¡Hola, hola, personitas! Me alegra estar de vuelta con una nueva historia después de tanto tiempo.

Espero que se encuentren bien y que disfruten esta historia como yo lo hago cada vez que me pongo a escribir.

Les mando abrazos y besitos, los estoy leyendo siempre. Mucho amor para ustedes.


El balón se hundió en la arena y un pitido indicó el final del juego. Gritaron de emoción, su equipo le saltó encima provocando que cayera donde su ropa se llenaría de tierra. Con el sudor en su cuerpo terminó sucia hasta las cejas, pero con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuando ya todas se habían quitado de encima, una chica le dio la mano para ayudarla a levantarse. Se sacudió el polvo de la ropa como pudo, aunque seguía siendo un desastre: el moño que llevaba perdió fuerza durante el juego, su rostro seguía rojo por la insolación y su playera estaba mojada desde el cuello hasta el abdomen.

A pesar de todo su caos, Hans no tuvo reparo en abrazarla por la cintura para celebrar su triunfo con ella. La alzó en el aire y dio vueltas; viéndolos de esa forma acentuaban la creencia del resto del mundo de ser la pareja perfecta, sus amigas lo decían todo el tiempo y admiraban la energía detrás de sus gestos y actitudes al estar juntos.

Cuando la bajó por fin prestó atención al resto del equipo. Apoyó el brazo en el hombro de Anna quien seguía sonriendo, aunque se le notaba agotada y no era para menos, hizo un arduo esfuerzo al jugar contra uno de los mejores equipos del campeonato. Sabía que faltaban otros partidos y serían igual de difíciles, pero por hoy sonreía victoriosa.

—Las felicito, hicieron un trabajo increíble.

—¿Nosotras? Fue Anna quien hizo todo —respondió alegre una chica bajita y morena.

Él asintió. Conversaron un rato a la orilla de la cancha de cosas sin importancia hasta que Anna se quejó de permanecer sucia tanto tiempo. Sólo quería llegar a casa y darse una ducha; su novio aceptó llevarla.

Hans tenía una camioneta gris, en apariencia era perfecta, aunque por dentro contaba con muchas fallas que sólo él era capaz de controlar. Una vez intentó conducirla, pero se dio por vencida tras algunos intentos fallidos; era incapaz de avanzar un par de calles sin que ésta se quedara varada, el cómo la hacía funcionar el chico era un misterio.

Su camisa estaba pegada al cuerpo por el sudor, no dejaba de ondearla suavemente con la mano para conseguir un poco de aire fresco desde la ventana abierta. Hans la observaba en cada semáforo rojo, podía notar su vista recorrerla completa y le sonrió porque no era un comportamiento nuevo, hacía eso al terminar cada uno de sus juegos y a estas alturas ya comenzaba a acostumbrarse a ello.

—¿Por qué tanta prisa? —preguntó al notar la velocidad más alta de lo normal.

No es que Hans condujera lento, por eso el cambio era tan evidente si pasaba de noventa a cien en un minuto y aumentaba con cada segundo transcurrido. Era una de esas cosas que no le reclamaba, sin embargo, no estaba de acuerdo; no necesitaba un accidente, ni ahora ni nunca de ser posible.

—Quiero que nos dé tiempo de ponernos cariñosos un rato porque más tarde debo ir por mis hermanos al aeropuerto.

—No me dijiste que vendrían tus hermanos.

—Porque no es importante —dijo sin apartar los ojos del camino—. Si por mi fuera preferiría que no estuvieran aquí.

—No digas eso, es tu familia. ¿Puedo ir contigo? Me gustaría conocerlos.

Se encogió de hombros con gesto indiferente.

—Si quieres.

La casa de Anna estaba limpia a diferencia de su propio atuendo en esos momentos. Tenía algunos cuadros en el recibidor y unos discos de vinilo guardados en un mueble junto al televisor, el cual usaba sólo en contadas ocasiones.

A decir verdad, ella era una persona sencilla, no tenía mucho porque no le interesaba tenerlo no porque no tuviera los medios suficientes para costearlo. Las habitaciones estaban amuebladas apenas con lo necesario y sus objetos más personales estaban todos en su recámara; una foto de sus padres, otra de ella y Hans tomados de la mano en uno de sus viajes vacacionales y, por último, casi olvidada en un cajón, la única imagen del hermano que no llegó a tener.

