre —¿Terminaste?
—Seis muertos. Hice un poco de lío con la sangre, así que les tocará trabajar duro.
El hombre lanzó un suspiro.
—Demonios, Katrina, la próxima vez envenena el guisado o ahorcalos con una cadena.
—Tenía que hacerlo rápido, eran demasiados. Deberías ser más como Greg, que no se queja de su trabajo.
—Si, si, como digas, Katrina. No te olvides de avisar a la Central cuando llegues a casa.
Katrina asintió con la cabeza y caminó un poco más hasta llegar a su posesión más preciada: una Kawasaki GPZ 900 R roja que había comprado apenas había salido al mercado, hacía unos tres años. Se montó de un salto y se dirigió a su departamento en San Diego, dejando atrás la ciudad de Riverside.
En los casi cinco años que llevaba viviendo en San Diego, había llevado una vida tranquila, manteniendo un muy cerrado círculo de amigos (Bill era tan solo un conocido) y asesinando o capturando a los que a sus jefes consideraba demasiado peligrosos para que siguieran vivos. Solo tenía dos amigos en California a los que podía considerar como tal: Claudia, a quien había conocido al poco tiempo de mudarse y Russell, su amigo de la infancia, el cual se dedicaba a lo mismo que ella. Greg y Jack podrían ser considerados más bien unos compañeros de trabajo con los que se llevara bien, pero no como "amigos".
Estaba muy cansada cuando estacionó su moto en el garaje del edificio. Normalmente hubiese subido los cuatro pisos por la escalera, pero decidió que podría hacer una excepción y uso el ascensor, disfrutando de no compartirlo con nadie.
Apenas había puesto la llave de la cerradura cuando el teléfono a prueba de interferencias comenzó a sonar. Se apresuró a entrar en la casa y corrió hacia el salón, tirando el casco al suelo.
—¿Hola? —dijo, mientras se sacaba el abrigo y lo arrojaba al sillón.
—¿Dónde está el herrero? —preguntó una mujer al otro lado de la línea.
—Cruzando Texas —respondió, sentándose en el sillón. Odiaba esas estúpidas claves, pero eran necesarias —. ¿Cómo estas, Claudia?
—Bien, tengo una noticia para darte, Katrina.
—Dime.
—Creo que tengo una pista.
Katrina se enderezó un poco.
—¿Segura?
—No lo sé con exactitud, pero puede que esté aquí mismo, en California. Si vienes a casa, te explicaré lo que sé. ¿Eres consciente que ni tú ni yo somos detectives?
—Enseguida estaré por ahí —respondió, como si no hubiera escuchado la última parte y colgó el auricular.
La chica lanzo un largo suspiro y se estiró un poco. Hacía meses que estaba buscando una miserable pista para dar con la ubicación de alguien. Ahora estaba cerca de encontrarlo.
Tomó su abrigo de cuero, su casco y estuvo a punto de irse, pero recordó el informe y soltó un resoplido antes de regresar y marcar el número a la Central. Tenía una noche muy larga por delante.
¿Dónde está la familia Jones? Es lo que todos nos preguntamos. Es realmente un misterio sobre lo que ha sucedido con los seis integrantes de la familia que lleva desaparecida desde hace cuatro días. Los Jones, residentes de Riverside, compuesta por…
Kate no estaba mirando la televisión, pero estaba escuchando atentamente desde la cocina mientras lavaba los platos. El caso había estado resonando los últimos dos días en la televisión y no podía evitar sentir un poco de angustia al respecto. El matrimonio tenía cuatro hijos; dos de ellos podrían ser tranquilamente los suyos.
Terminó de lavar los platos y miró por la ventana que daba a la sala. Alf estaba mirando la tele completamente en silencio, cosa bastante inusual en él. Eso si, iba por la tercera bolsa de palomitas de maíz, cuya parte del contenido estaba desparramado por el sillón, el suelo y la mesa de café.
