Prometí subir el primer capítulo de mi nuevo dramione cuando tuviera mil seguidores en Twitter, y ya tengo casi 1200 así que... aquí estamos jaja.
Esta historia será bastante más oscura que todo lo que he escrito hasta ahora. También estoy preparando una nueva de Sakura con un Syaoran mucho más malvado. Espero empezar a publicarla después de verano!
Como siempre, los personajes y el universo de Harry Potter pertenecen a J. K. Rowling, pero la historia es completamente mía.
También puedes leerla en Wattpad.
*Advertencia: Esta historia es para adultos. Hay violencia y contenido sexual*
Capítulo Uno
Prólogo
Cualquier cosa que pase puede ser un regalo o una maldición, dependiendo de cómo se mire.
Y Draco estaba seguro de que lo que le había ocurrido a él era lo segundo.
Había tardado una semana en entenderlo tras despertar muy confundido en su cuarto de la Mansión Malfoy.
Pestañeó, recorriendo el dosel de su cama con la mirada hasta desviarla hacia la izquierda.
Lo primero que vio fue a su madre, medio dormida en un sillón al pie de la cama con la varita entre sus manos.
Draco se sentó sobre el colchón, sacudiéndola suavemente para despertarla.
Sus lágrimas de alegría cuando lo vio despierto le encogieron el corazón. Llevaba dos semanas en un coma mágicamente inducido por los elfos, recuperándose de su casi muerte en la Batalla de Hogwarts.
Narcissa era la que seguía curando sus heridas. No habían querido llevarlo a San Mungo por temor a represalias.
Draco se llevó una mano al cuello, recorriendo la enorme cicatriz que atravesaba su garganta.
No recordaba nada de lo que había pasado, por lo que que le pidió a su madre que le mostrara sus recuerdos.
Lo que vio en ellos lo dejó sin palabras.
Narcissa estaba corriendo por los límites del Bosque Prohibido con Lucius a su lado, esquivando hechizos y maldiciones que venían de todas direcciones, escondiéndose de arañas gigantes y abrazándose cada vez que un dementor pasaba cerca.
Se habían adentrado en el caos de la batalla con un solo objetivo.
Encontrar a su hijo.
Lucius era el único que llevaba una varita. La de Narcissa había terminado en manos de Draco cuando Potter y sus amigos escaparon de la mansión llevándose la suya y la de su tía.
Y no le había servido de nada tenerla. No había podido protegerse con ella y había estado a punto de morir.
Los miembros de la Orden del Fénix los miraban con desconfianza cada vez que se cruzaban con ellos, pero ninguno levantó la varita contra los Malfoy.
Sabían que no eran sus enemigos. No aquella noche.
Narcissa había mentido al Señor Tenebroso para salvar a su hijo y no iba a parar hasta encontrarlo.
Todo se volvió algo borroso cuando descubrieron a alguien con cabello rubio tirado junto a las raíces de un árbol, y Draco sabía que era porque su madre había estado a punto de desmayarse.
Ella no soltó el brazo de Lucius mientras ambos corrían hacia ese bulto de color negro.
Su respiración se entrecortó cuando Narcissa giró su cuerpo con suavidad y vio su propio rostro.
La luz de la luna lo iluminó, mostrando el horror que había sufrido y que no podía recordar.
Estaba tan pálido como un cadáver y parecía que alguien lo había desangrado. El Draco del recuerdo tenía la garganta destrozada y estaba tumbado sobre un charco de su propia sangre.
Los sollozos de Narcissa mientras Lucius sacaba un frasco de su bolsillo y abría la boca de su hijo le helaron la sangre.
Su padre tuvo que alzar su cabeza con una mano para que Draco tragara la poción de color escarlata. A pesar de todo, aún estaba vivo.
Se vio a sí mismo abrir los ojos lentamente y mirar a su madre mientras pestañeaba sin parar, intentando no volver a perder la conciencia.
Separó los labios, pero no salió ningún sonido de su garganta. Probablemente tenía las cuerdas vocales destrozadas.
Narcissa sujetó sus manos e intentó calmarlo mientras Lucius colocaba su varita sobre la gigantesca herida para intentar cerrarla.
Lo último que vio dentro del recuerdo fue a Minsy apareciendo junto a ellos y teletránsportándolos a todos a la Mansión Malfoy, sacándolos de los terrenos de Hogwarts.
Draco todavía tenía pesadillas por las noches con la imagen de su propio cuerpo cubierto de sangre.
A pesar de los cuidados de su madre y de los elfos seguía sintiéndose muy débil, y cada día empeoraba.
