—Cuéntame, ¿cómo empezó todo?
—¿Empezar? Ah… eso es fácil… a decir verdad, todo empezó con un tablón roto.
—¿Qué…? Explícate, por favor.
—Aquella tabla no aguantó el golpe y se partió dejándome caer al vacío.
—¿Dónde estabas?
—En casa…
—Ya… No cabe duda de que la casa Madrigal es un mundo a parte. Y, ¿qué pasó?
—Tuve suerte y logré agarrarme a una caña de bambú, pero entonces la caña también empezó a romperse y yo me escurría hacia el abismo. Pedí auxilio, pero estaba claro que nadie acudiría en mi ayuda: Casita no tenía ningún poder en aquellos pasillos y, él, estaba huyendo de mí.
—¿Huyendo?
—¿Va a estar interrumpiendo todo el rato? Porque…
—Disculpa, continúa.
—El caso es que yo pensé que él ya habría salido de la casa, no tenía ningún sentido que se expusiese a ser descubierto después de tantos años desaparecido. Sin embargo, me equivoqué: volvió a mí. Aquel del que todo el mundo hablaba pestes y que se suponía que era un monstruo aterrador, sujetó mi mano con todas sus fuerzas, (cabe decir que no eran muchas, pero con todas aún así), y luchó por evitar mi caída mientras me dedicaba una estremecedora mirada de desesperación.
—Y…
—Ejem…
—Oh, claro, lo siento.
—¿Sabe cuáles fueron las primeras palabras que me dedicó después de diez años sin saber de él?
—Eh…
—No se complique, era una pregunta retórica. Me dijo: "Estás muy sudada." ¿Se lo puede creer?
—…
—Ahora puede contestar.
—Ehm…
—Da igual. La cuestión es que, pese a que mi mano se estaba resbalando de la suya, no me dio tiempo a soltarme: el suelo cedió también bajo él y cayó junto a mí. Por suerte, logré agarrarme de una raíz que asomaba por la pared y acabé sujetándole yo a él. No puede usted imaginar el alivio con el que me miró; como si acabase de descubrir que existía la posibilidad de que alguien en el mundo estuviese dispuesto a no dejarle caer.
—Entiendo… debe de haber sido una vida dura la suya. Pobre hombre. Y, dime, ¿qué pasó entonces?
—Le dejé caer.
—¡¿Qué?!
—¡No fue mi culpa! De repente, una rata asomó por la manga del brazo que yo sujetaba y me asusté, así que retiré la mano sin pensar.
—Dios bendito…
—Intenté cogerle de nuevo en cuanto me di cuenta, pero fue tarde.
—¿Cayó?
—Hasta abajo.
—Y… ¿cómo…?
—Bueno, resultó ser una caída mucho mas corta de lo que parecía. Estaba todo oscuro y brumoso, así que parecía un precipicio sin fin, pero, en realidad, no creo que llegase a dos metros de caída desde donde estaba. No se hizo daño.
—Gracias al Cielo.
—Pero, ¿sabe lo que me dijo después de que le dejase caer?
—¿Pregunta retórica?
—¡No!
—Oh, ehm… "¿Eso no lo había visto venir?"
—¿Se está riendo de él?
—Ay, perdona, ha sido inapropiado, sólo he pensado que un poco de humor descargaría el ambiente y como su don es…
—No, no, era por saber si era apropiado que me riese, ha tenido su gracia.
—Oh, claro, puedes.
—Nah, ya ha pasado el momento. De todos modos, creo que en realidad sí que era una pregunta retórica, ¿cómo iba usted a saberlo?