Hans la siguió a la ducha, probablemente era la única razón por la cual le gustaba traerla a casa después de sus partidos, después de todo, no iba a perder la oportunidad de tenerla entre sus brazos una vez más. La besó con fuerza con el agua cayendo sobre su rostro, no conforme apretó su espalda para acercarla a su cuerpo y el deseo creció en su interior.

La cuestión con él es que era un poco bruto para estas cosas; solía morderla con fuerza y sujetar su cuerpo como si fuera a escapar de su lado de un momento a otro. Pese a sus bruscas acciones conseguía satisfacer sus deseos por igual y Anna lo apreciaba por intentarlo.

Al poco rato su cuerpo tenía leves marcas rojas por las distintas zonas donde la sostuvo con vehemencia. Lo vio dejarse caer en su cama todavía con el cabello húmedo y la ropa mal puesta. Ella seguía enrollada en la toalla con el cabello suelto sobre la espalda que hacía resbalar gotas de agua sobre su piel. Las pecas de sus hombros resaltaban el doble después de un baño con agua caliente, aunque en esos momentos continuaron ocultas debido al enrojecimiento por las mordidas.

—Entonces...

—¿Ah?

Hans contemplaba el techo con los brazos bajo la cabeza.

—¿Vendrán todos tus hermanos?

—Diablos, no —se quejó—. Sólo tres de ellos. Como ya dije, no es importante.

No dijo más por temor a molestarlo; el chico parecía aborrecer a su familia, hablaba poco de ellos y cuando lo hacía rara vez decía algo bueno. No podía culparlo, era el menor de trece hermanos, demasiados hijos para una familia moderna con pocos recursos. El pobre siempre tuvo que conseguir abrirse camino por cuenta propia y, por si fuera poco, algunos de sus hermanos le gastaban bromas muy pesadas.

Salió de casa siendo un niño porque ya no lo soportó más, entonces se conocieron. Ahora estaban a unos meses de cumplir los tres años de relación y no podía sentirse más feliz de tenerlo cerca, aunque lamentaba sobremanera la historia con su familia, agradecía que hubiera elegido ese destino en específico.

Observó su silueta recortada contra la luminosidad de la ventana, tenía los ojos cerrados y el cabello le caía sobre la frente pues llevaba tiempo sin cortarlo. Hans era su sueño, era esa persona con la cual tienes lo que todo mundo anhela e incluso sus amigas lo aprobaron en cuanto lo conocieron. Le gustaba que se llevara bien con ellas.

Cuando terminó de vestirse él seguía roncando sobre su cama. Lo movió de un brazo con suficiente fuerza hasta despertarlo e incluso así, se quejó un rato entre sueños antes de abrir los ojos y parpadear confundido. Se había sentado en la orilla del colchón donde tallaba sus ojos con el dorso de la mano.

—¿Qué hora es? —preguntó con un bostezo.

—Es hora de ir por tus hermanos.

—Ah —la observó con atención—. Anna...

Ella, consciente de su mirada, se vio a sí misma buscando la razón de ese gesto.

—¿Sucede algo? ¿Me veo mal?

—No, por supuesto que no. Te ves demasiado bien —se puso en pie y apoyó sus manos con ternura en los hombros de la joven—. Mis hermanos son unos idiotas, y no me gustaría que te vieran de más sólo para molestarme, entonces...

Anna captó sus palabras al vuelo.

—Entiendo perfectamente, Hans. Me pondré otra cosa, sólo dame un minuto.

—Gracias.

Le dio un breve beso en los labios.

Al poco rato iban de camino con las ventanas abiertas por donde el aire se colaba revolviendo su cabello, a pesar de llevarlo sujeto en una coleta alta. Con el sonido de la carretera y el movimiento del coche sus ojos se fueron cerrando poco a poco, quizá también por culpa de la fatiga acumulada durante el partido y las actividades con Hans después de eso. Su cuerpo ahora resentía el esfuerzo.

En un segundo perdió la noción del tiempo y cuando despertó, Hans no estaba en el vehículo. Se encontraba en el estacionamiento con las puertas cerradas, en su brazo resbalaba una gota de saliva que limpió con su pantalón.

Maldijo internamente y bajó a toda prisa, dejando el seguro puesto de nuevo antes de irse. El aeropuerto era un lugar enorme, le costó trabajo orientarse para dar con la salida de vuelos internacionales; una señorita le indicó el camino, pero incluso así se perdió algunas veces más antes de encontrar la sala correcta, y lo supo al ver el cabello de Hans entre la multitud.