Lo único que aumentaba era su sed de venganza. No pensaba parar hasta encontrar al hijo de puta que le había hecho eso.
Justo cuando se había cumplido una semana de su despertar su madre estaba en la misma habitación que él, sentada en el escritorio mientras él intentaba concentrarse en la lectura.
El rasgar de la pluma de Narcissa era lo único que se escuchaba.
A Draco cada vez le resultaba más difícil ignorar el fuego que sentía dentro de su garganta, que no se calmaba por mucha agua que bebiera.
Y el libro que tenía entre sus manos le estaba confirmando sus peores sospechas.
Escuchó un pequeño jadeo de su madre y alzó la vista justo a tiempo para verla levantando su dedo índice.
Se había cortado con el filo de la pluma.
Draco sintió que se quedaba sin aire al ver la pequeña gota de sangre rodando por su piel.
Un fuerte impulso surgió en su pecho, haciéndolo querer saltar sobre su madre, pero consiguió contenerse a tiempo y cayó al suelo de rodillas.
Narcissa giró la cabeza y lo miró con gesto preocupado.
—¿Qué ocurre, Draco? ¿Te has mareado otra vez?
Él sacudió la cabeza, levantándose con piernas temblorosas y alejándose de ella todo lo rápido que podía, hasta que su espalda chocó contra la pared.
El olor a sangre era abrumador y se había quedado dentro de sus fosas nasales. Necesitaba salir de allí y respirar aire fresco.
Su mano encontró el pomo de la puerta y la abrió de golpe, corriendo por el pasillo sin mirar atrás.
Al alejarse de ella fue capaz de volver a respirar, pero no se detuvo hasta llegar a la puerta de la mansión y abrirla.
Salió al gigantesco jardín, frunciendo el ceño ante los últimos rayos de atardecer que teñían el cielo de colores anaranjados.
La luz solar le resultaba más molesta que nunca, y ahora comprendía por qué.
Draco observó con atención su mano iluminada por los rayos del sol mientras se dirigía a la verja que rodeaba la mansión.
Estaba tan pálida como siempre y no tenía ninguna quemadura.
¿Cómo era posible?
Debería convertirse en cenizas, pero no ocurría nada. Ni siquiera le dolía.
Colocó una mano sobre su pecho, escuchando los latidos de su propio corazón mientras golpeaba la verja con su varita.
Esta chirrió al abrirse y Draco la atravesó con el entrecejo arrugado.
¿Qué demonios le estaba pasando?
Ocultó la varita que Potter le había devuelto a su madre días después de la batalla en su bolsillo y entró en el pequeño bosque que rodeaba la mansión. Estaba lleno de senderos por donde solían pasear los habitantes de Westbury, el pueblo muggle más cercano.
Un agradable olor llamó su atención y lo siguió, atravesando la maleza y silenciando sus zapatos para no hacer ruido.
Quince minutos más tarde los encontró. Dos muggles.
Llevaban mochilas y parecía que estaban haciendo senderismo. Draco entrecerró los ojos al verlos besarse y escuchar una risa femenina.
Eran un hombre y una mujer, de unos treinta años de edad. Y estaban solos.
El mismo impulso salvaje que había sentido poco antes recorrió sus venas al fijarse mejor en ellos.
La mujer tenía un pequeño corte en la rodilla que ya había dejado de sangrar. Pero él podía olerlo.
Draco se mordió el labio inferior con impaciencia, esperando el momento oportuno para mostrarse ante ellos.
Los muggles siguieron caminando mientras observaban sus alrededores con una sonrisa en el rostro, hasta que la mujer dio un pequeño grito al descubrirlo apoyado contra el tronco de un árbol.
Se llevó una mano al pecho mientras el hombre se colocaba delante de ella en posición protectora.
—Es un niño, Mike. ¿Se habrá perdido?
Draco apretó la mandíbula.
¿Niño? Ya tenía diechiocho años, y hacía uno que era considerado un adulto en el mundo mágico.
El hombre lo observó con desconfianza. Tenía que resultarle raro encontrar a un chico vestido tan formal en mitad del bosque.
—¿Qué haces aquí solo? Nos has asustado.
Draco ladeó la cabeza, mirando sus cuerpos de arriba a abajo mientras abría los primeros dos botones de su camisa blanca. Sentía que se ahogaba.
Sus ojos grises centellearon al detenerse en la garganta del hombre que tan solo estaba a unos metros de distancia.
Sonrió sin ganas, paseando su mirada entre ambos mientras metía la mano izquierda en su bolsillo.
—Comprobar una teoría.