Hacía cinco meses que una nave espacial se había estrellado en la cochera de su casa, con un extraterrestre adentro. Willy lo bautizó como Alf y estaba viviendo con ellos desde entonces. Kate había sido la última en aceptarlo y Dios sabía las ganas que tenía de darle una sacudida de vez en cuando. A veces la volvía loca y en los momentos más críticos, a veces pensaba en tomar el teléfono y llamar a los militares para deshacerse de él. Pero cuando reflexionaba sobre lo que podrían hacerle, un escalofrío le recorría por la espalda y desechaba la idea. Humano o no, Alf se había convertido en parte de la familia y entregarlo a los militares era igual o peor que enviarlo a la muerte.
La puerta de entrada se abrió y Willy entró a la sala, cansado.
—Buenas noches, Alf —saludó Willy, cerrando la puerta tras de sí.
El extraterrestre ni siquiera desvió los ojos de la pantalla.
—Buenas noches, Willy —saludó—. ¿Me trajiste la pizza que te pedí?
—¿Pizza? No me pediste ninguna pizza.
—Ah, cierto. Pensaba en pedir una, ya que Kate no me dejó comerme lo que sobró de la comida.
Kate entró a la sala para saludar a su marido.
—No sobró nada, Alf, es la comida para Willy.
—Si llega tarde, no se come.
Kate lo ignoró por completo y le dio un rápido beso en los labios a su marido a modo de saludo.
—¿Por qué llegaste tan tarde? —le preguntó.
—Me quedé sin gasolina en el camino y tuve que caminar bastante hasta la gasolinera —explicó—. Entre eso y los controles policiales que están haciendo por esa familia de Riverside…
—Una vez desaparecieron varios hombres en Melmac —dijo Alf de golpe—. Aparecieron una semana después… en un cabaret subterraneo.
—¡Alf! —lo retó Kate, escandalizada—. ¡No digas esas cosas!
Alf la miró y se encogió de hombros.
—¿Qué? Los niños están durmiendo.
—No es solo por eso… ¿Cómo puedes ser tan insensible? ¡Desapareció una familia con cuatro niños!
Alf chasqueó la lengua.
—Veo que estás muy tensa, así que mejor me voy a acostar. Buenas noches
Alf se levantó del sillón y se fue hacia la cocina de manera despreocupada, como si no hubiera dicho la gran cosa. Willy carraspeó.
—Mejor me voy a la cocina antes de que Alf se le ocurra comerse mi porción —dijo y se adentró a la cocina a pasos largos.
Kate soltó un suspiro y se fue a su habitación. A veces Alf podía ser terriblemente irrespetuoso.
Alf se quedó en su habitación hasta la una de la mañana. En realidad su "habitación", era el lavadero y lo único que había allí además de todas las cosas que contienen un cuarto de lavado era una canasta que hacía las veces de cama, un par de fotos pegadas a la pared y un mapa estelar de Melmac. Hacía poco le habían dado una pequeña biblioteca con algunos libros que a veces leía cuando no podía dormir (que era prácticamente todas las noches).
Alf se levantó cuando había pasado bastante tiempo después de que Willy y Kate se fueran a acostar. Caminó lo más silencioso que pudo a través de la cocina. Quería ir al garaje, pero no sin antes chequear todas las habitaciones y asegurarse de que todos estuvieran dormidos.
Primero fue a la habitación de Brian. El chico dormía profundamente, boca abajo, despreocupado por todas las cosas horribles que pasaban en el mundo… y en el espacio. Ya le gustaría a él dormir de manera tan plácida. Desde hacía décadas que solo dormía como mucho cinco horas al día y ni siquiera eran consecutivas.
Fue a la habitación de Lynn. Por suerte también dormía, porque ahora que tenía su propia línea de teléfono se la pasaba mucho hablando con su novio. Tenía suerte de que Lynn fuera buena chica y no se haya escapado por la ventana para verse con él, porque la noticia de esa familia desaparecida lo había tocado más de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta.