—Así que…
—No me dijo nada. Estaba acostumbrado a que le dejasen caer… No se enfadó, ni se indignó, ni siquiera me miró mal; sólo se fue de allí tratando ridículamente de despedirse de mí. Como si no le fuese a seguir. Me dio rabia, y pena. Era sólo un pobre hombre, enjuto, asustadizo, solitario… Podía sentirlo: no merecía el cómo la gente hablaba de él. Y tenía razón. No tardé más que unos minutos en descubrir que nunca quiso estar solo, amaba a su familia y les añoraba. ¿Sabe por qué se fue en realidad? Fue por mí. Se pasó diez años escondido entre las paredes para que nadie me tratase como le habían tratado a él. Él creía en mí, cuidó de mí y se sacrificó por mí.
—Y eso le honra, pero eso ésa no es razón suficiente para…
—¿Cree que la historia acaba ahí? Yo que usted me pondría cómodo, tenemos para rato.
—Está bien, procede.
—Se sacrificó por mí, pero nunca llegó a admitirlo; nunca se llevó el mérito de su acción. Ni siquiera cuando le pregunté expresamente llegó a contestar; sólo cambió de tema. Siempre se ha esforzado por no hacerme sentir mal por ello; nunca cargó ninguna culpa sobre mí, sólo depositó en mí su fe ciega y me confió el destino de nuestra familia. ¿Sabe cuántas personas habían estado dispuestas a confiarme algo importante hasta aquel momento? Nadie. Unos me trataban como si fuese un estorbo porque no era suficiente como soy y, otros, como si no necesitase ser más de lo que soy aunque no fuese suficiente; no sé si me explico. Pero él me hizo sentir capaz y valiosa. De pronto, no tenía que conformarme con quien era, tenía que disfrutar y sentirme orgullosa de mí misma.
—Y todo eso está muy bien, pero… ¿cómo sabes que no confundes el agradecimiento con amor?
—Desesperada por evitar una situación tan complicada, yo también pensé en ello muchas veces, pero, si me permite continuar, entenderá que hay cosas que no se pueden confundir con agradecimiento.
—Soy todo oídos.
—Aquel día, pese a que no quería volver a hacerlo nunca por el daño que su don le había ocasionado…
—Nosotros más que su don.
—No es que yo se lo vaya a negar, pero no creo que, precisamente usted, quiera entrar en ese jardín.
—Le pediré disculpas lo más pronto posible.
—Ya le conoce, le quitará importancia y se reirá como un tonto.
—¿Pero?
—Pero le hará feliz.
—No se hable más, entonces. ¿Qué hizo Bruno?
—Accedió volver a tener una visión, la visión que más le aterraba, aquella por la que abandonó lo que más quería; y lo hizo sólo para ayudarme a mí y a la familia. Y ¿sabe qué? Fue extrañamente reconfortante discutir con él. Me gustó que me plantase cara porque me transmitió la sensación de que, por una vez, invertía fuerzas en defender su postura en lugar de pensar sólo en los demás. Por supuesto, le acabé convenciendo, pero eso no es de lo que estamos hablando. Y, bueno, en el momento de llevarla a cabo, no es que me apasione la idea de contarle esto a usted, pero… supongo que voy a tener que contarle cosas mucho peores, así que…
—Adelante.
—Puso esa expresión… firme y decidida, como si durante aquellos segundos pudiese controlar el mundo entero con la palma de sus manos. Después, una masculinidad que nunca había visto se dibujó en sus rasgos, y, ofreciéndome la seguridad de su agarre, me dijo: "Quizás quieras cogerte a mí". No era el momento, ni el lugar y, desde luego, no era la persona adecuada, pero me sentí increíblemente atraída por él. Le acababa de conocer, bueno, de volver a conocer, ya sabe, y, sin embargo, sentía aquella casi dolorosa necesidad de acariciar su carita triste de perrito abandonado, de observar todas y cada una de sus extrañas manías y supersticiones, de reír con su ridículas actuaciones y de aferrarme fuertemente a aquellas manos dejando que aquel rostro serio y profundo me transportase a otro mundo. Luego… bueno, sus ojos empezaron a brillar y la arena empezó a volar salvajemente a nuestro alrededor y ya me centré en otros asuntos, pero… descubrir la vida con él, caminar de su mano, me pareció simplemente… natural. Como si su cuerpo rellenase un hueco que nunca supe que había estado en el mío.