Lo reconoció a pesar de la distancia, después de todo, las personas pelirrojas eran escasas en esa ciudad y su novio destacaba como una cerilla encendida en mitad de la oscuridad. Se había recargado en una pared con los brazos cruzados y observaba el reloj con impaciencia sin quitar la vista de la enorme puerta por donde debería pasar su familia para salir.

Anna se acercó. Él no la notó hasta no escuchar su voz a escasos pasos de distancia. Por su expresión, estaba claro que no imaginaba verla despierta tan pronto, pero no quería quedarse en el coche y perderse el reencuentro con sus cuñados porque sería la primera vez que los veía. En sus casi tres años de relación no habían visitado a sus padres, por ende, no los conocía, entre otras razones porque Hans tampoco guardaba fotos de ellos.

—Pensé que dormirías más.

—No debiste dejarme ahí, podría haberme pasado algo —se quejó al tomar su mano—. Eres muy malo.

—No iba a pasarte nada, tenía seguro... ¿Cómo abriste?

—Dejaste las llaves dentro.

—En ese caso es bueno que te haya dejado ahí.

Sonrió.

Anna le dio un manotazo en el brazo, pero enseguida se acercó a besarlo. Esperaron juntos una llegada que se retrasó por al menos una hora y cuando más enojado estaba Hans, frustrado y a punto de irse y dejar que sus hermanos encontraran el camino por su cuenta, en la puerta se dejaron ver dos melenas rojas como el fuego.

Los reconoció enseguida porque eran muy parecidos a Hans, uno de ellos no tenía la misma forma del rostro, a diferencia del mayor y de su novio, sino una más redonda lo cual le daba un aspecto jovial. También llevaba el cabello más largo, tanto que alcazaba a llevar un moño alto y unos mechones escapaban para enmarcar su rostro.

El otro en cambio tenía un corte militar con una escasa barba en forma de candado. A pesar de ser muy parecidos, también se veían muy diferentes uno de otro, dejando claro que cada uno poseía una personalidad individual. Hans estaba cerca de tener el cuerpo bien trabajado de su hermano y, en comparación, el chico de cabello largo era mucho más delgado.

Fue cuando lo notó, Hans dijo que vendrían tres de sus hermanos, pero ahí sólo dos asomaron la cabeza. ¿Dónde estaba el último? ¿Se quedaría atrás? ¿Habría decidido no venir?

—Hans...

—¿Qué pasa, Anna?

—¿Dónde está tu tercer hermano?

Él miró con mayor atención por entre las personas, luego sonrió y apuntó un lugar con la cabeza.

—Ahí está.

Anna no comprendió porque en ese lugar sólo destacó una joven rubia con la tez blanca como la luna a media noche. Su cabello no era normal, no se trataba del típico rubio sino un tono más intenso, tanto que casi se volvía blanco cuando las luces llegaban hasta él. Su piel, incluso a la distancia, parecía suave y delicada.

Se descubrió admirándola, ya no estaba sólo observando. Le parecía una mujer interesante, atractiva sobre todo, con la mirada de un color azul fuerte que le confería un aspecto amargo, como si toda ella se resumiera en la intensidad de sus ojos; daba la impresión de poder ceder ante cualquier palabra suya con tal de obtener su atención sólo un instante, sólo por la dicha de ser mirado por aquellos ojos.

Ella te dejaba sin aliento y cuando la tuvo a unos pasos de distancia, el golpe fue mayor. Tenía aura de reina, las personas volteaban a verla con descaro y el mundo parecía ponerse a sus pies, pero ella ignoraba todo esto con una facilidad casi burlona, como si no le importara ser el centro de atención o ya estuviera acostumbrada. Quizá así fuera.

—Te presento a mis hermanos. Él es Mikkel —dijo señalando al del corte militar quien levantó la mano a modo de saludo—. Él es Emil y por último, Elsa.

Emil le dio la mano con una gran sonrisa.

—Mucho gusto, pequeña. Como ya dijo mi hermanito, yo soy Emil.

—Encantada, mi nombre es Anna.

Elsa también le dio la mano amablemente, pero no agregó nada más. Sus manos eran delgadas, pero tenían una fuerza difícil de creer, no le quedó duda que un golpe suyo sería un hematoma seguro.