El entrecejo del hombre se arrugó todavía más al no entender su respuesta.
—¿Qué?
Draco sacó su varita con un movimiento rápido, apuntándola hacia ellos.
—¡Petrificus totalus!
El muggle jadeó cuando el hechizo chocó contra su cuerpo y cayó al suelo como si estuviera hecho de piedra.
Draco corrió hasta sujetar a la mujer, atrapándola contra el tronco de un árbol y tapando su boca con una mano.
—No hagas ni un solo ruido.
Ella asintió, mirándolo a los ojos fijamente.
Draco apartó la mano y arqueó una ceja al ver que la mujer le obedecía. Respiraba muy rápido, pero no gritaba. La empujó hasta que estuvo sentada en las raíces del árbol y se llevó un dedo a los labios.
—No te muevas —añadió antes de volver a mirar al hombre, que seguía paralizado en el suelo.
Tras guardar la varita, Draco cuadró los hombros y se dejó envolver por ese instinto que parecía saber lo que tenía que hacer.
Se abalanzó sobre él primero, ladeando su cabeza y clavando los dientes en su garganta.
Sus colmillos, que ahora eran más puntiagudos, atravesaron su piel con facilidad.
La sangre empezó a salir a borbotones y Draco gruñó en lo más profundo de su garganta al sentir el sabor metálico en su lengua.
Aquello era lo que su cuerpo le estaba pidiendo desde hacía siete días.
Su conciencia se quedó paralizada ante lo que estaba pasando, quedando encerrada en un rincón de su mente. Su vista se nubló y sus sentidos tomaron el control. Ya solo podía pensar en la sangre y en lo deliciosa que estaba.
Otro gruñido de satisfacción resonó entre los árboles y sujetó los hombros de aquel muggle con más fuerza, desgarrando su garganta y bebiendo hasta que no quedó ni una gota dentro de sus venas.
No habría podido parar ni aunque quisiera. Su mente había entrado en una especie de frenesí en el momento que la sangre rozó sus labios y era imposible detenerse.
Draco dejó caer el cuerpo sin vida del muggle al suelo y se relamió los labios, jadeando cuando los recuerdos comenzaron a volver poco a poco a su mente.
Flexionó los brazos mientras se ponía de pie. También había recuperado casi toda su fuerza.
Su mirada cayó sobre la otra muggle, que lo miraba fijamente con los ojos muy abiertos.
Estaba aterrorizada, pero no se había movido de donde la había dejado.
Draco se limpió la sangre que caía por su barbilla y se arrodilló junto a ella, dedicándole una sonrisa cruel mientras decidía dónde iba a morder.
Era la primera vez que mataba a alguien, pero no le importaba.
Y quería más.
Se inclinó y susurró una mentira en su oído.
—Intentaré ser rápido.
No fue así.
Su grito de satisfacción al clavar los colmillos en su cuello retumbó por el bosque. La sangre de ella sabía todavía mejor que la del hombre y podía sentir cómo su energía aumentaba al beberla.
Draco succionó, lamió y mordió hasta quedar completamente satisfecho.
Dejó el cuerpo de la mujer en el suelo con suavidad, cerrando sus ojos vacíos y apartando la mirada.
Dos vidas en menos de cinco minutos. Se había convertido en un asesino.
Levantó la cabeza y miró a su alrededor. Por fin podía pensar con claridad.
Y lo recordaba todo.
La temible vampira lo había descubierto intentando huir de la batalla y había decidido tomar su vida como venganza por abandonar al Señor Tenebroso en un momento tan crucial.
Pero algo había fallado y Draco no había muerto.
La maldita Ekaterina pagaría por lo que le había hecho. Sabía que había escapado y no se detendría hasta acabar con ella.
Se levantó y observó sus manos manchadas de sangre con gesto serio.
Ahora era un monstruo. Y lo peor era que no se sentía culpable.
Su cuerpo necesitaba energía y la había tomado. Tan simple como eso.
Sintió un nudo en la garganta al recordar que tan solo faltaba un mes para tener que volver a Hogwarts. Mcgonagall había decidido que todos aquellos que no pudieron terminar su último año debían volver al castillo, y Draco no podía negarse o se arriesgaba a ser llamado ante el tribunal del Wizengamot.
Apretó los puños mientras caminaba entre los árboles, agitando la varita hasta que las manchas de sangre desaparecieron de su ropa.
No podía dejar que su madre lo viera así. Nadie podía descubrir su temible secreto.
Y tan solo tenía cuatro semanas para aprender a controlar su sed de sangre.
¡Dejadme saber vuestra opinión!