—Vosotros… Eh…
—Las manos. Hablo de las manos.
—Uff, menos mal. Estaba empezando a sudar.
—Puede quitarse eso si quiere…
—¿El qué?
—Da igual…
—Dime, ¿cómo sigue la historia? Asumo que hay más.
—Momentos después, me preguntó que si volvería a visitarle después de salvar el milagro. Ojo, no si lograba salvarlo, sino cuando lo consiguiese. Sin dudar de mí ni un momento. Entonces, me dedicó una mirada de ilusión que me cambió el mundo. Lo tenía claro: no sabía de qué modo ni me atrevía a pensarlo, pero le quería a mi lado.
—¿Compasión?
—Eso lo habría hecho todo más fácil.
—¿Amor, entonces?
—Quién sabe… El amor es algo que lleva su tiempo, ¿entiende?
—Está bien, pues cuéntame el resto.
—Pues… la siguiente vez que se presentó frente a mí, fue cuando acababa de reconciliarme con la abuela. Él no lo sabía; estaba buscándome como todos los demás. Bueno, quizás más torpemente, si le viese volar sobre el caballo… Pero, aún así, me buscó y, al ver que la abuela estaba conmigo, se enfiló hacia ella y me defendió enérgicamente, para variar, cargándose con la culpa de todo. Estaba dispuesto a enfrentar sus peores temores con tal de rescatarme. Como si diez años de desolación a sus espaldas fuesen poco que cargar… Pero, como es lógico, con lo que se encontró fue con el amor de su familia. Todos le habían echado de menos, todos le querían y todos estaban dolidos por su desaparición, así que, evidentemente incómodo pero ávido de cariño, simplemente se dejó amar.
—Y, ¿qué sentiste tú al ver aquello?
—¡Dios! ¡Me sentí feliz! Había recuperado a mi familia, había reconectado con mi abuela y, podía disfrutar de la tierna e inocente sonrisa de aquel hombre que, de pronto, ya no me parecía tan lamentable y diminuto. Después, como ya sabe, con la ayuda de todo el pueblo, comenzamos la reconstrucción de la casa, y fue realmente divertido trabajar codo con codo con todos, pero, con él, lo sentía de una forma algo diferente. Cuando trabajaba con mis hermanas o con mis primos, era gratificante y me sentía feliz, pero, cuando lo hacía con él… también me sentía feliz y cómoda pero… a la vez… me sentía tensa. Como si cada pequeña mirada, cada roce casual, cada sonrisa o cada broma, fuese interpretada por mí como mucho más de lo que era; como si realmente quisiese que fuesen mucho más de lo que eran. No quería admitirlo por razones evidentes, pero me estaba metiendo en problemas.
—Entiendo.
—Poco a poco, el roce se volvió cada vez más habitual. Nada fuera de lo correcto, entiéndame. Simplemente, el tocar el brazo del otro al hablarle, el acariciarnos cariñosamente la cabeza, el agarrarnos las manos aunque fuese sólo durante un instante y en forma de juego o para evitar que el otro cayese… A ojos de otros podría parecer simplemente que nos llevábamos bien como tío y sobrina, pero… no me pasó desapercibido que él no se comportaba así con el resto de sus sobrinos; ni siquiera con sus hermanas. Jugaban, bromeaban, charlaban, e incluso a veces le achuchaban, pero… el trato entre ellos era como más… familiar. Suponía que simplemente se sentía ligado a mí de otra forma por aquella primera aventura que vivimos juntos, que había algo como camaradería entre nosotros, pero… yo también me estaba empezando a sentir ligada a él de una forma diferente.
—¿Cómo diferente?
—Verá… llegó aquella noche…