En el auto, sus tres hermanos se sentaron en la parte de atrás y ella ocupó su lugar junto a Hans. A diferencia de cuando venían, la ida no le resultó tan aburrida, su cansancio pareció esfumarse por completo gracias a la conversación de Mikkel y Emil, ambos eran muy habladores, en especial Emil quien era el único capaz de conseguir respuestas de Elsa, la más callada de todos.

Anna no pudo dejar de fijarse en ella al sonreír, cuando en sus mejillas se formaban dos comillas con hoyuelos y sus férreos ojos perdían un poco de su imponencia para pasar a ser un humano más, aunque nunca igual al resto.

—¿Y cuánto tiempo piensan quedarse en mi casa, parásitos?

—¡Hans! —se quejó Anna—. No les hables así.

—Sí, Hans, hazle caso a esta bella señorita y respeta a tus mayores.

Hasta entonces Anna había mantenido en la cabeza la idea de que Emil era el menor, pero eso no podía ser verdad porque Hans era el hermano más joven. Se quedó sorprendida al observar de nuevo al chico quien aparentaba una juventud envidiable.

—¿Cuántos años tienes, Emil? —preguntó para no quedarse con la duda.

Había girado en el asiento y así podía verlos a todos al mismo tiempo.

—Tengo treinta y dos, Anna, soy el hermano número diez en la lista de la familia.

Y rio ante la mirada perpleja de la chica. Incluso Elsa sonrió pues hilarante tenía que ser verla así, después de todo, Anna siempre fue fácil de impresionar y, gracias a sus expresiones, también era sencillo leerla.

—Quita esa cara, Anna, no soy tan viejo.

—¡No, por supuesto que no lo eres! Pero... Te ves mucho más joven.

—Es totalmente injusto, yo soy menor que él y parezco mayor —se quejó el otro chico.

—¿Qué edad tienes tú, Mikkel?

—Tengo veintiocho.

—¿Y tú, Elsa?

Hasta entonces no se había dirigido a ella directamente, pero encontró una buena oportunidad ahora y decidió tomarla. Casi contuvo el aliento cuando sus rosados labios se abrieron para dar respuesta.

—Veinticinco.

Hans interrumpió cuando Anna estaba por contestar y de repente se habían enfrascado en una conversación en la cual no tenía invitación. Los escuchó hablar de los días en la escuela cuando eran un par de niños y jugaban juntos, antes de comenzar a competir en el bachillerato y llegar a distanciarse hasta este punto.

Elsa no intervino tampoco, como si esa historia no fuera parte de su vida o no le interesara recordarla. Iba con la mirada perdida en la ventana sin tomar en cuenta los comentarios con los que Emil intentaba inducirla a la conversación de nuevo.

Costaba ver a Elsa como la hermana de Hans, principalmente porque no se parecían en nada. Ella era distinta: su cabello, el color de sus ojos, incluso su manera de actuar era diferente. Decidió preguntarle en su primera oportunidad, no podía quedarse con la duda carcomiendo su cerebro mientras la chica tras ella se perdía en sus propios pensamientos, tan lejana y distante.

Le pareció divertido pasar el rato con la familia Westergaard, después de mostrarles la habitación donde dormiría cada uno decidieron hacer algo de comer. Hans no ayudó en nada, pero Anna compartió con entusiasmo la cocina junto a Mikkel, Emil y Elsa.

—Oye Anna, ¿ya te contó Hans sobre aquella vez que nuestros hermanos mayores fingieron por dos años que él no existía? Fue muy divertido, el pobre no dejaba de llorar y los seguía por todos lados.

Conocía esa historia de memoria pues era una de las experiencias más traumáticas para su novio, por eso ante la mención del tema optó por asentir amablemente y continuar desinfectando los vegetales.

—¿Por qué no les cuentas mejor sobre tu fructífera cacería del año pasado, Mikkel?

Elsa intervino a tiempo y le agradeció por dentro, recibió en respuesta una sonrisa cómplice mientras observaban al mencionado refunfuñar entre dientes, cosa que hizo reír a la rubia y a Emil al mismo tiempo.

—Este idiota fue perseguido por un venado en pleno bosque —se burló el mayor, apenas podía respirar de tanta risa y se sostenía el estómago con ambas manos—. Y luego se cayó al lago y un pescado se metió en su playera. Fue de las cosas más divertidas que he presenciado en la vida.

—Sólo para que sepan: ese día comimos venado y cenamos una buena trucha.