Finalmente, se dirigió al cuarto matrimonial, donde Kate y Willy estaban durmiendo pacíficamente, abrazados. No era la primera vez que los veía dormir, solía hacerlo con frecuencia. Incluso sabía que Willy solía dormir con la boca abierta y que Kate solía roncar de manera muy suave, apenas perceptible. Todo estaba en orden, así que ya era hora de ir al garaje.
Cuando llegó a la puerta, se dio cuenta que no tenía una linterna. No le quedó otra opción que encender la luz y arriesgarse a que cualquiera de los Tanner notara que estaba en el garaje y fuera a ver que estaba pasando.
Su nave espacial estaba tapada con una lona color verde oscuro en una esquina del garaje para que no estorbara y a nadie se le ocurriera mirar. Alf la corrió y abrió la compuerta con facilidad, ya que el seguro electrónico se había roto en la caída.
Por dentro era pequeña y no había mucho espacio para moverse, pero estaba lleno de compartimientos de todos los tamaños para guardar las cosas. Los abrió uno por uno buscando algo y en uno de ellos se topó con una fotografía suelta de su familia.
Oh, recordaba bien ese día. Había sido cuando había terminado la escuela secundaria. Estaban su madre, su padre y sus dos hermanos menores, vestidos de fiesta por su graduación. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cincuenta años? Era difícil de calcular, teniendo en cuenta los movimientos de rotación y traslación de Melmac no eran los mismos que en la Tierra.
Acarició la foto con suavidad, dejándose llevar por las sensaciones como si estuviera mecido por el viento. No quería mirar fotos de su familia ni hablar de ellos; su pérdida le dolía demasiado. Podía tolerar un poco la muerte de sus padres en la explosión; si bien no habían tenido la vida larga que se merecían, al menos habían vivido más de la mitad de su vida pero sus hermanos eran apenas unos niños inocentes…
Alf guardó la foto y cerró el cajón de golpe. Tenía que volver a concentrarse en lo que estaba buscando.
Siguió abriendo cajones Tenían de todo, incluso un par de tubos de oxígeno que habían sobrado de la guerra y que aún no estaban vencidos. Al fin encontró lo que buscaba: dos pistolas modelo ML-846, de uso militar. No las había usado en meses. Eran armas pequeñas en comparación con las humanas, pero letales como cualquier otra. Abrió el pequeño compartimiento de cada una para ver si estaban cargadas. Una estaba a su máxima capacidad, mientras que la otra estaba por la mitad.
Ahora necesitaba una segunda cosa. Siguió revisando y encontró dos linternas tácticas bastante pequeñas, tanto que las podía ocultar en la palma de su mano. Las encendió para comprobar si funcionaban. Ambas arrojaron una luz parpadeante que alternaba entre blanco, rojo y azul. Perfecto.
Alf cerró la nave, volvió a taparla con la lona y comenzó a pensar donde las escondería. Revolvió en los cajones del garaje y encontró cinta aislante. Tomó un arma y la linterna y las pegó con la cinta bajo la mesa de trabajo. Nadie las encontraría ahí y bastaría un poco de fuerza para arrancarlas cuando las necesitara. Ojalá no tuviera que hacerlo.
Apagó la luz del garaje y regresó al lavadero. Escondió la segunda pistola junto a la linterna dentro del canasto tapado con las sábanas. No era el mejor lugar, pero no se le ocurría otro mejor.
Alf volvió a chequear las habitaciones una última vez, asegurándose de que todo estaba en orden. No quería ser paranoico ni mucho menos, pero los años trabajando para la milicia le habían enseñado ciertos hábitos que no podía romper. Nunca se era poco cuidadoso.
Volvió a su cama, pero no quería dormir. Una familia desaparecida… eso le daba mala espina. No estaba cien por ciento seguro, pero creía saber lo que había pasado. Si era lo que sospechaba, esa familia estaba muerta y enterrada en algún lugar olvidado de Dios. Hace unos días eran ellos, mañana podrían ser los Tanner.
Ya había perdido a su familia una vez. No la volvería a perder.