Hans sonrió con la anécdota y Mikkel volvió a quejarse de ser ridiculizado frente a las visitas. Después de todo, Anna era incapaz de comprender por qué su novio los odiaba tanto; eran muy simpáticos y amables, entre ellos se sentía un poco como estar en casa.

Durante la comida no fue muy diferente, las risas de Emil se escuchaban por toda la habitación y todos parecían pasarla bien, a excepción de Hans quien ya se veía harto de la situación.

—Entonces esta señora casi se cae sobre mí —continuaba diciendo Emil—. Ya estaba agradeciendo al cielo, pero se alcanzó a detener y se fue.

—Parece que tuvieron un vuelo interesante.

—Eso no es nada, Elsa estuvo al lado de un hombre que intentaba llamar su atención a toda cosa, ¿no es cierto?

—Oh, es verdad —concordó Mikkel.

—¿Eso es cierto? —preguntó Hans.

Le sorprendió escuchar su voz cuando se había limitado a escuchar durante toda la anécdota de Emil. Seguía recargado en el sillón con la mejilla recargada en la palma de la mano, mostrando con repetidos bostezos el aburrimiento al cual era sometido y, pese a ignorar casi todo, esta vez escuchó la respuesta.

Anna le sonrió, feliz de ver interés en su expresión en lugar del fastidio mostrado hasta hace unos minutos.

—¿De verdad? —preguntó ella.

Emil y Mikkel la observaron con la boca abierta, incluso Anna y Hans parecían confundidos.

—¡Por supuesto que sí! ¿Cómo no te diste cuenta, Elsa?

—Se recargo en tu lado del asiento —comentó también Mikkel.

—Sí, eso fue molesto. Por eso me cambié de asiento.

Emil se rio con fuerza, Mikkel sólo rodó los ojos. Anna y Hans no tuvieron reacciones muy diferentes, sonrieron sintiendo pena por aquel pobre hombre que intentó ligar con la persona equivocada.

—Elsa, eres muy distraída.

Se encogió de hombros.

Anna aprovechó el cambio de tema en la conversación para observarla de nuevo con algo más de cuidado. Al parecer no era su imaginación considerar esa mirada ajena al mundo pues acababa de demostrar no darse cuenta de su alrededor. Ahora, a pesar de sonreír y apoyar a Emil en sus discusiones con Mikkel y Hans, parecía tener la mente en otra parte.

Y le sonrió, cuando se dio cuenta de su mirada le dio una sonrisa. No pudo resistirlo, intentó devolver el gesto, pero no supo si le había salido bien y no volvió a mirarla por el resto de la tarde, por miedo a ser descubierta de vuelta y esta vez deberle una explicación que no tenía.

Quería averiguarlo todo, no sólo sobre Elsa sino también sobre Mikkel y Emil. Le caían bien y eran hermanos de la persona con la cual estaba saliendo, le pareció lógico tener interés en su pasado que de alguna forma estaba ligado también al de Hans; sería conocerlo de nuevo desde otra perspectiva.

—Ven otro día de nuevo —le pidió Mikkel al despedirla.

Tenía las manos sobre las suyas en un evidente gesto de súplica difícil de ignorar si usaba una expresión como aquella en su rostro. Emil también sujetó su mano y asintió, dándole el doble de peso a las palabras de su hermano. Y, aunque Elsa no se acercó del mismo modo, sonrió cuando volteó con ella.

—Por supuesto, vendré cuando pueda. Muchas gracias por todo.

—Muchas gracias a ti, Anna, eres una persona increíble.

—Gracias, Mikkel —pronunció con las mejillas rojas.

Los halagos exagerados la incomodaban porque era incapaz de dar una respuesta cuando alguien decía cosas así. De todos modos, disfruto la gran efusiva en la que se convirtió un hasta luego.

Tanto tiempo sin vivir con sus padres y sin tener un hermano que la recibiera al llegar, la hizo apreciar ese gesto de los chicos pues nadie antes le había pedido volver con tanto entusiasmo.

Cuando salía de casa se despedía de habitaciones vacías y sólo obtenía el eco de sus pasos como despedida; al volver la situación era más o menos la misma y, aunque algunas cosas cambiaron al conocer a Hans, su compañía a veces resultaba insuficiente. La quería y apoyaba en muchas cosas, pero también era muy despistado en otras e ignoraba acciones tan sencillas y lindas como esa.

—Vaya exagerados, no es el fin del mundo.

Hans tomó la mano de Anna y la alejó de ellos sin mucho cuidado. Esa fue la señal para marcharse o de lo contrario podría ocasionar una pelea con él, aunque pareciera un motivo poco importante, lo conocía lo suficiente para ver a través de su sonrisa mal formada, tratando de ocultar el enfado al estar frente a sus hermanos.

Cuando la llevó a casa iba muy callado, no encendió el estéreo ni quiso continuar con la conversación cuando ella intentaba iniciarla. Parecía varios años más cansado, con las manos aferradas al volante y la frente arrugada en una mueca de enojo. Intentó tomar una de sus manos al detenerse en el semáforo, pero enseguida se apartó sin pronunciar palabra alguna.

Anna a veces no era capaz de entenderlo, tenía sus momentos y "sus momentos", podía ser muy dulce, detallista y cariñoso, pero cuando estaba de mal humor no había ser humano en el mundo capaz de soportarlo, ni siquiera ella, por mucho que lo quisiera.

—¿No piensas regresar a tu casa? —preguntó en cuanto lo vio tirarse en el sofá.

—¿Tienes algo mejor que hacer? ¿Esperas a alguien acaso?

—No se trata de eso, Hans, tu familia está en tu casa.

Desde el principio él tuvo completa libertad en su departamento, podía hacer y deshacer, cambiar cosas de lugar o utilizar cuanto le fuera necesario, por eso no le resultó extraño verlo tomar el control remoto y comenzar a cambiar de canal sin decidirse por ninguno, aun así, continuó largo rato en el intento hasta dar con un programa de su interés.

Anna supo que estaba ignorando a propósito su comentario, quiso decírselo, ayudarlo a dejar de esconderse de su propia familia, pero Hans no la quería dentro de sus problemas, de eso estaba segura.

—Hans...

—¿Tanto problema tienes con que me quede?

Se sentó a su lado y dejó la mano sobre la suya.

—Puedes quedarte cuanto quieras, lo sabes, pero ¿estás seguro de que eso es lo que quieres?

—¿Si digo que sí entonces dejarás el tema?

Ella suspiró con cansancio.

—Sí, lo haré.

—Entonces sí.

Pasó la noche en su casa, enojado la mayor parte del tiempo, a pesar de estar recostados juntos en el sillón viendo películas, no parecía importarle su presencia o lo mostrado en la televisión. Tenía los brazos cruzados y las cejas muy juntas.

—Pronto tendremos otro partido importante —comentó.

—Ah.

—¿Quieres ir a verme?

—Claro.

Quería sugerir que llevara a sus hermanos también, pero viendo su estado de ánimo eso sólo empeoraría las cosas. Guardó silencio y se llevó una mano al rostro, sus ojos comenzaban a cerrarse, no podía quedarse más tiempo a acompañarlo en su berrinche.

—Iré a dormir.

—Voy contigo.

Dormir con Hans significaba no dormir. Cuando éste se quedaba en su casa aprovechaba la cercanía en la cama para comenzar con sus juegos de caricias y besos; al parecer no era capaz de quedarse dormido sin antes correrse sobre ella.

Entonces Anna debía entrar a la ducha y soportar el enojo de verlo dormir tan plácidamente; no le molestaba tener relaciones con él, era su novio después de todo, pero le resultaba molesto que no tomara en cuenta su cansancio en días tan largos como ese donde sólo quería meterse a la cama y caer rendida, en cambio terminaba en la regadera a la una de la mañana por su culpa.

A pesar de ello, el enojo se disolvía por la mañana entre los rayos de sol filtrados por la ventana, entonces lo recordaba como aquel chico maravilloso del cual se había enamorado y por quien seguía levantándose todos los días antes que él sólo para verse bonita cuando abriera los ojos.

Esta vez durmió bastante. Le dio tiempo de ir a la cocina a preparar el desayuno para ambos cuando por fin apareció en calzoncillos por la puerta y dio un largo bostezo al sentarse en la mesa con el plato ya servido frente a él.

—Dormiste mucho.

—Estaba cansado. ¿Me pasas algo de agua?

Anna le dio el vaso y se sentó también.

—¿Vendrás de nuevo esta tarde?

—No lo creo, voy a estar ocupado. Tal vez mañana.

—Ya veo —dijo removiendo su comida con el tenedor sin muchas ganas—. Yo tengo práctica hoy y Esmeralda me invitó a comer, supongo que iré con ella.

—Está bien.

—Hans —lo llamó y esperó a que volteara para sonreírle—. Te quiero.

Él tenía la boca llena. No dijo nada hasta poder tragar, entonces sonrió también y le tomó la mano por encima de la mesa como hacía a veces cuando quería llamar su atención o demostrar su cariño.

—Yo también, aunque a veces actúes muy raro.

—¿Muy raro?

—Sí, como ahora.

Ella rio.

—¿Qué te gusta de mí?

—¿Ves lo que te digo? Haces preguntas muy extrañas —dijo volviendo a tomar sus cubiertos—. No lo sé, sólo me gustas, ¿no es suficiente?

—Supongo que sí —miró el reloj en la pared, se estaba haciendo tarde para su entrenamiento—. ¿Ahora sí iras a tu casa? No quiero sonar molesta repitiendo lo mismo, pero no puedes dejar sola a tu familia.

Él suspiró con fuerza. Cerró los ojos un momento y cuando los volvió a abrir se veía más tranquilo, como si la salida estuviera a unos pasos de distancia.

—Tienes razón, mejor regreso antes de que me destrocen algo.

—Eso no fue lo que yo...

Se puso en pie para ir a ponerse su ropa de nuevo. Apenas unos minutos después estaba listo, a diferencia de Anna quien seguía vestida a medias, todavía en pantuflas y con el cabello suelto sobre la espalda, algo que no podía permitirse cuando iba a jugar.

—Nos vemos —dijo al estar junto a la puerta.

—Hasta luego, te quiero.

—Y Anna... —se había detenido frente a ella, dejando las manos sobre sus mejillas—. No me ignores sólo por hablar con ellos.

—¿Qué dices?

Estaba confundida al principio hasta que de pronto comprendió que se refería a su familia. Otra vez Hans estaba tratando de alejarla como si en lugar de ser un par de chicos, hermanos suyos, fueran alguna clase de criminales peligrosos.

—Tampoco te acerques mucho, parecen buena gente, pero sólo están esperando tomar la suficiente confianza contigo.

—Los describes de manera horrible, Hans.

—Sólo digo lo que es.

No quiso confrontarlo, de modo que sólo asintió para darle calma. No estaba de acuerdo con sus palabras, pero él los conocía mejor, después de todo, habían pasado una vida juntos, ella sólo los conoció por un par de horas.

Lo abrazó contra su pecho. Hans era más alto, pero eso no le impidió inclinarse para apresar su cintura mientras ella acariciaba su cabello. A veces un par de mimos podían solucionar parte del problema y sino, al menos lo habría intentado.

—Estoy muy estresado —dijo todavía con el rostro hundido en su pecho.

—Aquí estoy para ti.

—Lo sé.

—Entiendo lo que hicieron tus hermanos mayores y comprendo que los odies por eso, pero... —comentó, tentando la suerte—. ¿Por qué también los odias a ellos? ¿Qué te hicieron?

Él se apartó para verla a la cara. Su mirada volvía a ser tan dura como siempre, pero no había soltado su cintura y esa era una buena señal.

—Mikkel y Emil son unos idiotas.

Anna frunció el ceño, pensaba recibir una explicación más detallada y no una tan simplona como esa. Esperó, aunque Hans había perdido el interés y caminaba a la salida; si quería más información tendría que preguntar de forma directa.

—¿Y Elsa? ¿A ella también la odias?

—No, en lo absoluto —sonrió—. Es la única que me cae bien. Supongo que porque no es mi familia sino sería tan ruin como el resto.

Anna, que iba siguiendo a su novio a la salida, se detuvo de improviso e intentó digerir sus palabras. Él había hablado antes de sus hermanos, ¿qué quería decir ahora con eso?

—¿No dijiste que todos eran hermanos?

Al ver alargada la conversación, apoyó la espalda en la puerta y quedó mirando la dirección donde Anna se encontraba aún sorprendida. Metió las manos a los bolsillos, preparado para contar una vieja historia.

—Mi papá se casó con su mamá, no hay gran ciencia en eso.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No era importante. Tengo trece hermanos mayores y una media hermana.

Anna procesó sus palabras y, pensándolo bien, ahora entendía porque Elsa era la única que sobresalía entre ellos tres. Era lógico desde el principio y no supo verlo.

—Ya me tengo que ir, Anna —dijo interrumpiendo su monólogo interior.

—De acuerdo, no pelees demasiado con tus hermanos.

—Lo intentaré.